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Channel: grandes relatos – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “Jane IX” (POR ALEX BLAME)

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Aquel hombre, con su mezcla de ferocidad e inocencia, le volvía loca. Ahora se pasaba la mayor parte del día desnuda sólo para exhibirse y provocarle. Y a él le encantaba mirarla. Cuando Jane se movía Tarzán la miraba sin disimulo disfrutando del joven y elástico cuerpo de la mujer esquivando obstáculos o pegando pequeños saltos.

Tarzán no se separaba de ella y constantemente intentaba tocarla o acariciarla, al principio lo rechazaba pero poco a poco se iba excitando hasta que sus instintos más primarios se imponían y hacían el amor apasionadamente. Como con su salvaje familia, cualquier excusa era buena y Jane se veía follando varias veces al día en cualquier sitio y a cualquier hora. A veces Tarzán, en medio de la noche y sin dejar de abrazarla la penetraba y la follaba suavemente, ella se dejaba hacer y simulaba seguir durmiendo, soltando quedos gemidos que le volvían loco hasta que se corría en su interior llenándola con su calor y con su deseo.

La vida en Londres quedaba ahora muy lejos. Sabía que las posibilidades de volver a casa eran muy pocas y apenas pensaba ya en Patrick más que como un querido amigo. Deseaba con todas sus fuerzas que la olvidase y fuese feliz con otra mujer aunque conociendo el carácter ligeramente obsesivo de él, temía que esto nunca ocurriese. A quién echaba más de menos era a su padre. No podía imaginarse lo mucho que debía estar sufriendo. Esperaba que Mili le ayudase e hiciese su pérdida más soportable.

La temporada de lluvias estaba dando sus últimos coletazos. Por la mañana había caído un violento chaparrón pero a mediodía el viento arrastró las nubes lejos hacia el oeste dando paso a una tarde espléndida. Tarzán y Jane estaban jugando en la laguna salpicando a Idris y peleando con dos jóvenes chimpancés cuando en cuestión de segundos se vieron envueltos por un rio de mariposas que ascendían por el arroyo y desaparecía de su vista al remontar la cascada.

-¿Qué significa esto? -preguntó Jane asombrada por el espectáculo.

-Ocurrir todos los años por esta época. -respondió él -las mariposas necesitar campo despejado para poder exhibirse y aparearse y no poder hacerlo en la espesura de la jungla, así que remontar ríos y arroyos hasta que la tierra volverse roca donde arboles no poder crecer. En un pequeño claro juntarse más mariposas que gotas de agua haber en estanque.

Jane se quedó mirando las Mariposas maravillada. Eran bastante grandes y de color anaranjado con las nervaduras de las alas de un vivo color negro. No eran las más bonitas que había visto pero su número y su vuelo vacilante pero decidido la maravillaron.

-¿Queda muy lejos el claro? -Preguntó Jane.

-Si salimos ahora estar allí a media tarde. ¿Querer ir?

-Sí por favor…

La parte más difícil fue sortear la cascada luego se subieron a los arboles hasta que con la altura y la disminución del suelo fértil ralearon tanto que tuvieron que bajar y desplazarse por el suelo. Cada paso que daban y cada arroyo que se juntaba aumentaba el numero de Mariposas hasta que cuando llegaron a lo alto de la loma de piedra era tal la magnitud del numero que se sentía en medio de un torbellino aleteante.

Jane rió y bailó dando vueltas extasiada en medio de aquella nube de colores brillantes, que se le enredaba en el pelo, mientras Tarzán ajeno a todo aquello miraba moverse a la joven embobado. Poco a poco el marasmo fue calmándose a medida que las mariposas se posaban en el suelo para aparearse.

-¿No te parece maravilloso? -dijo Jane tumbándose al lado de Tarzán mientras apartaba un par de parejas de insectos que pretendían usarla como lecho nupcial.

-Sí, tu ser maravillosa -dijo el acariciándole un pecho con su mano callosa.

Jane detectó inmediatamente el deseo en los ojos del salvaje y no le hizo esperar. Incorporándose ligeramente se agarró a su cabellera y le besó dejándose llevar por la lujuria. El hombre reaccionó inmediatamente alargando sus brazos para acariciar su cuerpo pálido y turgente dejando marcas de fuego en su piel.

Con un brusco empujón que hizo levantar el vuelo a varios cientos de mariposas sorprendidas lo tumbó de espaldas y le sacó el taparrabos. Su polla ya estaba erguida y dura.

Con sorpresa Tarzán vio como Jane comenzaba a lamer y a chupar la punta de su polla. El salvaje gimió y se dejo hacer mirando a un cielo poblado de mariposas.

Jane agarró la verga de Tarzán y con suavidad fue metiéndosela poco a poco en la boca hasta que sólo los huevos asomaron de ella. Tarzán excitado comenzó a moverse con suavidad en la garganta de Jane soltando roncos gemidos hasta que ella no pudo más y se separó para coger aire jadeante. Tarzán tiró de Jane y la colocó sobre su regazo besando y recogiendo el hilo de saliva que había quedado conectando la boca de Jane con su polla.

Jane restregó su culo contra la polla que latía hambrienta bajo ella y dejó que el hombre magreara y chupase sus pechos y sus pezones hasta hacerla gritar, pero cuando él intentó penetrarla se separó y con sus labios fue recorriendo el cuerpo del hombre hasta llegar de nuevo a sus ingles. Desoyendo las torpes suplicas de Tarzán le cogió la polla y acariciándosela con suavidad comenzó a chuparle los huevos.

Cuando la respiración del hombre comenzó a hacerse más anhelante Jane levanto la cabeza un momento y le sonrió mientras le golpeaba la polla con sus pechos. Cuando la volvió a bajar se metió la polla en la boca y comenzó a subir y bajar por ella chupando con fuerza, deleitándose en el sabor del miembro de Tarzán que no tardo en correrse llenándole la boca con su semilla.

Cuando terminó se tumbó encima del salvaje exhausta y satisfecha sólo con el placer que había experimentado su hombre. Poco a poco sobre las dos figuras yacentes comenzaron a posarse mariposas buscando el sudor salado que exhalaban sus cuerpos hasta quedar cubiertos totalmente por una capa de insecto bullentes.

Cuando llegó a la cabaña con la hiena, no sabía cómo pero Subumba ya le estaba esperando. Había despegado la habitación principal y sólo persistía el hogar en el que estaba hirviendo el contenido de una olla. En el centro había dibujado una serie de tres círculos unidos en línea cada uno con otros dos círculos concéntricos en du interior. Sobre el suelo había dispuestas en las esquinas cuatro lámparas de aceite que iluminaban la sala con una luz cálida y vacilante.

Patrick depositó la hiena con delicadeza en el suelo y salió fuera para dejar la carretilla. Cuando volvió a entrar, Subumba le estaba esperando más majestuosa que nunca. Totalmente desnuda excepto por un minúsculo taparrabos su cuerpo brillaba con los afeites que se había aplicado como el bronce bruñido. Su pechos grandes y firmes, su fantástica figura en forma de reloj de arena y sus costillas marcándose en cada respiración excitaron a Patrick que casi inmediatamente se sintió culpable por verse seducido por una salvaje.

Subumba sonrió despectivamente al percibir la reacción de Patrick pero no dijo nada y se limitó a acercarse al hogar. Metió una cuchara de madera en la olla y olfateó su contenido haciendo un gesto de satisfacción.

-Acércate -dijo la hechicera con una voz ronca y sensual.

Patrick se aproximó a la olla y la mujer, le cogió la mano izquierda y con un movimiento rápido y fluido le dio un corte rápido en la palma con una daga de hueso. Patrick se quejó e intentó retirar la mano pero ella se la sujetó unos segundos dejando que la sangre escurriese y cayese dentro de la marmita borboteante.

Sin decirle nada mas cogió un pequeño tazón de arcilla y se puso a cantar mientras hacía también un pequeño corte en la pata de la hiena. Recogió la sangre en la taza y la añadió a la pócima.

Sin parar de cantar la salmodia le indicó a Patrick que colocase al animal a un lado del los tres círculos mientras que él se tuvo que tumbar desnudo en el otro.

En pocos minutos los cánticos se volvieron más sincopados y estridentes. Subumba se contorsionaba cubierta de sudor suplicando a los dioses que le ayudara a Patrick a controlar el alma indómita de la hiena.

Subumba cogió de nuevo el tazón de arcilla y bebió un pequeño sorbo. Luego le dio un poco a la hiena que permanecía inconsciente y finalmente le obligó a Patrick a apurar el resto.

El sabor era nauseabundo y el liquido hirviente le quemó la lengua. Con grande dificultades consiguió evitar vomitarlo justo antes de perder el conocimiento.

Patrick nunca supo cuanto tiempo permaneció inconsciente, las pesadillas febriles se sucedían casi sin solución de continuidad sólo interrumpidas por pequeños lapsos de agotada lucidez. Cuando finalmente despertó descubrió a la hiena despierta y alerta olfateándole. Un ruido desvió su atención y Subumba pudo constatar con satisfacción como hombre y animal movían la cabeza en su dirección totalmente sincronizados.

-Ella es Damu. Ahora es tu hermana. Aceptará todas tus órdenes y te será más fiel que cualquier ser humano. Nunca la traiciones y ella nunca lo hará.

Patrick hacia unos segundos que había dejado de escuchar a la hechicera, lo único que oía era el correr de su sangre apresurada y excitada por aquella mujer hermosa y brillante de sudor.

Ante la mirada atenta del animal, Patrick se abalanzó sobre la mujer que no pudo reaccionar sorprendida por lo fulgurante del ataque. La tumbó en el suelo y sujeto sus muñecas por encima de su cabeza. Le dio un beso salvaje y ávido. La mujer abrió la boca y la lengua de Patrick la exploró con violencia. Aún podía saborear el acre aroma de la poción que le había transformado. La mujer se mantuvo dócil y ni siquiera se quejó cuando Patrick le mordió el labio hasta hacerla sangrar.

El sabor de la sangre de la mujer inundó la boca enardeciendo aún más a Patrick que arrancó el taparrabos a Subumba de un tirón y la penetró.

Subumba no pudo reprimir el gemido cuando el miembro duro y caliente se alojó profundamente en su vagina. Con cada salvaje empujón, todo el cuerpo de Subumba se estremecía y ella se agarraba a aquel hombre disfrutando del poder que emanaba aquel hombre blanco que había sido capaz de domar a la jefa de un clan de hienas.

Patrick sentía como su lado animal le dominaba y mientras se follaba a la hechicera, cedía a la necesidad imperiosa de lamer pellizcar y morder su cuerpo. Subumba gemía y gritaba poseída por el mismo frenesí arañándole con sus largas y afiladas uñas.

Con dos últimos embates se corrió en el interior de la mujer, que se apretó contra él al sentir al hombre derramarse en su interior.

Patrick no se paró sino que siguió fallándosela tan duro como antes. Subumba jadeaba y clavaba sus ojos color miel en los de él incomodándole con su seguridad, demostrándole que no le tenía ningún miedo.

Con la polla aún dura y palpitante se separó contrariado. Subumba abrió sus piernas mostrándole su sexo húmedo y congestionado, mirándole sin miedo, con la vista cargada de deseo…

Con un grito de frustración la levantó en el aire y empujando su cuerpo contra la pared separó sus piernas y le hincó la polla en su culo.

Subumba pegó un gritó y todo su cuerpo se estremeció cuando Patrick le metió su miembro duro como la roca en su estrecho ano. Los primeros empujones casi no pudo resistirlos y gruesos lagrimones corrieron por su cara pero poco a poco el dolor empezó a ser acallado por el placer.

En pocos segundos notó como la joven separaba un poco más las piernas y se ponía de puntillas tensando su prodigioso culo. Patrick excitado la agarró por el cuello y sin poder contenerse más se corrió de nuevo en medio de los gemidos y gritos de placer de la mujer que se corrió a su vez al sentir el semen de Patrick inundando su culo.

Cuando finalmente se separó, Subumba se dejó caer jadeante, en posición fetal, acariciándose el pubis con sus manos y vertiendo finos hilillos de semen por sus aberturas.

Sin decir nada más Patrick se vistió y tiró unas monedas al lado de la mujer que yacía desnuda y desmadejada en el suelo y que le miraba con la misma seguridad y majestad con la que le había recibido.

Cuando salió, la luz del sol empezaba a insinuarse por el horizonte. La hiena soltó un corto aullido seguido de una risa. Patrick le dio unas palmadas en la cabeza y se llevó a su nueva amiga a casa.

5 meses después

El día era el típico de principios de verano en Inglaterra, húmedo, plomizo y oscuro, pero a Mili le parecía espléndido, estaba sentada en el comedor principal esperando a Avery para desayunar. Al descubrir su embarazo, Avery se había mostrado encantado y agradecido y no sólo le había proporcionado la seguridad que ella esperaba sino que, totalmente enamorado de ella compartía casi todos los aspectos de su vida con él como si fuese su esposa.

Sabía que nunca podría casarse con él, y sentía una pequeña punzada de insatisfacción pero era realista y se sentía feliz sabiendo que su hijo heredaría todo lo que le rodeaba.

Avery entró en el comedor con gesto serio y una carta en la mano.

-Hola querida. -dijo besando a Mili y acariciando su incipiente barriga.

-¿Qué ocurre querido? ¿Malas noticias?

-Me temo que sí. -dijo tendiéndole la carta a Mili.

Querido Amigo:

Espero que a la recepción de esta misiva te encuentres en buen estado de salud y recuperado en lo posible de la terrible perdida que has sufrido. Todos los días pienso en tu joven hija y rezo por su eterno descanso.

La temporada de lluvias a acabado este año antes de lo normal y creo que nos espera un año de sequia y privaciones, pero en fin no te he escrito para contarte mis problemas. Me dijiste que velara por Patrick y eso he tratado de hacer estos meses aunque confieso que sin demasiado éxito.

A los pocos días de irte tú, Patrick abandonó la mansión y se alojó en un hotel de Kampala, el resto de lo ocurrido lo conozco por medio de el señor Hart un funcionario de Kampala, viejo conocido que se vanagloria de estar al corriente de la vida de casi todos los habitantes de la ciudad.

Según parece Patrick ha abandonado el hotel y vive en una pequeña plantación arruinada a las afueras. No se relaciona con ninguno de los británicos de la colonia y se dedica a recorrer la sabana cazando, acompañado de una hiena gigantesca.

También me dijo que la única persona a la que visita con regularidad es un hechicera, según los nativos, la más poderosa de toda África. Los negros dicen que mantiene relaciones sexuales con ese súcubo.

Soy consciente de todo lo que has sufrido pero me temo que ese joven está perdiendo la razón y creo que tu eres el único que puede convencerle para que deje este ambiente malsano y vuelva a la civilización. Si aún le estimas como a un hijo debes venir y hablar con él.

Sé que es difícil pero creo que un alma está en juego. Espero tu respuesta y ya sabes que mi casa es tu casa.

Tu compañero y amigo:

Lord Farquar

-¿Vas a ir? -preguntó Mili temiendo la respuesta.

-No tengo más remedio, me siento responsable y no pienso consentir otra muerte en mi conciencia.

-Pero, ¿Y el bebe? -dijo Mili aterrada.

-Tú te quedarás y darás a luz aquí. Con un poco de suerte estaré de vuelta antes de que esto ocurra.

-No te vayas, por favor -dijo Mili tirándose a sus pies -tengo un mal presentimiento…

-Basta ya Mili, es mi deber de caballero. Ya lo he decidido y no pienso hablar más de ello, ahora desayunemos de una vez -repuso Avery untando una tostada.


Relato erótico: “jane V” (POR ALEX BLAME)

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Jane espero pacientemente en el agua hasta que Tarzán perdió momentáneamente el interés por ella y salió del estanque. La joven sólo tuvo unos instantes para admirar su cuerpo musculado e imaginar lo que escondía bajo el taparrabos. Se mordió el labio con un gesto de indecisión y se dirigió al arbusto donde había dejado la ropa. Cuando llegó descubrió a Idrís y otros dos colegas haciendo girones sus bloomers y poniéndose sus bragas de sombrero. Jane cogió el sujetador y se lo puso antes de que los chimpancés lo intentasen e intentó quitarle las bragas de la cabeza al compañero de Idrís, un joven macho, obviamente sin conseguirlo. El chimpancé la esquivó con facilidad y se subió al árbol más cercano sin dejar de hacerle muecas y tirándole pequeñas ramas y hojas. Afortunadamente Idrís estaba despistada observando las monerías de su compañero y se dejó arrebatar lo que quedaba de los bloomers con facilidad, de las botas no había ni rastro. Cuando se los puso, observó con desesperación que ambas perneras estaban rajadas y mordisqueadas y la izquierda estaba descosida casi hasta la cintura. Con un suspiro de resignación se puso la prenda y se arregló las perneras provisionalmente ciñéndoselas al muslo con los restos de la blusa. Con la cara roja de vergüenza se incorporó y buscó a Tarzán. Sorprendida vio como estaba peleando con un viejo gorila macho, bastante más grande que él. Tarzán lo azuzaba y le daba sonoros golpes en el pecho y la espalda mientras eludía los gigantescos puños del simio. Al principio se asustó, pero pronto se dio cuenta que tanto los golpes de uno como del otro eran controlados y no pretendían hacer daño de verdad. Tras unos minutos terminaron por abrazarse y espulgarse mutuamente ajenos a lo que pasaba a su alrededor.

Jane los observó largo rato, totalmente confundida, incapaz de asumir que la relación entre un hombre y un animal pudiese llegar a ser tan íntima. Jane había tenido perros y recordaba con especial afecto a Jack, un viejo terrier al que quería con locura. Era listo y parecía anticiparse a los pensamientos de su ama pero perro y ama sabían cuál era su lugar. Ella mandaba y el obedecía. Sin embargo, lo que estaba viendo en ese momento, era a dos individuos de especies distintas relacionándose en un plano de igualdad…

-¡Joder! –exclamo Jane por tercera vez en su vida dándose un golpe en el cuello.

Cuando se miró vio su mano decorada con los restos de un mosquito de considerables dimensiones. Tarzán levantó la cabeza y se acercó curioso a ella para ver lo que pasaba. Acercó su nariz al cuello de Jane y la olisqueó interesado. La joven notó como el suave vello que cubría su cuello se erizaba ante la sensual caricia del aliento del salvaje. Tras unos segundos Tarzán retiró su aliento y le indicó por señas que la siguiera hasta una zona fangosa cerca de la orilla sur del estanque donde estaban los elefantes. Con un gesto con los brazos y un par de gritos les hizo retirarse y acercó a Jane hasta el borde fangoso.

Cuando Tarzán cogió un buen montón de barro y se lo extendió por el cuello ella hizo el amago de protestar. El fango era de color claro, casi blanco y olía a vegetación en descomposición pero enseguida notó el frescor y un inmediato alivio de la picadura. El hombre no se limitó al cuello sino que empezó a untar el resto del cuerpo con el barro haciéndole entender a Jane mediante señas que evitaría la picadura de los mosquitos. Las manos de Tarzán acariciaron su cara dejando una fina capa de barro que rápidamente se endureció formando una costra impermeable a las picaduras de los insectos. Jane cerró los ojos disfrutando del cálido contacto de las manos del hombre. Tarzán cogió un poco más de barro y comenzó a bajar por el pecho untando sus hombros y sus clavículas y la parte del escote que dejaba al descubierto su sostén. Cuando Tarzán recorrió sus costillas y juntó sus manos en su vientre Jane no pudo contener un corto suspiro de placer. El salvaje pareció no advertirlo y siguió con su tarea lenta y metódicamente embadurnando su espalda hasta la cintura de los bloomers. A continuación continuó con sus pies. Untó su empeine y el puente, siguió con el talón y terminó en sus dedos donde se demoró acariciándolos uno a uno y recorriendo toda su longitud. Jane abrió los ojos respirando agitadamente. Tarzán la estaba mirando de una manera que la hacía temblar. Sin dejar de mirarla a los ojos comenzó a masajearle las pantorrillas y lentamente empezó a subir por las piernas arriba, electrizando todo su cuerpo, hasta introducirse en las perneras de los destrozados pantalones. Afortunadamente las manos chocaron contra el arreglo provisional que había hecho Jane y el hombre no pudo pasar de la parte baja de los muslos.

Contrariado, Tarzán intentó deshacer los nudos pero Jane se separó y cogió un puñado de fango con su mano –ahora me toca a mí –pensó mientras acercaba la mano al pecho del hombre.

Tarzán no se apartó y Jane pudo acariciar el pecho del salvaje. El pecho era amplio, duro y musculoso, mientras hacía dibujos en el con el barro que había cogido de la charca recordó el de Patrick más pálido, más blando y con más pelo y con una punzada de remordimiento apartó la mano y se retiró un par de metros confundida y arrepentida. Tarzán hizo el amago de acercarse pero pareció pensárselo mejor y terminó el sólo de cubrir su cuerpo de barro.

Avery se levantó tarde, la cabeza le estallaba y se sentía aún mareado por el efecto de los excesos de la noche anterior. Se dirigió al porche dónde ya le estaba esperando Henry con los restos de su desayuno, viendo como las nubes descargan sin piedad millones de litros de agua sobre la arrasada llanura.

-Dentro de un par de semanas, el paisaje habrá cambiado tanto que no lo reconocerías –dijo Lord Farquar con un deje de tristeza en la voz -¡ojalá estuviese Jane para verlo!

-¿Y Patrick? –preguntó Avery.

-Se levantó al amanecer y le dijo al mayordomo que iba a ver si encontraba algo de caza por los alrededores. Yo que las hienas me escondería, ese hombre está guardando mucha rabia en su interior.

-Me vuelvo a Inglaterra. Jane está muerta, no quiero saber nada más de este continente. En cuanto tenga listo el equipaje me iré.

-A la tarde sale un tren con dirección a la costa, me ocupare de que todo esté listo para que lo cojas.

-Gracias Henry. Patrick se quedará aquí, ¿Podrías hacerme el favor de acogerle en tu casa? –Preguntó Avery a su viejo amigo –necesito saber que hay alguien pendiente de él.

-Descuida, eso ya lo tenía en mente. –Respondió Henry –Lo que necesita Patrick es desahogarse. Los jóvenes son fuertes y poco a poco ese dolor se irá suavizando y podrá volver a su vida.

-Eso espero, Patrick estaba totalmente prendado de mi hija, pero su vida debe continuar, ya no puede hacer nada por… ella.

La visión de Mili con un traje oscuro y discreto pero incapaz de disimular sus generosas formas despertó en Avery vagos e inquietantes recuerdos de la noche anterior. Entre las brumas alcohólicas las imágenes de Mili desnuda cabalgando desaforadamente sobre él le provocaron una sensación de desazón. Por un momento se sintió un miserable pero la cara de Mili serena y su gesto de ternura hacia él le tranquilizaron un poco.

Intentando no pensar en todo lo que estaba ocurriendo, se inclinó sobre los huevos revueltos y el zumo de fruta y durante la siguiente media hora se dedicó a engullir comida sin decir absolutamente nada. Pasado un rato Henry se disculpó y los dejó solos y sólo entonces Avery se atrevió a apartar la vista de la comida y dirigirla a Mili.

-Respecto a lo que ocurrió anoche, espero no haber…

-Tranquilo –le interrumpió Mili aparentando serenidad –no ocurrió nada que yo no desease. Quizás te parezca un fresca al decir esto pero nunca comprendí eso que dicen de que la desgracia une a las personas hasta anoche.

-Me alegro, si te soy sincero anoche bebí demasiado y desde que apareciste por la puerta he empezado a recordar fragmentos de lo que pasó.Temí haber abusado de ti por la fuerza. Por experiencia sé lo que un hombre borracho puede llegar a hacer y temía haberme dejado llevar por mis impulsos más primitivos. –Replicó Avery aliviado –de todas formas este no es el lugar adecuado para hablar, durante el viaje tendremos intimidad suficiente y tiempo para pensar. Prepárate, nos vamos esta misma tarde.

Mili asintió sin decir nada pero obviamente parecía satisfecha. Probablemente esperaba que él la tratase como a una puta que le había seducido en un momento de debilidad con el cuerpo de su hija aún caliente pero Avery no era de esa clase de hombres. Si de algo estaba seguro era de que si se había cometido un error la noche pasada era un error compartido, una culpa compartida…

Avery apuró lo que quedaba del zumo y despidiéndose educadamente se retiró para ultimar su equipaje.

Afortunadamente Patrick ya estaba de vuelta de su excursión para el mediodía y pudieron despedirse. Llegó cansado y cubierto de barro pero con un aspecto más tranquilo después de haber abatido un par de impalas. Se despidieron con un abrazo no antes de recordarle que sus puertas siempre estarían abiertas para él. El joven lo agradeció educadamente pero sus ojos le decían a Avery que probablemente no lo volvería a ver.

La tarde empezaba a decaer cuando el tren llegó finalmente a la estación de Kampala con tan sólo un par de horas de retraso. Avery y Mili tomaron posesión del único vagón de primera clase que había en el tren y que estaba totalmente vacío.

Entraron en uno de los compartimentos y se sentaron uno frente el otro aliviados por estar al fin en movimiento. Protegida de los insectos y de la persistente lluvia, Mili se quitó la pesada capa que la cubría mostrando un vestido cómodo y sencillo de un discreto color beige. Avery intentó mirar el paisaje que se deslizaba ante él con desesperante lentitud pero no podía evitar mirar de vez en cuando a Mili con la que mantenía un incómodo silencio. Ella no demasiado incómoda se mantenía sentada en el asiento muy erguida mirando a través de la ventanilla. De vez en cuando una pequeña pela de sudor brotaba de detrás de su oreja y resbalaba despacio por su cuello abajo para terminar perdiéndose de vista entre los generosos pechos de la mujer.

En esos momentos Avery lamentaba no poder recordar nada más de la noche anterior, lamentaba no atreverse a seguir con sus labios el recorrido de la gota de sudor hasta que el escote de su vestido se lo impidiera…

Un camarero interrumpió sus pensamientos sirviéndoles una cena fría y poco apetitosa. Ambos comieron poco y en un obstinado silencio. El camarero terminó de servirlos rápidamente y se despidió deseándole que pasaran una buena noche. Ambos se recostaron en sus asientos y se acomodaron como pudieron para pasar la noche lo mejor posible. Con el rabillo del ojo vio como Mili metía la mano en su escote e intentaba aflojar un poco su corsé para estar un poco más cómoda.

Avery oyó un ligero suspiro de alivio y en pocos minutos la respiración de la mujer se tornó suave y acompasada. Cerró los ojos dejándose mecer por el movimiento del tren e intentando dormir, pero estaba demasiado turbado. Ahora que Jane no estaba con él su vida había perdido sentido. Al morir su esposa había dejado el ejército y se había dedicado en cuerpo y alma a la educación de su hija. Muchos de sus familiares le habían aconsejado que se casara con una mujer joven y guapa, y no le faltaron proposiciones de padres interesados por procurarle una buena situación a sus hijas, pero siempre se mostró reacio y al final le dejaron por imposible. Ahora que se había quedado sin ella, no se sentía con fuerzas para ir de fiesta en fiesta con una joven y activa esposa del brazo. Todo lo que deseaba era una tranquila vida en familia, pero lo único que le quedaba era un yerno loco de dolor y Mili. En cuanto pensó en ella los recuerdos de la noche le asaltaron, las imágenes del rostro de Mili crispado por el placer le excitaron y deseo tenerla de nuevo en sus brazos.

Cuando Jane alcanzó la adolescencia, Avery descubrió que había cosas de las que no podía hablar con su hija, así que habló con el padre de Mili un primo lejano que había arruinado a su familia con toda clase de excesos y le había sugerido que la joven, que tenía unos diez años más que Jane, fuese su dama de compañía. Las dos jóvenes congeniaron casi de inmediato. Mili resultó ser inteligente y avispada y constituyó una inestimable ayuda para Avery. Pero a pesar de su figura exuberante, sus ojos azules, su pelo negro y brillante, sus facciones suaves y su sonrisa dulce nunca había pensado en ella de manera lasciva.

Un relámpago sobresaltó a la mujer que abrió los ojos y descubrió a Avery observándola.

-¿No duermes? –Preguntó Mili.

-No puedo… -dijo Avery turbado sin saber que decir.

-Has estado muy callado durante el viaje.

-Sí, lo siento pero me temo que no soy una alegre compañía.

-Tranquilo, lo entiendo –dijo ella con dulzura –son demasiadas cosas en las que pensar. Quizás sea un buen momento para charlar sobre lo que te preocupa…

-Cómo traducir en palabras la confusión que se ha adueñado de mí. –replicó él – Hecho de menos a Jane y sé que hago bien en volver a Inglaterra pero a partir de aquí no sé qué más hacer. El futuro que tan claramente se mostraba hace unas semanas ahora es un vacío negro y turbador.

-Te entiendo perfectamente, yo he perdido a mi mejor amiga y confidente, ahora sólo me quedas tú –dijo Mili acercando su mano a la cara de Avery.

-Mili, no deberíamos… -dijo él sintiendo como todo su cuerpo respondía ante una sencilla caricia.

Mili se incorporó y sin hacer casó de la débil protesta del hombre deslizó su mano por su pecho mientras acercaba sus labios a los de él. El beso fue violento y húmedo, como la tormenta que había estallado en el exterior, pero mucho más placentero. Avery no podía apartar los ojos de los enormes pechos que se insinuaban bajo el escote del vestido. Mili se dio cuenta y desabrochándose la parte superior del vestido y aflojándose el corsé los liberó para que él pudiera admirarlos.

Avery los cogió entre sus manos y los estrujó con fuerza sin dejar de besarla, Mili gimió excitada, metió la mano por debajo de los pantalones de Avery y cogió su paquete. Está vez su polla se irguió inmediatamente. Mili le quitó los pantalones y los calzoncillos dejando el pene de Avery a la vista. Con una mirada traviesa lo agarró y lo enterró entre sus pechos. Su polla reaccionó palpitando con fuerza al sentir el calor y la blandura de los grandes pechos de Mili. Usando sus manos para apretarlos entorno a su verga comenzó a subir y bajar haciéndole estremecerse de placer. Mientras lo hacía, la mujer mantenía la vista baja con las mejillas arreboladas por el deseo y la vergüenza. Avery alargó el brazo y cogiéndola suavemente por la barbilla le hizo levantar la vista. Avery observó la cara de mujer, sus ojos azules y sus pestañas largas y rizadas unos segundos antes de besarla de nuevo. Con los ojos brillando de deseo, aparto sus labios y se concentró de nuevo en su miembro.

Empezó acariciarlo con sus manos y a besar la punta con sus labios. Avery gimió de placer y hundió sus manos en el largo y suave pelo de la mujer. Cuando Mili se metió el miembro en su boca creyó que su polla iba a estallar pero se contuvo y cerrando los ojos disfrutó de la boca y la lengua de la joven recorriendo su miembro con suavidad. Unos segundos después apartó a Mili con brusquedad y se derramó sobre sus pechos. Cuando abrió los ojos vio que Mili se estaba acariciando bajo el vestido. Sintiéndose un poco culpable por no haber pensado en él placer de la mujer le levantó la falda y apartándole la mano comenzó a acariciar su sexo por encima de las ligeras bragas de algodón. El tejido estaba empapado por una mezcla de flujos vaginales y sudor volviendo el tejido casi transparente. La visión del coño de la mujer junto con sus gemidos anhelantes hicieron que la polla de Avery se endureciese de nuevo. Con un movimiento rápido la levantó y la puso de cara contra el cristal. Apartando faldas y enaguas apresuradamente logro bajarle las bragas lo suficiente para poder penetrarla. Ante las súplicas de ella comenzó a penetrarla empujando con todas sus fuerzas y notando como llenaba su coño húmedo y caliente haciéndola vibrar. Mili apoyaba las manos en el cristal para aguantar las embestidas de Avery mientras observaba como la tormenta arrasaba la sabana. Avery levantó la falda de la mujer por encima de su cintura y hundiendo dos dedos en su ano le propinó dos salvajes empujones provocando que se corriese. El cuerpo de Mili tembló y ella gritó mientras Avery continuaba follándosela hasta correrse en su interior, llenando aquel coño ya rebosante de flujos con su leche. Con su polla aún en el interior de la joven tiro de su pelo para volverle la cabeza y le dio un largo beso mientras la luz de los relámpagos y el estruendo de los truenos les envolvía.

-Esta vez procuraré no olvidarlo –dijo Avery separándose jadeante.

Relato erótico: “Intercambio de madres (Parte 2 de 2)” (POR TALIBOS)

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INTERCAMBIO DE MADRES (Parte 2/2):

Esa noche no pegué ojo. Estuve todo el rato dando vueltas en la cama, atormentándome por lo que había sucedido en el coche.

¿Cómo había permitido que pasara? ¿Cómo le había dejado que me llevara al huerto de esa manera?

Pero no, eso no era del todo cierto. ¿No había sido yo la que le había besado? ¿La que le había llevado al coche completamente decidida a follar con él?

Tenía que reconocerlo. No todo había sido culpa suya. Había perdido por completo el control. No podía reprochársele a un chico de su edad que intentara cualquier cosa con tal de echar un polvo, pero yo… yo era la adulta, joder, debería haberle puesto freno, haberlo parado en seco…

No lo hice. Y, siendo sincera, tenía que reconocer que me había gustado sentirme deseada, sentirme hermosa. Aunque, el muy cabrito… mira que decirme que se había enamorado de mí. Ya le valía. Menudo embustero.

Pero, ¿y si no era así en realidad? A mí me había parecido sincero. ¿Y si decía la verdad? ¿Y si sentía algo por mí más allá de la simple atracción física? Eso lo complicaría todo, pues, entonces, no aceptaría un no por respuesta y seguiría insistiendo, aunque yo me negase a seguir donde lo habíamos dejado.

Porque, una cosa era segura. Sin duda, Sergi lo intentaría de nuevo en cuanto volviéramos a encontrarnos. Ya había conseguido una mamada, así que, ¿por qué iba a conformarse sólo con eso?

Y, sobre todo… ¿le pararía yo los pies o volvería a dejarle hacer?

– Joder – dije en voz alta – Si me pilla tan insatisfecha como me siento ahora, no tengo muy claro si sabré pararle.

Sí. Acabé haciendo lo que se imaginan. Sólo que, esta vez, busqué mi consolador y lo usé para procurarme un poco de consuelo. No fue ninguna sorpresa descubrir que seguía empapada cuando me bajé las bragas. Como quitarle el papel a una magdalena, de pegadas que estaban. Me corrí con rapidez por el calentón que llevaba encima y, por fin, una vez conseguido cierto alivio, logré dormitar un par de horas, aunque con un sueño ligero e inquieto.

Por la mañana y tras darme una larga ducha, retomé la rutina diaria, tratando de apartar de mis pensamientos todo lo sucedido el día anterior. Me sentía deprimida y frustrada, costándome mucho poner buena cara a Borja y que no notase nada raro.

Y el resto de la jornada fue igual. Como ese día no tenía ninguna cita concertada, me quedé en la oficina arreglando unos papeles, lo que no fue buena idea, pues la monotonía del trabajo invitaba a pensar en otras cosas y, esas cosas eran, obviamente, Sergio y su… ya saben.

Tenía que calmarme y poner en orden mis ideas. A la hora de comer, me largué disparada de allí y me fui a un restaurante. Evité los que habitualmente frecuentaba, pues no tenía ganas de tropezarme con algún conocido. Ni siquiera necesitaba uno donde la comida fuera buena, pues no tenía hambre alguna, sino ganas de meditar en soledad.

– A ver, Elvira – me decía un rato después, frente a un plato de ensalada que no me apetecía mucho probar – Tienes que centrarte. Hay que decidir cómo afrontar la situación con Sergi, para dejarle claro que lo que pasó anoche fue un error y que no se va a repetir. Y, sobre todo, para asegurarte de que no se va a cabrear y va a ir contándolo por ahí.

Durante la siguiente hora, apenas probé tres bocados de la ensalada y del lenguado que me sirvieron a continuación. Al ver que no comía, el solícito camarero me interrogó sobre si estaba todo a mi gusto, pero, viendo el poco caso que le hacía, el pobre hombre desistió pronto de sus atenciones, dejándome a mi aire, justo como yo quería.

Cuando salí, estaba decidida a ponerle punto y final a aquella historia. Tenía que hablar muy seriamente con Sergio, explicarle que aquello había sido una locura y que no se iba a repetir. Y, en cuanto a lo demás, habría que esperar a ver cómo reaccionaba él y, si dado el caso llegábamos a lo peor, me mudaría con Borja a Alaska o a cualquier otro sitio donde no hubieran oído hablar de Elvira, la pérfida asaltacunas.

Pero claro, una cosa es imaginarte cómo van a ser las cosas, planeándolas hasta el último detalle… y otra muy distinta cómo suceden realmente.

Regresé a casa y, tras cambiarme, me metí en el despacho a poner un poco de orden. Antes, dediqué unos minutos a inspeccionar la casa, pues esa mañana había venido la mujer de la limpieza y, como era nueva (Amparo, la de antes, acababa de jubilarse) quería asegurarme de que lo había hecho todo a mi gusto.

Estaba inmersa en un mar de papeles cuando mi móvil se puso a sonar. Era un mensaje de Borja, que decía que volvería tarde porque tenía entrenamiento extra. Últimamente eso pasaba bastante a menudo, así que no me extrañé.

Mejor. Si Borja no venía a casa, quería decir que ese día no vería a Sergio, pudiendo retrasar mi encuentro con él un día más. Ilusa de mí.

A media tarde, escuché que llamaban al timbre. El corazón me dio un vuelco, pues instintivamente supe que era él. No me equivocaba.

Tras vislumbrarle por la mirilla de la puerta, aguardé unos instantes para serenarme y armarme de valor antes de abrir.

– Hola… Elvira – me saludó escuetamente cuando me vio.

– Hola, Sergi. Pasa. Tenemos que hablar.

Algo en mi tono le hizo comprender que las cosas no iban a suceder como esperaba, pues su rostro se ensombreció de inmediato, siguiéndome al interior de la casa en silencio.

Con un gesto, le invité a que se sentara en el sofá, mientras que yo, como indicación de cómo andaba la cosa, me senté en un sillón, bien lejos de él.

Sergi me miró con tristeza, sin decir nada, pues había percibido perfectamente cual iba a ser mi actitud. Me dio un poco de pena, allí mirándome con ojos de cordero degollado, pero, en virtud del muchacho, he de reconocer que se estaba controlando bastante bien, mostrándose más maduro de lo que yo esperaba.

– Sergi, lo de anoche fue una locura – dije agarrando el toro por los cuernos – No sé qué me pasó, pero es algo que no puede volver a repetirse.

El chico bajó la mirada, apesadumbrado, sin protestar, como si ya se esperara lo que iba a decirle.

– Me volví loca, perdí el control por completo. No voy a mentirte. Reconozco que estaba excitada y fue esa misma excitación la que me hizo perder la cabeza. Cuando te vi allí, llorando, me sentí conmovida y…

Aquello hizo reaccionar a Sergio.

– ¡No! – exclamó, interrumpiéndome – ¡No digas eso! ¡No digas que estuviste conmigo porque te di pena! No podría soportarlo. He estado pensando en ti toda la noche y toda la mañana en el instituto. Sabía lo que ibas a decirme, cómo ibas a reaccionar. Eres la madre de mi mejor amigo y nos conocemos de toda la vida. Llevo años enamorado de ti y ahora… después de haber estado tan cerca de estar juntos… creo que te quiero todavía más.

– Sergi, yo… – balbuceé con el corazón desbocado en el pecho.

– No. Déjame terminar. Sé todo lo que vas a decirme, la diferencia de edad, Borja, mi madre… todo eso lo sé ya. Y no me importa. Por ti afrontaría esos problemas sin dudar. Pero sé que tú no sientes lo mismo. Para ti yo sólo he sido una locura, la debilidad de un momento. No sientes nada por mi y…

– Eso no es cierto – intervine sin pararme a pensar – Sabes que te quiero mucho…

– Sí. Pero no como yo a ti.

Al decir esto, Sergi se levantó y caminó hacia mí. Cuando lo hizo, el corazón casi se me sale por la boca y, aterrorizada (pero deseando ver qué iba a hacer) no atiné a articular palabra.

Esperaba que Sergi, en un arrebato de pasión, se arrojara sobre mí, me arrancara la ropa y me hiciera el amor allí mismo, sobre el sofá. Si lo hubiera hecho, creo que no me habría resistido, pues, al tenerle allí enfrente, diciéndome que me quería, todas mis convicciones y mis ideas de ponerle fin a aquello se habían ido al garete.

Sin embargo, Sergi, todavía muy inexperto, no supo leer mi estado de ánimo y se limitó, simplemente, a comportarse como el buen chico que era.

– Elvira – me dijo, haciéndome estremecer – Te pido perdón por lo que pasó. A partir de ahora intentaré reprimir mis sentimientos y así, espero que podamos seguir siendo amigos. Te pido perdón por lo que hice y te aseguro que no volverá a repetirse.

Entonces se inclinó y, con delicadeza, me dio un casto beso en la mejilla. Yo le miraba atónita, incapaz de creerme que un chico de 17 años hubiera demostrado ser infinitamente más maduro que yo.

Muy serio y con los ojos brillando (quizás por las lágrimas), Sergio se dio la vuelta y salió del salón, dejándome estupefacta y apesadumbrada. No podía creerme lo que había pasado. ¡Había sido él quien había puesto punto y final a todo! ¡Era imposible! ¡Él era el adolescente salido, el que tendría que haberme implorado y lloriqueado para convencerme de que siguiéramos con la aventura del coche! ¡Yo tendría que haberle parado los pies, haberle hecho ver la locura que estábamos cometiendo!

Y en cambio seguía allí sentada, los ojos como platos, con el corazón al borde mismo del infarto.

– ¡Sergi! – exclamé, incorporándome de un salto.

Pero ya era tarde y escuché cómo la puerta de la casa se cerraba. Me sentí fatal.

¿Cómo era posible? ¿Tan noble era el chico? ¿Había comprendido que lo nuestro no podía ser y había decidido ponérmelo fácil? ¿Dónde estaba el adolescente en celo, que no perdía oportunidad para mirarme el culo? ¿La fiera lasciva que la noche anterior devoraba con lujuria mis tetas?

Estaba desconcertada. Nada había sucedido como yo esperaba. Me sentía confusa. Pero, sobre todo, muy, muy en el fondo, me sentía enojada, furiosa. ¿Cómo podía Sergio pasar de mí, es que ya no me encontraba atractiva? ¿Era que, después de habérsela chupado, había decidido que no era para tanto?

Ahora lo admito, sí, pero en aquel momento, no habrían podido arrancarme esa confesión ni en el potro de tortura.

………………………………………..

Y los días pasaron.

Los chicos reanudaron su actividad normal. Clases, entrenamientos, alguna salida nocturna… Lo único que cambió fue que Sergio no venía por casa tan a menudo, lo que me molestaba profundamente.

Cuando lo hacía, se comportaba con exquisita corrección. Quizás un poco más reservado de lo habitual. Se habían terminado las miraditas subrepticias, los rubores y las sonrisillas tontas.

Aquello me tocaba las narices que no veas. Me sentía rabiosa, lo reconozco, pues, mientras que él parecía haber dejado atrás su atracción por mí sin dificultad alguna, yo me pasaba el día pensando en él y en lo que podría haber pasado si su madre no llega a llamar.

Y, por las noches, empecé incluso a soñar con él. Estaba obsesionada. Y aquello tenía que acabar.

No me di cuenta al principio, no obedeció a ningún plan organizado ni a ninguna estrategia, pero, poco a poco, empecé a comportarme con Sergio de forma un tanto… relajada. No, dejémonos de eufemismos, lo que estoy diciendo es que empecé a tratar… de seducirle.

¿Recuerdan lo que dije el principio del capítulo anterior, sobre que nunca hacía nada para atraer la atención de Sergi? Pues, a partir de entonces, la cosa fue diametralmente opuesta.

Como digo, al principio no me di cuenta de lo que hacía, así que no puedo asegurar que no llevara ya tiempo comportándome así de manera inconsciente, pero, lo cierto es que, una tarde en que los chicos estaban estudiando en el salón, me di cuenta de lo que estaba haciendo.

Esa tarde yo llevaba puesto un vestido de verano, de esos estampados con falda a medio muslo. Como quien no quiere la cosa, me había sentado en uno de los sillones a leer, pero en vez de tener la espalda contra el respaldo, la tenía apoyada en uno de los brazos, sentada de lado, colocando una pierna encima del otro.

Hablando en plata, estaba completamente despatarrada en el sillón, con el vestido subido bastante más arriba de medio muslo ofreciéndole al bueno de Sergi la posibilidad de verme las bragas simplemente levantando un poco los ojos de sus libros.

Muy sutil, como ven.

Y claro, el pobre chico, en cuanto se dio cuenta del panorama, no podía dejar de mirar, mientras yo le espiaba con disimulo mirando por encima de mi libro.

Fue tras sorprenderle mirándome con disimulo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Me había vuelto loca? Si a Borja le daba simplemente por darse la vuelta, se encontraría con su madre exhibiéndose sin pudor alguno.

La respuesta es sí. Me había vuelto loca.

Y seguí haciéndolo. Cuando Sergi venía, me mostraba muy efusiva con él. Le gastaba bromas, procuraba rozarme con él todo lo que podía, me vestía siempre lo más ligera y descarada posible…

Y aquello afectaba al pobre chaval, que volvía a mostrarse avergonzado. Cuando nuestras miradas se encontraban, me interrogaba en silencio, confuso y desconcertado por mi actitud. No era para menos, cuando ni yo misma sabía qué narices pretendía.

Sin embargo, Sergi no hacía ni decía nada, limitándose a soportar mi acoso en silencio.

¡Uy! Acoso, qué palabra más fea. Estoy dando la impresión de que yo era una perra en celo que me dedicaba a frotarme contra él cada vez que tenía oportunidad. Tampoco es eso. Simplemente intentaba que se fijara en mí, volver a sentirme deseada y turbarle un poco, pues, cuando lo conseguía, me sentía mucho mejor.

Hasta la noche de la cita doble.

……………………………………

Recuerdo que era jueves por la noche. Estaba cenando tranquilamente con mi hijo, charlando animadamente con él.

Yo había notado que Borja estaba un poco inquieto, percibía que quería decirme algo, pero, conociéndole como le conozco, sabía que lo mejor era dejarle a su aire en vez de intentar sonsacarle. No me equivoqué.

– Mamá, yo… – me dijo cuando por fin se decidió.

– Dime, cariño.

– Quería pedirte si mañana… podría llegar algo más tarde. Que me retrases el toque de queda, vaya.

– ¿Y eso? ¿A qué se debe?

– Bueno… Ya tengo 17 años y…

– Y la semana pasada también tenías 17. Y seguiste viniendo a tu hora.

– Bueno… – dijo Borja tragando saliva para armarse de valor – Mañana voy a salir con una chica y no quiero que piense que soy idiota.

No voy a cansarles describiéndoles los siguientes minutos, que dediqué a tomarle el pelo a mi hijo y a burlarme de él. Sólo imaginen algunos chistes relativos al incidente de la masturbación interrumpida, la pubertad y lo salidos que están los hombres.

– Venga, mamá. Úrsula ya le ha dado permiso a Sergio. Si no me crees puedes llamarla.

El corazón me dio un brinco y sentí un fuerte retortijón en las tripas.

– ¿Sergio? – pregunté tratando de aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir – ¿Qué pasa? ¿Es que la cita es con él? ¿Por fin vais a salir del armario?

– Muy graciosa. Es una cita doble. Yo salgo con Patricia y Sergi con Nerea.

Me sentí fatal, incluso un poco mareada. Me las apañé como pude para disimular delante de Borja, así que acabó por salirse con la suya, pues no me encontraba en condiciones de discutir con él, pues en mi cabeza sólo estaba el pensamiento de que Sergio iba a salir con una chica. Al menos conseguí que Borja se encargara de recoger la mesa, mientras yo iba a buscar el botiquín para tomarme unas aspirinas. De pronto me dolía la cabeza.

– ¿Nerea? ¿Quién será esa Nerea? – le decía a mi reflejo en el espejo del baño instantes después – Alguna golfilla, seguro.

…………………………………

El viernes Borja tenía entrenamiento, así que pasé la tarde en casa sola con mis pensamientos. Y estos estaban centrados en una única cosa.

Para cuando llegó la noche, ya estaba completamente decidida a actuar.

Los chicos llegaron sobre las ocho y media, justo como yo esperaba. Era habitual que lo hicieran así, pues nuestra casa estaba más cerca del centro y de la zona por donde solían salir, así que los dos se vestían en casa antes de largarse por ahí.

Ese día, sin embargo, Sergi había venido ya arreglado de casa. Estaba muy guapo, con sus pantalones y camisa oscuros y su pelo engominado.

Aunque… si él estaba guapo. Yo estaba rompedora.

Me había puesto una minifalda negra, que me llegaba a medio muslo, sin medias, para estar más cómoda. Arriba llevaba una blusa blanca, bien entallada, con varios botones estudiadamente abiertos, de forma que lucía un buen escote, pudiéndose ver sin problemas una buena porción de mis pechos, embutidos en un fino sujetador de encaje.

Borja, cuando me vio, se echó a reír y me echó un piropo, haciéndome una broma sobre lo cara que debía de ser la casa que había ido a enseñar ese día, aunque yo no le presté mucha atención, pues estaba completamente pendiente de Sergio y de la cara que puso cuando le saludé con dos intensos besos en las mejillas, inclinándome convenientemente para que pudiera asomarse sin problemas a mi escote, cosa que, obviamente, el chico hizo sin poderse contener. Me sentí feliz.

Para disimular, le dije a los chicos que acababa de llegar del trabajo y que no me había dado tiempo de cambiarme, cosa que, a juzgar por la cara que ponía Sergi, le parecía estupenda. Para reforzar la impresión, iba descalza, como si acabara de librarme de los molestos tacones y no hubiera tenido tiempo de ir a calzarme unas zapatillas.

Borja anunció que iba a subir a ducharse y a vestirse, lo que, sabiendo lo cuidadoso que es mi hijo con su aspecto, me brindaba la oportunidad de pasar un buen rato a solas con Sergio. Y yo pensaba aprovecharlo.

– Ven conmigo Sergi – le dije en cuanto Borja se perdió escaleras arriba – Iba a preparar algo de cena. Así me haces compañía.

El pobre chico, sin duda bastante confuso (y cachondo, o al menos así lo esperaba yo), me siguió sin protestar, sentándose en una silla de la cocina mientras yo sacaba algunos enseres y los colocaba sobre la encimera, dándole siempre la espalda, para que pudiera recrearse a gusto con mi trasero.

– ¿A qué hora habéis quedado con las chicas? – le pregunté sin volverme.

– ¡Oh! A las once más o menos. Han ido juntas al cine y vamos a recogerlas a la salida.

– ¿Al cine? ¿Y por qué no habéis ido con ellas?

– Bueno… Borja tenía entrenamiento…

– Pues las hubieras acompañado tú. Imagínate qué plan, en la oscuridad de la sala con una chica guapa a cada lado – dije volviéndome hacia Sergi y mirándole a los ojos.

– Yo… no… – dijo él, muy aturrullado.

– Por lo que veo ya ligas, ¿eh? ¿Lo ves? Te lo dije. No has tardado mucho en olvidarte de mí.

Volví a mirarle y vi en su expresión que mi comentario le había molestado. Parecía estar a punto de decir algo y yo me moría de ganas porque lo hiciera; pero, sin embargo, el chico logró contenerse y permaneció en su asiento.

– Es normal – dije, volviendo a darle la espalda – Ya te dije que, en cuanto encontraras a alguna jovencita atractiva, se te pasaría lo que sentías por mí.

– Eso no es cierto – resonó con rigidez la voz de Sergio a mi espalda.

– Ya. Ya lo veo – respondí, encogiéndome de hombros

– Elvira, yo…

– Nada, nada, Sergi, no te preocupes. Es normal. En cuanto aparecen unas tetas jóvenes…

Mientras hablaba, empecé a frotar mi pantorrilla izquierda con el pie derecho, como si estuviera aliviándome un picor, pues es un gesto que tiene algo de erótico. Simulando estar anquilosada, me desperecé estirando los brazos cuanto pude, emitiendo un gemidito que esperaba resultara sexy.

– Sergi, ¿me acercas el delantal? Me da pereza subir a cambiarme y no quiero mancharme la blusa.

Como un autómata, el chico se levantó y descolgó el delantal de un gancho que había en la pared. Sin decir nada, caminó hasta mí y me lo alargó, aunque, obviamente, yo no lo cogí, pues no era esa mi intención.

– ¿Me ayudas a ponérmelo? – dije con mi mejor voz de cándida pastorcilla.

El pobre chico, al que la camisa ya no le llegaba al cuerpo, respiró hondo y agarrando el delantal por la cinta del cuello, lo sostuvo para que yo pudiera deslizar la cabeza. Al hacerlo, procuré inclinarme más de lo necesario, para volver a brindarle la oportunidad de perder los ojos en mi escote. Tras permitirle regalarse la vista un instante, me incorporé y, al hacerlo, simulé dar un pequeño traspiés, arrojándome directamente contra su pecho, aprovechando el viaje para repegarle bien las tetas.

Como dije antes, la sutileza no es mi fuerte.

– Perdona – dije apartándome de él muy despacio.

– No… no es nada – balbuceó él.

Ya lo tenía en el bote.

– ¿Me lo abrochas? – casi ronroneé.

– Claro.

Me di la vuelta y, a pesar de no poder verle, podía percibir perfectamente cómo las manos de Sergi temblaban. El pobre, muy nervioso, llevó las manos adelante hasta encontrar la cinta del delantal y llevándola atrás empezó a hacer el nudo.

– No, no – le interrumpí – Haz el nudo por delante. Así es más fácil para quitármelo luego.

– ¿Cómo? – dijo el chico sin comprender.

– Rodea mi cintura con la cinta y átala por delante.

El tembloroso chico obedeció, pasando la cinta alrededor de mi cintura para intentar hacer el nudo por delante. Sin embargo, lejos de intentar facilitarle la labor, me mantuve de espaldas a él, con lo que tuvo que pegarse bastante a mí para poder hacerlo.

Cuando sentí su cálido cuerpo pegarse contra el mío, dejé escapar un tenue gemido, en parte porque intentaba enardecerle, en parte porque fui incapaz de reprimirlo. Yo también estaba excitada.

– ¿Sabes? – le dije con voz aterciopelada – Tengo que reconocer que a pesar de lo que te dije, no he podido dejar de pensar en ti después de aquella noche.

Sergi no contestó, pero bastaba con ver lo mucho que le estaba costando hacer un sencillo nudo para comprender lo alterado que estaba.

– ¿Te imaginas qué habría pasado si tu madre no llega a llamarte? Yo… yo creo que te habría dejado llegar hasta el final.

Esta vez fue Sergi el que gimió, provocando que una sonrisa se dibujara en mis labios.

– Aún puedo sentir tus manos sobre mí, acariciándome, tentándome… te juro que nunca antes me habían tocado de esa manera…

– Elvira…

– Lo caliente que estaba, lo dispuesta a…

Y la cosa estalló. Justo como yo estaba deseando. Sergi me abrazó con rudeza y, obligándome a volverme hacia él, se abalanzó en busca de mis labios, provocando que un grito de triunfo resonara en mi interior. Volví a sentirme deseada, hermosa. Ya no iba a dudar más.

Sus labios se apretujaron contra los míos, besándome con ansia mientras yo le devolvía el beso con furia. No pasó ni un segundo antes de que sus manos se apropiaran de mis pechos, sacándome el delantal por el cuello y abriendo la blusa de un tirón, de manera que los botones no saltaron por puro milagro.

Sergi se había convertido en una bestia que se movía por instinto, incapaz de pensar ni razonar. Apuesto a que ni siquiera se acordaba de que estábamos en casa de su amigo, que podía bajar en cualquier momento y pillarnos con las manos en la masa. Lo sé porque yo me sentía exactamente igual.

Con brusquedad, hizo saltar el broche del sostén, con lo que mis pechos bambolearon libres de su encierro. Estaban durísimos, con los pezones erguidos, excitados y sensibles. Bastaba un simple roce para hacerme gemir de placer, aunque Sergi no se conformó simplemente con rozarlos, sino que se arrojó a devorarlos con frenesí, obligándome a morderme los labios para no ponerme a aullar.

Sergi estaba descontrolado, frenético. Sin poder evitarlo, apretaba sus caderas contra mí, permitiéndome sentir la enorme dureza apretándose contra mi muslo. Queriendo excitarle todavía más, me las apañé para deslizar una mano hasta su bulto, sobándolo voluptuosamente por encima del pantalón, haciéndole gimotear de placer con la cara enterrada entre mis tetas.

Pero Sergi quería más, esta vez no iba a conformarse con quedarse a medias. Noté cómo sus manos se deslizaban hacia abajo, acariciando con fuerza mis muslos, hasta llegar al borde de mi falda, que subió de un tirón, sin muchos miramientos. Cuando quise darme cuenta, una mano se había perdido dentro de mis bragas, chapoteando en el viscoso charco que se había formado en mi entrepierna, haciéndome bufar y gemir de gusto.

Envalentonado, Sergi no se demoró mucho acariciándome y, antes de que me diera cuenta, me había bajado las bragas hasta medio muslo, quedando así mi excitado e hinchado coñito perfectamente expuesto.

Bruscamente, el joven se arrodilló frente a mí, abandonando el intenso magreo a que estaba sometiendo mis pechos, obligándome a ahogar un gruñido de frustración.

Sergi se quedó frente a mí, arrodillado, con el rostro a escasos centímetros de mi vagina, mirándola con deseo, resoplando como un toro en celo. No sé por qué, pero verle así, postrado frente a mí, admirando la parte más delicada de mi anatomía, me hizo sentirme muy feliz.

Entonces, de repente, Sergi hizo algo inesperado. Se abalanzó sobre mi coño pero, en vez de empezar a chuparlo y besarlo como esperaba (y como sin duda el chico había visto en cien películas porno), lo que hizo fue hundir la nariz entre mis muslos y, entonces, aspiró fuertemente, inundando sus fosas nasales con mi intenso aroma a hembra cachonda.

– ¿Qué haces? ¿Qué haces? – gimoteé sorprendida, sintiendo como mi coñito era voluptuosamente olfateado – ¿Qué haces? – repetí.

Sergi, se apartó de mí, con los ojos cerrados, disfrutando del embriagador aroma.

– Deliciosa – dijo simplemente, con una intensidad tal que provocó que me flaquearan las piernas – ¿Puedo besarlo? – preguntó a continuación.

Incapaz de articular palabra, tuve que conformarme con asentir con la cabeza, apretando con fuerza los labios para no ponerme a gritar de éxtasis.

Sin esperar nuevas instrucciones, Sergi volvió a enterrar el rostro entre mis muslos, buscando, esta vez sí, mi vulva con sus ávidos labios.

Lo cierto es que el pobre no tenía ni puta idea, era tan inexperto que resultaba hasta conmovedor. Cuando quise darme cuenta, su lengua estaba chupando desaforada mi ingle, a un lado del coñito, antes de darse cuenta de su error y colocarse por fin en una posición más apropiada.

Sin embargo, esa misma inexperiencia, esa misma ansia, eran tan intensamente eróticas que a punto estuve de desmayarme. La situación era sumamente excitante, allí medio retrepada sobre la encimera, abierta de piernas para que un jovenzuelo imberbe pudiera lengüetearme a gusto el coño… nunca había estado tan excitada.

Ni Sergi tampoco, pues fue incapaz de aguantar mucho rato practicando sexo oral. Estaba caliente, a punto de perder la virginidad y quería perderla ya.

Dando un gruñido, se incorporó de repente. Sin embargo, no hizo nada, limitándose a permanecer de pie frente a mí, mirándome con intensidad. Yo sabía lo que le pasaba. Se moría por meterla en caliente, pero le daba vergüenza tomar la iniciativa. Pero claro, si él tenía ganas, yo no le andaba muy a la zaga.

– Fóllame – le dije simplemente.

El chico esbozó una sonrisa tan radiante que a punto estuve de echarme a reír. Pero claro, con lo cachonda que estaba, para reír estaba la cosa.

Forcejeando con su pantalón, logró abrir la correa y desabrocharse el botón. En menos que canta un gallo, tenía los pantalones por los tobillos, permitiéndome mirar a gusto el tremendo bultazo que había en sus slips.

Una sonrisilla libidinosa se dibujó en mis labios, mientras miraba juguetona el rostro de Sergi, que estaba tan nervioso y excitado que su cuerpo literalmente temblaba.

Deseando verificar su dureza, llevé sin perder un instante una mano a su polla, estrujándola con ganas por encima del slip, haciendo que el pobre chico gimiera y se inclinara hacia mí. En cuanto acercó su rostro al mío, me apoderé de sus labios, hundiéndole la lengua hasta la tráquea, mientras mi insidiosa mano no dejaba de acariciar su granítica hombría.

Durante un instante, pensé en arrodillarme para devolverle el favor, pero, entre que me moría de ganas porque me la metiera de una vez ya y que me temía que, con lo excitado que estaba, si se me ocurría volver a chupársela no iba a durar ni un minuto, decidí que lo mejor era pasar directamente al plato principal.

Además, estaba el hecho de que Borja podía bajar en cualquier momento. Por suerte, el piloto del gas me indicaba que seguía en la ducha, pero era mejor no tentar a la suerte.

– Fóllame – le susurré al oído, logrando que se le erizasen los pelillos de la nuca.

En menos de un segundo, los calzoncillos de Sergi se reunieron con su pantalón alrededor de sus tobillos. Su polla apareció ante mí, dura y enrojecida, tan hermosa como la recordaba.

Estirando la mano, aferré el duro bálano y con un ágil movimiento de muñeca, lo descapullé por completo, haciendo que el chico gimoteara.

– ¿No me has oído? – volví a susurrarle – Necesito que me la metas ya…

Joder. Como el pistoletazo de una carrera de los 100 metros. Dando un rugido, Sergi se arrojó sobre mí, empotrándome contra la encimera. Su polla, como un ariete, se incrustó en mi cadera, con tantas ganas que, si me llega a dar en la cabeza, me mata.

– Tranquilo, donjuán – siseé aferrando su cuerpo y colocándolo correctamente – Ten calma. Ve despacio.

Mientras hablaba, yo misma me encargué de ubicarla en posición. Muy lentamente, deslicé las caderas hasta ir penetrándome muy poco a poco con su enhiesta polla. Sergi no se movía ni un milímetro, sin duda disfrutando de la sensación de su rabo hundiéndose lentamente en una cálida y bien lubricada vagina.

Por fin, noté cómo sus testículos se apretaban contra mí, con toda la barra de carne hundida por completo en mi interior.

– Muévete, mi amor – siseé – Despacio… Así… con cuidado….

Sergi, todavía bastante nervioso, empezó a moverse lentamente entre mis muslos, bien abiertos para recibirle. Poco a poco, a medida que ganaba confianza, empezó a incrementar el ritmo, gimiendo y resoplando contra mí, hundiéndose una y otra vez en mi acogedora cueva.

– Sí, así, cariño. Muy bien. Lo haces muy bien – le animaba yo, comenzando a sentir cómo el placer se abría paso por mis venas, a medida que el chico iba cogiendo el ritmo y aprendiendo a dar goce a una mujer.

Instantes después, empezando a disfrutar a fondo el polvo que estábamos echando, Sergi se envalentonó y, haciendo un alarde de fuerza, levantó mi cuerpo aferrándome por los muslos y me sentó en la encimera, empezando entonces a follarse mi coñito con más brío, mientras mantenía mis piernas en alto.

– Así, Sergi, así – gimoteaba yo – Joder, qué bien lo haces… ¡Fóllame!

Estaba excitadísima. Cierto es que se percibía perfectamente la inexperiencia del chico, no sabía nada e técnicas ni trucos para darle gusto a una mujer. Para él (cosa lógica por otro lado) todo se reducía a culear como un loco, clavándome el estoque con tantas ganas y tan a fondo como podía.

Sin embargo, el morbo de la situación, acentuado por el miedo a que nos pillaran, estaba convirtiendo aquel sexo en uno de los mejores de mi vida. Mientras follábamos, yo no dejaba de pensar en cómo sería nuestra vida a partir de entonces, en cuantas cosas podía enseñarle a aquel chico que se hundía en mí sin parar.

– ¡AAAAAAHH! ¡Elvira! ¡Elvira! – gimoteó Sergi cuando sintió que el orgasmo se desataba en sus entrañas.

Sabiendo lo que se avecinaba, le abracé con ganas y volví a besarle, sintiendo cómo su verga literalmente explotaba, derramando su semilla en mi interior. El ardiente líquido se desparramó en mi seno, llenándome hasta arriba, quemándome.

Yo no me había corrido, pero me daba igual. Me sentía feliz por estar allí, abrazada a aquel apuesto joven, sintiéndome querida, deseada…

Muy despacio, tratando de recuperar el aliento, Sergi fue retirándose. Pude sentir cómo su verga, todavía notablemente dura, se deslizaba fuera de mí, arrastrando una buena cantidad de semen, que resbalaba por la cara interna de mis mulos.

El chico, quizás un poco avergonzado, me miraba con aire confuso, como si no comprendiera muy bien lo que acababa de pasar. Sintiendo un intenso cariño por él, aferré sus mejillas con mis manos y atraje su rostro hacia mí, dándole un tierno besito.

– Has estado fantástico – le dije mirándole a los ojos y gozando al verle enrojecer.

– Gracias – dijo él – Tú sí que eres fantástica. Si supieras cuantas veces he soñado con esto…

– ¿Con esto? ¿Así que tienes sueños en los que te follas a la mamá de tu amigo en la cocina? – bromeé, tratando de avergonzarle un poco.

– En la cocina, en el dormitorio, en el baño… – respondió él con picardía.

– Vaya, vaya – dije, acabando por ser yo la que sentía vergüenza – ¿Es que no sueñas otra cosa?

– No. Y lo bueno es que, a partir de ahora…. voy a hacer realidad todos esos sueños.

Las rodillas volvieron a temblarme.

…………………………..

Un buen rato después (no teníamos por qué habernos dado prisa, pues Borja aún tardó bastante), nos reunimos los tres en el salón.

Yo había aprovechado para subir a mi dormitorio a cambiarme, poniéndome algo más apropiado para estar por casa, no tan sexy obviamente, aunque eso no importaba, pues, cada vez que mi mirada se cruzaba con la de Sergi, no podíamos evitar sonreír, rememorando todo lo que acababa de pasar.

Tras soportar un buen rato mis bromas sobre citas adolescentes, los chicos anunciaron que era hora de marcharse, aunque, a juzgar por la cara que ponía, sin duda Sergi habría estado más que a gusto de pasar de la cita y quedarse allí conmigo. Ojalá hubiera podido.

Cuando salí a despedirles, me las ingenié para retener a Sergi un instante, que aproveché para volver a meterle la lengua hasta el fondo, para que se llevara un último recuerdo de mí.

– Estoy deseando que volvamos a vernos – le susurré.

La tal Nerea tenía que ser algo increíble si quería lograr que Sergi le prestara atención.

…………………………..

Cené con hambre de lobo, pues había quemado muchas energías. Mientras comía, no dejé ni un instante de pensar en Sergi y en todo lo que había pasado… y en todo lo que iba a pasar.

A pesar de todo, lo cierto es que me sentía un poco insatisfecha, pues no había llegado a correrme. Qué raro, ¿verdad chicas? Echar un polvo y no alcanzar el orgasmo.

Deseando relajarme y aliviarme, me preparé un buen baño, al estilo de las películas, con agua caliente, velas, sales y una buena copa de vino… ¡Ah, sí, se me olvidaba! Y con mi querido consolador.

……………………………

Nos convertimos en amantes. Lisa y llanamente. Sin medias tintas.

Nos veíamos siempre que podíamos, procurando ser discretos, eso sí, pero abandonándonos al más profundo de los desenfrenos.

De todas formas, fuimos prudentes, poniendo especial cuidado en que nadie nos pillara. A pesar de que Borja tenía los entrenamientos y no solía estar por las tardes, no nos confiamos y decidimos no volver a follar en casa, ni a hacer nada remotamente inapropiado.

Fuimos un par de veces a moteles baratos, de esos que alquilan cuartos por horas y donde no iban a poner cara rara por ver a un jovencito acompañado de una mujer claramente mayor.

Sin embargo, la sordidez de esos sitios hacía que me sintiera incómoda, así que pronto dejamos de hacerlo. Empezamos a usar entonces el coche y los descampados, pero ahí el riesgo de que alguien nos viera era mayor.

Estaba casi decidida a llevar a Sergi a algún hotel de más categoría, cuando la solución se me ocurrió de repente.

Simplemente, cogía las llaves de alguna de las casas que teníamos para vender en la agencia, de la que yo supiera que los dueños no estaban en la ciudad (o en el país), pudiendo así disponer de lujosos picaderos en los que dábamos rienda suelta a nuestro libertinaje. Como las llaves las tenía yo, ni siquiera existía el riesgo de que algún compañero organizara una visita y nos pillara in fraganti. Miel sobre hojuelas.

Lo gracioso fue que empecé a encontrar aquello tremendamente divertido, pues se me ocurrió empezar a utilizar precisamente aquellas casas que tenía que enseñar al día siguiente. Así, cuando lo hacía y estaba con algún cliente, yo no paraba de pensar cosas como: “Y aquí fue donde se la chupé a Sergi ayer por la tarde” o “En este sofá me la metió por el culo por primera vez” y guarradas similares. Me estaba volviendo un poquito golfa, lo reconozco.

Y Sergi otro tanto. Día tras día, el chico ganaba confianza en si mismo, aunque nunca perdía de vista que yo tenía mucha más experiencia que él. Así que, además de convertirnos en amantes, establecimos una sensual relación maestra – alumno, en la que yo me esforzaba no sólo en enseñarle todo lo que sabía sobre el sexo, sino también en cómo tratar a las mujeres.

Y Sergio era un alumno excelente, podéis creerme. Sólo tengo que deciros que, aquel polvo sobre la encimera de mi casa fue la única ocasión en que Sergi no logró llevarme al orgasmo. Qué envidia, ¿verdad chicas?

Seguimos así una temporada. Hablando en plata, follábamos como conejos. Nos veíamos prácticamente todos los días y siempre acabábamos encamados.

Intentamos salir por ahí un par de veces, pero siempre acabábamos fingiendo ser madre e hijo, para que la gente no nos mirara raro. Y claro, fingir que el chico que te acompaña es tu hijo, mientras te mueres porque se meta dentro de tus bragas, cortaba un poco el rollo. Sin contar con la molestia de no poder ir a ningún sitio donde nos conocieran, porque si empezaban los rumores… ya os imagináis ¿no?

A pesar de sentirme muy feliz, en todo momento había una cosa que me perturbaba. Aunque Sergi parecía estar muy a gusto conmigo y no dejaba pasar ninguna oportunidad de piropearme y decirme que me quería, yo no dejaba de pensar que, algún día, se sentiría atraído por alguna jovencita de su edad y me dejaría más plantada que un geranio.

Por eso me esforzaba tanto en que se lo pasara bien y disfrutara conmigo, haciendo todo lo que él quería.

Y así fue que, cuando él me propuso irnos a pasar todo un fin de semana juntos, no me lo pensé ni un segundo en aceptar. Además, la siguiente festividad caía en martes, por lo que podíamos aprovechar el puente para estar 4 días los dos solos. Su idea era alquilar una casa rural en la montaña, donde nadie nos conociera, lo que me pareció estupendo, así que confié en él cuando me dijo que sabía exactamente qué casa alquilar. Le di el dinero para reservarla y para comprar provisiones, aunque él insistió en pagar su parte, pues había convencido a Úrsula de que se iba con unos amigos y ella le había dado la pasta.

Además y para acabar de redondearlo, Borja me había dicho que iba a disputar un torneo en no sé donde, así que iba a pasar esos días fuera de casa, lo que me pareció una coincidencia afortunadísima.

Como dije antes. Ilusa de mí.

…………………………………………….

Le recogí el viernes por la tarde en mi coche, a cierta distancia de su casa, para evitar que su madre (o algún vecino) pudiera vernos. Para minimizar todavía más los riesgos, Sergi lleva puesta una gorra y gafas de sol, lo que propició que me burlara de él diciéndole que parecía un espía de serie B.

Borja se había marchado con el equipo un par de horas antes, cargado con un bolsón de ropa tan grande que le pregunté si es que por fin se iba de casa. Él se rió meneando la cabeza y se despidió con un beso. En cuanto salió, aproveché para cargar en el coche todos los víveres que había comprado y mi ropa y esperé el mensaje de Sergi para avisar de que estaba listo.

El pueblo al que nos dirigíamos estaba a unos buenos 50 kilómetros de la ciudad, así que puse rumbo a la autovía de inmediato, con intención de llegar lo más pronto posible. En cuanto salimos de la urbe y, una vez a salvo de ojos curiosos, Sergi se inclinó hacia mí y me dio un rápido beso en los labios que le devolví con entusiasmo.

Mientras me besaba, acarició suavemente mi muslo desnudo (iba vestida con unos shorts blancos) y, como el que no quiere la cosa, dejó la mano descuidadamente sobre la pierna mientras yo conducía, lo que me encantaba y me ponía nerviosa a partes iguales.

– No se te vaya a ocurrir hacer ninguna trastada con esa mano – le dije señalándola sin soltar el volante.

– Tranquila. ¿Crees que quiero que nos matemos? Ya sé cómo te vuelves de loca cuando te toco el coñito…

Ese tipo de conversaciones soeces se habían convertido en habituales entre nosotros. Desde que estaba con él, había descubierto que el decir guarradas me resultaba de lo más excitante. Y a Sergi le pasaba otro tanto.

Seguimos viaje con tranquilidad, charlando amigablemente, poniendo especial cuidado en no cometer ninguna infracción, no fuera a pararme la poli con un menor en el coche sobándome la cacha (sé que el riesgo era ínfimo, pero para qué tentar a la suerte).

Yo hablaba hasta por los codos, sin dejar de prestar atención a la carretera (y a la mano de Sergi, que seguía deliciosamente apoyada en mi muslo), así que, al principio, no me di cuenta de que el chico participaba poco en la conversación. Parecía un poquito tenso, aunque lo atribuí a la perspectiva que se abría ante él de pasarse 4 días zumbándose a un pivón como yo. Aquella fue la primera señal de que algo no iba bien.

Tras poco más de una hora de conducción, llegamos al pueblo. Le pregunté a Sergi si había quedado con el dueño allí o directamente en la casa, a lo que él me respondió que lo segundo. Lo curioso del caso fue que me dio indicaciones precisas para llegar al lugar, sin necesidad de preguntar a nadie. Segunda señal.

– O sea, ¿ya has estado antes allí? – le pegunté.

– Sí… sí. Hace 2 veranos… La alquilé con unos amigos. Está muy bien, ya verás.

Se notaba que estaba un poquito nervioso.

– ¿Hace 2 veranos? Sí, me acuerdo de aquello. Borja también estaba, ¿verdad?

Su mano se retiró de mi pierna, aunque no le di mayor importancia.

– Sí, sí que estaba… A él también le encantó el sitio…

Al poco de salir del pueblo, Sergi me hizo meterme por un camino de cabras (por llamarlo de algún modo, siendo generosos) que partía de la carretera principal. Entre botes, saltos y meneos, me las apañé para recorrer los dos kilómetros que faltaban hasta la casa sin destrozar los amortiguadores ni los ejes.

Por fin, tras un recodo del camino, apareció frente a nosotros la casa en cuestión. Para estar allí escondida donde Cristo perdió la sandalia, tuve que reconocer que tenía muy buen aspecto, examinándola con ojo experto de agente inmobiliaria. Una casita de una sola planta, amplia, con grandes ventanales, garaje independiente y, asomando por la parte atrás, una respetable piscina con inmejorables vistas del valle.

– Oye, no veo el coche del dueño. ¿A qué hora habías quedado con él? – pregunté al ver la parte delantera de la casa desierta.

– ¡Oh! – exclamó Sergi, un tanto aturrullado – Lo habrá metido en el garaje.

– ¿Y para qué iba a hacer eso? ¿Es que van a venir aquí a robarle el coche? – bromeé.

Tercera señal de que no todo iba como debía.

Y la cuarta señal… Fue apoteósica.

En cuanto el coche se detuvo, apagué el contacto y abrí la puerta, bajándome de inmediato. Escuché cómo se abría la puerta de la casa, miré por encima del techo del coche… y casi me caigo de culo.

Sí, ya sé que lo habéis adivinado. Tampoco es que pretendiera engañaros, pero lo cierto es que, cuando vi a Úrsula y a mi hijo salir de la casa… no me desmayé por puro milagro.

– Hola mamá – me saludó Borja con aire un poquito nervioso.

– ¿Borja? ¿Qué? ¿Cómo?

Yo los miraba a los tres, incrédula, allí, de pie frente a la acogedora casita. Lo único que me consolaba era que Úrsula, si bien no tan alucinada como yo, al menos sí que parecía sentirse azorada y un tanto incómoda.

– Tú… ¿tú lo sabías? – tartamudeé señalando a la otra mujer.

– Me he enterado hace 5 minutos. Te juro que no tenía ni idea. Estos dos han jugado con nosotras como les ha dado la gana – respondió la madre de Sergi, avergonzada.

– Pe… pero entonces… ¿tú y Borja? ¿Sois…?

Úrsula apartó la mirada, clavándola en el suelo. Pero, ¿Sería posible? ¿Aquella golfa estaba tirándose a mi hijito?

Borja me sacó de dudas.

– No pongas esa cara, mamá. Úrsula es mi novia… como tú eres la de Sergio. Y, como estábamos hartos de andar con secretos, hemos pensado contároslo de una vez por todas.

……………………………

Minutos después me encontraba sentada en uno de los cómodos sofás que había en el salón de la casa, bebiendo con manos temblorosas un vaso de whisky que Úrsula me había traído, tratando de volver a poner mi corazón en marcha.

– Lo siento, no tenemos coñac. Esto es lo más parecido – me decía la zorra que se estaba follando a mi hijo.

– Da igual – respondí con sequedad – Esto me irá bien.

Nos quedamos los cuatro callados. Algo más recuperada, me sentía un poco incómoda al sentir las miradas de los tres clavadas en mí. Pero, ¿qué coño esperaban? ¿Pensaban que iba a enterarme de que mi hijo se acostaba con una tiparraca 20 años mayor que él y me iba a quedar tal cual?

Ni por un momento me paré a pensar en la ironía del asunto, así de alterada estaba.

– Bien – dije cuando me recuperé un poco más – Espero que os hayáis divertido con la bromita. Borja, coge tus cosas y métete en el coche, que nos volvemos a casa. Y tú… – dije mirando a Sergi.

Pero no llegué a decirle a Sergio lo que pensaba de él, pues Borja me detuvo en seco.

– De eso nada, mamá. Siento que te lo hayas tomado tan a la tremenda y que te hayas enfadado. Pero, si te quieres ir, te vas tú solita. Yo me quedo aquí con Úrsula.

Mano de santo. Aquello me despejó muchísimo mejor que el alcohol. Ni rastro del mareo quedó.

– PERO, ¿SE PUEDE SABER QUÉ COÑO DICES? ¡MÉTETE EN EL COCHE ANTES DE QUE TE DÉ UN BOFETÓN! ¿SERÁ POSIBLE? ¿TE CREES QUE TE VOY A DEJAR AQUÍ CON ÉSTA… ÉSTA…?

– Mamá, no digas ninguna burrada, por favor – dijo mi hijo con bastante tranquilidad – Te recuerdo que ella ha hecho exactamente lo mismo que tú.

Me quedé sin palabras. Por fin caí en la cuenta. ¿Por qué me enfadaba con Úrsula, si yo hacía lo mismo con su hijo? Como ven, no soy precisamente una persona muy racional.

– Pero, pero – balbuceé.

– Mamá, será mejor que afrontes que ella y yo somos pareja. Casi tengo los 18 y, si te emperras en impedir lo nuestro, me iré de casa a vivir con ella. Como mucho podrías retenerme unos meses más…

No entendía lo que pasaba. Me sentía confusa, alucinada. ¿En serio estaba diciéndome mi hijo que se iba a ir de casa para irse con aquella pelandusca?

Viéndome un poco más calmada (o más atónita) Sergi aprovechó para sentarse a mi lado. Con delicadeza, tomó una de mis manos entre las suyas y, tirando suavemente, hizo que le mirara a los ojos.

– Te pido perdón, preciosa – me dijo Sergi, utilizando el apodo cariñoso que usaba en la intimidad – No pensamos que fueras a tomártelo así de mal. Sabes que te quiero y Borja siente lo mismo por mi madre. Pensamos que esta excursión serviría para contaros la verdad y que podríamos pasarlo muy bien los cuatro juntos. Saldríamos por ahí a pasear, bañarnos en la piscina, que mamá y tú os conoceríais mejor… Pero, si te sientes incómoda, nos volvemos tú y yo a casa y allí podremos hablar todo lo que quieras.

El muy mentiroso. Qué cabrito. Cómo volvió a colármela doblada.

– No, no, Sergi – dije, tragándome el anzuelo con plomo y todo, en absoluto dispuesta a dejar a solas a Úrsula con mi hijo – Ha sido la impresión. No me esperaba esto para nada. Pero, ¿tú no tenías partido? – dije mirando a Borja.

Como ven, tenía la cabeza un poco ida y mi mente saltaba de una cosa a otra sin control alguno por mi parte, mientras mi cerebro se esforzaba en encajar todo aquello.

– Perdona, mamá. Era una trola – dijo Borja con cara de no sentir el menor remordimiento – Lo planeamos Sergio y yo hace un par de semanas, para aprovechar el puente y eso…

Meneé la cabeza, un poquito enfadada.

– ¿Y tú? – dije volviéndome hacia la otra mujer – ¿Desde cuándo… estás con Borja?

La frase que se formó en mi cabeza en realidad era “¿Desde cuándo estás follándote a mi niño, pedazo de puta?”, pero tuve el suficiente sentido común para callármela.

– Unos 7 meses – respondió ella con seguridad.

Maldita guarra. Llevaba más tiempo que yo con Sergi. O sea que el cabrito de mi hijo llevaba meses mintiendo como un bellaco.

– O sea, que todos esos entrenamientos extra… – le dije a Borja.

Éste se limitó a sonreír y a encogerse de hombros. Un pelo faltó para que le calzara un buen sopapo.

– ¿Y bien? ¿Estás más tranquila? – dijo Borja al ver que yo había dejado de temblar – ¿Podemos hablar ahora como adultos?

– ¿Adultos? ¡Como me quite yo la zapatilla, vas a ver adultos! – pensé, aunque no dije nada, limitándome a asentir con la cabeza, resignada.

Qué bien ensayado lo tenían los cabritos. Apuesto a que Borja tenía calculada hasta cuál iba a ser mi reacción y había previsto la mejor manera de contrarrestarla. Entre los dos, nos dedicaron un estudiado discurso, ponderando lo mucho que nos querían ambos y las ganas que tenían de dejar de engañarnos, razones por las cuales se habían animado a organizar aquella excursión.

Úrsula, que ya estaba más que convencida cuando yo llegué a la casa, miraba a mi hijo con embeleso, mientras éste anunciaba a los cuatro vientos cuánto la quería y cuántas ganas tenía de que nos lleváramos bien.

Yo, aún requemada, tardé un poco más en dar mi brazo a torcer, pero claro, tener allí a Sergio, mirándome con ojos de cordero degollado, pidiéndome perdón por el engaño y jurándome amor eterno… ¿Cómo iba a decir que no?

Como dije antes, me la metieron doblada… Y más tarde… lo hicieron literalmente.

…………………………………

Los dos hijos de puta (definición que les viene que ni pintada), lo tenían todo estudiado al milímetro. Aquella primera tarde, una vez recuperadas de la impresión y una vez que hubimos aceptado que ya no había marcha atrás, los dos se mostraron encantadores, encargándose de todas las tareas de la casa, mientras Úrsula y yo (un tanto incómodas la una con la otra), descansábamos tumbadas en hamacas junto a la piscina (con la ropa que traíamos puesta, pues ninguna tenía ganas de darse un baño).

Mientras, los chicos sacaron todos los bultos de los coches, ordenando la comida en la despensa y las ropas en los dormitorios. Según descubrí después, colocaron mis cosas en un cuarto junto a las de Sergio y las de mi hijo con Úrsula, como si fuéramos parejas normales y corrientes, lo que, obviamente, era parte de su plan.

Aunque aún me sentía un poquito enfadada, decidí hacer de tripas corazón y tratar de charlar un poco con la put… digo con la encantadora madre de Sergio.

– Así que siete meses ¿eh? – le dije.

– Ajá – asintió – ¿Y vosotros?

– Poco más de cinco. ¿Recuerdas aquella noche que le llevé a tu casa y te contamos no se qué de un pinchazo? Pues desde entonces.

El rostro de Úrsula se tensó un poco, pero se las apañó para mantener la sonrisa. Yo me regocijaba por dentro, pues me di cuenta de que, como me pasaba a mí, no le había hecho mucha gracia descubrir que yo estaba follándome a su hijo.

Ahora que han pasado unas semanas de aquello, me doy cuenta de que, si Úrsula y yo hubiéramos hablado en serio y hecho frente común, quizás la cosa no habría acabado como terminó. Pero, como elegimos mantener la rivalidad entre nosotras, los chicos lo tuvieron facilísimo para salirse con la suya… Divide y vencerás.

………………………………

La velada fue hasta divertida. Los chicos prepararon una tortillas espantosas y unas hamburguesas casi incomibles, que tomamos en un ambiente más relajado. Tras la cena, Sergi sacó un juego de mesa, de esos con pruebas de mímica y nos reímos un montón, mientras nos tomábamos unas copas muy ligeras.

Ya de madrugada, nos retiramos a nuestros cuartos. Yo iba un poquito nerviosa, decidida a pararle los pies a Sergi si se le ocurría intentar echar un polvo, pues ni de coña iba a permitir que mi hijo escuchara a su madre rebuznando de placer a través de las paredes.

Pero qué va, Sergi se portó como un caballero, limitándose a meterse conmigo en la cama y a abrazarme, pidiéndome disculpas nuevamente, mientras me acariciaba con cariño el pelo.

Poco después y ya más tranquila al no escuchar rebuznos provenientes del otro dormitorio, me dormí entre los brazos de mi amante, sintiéndome un poquito mejor tras un día alucinante y agotador.

Ése fue mi último momento de paz.

……………………………….

Y es que, al otro día, los chicos pusieron la maquinaria en marcha.

………………………………..

Me desperté tarde, después de haber dormido como un tronco, agotada emocionalmente por el duro día anterior. Escuché voces y risas fuera de la casa y un par de chapuzones me hicieron comprender que los demás estaban en la piscina.

Tras desperezarme y desentumecerme a gusto, me metí al baño y, tras usar el inodoro, me di una ducha rápida, poniéndome después el bikini debajo de una camiseta de algodón.

Ya sé que era una tontería ducharse para ir directa a la piscina, pero es un viejo hábito el hacerlo nada más levantarme. Si no lo hago no soy persona.

Relajada, me asomé por la ventana para darles los buenos días, ya que ésta daba directamente hacia el área de la piscina. Al hacerlo, vi a Borja y a Sergi peleando en broma dentro del agua, tratando de hundirse el uno al otro. Iba a llamar su atención saludándoles cuando vi a Úrsula tumbada en una hamaca, lo que hizo que el saludo muriera en mis labios.

La muy golfa iba en topless, tumbada tranquilamente con las tetas al aire sin pudor alguno delante de los dos chicos.

La ira regresó con fuerza, haciéndome salir disparada de la habitación hacia la parte de atrás. El hambre se me había quitado de golpe, olvidándome por completo de mi idea de ir a desayunar. Como una exhalación, salí al patio, con los ojos llameantes clavados en los desnudos pechos de la mamá de Sergio.

– ¡Hola, mamá! ¡Buenos días! – me saludó mi hijo, sonriendo radiante desde el agua.

– ¿Qué? ¡Oh! ¡Hola! – respondí, perdiendo momentáneamente el hilo.

– ¡Hola, preciosa! ¡No veas cómo se te han pegado las sábanas! – me saludó también Sergi en idéntico tono.

– ¡Hola! Sí, es verdad, me he quedado frita – respondí.

No sé qué me pasó, al saludarles, al verles allí tan tranquilos y relajados, me sentí confusa y fue como si el enfado con Úrsula se evaporara…

– Buenos días, Úrsula – le dije con educación, sentándome en otra hamaca.

– Buenos días – dijo ella levantando levemente sus gafas de sol para mirarme con una sonrisa un tanto forzada – ¿Has dormido bien?

– Sí, maravillosamente – respondí con idéntica sonrisa – Toda la noche acurrucadita entre los brazos de Sergio. Es un amor.

¡Bingo! Pude ver perfectamente como sus ojos refulgían con un brillo acerado. Mi comentario había hecho blanco. Me encantó.

– Sí, yo igual – contraatacó ella – Borja es estupendo. Y da un calorcito…

– Puta – dije en silencio.

– Golfa – respondió Úrsula, sin decir ni pío.

Si las miradas matasen…

– Vas un poco ligerita, ¿no? ¿Te parece apropiado ir con las tetas al aire delante de los chicos?

– Bueno, yo – dijo ella un poco turbada – Me han convencido. Yo no estaba segura…

Aquello me sorprendió. Ver a Úrsula sentirse avergonzada por ir con las domingas al aire… ¿No había sido idea suya?

La respuesta llegó de inmediato.

– ¡Hola, guapa! – dijo Sergio, que había salido del agua y se había acercado sin que me diera cuenta.

Antes de que acertara a reaccionar, el chico se inclinó sobre mí y me dio un rápido piquito en los labios. No me pareció mal, total, a esas alturas, ninguno se iba a escandalizar, así que le miré sonriéndole con calidez.

La sonrisa se desvaneció cuando alcé la vista y me encontré de bruces con la polla del chico al aire, medio morcillona, bamboleando con descaro entre sus piernas. Me quedé boquiabierta, sin saber cómo reaccionar, con los ojos clavados en la verga que me había metido en aquel lío.

– Buenos días, mamá – dijo Borja, que también se había acercado, besándome con cariño en la mejilla.

Le miré temblorosa, sabiendo perfectamente lo que me iba a encontrar. Efectivamente, mi hijo también iba desnudo, exhibiendo sin ningún pudor su miembro semi erecto ante la mirada atónita de su madre.

Me quedé boquiabierta, sin ser capaz de articular palabra, aunque no era necesario decir nada para comprender lo que pensaba de aquello, pues mi cara debía ser un auténtico poema.

– Vamos, mamá, no seas mojigata – dijo Borja despreocupadamente – Ya somos todos mayorcitos. Como estamos las 2 parejas solas, hemos pensado en ir en plan nudista. Pero, si a ti no te parece bien, haz lo que quieras.

¡Hala! ¡Ya estaba todo dicho! ¡La cosa más normal del mundo, pasar el día en la piscina con mi hijo en pelotas!

– Sí, Elvira – intervino Sergio – No te sientas obligada porque mi madre lo haya hecho. Si no quieres desnudarte, no lo hagas.

Miré a Úrsula y me pareció vislumbrar una sonrisilla de suficiencia en sus labios, lo que hizo que de nuevo me hirviera la sangre. Sin embargo, supe controlarme, manteniendo la calma lo suficiente para resistirme, pudiendo así impedir que los chicos se salieran con la suya.

– Sí, lo cierto es que no me sentiría muy cómoda mostrando las tetas – dije dirigiendo una mirada a Úrsula que decía: “Como hacen otras putas”.

– Es una pena – dijo Sergio – Tienes unos pechos preciosos. El otro día le decía a Borja que…

– ¿Le hablas a mi hijo de mis tetas? – exclamé medio espantada.

– Bueno… – respondió Sergi un tanto azorado – Es normal, ¿no? Somos amigos. Hablamos de nuestras novias y eso…

Aparté la mirada y la clavé en Borja. En su rostro bailaba una sonrisa medio burlona, medio jactanciosa que yo nunca le había visto antes. El chico me miraba con descaro y no me habría extrañado en absoluto que me hubiera dedicado un guiño libidinoso. Quizás, si lo hubiese hecho, yo habría reaccionado dándole una torta y habría salido escopetada de allí.

Pero no lo hice.

En cambio, me quedé petrificada, atónita, cuando por fin todas la piezas encajaron en mi cabeza. Había demostrado ser una estúpida por no darme cuenta antes. Era obvio. Aquella sonrisa descarada de Borja me había hecho comprender por qué estábamos allí en realidad, por qué nos habían traído a aquella casa en mitad de la sierra.

Nuestros hijos habían decidido follarse a sus propias madres. Y nosotras habíamos caído en la trampa.

Me sentía ausente, como fuera de mí. Me recosté en la hamaca, mientras la comprensión se adueñaba de mi cerebro y debilitaba mi cuerpo. Miré a Úrsula, preguntándome si ella también habría comprendido la situación. ¿Se habría dado cuenta? Y, si era así, ¿le importaría realmente?

– Déjame sitio cariño. Quiero sentarme contigo.

La voz de Borja atrajo mi atención, sacándome parcialmente del trance. El chico, con todo el desparpajo del mundo, tendió la mano a Úrsula para ayudarla a incorporarse y, tras hacerlo, puso el respaldo de la hamaca un poco más vertical y se sentó detrás de la mujer, haciendo que se recostara contra él, provocando que (como mi alucinado cerebro se encargó de recordarme) su desnudo falo quedara bien atrapado contra la espalda de Úrsula.

Ella me dirigió una mirada un poquito nerviosa, como abochornada por el desparpajo con que se comportaba mi hijo, pero no hizo nada por detenerle, así que tuve que quedarme callada.

Bastante molesta, decidí ignorarles mientras no paraba de darle vueltas al coco para ver si encontraba alguna solución. No para largarme de allí, claro, eso era fácil (tampoco era que me hubieran secuestrado), sino para conseguir que Borja se volviera a casa conmigo.

Me quité la camiseta y me puse a tomar el sol en bikini, tratando de adoptar una actitud digna, simulando que todo aquello me daba igual. Sin embargo, no era tarea fácil ignorar las risitas y los besuqueos que provenían de la hamaca de al lado.

Con mucho disimulo, mirándoles de reojo, pude ver cómo mi “dulce hijito” estaba aprovechando su inmejorable posición para sobarle a placer las tetas a la golfa de Úrsula, con la excusa de ponerle protección solar, aplicándole de paso unas ligeras caricias en los costados para hacerle cosquillas.

La mujer, lejos de mostrarse molesta, se retorcía riendo entre los brazos de mi hijo, mientras el muy ladino la magreaba sin cortarse un pelo delante de su madre.

– Apuesto a que tiene la polla dura como un leño – se coló en mi mente el libidinoso pensamiento sin poder evitarlo.

Entonces noté que algo me tapaba la luz del sol, encontrándome con Sergi inclinado sobre mí, esbozando una sonrisilla nerviosa.

– ¿Quieres que te ponga un poco de aceite? – preguntó enseñándome un bote de protector.

– No – respondí con sequedad – Lo haré yo misma.

Sin añadir nada más, le arrebaté con cierta brusquedad el aceite de las manos y procedí a embadurnarme la piel, procurando en todo momento ignorar lo que sucedía en la hamaca de al lado.

El pobre chico se quedó un poco cortado, aunque no me remordió la conciencia para nada, pues le consideraba a él tan culpable de aquella encerrona como a Borja. Sin embargo, no sé explicar por qué, tenía la sensación de que el verdadero cerebro de aquella trampa era mi hijo y no Sergi, quizás porque siempre había sido el que llevaba la voz cantante en su amistad.

Manteniendo mi pose digna, me puse las gafas de sol y me tumbé para ponerme morena, simulando que no encontraba para nada incómodo que mi hijo estuviera allí al lado, magreando a una tipa de mi edad.

– Oye, ¿os apetece tomar una copa? – preguntó Sergi, creo que más que nada por no quedarse allí solo de pie.

– ¡Buena idea! – exclamó Borja – ¡Prepara unos mojitos de esos que tú sabes!

Estuve a punto de decir que no quería nada, pero las risitas y los arrumacos que se estaban haciendo aquellos dos seguían cabreándome, por lo que decidí que quizás un poco de alcohol me vendría bien.

Sergi se marchó, un poco dolido porque estuviera pasando olímpicamente de él, pero merecido se lo tenía. Yo seguí dándole vueltas a la cabeza a cómo escapar de aquella situación, sopesando incluso simular un accidente para que tuvieran que llevarme a un hospital y así salir todos de aquel lupanar.

– ¿Nos damos un baño? – escuché que preguntaba mi hijo.

– ¡Venga! – respondió la fulana.

– ¿Vienes mamá?

Alcé la mirada y me los encontré a los dos en pié junto a mi hamaca. Protegida por los cristales oscuros mis ojos se dirigieron inmediatamente hacia las tetas de Úrsula, que se mostraban orgullosas, con los pezones bien enhiestos y la piel literalmente brillando por todo el aceite que mi hijito les había aplicado.

– No, ahora no me apetece – respondí con dignidad.

Sí, sí, mucha dignidad mostraba yo, pero, en realidad, me sentía un poco frustrada porque no había podido constatar el estado de la entrepierna de Borja, pues Úrsula se encontraba en medio. Como ven, mis principios son más bien frágiles.

El agua del chapuzón de mi hijo salpicó hasta mí. Úrsula saltó al agua a continuación y, a los pocos segundos, los dos estaban abrazados morreándose con lujuria, sin importarles un carajo que yo estuviera allí al lado.

Cuando regresó Sergi con una bandeja y cuatro vasos, le arrebaté mi mojito con muy malos modos y, con bastante rabia, lo apuré de un trago, lo que, en ayunas como estaba, me sentó de puta madre.

– Tráeme otro – le dije a Sergi con sequedad – Tenía mucha sed.

El chico, sonriendo un tanto confuso, se limitó a alargarme su propio vaso, que aún no había tocado y regresó a la casa a prepararse otra copa.

A pesar de no querer hacerlo, no podía evitar echar miradas subrepticias a la pareja que estaba magreándose en el agua. Por una parte, no acababa de creerme que aquel tipejo pervertido y calculador fuera mi dulce hijo, pero, por otra parte, sentía un extraño orgullo por verle hecho ya un hombre que, obviamente, sabía cómo tener satisfecha a una mujer. Orgullosa y quizás… algo más.

Sergi regresó con su propia bebida y, calibrando mi estado de ánimo, se tumbó en la otra hamaca sin decirme nada. Pero claro, al fin y al cabo éramos pareja, llevábamos meses follando como conejos, era imposible que yo me quedara callada y lo dejara estar.

– Menuda encerrona nos habéis preparado – le espeté – Tendrías que haberme contado esto hace mucho tiempo.

– ¿Y qué iba a hacer? – preguntó – Borja prefería que guardara el secreto. Y, la verdad, yo tampoco me moría de ganas de que mamá se enterara de lo nuestro.

– Pues tu madre no parece muy afectada – dije señalando a la pareja que seguía morreándose, completamente ajena a nosotros.

– Quizás es que ella es más madura que tú – dijo él, sin pensar.

– Vete a la mierda.

Estuve enfurruñada un buen rato y Sergi, que a esas alturas me conocía bien, optó por dejarme tranquila rumiando mi enfado.

Sin embargo, cuando tuvo ocasión, le dio un discreto toque de atención a Borja, como diciéndole que se cortara un poco, que yo estaba que echaba humo.

Por suerte, mi hijo captó el mensaje y aflojó un poco de hacer guarrerías delante de su madre, lo que, unido a un tercer mojito que Sergi me trajo, contribuyó a que me tranquilizara bastante.

Cuando estuve un poco más relajada y, aprovechando que la piscina estaba vacía, me di un chapuzón, que sirvió para despejarme un poco. Sergi se reunió enseguida en el agua conmigo, pero no intentó nada raro, consciente de que yo no estaba por la labor de enrollarme con él delante de mi hijo, como hacía la puta de su madre.

Pasado un poco el enfado, charlamos un rato en el agua, mientras los otros dos hacían otro tanto en las hamacas, un poco más sosegados una vez hubieron terminado de sobarse.

Tan relajada estaba y con tanta naturalidad se mostraban los demás, que me sorprendí sopesando la idea de quedarme en topless como Úrsula y, si no lo hice, fue porque pensé que aquella golfa, con tal de quedar por encima de mí, mostrándose más desinhibida, era capaz de desnudarse por completo y ahí sí que no estaba dispuesta a llegar.

– ¿No tenéis hambre? – dijo Borja un rato después – ¿Entramos y preparamos unas pizzas?

Como todos nos moríamos de hambre (sobre todo yo, que no había desayunado), regresamos a la casa portando los vasos vacíos.

Supongo que sería culpa del alcohol, pero lo cierto es que momentáneamente me olvidé de las intenciones de los muchachos de montárselo con sus mamás y me sentí más relajada que en toda la mañana mientras poníamos la mesa para almorzar.

Los chicos estaban en la cocina, metiendo las pizzas en el horno y preparando una ensalada (como dije, parte de su táctica era mostrarse muy atentos y encargarse de todas las tareas) mientras Úrsula y yo poníamos la mesa en el comedor.

– Oye – me dijo entonces la mujer aprovechando que estábamos a solas – Siento mucho lo de antes. Sé que te ha molestado que me haya besado con tu hijo, pero… es que no sé qué me pasa. Cuando me toca… no puedo pensar en nada más.

Podría haber aprovechado aquel intento de disculpa para empatizar con ella, explicarle lo que pretendían los chicos (si es que no lo sabía ya) y haber buscado una solución juntas.

Pero, al verla allí en medio del salón, con el mantel en la mano y las domingas al aire, volví a sentirme enfadada y dejé pasar la oportunidad.

– No hace falta que digas nada – le espeté en tono bastante seco – Como ha dicho Borja, somos todos ya mayorcitos. Él sabrá si quiere liarse contigo. Yo no tengo ni voz ni voto.

La mirada de Úrsula se endureció y apuesto a que estuvo a punto de responderme que yo estaba haciendo lo mismo con su hijo. Pero, justo entonces, Sergi entró al salón portando una fuente con la ensalada y tuvimos que deponer las armas.

Por desgracia, mi frialdad molestó a Úrsula, que decidió que, si yo iba a mostrarme tan orgullosa, ella se encargaría de hacérmelo pagar.

Y no tardó mucho.

Minutos después y con un par de humeantes pizzas familiares sobre la mesa, nos sentamos a comer. Sergi abrió una botella de vino tinto, que según él iba muy bien con la comida italiana y nos sirvió a todos.

Úrsula, por su parte, se sentó enfrente de mí, muy pegadita a mi hijo, hacia el que se inclinaba constantemente diciéndole cosas al oído y riendo como una estúpida. Yo sabía que lo hacía para molestarme, así que traté de conservar la calma, pero, cuando deslizó una mano bajo la mesa y Borja dio un pequeño saltito de sorpresa sobre su silla, estuve a punto de saltar la mesa y arrancarle los pelos a aquella golfa.

Pero no lo hice. Me limité a mirarla con furia mal contenida, adivinando perfectamente qué sostenía la muy puta en su mano en aquel preciso momento y, de no haberlo sabido, habría bastado ver la expresión estúpida en el rostro de mi hijo para comprender de dónde estaba agarrada la fulana.

La comida fue un infierno. Yo estaba que hervía de rabia, observando impotente cómo aquellos dos se hacían carantoñas bajo la mesa. El cabrito de Borja, para evitar que Úrsula soltara su premio, le acercaba la pizza a la boca a la muy puta para que pudiera comer sin manos.

Sergi, por su parte, plenamente consciente de lo que pasaba, hizo un par de intentos de distraerme con su charla, aunque yo no le hice ni puto caso, con lo que pronto desistió. Y menos mal que no se le ocurrió intentar algo similar a lo que hacía su amigo, porque, si llega a hacerlo, os juro que habríamos acabado en urgencias, buscando un médico que le desclavara el tenedor de la mano.

Y lo peor fue cuando Borja se dio cuenta de lo mucho que me molestaba aquello. Ateniéndose a su táctica de escandalizarme cuanto más mejor, el muy cerdo me dirigió un par de sonrisas pícaras, señalando con los ojos hacia abajo, como indicándome que lo bueno estaba sucediendo bajo la mesa.

Enfadada (y profundamente turbada), no me di cuenta de que estaba ahogando mis penas en alcohol. No pasó mucho rato antes de que Sergi tuviera que abrir una segunda botella y, teniendo en cuenta que Úrsula y Borja casi no bebían por estar ocupados con otra cosa, no es disparatado suponer que me hinqué la botella casi entera yo solita.

– No tengo más apetito – anuncié cuando ya no pude más – Voy a ver un rato la tele.

– Tranquila. Nosotros recogemos – dijo Sergi.

Y, efectivamente, se dispusieron a hacerlo con toda la pachorra del mundo. Mientras yo me levantaba, Borja hizo otro tanto, poniéndose en pié tan de repente, que casi no le dio tiempo a Úrsula de liberar su presa, por lo que a punto estuve de ver cómo la muy puta empuñaba la erección de mi hijo.

Por suerte, no fue así, pero el espectáculo de ver la tremenda empalmada que Borja lucía con absoluto desparpajo, no contribuyó a serenarme precisamente. Y la sonrisilla que me dedicó, menos todavía.

Hecha una furia, abandoné la mesa con la imagen de la verga de mi hijo grabada a fuego en las retinas y me dejé caer en uno de los sofás, usando el mando de la tele para poner el primer canal que pillé.

Los demás trasteaban llevando cacharros a la cocina y murmurando entre ellos, pero me las apañé para no dirigirles ni una sola mirada, fingiendo estar interesadísima en lo que había en la pantalla, aunque, en realidad, si llega a estar apagada, no me habría dado ni cuenta.

Minutos después, los tres se reunieron conmigo en el salón. Sergi traía otra ronda de mojitos y yo agarré el mío de un tirón, sin darle las gracias siquiera.

El chico se sentó a mi lado en el sofá, dejando una prudente distancia entre ambos, mientras los otros dos, ya sin cortarse un pelo, se dejaban caer bien abrazaditos en el otro, riendo y besuqueándose como dos colegiales.

– ¿Vemos una peli? – dijo Sergi tratando de relajar el ambiente.

– A mí me parece bien – dijo Borja.

– ¿Cuál pongo?

– ¿Cuáles tienes?

El chico había cogido de una mesilla una tarrina de plástico de esas llenas de DVDs (todos originales y comprados, nada de descargas piratas ¿eh?) y empezó a recitar títulos mientras pasaba los discos uno a uno.

Yo apenas le escuchaba, porque, entre el cabreo que llevaba encima y que ya estaba bastante pedo, me importaba una mierda la película en cuestión. Sin embargo, cuando Úrsula abrió la bocaza, la escuché perfectamente. A ella sí que la escuché.

– ¿No tienes una porno, cariño? – preguntó a su hijo la muy puta.

Alcé la mirada bruscamente, encontrándome con su sonrisa de suficiencia. Y en ese momento lo supe. Por supuesto que se había dado cuenta de cuáles eran las intenciones de los chicos. Y no es que le diera igual, no… es que estaba conforme con ello.

– Si me disculpáis – dije levantándome casi de un salto – Me duele un poco la cabeza. He tomado demasiado el sol. Voy a echarme una siesta.

– ¿Te acompaño? – preguntó Sergi en tono esperanzado.

– No – respondí – Quiero descansar. Hazle compañía a tu madre.

Y salí del salón dirigiéndome a mi cuarto, tratando de conservar la poca dignidad de que me quedaba.

– Así que, ¿está conforme con que tu hijo quiera follarte? – pensaba en silencio mientras salía – ¡Pues nada, guapa! ¡Ahí te lo dejo! ¡que lo disfrutes!

El problema es que fue precisamente eso lo que pasó.

………………..

Me encerré en mi cuarto, nerviosa, agitada y enfadada. Estuve a punto de coger mis cosas y largarme de allí, pero eso supondría abandonar a mi hijo en aquel pozo de depravación.

Me sentía sucia, pues era consciente de que habían sido mis propios actos los que me habían conducido hasta allí, teniendo sexo con un jovencito durante meses. ¡Y claro! ¡Qué tonta era! ¿Cómo había sido tan ingenua de pensar que dos chicos tan unidos como hermanos no iban a contarse el uno al otro sus experiencias con el sexo? ¿Cómo fui tan ilusa de esperar que Sergi no se lo contaría a Borja?

Aunque, pensándolo bien… ¿No había sido Borja el primero en lograr follarse a la mamá de su amigo? ¿No había logrado Sergi seducirme (ahora lo comprendía) gracias a su ayuda?

¡Claro! Borja me conocía a la perfección. Seguro que había sido idea suya que Sergi no insistiera tras nuestro primer encuentro. Seguro que le dijo que, si me hacía creer que había perdido interés, yo no podría dejar de pensar en él. Pero sería cabrito…

La cabeza me iba a estallar, no porque me doliera, sino porque los pensamientos se agolpaban en mi mente a tal velocidad que me sentía mareada. O tal vez fuera el alcohol, no lo sé. O las dos cosas.

Lo cierto es que me quedé amodorrada en la cama, sin llegar a dormirme, con las imágenes de todo lo sucedido pasando frente a mis ojos.

Pero, sobre todo, con la visión de la enhiesta polla de mi hijo refulgiendo en mi mente.

¡Agh! ¡Me iba a volver loca! ¿Cómo podía estar pensando en la verga de mi hijo? ¿Cómo podía estar imaginando cómo de dura la tendría y qué se sentiría al acariciarla? ¿Es que yo era tan puta como Úrsula?

¿Y ustedes qué creen?

……………………….

No aguanté mucho en la cama. Estaba tan inquieta tras haberme dado cuenta de que me sentía excitada por Borja, que se me quitó el sueño de golpe. Y, además, estaba la insoportable intriga de saber qué demonios estarían haciendo en el salón aquellos tres.

¿Se estaría enrollando con los dos? ¿Estarían tranquilamente viendo porno? ¿Se la estaría follando Borja mientras su amigo les miraba, triste y abandonado por su pareja?

Con mucho sigilo, poniendo el máximo cuidado en no hacer ruido, me levanté y abrí la puerta muy despacio. No había nadie en el pasillo que conducía al salón, aunque me pareció escuchar unos ruidos amortiguados provenientes de allí, no supe si porque estaban hablando en voz baja o si procedían de la tele.

Muy despacio, con el corazón atronando en el pecho, me deslicé por el pasillo, hasta llegar junto a la puerta del salón y entonces, tras respirar hondo para armarme de valor, me asomé subrepticiamente.

Y mis sospechas quedaron plenamente confirmadas.

No habían perdido el tiempo en mi ausencia. Supongo que, encontrándose los tres a solas, con la voluptuosidad que flotaba en el ambiente, viendo porno (efectivamente, la tele mostraba imágenes de gente follando), sin el obstáculo que suponía mi presencia… se habían dejado simplemente llevar.

Úrsula estaba sentada a horcajadas sobre el regazo de Borja, con el trasero un poco levantado, para permitir que mi hijo se regalara devorando los pechos de su amante. Sergi, por su parte, estaba sentado al lado de la pareja, esgrimiendo una formidable erección, que era lánguidamente pajeada por su mano, mientras miraba sin perderse detalle cómo le chupaban las tetas a su madre.

Escuché como Sergi decía algo y, aunque no lo entendí, no hizo falta ser ningún genio para comprenderle. Sumisa y obediente, su madre se inclinó hacia un lado, sin que Borja dejara de chuparle las tetas y, ni corta ni perezosa, besó a su hijo con tanta pasión, que los ojos del chico se abrieron como platos.

Y si eso le gustó, mejor no les cuento el resoplido que dio cuando la mano de su madre, deslizándose libidinosa, aferró su hombría y empezó a masturbarle muy despacio, provocando que el chico gimiera y se derritiera de placer.

– ¿Será puta? – dije para mí – Pero, ¿cómo puede…?

Ya. Ella sería una puta. Pero, ¿qué era yo? Allí, espiándoles a escondidas… y muriéndome de ganas de ocupar su lugar.

Y entonces Borja me vio. Nuestras miradas se encontraron y me quedé petrificada. Sin embargo, mi hijo no dijo nada, limitándose a mirarme en silencio por encima del cuerpo de su amante, mientras seguía deleitándose con sus tetas.

Me sentía febril, excitada y enojada al mismo tiempo. Estaba contemplando un espectáculo más que esperado y, al mismo tiempo, no acababa de creerme lo que veían mis ojos. La mirada de Borja me alteraba, me sometía… si, en ese momento llega a levantarse y a venir a por mí, habría hecho conmigo lo que le hubiera venido en gana.

Pero no. Todavía no estaba lista para él.

Con un simple codazo, Borja a trajo la atención de su amigo, indicándole con un gesto que estaba mirándoles. Sergi me miró, consciente de su triunfo, aunque eso no le impidió sonreírme con dulzura. Úrsula fue la única que no se dio cuenta de mi presencia, limitándose a pedirle a su amante que siguiera comiéndole las tetas y sin soltar en ningún momento el rabo de su hijo.

Para su desencanto, Sergi detuvo su mano y la apartó, levantándose del sofá para acudir en mi busca. Úrsula ni se inmutó, limitándose a volver a incorporarse en el regazo de su amante, sentándose esta vez por completo y hundiéndole la lengua hasta la tráquea.

Me quedé mirando cómo las manos de mi hijo se apoderaban de las nalgas de la guarra, estrujándolas y amasándolas con intensidad, hasta que el cuerpo de Sergi se interpuso, tapándome la vista.

Aunque, el espectáculo de su verga, completamente enhiesta y rezumante, no era una visión menos turbadora.

– ¿Se te ha pasado el enfado? – dijo simplemente.

– ¿Y qué remedio me queda? – respondí encogiéndome de hombros.

Sergi volvió a sonreírme, haciendo que me sintiera un poco mejor. Acercándose hacia mí, me estrechó con fuerza entre sus brazos, permitiéndome constatar en mi cadera que, desde luego, el chico estaba bien excitado.

– ¿No te da vergüenza hacer esas cosas con tu madre? – le susurré al oído.

– No. Ni tampoco las que voy a hacer después – me respondió turbándome hasta el alma – Y tú también las harás.

Joder. Y lo peor era que tenía razón. Ya no había escapatoria posible. Y, la verdad sea dicha, a esas alturas no tenía intención alguna de escapar.

Sergi se apartó de mí y, tomándome de la mano, me condujo dentro del salón, llevándome hasta el sofá que quedaba libre. Úrsula por fin se dio cuenta de que yo había regresado y me miró con una expresión de superioridad tal, que me dieron ganas de cruzarle la cara.

Pero no lo hice, porque en ese momento, por encima del enfado y la decepción conmigo misma, se había impuesto otro sentimiento. Estaba cachonda como una perra.

Nos sentamos juntos en el sofá y esta vez no aparté al chico cuando se inclinó para besarme, devolviéndole el beso con entusiasmo. Él, que ya me conocía como la palma de su mano, empezó a besarme como sabía me encantaba, abandonando pronto mis labios para darme tiernos besitos, por el rostro, el cuello y las orejas, mientras sus manos, inquietas y habilidosas, soltaban el sostén de mi bikini y dejaban expuestos mis senos, como llevaba intentando hacer desde la mañana.

Mis pechos estaban durísimos y los pezones excitados y sensibles. Sergi agarró una de mis tetas, estrujándola con la suficiente fuerza para hacerme gemir, pero no lo bastante para hacerme daño. Como a mí me gustaba.

Al apretar la trémula carne, el pezón se irguió enhiesto, exhibiéndose orgulloso un instante antes de que el chico lo absorbiera entre sus labios, jugueteando con su lengua en él, haciéndome gimotear y jadear de pasión.

Miré hacia la otra pareja, disfrutando con las lamidas y chupetones de Sergi y pude constatar que Úrsula también estaba pasándoselo en grande. Harta ya de tantos preliminares, la fulana se había empalado en la polla de mi hijo y había empezado a cabalgarle, mientras el muchacho seguía estrujando y acariciando su culo con ganas.

Me sorprendí preguntándome a mí misma qué se sentiría con la polla de Borja metida en el coño. ¿Sería mejor que la de Sergi? ¿Se adaptaría mejor a mí? ¿Me gustaría más?

Sea como fuere, segura estaba de que pronto lo descubriría.

– Elvi, por favor, ya no puedo más – siseó Sergi abandonando mis pechos y volviendo a mordisquearme el lóbulo de la oreja – Tengo que metértela ya, quiero follarte, machacarte el coño hasta dejarte exhausta…

– Claro, cariño. Yo tampoco. La necesito ya. Dámela. Quiero tu polla, necesito que me la metas y me folles como a una perra – le respondí.

Ya he dicho que a ambos nos ponía decirnos guarradas, ¿verdad?

Sergi se apartó de mí, liberándome de su abrazo y se quedó mirándome un instante. Yo ya conocía esa mirada, simplemente era su manera de preguntarme cómo me apetecía que me follara, dejándome escoger la posición.

Y yo tenía claro que quería ser follada mirando a mi hijo en plena faena. Así que, sin perder un instante, me ubiqué a cuatro patas sobre el sofá, mirando de frente la cabalgata de Úrsula, la valquiria ninfómana, sobre la verga de mi hijo, si perderme detalle de cómo su coño de puta se empalaba una y otra vez en Borja.

Qué zorra me sentí. Y qué feliz por ello.

Sergi no tardó ni un segundo en rodearme y colocarse por detrás. Con habilidad (no en vano ya era todo un experto), me bajó las braguitas del bikini a medio muslo, ubicó su polla en posición y, aferrándome por las caderas, me empitonó de un tirón, haciéndome gritar de placer.

El grito atrajo la atención de Borja, que me miró desde detrás de las tetas de Úrsula, que brincaban descontroladas al ritmo de la follada y, ésta vez, sí que me guiñó un ojo, pero no lo hizo con descaro o suficiencia, sino de forma divertida y cómplice. Yo le tiré un beso, mientras su amigo, hundido en mí hasta las bolas, empezaba a bombear mi coño con toda el ansia y las ganas acumuladas durante aquellos dos días de locura.

En poco segundos, me encontré mordiendo con saña los cojines del sofá, aullando de placer con las uñas clavadas en la tela, mientras mi portentoso amante se hundía en mí una y otra vez sin compasión, haciéndolo justo como a mí me gustaba.

Y, además, estaba el hecho del show que los otros dos me ofrecían, que me tenía loca de calentura y de ansia por intercambiar las posiciones. O, mejor dicho… de intercambiar las pollas.

Aquello era demasiado para mí. Ser follada por una polla que me conocía a la perfección, mientras disfrutaba de un show de sexo en directo… me corrí dos veces antes de que Sergi se derramara por fin en mi interior. Me llenó hasta arriba de leche.

Agotada, me derrumbé sobre el sofá, sudorosa y jadeante, con Sergi todavía aferrado a mí, sintiendo cómo su semilla se deslizaba dentro de mi cuerpo, mientras su polla menguaba un tanto su tamaño.

Como pude, alcé la vista hacia la otra pareja, descubriendo que estaban más o menos en igual estado. Úrsula estaba dando delicados besitos en el rostro de mi hijo, sujetando sus mejillas con las manos. Él le sonreía satisfecho, mirándola a los ojos y murmurándole palabras que yo no alcanzaba a oír.

Sí, todo muy hermoso y poético, pero el hecho de ver cómo el esperma de Borja brotaba de la vagina de Úrsula y pringaba el asiento… le quitaba magia al asunto.

– Joder, qué polvazo – gimoteó Sergi, liberándome de su peso.

– Sí – asentí yo, ronroneando.

El chico, en un alarde de fuerza, tiró de mí y me hizo quedar sentada a su lado. Sin soltarme, colocó mis piernas sobre las suyas, atrayéndome hacia él para besarme con cariño. Yo le devolví el beso con entusiasmo, dejados por fin atrás todas mis dudas y prejuicios.

Dedicamos los siguientes minutos a hacernos carantoñas, recuperando un poco el aliento tras la intensa sesión, mientras la otra pareja hacía otro tanto, sólo que con Úrsula tumbada boca arriba en el sofá, con la cabeza apoyada en el regazo de mi hijo, que le acariciaba con dulzura los senos, jugueteando cariñosamente con sus pezones.

– Tus tetas son increíbles – dijo mi hijo en un alarde de poesía – Las mejores del mundo.

– Bueno, siento discrepar, amigo – dijo Sergi sin dejar de abrazarme – Las de tu madre son un poquito mejores. A ver, mamá, no te ofendas, tienes unas tetas magníficas, pero las de Elvira…

Al escucharles, yo me sonreí para mis adentros. Estaba segura de que los dos habían ideado algún truco para seguir con la función. Me los imaginaba perfectamente a los dos trazando planes para lograr el intercambio de parejas. Por eso me reía, porque, a esas alturas, no hacía falta ningún plan ni puñetas. Las dos estábamos más que dispuestas, pero, divertida e intrigada por ver qué habían maquinado, no dije ni mú.

Durante unos minutos los dos se dedicaron a ponderar las bondades de nuestras respectivas ubres, que si tamaño, que si suavidad de la piel, que si dureza de los pezones… en otras circunstancias, me habría muerto de vergüenza de escuchar a alguien hablar así de mis tetas, pero allí, esperando el momento en que mi hijo se decidiera a follarme… era algo insignificante.

– ¡Ya lo tengo! – exclamó Borja, simulando haber tenido una idea feliz – ¡Hagamos un concurso a ciegas para ver cuáles son mejores!

Su idea era estúpida a más no poder (aunque qué más daba). Simplemente, consistía en que, mientras ellos se daban la vuelta para no poder vernos, Úrsula y yo debíamos escondernos detrás de las cortinas del salón, tapándonos de forma que sólo quedaran visibles nuestros senos. De esta forma, los dos podrían realizar una “cata a ciegas” para decidir cual poseía las mejores tetas.

Úrsula y yo nos miramos, resignadas y divertidas a partes iguales, sabiendo perfectamente que aquello era una simple excusa para que ambos pudieran sobar a gusto las domingas a sus respectivas mamás, llevándonos paulatinamente al terreno de las relaciones incestuosas; pero, queriendo seguirles el juego, ninguna dijo nada, escondiéndonos tras las cortinas tal y como nos habían indicado.

Es curioso, pero, a pesar de la soberana estupidez de lo que estábamos haciendo, tengo que reconocer que me sentí bastante excitada allí escondida, sin saber a ciencia cierta quién era el que me sobaba las tetas en cada momento.

Y os puedo asegurar que me las sobaron bien sobadas. En cuanto avisamos a los chicos de que estábamos listas, manos invisibles se apoderaron con rapidez de nuestros pechos, acariciándolos y magreándolos con fruición.

Podía escuchar cómo los chicos murmuraban y bromeaban sobre nuestra anatomía, mientras sus inquietas manos sopesaban y palpaban nuestra carne a placer. Me sentía un poquito humillada por aquello, siendo examinada como una vulgar vaca, pero, al mismo tiempo, me sentía bastante caliente.

Y lo mejor de todo era el anonimato de las descaradas manos. Aquello me ponía brutísima. ¿Serían los ágiles dedos de mi hijo los que estaban jugueteando con ese pezón? ¿Sería la mano de Sergi la que estrujaba mi teta izquierda, verificando la consistencia de la carne?

Sí, lo reconozco. Al final el jueguecito había resultado ser bastante más interesante de lo esperado. Y todavía tenía que mejorar. Cuando sentí que unos anónimos labios se apoderaban de uno de mis pezones y lo lamían con habilidad, estuve a punto de correrme.

– ¡Oh, sí, joder, qué bien! – siseé sin poder contenerme – ¡Sigue chupando así! ¡Cómemelo!

– ¡Mierda, mamá, ya lo has estropeado! – escuché que protestaba Borja – ¡Ahora sabemos que éstas son tus tetas!

Mientras decía esto, sentí cómo me daban un fuerte estrujón en un pecho, que me hizo soltar un involuntario gritito. Avergonzada (por haberme dejado llevar) abrí la cortina y asomé el rostro, con expresión divertida y un poco azorada.

– Lo siento chicos – me disculpé – Es extrañamente morboso estar ahí detrás sin saber quién te mete mano. Me ha excitado bastante.

En ese momento se abrió la otra cortina y también Úrsula se asomó. Miré hacia su rostro, casi esperando encontrarme con una sonrisa burlona, pero en cambio vi que también estaba sofocada y bastante colorada. Me agradó.

– ¡Sí, vale, lo que tú quieras! – continuó mi hijo – Pero has estropeado el juego. Ahora habrá que empezar otra vez.

– Vale, vale, lo siento – dije riendo mientras salía de tras la cortina – ¿Por qué no lo dejamos en empate?

Úrsula me miró y, por primera vez en dos días, me sonrió con auténtica simpatía.

– Se me ocurre que podríamos probar ahora… cuál de estas dos pollas… sabe mejor… – dije poniendo voz de guarrilla.

Visto y no visto. Los ojos de los chicos se abrieron como platos y, segundos después, Úrsula y yo nos encontramos de espaldas a las cortinas mientras los dos chicos ocupaban nuestro lugar tras las mismas. En cuanto nos dimos la vuelta, nos enfrentamos con sendas pollas vergas erectas asomando entre la tela.

Úrsula y yo intercambiamos una mirada cómplice, sonriéndonos mutuamente. Sin que hiciera falta decir nada, cada una se arrodilló delante de un falo y se dispuso a seguir con el juego.

Ni que decir tiene que cada una escogió precisamente el pene de su propio hijo (no hacía falta ser un genio para distinguir la polla que llevaba meses follándonos casi a diario de cualquier otra), dispuestas a degustar la hombría de nuestros respectivos retoños, pues ambas teníamos más que degustada la otra.

Allí, de rodillas, ambas empuñamos casi simultáneamente la verga que teníamos delante y, tras sonreírnos de nuevo la una a la otra… empezamos a chupar.

Y entonces ocurrió lo increíble. Me corrí. Puedo jurarlo, en cuanto sentí la polla de mi hijo endureciéndose entre mis labios, no pude más y alcancé el orgasmo. De entre todas las guarras… la más guarra.

Reconozco que me dio muchísima vergüenza, así que traté de disimular lo mejor que pude, ahogando a duras penas los gemidos de placer y concentrándome únicamente en estimular aquella verga que iba ganado volumen dentro de mi boca a toda velocidad.

Estoy segura de que la tensión acumulada durante el juego anterior fue en buena parte responsable de aquel orgasmo inesperado, pero, aún así, correrme únicamente por llevarme una polla a la boca… ni siquiera creía que eso fuera posible.

En pocos segundos, Borja alcanzó su máximo esplendor. A pesar de habérsela chupado mil veces a Sergi, era incapaz de verificar cual de los dos chicos estaba mejor dotado, aunque, en el fondo, eso me importaba una mierda.

Qué zorra me sentí, qué puta. Y seguro que a Úrsula le pasaba lo mismo. Sin dejar de mamar, miré a mi compañera de reojo, pudiendo ver cómo, completamente entregada a su tarea, se había abandonado a la lujuria, masturbándose con intensidad mientras devoraba la polla de su hijo.

Los dos chicos, sin esperárselo, se enfrentaban de repente a dos lobas dispuestas a chuparles hasta el tuétano, resoplando y gimoteando tras la cortina con tanta intensidad, que resultaba hasta cómico.

No duraron mucho. Tampoco podía exigírseles, claro. Yo sabía bien lo morboso que era estar detrás de aquella cortina y que además estuvieran chupándosela… demasiado para cualquiera.

Con un berrido, Borja estalló dentro de mi boca, permitiéndome paladear a gusto el sabor de su semilla. Mientras degustaba el ardiente líquido, miré a la otra mujer, pensando que yo había sido la ganadora de aquella carrea, pero me encontré con que ella también había alcanzado la meta y se aplicaba con afán a no desperdiciar ni gota del delicioso néctar. Nunca supimos quien había ganado.

Pero eso daba igual. Tras decretar un nuevo empate, nos dejamos caer ambas derrengadas en el sofá, riendo divertidas. Los chicos, con las rodillas temblorosas (y juro que un poco más delgados que antes de esconderse), aparecieron de tras la cortina y se derrumbaron a nuestro lado.

Aunque preguntaron, Úrsula y yo nos negamos a confesar quién se la había chupado a quién, aunque estoy segura de que los chicos lo sabían perfectamente.

Más relajados y momentáneamente satisfechos, nos quedamos charlando un rato en el sofá, recuperando fuerzas. Durante un rato, tuve que soportar las puyas de los otros tres, recordándome lo enfadada que había estado todo el día y total, para acabar follada y comiendo polla. Tuve que aguantarme. Me lo merecía.

Completamente desinhibidos, permanecimos ya todos en pelota picada, justo como deseaban los chicos y, cuando estuvimos un poco más recuperados, salimos juntos a la piscina para darnos un buen baño y quitarnos de encima el sudor… y otras sustancias.

Esta vez fueron dos las parejas que se morreaban a fondo dentro del agua al atardecer. Disfrutamos juntos de una magnífica puesta de sol, sintiéndome muy feliz entre los brazos de Sergi, que me abrazaba con cariño mientras mis piernas rodeaban su cintura, permitiéndome sentir cómo el muy ladino había empezado a recuperar las energías.

El resto del fin de semana… seguro que se imaginan cómo fue. Follar, follar y follar. Y sí, por supuesto que sí… Borja acabó por follarme antes de que acabara el día. Y Sergi a su madre. Para qué dar más detalles, ya hemos hablado bastante de sexo.

¿Cómo? ¿Que sí que quieren más detalles? Bueno, vale. Total, más vergüenza ya no voy a pasar.

Fue esa misma noche, tras la cena. Tras haberse salido con la suya, ya no era necesario que los chicos se esforzaran tanto por agradarnos encargándose de las tareas y, como además no nos apetecía volver a enfrentarnos con unas tortillas infames como las de la noche anterior, esta vez fuimos las chicas las que nos encargamos de preparar la comida.

Fue de largo la comida más relajada y divertida de lo que llevábamos de fin de semana, sin tensiones ni malos rollos, dos parejas liberales, disfrutando de la mutua compañía.

Tras la cena, nos tomamos unas copas, un poquito más cargadas, pues fue Úrsula quien las preparó. Supongo que la mujer quería darse un buen lingotazo, pues era plenamente consciente de lo que iba a pasar. Y reconozco que a mí tampoco me vino mal la dosis extra de alcohol.

Uno de los chicos puso música lenta, precisamente de la que a ninguno de los dos les gustaba, pero perfectamente apropiada para lo que pretendían: refregar cebolleta contra sus mamás.

Sergi sacó a su madre a bailar y Borja, tomándome de la mano, hizo otro tanto. Me sentía nerviosa, pues sabía que la danza era el paso previo para… ya saben.

Estábamos muy pegados, con mis tetas bien apretadas contra su masculino pecho. Borja me miró a los ojos, y me susurró que era preciosa, cosa que me encantó y me puso nerviosa a partes iguales.

Pronto empecé a notar cómo Borja crecía contra mí y tuve que morderme el labio para sofocar las ganas de volver a arrodillarme delante suya. Envalentonado, mi hijo permitió que su mano bajara hasta mi culo, acariciándolo suavemente al ritmo de la música. Yo, juguetona, froté con disimulo mi cadera contra su creciente erección, haciéndole gemir de placer.

Cuando Borja atrajo mi rostro y buscó mis labios con los suyos… me entregué.

Instantes después, Borja y yo nos metimos a solas en uno de los dormitorios, pues queríamos que aquella primera vez fuera en la intimidad. Tumbada en el colchón, disfruté de las caricias que mi hijo me administraba, sintiendo cómo sus labios me besaban por todas partes, lamentándome en silencio de no haber empezado a hacer aquello mucho tiempo antes. Cuántas años desperdiciados.

Borja descendió besando mi cuerpo, hasta llegar a la ingle. Sin darme cuenta, separé los muslos ofreciéndole mi encharcada vagina, para que se regalara disponiendo de ella a voluntad. Pero Borja pretendía darme todo el placer de que fuera capaz, así que, muy lentamente, sumergió el rostro entre mis muslos abiertos y empezó a comerme el coño con tanta habilidad, que tuve que morderme un dedo para no empezar a gritar.

Me corrí. No una sino varias veces. Mi diabólico hijo tenía un don innato para el sexo oral. A la mañana siguiente lo comenté a solas con Úrsula y me confirmó que se le daba de puta madre. Tomé nota mental de que Sergi tenía que mejorar en esa asignatura. No importaba, le daría todas las clases de refuerzo que hicieran falta.

Borja se quedó de rodillas sobre el colchón, a mi lado, exhibiendo impúdicamente su tremenda erección, deleitándose con los estertores que asolaban mi cuerpo durante el orgasmo. Le deseé intensamente. Y él a mí.

Sin darme tiempo apenas de recuperarme y azuzado por el ansia y el deseo, Borja se echó sobre mí y volvió a besarme. Yo podía sentir cómo su falo, duro como la roca, latía de ansiedad contra mi cuerpo, así que le supliqué que no me hiciera esperar más.

Y él no lo hizo. Sin alardes. En la clásica postura del misionero. Me la metió hasta el fondo, sin violencia, pero con firmeza. Me sentí completamente llena. Y feliz.

Yo ya me había corrido varias veces cuando Borja por fin se vació en mi interior, derrumbándose sobre mí, agotado. Demasiadas emociones ese día.

Yo sonreía, satisfecha, mientras escuchaba en el dormitorio vecino cómo Úrsula aún disfrutaba de la buena vida unos minutos más.

Y así, con la música de fondo de los relinchos de la otra yegua y con el delicioso peso de mi hijo abrazado a mi cuerpo… me dormí.

Al día siguiente no fui la única en levantarme tarde. Casi era la hora de comer cuando los cuatro nos reunimos abajo, duchados, aseados y felices.

Y sí, ya sé lo que se estarán preguntando. Esa tarde montamos una orgía, follamos como locos. Incluso tuve mi primera experiencia lésbica, lo que complació enormemente a los chicos, que disfrutaron del show de ver a sus mamás comiéndose el coño la una a la otra con vehemencia. No estuvo mal, supongo que es verdad eso de que el sexo con alguien a quien detestas es genial.

Y el último día igual. Creo que no quedó centímetro de la casa y alrededores donde no se perpetrara alguna guarrada durante esos cuatro días. Si, tras abandonar la casa alguien hubiera pasado una luz infrarroja de esas como en las pelis, sin duda habría estallado el puto aparatito.

El martes por la tarde acudió el dueño de la casa, encontrándose con dos resplandecientes mamás que habían pasado unos días de ensueño junto a sus retoños. El hombre, muy sonriente, felicitó a nuestros hijos por ser tan considerados como para acceder a hacer compañía a sus madres durante el puente.

– Es raro en chicos de su edad el querer pasar tiempo con sus madres. Se ve que los han educado muy bien – dijo el tipo, haciendo que Úrsula y yo enrojeciéramos.

Si él supiera…

…………………………

Bueno, termino mi relato ya. Como ven, no les mentía al decir que soy mucho peor que la tipa estadounidense esa.

Y lo que te rondaré, morena.

Ahora estoy en el salón, terminando estas líneas en mi PC, esperando que Borja regrese a casa. Por desgracia Sergi no va a poder venir hoy, pues mañana tienen examen. Yo ayudaré a Borja a prepararlo, tomándole la lección.

Ayer ya lo hicimos. Estudiar, digo. Llegó, me besó e, inclinándome sobre la mesa, me subió la falda, me bajó las bragas y me folló a lo bestia mientras yo me esforzaba en sostener sus apuntes para preguntarle sobre la materia del examen.

Se ha vuelto aplicadísimo. Y Sergi también.

FIN

NOTA DEL AUTOR: Ante todo, muchas gracias a todos los que hayáis tenido paciencia para leer la historia hasta el fin. Espero que hayáis disfrutado. Últimamente no tengo mucho tiempo libre, así que he pensado en dedicar un tiempo a escribir historias sencillas, sin liarme con ningún proyecto más “denso”. Aún así, he tardado un montón en publicar esta segunda parte. Lo siento mucho.

Bien, lo que quería comentaros es un poco raro, a ver si me podéis ayudar. En el texto, he descrito una escena en la que las dos mujeres se esconden tras las cortinas para que los chicos juzguen qué tetas son las mejores. Pues bien, esta situación está basada en una película erótica que vi hace muchos años (pero muchos, muchos). No recuerdo nada más de la peli (salvo que la escena me pareció muy morbosa) y que se trataba de un único chico, varias chicas y creo recordar que una era algo así como prima del chaval.

Vale, lo que quería preguntar es si alguno de ustedes podría darme información sobre esa película, el título o algo que me permita localizarla. No tengo mucha esperanza, pero se me ocurrió que podía preguntar a los lectores.

Así que si sabéis algo sobre el film, mandadme un correo o ponedme un comentario, os lo agradeceré mucho.

Disculpad las molestias y muchas gracias

Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:

ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Women in trouble 04 – Ni siquiera me gustaba” (POR TALIBOS)

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WOMEN IN TROUBLE 04 – NI SIQUIERA ME GUSTABA

– Venga, Sofía, no te hagas la estrecha – le dijo Sandra a su amiga, dándole un codazo amistoso – Desembucha.

– Sí, no seas pendón – insistía Mari, le tercera en discordia – Ésta y yo ya hemos hablado. Ahora te toca a ti.

La mencionada Sofía miró a sus amigas con expresión divertida. Las tres se habían juntado después de meses sin verse y, viéndose libres por una vez de maridos e hijos, se les había ido un poco la mano con el alcohol.

El camarero las observaba con disimulo desde la barra, apreciando el material. Había calado pronto a las mujeres, cuarentonas de vuelta de todo que aprovechaban para desahogarse un poco de sus vidas de casada juntándose con amigas para emborracharse y contarse batallitas.

En cuanto las vio llegar, supo cómo estaba el percal, así que se dijo a si mismo que no debía quitarles ojo, pues, con un poco de suerte, quizás hubiera allí algo de tela que cortar.

En su dilatada experiencia como camarero, en más de una ocasión había acabado enrollándose con alguna clienta de buen ver a la que se le había ido la mano con las copas. Y desde luego, aquellas tres tías estaban de bastante buen ver.

Especialmente la tal Sofía, la tetona (claramente operadas, pero muy bien puestas), a la que sus otras dos amigas estaban obligando a hablar.

Ya había pasado un par de veces cerca de la mesa, logrando captar retazos de su conversación. Por lo visto, las tres amigas estaban en plan confesionario, contándose mutuamente antiguas aventurillas sexuales, materia que a él le resultaba especialmente interesante.

Así, había logrado oír casi entera la historia de la rubia, que les había confesado a sus amigas, sin cortarse un pelo, cómo había follado en una ocasión con un completo desconocido en los servicios de un cine. Por lo visto, el tipo se había sentado junto a ella en la oscuridad de la sala y se había puesto a meneársela. Y ella, en vez de darle un bofetón, había optado por acabarle el trabajo y llevárselo luego a los servicios para pasárselo por la piedra.

– ¡Qué mundo éste! – pensó el camarero mientras sentía cómo algo se agitaba en sus pantalones, revolucionado al parecer por la historia de la guapa mujer.

Así que siguió limpiando la barra con disimulo, atento a ver si la tal Sofía (la única de la que había captado el nombre) se animaba a soltar la lengua. Ya no necesitaba acercarse a la mesa, pues el volumen de la conversación entre las mujeres había ido subiendo a medida que el nivel de sus copas bajaba. Y ya iban por la tercera ronda.

– ¡Venga, puñetera! ¡Confiesa! – insistía Mari – ¡Ya puedes empezar a largar!

– ¡Vale! ¡Vale! – exclamó Sofía riendo – Es que me he quedado momentáneamente en blanco tras enterarme de que te tiraste a mi hermano en mi boda. ¡Cacho guarra!

El camarero esbozó un gesto de disgusto. Esa historia se la había perdido. Y seguro que también había sido interesante.

Sin darse cuenta, llevaba un rato mirando a las mujeres, atento por si la tal Sofía empezaba por fin la narración, mientras le daba gusto al ojillo admirando apreciativamente a la guapa mujer.

Era morena, ojos claros, de unos cuarenta años espectacularmente bien llevados. Estaba claro que la señora invertía sus buenas horas en el gimnasio pues, cuando entraron al local, había podido constatar que era dueña de un escultural trasero. Dotada de un formidable par de domingas (como ya se ha dicho, obra en buena parte de un habilidoso cirujano) que asomaban con descaro por el estudiadamente sexy escote de su vestido, gozaba además de un bien torneado par de piernas (que como bien es sabido, suelen ir a juego con un buen culo).

Era una mujer terriblemente sensual y exudaba una especie de aura de confianza en sí misma que resultaba todavía más sexy. Hipnotizado, el pobre hombre no se apercibió de que el objeto de sus miradas se había dado cuenta de su atención.

Repentinamente, se dio cuenta de que la mujer también le miraba, lo que le produjo un sobresalto. Sin embargo, la mujer, lejos de mostrarse molesta, esbozó una pícara sonrisilla y volvió a centrar su atención en sus amigas, acomodándose en su asiento antes de dar inicio a su narración.

Por un instante, el camarero temió que la mujer, al sentirse observada, adoptara un tono más íntimo para hablar con las otras, pero, en cuanto empezó a hablar, pudo constatar que Sofía no había bajado el volumen un ápice.

– A lo mejor es que quiere que yo la escuche – pensó el camarero mientras un estremecimiento recorría su columna y le ponía los vellos de punta.

Sofía dedicó una última mirada maliciosa al espía e inició su narración.

– A ver, tiene que ser un polvo con alguien del que no estéis enteradas, ¿no?

– ¡Eso! – sentenció Sandra bebiendo de su copa – ¡Y cuanto más escandaloso, mejor!

– Difícil lo tengo para superar lo del tío del cine, pedazo de guarra – dijo riendo Sofía.

– Inténtalo – respondió la aludida con una sonrisa juguetona – Estoy segura que con tu… “dilatada experiencia”, tendrás alguna buena historia que contar.

– Desde luego – intervino Mari, riendo – Ésta lo tiene dilatado todo, hasta la experiencia. Bueno, más bien dado de si…

Y, para sorpresa del camarero, las tres amigas, en vez de liarse a hostias allí mismo, se partieron de risa.

Mientras se calmaban, Sofía volvió a mirarle y, haciéndole un gesto, solicitó una nueva ronda.

Las tres siguieron de broma hasta que las copas estuvieron servidas, sin que Sofía empezara por fin su relato, lo que hizo pensar al hombre que quizás no estaba del todo equivocado al sospechar que la mujer quería tenerle entre sus espectadores.

EL RELATO DE SOFÍA:

– Bueno, allá voy – dijo Sofía tras beber de su copa – Esta historia es de hace mucho, del 91 ó 92 más o menos. ¿En qué año fuimos de viaje de fin de estudios con el instituto?

– En el 92 – dijo Mari con seguridad – El año de las olimpiadas de Barcelona.

– En el 92 entonces. Me acuerdo de que era primavera y en esa época andábamos siempre organizando cosas para recaudar fondos para el viaje.

Las otras asintieron con la cabeza.

– ¿Os acordáis de Jaime?

– Coño, claro. Tu novio. No fastidies que vas a contarnos cómo te tirabas a tu novio. Eso no vale – la interrumpió Sandra.

– No, no. No es eso – negó Sofía – Si te acuerdas, esa primavera el muy capullo cortó conmigo.

– ¡Ostras, es verdad! – exclamó Mari – ¡Ya me acuerdo! ¡El muy cabronazo cortó contigo el día antes de tu cumpleaños! ¡Te quedaste hecha polvo!

– Ya te digo. Tonta que era una. Supongo que el muy cabrito lo hizo para ahorrarse el regalo. Imaginaos, yo toda ilusionada porque iba a cumplir 18 y él… ¡Paf! ¡Patada en el culo!

– Era un cerdo – empatizó Sandra

– Cierto – coincidió Mari.

– ¡Bah! Es agua pasada. Todas tenemos historias de ese estilo, ¿no?

Las dos asintieron, momentáneamente ensimismadas, recordando sin duda alguna dolorosa experiencia similar.

– Vale. Sigo. Ya había pasado un mes desde que cortamos y yo había dejado ya atrás la fase de los lloros…

– Así que estabas en la de querer joderle, bien jodido – intervino Sandra sonriendo.

– ¡Ja, ja, cómo me conoces! – rió su amiga – Aunque todavía era muy pava, no te olvides de que Jaime fue mi primer novio, así que, en vez de hacerle una putada buena, opté por tratar de ponerle celoso.

– ¡Ya sé lo que vas a contar! – exclamó Mari jubilosa – ¡La fiesta de primavera en el polígono!

Sofía hizo un gesto con el dedo, confirmando que su amiga había dado en el blanco.

– ¿Qué fiesta fue esa? – preguntó Sandra con extrañeza – No me acuerdo…

– ¡Claro, tía! ¡Porque no estuviste! ¿No te acuerdas que habías tenido el accidente con la moto y estabas escayolada? – dijo Mari.

– ¡Ostras, es verdad! – dijo Sandra, golpeándose la frente con la mano – ¡Me había olvidado! ¡Ahora me acuerdo del cabreo que tenía por perderme las fiestas de aquella primavera!

– Da gracias que no te mataste – dijo su amiga con filosofía.

– Supongo. Pero, en aquel entonces, tenía un mosqueo de mil pares de narices.

– Bueno, callad ya, leñe, que pierdo el hilo – las interrumpió Sofía – Es curioso, pero la historia que voy a contaros también tiene que ver con un accidente… de moto.

Riendo, las tres bebieron de sus copas antes de continuar la narración.

– Pues bien. Cuando se me pasó un poco la pena, recuperé el orgullo y me dije a mí misma que tenía que demostrarle a Jaime que ya le había superado. Para entonces, yo ya sabía que me había dejado por la golfa de Anita y me figuré que irían juntos a la fiesta.

– Y así fue – asintió Mari – Pero recuerdo que tú…

– Calla, leches. Lo estoy contando yo. Como decía, estaba decidida a demostrarle a Jaime que me importaba una mierda y que pasaba de él. Y, obviamente, no se me ocurrió mejor forma que buscar rollo en la fiesta.

– Y te vestiste de golfa – intervino Mari.

Las tres se echaron a reír.

– Es verdad. Lo admito. Hasta a mí me daba vergüenza lo corta que era la minifalda que me puse. Le cogí hasta el dobladillo para que quedara más corta y no me puse ni sujetador. Iba dispuesta a tirarme al primero que pillara, con tal de que Jaime se enterara. Me maquillé de puta madre, me puse mis mejores bragas (unas negras que me habían costado un riñón) y me fui a la fiesta dispuesta a arrasar con todo.

– Sí, recuerdo que habíamos quedado en el parque con la pandilla y los chicos se te comían con los ojos.

– Sí – dijo Sofía riendo – Pero yo no les hacía ni puto caso, porque todos los de la panda tenían novia. ¿Te acuerdas? Jorge estaba contigo, Mauro con Noelia…

En ese momento un cliente se acercó a la barra a pagar. Procurando disimular el disgusto que sentía, el camarero le cobró a toda velocidad, teniendo que esforzarse mucho para no mandar a tomar por el saco al cliente que le estaba haciendo perder el hilo de la narración.

– Pues eso, Sandra. La fiesta era en una de las naves del polígono, que había conseguido alquilar no sé quién. Había que pagar entrada y la recaudación era para el viaje.

– Sí. Aquello estaba mejor que lo de vender lotería y mantecados – dijo Mari.

– Vaya que sí. Pues eso. Yo iba dispuesta a todo, a enrollarme con el primero que pillara, siempre y cuando Jaime me viera hacerlo. Pero fue precisamente el cabreo lo que lo complicó todo. Para armarme de valor, me bebí casi de golpe las dos consumiciones que iban con la entrada y, como llevaba más de un mes sin salir, me gasté toda la paga acumulada en bebidas.

– Vamos, que te agarraste una moña de cuidado – intervino Sandra.

– Exacto. Se me fue bastante la pinza y acabé sentada en una silla en un rincón mareada perdida. Menos mal que estaba ésta – dijo señalando a Mari – y Noe también.

– Sí. Tuvimos que acompañarla al baño a que echara la pota.

– ¡Ajj!

– Sí, rica, como que contigo no hemos hecho lo mismo cien veces – masculló Sofía, un poco molesta.

Volvieron a reír.

– Poco a poco fui recuperándome. Cuando me encontré mejor, ésta se largó con su novio, supongo a follárselo por ahí…

Mari le sacó la lengua a su amiga, burlona.

– Y entonces fue cuando los vi. Jaime bailando agarrado con el putón de Anita. Y se me pasó la borrachera de golpe, os lo juro tías.

– Ya lo supongo.

– La pega era que, a esas alturas, todo el mundo andaba emparejado, o borracho o algo peor. El plan se me iba al garete. Tenía que encontrar un tío como fuera. Y entonces me acordé de Xavi.

– ¿Xavi? – exclamó Sandra muy interesada – ¿Te follaste a Xavi? ¡Si el pobre se pasó años detrás tuyo! O sea que, ¿al final consiguió echarte un casquete? ¡Qué calladito os lo teníais los dos!

– Shisss. Calla. No adelantemos acontecimientos. Como bien has dicho, yo sabía que Xavi, el del grupo C, estaba loquito por mí. Yo le conocía desde siempre, desde críos y nunca había pensado en él más que como amigo. Como yo llevaba dos años con Jaime, él nunca intentó nada, pero, esa noche, yo necesitaba un tío como fuera, para darle al cerdo en las narices. Xavi ni siquiera me gustaba, la verdad, pero era consciente de que yo sí le gustaba a él. Y mucho.

– Y claro, sabías que caería a tus pies nada más decírselo.

– Bueno, él y cualquiera de la fiesta, con la pinta de guarra que llevabas.

Sofía mojó los dedos en su copa y salpicó a su amiga, haciéndolas reír a las tres de nuevo.

– Vale, lo admito – continuó Sofía – Tenía que pillar cacho como fuera. Y Xavi me pareció un tiro seguro. No quería ni imaginarme la vergüenza que pasaría si le entraba a algún tío y éste pasaba de mí delante de Jaime. Así que fui a lo seguro.

– Pobre chico. Te aprovechaste de él. Era buen chaval – dijo Mari.

– Ya, ya sé que a ti te gustaba – rió Sofía – Pero qué quieres. Estaba en plan vengadora, así que…

– Pero, a ver – intervino Sandra – Si vas a contar que te follaste a Xavi, no es para tanto. Tu historia tiene que cumplir las reglas. ¡E-S-C-Á-N-D-A-L-O!

– Que sí, leñe, dejadme continuar.

Sandra levantó las manos en son de paz, dejando vía libre a su amiga.

– Busqué a Xavi por la sala y le vi enseguida, charlando con unos tíos. Él también me vio, así que le saludé con la mano. Tuve que aguantar la risa cuando se le pusieron los ojos como platos al ver que me acercaba a él con mis mejores andares de golfa….

– La cuenta por favor.

Un nuevo cliente interrumpió al pobre camarero. Reconoció a un tipo que venía casi todas las tardes y que como ese día, se tiraba una hora sentado leyendo el periódico con un simple café.

– Invita la casa – dijo el camarero – Viene usted casi todos los días. Hay que tener detalles con los clientes habituales.

– ¡Vaya! Gracias – dijo el hombre halagado – Este sitio es estupendo.

Con esto se libró del cliente en breves segundos, logrando perderse muy poco de la historia.

– Tuve suerte, porque al poco de sacar a bailar a Xavi pusieron las lentas. Me pegué a él como una lapa, apretándole bien las tetas contra el pecho. Entonces no las tenía tan gordas, pero os juro que enseguida se hizo evidente que a él le gustaban. Ya sabéis… en mi cadera…

Más risas.

– Yo procuraba estar bien apretadita contra él, susurrándole moñerías al oído y acariciándole la nuca con las uñas. El pobre estaba en una nube, tieso como un palo (me refiero al cuerpo, guarras) y no me costó nada conducirle a la zona en que estaba Jaime con su putilla. Os juro que casi me da un infarto cuando Jaime me vio por fin, pero estaba decidida a que se acordara de aquello, así que, con todo el descaro, empecé a besar a Xavi en el cuello, abrazándole todavía con más ganas.

– Joder. Pobrecillo. Estaría como una moto.

– Pues no. Te equivocas – dijo Sofía para sorpresa de su auditorio – Justo entonces la cosa se torció.

– No jodas. ¿Qué pasó?

– Me di cuenta de que Xavi estaba raro. No sé, no se comportaba como yo esperaba. Seguíamos bailando y eso, pero yo notaba que no estaba muy por la labor, incluso dejé de sentirle… ya sabéis.

– ¿Por qué? – preguntó Sandra – ¡Si se moría por ti!

– Porque vio a Jaime con Anita. ¿Verdad? – intervino Mari, muy intuitivamente.

– Bingo. Xavi se dio cuenta de que estábamos casi al lado de los dos y comprendió cuales eran mis intenciones.

– Bueno, tampoco hacía falta ser un genio. Toda la vida pasando de él…

– ¡Coño! ¡No digas eso! Yo le apreciaba mucho. Sólo era que no me gustaba en plan novios. Era un amigo y punto.

– Pero, entonces ¿qué? ¿Te lo follaste o no te lo follaste? – exclamó Sandra.

Un poquito achispada, la mujer elevó demasiado el tono de voz, con lo que algunos clientes alzaron la vista, mirándolas sorprendidos. Las mujeres, un poquito avergonzadas, se echaron a reír y acercaron un poco las cabezas, bajando un poco la voz.

El camarero se temió lo peor, pensando que, al final, iba a quedarse sin conocer el resto de la historia, pero entonces Sofía alzó la mirada y, viendo su inquietud, volvió a recostarse en la silla, recuperando su tono anterior.

– Me acojoné un poco, pues pensé que iba a darme la patada y a dejarme tirada allí en medio. Imaginaos el ridículo. Pero qué va, seguimos bailando tranquilamente, aunque tuve que dejarme de caricias y tonterías, porque él no estaba por la labor.

– Te echó un capote, vaya. Ya te dije que era buen chico.

– Sí que lo era.

– Pero, ¿te lo follaste o no? – insistió Sandra, a todas luces la más borracha de las tres.

– Calla, coño – la reconvino su amiga – Como decía, bailamos hasta que acabó la canción y entonces Xavi me tomó de la mano y me sacó de la pista. Yo sabía que iba a echarme la bronca y era consciente de que me lo merecía, así que sólo rezaba para que no me montara ningún número que estropeara lo conseguido con Jaime porque, para mi alegría, me había dado cuenta de que no me había quitado ojo mientras bailaba con Xavi.

– ¿Y qué pasó?

– Salimos del local, porque tras las lentas, habían puesto “Entre dos tierras” de los Héroes y la gente había empezado a descontrolarse, por lo que era imposible hablar. En cuanto salimos, le pedí disculpas, pero él, un poquito desencantado, me dijo que no importaba, que cuando me acerqué ya pensó que sería algo así.

– ¡Ayyyy! ¡Qué buen chico! – gimoteó Mari – Si viniera ahora mismo… ¡Me lo follaba!

Más risas femeninas.

– Ya le contaré a tu marido, ya – dijo riendo Sandra.

– ¿Y si yo le cuento al tuyo? ¿Eh?

– ¡Shiiissss! ¡Calla, mala pécora!

Carcajadas. Nueva ronda de bebidas. El camarero empezaba a preguntarse si, en vez de llevarse a alguna al cuartillo de atrás, no tendría que acabar llevándolas en carretilla a sus respectivas casas.

– Estuvimos charlando un rato, allí fuera. Él, muy valientemente, me confesó que yo le gustaba, pero que era consciente de que no era recíproco, así que se conformaba con ser mi amigo. Pero claro, una cosa era no intentar nada y otra permitir que le usara para darle celos a mi ex…

– Más razón que un santo.

– Cierto. Y por eso empecé a sentirme fatal. Me daba vergüenza haberle utilizado de mala manera. Xavi era un buen chico y no se merecía aquello. Se me juntó todo, el palo de Jaime, el alcohol… Empecé a pedirle perdón, a decirle que no sabía cómo había sido capaz de aquello… Ya sabéis. Estaba hecha polvo, medio borracha…

– Ay, ay, ay… – dijo Mari, barruntándose lo que venía.

– No sé que me pasó, me sentía fatal, una furcia barata que se había aprovechado de los sentimientos de un buen chico. Tenía ganas de llorar y, cuando quise darme cuenta, estaba sollozando entre sus brazos, mientras él me consolaba acariciándome el pelo.

– ¡Qué romántico!

– En ese momento no era yo. Xavi seguía sin atraerme demasiado, pero, aún así, empecé de repente a darle besitos por toda la cara mientras él me estrechaba entre sus brazos. Él no me atraía realmente, pero, supongo que, en el fondo, buscaba la forma de compensarle por lo que le había hecho.

– ¿Y él qué hacía?

– ¿Tú qué crees? Al principio no se acababa de creer lo que sucedía, pidiéndome que parara; pero, cuando volví a sentir su soldadito apretándose contra mi muslo, me dije que quizás la noche no iba a terminar tan mal después de todo. Y total, si mi primer tío había sido un cerdo que me había dejado tirada por otra… no estaría mal que el segundo fuera un buen chico.

– ¡Y te lo follaste! – sentenció Sandra entusiasmada.

– Bueno… Ése era el plan.

– Sigue, sigue.

– Eso – dijo el camarero para si.

– Cuando quisimos darnos cuentas estábamos morreándonos a lo bestia. Xavi estaba apoyado en el capó de un coche y yo prácticamente echada encima suyo. Estaría muy dolido por lo que le había hecho, pero sus manos no estaban tan molestas, porque no tardaron ni un segundo en agarrarme el culo y empezar a sobármelo con ganas. Tanto entusiasmo le puso que tuve que frenarle un poco, porque entre los magreos a lo bestia y lo corta que era la minifalda, se me iba a ver hasta el pensamiento. Recordad que estábamos a la vuelta de la esquina y por allí pasaba gente.

– ¡Jo! ¡Menuda aguafiestas! – exclamó Sandra riendo.

– Le pregunté que si tenía coche, sin acordarme de que era un poco menor que yo y todavía tenía 17 (acordaos que Jaime era mayor y sí tenía). Yo, la verdad es que, a esas alturas y con tanto magreo (y con más de un mes de abstinencia, no os olvidéis), estaba a punto de caramelo y ya no me importaba tanto que Xavi no fuera mi tipo. Quería zumbármelo pero ya.

– ¿Y qué hiciste? ¿Os metisteis en los servicios? No creo, porque todo el mundo se habría enterado.

– Xavi, que estaba como poco tan cachondo como yo, me dijo (obviamente), que no tenía coche. Pero, por lo visto, su padre tenía alquilada una pequeña nave en el polígono. ¿Os acordáis de lo de las naves rojas y las naves grises? Pues su padre tenía una de las grises, de las pequeñas, donde guardaba un viejo coche que pensaba restaurar… y una moto.

– Una moto, ¿eh? ¿La del accidente? – preguntó Mari.

– Precisamente. Caliente como una mona, me pareció buena idea la de irnos a la nave. Lo malo era que Jaime no se enteraría de que estaba follando con otro si nos íbamos de la fiesta, pero a ver, qué iba a hacer, no iba a ir a buscarle para contárselo. Le pregunté a Xavi si llevaba gomas y, como me dijo que sí, me agarré de su brazo y nos largamos. El pobre iba medio temblando, nervioso perdido y a duras penas aguantaba las ganas de echar a correr y llevarme a rastras a la bendita nave.

– Sigo sin ver lo escandaloso por ninguna parte – dijo Sandra en tono serio.

– Espera. Deja que siga. Si recordáis, el complejo de mini almacenes no quedaba lejos, así que sólo tardamos cinco minutos andando. Xavi me llevó hasta una puerta, de esas de persiana metálica y yo le ayudé a subirla como un metro después de que usara la llave.

Sofía hizo una pausa para echar un trago.

– Xavi entró primero, agachándose bajo la persiana y enseguida encendió las luces, con lo que le seguí de inmediato. En cuanto estuve dentro, volvió a bajar la persiana, aislándonos del exterior. Como aquel cuchitril no tenía ventanas, ni siquiera se veía luz desde la calle, aunque, total, a las tres de la mañana, tampoco es que fuera a venir nadie.

– ¿Te lo follaste? – insistió Sandra, a esas alturas bastante monotemática por el alcohol.

– Era un sitio pequeño, cabía el coche, la moto y poco más – continuó Sofía, ignorando a su amiga – Su padre tenía dispuestas unas mesas de trabajo con herramientas, todo bastante ordenado. Lo que más me agradó fue que todo estaba sorprendentemente limpio. El suelo era de losas, no de cemento y, a pesar de que se usaba como taller, no se veían manchas de grasa ni nada por el estilo. Estaba mirando a mi alrededor cuando Xavi, que ya estaba echando humo, se abalanzó sobre mí y empezó a meterme mano.

– ¡Tariro, tariro! – exclamó Sandra, jubilosa, al ver que por fin la historia iba hacia los derroteros que a ella le interesaban.

– Se notaba que estaba muy nervioso y que se moría de ganas. Parecía que ya se le había olvidado el enfado por haberle utilizado. Empujando con su cuerpo, me recostó en el capó del coche y, cuando quise darme cuenta, me había metido mano bajo la camiseta y empezó a sobarme las tetas.

– ¡Detalles, quiero detalles! – exclamó Sandra con entusiasmo – ¡Yo bien que os los he dado!

– Doy fe de ello – dijo el camarero para si, rememorando la gráfica descripción del incidente del cine.

– Era un poco bruto, la verdad, pero lo cierto es que, en ese momento, estaba tan cachonda que me dio igual. Se notaba a la legua que no tenía mucha experiencia con las tías, porque me las sobaba con un ansia que daba hasta miedo. De hecho, se le fue un poco la mano y me hizo daño, pero, en cuanto me quejé, el pobre se apartó de mí de un salto, mirándome como un cachorrillo arrepentido.

– ¡Qué mono!

– Me pidió perdón con tanto sentimiento que hasta me enternecí. Yo ya sabía perfectamente lo que le pasaba, pero, no sé por qué quise asegurarme. Así que le pregunté si era su primera vez.

– ¿Te comiste el virgo de Xavi? Vaya, vaya, qué calladito te lo tenías… – exclamó Sandra.

– Espera. Déjame continuar. Mi pregunta le avergonzó un poco, así que desvió la mirada, lo que me hizo gracia. Pensé en decirle que no pasaba nada, que no tenía importancia, pero opté simplemente por ignorar el hecho.

– ¿Cómo?

– Ja, ja – rió Sofía – ¿Y tú cómo crees? Como estaba sentadita encima del capó del coche, me limité a subirme la minifalda, enseñándole las bragas y le pregunté si le apetecía comérmelo…

Sus amigas se miraron un segundo, atónitas y estallaron en carcajadas. El camarero, por su parte, gozaba de una erección de campeonato, mientras mentalmente se hacía imagen de la morbosa situación.

– ¿Y qué hizo? – preguntó Mari – ¿Te lo comió?

– ¡Toma, pues claro! En menos de un segundo se arrodilló en el suelo frente a mí, mientras yo me abría bien de piernas encima del coche. Recuerdo que las manos le temblaban mientras me bajaba las bragas y cuando me las quitó, las arrojó con brusquedad hacia un lado, mientras sus ojos no se apartaban ni un segundo de mi entrepierna. Ni pestañeaba el tío.

– ¿Y te extraña? – dijo Mari.

– Eso digo yo – dijo para si el camarero.

– No, claro – coincidió Sofía – Se intuía que era la primera vez que veía un coño en directo, así que se quedó un buen rato observándolo embelesado.

– ¡Embelesado! – rió Sandra – Pero, ¿tú que tienes ahí? ¿Una vagina o un cuadro?

– A ver, rica – respondió Sofía sonriendo juguetona – Lo llevaba bien, pero que bien arregladito. Una obra de arte, te lo aseguro.

– Ja, ja.

– Como no se decidía, me abrí todavía más de piernas y le pregunté que a qué esperaba. Sin hacerse más de rogar, Xavi hundió la cara entre mis muslos y, con timidez, empezó a deslizar la lengua por mi rajita y a acariciarla con torpeza.

– ¡Joder, cómo me estoy poniendo! – exclamó Mari.

– Pues, anda que yo – pensó el camarero.

– La verdad es que no se le daba muy bien, se percibía que estaba nerviosísimo. Jaime sería un cabronazo, pero la verdad es que lo comía de puta madre. Sin embargo, el estar allí haciéndolo con un chico tan inexperto, tenía su morbillo, así que lo disfruté bastante. Tuve al pobre un buen rato dale que te pego a la lengua, gimiendo como una loca para ponerlo bien cachondo. Entonces, de repente, se animó un poco y se atrevió a meterme un par de dedos hasta el fondo. Yo, que no me lo esperaba, pegué un respingo y el capó del coche dio un crujido que no veas.

– Por guarra – rió Sandra.

– Xavi se quedó mirando el coche horrorizado. Supuse que, si le pasaba algo, su padre le iba a dar una buena. Como ya estaba un poco harta de tanto lametón, me bajé del capó (imaginaos la escena, con la mini enrollada en la cintura y chorreando patas abajo) y le dije que nos metiéramos en el coche.

– ¡Y te lo follaste dentro! – retomó su monomanía Sandra.

– ¡Qué va! Estaba cerrado con llave. Y Xavi no la tenía.

– ¿Y qué hicisteis?

– Pensé en follar en el suelo. Con el calentón que llevaba no iba a hacerle ascos a hacerlo al estilo perro. Además, como dije, todo estaba muy limpio. Pero Xavi no quiso, creo que le daba palo obligarme a tirarme por el suelo para echar un polvo. Miró por allí a ver si había algún trapo o manta que pudiéramos usar, pero nada de nada. Entonces se le ocurrió. La idea del millón. Follar encima de la moto.

– ¡Ja, ja! – rió Mari – Ya veo venir lo del accidente.

– Pues claro. Yo no las tenía todas conmigo, pensaba (con razón) que nos íbamos a caer. Pero él la sujetó por el asiento y le dio un par de meneos, para demostrarme que era estable. Yo sonriendo, le empujé y le obligué a sentarse en el sillín, con los pies en el suelo. Todavía me sentía un poco culpable por lo de antes…

– Así que ibas a devolverle el favor – concluyó Mari, sonriendo.

– Atenta que es una. Esta vez fui yo la que se arrodilló frente a él, mientras me miraba con los ojos como platos. Me costó un poco bajarle los vaqueros, pues llevaba un empalme de mucho cuidado, pero, finalmente, logré encontrarme frente a frente con la polla de Xavi.

– ¿Y cómo la tenía? – preguntó Mari, sin disimular su interés.

– Bastante respetable, os lo aseguro. Recuerdo que entonces pensé que la tenía más grande que Jaime y aún ahora, con más información para comparar…

– Pero, mucha, mucha más información – bromeó Sandra.

– Reconozco que tenía una de las mejores pollas que he visto. A ver, no es que la tuviera de 25 centímetros ni nada de eso. Pero tenía un trozo que… y de dura…

Mientras hablaba, Sofía alzó ambas manos, indicando con un gesto el tamaño aproximado del la verga de su amigo. Las otras dos asintieron con la cabeza, coincidiendo en que el chico no estaba mal armado.

– Y empecé a chupársela. En cuanto me metí el glande en la boca, el pobre estuvo a punto de caerse de la moto. Si no llega a estar sentado, se cae seguro, porque las rodillas le temblaban. No es que quiera alardear, pero tengo que confesar que le hice uno de mis mejores trabajos. Se la chupé de arriba a abajo, pelotas incluidas, jugueteando con la lengua debajo del glande, lo que le hacía temblar de una forma muy graciosa. Con Jaime no solía hacerlo, porque tenía la puta costumbre de intentar correrse en mi boca, pero con Xavi no tuve problemas en tragármela enterita, hasta que la nariz me quedó apretada contra su ingle.

– ¿Te lo tragaste, guarrona?

– No, no – negó Sofía con la cabeza – Fue todo un caballero. Yo sabía perfectamente que, con el calentón que llevaba no iba a durar mucho, así que estaba atenta. Pero no hizo falta, pues, al notar que se corría, Xavi me avisó para que me apartara. Ni siquiera intentó echármelo encima, sino que descargó la lefa en el suelo, a un lado.

– ¡Qué ricura!

El camarero no pudo menos que pensar en cuantas veces les habrían pegado cuatro lechazos a traición a aquellas mujeres. Es que los tíos son auténticos cerdos.

– Y además, bien brioso. Cuando se corrió, me puse en pie delante de él y volvimos a morrearnos. Le dejé que me metiera mano a gusto, por todos lados, aunque no se atrevía a tocarme mucho el coñito. Supongo que porque creía que me había hecho daño antes sobre el capó. Pero me daba igual, porque lo que yo quería era ponerle a tono de una vez y que me endiñara un buen pollazo. Estaba que echaba humo. Y, a fuerza de ser justos, lo cierto era que, aunque Xavi seguía sin atraerme demasiado, había logrado que me olvidara de Jaime por completo.

– Pues claro, cacho guarra. No hay mejor remedio para la depresión que una buena tranca.

Nuevas risas femeninas.

– Pues eso. No tardó mucho en estar otra vez en pié de guerra. Bastó con acariciársela un poco con la mano mientras nos besábamos y se puso otra vez como un leño.

– ¡Ah, la juventud, divino tesoro! – declamó Sandra con voz soñadora.

– Yo estaba ya que me subía por las paredes, así que le dije que sacara la goma de una vez, que iba a explotar.

– ¡Qué poético!

– Xavi me cedió su sitio en la moto, mientras rebuscaba el condón en sus pantalones, que estaban por allí tirados. Con torpeza, sacó la goma de la funda, pero, como amenazaba con romperla, acabé siendo yo la que le puso el gorrito al mono.

– Ja, ja.

– Volví a subirme a la moto y…

– Oye. ¿Qué marca era? – interrumpió Mari.

– ¡Y yo que sé! – dijo Sofía, encogiéndose de hombros – Durex, supongo.

– ¡No, capulla! – se carcajeó la mujer – ¡La moto!

– Ni puta idea – respondió Sofía repitiendo el gesto – No entiendo un pimiento de eso. Sólo recuerdo que era enorme, con un sillón en el que casi podía tumbarme. Xavi me dijo que tenía incluso calefacción, aunque no la puso porque no tenía la llave. ¡Ah, sí! Tenía incluso radio. Aunque no tengo ni puñetera idea de para qué se pone radio en una moto.

Sus amigas coincidieron. El camarero también.

– Bueno. Sigo. Xavi se sentó frente a mí, tratando de metérmela en plan misionero, conmigo recostada en el manillar. Pero pronto vimos que no podía ser y que la costalada era segura. Así que le obligué a sentarse derecho en el sillín y me subí a horcajadas en su regazo.

– A cabalgarle, vaya.

– Exacto. Como sabía que el pobre no iba a atinar, agarré su rabo y lo puse en posición, dejándome caer muy despacio, para empalarme.

– ¡Qué envidia! – dijo Mari.

– Xavi dio un gemido tan intenso cuando estuvo dentro de mí, que a punto estuve de echarme a reír. Pero claro, no pude, porque hay que reconocer que, cuando aquella polla se me clavó dentro… me olvidé de todo lo demás.

– Ja, ja, qué guarra – rió Sandra.

– Le dijo la sartén al cazo – pensó el camarero, atento a no perderse detalle.

– Pues eso. Yo estaba de espaldas al manillar, empitonada en su polla. Nos acoplamos y empezamos a movernos despacito, follando justo como a mí me gusta, pues era yo la encargada de marcar el ritmo. Xavi se limitaba a sujetarme y a mirarme medio alucinado, mientras yo empezaba a botar cada vez más rápido sobre su polla. Para ser su primera vez, estaba resultando un polvete de lo más grato, pero entonces, quizás un poquito demasiado entregada, le di sin querer golpe con el pie a la patilla de la moto. Entonces todo se puso a temblar, nos desequilibramos… y ¡patapún! Costalazo en el suelo.

Las otras dos mujeres se echaron a reír.

– Yo me levanté sin problemas, con el culo un poco dolorido por el trompazo, pero deseando reanudar el show. Como me daba igual lo de follar en el suelo, mi idea era pasar del rollo de la moto y seguir follándomelo allí mismo. Riendo, miré a Xavi y le pregunté si estaba bien. Contestó que sí, pero entonces, al intentar moverse, se dio cuenta de que se le había quedado atrapada una pierna entre unos hierros salientes que tenía la moto.

– No fastidies – dijo Mari, mirando a su amiga con interés.

– Me puse en pie como un resorte y traté de levantar la moto. Pero qué va, ni de coña. Aquello pesaba una tonelada. Xavi intentó ayudar, empujando con las manos (estaba graciosísimo, allí tirado, desnudo de cintura para abajo, con el gorrito puesto y un empalme tremendo), pero pronto vimos que era imposible. Yo estaba cada vez más nerviosa, dándome cuenta de que no iba a poder sacarle de allí. Busqué a ver si había alguna barra o algo para hacer palanca, pero nada de nada. Xavi también estaba empezando a acojonarse, así que el asunto se le bajó con rapidez, aunque yo ya estaba tan preocupada que me dio igual. Tenía que sacarle de allí como fuera.

– Menudo show – dijo Sandra muy seria.

– Imagínate. Estaba haciendo auténticos esfuerzos para no ponerme histérica. No hacía más que pensar en que íbamos a salir en los periódicos. Le dije a Xavi que tenía que ir a pedir ayuda, pero él se horrorizó ante la sola idea de que se enterara la gente del instituto.

– Y con razón. El cachondeo hubiera durado años. Alucinada estoy de que nadie se enterara de esto. ¿Qué fue lo que hicisteis?

– Xavi me dijo que buscara a su padre. Yo me quedé estupefacta. Pensad en la vergüenza que iba a pasar plantándome de madrugada en casa de un compañero de clase, para decirle a su padre que habíamos tenido un accidente mientras follábamos. Así que me negué, pero, tras un rato de discusión, comprendí que no me quedaba otra.

– Joder. Menudo marrón – dijo Mari solidarizándose con su amiga.

– Lo que yo te diga. Cuando comprendí que no había más salida, me resigné y que fuera lo que Dios quisiera. Además, me di cuenta de que, aunque Xavi no se quejaba para no asustarme más todavía, estar allí debajo debía de dolerle, así que decidí darme prisa. Busqué mis bragas por toda la nave, pero no las encontré, así que, viendo que Xavi estaba pasándolo mal, hice de tripas corazón y salí a la calle, bajando tras de mí la persiana.

– Ala, con el chichi al aire.

– Ni te cuento. Pero tampoco es que me preocupara demasiado por aquello, bastante tenía con el pobre Xavi que seguía atrapado. Así que, sin perder más tiempo, salí escopetada de regreso al barrio. Para tardar menos acorté por el descampado que había detrás de la fábrica.

– Joder, qué susto. Te podía haber salido algún loco allí sola.

– Pues imagínate cómo iba yo. Acojonada perdida. Pero tenía que ayudar a Xavi. Si estaba en aquel lío era culpa mía. Por suerte no vi ni un alma y como había luna llena, se veía bastante bien. Si llega a salirme alguien en aquel llano, os juro que hoy no estaría aquí con vosotras. Hubiera palmado de un infarto.

– Imagínate los titulares. “Jovencita sin bragas hallada muerta de puro miedo” – rió Sandra.

– Pues no te creas que no lo pensé. Pero entonces me acordé del papelón que se me presentaba de tener que presentarme en casa de Xavi y eso hizo que me olvidara del miedo a que me violaran.

– Y te entró el miedo a la vergüenza que ibas a pasar.

– Correcto. Por fin, dejé atrás el descampado y, cinco minutos después, llegaba al bloque de Xavi. Antes de salir, él me había dicho cual era su piso, así que, tras armarme de valor, pulsé con ganas el portero electrónico. El ruido que hizo me hizo dar un bote, pues sonó como un cañonazo en medio de la noche en la soledad de la calle. Miré a los lados asustada, como si fuera a aparecer alguien para echarme la bronca por montar tanto escándalo.

– ¿Localizaste al padre?

– Sí. Por suerte, tras el segundo timbrazo descolgaron y una voz masculina bastante enfadada preguntó que quién era. Con voz temblorosa, contesté que era una amiga de su hijo y que necesitaba que viniera porque se había caído de la moto en la nave. Para mi alivio, no tuve que dar muchas explicaciones y tras anunciar que bajaba enseguida, colgó. Me senté en los escalones, pero, muy nerviosa, volví a levantarme y empecé a dar paseos. No dejaba de pensar en Xavi y si estaría bien. Me veía acabando la noche en el hospital.

– A ver, Sofi – dijo Sandra deteniendo el relato – No veo a donde va a parar tu historia. ¿Acabaste tirándote a Xavi o no? Porque el medio polvo que has descrito no cuenta…

– Tú déjame seguir, coño. Y pide otra ronda.

El camarero lo pasó fatal al servir las nuevas copas. Llevaba un empalme de campeonato, que no se bajaba un milímetro ante la presencia de las mujeres. Tapándose como pudo con la bandeja y poniéndose de perfil, intentó disimular lo mejor que pudo, aunque estaba claro que, al menos Sofía, era plenamente consciente de su apuro.

– Pues bien. Finalmente bajó el padre de Xavi. Yo no le había visto en la vida, así que me sorprendí un poco al ver que no era tan viejo como yo esperaba. Debía tener nuestra edad poco más o menos.

Mari esbozó entonces una sonrisilla maliciosa al empezar a comprender por donde iban los tiros. Interesada, se sentó más derecha en su asiento, inclinándose hacia su amiga para no perderse detalle.

– Me hizo esperarle en el portal mientras iba al garaje a por su coche. Era un vehículo muy curioso, una ranchera de esas americanas que se ven en las películas. Entonces no se veían muchas. Por lo visto el hombre era contratista y llevaba una especie de logo impreso en la puerta del vehículo. Paró delante de mí y yo subí al lugar del pasajero, aunque realmente no era tal, pues el asiento era corrido, de esos de tres plazas.

– ¿Y no te echó la bronca?

– No. Le conté una historia estúpida sobre que Xavi me había llevado a ver la moto porque me gustaban mucho y no sé qué más.

– Claro. Una historia muy buena – rió Mari – ¿Y cómo le explicaste que iba a encontrarse con su hijo medio en pelotas bajo la moto?

– En ese momento no caí. Me sentía un poco aliviada porque el hombre no me hubiera montado un pollo. Se veía que estaba bastante cabreado, pero no la pagó conmigo, sino que no paraba de despotricar contra su hijo. “Este chico es gilipollas”, “es que hay que joderse, quién le manda”, “qué cojones hace allí” y cosas por el estilo.

– Ja, ja.

– Como digo, estaba un poco más tranquila al ver que el tipo no era ningún energúmeno y que se tomaba la cosa con filosofía. Yo comprendía perfectamente su cabreo, era normal enfadarse si te despertaban de madrugada en tu cama con semejante percal.

– Y tanto. Me pasa a mí con mis hijos y me los cargo – sentenció Sandra.

– Entonces, recuerdo que preguntó que qué hacíamos allí en realidad y que cómo se las había apañado Xavi para quedarse atrapado. Me pilló de improviso. No sé, pensaba que se había quedado satisfecho con la explicación que le había dado, pero, al ver que no era así, volví a ponerme nerviosa.

– Normal.

– Me aturrullé y balbuceé algo sin sentido. Miré por la ventanilla, sin saber qué decir, consciente de la impresión que debía estar dando. Me volví hacia él y entonces vi que estaba mirándome las piernas, lo que me dejó parada. El padre del chico que me había medio follado estaba mirándome… y no como debe mirarse a una amiga de su hijo.

– ¡Ostras! – exclamó Sandra, que por fin llegó a la misma conclusión a que había llegado Mari minutos antes – ¡Sigue, sigue!

– No sé qué me pasó. Pero al darme cuenta de que me miraba, un escalofrío recorrió mi columna y me acordé de que el polvo había quedado a medias. De repente, volví a sentirme excitada, mientras él, con tranquilidad, me miraba de arriba a abajo. Recuerdo que dijo: “Ya veo”, dándome a entender que había adivinado perfectamente qué hacíamos su hijo y yo en la nave. Volvió a clavar los ojos en la calzada, conduciendo en silencio, mientras yo, muy alterada, con el corazón latiéndome con fuerza, le miraba sin decir ni pío. Me di cuenta de que era bastante guapo, moreno, ojos negros, bien musculado. Recuerdo que pensé que si Xavi acababa por parecerse a su padre, terminaría por gustarme de verdad.

– ¡Jo, ahora sí que se ha puesto interesante!

– No volvió a dirigirme la palabra en todo el trayecto. Ni siquiera me miró. Pero yo aún sentía sus ojos deslizándose por mi piel minutos antes. Estaba muy alterada.

– No era para menos.

– Por fin llegamos y él se bajó, sin esperarme, levantando la persiana de la nave por completo y enfrentándose al show que ya se esperaba. Yo entré detrás de él y vi que Xavi seguía exactamente donde le había dejado. Lo único era que se había quitado la camisa y se la había echado encima para taparse el asunto.

– Ja, ja.

– Entonces el padre, viendo el espectáculo, se volvió hacia mí y me fulminó con la mirada, como si todo aquello hubiera sido culpa mía, cuando la idea de hacerlo encima la moto había sido de su hijo. Me molestó mucho que me mirara así, pero yo no estaba para protestarle a nadie.

– Lógico. No ibas a echarle tú la bronca encima – coincidió Mari.

– Meneó la cabeza, como diciendo que menudo par de idiotas estábamos hechos y, haciendo alarde de fuerza, levantó la moto liberando al pobre chico. Xavi, avergonzado, se vistió como pudo, cojeando ostensiblemente. Yo estaba quieta como una estatua y no me atreví a echarle una mano, no fuera a ser que el padre dijera algo. Éste, por su parte, tras comprobar que su hijo sólo estaba magullado, se agachó junto a la moto para examinarla. Vi que recogía algo del suelo y se lo guardaba en el bolsillo, pero no le presté mucha atención, deseando que todo aquello acabara y regresar de una vez a casa.

– ¿No le echó la bronca a Xavi?

– ¡Qué va! Se notaba por el aura que desprendía que estaba molesto, pero no le montó el número delante mío. Supuse que para no avergonzarle todavía más. Le respeté bastante por ello, aunque recuerdo que pensé que a Xavi se le iba a caer el pelo cuando llegaran a su casa.

– ¿Y ya está? ¿Os fuisteis y punto?

– Calla, leñe. Deja que siga. El padre cerró la puerta de la nave y echó la llave. Yo ayudé a Xavi a subir y me senté a su lado. El hombre condujo en silencio, mirando a la carretera, sin hacernos ningún tipo de reproche. Xavi me pedía perdón en voz baja, lamentando lo ocurrido, aunque yo sabía que lo que más lamentaba era haberse quedado a medias, porque a mí me pasaba igual. Minutos después, llegamos a su portal y yo ayudé a Xavi a llegar al ascensor, mientras su padre me esperaba en la camioneta.

– ¿Te llevó a tu casa?

– Sí. Yo le dije que no era necesario, pero contestó que ni de coña iba a dejar a una jovencita andar sola por las calles. Que por esa noche ya lo había hecho bastante. Algo en su tono me dijo que era mejor no discutir, así que acepté, aunque la verdad es que me sentía muy inquieta por volver a quedarme a solas con él.

– Ja, ja.

– Volví a subirme a la cabina, sintiéndome un poquito nerviosa. Miré al padre y me encontré de bruces con sus ojos, que volvían a mirarme con descaro. No pude evitar temblar, pero no era un escalofrío de miedo sino…

– Ja, ja, ja… No hace falta que lo expliques, guarrilla.

– Lo reconozco, que me mirara de aquella forma me ponía nerviosa, sí, pero también resultaba excitante. Entonces, antes de arrancar, me dijo que viéndome, entendía por qué Xavi había ido a la nave a pesar de tenerlo prohibido y que por eso no le iba a castigar.

– ¡Joder con el tío!

– Madre mía. Fue escuchar eso y os juro que volví a ponerme cachonda perdida. Sabía que le resultaba atractiva y no sé, estar allí de madrugada, con un tío mayor bastante guapete… Joder, no podía más que acordarme de me había quedado a medias.

Un nuevo cliente se acercó a abonar su consumición, pero, tras un par de infructuosos intentos de atraer la atención del camarero, desistió de su empeño, largándose sin pagar. El otro ni se dio cuenta.

– Mi casa no estaba lejos, pero en ese momento yo deseaba que estuviera a cien kilómetros. De repente no me apetecía bajarme de aquel coche. Entonces, paramos en un semáforo y él volvió a mirarme, haciéndome estremecer. Metió la mano en el bolsillo y sacó algo que al principio no alcancé a ver, preguntándome si aquello era mío.

– Tus bragas, ¿verdad? – adivinó Mari, que ya se lo esperaba.

Sofía asintió con la cabeza.

– Exacto. Joder, cuando le vi con mis bragas en la mano, os juro que se me escapó un chorrito. Estaba caliente como una mona. Y entonces fue cuando le eché narices e hice una locura.

Las otras dos mujeres se inclinaron hacia ellas, hipnotizadas por el relato de su amiga.

– ¿Qué hiciste? ¡Coño, habla! – exclamó Sandra, sin paciencia para las pausas dramáticas.

– Aferré el borde de la minifalda y muy despacio, me la subí hasta dejar mi coñito al aire.

– ¡No me jodas! – exclamó Sandra.

– ¿En serio? – aulló Mari, con los ojos muy abiertos.

– Viva la madre que te parió – dijo para su coleto el camarero, mientras sofocaba las ganas de empezar a aplaudir.

– Él se quedó mirándome muy fijamente, sin pestañear. Como no decía nada, me asusté un poco, pues pensé que quizás había metido la pata e iba a acabar en los periódicos como la puta más grande del barrio. Pero qué va, entonces sonrió y me dijo que ya veía que sí que eran mías.

– Madre de Dios.

– Ya no dudé más. Estaba caliente como el palo de un churrero. Estiré la mano y, aferrándole por la muñeca, la conduje muy despacio entre mis muslos. Cuando sus dedos tocaron mi coñito, estuve a punto de enloquecer de placer. Tuve que morderme los labios para no ponerme a gritar. Desde luego, aquel hombre sí que sabía tocar a una mujer, ni Jaime, ni Xavi, ni hostias. Si le daba unas cuantas lecciones a su hijo, sin duda iba a convertirse en el tío más popular del insti.

– ¡Mierda! ¡Tendría que habérmelo follado! – exclamó Mari.

– El semáforo cambió y él, sin inmutarse, siguió jugueteando en mi entrepierna mientras conducía con una sola mano. Yo estaba literalmente hecha agua, retorciéndome de placer en el asiento mientras él nos conducía a ambos, al coche y a mí, por donde le daba la gana. Cuando abrí los ojos, vi que había cambiado el rumbo y, en vez de llevarme a mi casa, condujo de regreso al descampado, donde nadie iba a molestarnos.

Sandra le dio un codazo a Mari, como diciéndole que a ése sí que se lo había follado.

– Antes de que detuviera el coche, me corrí como una burra gracias a sus habilidosos dedos y tuve que apoyarme con ambas manos en el salpicadero para no caerme de bruces.

El camarero tragó saliva. Tenía la boca seca.

– Él siguió acariciándome, estimulándome hábilmente mientras el orgasmo me asolaba. Por fin, agotada, me recosté contra la puerta, tratando de recuperar el aliento. Él, por su parte, sacó la mano de entre mis piernas y, en un gesto la mar de erótico, se chupó los dedos con evidente placer.

– ¡Qué guarrete, je, je!

– Yo, medio derrengada, me esforzaba en serenar la respiración. Entonces noté que él forcejeaba con su pantalón y supe lo que venía a continuación. Le miré y vi que, efectivamente, se había bajado la bragueta y su polla asomaba entre sus piernas, dura y brillante a la luz de la luna.

– Y tú te amorraste al pilón. No le hizo falta darte instrucciones – intervino Sandra.

– A ver. Lista que es una. Instantes después estaba arrodillada en el asiento a su lado, con la cabeza bien hundida entre sus piernas y su polla clavada hasta el esófago. Noté que posaba su mano en mi pelo y pensé que iba a intentar marcarme el ritmo, como hacen muchos tíos.

– ¡Ajj! – exclamó Sandra – ¡Odio cuando hacen eso! ¿Qué coño creen que soy? ¿Un yo-yo?

– Tomaré nota – pensó el camarero en silencio.

– Sí. A mí me pasa lo mismo. Pero él no lo hizo, limitándose a acariciarme el cabello.

– Eso está bien. Un tío con experiencia.

– Digo. Igualito que Jaime. El muy cabrón me hizo más de una vez lo de sujetarme la cabeza para correrse en mi boca.

– Hija. Pensándolo bien, tuviste suerte de que ese cerdo te dejara.

– Sí. Es verdad. Pero lo cierto es que no ha sido el único que me he hecho eso. ¿A ti no te ha pasado?

La expresión que adoptaron sus dos amigas hizo comprender a Sofía (y al camarero) que sí que les había pasado.

– Pues eso. Si al hijo le había hecho un buen trabajo oral, al padre le hice una obra de ingeniería. Pronto lo tuve resoplando como una cafetera y susurrándome lo bien que lo hacía y que nunca se la habían chupado tan habilidosamente.

– ¡Qué atento! – rió Mari.

– Y no os creáis que estuvo ocioso dejándose hacer, no. Aprovechando que me tenía arrodillada sobre el asiento, volvió a subirme la minifalda y empezó a juguetear de nuevo con mi coñito… y con mi culo.

– ¿Te enculó en el coche? ¡Menuda nochecita! ¡Dos vergas en la boca y una en el culo!

– No, estúpida. No llegamos a tanto. Ni siquiera llegó a correrse con la mamada. Me dejó hacer un rato, disfrutando de que se la chupara una guapa jovencita pero, cuando empezó a notar que la cosa iba a dispararse, me detuvo y me levantó, empezando a morrearme. Supongo que pensó que si acababa ya, no iba a ser capaz de seguir la función.

– Lógico. El tío tenía 40 tacos y no se veía capaz de seguirle el ritmo a un pendón desorejado como tú – se burló Sandra.

– Ya. Habló la monjita de clausura – retrucó Sofía, un tanto picada – Me levantó la camiseta y empezó a chuparme las tetas. La forma que tenía de jugar con su lengua en mis pezones me volvía literalmente loca. Y sus manos… recuerdo sus fuertes manos, ásperas, varoniles, estrujando con ganas mi culo. Recuerdo que me dolió un poco, no porque él apretara demasiado, sino porque me había hecho daño al caerme de la moto. Me salió un buen moretón. Y no veas si me costó que luego no lo viera mi madre, porque me habría hecho preguntas a las que no hubiera tenido ganas de contestar.

– Ja, ja, ya lo imagino.

– Pues bien, cuando me quise dar cuenta, me encontré tumbada de espaldas en el asiento del coche, con el padre de Xavi recostado sobre mí, explorando con su lengua hasta el último centímetro de mi boca. Yo sentía su dureza apretándose contra mi muslo y, a pesar de que ya me había pegado una buena corrida, me moría de ganas por sentirle dentro de una vez.

– Joder. Qué morbo.

– Aquel hombre conocía bien a las mujeres, pues enseguida me tuvo a punto de caramelo y, cuando lo logró, no se hizo de rogar, sino que con una maniobra hábil, se colocó en posición y me penetró con firmeza.

– Qué envidia.

– No me pegó un pollazo loco de esos que algunos tíos acostumbran, no. Me la metió con fuerza, pero con la intensidad justa para sentir perfectamente cada centímetro de carne hundiéndose en mi interior. Di un bufido tremendo, que él ahogó con sus labios. Recuerdo perfectamente cómo era el techo de aquel coche, pues clavé mis ojos en él mientras sentía cómo se hundía en mi cuerpo. Y me corrí de nuevo.

– ¡No me jodas! ¿Te corriste sólo porque te la metió? ¡Ése tío era un portento! – exclamó Sandra.

– No te olvides que llevaba una rato masturbándome mientras se la chupaba. Y además, estaba el increíble morbo de la situación. No sé. Quizás sí que fuera un portento. Lo cierto es que me corrí. Y no fue la última vez.

– ¿En serio? – profirió Sandra con incredulidad -¿Cuántas veces te corriste? ¡Mi record está en tres en una noche!

– Pues perdiste querida. Yo ni me acuerdo de cuantas veces fueron, pero, si fueron menos de cinco…

– ¡No jodas!

– Te lo juro – dijo Sofía haciendo el gesto de promesa sobre su pecho – No os miento tías, fue uno de los polvazos de mi vida. Cuando empezó am moverse sobre mí y a hacer ciertas cosas con las caderas, creí que me moría de gusto. De pronto me encontré con los pies en el techo del vehículo, mientras el tío bombeaba febrilmente. Pero no a lo loco, no. Enseguida percibió cual era el ritmo que más me gustaba y se amoldó a él como un guante. Y no veas cómo aguantaba el tío, era increíble.

– Cuenta, cuenta.

– Cuando se hartó, me puso a cuatro patas, luego me hizo cabalgarle, de frente, de espaldas…

– Ja, ja, venga ya. Menos lobos, Caperucita.

– Bueno, vale. Ahí estoy exagerando. Pero os juro que fue un polvazo impresionante. De los mejores de mi vida, por no decir el mejor. Como dice Sandra, con él fue mi récord de orgasmos.

– Y a pelo, ¿no, cacho guarra? Porque a éste no le hiciste ponerse condón.

– No creo que llevara. La verdad es que, viéndolo ahora con perspectiva, me doy cuenta de la locura que hice. Pero no me arrepiento, porque, como digo, fue la mejor noche de sexo de mi vida.

– ¿Se corrió dentro? – inquirió Sandra, a la que le encantaban los detalles escabrosos.

– No. Tuvo cuidado y lo echó fuera. Todavía puedo sentir su caliente esperma sobre mi estómago. Fue genial. Y no veas la aventura que fue meter mi ropa a lavar sin que mi madre detectase las manchas pegajosas.

– ¡Todas hemos pasado por eso!

Las tres rieron a coro.

– Después, estuvimos un rato charlando, mientras nos vestíamos y nos recuperábamos. El pobre hombre, una vez superado el calentón, parecía un poquito avergonzado por lo que había pasado, lo que hizo que le encontrara todavía más atractivo.

– Ji, ji.

– Al final, me llevó a mi casa cuando ya había amanecido. Me despedí de él y subí al piso, procurando que mis padres no me oyeran llegar. Me metí en la cama y estuve durmiendo como un lirón hasta la hora de comer.

– El deporte es lo que tiene, que la agota a una.

– A la tarde siguiente, fui a casa de Xavi, a ver cómo estaba. Me lo encontré con un vendaje bastante aparatoso, pues, al parecer, se había hecho un esguince.

– Pobrecillo. Es verdad, me acuerdo de verle en clase con la pata chula.

– Pero tú no habías ido a verle a él, ¿verdad? – dijo Mari con tono pícaro.

– ¿Y tú qué crees? Me habían echado el polvo de mi vida… ¿Y piensas que iba a conformarme sólo con uno?

– ¡Serás puta! – gritó Sandra, riendo entusiasmada.

– ¡Pues claro! Xavi estaba super arisco conmigo y no era de extrañar, pues, tras dejarle, su padre tardó dos horas en regresar y eso que mi casa no estaba ni a diez minutos andando. No hacía falta ser un genio para sumar dos y dos…

– ¿Xavi lo sabía?

– Nunca me lo dijo, pero a partir de entonces pasó de mí.

– ¿Y seguiste liada con su padre?

– Unas cuantas veces. Nada serio, porque el pobre hombre estaba casado y yo era compañera de su hijo. Pero logré llevarle al huerto unas cuantas veces más, hasta que terminé la carrera y me salió trabajo en otro sitio. Le vi otra vez hace un par de años y, a pesar de estar rondando los 60, todavía tiene su aquel.

– ¿Te lo has vuelto a tirar?

– No, hija, no. Iba con su mujer y yo con mi marido. Aunque vi en sus ojos que se acordaba perfectamente de lo que habíamos hecho y me dedicó una sonrisa… ja, ja. Si llego a querer…

– ¿Le preguntaste por Xavi?

– Sí. Está casado y tiene dos hijas. Trabaja en Madrid de ingeniero.

– Me alegro de que le vaya bien.

– Y yo. Bueno, ya vale. Ésa es la historia. ¿He cumplido bien con las reglas?

– ¡Al pie de la letra! – exclamó Sandra con entusiasmo – ¡No veas, empezar con un tío que ni siquiera te gustaba y acabar echando el polvo de tu vida! ¡Un aplauso para la señora!

Y las dos mujeres empezaron a aplaudir ostentosamente a su amiga, mientras ésta se ponía en pié y les dedicaba un par de burlonas reverencias.

Por el rabillo del ojo, sin embargo, miró al camarero hasta que sus miradas se encontraron, lo que volvió a ponerle los pelos de punta al buen hombre.

Las amigas siguieron charlando, de temas menos escabrosos, hasta que Sandra anunció que se hacía tarde y tenía que irse. Mari se ofreció a compartir un taxi, pero Sofía no quiso acompañarlas. Tras decirles que las copas corrían por su cuenta (que ya pagaría otra en la siguiente reunión), se quedó sentada viendo cómo sus amigas se marchaban.

En cuanto se quedó sola, el camarero se acercó solícito a la mesa a preguntar si deseaba algo.

– No sé – respondió Sofía mirándole enigmáticamente – ¿Qué le debo?

– Invita la casa, señora. Me doy por bien pagado.

La mujer sonrió abiertamente al hombre.

– Es usted muy amable. Se lo agradezco. Por cierto, ¿dónde está el servicio? Estoy un poquito mareada y necesito refrescarme.

– Esa puerta del fondo. Aunque, si se encuentra mal, puede pasar al cuarto que tengo detrás. Allí hay una cama y puede echarse a descansar.

Nueva sonrisa pícara.

Aquella tarde el bar cerró pronto. La chica que tenía contratada para atender las mesas de fuera se llevó una grata sorpresa al obtener el resto de la noche libre, marchándose de inmediato en busca de su novio, sin saber que el destino le tenía reservada una amarga decepción. Cosas de la vida.

El camarero, por su parte, cerró el chiringuito como un rayo, sin molestarse en hacer caja siquiera. Cuando entró en el cuartillo, encontró a Sofía tumbada en su cama de costado, con la cabeza apoyada en la mano.

– ¿Y bien? – preguntó la mujer con voz juguetona – ¿Se ve usted capaz de superar el récord?

– Puedo intentarlo – respondió el hombre ilusionado.

Y vaya si lo intentó.

NOTA DEL AUTOR: Os presento el primer relato de Women in trouble basado en la historia sugerida por una de mis lectoras (no digo quien, que lo haga ella si quiere en los comentarios). Espero que os haya gustado.

Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:

ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Hielo y Fuego” (POR ALEX BLAME)

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¡Atención! Este no es un relato convencional. En él tus elecciones te llevaran a distintos desenlaces de la historia. Empieza en el capítulo 1 y luego continua dirigiéndote a los capítulos que figuran al lado de tus elecciones. Buena suerte.

1

—¡Joder, tío! ¡Qué alegría! —dice Jorge dándote una palmada que casi te cambia los omóplatos de lado— ¿Cuánto tiempo hacía? ¡Vaya casualidad!

—Tres años, si no recuerdo mal. —dices saludando a al viejo amigo de la facultad y haciendo un señal a la camarera para que te traiga un par de cervezas.

Puri se acerca a vosotros y se inclina provocativamente para serviros las birras. Tú no puedes evitar echar una mirada a aquel par de melones morenos, tiesos, burbujeantes, atrayentes…

Abres la boca para decirle algo bonito como siempre que paras allí, pero Jorge te lo impide riendo.

—No seas capullo. —te dice Jorge— No la conozco de nada, pero se ve a la legua que esa tipa nunca te hará caso más que para que vacíes su nevera de cervezas.

—Ya lo sé, pero últimamente la cosa esta muy chunga. No recuerdo la última vez que eché un polvo en condiciones así que tiro con postas. —replicas tú.

—Quizás te equivocas y no buscas en los lugares adecuados. —dice Jorge con una sonrisa— Hace tiempo que los bares han dejado de ser el mejor sitio para ligar.

—Y ahora es cuando me cuentas tu táctica infalible y me dirás que te lo montas cada día con una distinta. Adelante, me tienes en ascuas.

—Internet. —dice Jorge lacónico.

—¿Cómo?—preguntas desconcertado.

—Internet, las páginas de contactos. ¿Nunca has probado?

—No. —respondes sorprendido— ¿Pero eso no es un nido de mentirosos y gente a la que le gustan las cosas raras?

—¡Qué va! Eso era antes. Ahora a la mayoría de la gente le pasa como a ti, no tenemos tiempo para chorradas y con estas webs te ahorras mucho tiempo y puedes ligar mientras estás en la oficina. Con un poco de suerte puedes tener una mujer en poco tiempo, si eres hábil, varias.

—Me estás vacilando. —dices tú pensando que tú amigo se está tirando el moco.

—Que va, yo tengo tres perfiles en tres páginas diferentes. Uno en el que parezco un pobre hombre con una mala suerte increíble, para ablandar a las maduritas, otro a en el que aparezco con el Porsche de mi primo para atraer a las jóvenes guapas y avariciosas y una última en la que me muestro tal como soy para atraer a las mas guarras y depravadas. —responde él con una sonrisa de lobo.

—Y así follas todos los días.

—No todos, de vez en cuando una te sale rana, pero en general mi vida sexual ha mejorado una barbaridad desde que estoy en ellas.

—Va, chorradas. —replicas tú apurando la cerveza de un trago y mirando el culo de la camarera cimbrear en busca de un nuevo botellín.

—¿Chorradas? Ya verás. —dice Jorge sacando el móvil y entrando en la página arrumacos. com.

Ante tus ojos Jorge abre su perfil y pincha en un botón con la leyenda “posibles contactos cercanos”. Enseguida se abre una ventana y surgen casi inmediatamente cuatro candidatas. Las dos primeras rechazan a Jorge nada más ver su perfil, pero las otras dos le siguen el juego y chatean un rato con él. Diez minutos después una de ellas le invita a “tomar algo a su casa”.

Ante tus ojos incrédulos Jorge se despide y con una sonrisa, no exenta de sorna, te desea suerte con la camarera mientras sale del garito colocándose el paquete.

Llegas a casa medio borracho después de una larga e infructuosa noche. La cabeza te da vueltas y te metes en la cama deseando un sueño que no llega. Te das la vuelta en la cama y ves el portátil descansando sobre la mesilla.

Lo miras, dudas, lo piensas de nuevo y finalmente abres el ordenador. La pantalla se enciende con un leve ruido y aparece la página de inicio del sistema operativo. Levantas la mano y después de dudar otro instante abres el navegador y pones ” contactos” en el buscador.

Salen varias páginas y tras dudar entre varias, te decantas por la que más miembros tiene; Amorrápido.com

No te lo piensas y te registras lo más rápido posible para no echarte atrás. Tras dar tus datos básicos, describirte un poco y añadir una de las pocas fotos en la que no pareces tonto del todo, te describes lo más favorablemente posible y eliges tu mujer perfecta. La página procesa tus datos y antes de terminar te pide que seas totalmente sincero y digas cuál es la cualidad que más valoras en una mujer.

Dudas un momento pensando qué es lo que deseas…

Si te acuerdas de la camarera y de de la sonrisa lasciva que muestra cada vez que le pides otra cerveza y decides que quieres algo totalmente distinto así que escribes “rubia de aspecto angelical” vete a 2.

Si te acuerdas de los pechos morenos de la camarera y escribes “mulata” vete a 3.

Si recuerdas a la camarera y dudas, pero finalmente reconoces que son las pelirrojas las que te vuelven loco vete a 4.

Si recuerdas las curvas de la camarera y escribes “voluptuosas” vete a 5.

2

Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible, aun con las brumas del sueño, te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

—Veo una abejita pequeña y furiosa y… ¡Oh No! —dice la gitana abriendo mucho los ojos.

—¿Qué pasa? —preguntas con desazón.

—No.. no pasa nada. Lo siento pero se ha terminado la sesión —dice ella sacándote a empujones y despidiéndote con un apresurado “que Dios te bendiga” antes de que tú puedas decir nada.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

El mensaje de la candidata es un poco repipi para tu gusto, lleno de emoticonos y corazoncitos por todas partes, pero al echarle un vistazo al perfil de la chica te convences de que merece la pena darle una oportunidad.

Se llama Cristina Camacho y dice trabajar en un hospital, aunque no especifica en que puesto, le gustan los pepinillos, los cachorros y las comedias románticas. Una joven de pelo rubio, corto y ensortijado te mira con unos ojos azules y grandes y te sonríe mostrando una dentadura perfecta. Al pinchar en la foto del perfil se despliegan varias fotos en las que aparece de cuerpo entero. Sus poses exageradas y un poco artificiosas no te impiden admirar las piernas delgadas y bonitas, el culito respingón y los pechos relativamente grandes comparados con lo menudo de su figura.

Le envías un mensaje explicándole que te gustaría conocerla y ella responde casi inmediatamente y se muestra ansiosa por conocerte. Chateáis un rato más, lo suficiente para notar que es una romántica empedernida, así que cuando ella te pregunta dónde podéis quedar tu dudas un momento.

Decides quedar en un bar, no vaya a ser que si te pones en un plan demasiado romántico luego no puedas sacártela de encima vete a 6

Prefieres darle una sorpresa y no le explicas a donde vais, solo que lleve ropa cómoda sabiendo que si aciertas con el plan te la pasas por la piedra fijo. vete a 7

3

Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible. Aun con las brumas del sueño, te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sobado sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

—Veo un puño de hierro envuelto en un guante de seda. —dice la gitana pasando la mano con sus entecos dedos extendidos frente a tu cara— Ten cuidado, la próxima mujer que cruce en tu vida puede ser la causa de tu destrucción o la mujer de tu vida, solo tus decisiones lo determinarán.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

El perfil de la candidata no es muy extenso. Dice llamarse Melina Rodríguez, es española de origen cubano y tiene veintisiete años. Estudió derecho gracias a la becas y terminó la carrera la segunda de su clase, ahora trabaja como abogada defensora. Le gusta la música latina, el cine y un buen libro, aunque confiesa que no tiene mucho tiempo libre para dedicarlo a ello. Para terminar explica que le gustan los hombres tiernos pero seguros de sí mismos y que sean unos amantes ardientes.

En la esquina superior derecha del perfil hay una foto desde la que Melina te mira con unos ojos grandes, oscuros, rodeados de unas pestañas largas y rizadas. Su nariz es un poco ancha pero recta y no demasiado grande y sus labios gruesos y jugosos, pero lo que más llama tu atención es su tez color caramelo oscuro y fina como la piel de un melocotón.

Pinchas en la foto y ves varias instantáneas en las que descubres que como buena abogada viste en todas impecablemente, aprovechando los altos tacones para realzar un cuerpo de infarto y sobre todo un culo que hace época.

Para ser la primera respuesta no está mal, te sientas con el ordenador en el regazo y le envías un mensaje hablando un poco más de ti. Al contrario de lo que esperas, ella te responde de inmediato. Chateáis un rato y alternando mentiras con medias verdades consigues que se interese en ti. Tras un rato de conversación ella se excusa diciendo que tiene que reunirse con un cliente importante en unos minutos, pero que le has impresionado y que le gustaría conocerte en persona.

Antes de despedirse te dice que al día siguiente por la noche estará en la ciudad y que tiene tiempo para cenar.

Tú no lo dudas ni un segundo y le invitas a un restaurante de lujo que hay en el centro. Esperas una respuesta, pero ya sea porque ha tenido que irse de verdad, o porque quiere hacer que te hagas un poco en tu propio jugo, no responde a tu propuesta inmediatamente.

Horas después recibes una respuesta afirmativa y añade que le vendría bien quedar a las nueve y media.

Con una sensación triunfal cierras el ordenador y te dedicas a dar pequeños saltitos por la habitación.

La espera se ha hecho larga, pero al fin la hora ha llegado. Te preparas sacando tu único traje decente de su funda y los Fluchos que compraste para la boda de tu hermana. El último toque lo pone el perfume de Hugo Boss y unos gemelos con la forma de pequeños aviones con los que pretendes compensar la falta de calidad con la originalidad.

Te tienes que apresurar pero al final estas en la barra del restaurante a las nueve y media como un clavo.

—Lo siento, pero he tenido un problema de última hora y no he podido llegar antes. —dice ella entrando veinte minutos después en el local y dándote dos besos apresurados.

Te levantas apresuradamente para recibirla y después de devolverle los dos besos haces una seña al metre. Mientras el camarero os recoge las chaquetas aprovechas para echar un vistazo a la joven. Esta espectacular con un vestido ajustado de color blanco por el centro y negro por los laterales, escote en “u” y una falda recta y ajustada justo por encima de las rodillas. Sus piernas largas y morenas no necesitan medias y su culo ya de por si atractivo se ve realzado gracias a unas espectaculares sandalias de tacón imposible.

Os sentáis a la mesa y mientras os ponen unos aperitivos elegís la cena. Tras hacer el pedido se impone un incómodo silencio, no sabes muy bien cómo romper el hielo. Tras un par de sonrisas y titubeos decides iniciar tú una conversación; ¿Qué haces?

Intentas parecer un tipo atento y respetuoso y alabas su inteligencia vete a 8

O decides ir a lo seguro y comentas lo bien que le sienta ese vestido a su figura vete a 9

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Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible, aun con las brumas del sueño te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

¡Oh! Veo belleza y determinación. Fuego y hielo. Amor y dolor verdaderos. — te dice la anciana con una sonrisa torcida desde lo más profundo de tus sueños.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

Se llama Úrsula Kellermann y es española de origen alemán. Le gustan las películas de acción las motos y las vacaciones en lugares solitarios. Además dice que es una enamorada del sexo.

Solo por la última frase ya la habrías elegido pero además, cuando ves la foto te quedas impresionado por su belleza. Es pelirroja, de tez pálida y sus ojos grises te miran desde la pantalla con un frío desdén que te pone a cien. Pinchas en la foto y se despliegan una serie de fotos que casi te provocan una erección. La joven tiene unas piernas largas y torneadas unos pechos grandes y jugosos que le gusta mostrar con generosos escotes y una actitud sexy y desenfadada que te vuelve loco. No puedes evitarlo y te bajas una de ellas en la que está con un mono de cuero con la cremallera bajada enseñando un profundo canalillo al lado de su Suzuki Hayabusa 1300 y la pones de fondo de pantalla en el ordenador.

Decidido le envías un mensaje y te dispones a esperar. La tipa no se apura demasiado y te responde casi un día después. Parece ser que la cara de niño bueno que has puesto en las fotos le ha convencido y chateáis un rato.

Úrsula resulta ser una mujer inteligente y culta aunque un poco seca en el trato, solo notas un poco de emoción cuando mencionas el asunto de las motos. Después de chatear un rato quedáis esa misma noche. Ella insiste en pasar a buscarte con su moto y tú para no demostrar que estás cagado de miedo accedes a la primera, pero le dices que ella tiene que poner el casco.

Esperas impaciente. Las horas pasan lentas y tediosas y las matas jugando al Grand Theft Auto y volviendo a ver la galería de fotos de la joven. Te recreas observando la cara angulosa, los labios no demasiado gruesos pero perfectamente delineados los ojos grises y fríos como el acero y el pelo color caoba liso que le llega a la altura de los hombros. Su piel es pálida, casi transparente y sus brazos y sus hombros fuertes te hacen pensar que hace pesas para poder aguantar los tirones de una moto de doscientos caballos.

Al fin llega la hora y te duchas rápidamente, te pones unos vaqueros que no están demasiado sucios, una camiseta y una cazadora de cuero que hacía tiempo que no usabas.

Cuando bajas Úrsula ya te está esperando subida en la moto. Por un momento crees que te vas a correr allí mismo.

Con el casco bajo el brazo Úrsula espera apoyando la pierna en el suelo. Va vestida con un corpiño color ocre, una cazadora y una minifalda de cuero marrón oscuro. Al estar sentada sobre esa bestia la falda se le ha subido dándote una gloriosa vista de su pierna desde los tacones hasta casi el nacimiento del muslo.

Sin disimular tu embeleso te acercas a ella y le saludas dándole dos besos.

—Hola, ¿Qué tal? ¿Encontraste bien el sitio?

—Sin problemas —responde ella lacónica.

—La verdad es que las fotos no hacen justicia… a la moto, claro. —dices intentando hacerte el gracioso.

—Vale, muy divertido, ahora ponte el casco. —dice ella sin hacer demasiado caso a tu intento por romper el hielo.

Te pones el casco, te sientas tras ella y apenas has pasado los brazos entorno a su cintura sale disparada. La aceleración que le proporciona a la Suzuki los doscientos caballos hace que temas perder la cabeza.

Úrsula se desliza entre el tráfico a un velocidad de espanto y terminas por cerrar los ojos y dejarte llevar. El motor del artefacto grita y silba como una serpiente de cascabel maltratado inclementemente por la joven. No sabes cuánto tiempo ha pasado ni dónde estás, pero al final para la moto en el barrio viejo. Tenéis que dejar la moto ya que las calles son peatonales y caminar un cuarto de hora hasta un pequeño restaurante japonés que no sabías ni que existía. Por el camino te cuenta que es ejecutiva de una empresa de cosmética y que pasa largas temporadas en Montana dónde su empresa tiene la central.

El local es pequeño y consta de una gran barra en forma de “U” en el centro de la cual un chef oriental, con el típico pañuelo con el sol naciente hace la comida frente a los clientes. Os sentáis en los dos únicos sitios libres y leéis las cartas.

Nunca has estado en un japonés y los nombres de los platos te suenan todos a chino. Úrsula advierte tu desconcierto con una sonrisa torcida y te recomienda la ternera teriyaki.

¿Le haces caso y comes la ternera de kobe en salsa teriyaki? vete a 10

¿O decides que no puede ser tan difícil elegir la comida sin su ayuda y te decides por algo que se llama fugu? vete a 11

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Te despiertas sobresaltado y con una resaca horrible, aun con las brumas del sueño te diriges al baño donde tratas de refrescarte un poco y buscas un par de paracetamoles mientras intentas recordar el sueño que rondaba por tu cabeza justo antes de despertarte.

Te concentras e imágenes confusas de una feria te asaltan. Te acuerdas de que entras en la tienda de una adivina. La adivina resulta ser una gitana sospechosamente parecida a Lola Flores. Depositas un billete en su mano y mientras la bruja se lo mete en el sujetador con una mano, con la otra coge la tuya y la acerca a su cara.

—¡Oh! Veo una graaan historia de amor. —dice la vieja zalamera levantando sus dos brazos con un gesto teatral — La próxima mujer que se cruce en tu vida puede ser lo que has estado buscando toda la vida.

Intentas recordar algo más, pero sin resultado, así que te vuelves a refrescar la cara y vas a la cocina a hacerte el desayuno. Cuando vuelves a la habitación ves el ordenador y recuerdas vagamente lo que hiciste anoche. Lo enciendes y entras en la página de contactos con la intención de borrar tu perfil, pero sorprendido te das cuenta de que ya hay una candidata que se interesa por ti. Recuerdas durante un segundo el consejo de la gitana y después de desecharlo con un escalofrío pinchas en el mensaje con curiosidad.

Se llama Carolina Bravo, es Licenciada en Historia del arte y le encantan la literatura y los museos. Aunque sus aficiones no te vuelven loco, echas un vistazo a la foto del perfil y te quedas impresionado por sus ojos grandes, avellanados y color azul cielo, sus labios gruesos y jugosos deliciosamente perfilados, sus pómulos altos y su melena, una melena negra, brillante, espesa y ligeramente rizada. Pinchas en la foto y se despliegan una serie de fotos en la que descubres a una mujer alta y elegante con unas piernas esbeltas y torneadas y unas curvas que quitan el hipo. Eso te acaba de decidir y le envías un mensaje.

Charlas un rato con ella y descubres que no solo le gustan los museos sino que también le gusta el cine de ciencia ficción y ver en la tele los deportes de riesgo. Acabas carcajeando mientras intercambiáis anécdotas de patinadores con barandillas entre las piernas y esquiadores cayendo a trompicones ladera abajo perseguidos por aludes de nieve.

Tras una hora de Chat sientes que has conectado realmente con una mujer por primera vez en mucho tiempo y aunque algo en su actitud un poco elusiva te hace desconfiar, finalmente aceptas su invitación para ir a cenar a un pequeño restaurante italiano que conoce al día siguiente.

Te pasas todo el día pensando en que ponerte para impresionar a esa belleza. Buscas entre tu ropa con desesperación y al final acabas saliendo a comprarte algo adecuado. Tras gastarte tropecientos euros en un traje de Armani te pasas el resto de la tarde limpiando y rascando con detenimiento todas las partes de tu cuerpo hasta que todo el brilla como un coche nuevo.

Prefieres hacerte un poco el duro y demostrarle que no estás ansioso, así que deliberadamente llegas diez minutos tarde a la cita. No puedes reprimirte y echas un vistazo desde el exterior del restaurante por la luna que da al comedor buscando a tu princesa.

Tras echar una rápida mirada estás a punto de convencerte de que aun no ha llegado cuando te fijas en una gorda que está retorciendo nerviosa la servilleta. Al principio no la reconoces, pero luego te fijas en su melena y sus ojos claros y te das cuenta de que es ella. Tu princesa es ahora una reina con veinte kilos de más.

¿Te largas defraudado por la burda mentira? vete a 12

¿O sigues prendado de los ojos oscuros y la larga melena negra y decides darle una oportunidad? vete a 13

6

Tras pensártelo un momento decides que es mejor quedar en un lugar neutral y le preguntas si le apetece salir de tapas. La joven no se lo piensa y te sugiere un local del barrio viejo que tú ya conoces, famoso por sus sabrosas y baratas tapas.

Con lo que no contabas era con el atasco. Al parecer, un jodido idiota confundió el acelerador con el freno y ha aparcado el coche en la entrada de la sede de un partido político, sus excelencias, con el acojone que llevan encima últimamente, se han creído que era un atentado y han mandado cerrar toda la manzana.

Los municipales se han visto obligados a desviar todo el tráfico hacia la avenida por la que tú circulabas tan contento y el resultado es que llegas a tu cita veinte minutos tarde.

El bar es un tugurio oscuro y lleno de hombres pero las tapas son buenas y tan baratas que comprendes porque la joven lo ha elegido.

Llegas todo sofocado deshaciéndote en excusas, pero Cristina no se muestra enfadada, es más, la encuentras sospechosamente alegre. Al primer vistazo te da la sensación que has quedado con una muñequita de porcelana. Lleva un vestido corto y ceñido y unos tacones con plataforma que resaltan su figura. Tras saludarte te dice que ya se ha tomado tres copitas de vino porque se ha puesto nerviosa al ver que no llegabas. Antes de que tú puedas decir nada pide otras dos copas y un par de tapas.

Comenzáis a charlar y con la boca pastosa te cuenta lo mal que esta la sanidad y lo mucho que les están jodiendo a ellos y a los pacientes los recortes a la vez que descarga su copa en un santiamén. No hace falta ser Stephen Hawking para saber que cuarenta y ocho quilos de jovencita más cuatro copas de Rioja en veinticinco minutos equivalen a desastre seguro.

Mientras asientes con la cabeza calculas tus posibilidades de salir de esta sin montar jaleo y ves que la distancia entre el baño y la puerta de la salida no es muy grande, así que simulas un gran apuro y tras pedir otra ronda para que no sospeche, te escurres por la puerta del baño.

Ya que has llegado hasta allí vacías la vejiga y te refrescas la cara. Miras al tipo del espejo y reconoces a un gañan sin escrúpulos. Te entran las dudas. ¿Qué haces?

¿Intentas escaquearte y dejarla tirada? ve a 14

¿O decides comportarte como un estúpido caballero y la acompañas a casa? ve a 15

7

El día amanece espléndido. El cielo está totalmente despejado y solo algún que otro borreguito destaca en un uniforme horizonte de color azul. Llegas puntual a la cita y observas a Cristina acercarse vestida con un tenue vestido veraniego corto y cerrado con por la parte delantera con una docena de botones. En los pies calza unas botas Caterpillar cómodas aunque un poco pesadas y aparatosas en una joven tan menuda.

En cuanto sube al coche, le tapas los ojos con una venda. Ella se resiste un poco pero tú insistes diciéndole que son apenas veinte minutos y finalmente se deja hacer. Cristina se pone cómoda en el asiento mientras tu aprovechas para observarla a placer. Es tan pequeñita y menuda que te recuerda a una muñeca. Sus piernas son finas, esbeltas y bien proporcionadas. A través de la abertura del vestido atisbas unos muslos bonitos y tersos y al subir tu vista te recreas en sus pechos casi desproporcionadamente grandes con respecto a su figura.

Antes de que se impaciente te inclinas para coger el cinturón y colocárselo. Aprovechas para echar un vistazo por el escote del vestido y aspirar el aroma que emana de su piel. La joven nota tú presencia cerca de ella y entreabre sus labios gruesos y atractivos.

Sientes el impulso de besarla pero te limitas a rozar de un modo casual sus labios con los tuyos mientras ajustas el cinturón con un clic.

Arrancas el coche y pones música tranquila para que se os haga más ameno el viaje. Apenas habláis durante el trayecto, solo te cuenta que es enfermera en un hospital y que esta hasta las narices de los recortes. Cuando le preguntas a que se dedica exactamente se muestra más evasiva y aunque te choca en una joven tan abierta no le das mayor importancia.

Tal y como le habías prometido, aparcas el coche tras veinte minutos de viaje. Le ayudas a salir de él y cogiendo una mochila y una nevera del maletero la guías por un camino de graba. Cristina se queja por no poder quitarse la venda pero tú insistes y ella obedece de mala gana.

Finalmente te pones tras ella, la colocas adecuadamente y le quitas la venda. Cristina parpadea para adaptar sus ojos a la luz y cuando finalmente logra enfocarlos, como imaginabas, la vista le emociona. El sol del atardecer cae sobre el agua tranquila de la pequeña laguna, reverbera y os envuelve en una intensa luz dorada.

La joven se gira inspeccionando el pequeño claro en el que os encontráis señalando los árboles altos y frondosos, la hierba verde y fragante y el sonido del agua golpeando con suavidad la orilla.

Cuando colocas las mantas y el mantel con el champán y los canapés ya sabes que la tienes en el bote. Cristina se recuesta frente a ti colocando sus piernas de manera que asomen en buena parte del vestido. Afortunadamente has traído una buena provisión de comida porque la joven come canapés como si no hubiese un mañana. Con el cava se muestra más comedida y en cuanto nota que se está poniendo contentilla lo bebe con más precaución.

Guardas lo mejor para el final. De la nevera sacas un tarro con fresas. Te acercas a Cristina y le pones una en la boca. Cristina lo toma con sus labios y sonriendo la muerde. El jugo de la fresa desborda su boca y mancha sus labios, tú te acercas y recoges el zumo de la fresa con tus labios. A continuación coges a la joven por el cuello y buscas más jugo dentro de su boca. La joven te devuelve el beso gimiendo excitada. Aprietas tu cuerpo contra el suyo y acaricias sus caderas a través del fino tejido del vestido.

Vuestros besos se hacen más urgentes e intensos, notas como el cuerpo de la joven tiembla de deseo en tus brazos, así que adelantas tus manos y le desabotonas un par de botones.

Cristina suspira y se separa intentando coger aire.

—No, aquí no.

—¿Va algo mal?—dices separándote un poco confuso y excitado.

—No, al contrario, quiero hacerlo, solo que al aire libre me da no se qué.

Tú dudas, la verdad es que tienes ganas de follarte a la muñequita aquí y ahora así que decides insistir u poco más.

Insistes y ella intenta negarse pero tu ganas y la convences ve a 16

Finalmente ella te convence de que le lleves a su casa ve a 17

8

—Bueno aquí estamos… —dices tú aun dubitativo— Entonces, ¿A qué rama del derecho te dedicas?

—Derecho penal, soy abogada defensora. Trabajo para Alonso y Ferrero.

—¡Ah! Los conozco, dicen que son los mejores de la ciudad. Ahí no entra cualquiera, debes estar, digo ser, muy buena en tu trabajo. —dices tú con torpeza.

—La verdad es que no es nada fácil para una mujer llegar hasta dónde yo lo hecho. —dice ella levantando una ceja de forma inquisitiva.

— Sí, no hay muchas mujeres con capacidad de sacrificio suficiente para llegar hasta ahí.

—¿Qué insinúas? —pregunta ella con el semblante serio.

—¡Oh! Nada. —respondes tú tragando saliva consciente de que me te estás metiendo en un jardín del que te va a resultar difícil salir.— Solo digo que el nivel de compromiso que exige un trabajo como ese es incompatible con la familia y los hijos…

—Claro, porque la mujer es la única que se puede ocupar de todo en la casa, el hombre solo está para rascarse los cojones y ver la tele. —dice ella con furia.

—No, solo digo que los hijos atan mucho y cuando los tenéis os volvéis más…. —digo yo intentando buscar la palabra adecuada

—¿Estúpidas? —me interrumpe ella cada vez más enfadada.

—Bueno , no sé qué tradiciones trajo tu familia de Cuba pero aquí…

—¿Qué insinúas, que porque soy de color dejo colgados los niños de los árboles y me voy a bailar boleros? —me vuelve a interrumpir ella ya con el chip de picapleitos a plena potencia.

—Yo no he sacado en ningún momento tu raza. —dices tú ahora realmente cabreado— No sé qué mierda de complejo tenéis todos, que en cuanto nos ponemos a hablar con vosotros tenemos que pensarnos más la palabras que para un discurso en la Real Academia. Hasta cuándo vamos a tener que aguantar con el papel de malos. Hace siglos que aquí está abolida la esclavitud. Si tú con tu puesto de abogada pija de trescientos mil al año sigues pensando que vives oprimida por nosotros creo que eres tú la que tiene un problema.

Los ojos negros y profundos de la joven chispean de rabia. Sabes que te has pasado e intentas disculparte explicándole que no eres así pero el daño ya está hecho.

Melanie se levanta de un salto con sus labios gruesos y rojos firmemente apretados y te pega un sonoro bofetón con todas sus fuerzas. La mejilla te escuece un montón pero lo que más te duele es ver ese culo redondo y jugoso alejarse vibrando dentro de aquel vestido con cada paso enfurecido de la joven.

—Entonces, de follar nada, ¿Verdad? le gritas como despedida con la única intención de abochornarla.

FIN

9

—La verdad es que es la primera vez que tengo una cita por internet, así que estoy un poco sorprendido. —dices tú rompiendo el hielo.

—¿De qué? —responde la joven un poco recelosa.

—De que seas tan hermosa y elegante como en las fotos del perfil. —respondes tú con una sonrisa — Yo pensaba que en estas páginas solo se apuntaban frikis y tipos raros. Te imaginaba gorda fea y llena de verrugas.

—Pues ya ves. Somos gente normal con poco tiempo para entablar relaciones con alguien que no sea de tu entorno laboral y no me apetece nada liarme con un abogado.

—Ja. ¿Sabes que no te estás haciendo muy buena publicidad? —le preguntas riendo.

—Es cierto. Pero bueno, no me refiero a eso. Trabajamos de doce a dieciséis horas diarias así que si me lío con un hombre de mi profesión supongo que podríamos vernos unos quince minutos al año y eso si no hay urgencias.

—Desde luego, eso sería un desperdicio. —dices tú echando un nuevo vistazo a la forma en que el vestido se ajusta a sus formas como una segunda piel.—Y conmigo no vas a tener problema, siempre que me llames con antelación suficiente me tendrás disponible para acariciar esa piel color chocolate y curar las heridas de tus combates.

—Vaya, yo creí que los gestores de patrimonio tenían más trabajo últimamente. —replicó ella divertida.

—Lo siento, ya te dije que creí que todos mentíais así que adorné un poco mi currículo. En realidad soy contable en la central de un banco. —dices cruzando los dedos.

—Vaya, sí que me la has colado. —dijo ella más divertida que enfadada.

—Bueno, en realidad me encargo de contabilizar las grandes transacciones del banco y de que los números cuadren así que no es muy diferente. —dices tú tratando de no parecer un insecto insignificante en un cubículo estrecho contando filas de números.

—No importa— dice ella comprensiva — La verdad es que no busco a ningún empresario forrado, busco aun tipo guapo y divertido, que no quiera una relación seria. No tengo ni tiempo ni ganas para algo más complicado.

—Entonces has encontrado al hombre perfecto ¿Qué fue lo que te llamó la atención de mi perfil ?—preguntas con curiosidad.

—Oh, no sé, creo que fue todo en conjunto, esos ojos, el pelo, tus fotos divertidas y desvergonzadas… —responde ella — Me gusta especialmente esa en la que estas en el desierto encima de un camello y con una sombrillita blanca minúscula.

—Ah, sí —dices mientras atacas tu lubina salvaje— fue en un viaje a Túnez, hacía un calor abrasador y me había dejado la gorra en el hotel. Me dirigí a un puesto para comprar una, pero vi la sombrilla y me enamoré de ella. Ahora la sombrilla la tiene mi hermana colgada de un pared en su salón.

Una vez roto el hielo, la conversación es fluida y a ratos divertida. La verdad es que su trabajo es bastante más ameno que el tuyo y te cuenta un par de anécdotas la mar de graciosas.

Cuando termináis los postres le sugieres ir a tomar un café y una copa, pero ella mira el reloj contrariada y te dice que tiene el tiempo justo de llegar a casa, dormir cinco horas y salir para La Coruña a interrogar un testigo.

Tú te lo estás pasando realmente bien , deseas quedarte un poco más y estás casi seguro de que ella lo desea también. ¿Qué haces?

Intentas insistir un poco más para que se quede y tome una copa contigo ve 18

La invitas a cenar al día siguiente a tu casa con la condición de que se presente tan espectacular como esta noche ve a 19

10

Finalmente decides hacerla caso y pides la ternera teriyaki. No se te escapa es gesto de satisfacción de Úrsula cuando lo haces, así que le sigues el juego y te muestras sumiso y obediente con la esperanza de que esa táctica te facilite una oportunidad para sobar ese culo y pellizcar a placer esos jugosos melones.

Notas como el ambiente se distiende y la mujer sonríe por fin relajada. Charlas animadamente con ella pero procurando que sea ella la que lleve la conversación.

La ternera resulta estar excelente y le das las gracias por habérselo sugerido provocando en ella una nueva sonrisa de satisfacción. Durante la cena aprovechas cualquier descuido de ella para observar sus largas piernas y observar como el corpiño de cuero se adapta a su explosiva figura, de modo que a los postres ya tienes un calentón considerable.

Termináis el café y ella se va un momento al baño. Mientras se aleja no puedes evitar observar cómo contonea las caderas como una gata y piensas que puede ser la mujer de tu vida. Hermosa, inteligente y segura de sí misma es todo lo que buscas en una mujer.

Úrsula vuelve y salís del local, no sin antes felicitar al chef por su pericia. Camináis unos metros por las solitarias calles. Aspiras el denso perfume que emana de la joven y te sientes cada vez más excitado.

A unos cien metros del restaurante, a vuestra izquierda, hay un callejón estrecho y mal iluminado. Sientes una casi irrefrenable tentación de arrastrar a la joven hacia él y follártela allí mismo.

¿Qué haces?

¿Sigues tus instintos y te la intentas follar en el callejón? ve a 20

¿O tienes la impresión de que la noche puede ser mucho más fructífera si le dejas hacer? ve a 21

11

Dudas un momento pero al final no quieres parecer un idiota y fingiendo que sabes lo que haces te inclinas por el fugu, porque te suena vagamente aunque no sabes de qué.

Úrsula hace un gesto raro, pero no dice nada y pide una selección de verduras a la plancha con salsas variadas. El Chef se pone a ello y hace una demostración en el arte de usar los cuchillos. troceando las verduras a una velocidad pasmosa. Mientras se hacen las verduras el cocinero se pone con tu fugu que resulta ser un pescado no muy grande de aspecto primitivo.

Los movimientos con el cuchillo ahora son mucho más pausados y precisos. Os fijáis como le saca la cabeza al pez y cuando el hombre avanza por la zona abdominal sus cortes se hacen aun más finos y cuidadosos. Úrsula se inclina para ver con más claridad y el chef no puede evitar echarle un vistazo a esos prodigiosos pechos apretados en un escote palabra de honor.

El cuchillo resbala un par de centímetros de más pero ni él chef, ni evidentemente tú, os apercibís de ello. Al terminar el corte retira el resto del abdomen y la espina y pone en la plancha el resto del pez.

El fugu resulta delicioso. Le ofreces un bocado a la joven pero ella lo rechaza con un gesto seco. Coméis varios platos más, pero habláis poco. Lo intentas con un par de chistes, pero ella te devuelve miradas frías y desdeñosas. Termináis la cena felicitando al cocinero y le abres la puerta un poco desilusionado porque sabes que no habéis conectado.

La acompañas hasta la moto y en un último intento desesperado la coges por la cintura y le das un beso. Úrsula apenas te deja contactar tus labios con los suyos y zafándose de tu abrazo te propina un bofetón.

Sin darte tiempo a replicar monta en la moto y se aleja quemando rueda.

Pides un taxi y vuelves a casa cabizbajo y caliente como un burro. Te pones frente al ordenador y abres de nuevo la galería de fotos de Úrsula. Las imágenes de la pantalla se mezclan con tus recuerdos de la joven subida a la moto o inclinándose sobre el chef y te acaricias el paquete. Enseguida te imaginas a Úrsula quitándose ese ajustado corpiño para ti revelando unas tetas enormes. Te desabotonas los pantalones y te sacas la polla de los calzoncillos mientras imaginas que es ella la que lo hace. Su boca envuelve tu polla y la chupa con maestría mientras se masturba bajo la falda.

La levantas y poniéndola de cara a la pared estrujas sus pechos grandes y blancos a la vez que levantas la falda y le metes la polla hasta el fondo del culo.

Te la sacudes aun mas fuerte imaginando los gritos de la joven al ser sodomizada y te muerdes los labios a punto de correrte. Es entonces cuando notas que algo va mal, no sientes nada en los labios.

Te los tocas de nuevo con el mismo resultado y empiezas a notar un desagradable hormigueo en la punta de la lengua que se extiende rápidamente al resto de la boca.

Te levantas con la intención de refrescarte un poco la cara y notas que la cabeza te da vueltas. Lo achacas a los dos chupitos de sake y vas al baño. Segundos después de mojarte un poco la cara te acercas a la taza y vomitas toda la cena. Débil y mareado recuerdas de repente dónde has oído hablar del fugu antes.

Las imágenes de Homer Simpson vaciando el restaurante japonés y librándose de una muerte cierta te asaltan y te acercas al ordenador deseando que todo sea un invento de los guionistas.

Tecleas con los dedos entumecidos y lees la página de wikipedia dedicada al fugu. Un sudor frío recorre tu espalda cuando terminas de leer el artículo recordando el vistazo despistado del chef al escote de Úrsula.

Tienes el teléfono sobre la cama. Te levantas para llamar a emergencias pero las piernas no te responden y caes al suelo paralizado por la tetrodotoxina.

La falta de oxigeno empieza a hacer mella y justo antes de que pierdas el conocimiento para no volver a recuperarlo jamás, te preguntas si todo lo ocurrido es la consecuencia de un fatal accidente o la perra pelirroja sabía perfectamente lo que hacía al inclinarse sobre el chef justo en ese momento.

FIN

12

Llegas a casa y lanzas tu caro traje arrugado sobre el sofá si dejar de cagarte en todo lo visible e invisible. Coges tu portátil y echas un último vistazo a las fotos de Carolina antes de enviarle un mensaje diciéndole que lo sientes, pero que no puedes iniciar una relación basada en mentiras y te despides.

Borras tu perfil de la página de contactos y te pones unos vaqueros para bajar al bar de la esquina y observar a la camarera, aunque no te comas una rosca podrás admirar un culo y unas tetas de vedad.

Mientras das un trago a tú botella te prometes a ti mismo que a partir de ahora solo usarás internet para leer relatos eróticos y pelártela como un mono.

FIN

13

Dudas un momento, pero al final te dices a ti mismo “¡qué diablos!” y recordando el buen rato que has pasado chateando con ella y sus preciosos ojos, entras en el restaurante.

La joven te ve y duda. Está a punto de levantarse, pero parece recordar algo y se vuelve a sentar con la mirada baja.

—Hola, Carolina, porque eres tú ¿Verdad? —dices sabiendo que estás siendo poco diplomático.

—Sí. —responde ella cohibida—Ante todo quiero pedirte perdón pero en mi descargo tengo que decir que la idea no fue mía.

—Ahora ya no hay vuelta atrás. Disfrutaremos de unos deliciosos platos de pasta y mientras tanto te confiesas y me lo cuentas todo, pero solo si levantas la cabeza. Odio hablar a los cogotes de las personas. —dices tú con una sonrisa tranquilizadora mientras haces una señal al camarero.

—Ella levanta la vista aun dubitativa y descubres que no todo en las fotos era mentira. Unos ojos grandes y de color azul cielo enmarcados por una melena espesa y de un negro brillante como el ala de un cuervo te recuerdan, al menos en parte, por qué estás ahí.

—Estupendo, ¿Sabes que tienes unos ojos preciosos? —le preguntas satisfecho con la sonrisa de la joven.

Interrumpís la conversación para pedir vuestros platos. Tu pides unos raviolis de carne, mientras ella se contenta con una ensalada Caprese. Revuelve la ensalada aparentemente buscando una manera de explicarse.

—Lo mejor será empezar por el principio. Hace dos años, aunque no lo parezca, era la mujer de las fotos, pero de repente empecé a sentirme mal sin motivo aparente, los médicos me hicieron pruebas y lo único que encontraron fue una alarmante bajada en las plaquetas.

—¿Y no averiguaron la causa?

—Me hicieron un millón de pruebas y al final llegaron a la conclusión de que el agente era un virus…

—O sea que no tenían ni puta idea. —sentencias tú viendo como la joven asiente con la cabeza.

—El caso es que lo único que se les ocurrió fue hincharme de corticoides hasta que hace seis meses la enfermedad desapareció tan misteriosamente como se había presentado. —dice ella.

—Afortunadamente no me han quedado secuelas, salvo esto claro está. —dice señalándose la barriga con frustración— Desde entonces me he puesto a dieta y he intentado adelgazar pero el proceso es sumamente lento.

—Entiendo. —dices tú apretándole las manos suaves y regordetas— ¿Y la página de contactos?

—Eso fue cosa de mi amiga Silvia. Es la mejor, pero tiende a ser un poco lianta. El caso es que llevaba diciéndome un tiempo que lo que necesito para eliminar kilos es practicar el mambo horizontal, ya sabes. —añade Carolina enrojeciendo un poco— Y por su propia cuenta y riesgo me apuntó en la página de contactos y colgó las fotos más sexys que encontró sin preocuparse lo más mínimo, buscó un candidato que le pareció adecuado, le envió un mensaje y me pasó el portátil cuando respondiste.

—Ya veo —dices tú convencido de que no te miente.

—Yo intenté negarme e incluso empecé a enviar un mensaje de disculpa, pero entonces tú empezaste a hacerme preguntas y una cosa llevó a la otra….

—No me digas más, fue tu amiga la que me invitó a cenar y no tú —digo riendo— ya me parecía que eras un pelín lanzada de más.

—Sí, la verdad es que sería gracioso si no me hubiese pasado a mí. El caso es que mi querida amiga me embutió como pudo en este vestido diciéndome que necesitaba salir por ahí y divertirme —dice Carolina señalando el vestido de color índigo que abrazaba su cuerpo voluminoso acentuando sus curvas.—Y… Aquí estoy.

—Bueno, pues ya que estamos aquí, brindemos por tu amiga la meticona. —dices levantando la copa de lambrusco.

Brindáis mientras notas como la tensión va disminuyendo entre vosotros, disfrutáis de la cena y charláis animadamente mientras te dices a ti mismo que después de todo no está tan gorda. El ajustado vestido azul se ciñe a su cuerpo rebelando unos pechos enormes y una barriga y unas caderas grandes pero no exagerados. Además su cara y sus ojos siguen llamando poderosamente tu atención.

En los postres, tu acompañante se permite un pecadillo y come un brownie . Tú pides un café y te limitas a observar los labios gruesos y sugerentes de la joven. Carolina a resultado ser tan dulce e inteligente como parecía, pero además tiene un toque de inseguridad e indefensión que le hace extremadamente atractiva a sus ojos.

Aunque ella insiste en pagar por la jugarreta de su amiga, tú no le dejas y pagas la cena.

—Ya que no me dejas pagar, por lo menos déjame invitarte a tomar una última copa en mi casa — dice ella tratando de no parecer demasiado ansiosa.

¿Qué haces?

¿Aceptas ir a su casa a tomar una última copa? ve a 22

¿O te das cuenta de que es la mujer que has estado buscando y la llevas a tu guarida? ve a 23

14

Abres ligeramente la puerta del baño y miras por la ranura. Con sorpresa ves como la joven ya se ha bebido tu copa y está atacando la tuya como si hubiese pasado un mes sin beber una gota. Esperas un poco más y ves como uno de los parroquianos, alto y delgado como un espárrago, pero no demasiado feo, se acerca y le dice algo al oído.

Cristina suelta una risa beoda y el hombre se envalentona y le come la oreja. La joven suelta una risa y olvidándose de ti, coge al hombre por la mandíbula y le da un beso. El desconocido responde con entusiasmo y agarrando a la joven por la cintura y acercándola contra su cuerpo le mete la lengua hasta la campanilla.

La cosa se va calentando cada vez más y el resto de los parroquianos miran envidiosos como el tirillas se come a la muñequita a besos amasando sus pechos y estrujando su culo sin ninguna vergüenza.

Lo que uno no quiere el otro lo desea, coges la puerta dispuesto a salir del local sin que te vean pero dudas en el último momento. ¿Qué haces?

¿Te quedas a ver lo que pasa? ve a 24

¿O te vas dando gracias a que haya un pringao que cargue con el muerto y te juras a ti mismo no ligar nunca más por internet? ve a 25

15

Te miras de nuevo en el espejo y negando con la cabeza sales del aseo en dirección a la barra. En ella Cristina se balancea en un equilibrio precario desde lo alto del taburete mientras le da la brasa al camarero.

—Vamos, Cristina será mejor que te lleve a casa.

La joven intenta resistirse. se levanta e intenta darte un puñetazo furiosa. Tú te agachas y ella pierde el equilibrio cayendo sobre tú hombro. Ante la rechifla de la parroquia te yergues y sujetando a la joven dejas un par de billetes sobre la barra y te la llevas semiinconsciente como si fuese un saco de patatas.

Al salir a la calle la pones en pie y medio a rastras la llevas hasta tu coche. Cristina se despierta a ratos, murmurando palabras ininteligibles. Cinco minutos más tarde la metes en el coche. Tras infructuosos intentos por averiguar de su boca su dirección, optas por revolver en su bolso hasta que encuentras su carné de identidad.

Te diriges a la dirección que figura en el cruzando los dedos para que la dirección sea la correcta.

Tienes suerte y encuentras un sitio para aparcar justo enfrente del portal. Vuelves a revolver en el bolso mientras tratas de que Cristina no se te escurra de las manos y abres la puerta.

Una vez en el ascensor, la joven se despierta por un momento, quizás por la fuerte luz o por la voz que va dando cuenta de los pisos.

—Gaccias, eres un sool ¿Lo sabías?—dice la mujer y vuelve a quedarse tiesa tras un hipido.

—Lo que soy es gilipollas —dices tú a la mujer inconsciente mientras abres la puerta y la arrastras dentro del piso.

Das gracias a Dios cuando la depositas finalmente sobre su cama. La habitación es bastante amplia y aunque se nota que son muebles del Ikea, está amueblada con gusto. La cama es amplia y cómoda y en una de las mesitas hay una novela de Dan Brown con un bonito abrecartas sobresaliendo de ella, probablemente para marcar el punto de lectura. La mujer se golpea con la cabeza contra el colchón pero sigue dormida. Le quitas el vestido para arroparla y es entonces cuando descubres que no lleva ropa interior.

Durante unos segundos contemplas el cuerpo menudo y de aspecto infantil de no ser por sus pechos bastante grandes, redondos y tiesos con unos pezones rosados y grandes de aspecto delicioso.

Se los acaricias y se ponen duros casi inmediatamente sin que la joven abandone el mundo de los sueños. Bajas la mirada y rozas su pubis pálido, suave y totalmente depilado. Llevado por un impulso recorres la raja de su sexo con tu dedo y la joven gime en sueños.

La verdad es que ahí, desnuda e indefensa, te resulta realmente atractiva. Lo piensas un momento y finalmente te decides:

¿Te dices a ti mismo que en época de guerra cualquier agujero es trinchera y te abalanzas sobre el cuerpo inconsciente? ve a 26

¿ O la arropas amorosamente y tras asegurarte de que está bien la dejas durmiendo apaciblemente en su cama? ve a 27

16

Sin hacer caso de sus tímidas protestas te tumbas sobre ella y sujetas sus brazos contra el suelo por encima de su cabeza volviendo a besarla. La joven intenta convencerte entre beso y beso de que le lleves a un sitio más íntimo pero el peso de tu cuerpo le impide hacer nada más.

Decidido, allí mismo, comienzas a recorrer con tus labios la línea de su mandíbula, su cuello, sus brazos y sus axilas. Las protestas de la joven se diluyen poco a poco sustituidas por suaves gemidos y respiración agitada.

Una vez que estás seguro de que no se te va a escapar le sueltas los brazos y comienzas a soltar botones uno a uno, besando cada centímetro de piel que queda a la vista.

Tras unos segundos los pechos de la joven quedan a la vista son grandes y redondos y tan tiesos que la joven no necesita llevar sostén. Los acaricias con suavidad y sus pezones se erizan hasta adquirir el tamaño de guisantes. Los lames y los pellizcas con suavidad, Cristina pega un gritito y te insulta pero tú ya estas lejos continuando con tu exploración, penetrando con tu lengua en el abismo de un ombligo perfecto. Dos botones más se sueltan y el pubis de la joven aparece apenas tapado por un tanga transparente.

Apartas el suave tejido y miras embelesado el sexo suave y totalmente depilado de la joven. Los labios de la vulva están un poco hinchados y ligeramente enrojecidos, de su interior escapa una pequeña gota que delata el calor que hay dentro.

Coges una fresa y rozas con ella la fina línea que separa los labios recogiendo la pequeña gota de flujos y provocándole a Cristina un escalofrío. Muerdes la fresa y te resulta deliciosa. Terminas de abrir el enojoso vestido y utilizas el resto del fresón para pintar el interior de los muslos de la joven que gime excitada y abre sus muslos para facilitarte la tarea .

Se te acaba tu improvisado pincel y tras desnudarte rápidamente coges otro. Con el vuelves a explorar su sexo pero esta vez separas con tus dedos los labios para poder llegar a las partes más intimas y sensibles. Tras unos segundos ves como la joven chorrea de deseo y agita su pubis intentando provocarte.

Tú te resistes, le das un bocado al fresón y le ofreces el resto a Cristina que se lo come de un bocado y te lame los dedos apresuradamente.

La joven ya no piensa en irse, solo te suplica que le metas tu polla, pero no le haces caso, te dedicas a acariciar y paladear las preciosas piernas de la joven. Saben a fresa y a coco.

Cristina se retuerce cada vez más excitada y se arranca ella misma el tanga intentando llamar tu atención.

Finalmente le haces caso y separando sus piernas acercas tu polla a su sexo que palpita hinchado y enrojecido por el deseo. Con una sonrisa malévola rozas la entrada de su sexo con tu glande. Ella te insulta, te llama cabrón y eunuco mientras abre aun más sus piernas haciendo que su pubis quede totalmente expuesto. Lo golpeas con tu miembro duro como una piedra y ella grita y se retuerce y cuando menos se lo espera le metes la polla de un solo golpe.

La joven se estremece y abre la boca pero no emite ningún sonido. Te tumbas sobre ella, cubriendo su cuerpo con tu envergadura y comienzas a poseerla, disfrutando del coño estrecho y cálido de la joven. Cristina se agarra a ti como una lapa. Te clava las uñas, gime y grita mientras tus manos no paran de explorarla y acariciarla. Sigues embistiéndola, cada vez más rápido y más duro. Todo su menudo cuerpo se conmueve como un barco de guerra al recibir una andanada y al igual que el gime y se rinde desarbolada.

Sientes como estás a punto de correrte pero no te importa, eyaculas en su interior sin parar de empujar dentro de ella llenado su sexo con tu calor y provocándole un orgasmo brutal.

Grita y se retuerce superada por las intensas oleadas de placer mientras tú sigues empujando con furia en su interior.

Cuando se recupera se separa y se monta encima de ti. Ahora es ella la que disfruta con la tortura. Coge tu polla y chupa y lame la punta lo suficiente para mantenerla dura y enseguida la suelta y coge la botella de champán. La acerca para darte un trago y tu abres la boca. Ella vierte la botella con fuerza y tú no puedes tragar todo el dorado liquido, toses y escupes parte del contenido. Cristina se inclina y sorbe el liquido de tu pecho. se coloca encima de ti y tu polla salta excitada al sentir el contacto con sus muslos.

Intentas bajar las manos para volver a penetrarla pero esta vez es ella la que lleva el juego y entrelazando tus manos con las suyas te lo impide. Poco a poco baja por tu cuerpo. Tu polla acaricia su pubis aun húmedo y caliente, luego su vientre y finalmente sus pechos.

Cristina se mueve a un lado de forma que los dos pechos se bambolean golpeando blandamente tu miembro. Tu das un respingo y ella sonríe y aplasta sus tetas contra tu polla.

Te levantas y la alzas como si fuera una muñeca. Coges sus pechos, los amasas, los acaricias y los chupas, la joven gime y se abraza a tus caderas con sus piernas frotando su coño contra tu hambrienta polla.

La bajas al suelo y metes tu polla entre sus estremecidas tetas. Su calor y su tacto blando te vuelven locos y comienzas a empujar mientras Cristina las aprieta con sus manos contra tu miembro.

Disfrutas como un loco pero con una sonrisa traviesa la joven se separa y dándote la espalda se apoya contra el grueso tronco de un árbol.

Durante un segundo observas el cuerpo menudo estremecido y jadeante balanceando las caderas con el culito en pompa.

Acercas tus dedos y exploras su sexo con violencia. Cristina gime y se retuerce y alucinado observas como la joven se mete el dedo por el culo y te pide que se lo folles.

Acercas tu polla a la estrecha y delicada abertura de su ano. La guías a su estrecho interior, Cristina grita y se agarra al árbol con fuerza hincando las uñas en la corteza mientras tú sigues empujando hasta que tu polla ha entrado completamente.

Te paras un momento para que el dolor disminuya y aprovechas para acariciarle los pechos y el culo.

Cuando crees que el dolor cede un poco, comienzas a moverte con suavidad. Cristina respira rápidamente y suelta pequeños quejidos. Tú adelantas una de tus manos y comienzas a acariciar su coño haciendo que poco a poco vaya prevaleciendo el placer.

A medida que los quejidos van siendo sustituidos por gemidos tus penetraciones son mas bruscas. La joven grita y se agarra al árbol cada vez que tus empujones separan sus pies del suelo. El culo de Cristina es una delicia, estrecho, cálido, vibrante… Cuando te das cuenta estas sodomizándola a un ritmo salvaje sin dejar de masturbarla. Esta vez es ella la que se corre primero, grita y se convulsiona mientras tú sigues empalándola sin piedad hasta que la joven se queda sin voz.

Retiras tu polla observando el agujero irritado y estremecido que es ahora su culo. La joven se da la vuelta y se arrodilla mientras tú te masturbas y te corres abundantemente en su cara. Ella sonríe y te acaricia suavemente los huevos.

Agotados, os tumbáis sobre las mantas y bebéis un trago de champán. Le das a Cristina una servilleta para que se limpie y te tumbas relajadamente observando cómo las estrellas van tomando posesión del cielo nocturno.

Con la llegada de la oscuridad son los mosquitos los que os echan del claro y volvéis a casa, disfrutando de la música, con la joven recostando su cabeza en tu hombro.

Le llevas a casa e intercambiáis teléfonos. Le dices lo bien que te lo has pasado y te vas a casa. Duermes dieciséis horas como un puto tronco.

Te levantas lleno de energía y deseando volver a quedar con la rubita atómica. Le envías un wasap pero no responde y tampoco hay mensajes suyos en el chat. Te resulta raro, pero no le das importancia, probablemente se esté haciendo la dura.

Por fin, sobre las diez de la noche, responde a tu wasap pero no dice nada aparte de que tiene un poco de fiebre y se va a meter en la cama. Un poco decepcionado tú haces lo mismo.

Los siguientes días el trabajo te tiene liadísimo y no tienes tiempo ni de ver el telediario, menos de hablar con Cristina, pero ella sigue manteniéndose en silencio.

Por fin llega el viernes por la noche y tienes un poco de tiempo libre. Abres el portátil pero sigue sin haber mensajes. Te encojes de hombros y buscas una nueva candidata entre las muchas que ya hay esperando. Quedas con una morenita que no parece estar nada mal para el día siguiente y te acuestas satisfecho.

Te levantas con un ligero dolor de cabeza y una sensación de ardor en todo el cuerpo. Fastidiado tomas un par de aspirinas y enciendes la televisión cruzando los dedos para que se te pase con tiempo para preparar la cita de esta noche.

Tras los anuncios comienza el informativo con la foto de Cristina en la portada y bajo ella un titular “heroína lucha contra el ébola” Un escalofrío recorre todo tu cuerpo a medida que la locutora cuenta el estado de la joven trabajadora del hospital dónde estuvieron atendiendo a un misionero contagiado y que lleva cinco días peleando contra la enfermedad.

Corriendo coges el teléfono y llamas a urgencias.

Seis días después…

—Apura Perico, que se nos va. —oyes decir a un tipo a tu derecha.

Abres los ojos y ves a un astronauta acercarse en medio del velo rojo producido por la sangre que cubre tus ojos. Ves como el tipo, asistido por otros dos, acerca un instrumento amenazador mientras a tu alrededor no paran de sonar pitidos y alarmas.

Intentas levantar un brazo para defenderte pero descubres que ya no te quedan fuerzas ni para eso. El aparato se apoya contra tu pecho y sientes los voltios recorrer tu cuerpo intentando animar tu corazón pero no hay solución, tu corazón esta licuado por efecto de los virus y tampoco tiene sangre que bombear. Notas como la vida te abandona poco apoco mientras los astronautas se rinden y certifican tu muerte.

FIN

17

Lo intentas por todos los medios pero ella se niega en redondo, así que no tienes más remedio que subir al coche caliente como un burro y llevarla a casa cruzando los dedos para que no se eche atrás.

En cuanto entras en el coche te das cuenta de que ella está tan febril como tú. Mientras conduces, Cristina mete su mano por tu bragueta y te acaricia el paquete con sus manos pequeñas y suaves.

Llevado por la excitación le pisas un poco más de la cuenta y llegas a la casa de la joven en menos de un cuarto de hora. Le abres la puerta del ascensor y ese es tu último acto caballeroso del día. En cuanto el ascensor echa andar la arrinconas contra una esquina y la besas con violencia mientras tus manos buscan apresuradamente su sexo por debajo de la falda del vestido.

Cristina gime y se retuerce, te insulta un par de veces pero luego responde al beso con entusiasmo. La alzas en el aire para tener su boca a la altura de la tuya y ella se agarra a tu cintura con sus piernas y mueve sus caderas a un ritmo furioso mientras tu amasas sus pechos.

El ascensor se abre y sales dando tumbos con la joven agarrada a tu cintura. La empujas contra la primera pared que encuentras y sin dejar de explorarla con tu boca bajas tus manos y acaricias sus muslos y su culo.

No sabéis muy bien cómo, pero al fin llegáis a la puerta de su piso. Con tu boca mordiendo y besando su cuello y sus orejas, Cristina consigue sacar las llaves y entráis en la casa.

Inmediatamente la depositas en el suelo, le abres la parte superior del vestido y te lanzas sobre sus pechos, son grandes y los pezones rosados te vuelven loco, los chupas y los estrujas a la vez que pegas tu cuerpo contra el suyo para que sienta tu erección. Tras unos segundos te agachas y le levantas la falda del vestido. Le retiras el tanga de un tirón y acaricias su sexo pálido y depilado con tu lengua. La joven responde con un escalofrío y separa las piernas para facilitarte el acceso a su sexo.

A medida que chupas y mordisqueas, observas como su vulva crece y adquiere un ligero tono rosado. Cristina gime se quita el vestido y te insulta a la vez que frota desesperada su pubis contra tu boca. Incapaz de contenerte más coges en brazos a la joven incendiada y la llevas al dormitorio.

La habitación es bastante amplia y aunque se nota que son muebles del Ikea, está amueblada con gusto. La cama es amplia y cómoda y en una de las mesitas hay una novela de Dan Brown con un bonito abrecartas sobresaliendo de ella, probablemente para marcar el punto de lectura.

Depositas a la joven sobre la cama y mientras te quitas la ropa observas como ella abre sus piernas y se masturba excitada.

Te acercas y observas su cuerpo pequeño y voluptuosos retorcerse encendido. Te colocas a cuatro patas encima de ella, Cristina separa las piernas aun más y observa tu polla dura como una piedra. La acaricia con suavidad justo antes de guiarla a su interior.

Su coño estrecho y cálido estruja tu miembro y el placer te enloquece, coges a la joven por la cintura y penetras salvajemente en su delicado cuerpo. Cristina grita, te insulta, se agarra a ti con desesperación mientras su frágil cuerpo se conmueve con cada empujón hasta que finalmente se corre con un grito salvaje.

Tú sigues empujando su cuerpo menudo que no para de retorcerse a la vez que sobas sus deliciosos pechos. En pocos minutos Cristina se ha recuperado del orgasmo y vuelve a gemir excitada.

Te separas un instante y ella aprovecha para darte un empujón y tumbarte boca arriba al borde de la cama. Antes de que sepas que pasa te coge la polla y se la mete en la boca saboreando los flujos de su orgasmo. La lengua de la joven acaricia tu miembro mientras tú mueves las caderas intentando clavarle la polla en el fondo de su garganta.

Al ver que estas a punto de correrte se aparta y se sube a horcajadas sobre tu cintura. Notas en tu piel como su sexo palpita y te cubre con un liquido cálido. Cristina levanta su culo y se prepara para cabalgar sobre tu polla.

¿Le dejas hacer? ve a 28

¿O prefieres ponerla a cuatro patas? ve a 29

18

—Vamos Melina. ¿No me digas que no lo estás pasando bien? — dices tú poniendo ojitos.

—No sé. Mañana puede ser un día largo y no tengo mucho tiempo para dormir.

—¿No me digas que nunca te has saltado las normas? —le preguntas y acaricias su mano zalamero—Además, podrás dormir en el AVE de camino.

—Está bien, tú ganas. Vamos a tomar una copa, pero solo una, prométemelo.

—Palabra de boyscout. —respondes levantando la mano derecha y pagando la cuenta.

Tras unos momentos de duda, Melina acepta con una sonrisa traviesa y vais a una cervecería cercana.

El local es un lugar amplio, con el interior profusamente decorado con artesonados de pega, fotos y artefactos viejos.

Eliges un pequeño reservado, te sientas a su lado y pides un par de copas. A estas alturas de la noche de un día laborable, la cervecería esta semivacía pero no os dais cuenta de ello. Miras a Melina y acercando tu mano a su mejilla la acaricias con suavidad y acercas tus labios a los suyos. La joven entreabre la boca invitándote a besarle y no te lo piensas, vuestros labios se funden en un beso que pronto se vuelve ansioso y salvaje. Aprovechando la relativa intimidad del reservado bajas tus manos desde su cara y su cuello, palpando y acariciando su cuerpo joven y rotundo y sus piernas oscuras y firmes.

Tras unos minutos os separáis jadeantes con el deseo pintado en vuestras caras. Melina bebe un trago de su copa y se levanta para ir al baño. La ves alejarse contoneándose sensualmente desde lo alto de sus tacones.

No te lo piensas un solo segundo y la sigues hasta el aseo. Abres la puerta y, después de decidir que a partir de ahora, cada vez que hagas aguas mayores te colaras en los relucientes baños de las mujeres, te acercas a Melina y la abrazas por detrás procurando que sienta tu erección a través del suave tejido de su vestido.

—¿No diste tu palabra de que solo una copa? —Dice ella restregando su culo contra tu erección.

—Bueno técnicamente no has terminado tu copa, aun te quedan los hielos. —respondes con una sonrisa torcida— Además tengo que confesarte otra mentira, nunca he pertenecido a los boyscouts. Siempre me ha parecido tan desasosegantes como los curas de los seminarios.

—Eres un gorrino. —dice ella sonriendo mientras tú le levantas la falda del vestido para poder tocarla sin obstáculos.

—Joder que buena estás.

Melina ríe y tú acaricias su culo redondo y turgente. Le metes la mano entre las piernas y acaricias con suavidad el tanga comprobando que está húmedo de deseo.

La joven da un respingo y se vuelve sin saber qué hacer.

—No, aquí no. —dice ella con un gesto temeroso, pero a la vez cargado de deseo.

—Vamos, si el local está casi vacío.

Ella intenta zafarse pero tú la acorralas contra el lavabo y la sientas sobre él a la vez que te bajas la bragueta.

Melina vuelve a protestar pero con sus piernas abiertas en torno a tu cintura no tiene ninguna posibilidad. Con todo tú cuerpo hormigueando de deseo le coges por la nuca y le acercas para darle un nuevo beso. Ella al principio trata de resistirse pero tras unos segundos de sentir tu polla golpeándole erecta la parte delantera del tanga se rinde.

—¡Qué diablos! —dice ella— Si nos detienen tu pagas la fianza.

—Y tú regateas con el juez. —dices a la vez que apartas el tanga y le metes la polla.

Melina da un respingo al notar tú miembro duro y caliente resbalar poco a poco en su interior y gimiendo te rodea con sus sensacionales piernas . Sin desenlazar tus labios de los suyos te agarras a sus muslos tensos y oscuros y comienzas a empujar a un ritmo lento pero con dureza, haciendo que todo su cuerpo sienta y se conmueva con cada una de tus penetraciones.

—Uff… así, dame duro.

Tú sigues empujando excitado por sus palabras, levantando su cuerpo del mármol con cada embestida. Poco a poco deslizas tus manos hacia arriba recorriendo sus caderas y sus costados hasta llegar a sus pechos. Le bajas los tirantes del vestido y descubres uno de sus pechos redondo y tieso con el pezón pequeño y duro. Te lanzas sobre él y lo chupas y lo mordisqueas con avaricia haciendo gemir a la joven.

Tus manos se multiplican acariciando su cuerpo oscuro mientras saboreas todos su rincones. Melina reacciona estremeciéndose con cada empujón, tensando las piernas entorno a ti y arrancándote la camisa para poder clavar su uñas en tu pecho.

Tienes a la joven a punto de correrse cuando oís unos tacones y unas risas acercándose.

Melina se queda paralizada, pero tú reaccionas con rapidez te separas, de un tirón y dos empujones la metes en uno de los excusados y cierras la puerta justo en el momento que las mujeres entran en el aseo.

Melina está asustada. Tú sin embargo te sientes seguro allí dentro y dándole la vuelta acaricias su cuerpo tapándole la boca para ahogar sus gemidos.

Aprovechas y le echas un nuevo vistazo. Su cuerpo tenso por la emoción y el deseo es el de una diosa de ébano. Los músculos de sus piernas y su culo se dibujan bajo la piel, tensos como cuerdas de piano y sus costillas se marcan en su espalda con cada agitada respiración.

Las mujeres terminan y se van. Melina gira su cabeza para mirarte, en sus ojos oscuros y grandes solo ves un deseo incontenible. ¿Qué haces a continuación?

¿La giras, le abres las piernas y te agachas para comerle el coño? ve a 30

¿O decides perforar ese culo y abrirlo sin contemplaciones? ve a 31

19

Lo primero que piensas es “menuda putada”. Sientes que estás a punto de conectar con la chica, pero no quieres forzar la situación, así que no insistes en que se quede. A cambio, por dejarte tirado le arrancas la promesa de ir a cenar a tu casa la noche siguiente, sin excusas. Y ahora que estás lanzado le exiges que acuda a la cita tan sexy como ha acudido hoy o más si es posible.

Te despides con un beso y una dirección apuntada en un papel, cruzando los dedos para que todo salga bien y ella acuda a la cita.

Es difícil arrancar semanas de mugre y grasa rancia de tu piso alquilado, pero tras cuatro horas de intenso trabajo el piso queda como una patena, o eso te parece a ti. El pequeño apartamento de sesenta metros cuadrados reluce y brilla como nunca lo había hecho desde que vives allí. Todo sea por un buen polvo.

Miras el reloj y suspiras aliviado, aun te queda tiempo más que suficiente para ducharte, vestirte y preparar la cena.

Dispones de veinte minutos hasta que esté cocida la lombarda, así que aprovechas para meterte en la ducha. Te frotas bien los bajos y dudas durante unos instantes antes de coger la maquinilla y afeitarte los huevos y las ingles hasta dejarlos limpios y suaves como el culito de un bebé.

Sales de la bañera entre una nube de vapor. Te vas a afeitar con la misma maquinilla con la que te has afeitado los huevos pero te lo piensas mejor y sacas una maquinilla nueva. Te rasuras detenidamente . Cuando terminas recortas cualquier pelo que pueda surgir de tu nariz y tus orejas hasta que quedas totalmente satisfecho.

El último toque es un poco de aftershave y unas gotas de Hugo Boss en el cuello y en las ingles. Te pones un albornoz y te diriges a la cocina a preparar la cena.

Haces la lombarda siguiendo una vieja receta de tu mamá y de segundo haces un cóctel de gambas, resultón y dificultad de elaboración cero. Aun así tú debes ser bastante cenutrio porque elaborar el plato te lleva casi una hora.

Cuando terminas de poner la mesa te quedan apenas quince minutos para que llegue Melina así que te diriges corriendo hacia la habitación donde tienes el traje esperando encima de la cama.

La elección del traje es lo más sencillo, aparte de los del trabajo solo tienes uno que es un pelín elegante y aunque ya lo usaste el día anterior es tu única elección posible. Los calzoncillos sin embargo son otra cosa. ¿Le gustarán los gayumbos normales o unos boxers que marquen bien el paquete? Revuelves en el cajón y finalmente eliges unos Calvin Klein que te regalo alguien hace una eternidad, pero que siguen pareciendo bastante decentes. No lo piensas más y te vistes a toda prisa.

Te acabas de calzar los zapatos cuando suena el telefonillo del portal. Miras por la pantalla y ves a una mujer de tez oscura con unas gafas de sol que ocupan casi toda su cara y con una gabardina tapando su cuerpo.

No dudas que es ella y abres la puerta. Te das los últimos toques en el espejo del recibidor mientras esperas que ella suba.

Abres la puerta al primer timbrazo y ahí está frente a ti, tan puntual como espectacular a pesar de estar tapada hasta los pies.

Melina traspasa el umbral y quitándose las gafas de sol te das dos besos. No sabes como lo hace pero el contacto de tus mejillas con sus labios hace que todo tu cuerpo se estremezca de deseo. El aroma que desprende a su vez, con reminiscencias a sándalo y a jazmín te hace perder la cabeza por un instante.

—¿He llegado demasiado pronto? —dice la joven mulata sin hacer ningún ademán de quitarse la gabardina.

—¡Oh, no! Está todo preparado. —dices tú incapaz de evitar un deje de orgullo en tu voz.

—Pues es una lástima. —dice ella adentrándose en tú apartamento mientras se quita la gabardina.

Lo que ves casi te provoca un ataque al corazón. Bajo la gabardina Melina solo lleva puesto un precioso conjunto de lencería blanca con liguero incluido. A sus espaldas observas salivando el redondo y musculoso culo de la joven del que sale la sutil tira de un minúsculo tanga de seda transparente. Sus piernas son dos columnas ligeras y esbeltas moldeadas por unos altos tacones y adornados con unas sutiles medias de color blanco profusamente bordadas a la altura del muslo.

Ella gira la cabeza y observa satisfecha tu cara de estupefacción mientras posa de espaldas a ti con una pierna cruzada ligeramente por delante de la otra.

Te paras intentando grabar en tú mente el delicioso contraste entre la impecable blancura de la lencería y el bruñido bronce de la tez de la muchacha.

—No hay problema —dices con la voz pastosa—estoy seguro de que la cena estará igual de rica por la mañana.

Sin decir nada mas te acercas a ella y la abrazas por la espalda. Melina frota su portentoso culo contra tu entrepierna y se gira para darte un largo beso. Te abalanzas sobre sus labios gruesos y suaves como el terciopelo, los saboreas, los lames y los mordisqueas antes de explorar el interior de su boca mientras le acaricias el cuello y los pechos con tus manos.

Poco a poco, sin que ella se dé cuenta, le vas empujando contra la pared y cuando la tienes acorralada te vas agachando a la vez que lames y mordisqueas su espalda, su costillas y finalmente su culo.

La forma y el tamaño de su culo es casi indescriptible, la única comparación posible es con el culo de diosa del atletismo de los noventa Maria Jose Perec pero un poco más grande y menos fibroso.

Lo palpas antes de abrir tu boca y lo muerdes y chupas con suavidad, sabe a sal y a almendras. Estás tan excitado que tienes que recurrir a toda tu fuerza de voluntad para no abrirle las piernas y sodomizarla salvajemente. Tras unos segundos tiras suavemente de sus caderas hacia atrás y separas sus cachetes.

Melina recibe tus primeros besos en su sexo con un largo y profundo gemido. La joven apoya su frente contra la pared y separa las piernas para facilitarte el acceso hipnotizándote con sus espectaculares piernas realzadas por la tensión a las que les obligan los tacones y la forzada postura.

—Uff, como lo necesitaba. —dice la joven gozando de tus labios y tu lengua en lo más íntimo de su ser.

Animado por sus palabras introduces profundamente su lengua en su coño chorreante de deseo mientras con tus manos acaricias sus piernas envueltas en suaves medias de seda. Melina gime y mueve sus pelvis acompañando tus movimientos y tratando de que tu lengua entre aún más profundamente en su vagina.

Ya no puedes posponer un segundo más tu deseo y te yergues. Tu ansia es tan intensa que apenas tienes tiempo de bajarte la cremallera y sacar tu polla hambrienta para metérsela a Melina de un solo golpe hasta el fondo. La joven grita sorprendida e intenta agarrase a la pared mientras tu empujas en su interior con todas sus fuerzas a la vez que hincas tus dedos en su jugoso y oscuro culo.

—¡Oh Dios! ¡Sigue así! ¡Dame más cabrón!

Empujas aun con más fuerza si cabe, disfrutando de su coño estrecho y vibrante, de su culo y sus piernas contraídas por el esfuerzo de compensar tus empeñones y de todo su cuerpo oscuro y brillante retorcerse sensualmente.

Melina gime cada vez con más intensidad y la sujetas por la cintura justo en el momento que todo su cuerpo se paraliza arrasado por un monumental orgasmo. Sintiéndose segura en tus brazos se relaja totalmente jadeando mientras tú la acaricias moviéndote con suavidad en su interior.

Tras unos segundos se recupera lo suficiente como para separarse y darte un largo beso. Vuestras lenguas luchan por invadir la boca contraria y disfrutar del sabor y la excitación del otro. Tu polla aun erecta golpea el vientre liso y brillante de sudor de la joven renovando tu deseo.

Apartas tú boca de la suya por un momento y bajándole las copas del sujetador estrujas sus pechos y chupas y mordisqueas sus pezones pequeños y negros hasta hacerla gritar. Tras múltiples esfuerzos logra separarte de ti y cogiéndote de la mano te guía hasta la habitación.

Tirando el sujetador en una esquina se sienta en la cama con sus largas y bonitas piernas cruzadas observando cómo te desnudas.

Tú le sigues el juego y moviendo las caderas al ritmo de una música inexistente te quitas la corbata, los gemelos y las camisa mostrando sin pudor tu cuerpo serrano. A continuación te quitas los pantalones y das una pirueta antes de quitarte los calzoncillos y mostrarle tu polla erecta apuntando directamente hacia ella.

Melina asiente satisfecha al ver por primera vez el miembro que le ha estado castigando sin descanso y lo roza con sus dedos cálidos y suaves.

Tú no te andas con juegos, la empujas para que se tumbe, le quitas el tanga de un tirón y abriendo sus piernas la penetras de nuevo. Esta vez la follas con más suavidad aprovechando para acariciar su cuerpo que vuelve a despertar poco a poco. Cuando vuelven los gemidos la elevas en el aire y te sientas en la cama con ella moviéndose en tu regazo. Melina sube y baja cada vez más rápido por tu polla mientras tu exploras sus gruesos labios y su boca con tus dedos.

Excitada se da la vuelta y se vuelve a meter tu polla dándote la espalda, subiendo y dejándose caer con violencia hasta que no puede más y se derrumba sobre ti cuando le llega su segundo orgasmo. Notas como todo su cuerpo se estremece y su vagina se contrae involuntariamente estrujándote la polla.

Con un empujón la elevas en el aire y la arrodillas en el suelo frente a ti. Melina coge tu polla y se golpea los labios con ella. Tú gimes y sujetas su pelo liso y negro mientras le metes tu miembro en la boca. El calor y la suavidad de la lengua de la joven hace que sientas que estás a punto de correrte.

Con la polla en lo más profundo de la boca de la abogada dudas un momento y no sabes que hacer.

Te corres dentro de la boca y le mantienes metida la polla tratando de que se trague hasta la última gota de tu corrida ve a 32

O te separas y te corres sobre sus pechos ve a 33

20

Coges a Úrsula del brazo y besándole detrás de la oreja le vas empujando hacia el callejón. Ella intenta protestar pero ahogas sus palabras en un largo y húmedo beso. Finalmente ella accede y tira de ti llevándote al rincón más oscuro del callejón.

Tú ya no te puedes contener más y la abrazas con fuerza besándola y magreando sus prodigiosos pechos. Úrsula abre los corchetes y los pechos saltan de su encierro redondos, firmes y con los pezones gordos y erectos. Tú te los metes en la boca y se los chupas y mordisqueas con deleite provocando en la joven roncos gemidos. Poco apoco vas desplazando tus mano por sus costados en dirección a su sexo, pero antes de que llegues, ella se agacha y te abre la bragueta.

Tú polla salta alegremente al ser liberada de su encierro y Úrsula la acaricia y besa la punta son suavidad haciendo que una descarga eléctrica recorra todo tu cuerpo. A continuación comienza a chuparla con suavidad y se la mete en la boca hasta el fondo de su garganta. Tú agarras a la joven por la cabeza y comienzas mover tu pelvis con suavidad emitiendo sonoros rugidos de placer.

La mujer sabe exactamente lo que quiere un hombre y mueve su lengua a la vez que deja que le claves tu miembro en lo más profundo solo sacándoselo para coger aire. A punto de correrte te separas un momento observando como un grueso hilo de baba sigue conectándote con su boca hasta que se suelta y cae sobre sus pechos.

Aprovechas, metes tu polla en el canalillo y apretando sus pechos comienzas a follárselos. Empujas con todas tus fueras y disfrutas como un loco hasta que ella se separa y apoyando una de sus manos contra la fea pared de ladrillo se remanga la falda y te pide que la des por el culo.

Tú, sin poder creer en tu suerte no te lo piensas y le metes la polla de un golpe mientras ella se acaricia su pubis.

Su culo es estrecho y cálido y no puedes evitar un suspiro de satisfacción. Al parecer ella también disfruta como una loca porque no para de gemir y desafiarte a que le des más duro. Tú obedeces y empujas en sus entrañas con todas tus fuerzas a la vez que acaricias sus piernas tensas por el esfuerzo de mantener el equilibrio.

Úrsula recibe cada empujón con un grito de placer y finalmente tiene que soltar su pubis para poder sujetarse con las dos manos a la pared. Es entonces cuando notas unos golpecitos en tu polla cada vez que rompes su culo. Oliéndote algo adelantas tu manos y descubres sorprendido que Úrsula tiene… rabo.

Te quedas paralizado mientras ella… él te pide con angustia más polla.

¿Qué haces?

¿Le insultas e intentas zafarte? ve a 34

¿ O te paras sorprendido unos instantes y meditas la situación? ve a 35

21

Finalmente te convences de que lo que le gusta a Úrsula es que hagas lo que ella diga y decides seguirla pensando en que si eso te permite echarle un polvo… ¡Viva las caenas!

La sigues hasta la moto y montas de nuevo tras ella. Haciéndote el tonto subes tus manos e intentas tantear sus pechos, pero ella te lo impide con un golpe en la mano un poco más fuerte de lo necesario.

Bajas las manos y cierras los ojos en cuanto arranca el Godzilla de dos ruedas. Esta vez notas que el viaje es bastante más corto. Cuando finalmente para la moto abres los ojos y descubres que te encuentras en el jardín de una mansión que se encuentra en el centro de la ciudad.

Con un silbido calculas la pasta que debe valer ese terreno rodeado de los altos edificios del centro de la ciudad.

La mansión es un bonito edificio de principios de los años treinta donde se mezcla el estilo art decó y el modernismo.

Sigues a Úrsula al amplio y luminoso interior de la mansión. Estas tan fascinado por las columnas retorcidas y los arcos que hacen de todo el edificio una escultura, que no ves cómo ella se te acerca por detrás y te inmoviliza con una descarga eléctrica.

Con tus músculos aun contraídos coge tu cuerpo por una pierna y lo arrastra indefenso por el suelo hasta un puerta. Durante un instante desaparece de tu campo de visión, solo el tiempo necesario para traer unas bridas y atarte de pies y manos.

Abre la puerta y pese a la incómoda postura puedes ver una serie de empinados escalones que se adentran en la oscuridad.

Intentas preguntar a esa zorra que coños quiere hacer contigo, pero tu lengua aun paralizada te lo impide. Con un gruñido la joven te coge las piernas y tira de ti hacia las escaleras. Impotente observas como los músculos de los hombros de la joven se tensan tirando de tu peso muerto y te aproximan a la puerta sin dificultad. Tienes que reconocer que la tipa esta cachas.

“No, no, no” piensas a medida que te acerca cada vez más a los escalones. Intentas moverte de nuevo sin resultado alguno así que la mujer te baja los escalones de uno en uno permitiendo que los cuentes a base de golpes en la cabeza contra la dura piedra.

Al llegar al sótano ya puedes mover un poco la cabeza y lo que ves te corta el aliento. El sótano es una enorme sala con paredes de piedra húmeda y mohosa en la que se exhiben todo tipo de siniestros aparatos de tortura.

Hay muchos que nunca has visto antes, pero con un escalofrío reconoces un potro y un cepo que ocupan la parte central de la estancia así como una doncella de hierro en una esquina y una cigüeña así como toda una colección de collares, armas blancas de extrañas formas, látigos y vergajos colgando de la pared.

—¿Te gusta mi colección? —dice Úrsula orgullosa— Le costó media vida a mi padre y diez años más a mí reunirla y aun sigo buscando piezas.

—Todos son originales — dice acariciando la madera del potro y acercando su cara a la superficie— Si te acercas lo suficiente aun puedes oler el sudor y la sangre de los infelices que acabaron en ellos.

Al fin comienzas a recuperar la sensibilidad en tus miembros e intentas al menos sentarte para no parecer tan indefenso.

—¡Hija de puta! ¿Qué coños te crees que estás haciendo? —gritas forcejeando inútilmente con tus ligaduras— Cuando me desate te vas a enterar…

Mientras hablas Úrsula se ha puesto un guante de cuero y te arrea un puñetazo con todas sus fuerzas cortando tu sarta de improperios.

Tu cabeza te da vueltas y escupes sangre mientras intentas despejarte. Antes de que puedas hacer nada más la joven se acerca con una especie de tenazas con el mango de un metro de longitud y con la forma de un circulo en el extremo. Ciñe ese extremo entorno a tu cuello y lo asegura antes de cortarte la brida que tienes entorno a tus tobillos.

En cuanto tus piernas están libres te levantas con brusquedad e intentas embestirla, pero ella ya lo está esperando, esquiva con facilidad tus aun torpes movimientos a la vez que te maneja con las tenazas.

Poco a poco superando tu resistencia y riéndose ante tus vanas amenazas te acerca al potro y coloca tu cuello y después tus manos en él. La maestría con la que te maneja y la facilidad con la que te coloca en el instrumento, sin darte ninguna oportunidad de zafarte, te hacen pensar que a pesar de su juventud Úrsula es veterana en estas lides.

Después de asegurarse de que estás bien atrapado en el cepo, te quita las tenazas lo que al fin te permite respirar con un poco más de normalidad.

El cepo está situado sobre dos gruesos postes de madera que están clavados al suelo de forma que te encuentras con la cintura doblada en ángulo recto y las manos y el cuello atrapados en el potro.

Úrsula s acerca de nuevo a ti y sacando una navaja barbera de debajo de su escueta falda te quita la ropa en un santiamén.

Poco a poco vas recobrando tus fuerzas y más cabreado por los vaqueros que te acaba de joder que por haberte dejado en pelotas, te revuelves e intentas forzar el cepo, pero la madera y el hierro forjado son sólidos y solo consigues que Úrsula sonría satisfecha.

—Así me gusta, imbécil, cuanto más te resistas más divertido será esto. —dice ella cogiendo una fusta de la pared , flexionándola, apreciando su elasticidad.

Tú abres la boca para volver a insultarla pero ella descarga un zurriagazo en tu espalda que te hace saltar las lágrimas.

—A partir de ahora solo abrirás la boca cuando yo te lo permita y me trataras con deferencia, ¿entendido?

—Sí, señora —dices con los dientes apretados por la rabia.

—Mejor llámame Ama, eso de señora me hace vieja. —dice Úrsula dándote un bofetón para reforzar sus ordenes— Y nada de insolencias, no las tolero .

—Excelente, así que ahora empecemos tu adiestramiento. Antes de nada, quiero decirte que no te he elegido al azar. Lo he hecho porque durante nuestra “cita” me has demostrado que eres un hombre educado, hasta dónde lo puede ser un hombre y que aceptas las órdenes de buen grado. —dice ella acariciando tu lomo con la fusta— Sé que todo esto ahora te parece una locura pero en poco tiempo lamentarás no haberlo experimentado antes.

Con suavidad posa la fusta sobre tu espalda como si estuviese preparando el punto exacto dónde va a descargar el golpe y tu tensas tu cuerpo inconscientemente preparado para recibirlo.

La mano de Úrsula no se hace esperar y descarga un fustazo en tu espalda. Tu aprietas los dientes y sueltas un suspiro.

—¿Qué tienes que decirme? —te pregunta descargando un nuevo y doloroso golpe.

—Gracias Ama.

—Así me gusta.

Durante las siguientes horas Úrsula te somete a una serie de castigos. golpeando y azotando todo tu cuerpo sin quitarte del potro. Al principio solo sientes rabia y dolor. Lo único que deseas es soltarte y arrearle a esa zorra una paliza de órdago, pero poco a poco comienzas a notar como el dolor, el escozor y la incómoda postura te hacen sentirte más vivo. Eres consciente de cada parte de tu cuerpo, y absorbes cada gota de aire como si fuese miel. Recibes los golpes cada vez con más placer. El “gracias Ama” se vuelve cada vez más sincero.

Cuando termina esa primera sesión Úrsula se planta frente a ti jadeando por el esfuerzo y mirándote con firmeza pero no con desdén.

—Buen chico. Veo que no me equivocaba contigo—dice ella cogiendo tu barbilla y levantando tu cara para que puedas ver la satisfacción que expresan sus fríos ojos grises—Ahora, tu premio.

Úrsula se inclina frente a ti y te da un largo beso. Tú respondes con timidez y saboreas a la mujer .

A continuación coge un lienzo limpio y con suavidad enjuga el sudor que cubre tu cuerpo. Cada vez que el lienzo toca tu cuerpo el dolor y el placer se mezclan haciéndote estremecer. Finalmente te quita el cepo y agradeciéndoselo educadamente te yergues y estiras tu columna haciendo suaves movimientos para desentumecerte.

Úrsula te observa satisfecha y fija su vista en tu considerable erección. Se acerca a ti, te acaricia el interior de los muslos y con gestos elegantes y seguros se acerca a la pared donde coge un collar de cuero tachonado.

Tú esperas tranquilamente con la vista baja pero echando miradas de reojo al espléndido cuerpo de la mujer . La mujer se pone frente a ti y te coloca el collar mientras tú le dejas hacer aspirando con fruición el aroma que desprende su piel.

—Ahora habrá que hacer algo con esa maleza dice señalando el pelo que rodea tu erección.

Sin darte opción a replicar te sienta en una incómoda silla y trae un balde con agua jabonosa. A continuación deja la navaja en el suelo y mojando su manos en el agua te enjabona el pubis y los huevos. El agua caliente y las manos suaves y resbaladizas hacen efecto y tu erección aumenta hasta casi hacerse dolorosa. Tu polla se mueve ansiosa e involuntariamente y Úrsula enfadada te propina un golpe en los huevos para que la mantengas quieta.

Te doblas pero le das las gracias con una sonrisa en la cara.

Úrsula agarra la navaja barbera y la acerca poco a poco a tus testículos. La cercanía de la afilada hoja a tu miembro viril hace que tus pelos se pongan de punta pero ahogas tu terror y le dejas hacer.

Comienza por el pubis para a continuación cogerte la polla con dos dedos y la levanta para poder raparte los huevos con más comodidad. El primer contacto de sus manos en tu polla casi consigue que te corras pero te contienes y cierras los ojos disfrutando del paso de la cuchilla por tus genitales.

—Ahora está mucho mejor. —dice Úrsula poniéndose en pie y dándote unos suaves golpecitos en los huevos e indicándote que le sigas.

—Gracias Ama —respondes tú siguiéndole al potro de tortura.

Con suavidad te tumba sobre el potro y te ata las muñecas y los tobillos, girando la rueda hasta dejarlos tensos. Tú procuras ponerte cómodo, intentando evitar que tu espalda y tus muslos magullados sufran demasiado y esperas pacientemente. Úrsula vuelve a aparecer con una vela en la mano , la enciende y espera que la cera comience a derretirse.

Se inclina sobre ti y acaricia tu pecho provocándote un escalofrío de placer. A continuación inclina la vela y deja que unas gotas de cera derretida caigan sobre tu piel provocándote un intenso y fugaz dolor. Casi al instante la cera se enfría y se endurece. Úrsula se acerca un poco más y besa los lugares donde la cera a tocado tu piel. La sensación de placer es indescriptible. Sientes un deseo tan profundo por esa mujer que cualquier cosa que te hace te reconforta y te excita.

Con un gesto derrama otro chorro de cera sobre tu abdomen y tus muslos haciendo que tus manos y tus tobillos tensen las cuerdas que te sujetan primero con el dolor y luego con el placer de sus besos.

Con un soplido Úrsula apaga la vela y remangándose la falda de cuero se sube al potro y se pone a horcajadas sobre ti.

Cuando su sexo contacta con tu polla, no puedes evitarlo y te corres como un adolescente salido manchando su tanga y sus muslos con el producto de tu eyaculación. Intentas disculparte pero ella te suelta un bofetón y te echa una bronca realmente enfadada. Tú te encoges como un cachorro pillado en falta y aguantas ansioso que ella deje de gritarte.

—¡Ahora vas a limpiarme toda esa inmundicia! —dice poniendo sus sexo en tu cara.

Tu abres la boca obediente y le lames el interior de los muslos y el tanga de Úrsula saboreando por primera vez en tu vida tu propio semen.

El suave gemido de la mujer te estimula y lames y mordisqueas con más fuerza. Úrsula se aparta el tanga y deja que le chupes es el coño a placer. Por fin notas como el cuerpo de la mujer comienza a vibrar y a disfrutar. El peso del cuerpo y los flujos de Úrsula te asfixian pero tú sigues lamiendo hasta que ella se aparta con un gemido.

Poco a poco se retrasa hasta que vuestros sexos vuelven a entra en contacto. Tu polla, que sigue dura como una piedra, se retuerce hambrienta cuando ella se la mete de un solo golpe.

Impotente deseas que te folle más fuerte, pero sabes que no debes pedir nada y observas a la joven mecer su cuerpo con tu polla dentro. Poco a poco Úrsula acelera sus movimientos a la vez que inca sus uñas en tu pecho y te pellizca los pezones .

La mujer comienza a jadear y se retuerce moviendo sus caderas con todas sus fuerzas arañándote y mordiéndote hasta que notas como todo su cuerpo se crispa asaltado por un fuerte orgasmo.

A punto de correrte ella se separa y parece que va a irse y dejarte atado, pero con una sonrisa traviesa coge tu polla y la retuerce y sacude con violencia haciendo que te corras de nuevo abundantemente mientras te golpea los huevos.

Tras unos segundos te recuperas un poco y ella suelta tus ligaduras y te ayuda aponerte de pie. Te sientes dolorido, sucio, apaleado, pero sobre todo agradecido a la mujer que te ha demostrado en qué consiste de verdad el placer.

—Bien, ahora directo a la ducha, —dice conectando una cadena al collar y llevándote al piso de arriba— Luego te ensañaré el resto de tus deberes. Tienes mucho que aprender.

Tres semanas después.

—Bueno, ha llegado el momento. —te dice Úrsula colocándote la cadena en el collar

—No olvides lo que te enseñado y todo irá bien. Y recuerda, —te dice cogiendo tu cabeza con fuerza obligándote a mirarle a los ojos— no me decepciones o te castigaré.

Entráis en el atrio dónde varios hombres y mujeres impecablemente vestidos comienzan a entrar seguidos por sus esclavas y esclavos semidesnudos el comienzo de la reunión.

De entre ellos aparece Jorge con una pequeña pelirroja siguiéndole como un perrito faldero. Te mira, te reconoce a pesar del disfraz y sonríe divertido.

—Vamos, perrito. Creo que hoy va a ser un gran día para ti.—te dice tu Ama tirando de la correa con gesto satisfecho.

FIN

22

Complaces a Carolina aceptando la invitación. Le abres la puerta del restaurante y aprovechas para observar como su amiga a tenido gusto eligiéndole un vestido largo y ceñido que resalta sus curvas despertando en ti la necesidad de amasar ese culo grande y prieto que se mece ante tu vista invitándote con cada paso.

Ella ha venido en taxi así que le subes a tu coche y sigues sus indicaciones. Carolina te mira de vez en cuando con ojos ligeramente incrédulos, como si no terminase de asumir lo que está pasando.

Su casa es un adosado bastante espacioso en uno de los barrios bien de la ciudad. Sintiéndose ya en su territorio, parece un poco más segura de sí misma cuando abre la puerta y te guía por el jardincillo hasta la puerta de entrada.

Abre la puerta y tú decides atacarla a traición. Ella saca las llaves de la cerradura, cierra la puerta y va a abrir la boca para preguntarte que te apetece y tú te abalanzas sobre ella como un lobo.

La empujas contra la pared y agarrándole con fuerza las caderas la besas. Ella intenta decir algo sorprendida, pero tu lengua ya está explorándola con furia. Tras unos segundos notas como la joven se relaja y te devuelve el beso llenando tu boca con un intenso sabor a chocolate.

Deslizas tus manos por sus costados hasta llegar a sus enormes pechos. Los estrujas y los sopesas a través de la seda del vestido. Con toda seguridad son los pechos más grandes que has tenido jamás en tus manos.

Despegas tus labios de los suyos y le apartas un par de mechones de su cara. Observas su rostro extraordinariamente bello, dominado por esos ojos grandes y sorprendidos. Por fin la joven sonríe. Aun así, duda que hacer con sus manos, la notas nerviosa y deseosa de complacerte así que decides aprovecharte y guiándola al salón te sientas en un sofá y le pides que se desnude para ti.

Ella se gira hacia ti y te mira un poco incrédula como si le estuvieses jugando una mala pasada. Pones música suave en el smartphone y finalmente la convences de que lo haga. La animas a que cierre los ojos y se deje llevar por la música mientras lo hace.

Poco a poco Carolina empieza a mecer las caderas suavemente a la vez que levanta los brazos cogiéndose su espesa melena y mostrándote su escote y su cuello. Sonríes y te fijas en la cinta de terciopelo negro con un camafeo que se ciñe estrechamente entorno a su cuello. Admiras su profundo canalillo y la curva se sus caderas . Carolina se gira y da unos pasos hacia atrás invitándote a que le ayudes a bajar la cremallera del vestido. Tú pones tus manos en su culo y subes acariciándole la espalda con suavidad hasta que llegas a la parte superior del vestido y le bajas la cremallera.

Carolina, escalofriada por el contacto, se vuelve a separar unos pasos y siempre de espaldas a ti, gira su cabeza para mirarte y deja resbalar la tela hasta que cae floja a su pies. Sus labios rojos y gruesos lanzándote un beso te resultan tan atractivos como sus piernas largas y tersas a pesar de su volumen realzadas por unas sandalias de tacón.

De espaldas a ti empieza a mecerse lentamente de nuevo con la música, se gira y observas como sus pechos intentan escapar del ceñido abrazo de un corpiño negro profusamente bordado.

Carolina cierra los ojos y se balancea acariciándose los pechos y los costados a través del corpiño, recorre sus caderas y sus muslos y acaba acariciándose el culote a la altura de su entrepierna.

La joven gime y se acaricia el sexo por encima de la braga mientras que con la mano libre se estruja uno de sus enormes pechos. Abre los ojos y observa con satisfacción como en tus pantalones empieza a destacarse una incipiente tienda de campaña.

Le miras a los ojos y te bajas la bragueta. Sacas tu polla y se la muestras acariciándola con suavidad mientras invitas a la joven a continuar.

Superando su timidez Carolina se quita finalmente el corpiño, juega con él aun un poco indecisa, usándolo para taparse los pechos hasta que mordiéndose el labio lo deja caer. Los pechos de la joven caen grandes y bamboleantes. Los observas conteniendo tu impulso de lanzarte sobre la joven. Son grandes como melones maduros y sus pezones oscuros y del tamaño de galletas Oreo.

Excitada por sus propias caricias se estruja los pechos y cogiéndolos con las manos se los acerca a la boca para chuparlos. Tú estás a punto de reventar de deseo, pero clavas tus uñas en el reposabrazos y le dejas disfrutar de la excitación que está provocando en ti. Tras un par de minutos se da a la vuelta y comienza a quitarse el culote. Relamiéndote observas sus nalgas enormes, redondas y blancas como la luna llena.

Se gira de nuevo hacia ti y se masturba ocultando su sexo a tu vista. Finalmente, con uno de sus dedos en la boca, aparta la mano y te muestra su sexo. Tiene el pubis cuidadosamente depilado salvo un pequeño triangulo oscuro y rizoso. Lo observas y tras unos segundos te levantas y te desnudas uniéndote a la joven en su baile.

Le agarras por su cintura ciñendo tus caderas a las suyas. Carolina siente tu erección y suspira excitada. Tú te limitas a moverte ligeramente disfrutando de la suavidad y el calor de su cuerpo. Poco a poco la vas empujando hacia un gran sofá de cuero dónde la sientas. Te inclinas sobre ella y le besas la boca y el cuello, bajas hasta sus pechos y entierras tu cara entre ellos sintiéndote como el niño de Amarcord.

Tras aspirar profundamente el aroma de su piel abandonas el interior de sus pechos, se los aprietas y acaricias sus pezones. A continuación te yergues y le acercas tu polla a la boca.

Carolina abre la boca obediente y deja que tu polla resbale en su cálido interior. La joven comienza a chupar y lamer tu polla acariciando con suavidad tus testículos. Ahora eres tú el que gime excitado por la suavidad de la lengua de la joven. Con una sonrisa se saca tu polla de la boca y después de embadurnarla bien con su saliva la mete entre sus pechos.

Carolina mueve ligeramente su torso haciendo que los pechos golpeen suavemente tu polla. Excitado le agarras los melones y se los estrujas a la vez que empujas con fuerza hasta que no aguantas más y te corres en ellos.

Carolina gime y mete la mano entre sus pechos para tocar tu semilla cálida y pegajosa mientras deja que la tumbes.

Olvidando toda vergüenza abre sus piernas mostrándote su sexo hinchado y tumultuoso. Lo acaricias ligeramente con los dedos y ella se retuerce y gime. Dos de tus dedos resbalan con facilidad en su interior, ella grita y se estremece mientras tu levantas una de sus piernas y besas sus pies y sus tobillos.

Tus caricias se hacen más bruscas y ella comienza a jadear acompañando tus dedos con el movimiento de sus caderas . Percibes como el deseo va tomando posesión de su cuerpo, como sus pezones se endurecen, sus muslos se tensan, su mirada se vuelve más liquida y sus boca se entreabre mientras su lengua no para dentro de ella.

Acercas de nuevo tu polla erecta a su coño y la penetras de un solo golpe usando todo tu peso como si fuese un ariete. Tumbado sobre ella comienzas a empujar en su interior disfrutando de su sexo cálido y estrecho mientras tus manos se multiplican estrujando y acariciando sus pechos sus muslos y su culo.

Los suaves gemidos de la mujer llaman tu atención. Coges su cara entre tus manos y la miras a los ojos a la vez que la penetras con más brusquedad haciendo que todo su cuerpo se conmueva bajo el tuyo. Sigues con el juego, penetrándola cada vez más rápido hasta que notas como su cuerpo tiembla y los muslos que te rodean se tensan. Carolina no puede evitar poner los ojos en blanco mientras se corre con un largo gemido.

Le propinas dos últimos y bestiales empujones y te separas. Tras unos segundos Carolina se recupera y la ayudas a levantarse. Le das la vuelta y empujándola contra un mueble amasas su culo y la abrazas por detrás pellizcando sus pezones y frotando tu miembro contra la raja que separa sus nalgas.

Carolina gira su cabeza y percibes como te mira aun excitada. tiras de su cabeza y la colocas sobre e reposabrazos del sofá haciendo que su culo quede en pompa . La joven separa las piernas excitada. Le acaricias los gruesos muslos . Ella gime y mueve su pelvis excitada y tú separando sus nalgas, la penetras y empujas en su interior. Pierdes la noción del tiempo mientras empujas bruscamente haciendo temblar todo el cuerpo de Carolina que grita hincando las uñas en el cuero.

A punto de correrte coges su maravillosa melena y tiras de ella hacia ti a la vez que empujas en su coño con todas tus fuerzas.

Carolina grita y se retuerce. Eleva el torso y gira la cabeza intentando besarte mientras tus empujones se vuelven bestiales. Ni siquiera tras eyacular y llenar su coño con tu semen dejas de empujar excitado. Solo cuando ella se derrumba arrasada por un nuevo orgasmo aflojas poco a poco hasta quedar tumbado encima de ella.

Tras unos segundos Carolina se levanta y te guía al dormitorio donde os acostáis desnudos y abrazados. Os dormís un rato pero tú la despiertas por la noche otras tres veces para follártela.

Te sientes tan excitado por su cuerpo blando y acogedor como no lo habías estado nunca y ella parece sentir lo mismo por ti.

Por la mañana os levantáis sucios y acalambrados. Ella comienza a hacer el desayuno pero tú le interrumpes con tus besos y achuchones, en cinco minutos la tienes tirada encima de la mesa con tu polla entre sus piernas.

—¡Hola Carol! —resuena una voz en el pasillo tras abrirse la puerta.

—¡Largo Silvia! ¡Ahora mismo estoy muy ocupada! —Grita Carolina con un gemido estrangulado …

—Ja, ja . Perdona querida. ¡Mañana me cuentas, gorda salida! —se despide Silvia cerrando la puerta entre carcajadas.

FIN

23

Cuando salís del restaurante Carolina se gira hacia ti y te invita a una última copa en casa, pero tú te niegas y la invitas a la tuya, ella insiste, pero tú te acercas un poco más y la besas. Carolina se sorprende y tarda en reaccionar pero tras un par de segundos responde con ansia.

Logras despegarte tras unos segundos y mientras coges aire ella te sigue obedientemente hasta tu coche.

Le ayudas a subir al coche aun incrédula de que accedas a llevarle a tu casa y monta en el coche sin pensar en las consecuencias.

Arrancas el coche y la sacas de la ciudad. Aunque ella se muestra nerviosa y un poco preocupada no dice nada hasta que no sales de la carretera y coges un camino poco transitado. Nerviosa y hasta un poco temblorosa, finge haber olvidado algo en el restaurante e insiste en volver a la ciudad hasta que una mirada tuya le corta la conversación.

Finalmente llegáis a un pequeño y viejo chalé de los años ochenta.

—¿Vives aquí? —pregunta ella observando la pintura de aspecto ajado y las ventanas llenas de telarañas.

Tú no contestas y la guías llevándole de la mano con firmeza hasta la entrada, abres la puerta y la empujas al interior.

En cuanto se enciende la luz la joven se estremece. Solo hay dos habitaciones. Una gran sala central con aspecto de gimnasio y un gran baño al fondo.

—Vamos, desnúdate. —dices tú con voz cortante.

—¿Qué? —pregunta Carolina incrédula.

—Que te quites ese horrible vestido o lo haré yo —le repites con la voz fría y controlada.

—No sé qué te imaginas…

Le interrumpes la protesta con un bofetón en el que has imprimido la fuerza justa para enrojecer su mejilla pero sin causarle daño alguno . Carolina se frota la mejilla, con sus bonitos ojos anegados en lágrimas e intenta abrir la puerta, pero tú la has cerrado con llave y aprovechas que estás a sus espaldas para coger una navaja de afeitar de un cajón y tirando del vestido cortas el tejido hasta la cintura.

La joven se gira apretando la tela contra sus pechos y fija su mirada en la navaja.

—Quítate esa mierda de ropa —repites con tono bajo y amenazador— y como vuelvas a replicarme sabrás lo que es un castigo, yo te daré una ropa adecuada.

La joven levanta la cabeza desafiante y deja caer los restos de su vestido a sus pies. Tú te acercas a ella y ella fija la vista en tus ojos intentando parecer firme.

—Puedes hacerme lo que quieras, pero…

—¡Basta ! —dices dándole un nuevo bofetón—¿Acaso te crees Juana de Arco? A partir de este momento eres mi perra. —le espetas cogiendo un collar de cuero y ciñéndoselo al cuello— Y como tal cumplirás todas mis órdenes, hablarás solo cuando te pregunte y terminaras todas tus intervenciones con un “mi Amo” ¿Entendido?

—Sí, mi Amo.—responde ella gimiendo cabizbaja.

—¿Te has dado cuenta de lo mucho que se parecen las expresiones “mi Amo” y “mi amor”?—le dices acariciando su mejilla con una fusta que has cogido de encima de una pequeña mesa que ocupa el centro de la sala.

—Sí mi Amo —responde ella.

—He estado bastante tiempo buscando la mujer adecuada y al fin te he encontrado.

—¿Qué quieres de mí? —pregunta Carolina al borde de las lágrimas.

—Sólo quiero que obedezcas. —le susurras y le das un fustazo en el muslo que hace a la joven emitir un grito de dolor— Y no tengo mucho tiempo para que aprendas. Ahora termina de desnudarte, ¡Ya!

La mujer se encoje y muerta de vergüenza se quita un corpiño negro bordado y un culote con un tímido “sí mi Amo”. Te acercas a su cuerpo desnudo y observas sus grandes tetas redondas y tiesas con unos pezones grandes y oscuros como galletas Oreo. Inspeccionas su cuerpo usando la fusta para acariciar, separar y levantar, como si ni siquiera mereciera que la tocases. Acaricias el verdugón del muslo con tu fusta provocando en la joven un leve estremecimiento y por ultimo te centras en su entrepierna.

Con una serie de suaves golpecitos de tu fusta le haces separar las piernas e inspeccionas su pubis y su coño parcialmente depilados.

—Bien, lo primero será arreglarte y vestirte decentemente. Vamos al baño.

Acercándote de nuevo a la mesa, coges una correa, la enganchas en una de las cuatro anillas de acero que tiene el collar y tiras de ella hasta el baño. El servicio es grande, está totalmente recubierto de mármol y está dominado por la presencia de una enorme bañera de hidromasaje en el centro de la habitación. La joven se para mirando el lugar pero tú tiras de ella impaciente y la sientas sobre la taza. La obligas a recostarse y a abrir las piernas.

Coges un poco de jabón y una brocha y embadurnas primero con los dedos y luego con la brocha el sexo de Carolina hasta producir abundante espuma. La mujer se muerde los labios para no gemir, excitada por el suave contacto con la brocha. Tú, malévolo, te demoras con la brocha en la entrada de su vagina y en su clítoris a pesar de que obviamente allí no hay ningún pelo.

Sacas la navaja del bolsillo y la acercas a la suave piel del pubis de Carolina. Esta coge aire y se estremece pero no protesta mientras tu estiras su piel con una mano y pasas con suavidad la navaja por su pubis y su sexo hasta que no queda ni un solo pelo.

Satisfecho pasas la toalla y observas la entrepierna de Carolina totalmente depilada. Le aplicas un poco de crema para calmar la irritación y das un tirón a la correa para levantarla.

La acercas al lavabo y poniéndola de espaldas al espejo coges un set de maquillaje y le pones rímel, pintas sus labios gruesos y jugosos con un color oscuro y dejas sus ojos para el final pintando sus parpados de negro. Te alejas un poco y observas tu obra, Carolina posa pacientemente desnuda con los brazos al lado de su cuerpo. El maquillaje oscuro contrasta con la palidez de su piel y realza la belleza de su rostro, pero falta algo.

Te acercas a ella y te pones a su espalda. con tus dos manos acaricias su barbilla y las cierras durante un instante en torno a su cuello provocando un escalofrío en tu esclava. Una tentación enorme de follar ese culo gordo mientras aprietas el cuello te asalta pero sabes que eso no es lo adecuado en ese momento, ella todavía no confía en ti lo suficiente como para asumir los castigos.

Retrasas las manos llevando su oscura, larga y espesa melena a la espalda. Tiras con fuerza de ella para tensarla, Carolina suspira y echa la cabeza atrás un instante sorprendida por el gesto. Coges su suave melena y la acaricias un rato antes de comenzar a trenzarla. La trenza es sencilla pero la cantidad de pelo que tiene carolina hace que el resultado sea una trenza espectacular, gruesa y tan larga que le llega hasta el nacimiento del culo.

—Ahora sí —dices para ti satisfecho.

Sales un momento del baño para recoger la nueva indumentaria de Carolina. Cuando vuelves, la descubres mirándose hipnotizada al espejo.

—¿Qué haces? ¿Quién te ha mandado darte la vuelta? —Le gritas blandiendo la fusta.

—Lo siento mi Amo yo creí…

Tú le interrumpes y descargas dos rápidos y dolorosos fustazos sobre sus nalgas. La joven grita y se apoya en lavabo para no caer. A continuación te acercas y le susurras al oído con voz autoritaria:

—Al contrario que todos los maestros que has tenido antes, yo disfruto con esto, —le dices mostrándole la fusta— así que a partir de ahora te sugiero que no pongas a prueba mi paciencia y agradezcas cada uno de mis castigos porque son los que te convertirán en una buena esclava. ¿Entendido? —dices arreándola un nuevo fustazo.

—Sí mi Amo, gracias mi Amo.

—Así está mejor — dices abriendo una pequeña maleta.

Sacas un corsé de fino cuero negro, la parte superior que toca con los enormes pechos de la joven esta forrado de suave cuero de cabritilla para evitar que estos se rocen. Solo lo mejor para tu perrita.

Se lo colocas y aprietas con fuerza los cordones a su espalda mientras ella se intenta agarrar a la pila del lavabo para no caer.

—¡No puedo respirar! —dice ella.

Tú le pegas con fuerza en las nalgas por haber hablado sin que le preguntes y después de colocarle las tetas le explicas que esa sensación de agobio solo dura unos minutos hasta que aprende a respirar de forma más rápida y superficial. El corsé hace que la barriga desaparezca y sus tetazas y su cadera resalten dándole a su figura una forma de reloj de arena espléndida.

A continuación la sientas de nuevo y le colocas unas medias de rejilla hasta medio muslo que sujetas a las presillas que cuelgan del corsé y le colocas un tanga cuya parte delantera es de cuero y la tiras son finas cadenas de plata.

Para terminar, le colocas en los pies unos zapatos de tacón alto y fino de color negro y la pones en pie.

La joven se tambalea envarada por el corsé intentando mantener el equilibrio con esos vertiginosos tacones. La coges por el cuello y la llevas frente a un espejo de cuerpo entero, solo los instantes necesarios para que se dé cuenta de que ya no es la mujer que ha entrado por la puerta. Notas como aprecia y le gusta la imagen que el espejo le devuelve.

—A continuación vamos a comenzar tu adiestramiento con una sesión suave. —dices cogiendo a la joven por la correa y sacándola del baño.

La llevas al centro de la sala y atas sus muñecas por encima de su cabeza a una cuerda que pende del techo.

Das una vuelta a su alrededor mientras Carolina tensa todos los músculos de su cuerpo para mantener el equilibrio. Disfrutas de la vista de su enorme culo blanco y grande como la luna llena y sus pechos tiesos, realzados por la postura que le obligas a adoptar.

Acaricias su cuerpo con la fusta y tras un instante descargas un fustazo en sus nalgas. Carolina grita y se balancea colgando de la cuerda.

Te acercas de nuevo a la mesa y coges unas finas cadenillas.

Carolina ve las mordazas en los extremos y te suplica al adivinar tus intenciones pero tú le das un bofetón recordándola que no puede hablar si no le preguntas y te acercas a sus pechos con las cadenillas en las manos.

Le coges los pechos grandes y sabrosos y se los sobas y golpeas con suavidad. La joven da un respingo pero no se resiste. Coges uno de sus pezones y te lo metes en la boca. Lo chupas y notas como crece en el interior de tu boca. Carolina gime de placer incluso cuando se lo muerdes con fuerza. Cuando terminas con él, la joven no se ha enterado de que ya tiene puesta la mordaza en el pezón.

Te retiras un paso y acaricias su cuerpo con la fusta. Descargas un fustazo y la joven grita y se retuerce haciendo que unos pequeños cascabeles que hay unidos a las mordazas resuenen alegremente.

Durante los siguientes minutos continuas azotando sin descanso todas las zonas que no están tapadas por el corsé. La joven gime y gruesos lagrimones corren formando gruesos churretones de rímel y maquillaje sobre sus mejillas.

Poco a poco Carolina empieza a ser consciente de como el dolor, los verdugones y los insultos no son más que expresiones de tu afecto hacia ella y comienza a recibirlos de manera distinta. Dando educadamente las gracias por cada golpe. El picor y el calor que queda tras cada fustazo aplicado con la fuerza justa le hace sentirse viva e intensamente atractiva a tus ojos.

Con una sonrisa satisfecha ves como la joven comienza a disfrutar con el castigo. Con recompensa le das una nueva tanda de fustazos y acercándote a ella le coges la cara con la mano y estrujando sus mejillas le das un violento beso. Las cadenillas y los cascabeles suenan cuando la joven tiembla de placer y deseo.

—Gracias mi Amo. —Dice ella de nuevo y baja la cabeza.

Convencido de que ya está preparada para la siguiente fase de su educación, le sueltas los brazos y tiras de las cadenilla. Sus pezones y su clítoris se estiran dolorosamente pero ella obediente espera a que le autorices a seguirla para empezar a moverse.

La llevas hacia una pequeña mesa de madera que esta clavada al suelo y atas sus tobillos a las patas. Carolina se deja hacer cuando la empujas contra la mesa y le atas los brazos a las patas delanteras. La mesa es pequeña y su cabeza sobresale con lo que la mueve incómoda sin poder apoyarla en ningún sitio.

Dejas la fusta y acaricias su culo un instante ante de palmearle el culo con fuerza con tus manos desnudas. Tu mano queda marcada en su culo gordo y redondo ya atravesado por las finas líneas de los fustazos. Carolina gime y tensa su cuerpo pero nada más sale de su boca aparte de un “gracias mi Amo”.

Le golpeas un poco más y acercas tu mano a su sexo. Compruebas con satisfacción que está húmedo y preparado para ti. Metes el mango de la fusta y comienzas a masturbarla a la vez que abres la bragueta y sacas tu miembro erecto.

Carolina empieza a gemir mientras tú sigues penetrándola con la fusta y golpeando suavemente su culo con tus manos. Los cascabeles resuenan, Carolina gime. Continuas así un par de minutos hasta que finalmente acercas tu polla al estrecho ojo de su culo. Al notar la polla presionando contra su ojete la joven se tensa por un instante. Los cascabeles suenan con fuerza un momento y luego se silencian. Sus piernas intentan moverse y la madera cruje, pero la joven se relaja y obediente se deja hacer confiando en su amo.

El culo de la joven es deliciosamente cálido y estrecho. Carolina suelta un gritito de dolor a medida que la vas perforando hasta que tus huevos hacen tope. Mantienes tu polla quieta un instante para que se adapte y tirando de la trenza comienzas a propinarle una larga serie de bruscos empujones.

Carolina grita dolorida, la polla de su amo está atravesando su culo mientras su mano tira con fuerza de su cabello manteniendo su torso elevado sobre la mesa sin ningún otro punto de apoyo.

Poco a poco notas como los gritos se convierten en gemidos a medida que La joven comienza a sentir placer. Con la mano libre acaricias su culo y masturbas a la joven hasta que se corre gimiendo y gritando “gracias mi Amo ” repetidamente.

Con un gesto satisfecho sacas tu pene de su culo y observas como el pequeño y estrecho conducto se ha convertido en un orificio amplio y enrojecido.

—Ahora vas a limpiarme la polla.

Rodeas la mesa y pones la polla a la altura de sus ojos. Carolina obediente sabe cuál es su deber y abre la boca obediente. Le coges por la trenza y levantas un poco su cabeza .

Coges tu polla y le ordenas que te la chupe. Cuando sus labios contactan con el extremo de tu pene le das un tirón a la trenza alejando su boca de ti. La joven vuelve a intentarlo una y otra vez hasta que le sueltas la trenza y se mete tu miembro de un solo golpe.

La joven tose y se atraganta pero continua chupando y lamiendo tu polla hasta que no puedes más y te corres en su rostro de muñeca maltratada. Aun estremecido por el placer frotas tu polla por su cara haciendo que maquillaje y semen se mezclen formando una uniforme máscara gris en sus mejillas.

Tras unos segundos la sueltas y la llevas al baño donde la desnudas y la lavas. Secas su cuerpo y aplicas una crema suave a base de alóe para refrescar su piel magullada mientras Carolina te mira con esos ojos azules y grandes cargados de adoración.

Tres semanas después.

—Bueno, ha llegado el momento. —le dices colocándole la correa en el collar mientras esperáis que os abran la puerta del majestuoso edificio.

—Recuerda todo lo que te enseñado y todo irá bien. Y recuerda, —le dices cogiendo su cabeza con fuerza obligándole a mirarte a los ojos— no me decepciones o te castigaré.

Se abre la puerta, le quitas la gabardina a Carolina que está casi desnuda salvo por unos tacones, un apretado corsé y un antifaz.

El edificio es antiguo, con techos altos y decoración art decó. Entráis en una especie de atrio dónde varios hombres y mujeres impecablemente vestidos esperan sentados o de pie con sus esclavas y esclavos semidesnudos a sus pies el comienzo de la reunión.

De entre ellos aparece Jorge con una pequeña pelirroja siguiéndole como un perrito faldero.

—Hombre, por fin. Veo que al final seguiste mis recomendaciones. Y no te ha ido nada mal—dice Jorge amasando los pechos de Carolina que sonríe y da las gracias educadamente tal y como le has enseñado.

Tras charlar un rato más Jorge se aleja. Echas una mirada a tu alrededor y observas como todo el mundo observa con admiración y un pelín de envidia la figura alta y voluptuosa de Carolina a tu lado.

—Vamos, perrita. Creo que hoy va a ser un gran día para ti.—le dices tirando de la correa y sonriendo.

FIN

24

Hipnotizado por la escena te quedas detrás de la puerta observando como el tipo se agarra a Cristina como una garrapata sorbiendo y mordisqueando cada centímetro de piel que su escueto vestido no puede tapar. Alucinado observas como la joven sonríe mientras el desconocido mete la mano por debajo de la falda del vestido.

Sin parar de reír la joven abre sus piernas para facilitarle al tipo su exploración. La falda de su vestido resbala hacía arriba revelando a la parroquia la totalidad de sus muslos y algo más.

El hombre ya no puede contenerse más y cogiendo a la joven como si fuese una pluma la levanta en el aire y la deposita sobre una maquina de pinball que está muerta de risa en una esquina.

El delgaducho termina de subirle la falda revelando a los presentes, tú incluido que Cristina no se ha molestado en ponerse ropa interior. Con la misma lujuria con la que la miran todos los clientes observas su sexo totalmente rasurado y su vulva pequeña pero hinchada por el deseo justo antes de que desaparezca en el interior de la boca del desconocido.

Cristina gime excitada al sentir la lengua del tipo hacer diabluras en su bajo vientre. Tensa y retuerce su cuerpo encima de la recreativa tironeando del pelo de su amante.

Tras unos segundos, las súplicas de la joven se oyen por todo el local dónde hasta el camarero, atento a la escena, ha bajado la música para que todo el mundo pueda disfrutar de ella.

El tipo se incorpora y hurgándose en la bragueta saca una polla de respetable tamaño. Cristina la observa y abre su piernas invitándole a entrar. El tipo no se hace el remolón y cogiendo sus piernas tira del culo para que sobresalga de la máquina de pinbal y le mete la polla de un solo golpe. La Joven muñequita grita y se retuerce mientras el hombre comienza empujar duro dentro de aquel pequeño y delicioso agujerito.

Un graciosillo se acerca por detrás mete una moneda en la máquina y saca una bola. La máquina despierta y comienzan a sonar timbres y campanillas hasta que los duros empeñones del hombre hacen que la maquina pite falta estruendosamente.

Todos los parroquianos rugen a la vez ¡Falta! ¡Falta! ¡Falta!

La gente ríe y se recoloca los paquetes en los pantalones mientras el graciosillo se acerca y saca otra bola, esta vez los gritos de placer superan los ruidos de la máquina y el larguirucho acelera su mete saca hasta que el cuerpo de la joven se estremece atravesado por un orgasmo.

Mientras la joven se recupera, el tipo le saca el vestido por la cabeza y se abalanza sobre sus pechos magreándolos ante la mirada envidiosa de todos los parroquianos. El hombre todavía no está satisfecho y coge a la joven en el aire para tumbarse sobre el sucio suelo del bar dejándola encima de él.

Cristina, que por fin se da cuenta de que tiene espectadores, se recoge sensual su melena sobre su cabeza mientras empieza a moverse lentamente encima del larguirucho. Tras unos segundos en los que se dedica únicamente a disfrutar el rabo que le está perforando abre los ojos y recorre los parroquianos hasta fijarse en uno rubio con perilla. Fija sus azules ojos en él y se relame los labios insinuante. Alucinado ves como el tipo rubio se acerca a ella y abriéndose la bragueta le pone la polla a la altura de sus ojos.

Cristina abre la boca y le roza el glande suavemente con la lengua. La polla se estremece y se mueve espasmódicamente. La joven la vuelve a lamer y con una risilla observa como el miembro del rubio vuelve a moverse hambriento.

Finalmente el hombre se cansa del jueguecito y cogiendo a la joven por el pelo le mete la polla hasta el fondo de su boca. Cristina gime atacada por dos de sus orificios y se mueve y chupa intentando mantener el ritmo.

Cuando crees que ya lo has visto todo otro hombre gordo y moreno, con pinta de obrero de la construcción, se acerca por detrás y empujándola para que se tumbe encima del larguirucho, separa sus cachetes y le mete la polla por su estrecho ojete.

El grito de la joven es apagado por la polla que tiene alojada en su garganta. Los tres hombres empiezan a empujar acompasadamente y como si fuesen herreros dejan caer su pesados martillos sobre la joven llevándola a un segundo y monumental orgasmo. Esta vez no la dejan descansar y siguen follándola a la vez que se acercan otros dos hombres con las pollas asomando erectas de sus pantalones. El obrero, resoplando sudoroso sujeta a la joven por el pelo para que ella pueda alargar sus manos y pajear las pollas de los dos nuevos invitados al festín.

Desde tu escondite no puedes evitar excitarte al ver el pequeño cuerpo de Cristina bamboleado violentamente embutido entre los cuerpos de hombres sudorosos y jadeantes.

La joven trata inútilmente mantener el equilibrio con su cuerpo brillante del sudor de cinco desconocidos . Solo unos segundos después se vuelve a correr. El rubio, galantemente, aparta su miembro para que la joven pueda gritar y coja un par de desesperadas bocanadas de aire.

Con un leve asentimiento los tres hombres que la perforan se ponen de acuerdo y le dan la vuelta de modo que es ahora el larguirucho el que desde debajo le perfora a la joven el ano y el gordo la que machaca sin tregua su vagina. Incapaz de creerlo observas como Cristina se corre de nuevo en medio de incontrolables temblores. Los improvisados amantes no pueden contenerse más y el gordo y el flaco sacan sus pollas y eyaculan sobre el jadeante vientre de la joven a la vez que el rubio lo hace sobre su cara y su boca.

Unos segundos después lo hacen los hombres a los que estaba pajeando, llenando sus pechos con su leche espesa y caliente y a continuación se produce una procesión de los parroquianos restantes, que han estado masturbándose con el espectáculo y se corren sobre el cuerpo de desnudo de la joven que se acaricia y sonríe aun estremecida mientras recibe la lluvia de semen.

Asqueado y excitado a partes iguales te deslizas en silencio fuera del local. Cuando subes al coche decides que tienes que descargar toda esa excitación acumulada y te diriges a buscar una prostituta a un polígono cercano para que te haga una mamada baratita.

La joven nigeriana chupa obediente mientras tú eyaculas una y otra vez rememorando la surrealista escena que acabas de presenciar.

FIN

25

Aprovechando que el tipo delgaducho está tirando de la melena rubia de la joven hacia atrás para comerle el cuello, abres la puerta y te escurres fuera del garito con un suspiro de alivio. Cuando llegas al coche te das cuenta de que ni siquiera has pagado la cuenta pero te da igual. En lo único que piensas es en llegar a casa para borrar tu perfil de la página web. Como pensabas, internet es un nido de tipos raros. A partir de ahora solo usaras internet para contratar furcias, salen un poco más caras pero te evitas muchos disgustos

FIN

26

Miras de nuevo el cuerpo desnudo de la joven. La luz de la luna entra por el ventanal haciéndolo brillar con un resplandor lechoso. Observas su pubis suave y totalmente depilado con los labios pequeños y apetecibles.

Acercas tu mano y separas los labios mayores con suavidad abriendo su sexo como una flor. acaricias el clítoris con la punta del dedo y la joven gime en sueños. Avanzas con tus dedos y los separas hasta dejar todo su sexo y la entrada de su coño a la vista. Es tan estrecho y cálido como habías imaginado.

¡Qué diablos! piensas mientras sacas tu polla y te la ensalivas. Un día es un día, total no se va a enterar de nada…

Cogiéndola por las piernas tiras de su cuerpo inconsciente hasta dejar su culo al borde de la cama y abriéndole las piernas guías tu polla poco a poco, como un ladrón, al interior del coño de la joven.

Todo tu cuerpo se estremece y hormiguea al sentir el estrecho y cálido sexo de la joven apretar y acariciar tu polla como si fuera una mano de terciopelo. Cristina se mueve ligeramente y murmura algo pero no se despierta.

Tú te sobresaltas y la emoción hace que todos tus sentidos se agudicen excitándote aun más. Te mueves con suavidad dentro de ella acariciando su cuerpo y disfrutándolo a placer. Te agachas sobre ella sin dejar de follártela y aspiras el aroma a flores que expele su cuerpo. Con una mano coges uno de sus pechos y se lo estrujas acercando el pezón a tu boca, el sabor y el tacto son divinos.

La coges por las caderas, la das la vuelta como si fuese una muñeca y la penetras desde atrás. Al ver que no reacciona le das un poco más fuerte y poco a poco vas notando como su cuerpo reacciona y se moja excitado.

Le colocas bien la cabeza para que respire sin problemas y te la follas a placer, agarrado a su culo entras una y otra vez, cada vez más rápido hasta que estás apunto de correrte.

Te paras jadeando y separas sus cachetes. Ante ti destaca blanco y perfecto el pequeño y virginal ojete del culo. Mojas con los flujos que salen de su coño tus dedos y lo recorres hipnotizado con ellos. Al meter uno de tus dedos observas como el esfínter se contrae estrujándotelo y te maginas que lo que está estrujando es tu polla.

No te lo piensas dos veces y guías tu polla dentro del culo de la joven. Cristina grita en sueños paralizándote por un momento pero los suaves ronquidos que emite a continuación te envalentonan y le metes la polla hasta el fondo.

El esfínter de la joven se contrae furiosamente y tu disfrutas de cada estrujón mientras te mueves con suavidad dentro de ella. Continuas penetrando el cuerpo flácido y delicado hasta que no puedes aguantarte más y te corres dentro de su culo, los chorros de semen caliente llenan sus entrañas mientras tu gimes loco de placer. Estas a punto de dejarte caer sobre ella pero te das cuenta de la situación en el último momento y te apartas.

Te vistes rápidamente y la vuelves a meter en la cama arropándola con cuidado. Tres minutos después estás saliendo de la casa con una sonrisa de lobo pintada en la cara. Jamás habías hecho algo así y te sientes a la vez sucio y orgulloso. A ver si tu colega supera eso.

Además, piensas divertido que lo más probable es que la mujer se levante al día siguiente con un palpitante dolor de cabeza y un fuerte escozor en el ano preguntándose qué demonios pasó la noche anterior.

FIN

27

Tras llamarte cabrón sin escrúpulos solo por haber pensado en follarte a una mujer inconsciente abres la cama, metes el delicioso cuerpo de Cristina y después de asegurarte de que esta cómoda la dejas durmiendo la mona.

De vuelta a casa no sabes si reír o llorar ante la estúpida noche que has pasado. Lo único que sabes es que con el calentón que llevas, pondrás una peli de Lisa Ann en el DVD y te la pelaras hasta dejarte la polla en carne viva.

Te despiertas al día siguiente con un solo pensamiento en la cabeza, borrar tu perfil en la página de contactos y olvidarte de experimentos. Tienes que admitirlo, has nacido para estar solo.

Abres el ordenador y al entrar en tú perfil ves que tienes un mensaje de Cristina, estás a punto de borrarte de la página sin leerlo pero al final decides que debes darle a la chica la oportunidad de disculparse.

“Hola, no sabes cuánto siento todo lo ocurrido ayer. Pensaras que soy gilipollas o una alcohólica pero la verdad es que normalmente no soy así. Ayer tuve un día terrible en el trabajo y cuando llegue al bar estaba tan nerviosa que se me ocurrió beber un par de copas para calmarme antes de que llegaras, el problema es que casi nunca bebo alcohol y se me subió a la cabeza. No sabes cuánto te agradezco la manera en que me trataste. Cualquiera en tu lugar me hubiese dejado tirada o se hubiese aprovechado de mí, pero amanecí cómodamente arropada en mi propia cama. Sé que no lo merezco, pero si quedamos otra vez te prometo que pasarás una noche difícil de olvidar. Sé que has visto mi cuerpo desnudo, lo que no has visto es lo que soy capaz de hacer con él”

Cristina termina el mensaje con unos emoticonos de besitos y corazoncitos y un selfie en el que aparece estrujándose uno de sus pechos y levantándolo como si quisiese acercarse el pezón a la boca.

Te lo piensas un rato con detenimiento y tras sopesarlo, decides que vas a darle una segunda oportunidad a la muchacha, después de todo tienes que reconocer que no puedes sacarte de la cabeza la imagen de Cristina desnuda e indefensa tirada sobre la cama. Quizás hasta haya suerte y en la próxima cita te la pases caballerosamente por la piedra.

FIN

28

Convencido de que eso de follar es de obreros, te pones cómodo y dejas que sea ella la que tome las riendas. Con una sonrisa observas como la joven coge tu polla y gimiendo se ensarta con ella. Cristina empieza a cabalgarte lentamente entre gemidos y jadeos mientras tu admiras su cuerpo y acaricias sus tetas que se bambolean al ritmo de las sacudidas de su pelvis. Poco a poco va aumentando el ritmo hasta convertirlo en una cabalgada salvaje. La joven grita y se retuerce los pezones con violencia hasta que asaltada por un orgasmo brutal se derrumba sobre ti. Como si quisiese coger aliento estira un brazo hacia la mesita y se vuelve a incorporar violentamente produciéndote un intenso placer. Justo en ese momento abres los ojos y ves como la joven se abalanza sobre ti empuñando el afilado abrecartas.

¿Tienes una moneda a mano?

Si te sale cara ve a 36

Si te sale cruz ve a 37

29

Antes de que ella pueda reaccionar coges su liviano cuerpo y lo apartas de ti. Te incorporas e intentas darle la vuelta, pero ella se resiste y se escurre como una anguila. Al fin consigues dominarla y la pones a cuatro patas sobre la cama. Te insulta e intenta zafarse una última vez pero finalmente se rinde y puedes observar a placer su cuerpo sudoroso y jadeante aguardar sumiso.

Llevado por un impulso irrefrenable acercas la punta de tu polla a su culo y se lo acaricias con ella. Cristina protesta y te advierte que no se te ocurra, pero ya no puedes parar y después de ensalivarte la polla la hundes en el estrecho agujero.

Cristina grita te llama bujarrón y cosas peores mientras se mueve enfurecida aumentando tu placer. Tras unos segundos alojas la polla en el fondo de su culo. Cristina vuelve a gritar y tensa todo su cuerpo. Tú paras unos instantes y adelantando tu mano le acaricias el sexo mientras comienzas a moverte con suavidad en su interior. En pocos segundos los insultos son sustituidos por gemidos de placer y súplicas para que le des más duro. No te haces de rogar y le rompes el culo con todas tus fuerzas. Cristina gime y se retuerce extasiada mientras tú, incapaz de aguantar más, te corres inundando su culo con tu leche caliente y espesa. Sigues empujando unos segundos más hasta que el cuerpo de la joven se contorsiona atravesado por relámpagos de intenso placer. Te derrumbas en la cama abrazando a Cristina por la espalda. Haces el amago de retirar tu polla pero ella te pide melosa que se la dejes dentro un poco más. Agotados y jadeantes os dejáis vencer por el sueño mientras piensas que, a pesar de que está un poco loca, podrías enamorarte de ella.

FIN

30

Sin esperar más agarras a la joven por las caderas y la volteas a la vez que te agachas y metes tu cabeza entre sus piernas. Melina separa sus piernas y adelanta sus caderas. Su coño se abre mostrando su interior cálido y rosado contrastando con su piel oscura como una flor en medio del desierto.

Te dejas de poesías y te lanzas sobre él lamiendo y chupando como un poseso, golpeando su clítoris tan rápido y con tanta fuerza con tu lengua que Melina se ve obligada a doblarse con el placer . En ese momento aprovechas para introducir tu dedo corazón en su estrecho culo. La joven suelta un largo gemido y se yergue de nuevo totalmente sometida a tus caricias.

Sientes que ya está preparada y poniendo una de sus piernas sobre tu hombro te pones de pie y penetras su deliciosos coño. Ahora no le das cuartel y empujas con todas tus fuerzas agarrando su delicado cuello con las dos manos.

Melina no aguanta más y se corre mientras tú muerdes y acaricias la pierna color chocolate que se estremece descontrolada sobre tu hombro.

Por fin la joven se recupera y agachándose se mete tu polla en la boca. Sus labios y su lengua son sabios y hábiles y ahora eres tú el que se dobla sobre la cabeza de tu amante mientras eyaculas en su boca.

Melina se traga tu leche golosa y sigue chupando hasta que tus gemidos y tu semen se agotan por completo.

Tres meses después.

Te sientas en el incómodo asiento de madera y miras a tú alrededor. El juzgado es amplio y luminoso adornado profusamente con madera. En el estrado el juez observa cómo Melina, tan elegante y segura de sí misma como siempre, destroza al testigo de la acusación ante la atenta mirada de un narco colombiano con aspecto de chuloputas.

—Esa es mi chica — dices con orgullo al hombre que tienes a tu lado.

—Felicidades, —responde con acritud— el hombre al que va a conseguir librar de la cárcel mató a mi hijo de una sobredosis…

Te callas un poco abochornado pero vuelves a mirar a la joven y te olvidas de todo. Finalmente acaba la sesión y mientras todos recogen, tú te acercas a ella por detrás y sorprendiéndola le das un salvaje beso de tornillo haciendo que los aun presentes se mueran de envidia o eso crees tú.

—¿Que tal una comida? —dices cogiendo aire— He reservado mesa en un restaurante aquí cerca…

FIN

31

Le miras a los ojos un segundo y a continuación ella apoya sus manos en la pared, retrasa su culo y abre las piernas. Ves su sexo abierto con un hilo de flujos resbalando por él y estás a punto de penetrarla de nuevo cuando ves el pequeño orificio de su culo, redondo, estrecho, invitador…

No te lo piensas y cogiendo tu polla la guías al culo y se la metes de un solo golpe. Melina intenta gritar y se mueve enloquecida pero tú le tapas la boca y le inmovilizas con el peso de tu cuerpo. Sientes como el esfínter de su ano se contrae intentando expulsarte provocándote un intenso placer. Con suavidad empiezas a moverte y con la mano libre acaricias el clítoris de Melina hasta que la joven comienza a sentir algo más que el escozor producido por tener un objeto duro y caliente en sus entrañas. Lentamente continuas sodomizándola disfrutando de cada centímetro de su angosto culo.

—¡Cabrón! —susurra ella —está me la pagas.

Tú ignoras la amenaza y sigues perforándola inclemente. Los gemidos de la joven empiezan a hacerse más intensos y sus manos se juntan con las tuyas en su pubis. Notas como la excitación crece en los dos e intensificas el ritmo de tus embates hasta convertirlo en una salvaje cabalgada que termina cuando ella se corre y sus movimientos descontrolados son el último estimulo para que te corras a su vez y eyacules llenando su culo con el calor de tu semen.

—Buf ¡El mejor polvo de mi vida! —dices tú metiendo tu colita en los calzoncillos.

—¡Hijo de puta! —dice ella colocándose el vestido y dándote un bofetón— Espero que te haya merecido la pena.

Satisfecho te colocas la corbata y observas a la mujer salir de los baños a toda prisa con un rictus de dolor.

Tres meses después…

—¿El jurado ya tiene un veredicto? —pregunta el juez con gesto severo.

—Si señoría, declaramos al acusado culpable de violación y sodomía y recomendamos que se le imponga la pena más dura posible.

—Gracias pueden retirarse. —responde el juez asintiendo—¡Qué se levante el acusado!

Hasta el último momento has tenido esperanzas de que todo esto fuese un mal sueño pero nadie va a venir a sacarte de este lío y escuchas con el corazón encogido como el juez te manda dieciocho años y un día al trullo mientras Melina sonríe satisfecha.

FIN

32

Mantienes unos segundos más tu polla en el fondo de su garganta y te corres abundantemente en ella. El semen llena su boca y desborda de ella mientras tu disfrutas del calor y la suavidad de su garganta. Finalmente sacas la polla y ella puede al fin respirar tosiendo y escupiendo los restos del semen que no ha podido tragar.

Echando chipas por los ojos se levanta y te da una sonora bofetada. Con un “maldito cabrón” lleno de inquina se viste a toda prisa y se larga de tu casa, es probable que no la vuelvas a ver, pero no todos los días se jode a un abogado, piensas satisfecho mientras abres el ordenador buscando otro nuevo chocho que joder mañana.

FIN

33

Estás casi a punto de correrte, durante un instante fantaseas con hacerle tragar toda tu leche cremosa y caliente, pero finalmente crees que la chica merece la pena y apartándole suavemente te corres sobre su cuello y sus pechos.

El semen sale disparado de tu polla impactando con fuerza sobre el pecho y el cuello de Melina que grita excitada como si tu leche le abrasara. Su blancura contrasta con la oscura piel de los pechos de la joven. Con un gesto lascivo la joven mulata recoge un poco del semen y juega con él, hace dibujitos y se lo mete en la boca saboreándolo sin dejar de mirarte y hacerte morritos.

Tres meses después.

Te sientas en el incómodo asiento de madera y miras a tú alrededor. El juzgado es amplio y luminoso adornado profusamente con madera. En el estrado el juez observa como Melina, tan elegante y segura de sí misma como siempre, destroza al testigo de la acusación ante la atenta mirada de un narco colombiano con aspecto de chuloputas.

—Esa es mi chica — dices con orgullo al hombre que tienes a tu lado.

—Felicidades, —responde con acritud— el hombre al que va a conseguir librar de la cárcel mató a mi hijo de una sobredosis…

Te callas un poco abochornado pero vuelves a mirar a la joven y te olvidas de todo. Finalmente acaba la sesión y mientras todos recogen tú te acercas a ella por detrás y sorprendiéndola le das un salvaje beso de tornillo haciendo que los aun presentes se mueran de envidia o eso crees tú.

—¿Que tal una comida? —dices cogiendo aire— He reservado mesa en un restaurante aquí cerca…

FIN

34

—¡Serás hijoputa! ¡Puto maricón de mierda! —estallas con tú polla aun en su interior— ¿Cómo te atreves?

Justo en ese momento unos pasos se adentran en el callejón y una linterna os enfoca cegándoos.

—Teniente Smallbird. Policía Nacional. ¿Qué demonios pasa aquí?

Abochornado te retiras rápidamente del culo de Úrsula, pero ya es demasiado tarde y el policía aprecia con una sonrisa torva la polla semierecta que pende bajo el extremo de la falda de Úrsula.

—Vamos Dani, ven a ver esto. Dos bujarrones se estaban dando pal pelo en el callejón—grita el madero.

—Perdone teniente, se lo puedo explicar todo —dices intentando salvar la situación mientras Úrsula se coloca la falda y el corpiño.

—No se preocupe, va a tener tiempo de sobra en la comisaría. Dese la vuelta y ponga las manos contra la pared. Quedan detenidos por escándalo público.

Esperas que el hombre saque una libretita y te lea sus derechos, pero en realidad te cachea con brusquedad y cuando intentas moverte asqueado te sacude un doloroso puñetazo en los riñones.

Antes de que te des cuenta estas esposado y sentado en el coche patrulla al lado de tu Úrsulo, aguantando los groseros chistes de los dos policías mientras te llevan a comisaría.

Doce horas después…

—Hola mamá…

—Sí, estoy detenido…

—No, no es lo que tú crees mamá… —respondes cagándote en el hijo de puta del poli que te ha pasado el teléfono, no sin antes contar con detenimiento a tu madre lo que el niño de sus ojos estaba haciendo en un callejón y con quién.

—No, no soy…

—¿Me quieres escuchar? …

—Ya sé que me quieres y me aceptas tal como soy, pero no necesito que me organices una cita con el vecino del quinto…

—¡Joder mamá! ¿Quieres dejar de soltar chorradas y venir a pagar la fianza antes de que alguna animal de estos me sodomice o algo peor?…

FIN

35

Pasan uno segundos, Úrsula tampoco se mueve paralizada en la misma postura forzada, casi sin respirar esperando un alud de insultos o algo peor, pero tras pensarlo unos segundos descubres que nunca has disfrutado tanto con una mujer como estas disfrutando con ella, así que comienzas a moverte de nuevo en su interior.

Úrsula emite un suspiro de alivio y volviendo la cabeza te mira con una dulzura que no esperabas, a la vez que aprieta el culo para intensificar tu placer.

Tú la follas salvajemente a la vez que empiezas a sacudir su miembro con suavidad. Tras unos segundos los dos os corréis a la vez. Inundas su culo con tú leche espesa y caliente en medio de los largos gemidos de placer de la chica… el chico… lo que sea.

Úrsula se da la vuelta y te besa y deja que le acaricies y le chupes sus preciosos pechos mientras se coloca el miembro y se baja la falda.

—Lo nuestro no puede funcionar —dice Úrsula mientras salís del callejón cogidos de la mano.

—¿Por qué no?

—Pues primero porque no soy pelirroja natural —dice Úrsula.

—No me importa.

—Y fumo. Fumo muchísimo.

—Me es igual. —dices tú siguiendo con la broma.

—Tengo un horrible pasado. Desde hace tres años estoy viviendo con un saxofonista.

—Te lo perdono.

—Nunca podré tener hijos.

—Los adoptaremos.

—No me comprendes. ¡Soy un hombre!

—Bueno, nadie es perfecto.

THE END

36

La joven aúlla como una poseída y descarga el abrecartas con todas sus fuerzas. Tienes suerte y en el último instante te mueves lo justo para que el abrecartas te pase rozando las costillas abriendo un largo pero inofensivo corte en el costado.

Frustrada, Cristina levanta de nuevo el abrecartas pero ya no tiene nada que hacer le coges la muñeca y retorciéndosela le obligas a soltar el abrecartas. Con tu polla aun dentro de ella te yergues.

Ella te araña e intenta golpearte y tú, harto, te giras como un lanzador de pesos y la lanzas con todas tus fuerzas contra la pared. La joven sale volando y tras estamparse boca abajo contra la pared cae de cabeza y golpea el suelo con un ominoso crujido. No hace falta un médico para saber que la sangre que sale de sus oídos no es buena señal.

¿Qué haces?

¿Sales pitando de la casa? ve a 38

¿O te paras un momento a pensar? ve a 39

37

Instintivamente intentas levantar tus brazos para protegerte, pero es demasiado tarde, La jovencita clava con todas sus fuerzas el abrecartas una y otra vez en tu pecho a la vez que se clava una y otra vez tu polla en su coño. Sientes como la vida se te escapa por las profundas heridas mientras ella sigue apuñalándote hasta romper el arma contra una de tus costillas. Tu cuerpo hace un último esfuerzo por perpetuarse y eyaculas en el coño de Cristina justo antes de que tu corazón deje de latir.

Cristina sigue cabalgándote unos segundos con su cuerpo cubierto de sangre hasta que se corre con un alarido delirante y un instante después todo se vuelve negro para ti, para siempre.

***

El teniente Smallbird apaga el cigarrillo en el marco de la puerta y entra en el escenario del crimen.

—¿Qué tenemos?

—Dos fiambres y un testigo catatónico. —responde el policía que ha llegado primero a la escena del crimen.

—Cuéntame. —le pide Smallbird al agente mientras le sigue hasta la habitación.

—A las cinco de la mañana acudimos a la llamada de un vecino denunciando una pelea en esta vivienda. Entramos y nos encontramos a este —dice el agente señalando tu cuerpo cosido a puñaladas encima de la cama— y a esta —dice señalando ahora a Cristina que está acurrucada en una esquina de la habitación con el mango del abrecartas en la mano y dándose ligeros golpes contra la pared.

—Tras llamar a Homicidios hicimos una somera inspección del lugar y encontramos un segundo cadáver metido a trocitos en el congelador.—continua el agente echando un vistazo a sus notas— Hicimos unas averiguaciones en el vecindario y mediante una descripción de la cabeza del cadáver troceado, averiguamos que es la dueña del piso… Una tal Cristina Camacho empleada de banca.

—Vaya, esto se pone cada vez más interesante. —dice el teniente.

—Pues eso no es todo. —dice el forense acercándose—Le tome las huellas al señorita, las envié a la central y ya tenemos un resultado.

—Dios bendiga al inventor del Smartphone. —dice el teniente.

—Amen. —responden los presentes al unísono siguiendo una vieja broma del departamento.

—El caso —continua el forense con el ambiente más relajado—es que la presunta asesina se llama Carola Lago, era enfermera en el hospital Virgen del Rocío y fue detenida hace tres años por asesinar a treinta y dos viejecitos.

—¿Y que hace corriendo por ahí?—pregunta el detective mosqueado.

—Al parecer el abogado defensor fue hábil y la muchacha terminó en un centro psiquiátrico. Hace tres semanas, con los recortes, hicieron limpieza en el sanatorio y largaron a la joven de allí por buen comportamiento, eso sí, con la obligación de tener que tomarse seis pastillas diarias.

—Ya veo, el resto me lo puedo imaginar. Se encontraría con esta pobre mujer, se las arreglaría para que la llevase a casa y luego la asesinó y suplantó su identidad. —dice Smallbird cogiendo un cigarrillo y poniéndoselo en la boca sin encenderlo.

Buen trabajo chicos, ¡Hay que joderse! —dice el teniente echando un último vistazo a tu cadáver antes de dirigirse a la comisaría para rellenar un millón de papeles— Ya no se puede salir a echar un polvo tranquilamente, deberían rodar las cabezas de los imbéciles que dejaron salir a esa tía …

FIN

38

No te lo piensas ni un segundo y recoges tu ropa a toda prisa. Te lavas la herida del costado en el baño y te vistes a la carrera. En cinco minutos estás en el coche camino de tu casa un poco más calmado. Cuando llegas a casa borras tu perfil de la página de contactos y te acuestas deseando que lo que ha pasado no sea más que un mal sueño.

***

El teniente Smallbird apaga el cigarrillo en el marco de la puerta y entra en el escenario del crimen.

—¿Qué tenemos?

—Un fiambre —dice el policía que ha llegado primero al lugar del crimen señalando el cadáver.

Smallbird mira y hace una mueca de disgusto al ver a la joven muerta, apoyada boca abajo contra la pared y con las piernas y el sexo abiertos y a la vista de todos.

—¿Sabemos que ha pasado? —pregunta el detective husmeando con la punta de su bolígrafo de oro entre la ropa de cama.

—Al parecer urgencias recibió a eso de las cinco el aviso de un fuerte pelea en el lugar. Acudimos lo más pronto posible pero la chica ya estaba muerta y el pájaro había volado.

—Al parecer no lo va a hacer muy lejos. —replica el teniente levantando una cartera caída en el suelo—El asesino se debió ir con tanta prisa que no se dio cuenta de que la cartera con su DNI y carné de conducir se le había caído del bolsillo.

Me encantan los casos fáciles —piensa Smallbird con una sonrisa mientras marca el número del juez Torres para pedir una orden de detención.

FIN

39

Tú primer impulso es salir echando chispas de allí, pero te lo piensas un poco mejor y decides que es mejor borrar tus huellas. Coges a la joven y la metes en la bañera, te pones unos guantes de goma que encuentras en la cocina y lavas bien su cuerpo haciendo especial hincapié en sus uñas y su boca y a continuación haces lo mismo con tu herida, luego la colocas de manera que parezca que ha resbalado y se ha partido la crisma ella sola. A continuación retiras la ropa del la cama y la sustituyes por ropa nueva que encuentras en un cajón. Tras hacer la cama te vistes procurando no olvidarte de nada. Con un gesto de disgusto recoges tu cartera del suelo donde has estado a punto de dejarla olvidada. Finalmente pasas la aspiradora por todos los lugares de la casa donde has pasado y le quitas la bolsa.

En una bolsa de basura metes la ropa de cama, el abrecartas con tu sangre, la bolsa del aspirador y el trapo con el que has limpiado tus huellas. Justo antes de salir tienes una inspiración y vas de nuevo al baño, enciendes la luz y abres el agua caliente.

Sales de la casa y metes la bolsa de basura en el maletero. Arrancas justo cuando ves aparecer unas luces de color azul por el fondo de la calle.

Más tranquilo, paras a medio camino y te deshaces de las pruebas en distintos contenedores antes de llegar a casa.

Cuando finalmente entras en la habitación te acercas al ordenador y estás apunto de borrar tu perfil, pero te das cuenta de que eso es inútil, además siempre puedes decir que fuiste un caballero y la dejaste en casa. En cambio programas un viaje a Cuba de quince días para dentro de dos días y así cuando vuelvas te habrán cicatrizado los arañazos.

Más tranquilo te tumbas en la cama, durante un instante te preguntas si podrás vivir con los remordimientos, pero luego recuerdas que aquella majadera ha estado a punto de matarte y tratas de relajarte y no pensar más en ello.

***

El teniente Smallbird apaga el cigarrillo en el marco de la puerta y entra en el escenario del crimen.

—¿Qué tenemos?

—Un fiambre —dice el policía guiándole hasta el baño.

—¿Sabemos qué ha pasado?

—Al parecer urgencias recibió a eso de las cinco el aviso de un fuerte pelea en el lugar. Acudimos lo más pronto posible y nos encontramos a la chica muerta.

—Todo indicaría que ha sido un accidente salvo por la llamada —dice el detective.

—Y porque las heridas que presenta no coinciden con las de un resbalón en la ducha. —añade el forense colocándose las gafas.

Tras la conversación, Smallbird echa un vistazo por la casa y descubre que todo está limpio y en perfecto orden. No hay signos de lucha y ni siquiera hay polvo sobre las mesillas. Demasiado limpio. Aunque no le cabe duda de que la joven ha sido asesinada, sabe que va a ser difícil pillar al asesino y aun más condenarlo.

FIN

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

alexblame@gmx.es

Relato erótico: “MI DON: Ana y Eleonor – Llegan las fiestas (31)” (POR SAULILLO77)

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Veo que lo del prologo se esta haciendo pesado así que lo elimino, cualquiera que quiera seguir la historia puede leer algún relato de los primeros, respecto a los errores ortográficos trato de que no haya muchos pero ya no se que mas hacer, le paso varios correctores, y releo bastante, así que siento si no puedo mejorar mas.

Os agradezco a todos los comentarios positivos y negativos, así mejoro, pero oye, los positivos me suben el ánimo.

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Todo cambió a partir de ese instante, conmigo tumbado flotando en el agua, mirando el atardecer en el cielo de Madrid, oyendo de fondo como Ana jugueteaba con una Eleonor que trataba de recomponerse aun del toro bravo que la acababa de destrozar, ambas reían, yo solo pensaba, estaba convencido de que me lo iba a pasar bien con esas 2 fieras, no había impedimento moral, ético o de respeto que lo impidiera o nos molestara en absoluto. Eleonor lo quería, lo había buscado desde que nos pidió que viviéramos juntos, estoy convencido, la idea de tenerla de nuevo, se me pasaba por la cabeza a diario y Ana al notarlo, me lo concedió, queriendo continuar con nuestros juegos.

Pero yo no quería eso, esta vez no, si Lara para mi merecía algo mas, Eleonor por descontado, no era otra cría a la que iba a asuntar si me desbocaba, era un mujer adulta y madura, con un cuerpo de MILF, a la que me había follado durante meses con su hija, si bien era su macho, o así me gritó infinidad de veces durante el resurgimiento del sexo entre nosotros, la relación era diferente, quería que fuera diferente y deseaba que lo fuera, no tenia que ganarse un sitio en mi cama, ya lo tenia. Absorto en mis pensamientos, noté como el nivel del agua variaba, miré a un lado para ver a Ana en el agua, casi sujetando en vilo a Eleonor, ayudándola a caminar hacia la piscina, pese a estar desorientada y confusa, sus tobillos no cedieron nunca ante sus tacones, los cuales dejó a un lado antes de meterse lentamente en la piscina tambaleándose.

-YO: ¿que hacéis?

-ANA: Eleonor esta ardiendo, quiere darse un baño refrescante, y así calmarse un poco.

-ELEONOR: si mi papi, estoy ardiente y me quema todo.- balbuceaba mas que hablar, palabras y expresiones poco refinadas para lo que solía ser.

-YO: ¿y es buena idea meteros en el agua conmigo? – ambas sabían que sus cuerpos húmedos no eran mas que una provocación.

-ANA: se lo he dicho, pero dice que le da igual, de todas formas, yo quiero mas.- la miré atónito, pero luego comprendí,, había estado 1 hora asesinando figuradamente a Eleonor, sin tocar a Ana mas que algún beso fugaz en su trasero, por excitante que fuera, Ana tenia un apetito voraz que no se saciaba mirando.

-YO: me vais a llevar a la tumba, estoy muerto.

-ANA: haberlo pensado antes.- tenia razón.

Antes de darme cuenta tenia a Ana acariciándome la espalda, me había agarrado de los hombros por detrás y me mantenía flotando, soportando mi liviano peso en el agua, ya que fuera de el no podría ni soñando, dándome algún beso en el hombro susurrándome lo caliente que estaba, y lo mucho que le había gustado verme así de “animal” con Eleonor, sabia por mis comentarios que Eleonor no era ninguna boba de coño cerrado, y aun así verme desquiciado abriéndola, admirando en 1º plano la cara de Eleonor le había hecho sentirse………¿orgullosa de mi?. Me dio varias vueltas mientras veía a Eleonor chapotear distraída, realmente su cara roja y congestionada clamaba por enfriar sus ánimos, Ana me arrastró hacia una zona menos profunda, notando como mi peso crecía al acercarnos, una vez allí no me quedó otra que ponerme en pie en el agua, quedando con la cintura aun sumergida, Ana también de pie detrás mía, acariciaba mi basta espalda y mis grandes brazos, desde allí Eleonor no podía verla, mi corpulencia la hacia desaparecer a sus ojos, los cuales se clavaron en mi, de nuevo no quiero presumir, pero la descripción correcta es que parecía, o me veía como un dios griego, esculpido por los amantes del físico perfecto, mi torso marcaba unos pectorales casi antinaturales y el vientre era firme y contundente marcando los músculos bajo al piel, con el agua resbalando por mi torso y mi mirada penetrante. Hechizó a Eleonor, si no lo estaba ya, que fue nadando hasta mi.

Ana pasó los brazos por mi cintura bajando sus manos a mi rabo, que permanecía a la espera, llevaba 3 horas y media follando con 3 corridas, un hombre tiene sus limites, pero aquel descanso de unos 20 minutos en el agua hizo milagros, mientras notaba sus dedos acariciar el largo de mi tronco, con la cara llena de lujuria y pasión de Eleonor, nadando despacio hacia mi, hizo magia, y mas que eso, la sonrisa picarona de Ana tras de mi al verla venir, terminó de ponérmela de nuevo como una estaca, las caricias por debajo del nivel del agua tuvieron que subir hasta por encima de ella, mi polla se erguía orgullosa como un farro en mitad del océano.

-ANA: ves como aun puedes, te subestimas, ¿verdad Eleonor?

-ELEONOR: claro que si preciosa, este hombretón podría derivar edificios con su virilidad.- de golpe no me pareció tan cansada e ida, su mirada brillaba como las de un gato en la noche, su media sonrisa me confirmó una idea en mi cabeza, la risa de Ana la hizo evidente.

No se cuanto ni se desde que momento, pero ambas estaba aliadas, no me atrevo a decir cual fue el instante de su acuerdo, ¿desde que las dejé en la hamaca?, ¿desde que Ana me concedió el ir a por Eleonor?, ¿desde que vivíamos allí? ¿O puede que antes?, incluso antes de mudarnos, que Ana a mis espaldas hubiera maquinado con Eleonor para quedarnos con esa casa a cambió de cederme a su hombre. No lo pregunté a ninguna de las 2, podría decir que me daba igual la respuesta, tenia lo que deseaba en ese momento, pero no era así, la realidad es que temía la respuesta, ¿en que fracción del tiempo me habían embaucado?, si es que lo habían hecho, quizá solo eran imaginaciones mías, prefería pensar eso, y lo mas importante, dejar que lo pensaran ellas, por ahora.

La verdad sea dicha, cuando Eleonor se metió mi miembro en la boca, deje de pensar, y solo acepté que durante un buen rato iba estar ocupado. Ana acariciaba mi pecho y mi vientre, besando mi espalda con esmero, pero palidecía ante las acometidas del cuello de Eleonor, que se alojaba mas de media polla en la boca aguantando las arcadas, haciendo que el agua a su alrededor vibrara a su ritmo, no usaba las manos , las tenia apoyadas en el fondo de la piscina, solo su boca, la cual movía con pasión, me provocaba placer, pero a estas alturas, sin un ritmo de manos continuo, eran solo preliminares, la dejé convencerse de que hacia un buen trabajo, que lo hacia, unos minutos de gloria, en que Ana recorría mi cuerpo con sus manos y sus senos, se fue ladeando hasta quedar a mi lado, allí mis manos invadieron su piel, la pegué a mi y hundí mis dedos en su trasero, buscando su coño ardiente, mientras la besaba con ira contenida, poco le duró la sonrisa en la cara, mis hábiles dedos hurgaron, buscaron y encontraron su clítoris y su punto G, era como buscar un botón en el mando a distancia con los números desgastados de tanto tiempo en la mano, ni lo miras, no hace falta , ya sabes donde están los botones.

Eso encendió a Ana que levantó una pierna y rodeó mi culo con ella, permitiendo que la follara con las falanges, mientras mi otra mano se divertía con uno de sus pechos, el otro apretado contra mi dorso, se frotaba haciéndome sentir el pezón clavándose en mi costado. Estuve así media hora, con Eleonor no logrando nada pese a sus esmeros con la boca, y haciendo que Ana se estremeciera, mirándome fijamente a los ojos, sonriendo con la boca abierta, suspirando al notar como oleadas de sensaciones la llenaban el cuerpo naciendo en su vulva. No paré hasta notarla contraerse para evitar una sacudida que la pariera la columna al correrse, la solté y la di un empujón cariñoso que la hizo hundirse en el agua. Para cuando salió del agua y fijó la vista ya tenia a Eleonor de pie, de espaldas a mi, contra la pared de la piscina, y buscando su coño para martirizarlo.

-ANA: hey, no es justo, me toca a mi.- reí al verla cruzarse de brazos como una niña consentida.

Ni la contesté, solo apreté mi glande hasta ver como se introducía en el coño de Eleonor que temblaba al notar como la iba abriendo de nuevo, aun tenia el coño en carne viva y allí estaba yo otra vez, pero ahora con mas rabia, ya no tenia que convencerla con palabras dulces y juegos mentales, ya era mía, y yo suyo, y ambos nos conocíamos demasiado bien como para andar con estrecheces. La hundí tan dentro de ella que hasta la separé las nalgas para seguir penetrándola esos centímetros finales, Eleonor se puso de puntillas y gritó.

-ELEONOR: ¡¡DIOS MIO, GRACIAS MI SEÑOR, GRACIAS POR ESTA VERGA TAN DESCOMUNAL!!! – me acerqué a su oído levemente, sabiendo de sus devotas palabras cuando follábamos

-YO: dios no te va llenar tu coñito ardiente, el no te va a follar hasta que te desmayes, yo si, a quien debes estar agradecida, es a mi.- mis palabras la hicieron vibrar, se encorvó para besarme, la piel se le enfrió y se puso de gallina ante mi atrevimiento.

-ELEONOR: hazlo.

La pobre se arrepintió enseguida, sin duda en mi determinación, saqué a la bestia, por poco se sale de la piscina los primeros 5 minutos de mis acometidas, al estar medio fuera del agua, no había resistencia, fue diabólico, tenia que agarrarla y volverla a meter en la piscina, no articulaba palabra, solo gemía con la boca abierta en forma de O, dando golpes al césped que rodeaba al piscina con la palma de la mano. Fui alternado sujetarme al bordillo con agarrarme a su tetas, pero el ritmo no bajo, nunca, a los 10 minutos rompió en un orgasmo colosal, se movía tanto que parecía epiléptica, pero aferrando bien los brazos a sus 2 lados no había escapatoria, estaba ligeramente enfadado, lo pagué con ella, al 3º orgasmo, pasados 20 minutos mas, se desvaneció, cayendo redonda medio cuerpo sobre el césped. Ana contemplaba tan gloriosa demostración, como seguía golpeando en su trasero aun en su cuerpo medio inerte, se movía algo pero solo pedía piedad, sin atreverse a mas.

Estaba encendido de nuevo y ya solo me clamaría correrme, en ese estado Raúl era tan peligroso como Zeus, salí del agua ardiendo, tendí mi mano a Ana que la cogió sonriendo, de un tirón no solo la saqué del agua si no que me la monté encima, hábilmente me rodeó con las piernas, besándonos desaforadamente, me di la vuelta y la estampé contra la fría pared de cemento que nos separaba del resto del mundo y de una caída de 60 metros, busqué con ansia su coño y la penetré violentamente, pero Ana solo se mordió el labio de gusto alzando la cabeza, me abrazó y sabiendo que no tenia nada que hacer me dejó atornillarla contra el muro, no es que sacara a la bestia, es que no la había guardado, golpeaba tan fuerte mi pelvis que oía a Ana quejarse del rebote contra la pared, pero no evitó que sus emanaciones me bañaran las piernas según su mente se nublaba, sus ojos se tornaban en blanco, apenas respirando, y yo aun no sentía ganas de correrme en absoluto.

Tuve compasión, y lo digo en serio, la bajé al suelo y la empujé de espaldas a mi, de cara a la pared, la cogí de las manos y las elevé por encima de las cabezas hasta tenerla casi colgando estirada contra la pared, busqué su ano con mi dedos, lo abrí un poco y a continuación la ensarté hasta el fondo, ahora si, sacando un grito que hizo ladrar a algún perro cercano, ¿compasión? Si, si hubiera seguido por el coño hubiera durado 1 hora más, la estrechez y el frote de su ano siempre me acortaban los plazos. Eso no me clamó, solo me volvió aun más loco, sentir como gritaba contra la pared mordiéndose el brazo para acallar un poco sus lamentos, gimiendo desconsolada al notar mi barra ardiente forzarla por detrás hasta derretirla. Sentí como un mordisco en la pierna, pero estaba por correrme y no iba a parar, no pude dedicarle mis 5 minutos finales de frenesí, me dolía la pierna y me encontraba mal, pero no paré hasta levantarla por la pared llenándola de semen, los chorros los sentía llegar al estomago de Ana, que hacia rato no emitía sonidos. Al sacarla vi sangre en mi pene, y a Ana hacerse una bola en el suelo, tiritando y agarrándose el culo como si se le fuera a caer.

Me fui corriendo al baño, cojeando más bien, y vomité varias veces, mareado y con un sudor frío, me calmé, me dio por vestir a las chicas, ambas idas, ponerme algo yo y llamar al samur, me encontraba fatal, y la pinta de ellas no era mejor. Diagnostico, Eleonor deshidratación severa y agotamiento, la que mejor parada salió, Ana igual, sumándole un desgarro anal leve, y yo ruptura en el cuádriceps de 4 centímetros de la pierna izquierda y corte de digestión derivado de un esfuerzo físico extremo. Me eché a llorar al relatárselo a los médicos, dios sabe que no hay que mentirles nunca. Me sentía culpable, y lo era, pero no sabia hasta que punto, Eleonor se recuperó rápido y la dieron el alta el mismo día, me fue a ver y me dio un beso en la mejilla, comportándose como una madre preocupada, pero con una sonrisa de oreja a oreja. A mi con la radiografía, unos sueros, me mandaron masajes, cremas y un par de semanas de reposo hasta que se curara el músculo, con un fuerte vendaje de compresión, fuimos a ver a Ana, tumbada en la cama del hospital, volví a llorar, entré con miedo a su reacción, al verla con un pañal que le habían puesto casi me derrumbo, se giró levemente con la cara adormecida de un ligero sedante que le habían puesto.

-YO: ¿estas bien peque?

-ANA: si, me dicen que no es nada grave, un par de días aquí y para casa, pero que ande con cuidado unas semanas y no fuerce, jajaja- su actitud me tranquilizó.

-YO: os pido perdón, no me supe contener, debí pararlo.

-ELEONOR: no sea bobo, sabíamos donde nos metíamos.

-ANA: claro que si, es un accidente, no pasa nada, no es culpa tuya.- lo era, pero es lo que se suele decir.

-YO: de verdad que lo lamento, me odio a mi mismo, ojalá no tuviera esta monstruosidad de polla. – la enfermera que andaba de fondo soltó una leve carcajada, al tratarme ya cuchicheaban entre ellas sobre mi.

-ANA: no te martirices, en un par de semanas como nuevos, y seguimos donde lo dejamos.

-YO: ¿estas loca?

-ANA: si, lo suficiente como para que me desgarres el culo, y seguir queriéndote.- me pidió un abrazo que no pude negarle.

Volvimos a casa Eleonor y yo, dejando a Ana en observación un par de días mas, la relación era fría y distante, me costó una semana volver a ser yo, una vez que las veía a ambas normales y sonrientes andar por casa como si nada. Obviamente nada de sexo durante 3 semanas, y no es que no quisiéramos, contrataron a una fisio que venia a darme los masajes, pero al final me los daban ellas con sus indicaciones, y mi polla, inactiva varios días seguidos, era un volcán que al mínimo roce salía a pasear, la lesión era tan cerca de la ingle que la fisio insistía en que fuera sin ropa interior y mas de una vez la toalla diminuta que ponía para taparme, iba subiendo según mi empalme, y al final terminaba cediendo, caía y dejaba mi polla dura a su vista, la 1º vez que la vio no se contuvo y me la empezó a chupar, no le importo nada, ni que Ana estuviera delante riéndose de lo mal que la chupaba, casi no le entraba en la boca, era una mujer morena de unos 34 años, algo regordeta, con sus 1,70 de altura andaría por los 79 kilos. Gracias a masturbaciones leves y comidas de polla lentas de parte de las 3 mujeres, Eleonor Ana y la fisio cuando no estaban las otras 2, o estando Ana, me mantenían cuerdo, la habían dado permiso para ello y yo se lo agradecí montándola como a una yegua el ultimo día, no duró ni media hora, con Ana masturbándola de lado mientras la hundía mi polla en su coño cerrado.

Ni nos cobró las ultimas sesiones y se fue feliz dándome su numero de teléfono, lo metí en el cajón del números de todas, las enfermeras que nos atendieron, la chica que traía la compra del super y me vio desnudo pasando por delante de ella, la vecina de enfrente que llamó a la puerta para saber que eran esos gritos y al abrir Eleonor, vio de fondo como me follaba a Ana y a la fisio, las chicas de mi trabajo, la encargada y las otras 2 chicas monas……etc. No se por que los guardaba, no los necesitaba, pero me parecía una falta de respeto hacia ellas no hacerlo, y así mantenía a Ana a raya con los celos.

Durante esas semanas me dio por pensar, sobretodo en la cama, aunque nuestras cosas estaban en la habitación de abajo, dormíamos los 3 en la cama de Eleonor, tiraron la vieja cama de su marido y compramos una cama enorme, de 3×3 metros, nos daba para dormir yo y mi corpulencia, Eleonor y sus curvas, el cuerpo de Ana mas menudo, y aun nos sobraba cama por todos lados. Mas de una noche le tuve que pedir a alguna que me la chupara, dormíamos desnudos por el calor, sin sabanas ni nada, y tener a esas 2 hembras al lado no era bueno para mi, llegaba a salirme de la habitación y darme una chapuzón en la piscina al aire libre a las 4 de la mañana. Como decía, pensaba mucho, al inicio en mi descontrol, Ana aun tenia magulladuras en el culo, la espalda y las tetas, de aplastarla contra aquella pared de cemento. ”Heridas de guerra” decía.Luego mi pensamiento fue cambiando, y volví a caer en que aquellas 2 mujeres se llevaban muy bien, exageradamente bien, y me recordó la sensación de que estaban aliadas, y ahora si me interesaba pensar en ¿desde cuando y con que fin? Podía ser desde hacia poco y con el único fin de follárme a las 2 sin problemas, pero mi instinto, ese que te inculcan las madres, de tener cuidado y andar con pies de plomo, me llamaba, aunque desechaba la idea, Ana era mi amor, mi vida, pero se había convertido en una chica peligrosa, le había enseñado demasiados trucos, Eleonor era candidez en persona, era dulce, amable y agradable, a la vista y al oído, tan buena gente que la idea de que Ana la manipulara a mis espaldas se me pasaba a menudo por la cabeza, ella sola no era nada, pero era muy maleable.

Fui abandonando ideas según me iba recuperando, y volvíamos a follar, 1º con Eleonor, la mas entera, las primeras veces solo estaba quieto y la dejaba hacer, y os lo juro, esa mujer sabia mover las caderas, me sacaba la 1º corrida sin dificultad y la 2º ya era una temeridad, desmontaba exhausta y terminaba el trabajo con la boca, junto a Ana. Aguardamos un tiempo prudencial hasta volver a tener relaciones sexuales con Ana, pero una vez empezadas, su coño era lujuria, y con el paso de los días volvió a abrirse el culo ella sola ante mis reticencias, pero yo era un consolador, estaba quieto y las dejaba hacer.Volvían a estar en forma, y yo no podía con ambas, no en ese estado, di gracias a dios por que terminó el verano y Ana regresó a la universidad, al menos tenia las mañanas para ocuparme en exclusiva de Eleonor, lo cual aprovechaba para ir cogiendo tono, y bien que lo disfrutamos, sin llegar a ser como con Ana, debo reconocer que follar con Eleonor era una delicia, y no solo follábamos, mas de un vez me descubrí haciéndola el amor, parece lo mismo pero no lo es, la formas, las palabras, las caricias y los ritmos eran diferentes, y me gustaba.

En una de esas mañanas ella insistió en que la abriera el culo de nuevo, desde la ultima vez que me la follé antes de irme con Ana, no se lo había abierto nadie, así que se cuadró a 4 patas y la hundí en su Ano, muy sencillo ante una hembra de ese calibre, pese a la inactividad sus caderas abiertas, del embarazo y nacimiento de su hija, no otorgaban menor resistencia, y si mucho placer, clavó las 20 uñas en la cama cuando mi 2º corrida la llenó hasta casi hacerla sacar semen por la boca, estaba recuperando el tono. Esa misma tarde nos acostamos los 3 en la cama, con el cuidado de esas fechas, ellas sin querer tocarme mucho, pero me sentía fuerte, me recosté de lado y acaricié a Ana hasta que mi rabo se perdió entre sus piernas, la estaba follando y a gran velocidad, sus alaridos despertaron a Eleonor, que sonreía ante el regreso de su macho, por 1º vez en un mes me atreví a sacar a la bestia sedienta de carne de su cueva, y acudió encantada a la cita, destrocé a Ana en menos de 40 minutos, lo di todo, del ultimo empujón la saqué de la cama, y sin importarme mucho lo que la ocurría, ataqué a Eleonor, ya abierta de piernas masturbándose, la hundí hasta el fondo de su coño húmedo, y ya no gritaba o se sorprendía, tenia la misma cara de lujuria que ponía Ana, fui perforando sin descanso hasta notarla desvanecerse en un sin fin de orgasmos durante la hora que tardé en correrme en su interior, pero al tumbarme algo cansado deseando acavar, ya tenia a Ana encima de nuevo, frotándose hasta ponérmela dura de nuevo, lo que yo quería y lo que quería mi pene eran cosas diferentes. Sin mucho cuidado, me montó a horcajadas metiéndose mi miembro por el ano, era increíble, era como si haberse roto algún vaso sanguíneo del recto ahora su anal fuera mas sencillo, y lo aprovechó, ella sola me sacó la 2º corrida en media hora, donde esta vez era yo al que le costaba mantener la batalla, tuve que llevar mis manos a su coño y acariciarla bien el clítoris para llevarla al éxtasis. Cuando me creía a salvo con Ana tumbada encima de mi sudando y riendo por igual, Eleonor saco mi polla del culo de Ana y la engulló hasta ponérmela tiesa, “maldita traidora” le gritaba a mi entrepierna, estaba agotado y ella seguía levantándose de la lona. Eleonor empujó a Ana para hacerse sitio y metérsela por el coño, acariciando y tonteando con Ana mientras me follaba ella a mi, yo no podía moverme, solo estaba allí como espectador, toda mi energía se concentraba en mantener mi polla tiesa, y no se cuanto duró, me pareció una eternidad, hasta que Eleonor logró sacarme con gran esfuerzo el 3º de la tarde, me dio lo justo para girarme y tirarlas a la cama juntas, riendo y besándose, saboreando con sus dedos el sabor de los fluidos de sus vaginas, manchadas de emanaciones y semen.

Fue cuando me di cuenta de mi error garrafal y primario, ellas 2 eran demasiado, y si quería continuar con la relación de ambas, no podía volver a ser yo solo, ambas demandaban una capacidad física que yo no tenia, ni en ese momento, ni antes de la lesión, y solo de follar, aunque fuera fuerte y marcara músculo, no aguantaba, a 1 si, incluso a 1 de ellas y a otra no muy entrenada, ¿pero a esas 2 bien entrenadas y fogosas?, imposible.

Pasados 3 meses follando juntos ambas querían tanto de mi que tuve que hacer lo que nunca quise, me odié a mi mismo para siempre y fui al lugar al que me juré que nunca iría…………..a un gimnasio.Ya había ido al de Eli, pero eso fue 1 mes y como recuperación para mi lesión en el pie, aunque entrené de todo menos el pie, ahora acudí a un gim cercano a casa y pagué porque me pusieran a tono, no quería ser una maquina musculosa artificial incapaz de girarse para limpiarse el culo, lo dejé claro, necesitaba resistencia física y ejercicios aeróbicos, centrados en la resistencia, la potencia y la fuerza ya las tenia. Lo 1º que me dijeron es que tocaba correr, odio correr, y mas si es solo por el simple hecho de correr, si lo hacia jugando al fútbol o a algún deporte, me lo pasaba bien, ¿pero correr sin mas? Aburrido y agobiante. Aun así con un grupo por las tardes salíamos a correr, luego hacíamos bici estática y clases de fortalecimiento del músculo, no para hincharlo si no para hacerlo fuerte y elástico, resistente. Cambié algo mi dieta descuidada, no mucho, solo mejoraba los nutrieres y consumía mas calorías de las buenas, las que te dan energía y no las que se pegan a tus venas, no me cuidaba en absoluto hasta ese momento.

Sorprendentemente, al mes y medio de estar allí, mi capacidad física no solo llegó al punto previo, si no que mejoró, era de los mas en forma del gimnasio, con mejores capacidades en resistencia, fortaleza y duración, cuando me empeño en algo soy imparable, había gente mucho mas preparada que llevaba años entrenando, pero no les andaba lejos. Como me advertían, el ejercicio se volvió adictivo, según sabia, el ejercicio físico continuado, genera endorfinas, una de esas sustancias dopantes del cerebro, que te hace sentir feliz y contento. Por lo tanto, yo, el gordo que odiaba correr, que detestaba al capullo de las 6 de la mañana que salía a correr cuando yo volvía de fiesta y se había prometido no ser un payaso de gim nunca, ahora se sentía mal si un día no podía salir a correr o iba al gim. Dejé de ir pasados 3 meses, 1º por que me decían que allí no hacia nada, si no empezaba con trabajo de aparatos y ganar musculatura, lo cual un monitor se afanaba por convencerme, podía seguir con mis rutinas en casa, 2º , por que la ropa ajustada y ceñida del gim no favorecía en nada pasar desapercibido, pese a llevar los slips, era inevitable que se me marcara el pedazo de polla con el movimiento, con mi facilidad de amistades, el monitor se reía conmigo, hacíamos bromas, el nº de mujeres que salían a correr con nosotros había aumentado desde que iba con ellos, el nº de mujeres que cambió su horario para coincidir conmigo era asombroso, incluso 2 monitoras esculpidas por el ejercicio andaban detrás de mi, Ana me acompañaba alguna vez, dejó de ir por que las miradas de todas la ponían encendida de celos, y eso solo envalentonó a unas cuantas que trataron de acostarse conmigo, la mas tímidas me daban su numero, derecho al cajón en casa, “necesito un cajón mas grande” sonreía al meter cada día 2 o 3 papelitos. Las mas osadas se exhibían sin pudor delante de mi, se peleaban por hacer pareja de ejercicios conmigo en los calentamientos o tomar mejores posiciones ante mi mirada, me acompañaban luego en la salida, casi raptándome a tomar café, cuando odio el café, pero no las quería hacer el feo, alguna me caían bien, otras no, pero me regalaban tetas aprisionadas sudorosas o culos envasados al vacío, eran un aperitivo, había un par hasta a las que las metía mano en los ejercicios, claramente además, solo eran juegos para mi, juegos inevitables, por muy enamorado de Ana que estuviera, si te piden ayuda en un tirón en el glúteo de una mujer de 35 años que pasaría por una de 16, metida en una prenda elástica 2 tallas mas pequeña, sin ropa interior y marcando el sudor, y lo que no es el sudor, pues vas y la ayudas. Nunca paso de allí, y eso que ver a una de la monitoras duchándose a ultima hora, cuando iba yo solo, “equivocándose de baño” repetidamente, y seguir acariciando su cuerpo con el agua delante de mi, me daba para mas de una infelicidad, pero me resistía, sabia que lo que tenia en casa era mejor, y mas aun cuando se lo contara, Eleonor se reía, Ana se ponía roja de rabia, y luego en la cama se reafirmaba.

Un monitor me dio una tabla de ejercicios y consejos para seguir en mi casa, salir a correr o en bici, me compré una maravilla de 500€, eso lo podía hacer por la calle, con unas simples series por la mañana, de no mas de 20 minutos, mantenía el tono físico logrado de sobra. No es que ahora fuera una maquina, había cientos en el gim con más músculos que yo, alguno daba grima de lo grande y lo tonto que era. Como repetía, mi físico no cambió casi nada, menos grasa acumulada y músculos mas fibrados, pero de aspecto idéntico, era por dentro, me notaba mas ligero, mas ágil, mas rápido y mas veloz, y todo ello hacia que mis esfuerzos me costaran mucho menos, antes al correr 10 minutos seguidos tenían que llamar a emergencias, ahora podía estar hora y media sin notar demasiado el esfuerzo, o hacer 30 kilómetros en bici, según me dijo el monitor, tenia el molde físico para hacer lo que me diera la gana, supongo que buscaba que me quedara mas tiempo, pero no podía evitar creérmelo, 1,92 de altura, 90 kilos y un índice de grasa corporal rozando el mínimo, ahora me importaban esas cosas, espaldas anchas y fuertes, grandes dorsales, vientre en relieve marcando la tableta como nunca pensé que era posible, unos pectorales descomunales, brazos fuertes y torneados, y lo mejor de todo, mis piernas, los gemelos los tenia que trabajar mas, pero los muslos, eran un obra de arte, grandes, fuertes, tensos y fibrados, de futbolista, de velocista, al andar o correr retumbaban como las tetas de Ana, pechos de adolescente, firmes y bien colocados, que ceden al movimiento lo justo para temblar y recuperar su posición inicial rápidamente. 17 años soportando mi gran peso, y otros 2 años follando sin parar apenas, en 3 meses estaba que podía presentarme a unas Olimpiadas, y no hacer el ridículo, en bastantes disciplinas.

Eso si, me lo guardé, volvíamos a follar como antes, las seguía dejando pensar que me mataban las 2, y aunque era cierto, a partir de la 3º corrida yo me notaba aun con fuerzas, pero me contenía, iba a ser un regalo, ellas me notaban mas contento y feliz, las dudas y miedos si disiparon, había sido un trauma que para Navidades quedó como un recuerdo lejano. No puedo describir todas como merecen, serian mas de 10 relatos, y tampoco una que resumiera todas, podíamos arrancarnos a follar en cualquier momento, cualquier día y entre cualquiera de los 3, Luz, la cocinera – limpiadora, nos pillaba la mitad de los días follando, en la piscina, las habitaciones o la cocina, me había visto el rabo mas veces que mi madre, pero su actitud era jovial y divertida, gastándome bromas sobre mi “cacharro”. Eleonor disfrutaba de las mañanas, tenia ganado ese terreno ante Ana que tenia que irse con cara tediosa a la universidad, entre besos, roces, caricias y sexo podía estar 6 horas con ella en la cama hasta que Ana volvía, allí le dedicaba la tarde a ella mientras Eleonor salía a dar una vuelta, quedaba mucho con mi madre últimamente, le gustaba volver a tener vida social activa. Por las noches era demoledor, con las 2 en la cama, daba igual quien fuera, saltaba un chispa y los 3 cedíamos a la pasión, la bestia, aquel animal arrollador que sentía que podía matar a cualquiera, no era nada para ellas 2, la conocían de sobra y disfrutaban de ella, no recuerdo un día entero de noviembre en que no me follara sus 2 coños, sus 2 anos y sus 2 bocas, cada día.

Vivía en el paraíso, y ellas también, tenían a un hombre que las follaba como un dios, y las trataba con dulzura, amor y cariño, Ana era mi novia, pero miraba recelosa como Eleonor se ganaba mis carantoñas también, era incluso mas dulce y amable que Ana, su forma latina de hablar y moverse me atraía, mas que Ana, era la novedad, supongo, y sentía en mi interior como algo crecía hacia ella, se lo comentaba a Ana, que no muy contenta, lo achacaba a imaginaciones mías y al saber hacer de Eleonor. En una de las noches mas frías de diciembre, acercándonos a Navidades, ya arropados y con prendas de abrigo de noche, después de estar casi 4 horas haciendo el amor con ambas, hablamos de las fiestas, de lo aburridas que serian con solo nosotros, o lo sola que estaría Eleonor en esa casa si nos íbamos a celebrarlo con amigos y familia, con Yasmine fuera dándose un festín de cultura con su novio por medio mundo, las ultimas noticias eran que andaban cruzando China. Así que se me ocurrió, que en vez de celebrarlo cada cual en su casa, las cenas y demás podíamos hacerlo en familia, pero luego montar una fiesta en el ático, Ana accedió, a Eleonor casi le da algo de la ilusión, un fiesta en su casa, casi podía oír sus pensamientos en la cabeza organizándolo todo mientras sonreía.

La idea fue sencilla y fácil de llevar a puerto, Navidades la pasaríamos en casa de mi familia, venían la madre y la abuela de Ana a verla desde Granada, invité a Eleonor a nuestra fiesta familiar a la que acudió encantada, pero fin de año seria la gran noche, la fiesta seria en casa de Eleonor, o mi casa, no sabia como llamarla, la mas grande y ostentosa, Eleonor insistió en que la dejáramos pagar a un servicio que los asistiera toda la noche, y estos insistieron en que para tener la casa lista, la cena no se podía producir allí para darles tiempo a tenerlo preparado, así que con algo de ayuda decidimos hacer la cena de fin de año en la casa de estudiantes, era grande y tenia un salón enorme, allí cabríamos todos de sobra y con una gran cocina, mi madre y alguna otra se animaron a preparar la cena de todos, incluyendo familiares de cada uno de los presentes, mi familia y la de Ana, Eleonor, y los estudiantes, hasta invitamos a Luz, la sirvienta y a su marido e hijos. Después de la cena tocarían las campanas de fin de año y sus 12 uvas tradicionales en España, después un descanso con preparativos y a la 1 de la mañana empezaría la fiesta en casa de Eleonor, ¿que podía salir mal?

Llegó las Navidades y antes de salir hacia casa de mis padres le tuve que pedir a Eleonor que su pusiera algo mas recatado, su escote de vértigo y sus caderas al aire con unas transparencias podrían provocar cosas indeseables, como que mi padre sufriera un ataque, o peor, que mi madre le pillará mirándola y los matara ella misma. Con ir como solía ir siempre, bastaba, pese aprender a amar los placeres de la comodidad más que de la belleza, su forma de vestirse era siempre como para ir a un cóctel de alta alcurnia. La cena fue un escándalo de diversión, por 1º vez en mucho tiempo era Raúl y nada mas, echaba de menos a mi familia, las riñas con mi hermana, las broncas de mi madre y el pasotismo severo de mi padre, lo recuperé en una sola noche, regresando a ser la persona que era antes de la operación, y me gustó la sensación, gastando bromas, riendo, hablando y rememorando. Mi madre se olía la tostada, desde el 1º día al irme a vivir al ático, sospechaba que me follaba a Eleonor, y no solo a Ana, y esa noche lo pudo confirmar, anteriormente os dije que mi madre , como todas, casi desarrollo un detector de mentiras, era tremendamente audaz a la hora de leer entre líneas y ver lo que nadie veía, y las miradas de cariño y afecto de Eleonor y mías no pasaron desapercibidas, en privado me rugió como una leona a su cachorro, solo la sonreía y le decía que era feliz, ¿que mas podía querer para su hijo?. Desde ese día mi madre miró con otros ojos a Eleonor, pero de eso ya os hablaré. Cenamos, reímos, bailamos, jugamos e hicimos el tonto hasta altas horas de la mañana, fui a por churros con chocolate para todos al amanecer, en el coche de Eleonor, bueno, en uno de ellos, ella no tenia carnet y tenia una flota de vehículos impresionante, usábamos un coche alemán grande carisimo y forrado en piel. Nos acostamos a eso de las 8 de la mañana en mi viejo cuarto, mis cosas del piso de estudiantes se quedaron allí, entre otras mi vieja cama, por la propia seguridad de todos, dormí solo en el salón, alejándome lo mas posible de ellas. Por la mañana aparecieron un montón de regalos de la nada, nos gustaba esa sensación y jugábamos a colocarlos mientras el resto dormía, hubo de todo, mi familia me regaló sobretodo ropa, Ana un reloj y Eleonor sin mas me dio las llaves del coche, con los papeles a mi nombre a falta de mi firma. Traté de negarme a recibirlo, pero ya estaba hecho, le habían concedido ya la propiedad de varias casas y coches y me lo regaló, un coche de unos 50.000€, el que me compré con Teo lo tenia el, ya que siempre usábamos el de Eleonor, así que, la di las gracias y la susurré al oído palabras de agradecimiento.

Quedé en ridículo , estaba tratando de no meter mano a los 40.000€ que me quedaban en el banco de Madamme, y mi sueldo no daba para lujos, detalles a mi familia, Ana recibió un juego de pulseras, collar y pendientes de plata, a Eleonor no sabia que darla, con mínimo 50 millones a su disposición, ¿que le das a una mujer así? no se me ocurrió nada mejor que una bonita foto de Ella y su hija, enmarcada en un bello marco, aquella tontería la hizo romper a llorar de felicidad.

Según llegamos a casa, después de comer con la familia, Eleonor se me echó encima y me besó con mayor pasión de la que jamas la había notado, “me has dado el mejor regalo de todos, una familia”, fueron sus ultimas palabras en mas de 4 horas en que me tuve que contener por no desatarme con ella, Ana casi ni participó, no aguantaba la ferocidad de ambos. Ya pasada la tarde y algo mas descansado, dejé a Eleonor en la cama sonriendo pero agotada, aun jadeaba horas después de acabar, retorciéndose entre las sabanas sudorosa. Ana estaba abajo con los morros largos, la di mimos y caricias hasta que sonrió un poco, no le gustaba nada que Eleonor la superara en la cama, pero objetivamente era así, como sospechaba, casi 6 meses de follar con Eleonor a diario la tenían bien entrenada, y siendo sinceros, era mas mujer que Ana, sus caderas y su forma de moverse eran naturales, no aprendidas como Ana, y su aguante era mejor, presentaba batalla mas tiempo y me sacaba erecciones con mayor facilidad. Ana lo sabia y no le gustaba, mas de un berrinche de celos me montó, pero tan cierto era que Eleonor era mejor en la cama, como que yo amaba a Ana solamente, lo de Eleonor era diferente, casi como fraternal, me sentía responsable de ella. Podría haber zanjado el asunto, pero el duelo de divas en la cama me estaba volviendo loco, y con 20 años no las iba a detener, solo gozar.

Fin de año, esa fecha mágica, la noche previa llevé a Ana y Eleonor a la puerta del sol de Madrid, donde cientos de personas se agolpan para hacer un ensayo de las campanadas del día siguiente, gente que estará con sus familias y no podrá hacerlo, ya había ido alguna vez con amigos así que las preparé bien, solo es un ensayo, pero muy peligroso, las risas, los festejos y el alcohol llenaban las calles antes de llegar a la plaza, la sidra corría por todos lados según llegaba la hora y adentrarse en la plaza era criminal, zapatos cómodos, bien abrigadas por el frío y con los objetos de valor metidos por dentro de las prendas. Jamas había visto brillar unos ojos como cuando vi a Eleonor disfrutar de aquel caos, con gente bebida o drogada apretujada una contra otra, controles policiales que no daban a basto, cánticos y gritos, chicas desmayadas sacadas a hombros……….Fuimos las 2 y yo, junto a Teo, Manu, Alicia, Lara y la compañera de piso nuevo, la canaria Naira, que alucina tanto o mas. Suelo coger el rol de guardaespaldas, no bebo y soy muy corpulento, además me gusta, así que saqué de encima algún borracho que se pasaba de la raya apretándose contra alguna de mis acompañantes, a uno le retorcí la muñeca, estaba metiéndole yo la mano en el culo a Ana cuando otra mano que no era mía se puso encima de mis dedos, un beso de Ana me templó los nervios al darse cuenta de cómo giraba la mano de aquel viejo verde, que se reía a la vez que se le endurecía el rostro del dolor, bebido pero listo al elegir un culo que palpar, pese a mis recomendaciones, Ana iba con un abrigo corto y una falda elástica ceñida a media pierna y unas medias térmicas, con el roce de la gente, y mas de la gente resabida, se le subía constantemente la falda. Al llegar a casa pasada la media noche dejé a Eleonor abajo, se había pasado con el alcohol, el tramo del garaje a casa la llevé en brazos al no poder andar con sus tacones, ni sin ellos, al dejarla en el sofá se quedó frita a los pocos minutos.

Ana andaba juguetona, con su rival fuera de juego tendría toda la noche para ella, y asi fue, me dedicó un leve baile erótico, verla quitarse esa falda me volcó el corazón, no se por que, la había follado y visto desnuda mas tiempo que vestida, pero verla desnudarse me excitaba. Me levanté a por ella, la cogí con firmeza pero ternura y la fui besando hasta arrinconarla contra una pared, mis manos recorrieron todo su cuerpo desnudándola la poco ropa que quedaba, besando la piel según aparecía, su vientre se erizó al sentir mis labios, casi ni recordaba el tiempo que no lo usaba con ella, me arrodillé entre sus muslos y ella levantó un pierna pasándomela por encima del hombro, dejándome su coño ofrecido, fue un placer sentir y oler su calor, apenas lo rocé tembló y río nerviosa, según mi boca iba rozando y chupando sus labios mayores, su cuerpo se retorcía como anguila, me agarró del pelo como si fueran las crines de un caballo y movía su cadera levemente para dejarme mejor posición, mi lengua curiosa rebuscó hasta encontrar el clítoris hinchándose, trabajé su piel con cuidado casi ceremonial, y eso solo encendía mas a Ana, que gemía de gusto, lo sabia la veía revolverse el pelo de pasión y darme pequeños tirones de mi cabello cuando la excitaba demasiado cortándola la respiración, se repitió un par de veces hasta que mis dedos empezaron a hurgar en ella, eso la volvió loca y se corrió a los minutos. Me fui elevando por su cuerpo desnudo besando cada zona, cuando llegué a su pecho, mamé de sus pezones como si fuera un recién nacido, Ana se apoyó en la pared y me rodeó con las piernas cuando subí todo mi cuerpo para besar su labios jadeantes, quedando colgada de mi, como me gustaba, su mirada era deseo, sus ojos destellaban aquel verde escondido en ellos, suena tópico pero fue su mirada la que provocó mi erección, golpeando su trasero como pidiendo paso, fue ella misma la que hizo fuerza para elevarse y dejarla paso en su interior, tan abierto lo tenia que no hacia falta dirigir, se dejó caer levemente para sentir como la llenaba despacio, gemía mirando al cielo, besándome casi recordando que yo estaba allí cambien de vez en cuando. No me movía, su cintura y sus brazos lo hacían todo, alternaba cabalgar al mejor estilo, con giros de cadera, su 2º y 3º orgasmo casi me la sacan de encima. Ahora me apoyé yo contra la pared y moví mi cintura, pidiendo mi turno, Ana no cedía, reía burlona, volví a arremeter, sacándola un grito de placer, al 3º arreón Ana se quedó quieta con los ojos en blanco mordiéndose el labio.

Era mi señal, ataque con todo, no tenia reparo alguno ya con sacar a la bestia y desatarla, muchas veces, antes de mi paso por el gim, la bestia salía escaldada de aquellas 2 mujeres, pero ahora solo estaba 1 y el animal era mas fuete que antes, su solo inicio hizo que Ana me abofeteara sonoramente sacándome una sonrisa ante su poco daño, mirando como Ana ponía la boca de forma extraña, sacando los labios haciendo el mono, mientras me miraba fijamente respirando al ritmo de mis acometidas. Yo apretaba laos labios para generar más tracción y velocidad. Ana desistió de su ejercicio de aguante a los 10 minutos, y se dejó llevar al paraíso, se corrió mas de 5 veces , 2 de ellas como una fuente antes de desistir de aquello, podía notar su suplica en los ojos antes de correrme, pero le di la pequeña sorpresa, subí el listón al máximo con mis músculos trabajados y la rematé 5 minutos finales en que creo que se desmayó y volvió en si de la impresión, sus pechos ya no podían seguir la inercia de mi cadera, casa uno botaba al son que podía, los chorros de semen elevaron a Ana sobre los cielos, gritando y maldiciendo, abriéndose de brazos contra la pared arañando la pintura. Agarré a Ana que reía alterada, sin fuerzas, la dejé en la cama con suavidad, mirándome con los ojos abiertos, sorprendida, hasta yo lo estaba, en mi 1º corrida había destrozado a Ana, algo nada, nada, nada fácil. Su pelvis se contraía con espasmos que la hacían recordar mi verga en ella.

Eleonor entró en la habitación, totalmente borracha con solo un zapato en la mano y una teta fuera, pidiendo su turno, no quería, estaba muy borracha, hasta me dijo que no se me olvidara el condón, cuando llevaba meses follándomela a pelo de mil maneras, la di un par de besos mientras la desvestía, y la ponía uno de sus picardías, en invierno Ana volvió a sus corpiños elásticos, el edredón y yo era suficiente calor hasta para una friolera como ella, mientras que Eleonor y sus corpiños de alto encaje la hacían la competencia, generalmente por que solía llevar el corpiño solamente. Nos dormimos profundamente, por la mañana comimos algo y planeamos el día, me dijeron que después de media noche querían ir a casa antes que yo para darme una sorpresa, accedí antes de marcharme, me fui con mi traje, el de Eric, me lo había probado y me quedaba horriblemente mal ajustado, así que llamé a Eli que se alegró de oír mi voz y me dio el numero de Paula, la ayudante de Eric con grandes pechos, que se pasaría por el taller para echarle un ojo. Las avisé a ambas de mi flirteo previo con Pau, fue llegar, verla fuera del taller y saber que iba a pasar algo, estabamos a 4 grados en la capital, a las afueras donde estaba el taller a unos 0 grados con viento frío y sin rastro del sol, y aun así acudió al coche con un escote grotesco, embutidas las 2 tetas en un cuero que soportaba de milagro, y al andar detrás de ella un pantalón ceñido de piel, contoneándose gustosa, había perdido algún kilo sobrante, seguía quedando mas que quitar pero estaba mejor de lo que la recordaba y sus enormes tetas me llamaban, la muy ”tímida” abría una puerta y se quedaba en mitad del marco para obligarme a pasar por delante de ella rozándola, a la 3º me quedé plantado notando sus pechos en mi vientre, levantó su mirada enrojecida mordiéndose el labio al notar mi polla flácida sin slips marcándose en su muslos.

-YO: ¿hemos venido a arreglarme el traje o a follar?- se sonrojó aun más, su mirada brillaba en la oscuridad del taller.

-PAU: lo que tu quieras.- muy lejos quedaba ya nuestro 1º encuentro, analizándola fríamente como me enseñó Eli, como seguía haciendo en mi mente aunque sin llevarlo a cabo, solo por diversión, ahora no tenia a un chiquillo avergonzado delante, si no un hombre capaz y viril.

-YO: solo he venido por el traje- me agaché a besar sus labios apretándola aun mas contra el marco de la puerta – y puede que me folle tus tetas, pero no pasaremos de ahí, soy un hombre comprometido.- se le torció la vista desilusionada, podía pensar que quizá si me calentaba mucho, o usaba alguna treta………… pero mis ojos y mi voz no temblaban, era un témpano de hielo que la hizo comprender que no había mas.

Me desnudé por completo, dejado mi esbelto y trabajado cuerpo ante ella, casi olía su coño rezumar al verme, me tomó las medidas siendo lo mas profesional que pudo, aprendió de Eric a coger bien las medidas, Eric estaba de gira por medio mundo, desde que mi traje le devolvió al 1º plano en la fiesta de Eli, no paraba de trabajar. Pau, uso el viejo turco de pegarse las tetas juntando los brazos ante mi, botando, para calentarme, pero no hubo respuesta, mas que una leve sonrisa de mi parte. Mas triste, cogió las medidas y se fue con el traje a arreglarlo, cuando volvió y me lo puso casi me caigo al suelo, era un guante otra vez, como el día que lo estrené, pero aun mejor, yo era mejor, tenia mejor cuerpo y mas atractivo, el traje lo hacia ver, solo con verme sentí orgullo de mi y mi trabajo en el gim, tan agradecido estaba que cuando me lo quité empotré a Pau contra el suelo y la rompí al ropa para comerme las tetas, reía sin parar ante mi ferocidad, eran los pechos mas grandes que había tenido nunca en las manos, eran mas grandes aun que los de Lara, pero al ser mas mayores y de mas edad ella, caían, tumbada no se notaba nada, metí mi polla tiesa entre ellos después de jugar unos minutos con ellos, y literalmente me follé sus tetas, le daba golpes con el glande en la barbilla, por mucho que apartara el rostro, seguí un buen rato acelerando hasta correrme, todo el semen fue a su cara, sentí poder sobre ella en su mirada, que suplicaba sexo, y me aproveché.

-YO: vas coger las medidas de hoy y vas a hacer unos cuantos trajes más para mí, diferentes pero del mismo estilo, dile a Eric que son para mí, o no le digas nada, tu sabrás, pero si no me cobras nada puede que cuando los recoja te folle como dios manda.- sintió casi como un perro obediente.

Me vestí cogí el traje y me fui dejando a Pau limpiándose la cara, me fui a comer a casa de mis padres, así al acabar les llevaría a la casa de estudiantes, llevando a la familia y las cosas que utilizaría mi madre para la cena. Además, yo no bebo, era mejor opción para retener a mi padre, que si bebía, y que no cogiera el coche, nunca bebió de más, pero los controles de alcoholemia son estrictos. Mi madre y mi hermana fueron vestidas normal, pero con bolsas y maletas con ropa y maquillajes para la fiesta, mi padre salió como siempre, la verdad, siempre ha estado arreglado con cualquier tontería que se pusiera encima, y marchamos hacia la casa de estudiantes, otro ático, pero esta vez menos lujoso, estaba lleno de gente, casi no se podía pasar, entre grupos de amigos y familiares, saludos risas y conversaciones, hasta las 7 de la tarde, allí mi madre , como no, cogió la batuta de la cocina y nos sacó a patadas de allí a todos menos a alguna madre que también quería colaborar, acatando sin saberlo el oficio de ayudante de cocina, la forma de hablar y comportarse de mi madre en esas cosas eran irrevocables, ella mandaba, sabia hacerlo de forma cómica y cariñosa, pero lograba que se hiciera lo que ella quería. Fue llegando mas gente aunque ni sabíamos donde los íbamos a meter, a la hora de la cena casi 40 personas, no se como entramos todos en el salón, creo que mi madre tiró un muro o algo, no era posible, pero así era, apretados como sardinas, pero la mesa puesta y todos sentados, Ana se fue con Alicia y Lara, yo con los chicos y Eleonor con el grupo de madres, casi ni nos cruzamos en toda la noche, mas que alguna mirada fugaz, o algún beso robado a Ana lejos de miradas curiosas, su familia estaba allí y no sabían nada de lo nuestro. La cena una bendición que saco aplausos a las cocineras, aquello le hacia sentir mas orgullo a mi madre de lo que hubiera sentido al verme sacarme un doctorado. Reímos, vibramos, charlamos comimos hasta reventar, llegando a la hora final, las 12, con sus campanadas en la TV, tragando y atragantándose con las uvas, los gritos, los petardos y fuegos artificiales de las calles, sentí unas ganas enormes de romper una mesa y cruzar el salón para besar a Ana, que me miró sabiéndolo, y mi madre nos miró a ambos pidiendo cautela. Nos hicimos fotos, nos dimos saludos, algún beso de mas y recogimos la cocina entre varios, charlé con Teo, las cosas iban mejor con Alicia, pero seguían sin ser como antes, la relación entre Alicia y el nunca volvería a ser igual, y ahora lo sabían.

Las mujeres desaparecieron, todas encerradas en grupos en los cuartos con baño, dándose duchas rápidas, vistiéndose y maquillándose, Ana y Eleonor se despidieron cortésmente antes de irse, las salí a despedir al ascensor, donde besé a Ana con ternura y a Eleonor con pasión, ambas se quejaron, les iba a estropear el maquillaje y el peinado que se habían ido a hacer a una esteticista aquella mañana. Al volver mi madre tuvo que limpiarme el carmín de la cara antes de generar preguntas, esperé con calma que un baño se quedara libre, queda feo, pero había comido demasiado y tenia unas ganas de ir al baño a hacer aguas mayores increíbles, evacué y me di una ducha limpiadora. ”Casualente” 5 de las chicas mas monas y solteras del grupo entraron descuidadamente cuando me duchaba o me estaba secando desnudo, la 1º me asusté, la 2º increpé, a partir de ahí solo me dejaba comer con los ojos, la helena mayor de Alicia, la estudiante de canarias, la madre de Teo, la hija de Luz la sirvienta y otra señora que no se quien era, alguna tía o cuñada de alguien que conocía, 3 me pillaron desnudo con el rabo fuera y las otras se quedaron mirando mi cuerpo, mientras me tapaba, descaradamente, no recuerdo el orden. Solo se que al salir de allí tenia un par mas de números y notitas en mi ropa, la que me sorprendió no fue la de la canaria, si no la de la hermana de Alicia, una chica que ya apareció en la mudanza, Mara, una mujer 5 años mayor que yo, habíamos tenido mucho trato en el pasado, pero era una persona seria, mandona, algo borde y desagradable de carácter, quizá por eso salía con nosotros los amigos de su hermana pequeña, por que no tenia amigos de su edad, nuestra relación siempre había sido un desastre, yo era abierto, atrevido, grotesco y evidente, mientras que ella era una mujer cauta, vergonzosa e introvertida, eso chocaba contra mi forma de ver la vida, creo que nos caíamos bien, pero jamas pensé que se interesaría por mi. Ahora tenia una nota suya diciendo que la llamara cuando quisiera charlar, si, ya………….charlar. Guardé las notas para llevarlas al cajón rebosante de mi cuarto, y me vestí con el traje, volvió a sonar la puerta, me giré pensando en quien seria esta vez, pero al ir sonar la puerta me calmé, era mi madre preguntando cuanto tardaría, que estaban todos listos ya, que cabrones, metiendo prisa, apenas llevaba 10 minutos en el baño, y alguna se había tirado 50 minutos repeinandose. Mi madre me vio con el traje a medio poner y se quedó maravillada por como me quedaba, os comenté, creo, que había sido costurera.

-MADRE: avísame cuando vayas a salir, quiero hacerte unas fotos.- salió disparada riéndose, siempre hacia eso, quería tener documentado cada detalle relevante de nuestras vidas.

Avise con tiempo, y sabiendo que mi madre ya habría dado la noticia, y estarían todos o esperando mi salida o con cámaras en la mano, salí de golpe con pose de modelo, sacando las carcajadas de todos, comencé a andar exagerando los movimientos y poniendo poses de afeminadas, abrochando y desabrochando la chaqueta del traje, había risas si, pero mas de 1 de 2 y de 3 mujeres aplaudían con la boca abierta y alguna se mordía el labio o se relamía, me fijé en Mara, la hermana de Alicia, la cogí la mano y la besé con caballerosidad ante los vítores de Manu y Teo, ella reía por fuera pero sus ojos castaños echaban chispas. Antaño tal ejemplo de desvergüenza y tontería, la hubiera hastiado, pero ahora le encantaba, que falsa es la gente dios mío.

Salimos a tropel a las calles, los petardos y los fuegos artificiales asustaban a la gente, los gritos y cánticos que salían de las casas llenaban el corazón de felicidad, que absurdo que un cambio de dígito en el calendario mueva tanto, las calles abarrotadas de gente vestida de fiesta acudiendo a citas y locales, algún coche pitando de jolgorio, mirando como alguna chica de nuestro grupo, o de otros, iba demasiado atractiva para ir por la calle cerca de la 1 de la mañana del 1 de enero, a 1 o 2 grados, con mini faldas, escotes y de mas vestidos, que por no arrugar, iban sin abrigo, le cedí mi abrigo a la canaria, su cuerpo acostumbrado al calor tropical de su tierra y su vestido amarillo con la espalda al aire la estaban haciendo tiritar aunque no le faltaban 2 o 3 muchachos que la daban su calor. Hice lo propio con ni chaqueta, se la iba a dejar a Alicia que estaba en una situación similar, pero Teo respondió antes, creo que como correspondía, asi que mi chaqueta fue a parar a Lara, dios, la echaba de menos, mas sus palabras afiladas que sus pechos, iba con un traje azul cielo sin sujetador y estaba por matar a alguien clavándole sus pezones. Mi madre iba bien arreglada y con su abrigo, pese a que muchas se pusieron a un lado de mi brazo para cogerme y ayudar a estabilizarse con sus tacones y protegiéndose del viento, mi madre no me soltó del otro brazo, me dio una colleja soltando un par de quejidos con sorna para sacar unas sonrisas al resto, diciéndome que me iba a coger un resfriado o algo, pero sabia que yo siempre he sido de sangre caliente, emanaba calor en mitad de aquella noche fría, con el abrigo ya sudaba, y aunque notaba el aire en mi cara y mis manos, sin la chaqueta aguantaba bien.

Eramos como unos 30 en el grupo, Ana y Eleonor se adelantaron, y varios familiares se fueron a casa después de las 12, entre ellos la familia de Ana, algo por lo que di gracias a los cielos, podría besarla cuanto quisiera en la fiesta. Al llegar a su casa nos esperaba una serie de mayordomos o algo así, se encargaron de recoger prendas y bolsos, organizándonos para subir en grupos al ático, los conocía, les había visto trabajar unos días antes por casa, los 4 ascensores grandes no daban abasto, yo me quedé el ultimo cuidando de que todos entraran, guardando mi abrigo y recogiendo la chaqueta con las gracias de Lara, que la olfateaba mirando con ojos pícaros y sacando pecho, últimamente se le había pasado el susto de su estreno anal tan brutal, y me llamaba o se ponía cariñosa cuando iba al piso.

Al subir con mi madre y un par mas de personas en el ultimo grupo, mi madre me beso en la mejilla y me pidió que me comportara, era mi casa le repliqué, por eso mismo, sentenció ella. Al, llegar arriba había un jaleo enorme en el pasillo, gente riendo y charlando mientras un camarero servia copas de champan o sidra, todos iban pasando por la puerta de la casa, abierta de par en par, con Eleonor a un lado saludando a todos y un gorila de 2 metros al otro, no sabia que hacia allí, seguridad, pero nos conocíamos todos, o eso creía, me asombré al ver como Eleonor mandaba sacar de allí a unos 4 o 5 chicos, que yo no conocía, y por lo visto nadie de allí, habían visto fiesta, gente pasar y no tendrían mejor plan que intentar colarse, al menos se llevaron una copa de sidra fría. Todos entraron ante los saludos de Eleonor con una sonrisa enorme, forzada o no, parecía real, estaba ilusionada con aquella multitud en su casa y la alegría se percibía en su mirada. Los últimos en entrar éramos mi madre y yo, al gorila le dijo que éramos tan jefes de la fiesta como ella y que nos hicieran caso en todo. Nos dio paso, con mi madre agradeciéndole el esfuerzo con la fiesta y ella agradeciendo por su hijo, yo, entró por puerta dejando a mi madre en manos de alguna amiga suya, y salió entornando la puerta, se giró sobre si misma y me miró.

-ELEONOR: ¿que? ¿Te gusta? – se dio una vuelta sobre si misma sonriendo dejando que el vuelo hipnotizara al gorila, preguntaba por su vestido..

Cambié la pose rígida por mi yo real, la abracé y besé con pasión, me apartó rápido riendo, retocándose el borde de los labios, no era para menos, si normalmente iba vestida de fiesta de forma elegante y con clase, esa noche podría haber seducido a Zeus, su peinado y su maquillaje algo sobrecargado ya los había visto en al cena, un ligero recogido del pelo desde la frente hasta su nunca, con un broche fino y brillante, dejando caer todo el pelo alisado por lo hombros y su espalda, se lo estaba dejando largo, me gustaba así y ella lo sabia, con 2 hilos de cabellos cayendo por cada uno de sus lados de la cara, algo ondulados, un carmín rojo intenso, una sombra de ojos negra y mas maquillaje del que necesitaba, parecía de porcelana. El vestido era un conjunto blanco, palabra de honor, no había tela hasta sus pecho, allí una línea recta marcaba todo el vestido hasta los brazos, una ligera curva en el escote, con una mangas recortadas dejando los hombros al aire que iban hasta sus muñecas, con unas alas uniendo las mangas con el vestido, que en si, era un tubo blanco que en la piernas se ensanchaba con una ligera obertura en una pierna izquierda, dejando ver la pantorrilla, un vuelo muy natural y algo de cola del vestido, con unas medias lunas de tela trasparente en las costillas dejando ver los costados, con la tela opaca tapando sus senos, la parte central de su vientre y volviendo a ensancharse en la cintura, con unos tacones blancos como la nieve virgen.

Entré a ver la casa detrás de ella, no pudiendo apartar la vista de su cintura, el vestido se ajustaba a su cadera que casi ponía notar la línea del hilo del tanga hundido en la carne, llevaba tanga, sin duda, se le ceñía al culo que no había otra opción, o se le marcarían las bragas de forma horrenda. Lo único que me apartó la vista de ella fue un saludo de Manu, atacando una mesa con canapés de gambas y aperitivos, sonreí y comenzó la música, fuerte y atronadora, la tuvieron que bajar para poder oírnos entre nosotros, recorrí la casa entera saludando y charlando con la gente, pero no veía a Ana, repasé todo las estancias de abajo, incluida la piscina, la habían techado y puesto una hoguera para calentar la zona siendo climatizada el agua, ni en la cocina, ni en el cuarto, donde pillé a una camarera tirándose a un muchacho que no reconocí. Solo me quedaba el piso de arriba, estaba cerrado con un hombre en lo alto de las escaleras, menos grande que el de la puerta pero con una mierda intimidante, subí con la firmeza que las palabras de Eleonor me dieron, pero cuando subía me frenó.

-GORILA: no se puede pasar arriba.

-YO: si, perdona, soy Raúl, vivo aquí y………- me miró extrañado.

-GORILA: ¿eres tu Raúl?, ¿el novio de Ana?- asentí.- lo siento, veras, la señorita Ana esta en el cuarto grande, y ha dicho que no pase nadie, incluido usted, sobretodo usted, recalcó.- me sorprendí.

-YO: ¿ha dicho por que?, ¿se encuentra mal?- el tipo me sonrió.

-GORILA: tranquilo esta bien, creo que quiere dar una sorpresa a todos.- respiré aliviado.

Bajé mirando de reojo la puerta del dormitorio, tratando de adivinar que pretendía, se me ocurrían ideas, quizá algún vestido nuevo, o a lo mejor un numerito con baile, tal vez hasta una canción dedicada….no, Ana era muy vergonzosa para eso, solo a mi se me ocurrirán tales cosas y mas aun realizarlas, así que disipé las ideas y bajé a disfrutar de la compañía, encontré en Manu un buen apoyo para conversar y reír, veía a Lara, Alicia, Mara (su hermana), incluso a Naira o la hija de la sirvienta, todas juntas, vestidas con ropas elegantes y provocativas, y a un coro de chicos a los que a la mitad ni conocía, acechándolas, me extrañó no ver a Teo pero la rato apareció de la nada, algo tocado ya de la bebida, fui a charlar con el y se le notaba, quería disimular, inútil, con toda la ropa movida y despeinado, como si llevara días de fiesta, con el aliento apestando al alcohol con el habla lenta y ronca. Desistí por que en ese estado daba igual que le dijera, y le llevé con Alicia para que le echara un ojo, a su vez busqué a Eleonor que charlaba animadamente con un grupo de madres y padres, ellas sonreían, alguna por la bebida la fiesta o por cortesía, otras con una sonrisa falsa que denotaba ira, sin duda la que provocaba que sus maridos se la comieran con los ojos, aun con sus esposas delante, gracias a dios mi padre se fue a la piscina y encontró a un par de hombres adultos con los que charlar, si mi madre lo viera babeando le montaba un numero, le importaba lo mismo que a mi que el resto mirara una escena, nada. Charlé con ellos distrayéndoles un rato, los mayores de 35 años se me dan genial desde siempre, y no se por que, pero es así, algún roce o caricia se me escapaba hacia Eleonor, pero poco mas.

Eran ya casi las 2 de la mañana y la fiesta estaba en todo lo alto, me preocupaba la tardanza de Ana, que no bajaba, pero el DJ comenzó a poner músicas de baile y ante la soledad, casi todas las mujeres de la casa pedían bailes, en grupos como carne en el super, deseando que algún hombre las sacara a bailar, cualquiera, me di cuenta de mi torpeza, igual que muchos chicos allí, yo antes no me hubiera dado cuenta, las miraría sonrojado o disimuladamente apreciando su belleza, pero sin atreverme a decirlas nada por mero pánico, y ahora, mirándolas y analizándolas, me parecía violentamente obvio que aquellas mujeres iban en busca de un hombre, y que aceptarían a cualquiera con tal de dejar el banquillo, y separarlas del grupo de solteronas. Aun así la 1º a la que invité fue a mi madre, se lo debía, y andaba por la cocina mandando al organizador del catering como se debían hacer las cosas, mi señora madre nació con alma de general, sonrió y aceptó el baile encantada, haciendo el bobo a cada cual mas, y llamando al resto de gente a animarse a bailar, solo hacen falta un par de locos haciendo el ridículo, para que el resto lo haga, en el fondo todos desean bailar, pero a mucha gente le da vergüenza que la vean haciendo el tonto, pero si ya lo están haciendo otros, como que se desinhiben. Al rato Eleonor pido paso y mi madre se lo concedió, antes de alejarse abracé y levanté medio palmo del suelo a mi madre dándola besos en la mejilla, es una señora algo rechoncha pero no me costó nada, se alejó roja de la risa y con mirada de orgullo. El baile con Eleonor parecía igual de inocente que el de mi madre, pero no lo era, para nada, nuestros ojos conectaban y saltaban chispas, mi mano en su espalda en algún movimiento lento acariciaba, no solo se posaba, y bajaba peligrosamente cerca de su trasero, sus senos elevados como montañas se hundían en mi pecho, y mas de una vez una de sus piernas se metía entre las mías rozándose con picardía sobre mi polla.

-ELEONOR: jamas te podré agradecer tanto, mira la casa, esta viva.

-YO: como no te estés quieta me lo vas a agradecer antes de lo que piensas.

-ELEONOR: con mucho gusto sacaría a todos a empujones para que me hicieras tuya.- su mirada era fuego, rocé su mejilla con mis labios en busca de su oído.

-YO: si sigues acariciado con tu pierna no habrá tiempo de sacarles antes de que te ensarte con mi verga.- se estremeció cerrando los ojos, por algún motivo que dijera “verga”, palabra que me pegó, en vez de cualquier otra, la encendía muchísimo, eso unido a que mi amenaza no era en vano, o quizá si, pero ella realmente creía que me la follaría delante de todos y me daría igual.

Por suerte el baile acabó antes de que se me pusiera dura, ya la tenia despertándose y marcándose levemente en el traje, algo que no paso desapercibido para muchas que hicieron cola para ir detrás de la otra mientras bailaba con ellas, no le negué a nadie el baile, solo a Alicia, y el contoneo de Mara, su hermana, fue el mas caliente de todos, se puso de espaldas y me pasó su buen culo por toda la polla, riendo asombrada, la chica seria y brusca estaba caliente como una gata en celo, casi podía oírla maullar pidiendo que sexo, las canciones se volvían mas juveniles y movidas, el horrible reggeton hizo aparición y con el los bailes subidos de tono. Yo estaba harto de crías acaloradas, quería a mi novia, me eché a un lado y hablé con Alicia, para disculparme por no cederla el baile, me miró como si no la hubiera molestado, restándole al asunto, pero estaba triste, Teo estaba borracho de nuevo y pasaba de ella, o peor, cuando la hacia caso se ponía muy tonto, casi tenia lagrimas en los ojos, y la hice reír un poco con tonterías.

Charlando con ella la pista de baile se animó Eleonor y otras chicas estaban dándolo todo, habían montado una especie de pasillo y desfilaban a cada cual mas sexy y provocativa, los tíos aplaudían a la que le gustara mas, los senos de Lara y Eleonor fueron de los mas aclamado, Mara se movía bien pero no tenia tantas curvas y la canaria dio un recital de belleza paseándose, todos reían y disfrutaban de ese espectáculo, había una porra o una especia de jurado que ponía notas, hasta que de repente se hizo el silencio, solo sonaba la música de fondo y todos se callaron salvo alguna risa o voz que se fue apagando, se daban la vuelta para mirar la escalera a mi espalda, me giré sin comprender nada hasta que vi a Ana en lo alto de la escalera, ayudada del gorila a bajar el 1º escalón, mientras con la otra mano se sujetaba a la barandilla. No era para menos, la imagen debió de aturdir a más de uno, a mí no, me resultaba familiar.

Ana iba preciosa, como en la cena, un peinado completamente liso, con la raya a un lado dejándole un hombro al aire y un flequillo ligeramente ondulado que el cubría medio rostro hasta terminar con un leve recogido detrás de la oreja, un ligero maquillaje, sobretodo en los ojos, una sombra oscura con ligeros verdes esmeralda que resaltaban sus ojos, y pintalabios rojo gránate, tan oscuro que solo de cerca apreciabas el rojo, iba con la pulsera, el collar y los pendientes de plata que le había regalado en Navidades, y pese a no pegar mucho, la gargantilla que no se quitaba nunca, unos tacones negros altos, de los que ella odiaba pero que la estilizaban de una manera insuperable, y lo mejor, el vestido, era el de las 3 V que se compró en el retiro de fin de semana a la sierra, aquel negro ceñido y ajustado, tan atrevido que rozaba lo estrambótico, pero solo lo rozaba. Un escote en forma de V que bajaba hasta el ombligo dejando ver sus pechos en gran parte, otra V de sus hombros al inicio de las caderas por la espada y otra V invertida desde la cintura izquierda que llegaba a medio muslo donde se abría todavía mas con un vuelo hasta el tobillo derecho, aprecié unas ligeras medias, pero sin sujetador, ni lo necesitaba ni el vestido lo permitía, brillando los bordes de las V con destellos plateados.

Era la definición de la belleza, la sensualidad, el atrevimiento y la piel tersa y juvenil, la miraba atónito, desde el retiro a la sierra no se lo había vuelto a ver, le daba mucha vergüenza que la vieran así en publico, y casi me había olvidado de el, pero allí estaba, delante de todos, con el puesto y con algún sonoro “ohhh” de fondo, sabiendo que todos la miraban, saludó con la mano sonriendo tratando de que el rubor no se apoderara de ella, trató de bajar el 2º escalón pero casi se tropieza, soltó la mano del gorila y se cogió con clase el vuelo del vestido para seguir bajando aferrándose bien a la barandilla y con el sonido del golpe de los tacones retumbando por encima de la música, que hasta parecía haber bajado el volumen hipnotizada por el movimiento de los senos de Ana botando dentro del vestido, amenazando fugarse del interior de la tela. Recuperé el sentido antes que nadie, mirándola y riéndome al observarla bajar y como todos la miraban como si fuera una alienígena, creo recordar que sonó un copa rompiéndose en el suelo, muy teatral. Acudí a recoger a mi dama en los escalones finales teniendo que apartar a algún mirón de más, Ana me localizó y sonrío abrumada, extendí mi mano para ayudarla a bajar al suelo y una vez allí hinqué una rodilla ante ella.

-YO: mi señora.- sonrío ante mi gesto galante.

-ANA: mi señor- se inclinó levemente en una reverencia.

-YO: me temo que hoy vuestra belleza no es solo mía.- me levanté clavándole los ojos en los suyos- no podría soportar tamaña carga.- sonrío abriendo la boca.

-ANA: ambos sabemos que eso no es cierto, pero se agradece el cumplido.

-YO: ¿si tuvierais el honor de concederme este baile?

-ANA: como gustéis.- ¿como podía ser tan perfecta de pillar al vuelo el tono de la edad media y continuar la broma?, aquella mujer era un regalo del cielo.

Levanté mi brazo para ofrecérselo de apoyo, agarró con firmeza y se sujetó la cola del vestido, acudimos al centro de la pista, donde todos aun nos miraban, silbé y el DJ, con el que ya había hablado antes, puso una canción, la del baile de la bella y la bestia, me parecía la mas adecuada, y entre alguna voz de ternura y risas, bailamos lentamente bien agarrados como si fuéramos príncipe y princesa, el resto se nos fue uniendo perdiendo letalmente el estado de hipnosis en el que parecían haber entrado.

-YO: sabes, había un concurso de belleza entre las chicas.

-ANA: ¿si? ¿Y quien ha ganado?

-YO: no lo se, cuando has bajado tu se ha ido todo a la porra.- sonreí ante lo irrisorio del asunto, y ella conmigo, daba igual que todas estuvieran arregladas y vestidas de formas finas elegantes y sensuales, Ana las había pasado por encima como un tren de mercancías a un coche de juegue.- ¿por que has tardado tanto?

-ANA: llevo vestida así desde la 1, no me atrevía a salir, ¿que van a decir de mí?- se acurrucó sobre mi pecho

-YO: los hombres entre si dirán que eras la mas guapa de la fiesta, eso como poco y siendo educados, a sus mujeres les dirán que no eras para tanto si no quieren dormir en el sofá hoy, las mujeres te criticaran indistintamente, vas a darlas conversación durante días, y alguna te odia ahora mismo. ¿Te importa?

-ANA: ahora que estoy contigo, no.- la besé tiernamente, olía a coco, como siempre, y sus labios sabían mejor que nunca.

Al separarme de ella se rió nerviosa perdiendo el paso, y me paso los dedos por los labios limpiándome el carmín, la noche fue avanzando y ahora con Ana a mi lado, fuimos dando tumbos por toda la sala, hablando y charlando con todos, mi madre nos mataba con la mirada, a Ana con solo verla así, y a mi cada vez que la besaba o la acariciaba entre mis brazos, temía que alguien se fuera de la lengua. Las bebidas, la comida y los bailes fueron haciendo mella, la gente estaba a otros asuntos y una vez comprendido que yo esa noche no estaba disponible, las mujeres fueron cediendo antes los chicos que les parecían mas monos, casi todos se fueron de allí del brazo de alguien del sexo opuesto, algunos quisieron follar en la habitación pero ya estaba ocupada por otra pareja, incluso había una pareja follando en la cama y otra en el baño. Todas menos alguna, Lara entre ellas, que andaba danzando con Naira, la estudiante canaria, hasta que esta se fue con un amigo de Manu, Lara se quedó allí, perdida, obrando a mi alrededor, podía percibir el olor vainilla en ella, el que cuando era mi juegue la dije que se pusiera, sin duda Lara iba detrás mía de nuevo y ya le debía dar igual que la destrozara el culo la ultima vez. Hasta mi hermana, algo puritana, se fue con una especie de amigo – novio suyo al que invitó. La casa se vaciaba pasadas las 6 de la mañana, había un servicio de coches y choferes abajo contratados por Eleonor para llevar a la gente a sus casas y evitar problemas de multas o alguna gresca que se suelen producir por esas fechas de madrugada. Yo mismo llevé a mis padres a casa a las 4 y media o así, al despedirme mi madre me pidió que hablara con ella al día siguiente, no sabía por que. Al regresar Eleonor andaba sentada en el sofá riendo al hablar con un hombre que iba detrás de ella, le tenia dándole un masaje en los pies, al verme mi guiñó un ojo, Ana estaba en la parte de arriba apoyada en la barandilla mirando como había quedado la casa y como un par de camareros recogían todo, subí con ella y la di un beso en el hombro para saludarla, estaba cruzada de brazos frotándose, en el piso de arriba hacia algo mas de frío, así que le puse mi chaqueta, la envolvió como un manto cálido y la olió como si la transportara a un lugar maravilloso, me apoyé con cuidado en la barandilla colocándome detrás de ella, mirando como limpiaban.

-YO: ha sido una buena fiesta.

-ANA: si, ojalá fuera así siempre.

-YO: ¿todos los dios 31 de diciembre y 1 de enero?, seria divertido.

-ANA: no bobo, hablo de la gente, parece feliz, aunque no lo sean.

-YO: yo lo soy, contigo.- sonrió levemente.- ¿y tu?

-ANA: pues claro que si, pero a veces pienso que es demasiado bonito, y que se va a romper en cualquier momento, Eleonor me dice que así era su marido antes, y mírala ahora, encamada con un chaval que podría ser su hijo.

-YO: no soy como su marido.

-ANA: nadie lo es al principio.- se giró agarrándome la cara.- te quiero, pero jamas me hagas daño así, por favor.- su mirada era sincera, pero no entendía sus palabras, no comprendía por que ahora tenia esos pensamientos, jamas le había dado motivos.

-YO: jamas te haría daño, te quiero y si tu me quieres no tienes nada que temer de mi.- sonrió aliviada.

-ANA: lo se.- me besó con ternura, nos interrumpió un camarero.

-CAMARERO: disculpe, al parecer hay una pareja en el cuarto de abajo aun y tenemos que limpiar, no queremos entrometernos, usted podría…….. – pedía clemencia, su cara estaba cansada y agotada, deseando irse a casa, accedí a bajar para solucionar aquello.

Al entrar vi a una pareja en la oscuridad follando, hablaba pero no me hacían caso, encendió al luz y vi a Teo, del susto apagué la luz gritando disculpas, cerré la puerta, al parecer Alicia no estaba tan triste como para no follarse a Teo de esa manera, sonreí aliviado cuando al ir a coger las escaleras vi aparecer a Alicia por la puerta de la entrada, me quedé helado, si venia de la calle Teo no se la estaba follando a ella, acudí a su encuentro blanco como la leche.

-ALICIA: hola, perdona que vuelva, pero es que no encuentro a Teo, me fui antes que el, no quiera irse y todavía no ha vuelto, va muy borracho y temo que el pase algo, ¿le has visto?- se me rompía el corazón de oír su verdadera preocupación por su novio sabiendo que este estaba teniendo sexo con alguna en la habitación de unos metros mas allá.

-YO: si, creo que andaba por aquí, le he visto en alguna habitación, mira arriba- no la mentía, pero no quería decirla toda la verdad y necesita tiempo para pensar.

Subió y habló con Ana, revisando las habitaciones, yo respiré profundamente y entre en la habitación de abajo, una de las chicas de la fiesta se estaba colocando el vestido de pie, iba tan bebida que ni se dio cuenta de mi presencia al pasar a mi lado para irse, no la reconocí, creo que era la hija de alguna amiga de Eleonor, Teo se quedó tumbado boca arriba medio vestido y con la polla fuera manchada de semen, una ira contenida me llenaba, podía montarle un polla sacarle a rastras y evidenciar su infidelidad ante Alicia, pero eso solo causaría dolor, le vestí con algo de su ayuda, no mucha, mientras el me repetía que no dijera nada, al borde del coma etílico. Salí y me aseguré de que la muchacha se había ido, avisé a Alicia de que le había encontrado bien y a salvo, dormido abajo, respiró aliviada y viendo su estado le dejó allí dormir la mona, estaba enfadada con el. Se volvía a casa, la acompañé, no podía dejarla irse sola a esas horas y en coche no era nada, estaba muy enfadada y pese a beber, totalmente lucida. Dirigí la conversación un poco, para que viera que si no era feliz lo dejaran, con lagrimas en los ojos me dijo que tenia razón y que lo iban a hablar cuando se recuperara, la di un fuerte abrazo y la vi entrar en casa ante de volver, mi intención era ir directo a por Teo y darle de bofetadas hasta que se despertara, pero borracho no me haría caso alguno, cerré la puerta de abajo y le dejé dormir hasta el día siguiente, para que no se fuera sin hablar conmigo.

Con todo ya recogido y limpio, todos los trabajadores se fueron, dejando para el día siguiente lo que quedaba por colocar, Ana y Eleonor estaban en el piso de arriba sentadas en el sofá que había entre las habitaciones, Ana aun arropada por mi chaqueta y adormilada, Eleonor abrazándola como una madre, me sonrió al verme.

-ELEONOR: la niña esta muy dormida y cansada.

-YO: habrá que llevarla a la cama.- la cogí de un brazo y la levanté sin mucho esfuerzo, se abrazó a mi cuello.

Con cuidado la llevé a una de las habitaciones pequeñas y la desvestí con cuidado, tapándola con las sabanas, al ir a quitarle mi chaqueta se aferró a ella como si le fuera la vida en ello, algo tocada por la bebida, la dejé así, al salir Eleonor me miraba como si fuera un padre acostando a su hija.

-ELEONOR: ahora ya no queda nadie más que usted y yo.- algo bebida pero mucho mas lucida de lo que me quería hacer ver, puso sus manos en su caderas en jarra riendo, mientras encorvaba le pecho de forma sensual.

-YO: si, es una pena, yo aun tengo engrías para más fiesta.- avanzaba hacia ella con paso firme y lento.

-ELEONOR: pues si usted aguanta, yo mas, ¿que le parece si bajamos a proseguir el baile donde lo dejamos?- señaló el salón.

-YO: que es mucho trabajo bajar a bailar con usted, solo para volver a subir a meterte mi verga hasta las entrañas.- la rodeé con mis brazos ante su cara de ofensa falsa.

-EEONOR: oiga, que yo soy una señora, no soy tan fácil.

-YO: como usted quiera – besé su cuello lentamente, mientras ella me rodeaba el cuello con los brazos, apretando nuestros cuerpos hasta sentir como sus pechos se elevaban sobre mi cuerpo y mi polla palpitaba en sus muslos.

-ELEONOR: no sea malo, concédame ese deseo.

-YO: solo por que eres tu, y por lo bien que follas.- la susurré al oído.- solo pensar en ti me eriza la piel.- halagos vacíos, no tanto, pero no los decía por que los sintiera, si no por calentarla.

De un giró la agarré y la subí encima mía en brazos, como había llevado a Ana a la cama, bajé las escaleras con ella así viéndola reír ante mi poderío, besándome con pasión. La dejé posarse levemente en el suelo y tarareando alguna canción comenzamos a movernos, sus dos manos encogidas entre nuestros pechos y su cabeza recostada contra mi barbilla, conmigo abrazándola por completo con mi cuerpo y mis brazos, acariciando su espalda con suavidad, pasamos no menos de 10 minutos así, hasta que levantó la vista y me miró con un brillo especial en los ojos.

-ELEONOR: ¿como puede ser que este tan locamente enamorada de ti? – la pregunta me pilló desprevenido, nadie había hablado de amor entre nosotros.

-YO: ¿me quieres?- pregunté por ganar segundos.

-ELEORNO: ¿no es evidente?

-YO: yo creía que solo eran juegos, pasión y lujuria.- mentí.

-ELEONOR: para mi no, ya no, te quiero, estoy perdidamente enamorada, y me duele que no te hayas dado cuenta, pero mas aun que me lo permita yo.

-YO: siento si esto se me ha ido de las manos, ¿pero por que no te no puedes permitir?

-ELEONOR: por que te saco mucha edad mi niño, soy una mujer adulta y madura, debería estar con hombres de mi edad, prepararme una vida larga con ellos, no ser tu perra.

-YO: no eres mi perra.

-ELEONOR: ya, eso dices, ¿pero me quieres?- me pillo sin respuesta de nuevo.

-YO: claro que te quiero.- me miró sin creerme.

-ELEONRO: quizá me tengas aprecio o cariño, pero no me amas, no como a Ana, ¿verdad?- el silencio la dio la razón.

-YO: no puedo evitar sentirme atraído por ti, mi pequeña reina, pero mí corazón es de Ana, es suyo, y si bien puedo compartir mi cuerpo con las 2, no puedo hacer lo mismo con mi amor.- sollozaba ante la sinceridad cruda de mis palabras.

-ELEONOR: y es por eso que me odio, por saber que nunca me amaras así, y seguir en este juego cruel.- se alzó para besarme.- por que la amas así y a mi no, hago el amor mejor que ella, lo sabes.

-YO: es cierto, pero tú eres más mujer que ella, apenas una veinteañera, y te ha costado mucho trabajo superarla.

-ELEONRO: pero soy mejor, ¿acaso eso no es suficiente?.

-YO: no, mi colombiana, quizá si no la hubiera conocido a ella antes, quizá si en otra vida hubiéramos coincido, pero no estamos en un mundo perfecto, no puedo ofrecerte algo que no es tuyo, ni tu puedes pedirme que te lo de, sabiendo que no te pertenece.

Nos miramos a los ojos, quería trasmitir firmeza pero me dominaban las emociones, no quería perderla, pero tampoco darla esperanzas, la saqué una lagrima que corría su rímel, sonrió al sentirse vulnerable, de golpe me besó de nuevo, repetidas veces, tantas que ya eran besos largos y pasionales con lengua y agarrándonos las cabezas para no alejarnos mucho el uno del otro, las cremalleras sonaron, sus manos acariciaban mi slips por encima y la mías bajaban por su espalda junto al cierre del vestido, nos fuimos calentando hasta que de un tirón le rompí las alas del vestido blanco para bajárselo y comerme sus maravillosas tetas y sus pezones como postes de carretera, rompió a reír.

-ELEORNOR: que bruto eres, acabas de romper un vestido de 10.000€- la miré con desidia mientras me sacaba un pecho de la boca.

-YO: ¿si quieres paro?- rió asintiendo que de parar nada, rasgué el vestido aun mas ferozmente hasta arrancárselo de encima, quedó solo con un tanga diminuto color carne y los tacones, y el vestido hecho jirones en el suelo.

Ella me besó apasionadamente mientras me desvestía, mis manos se fueron directas a su senos los pellizcaba con agilidad, se separó lo justo para dejarme cierta libertad para desnudarme por completo.

-ELEONOR: vamos a darnos un baño.

De forma erótica se giró y movió su culo ante mi mirada, con obscenidad se agachó para quitarse el tanga, solo llevar los slips por los tobillo evití que la ensartara allí mismo, la tenia como una piedra y esta vez no me iba a contener en absoluto, se soltó el pelo dejándolo caer para que bamboleara con sus andares, se paró en el borde de la piscina y torció un poco la mirada llamándome a su encuentro. Sin dejar mas de un segundo la abracé por detrás, besando su cuello y sus hombros, mi polla ya sobresalía entre sus muslos como si fuera ella la que tenia pene, abriendo sus labios mayores y sacándola un gemido al notar mis manos en sus senos, la quise ensartar allí mismo, pero la di la vuelta, lamí sus pezones hasta que imploro sexo, la subí encima mía a horcajadas y la penetré con suavidad, pero sin cesar hasta hundirme en ella por completo, besándonos fui andando hasta la zona de la escalera y fui metiéndonos en el agua con cuidado, hasta tener medio cuerpo hundido, allí ella misma se movía follándome, girando sus caderas y agarrándome la cara para ganar apoyo, su ritmo era lo máximo que el agua le permitía, y bastó con 20 minutos para llegar al orgasmos que buscaba, uno dulce y cálido, mis manos repasaban todo su cuerpo, incluyendo meter mis dedos en su ano, a los 15 minutos el 2º orgasmo la hizo temblar y dejar de moverse, no podía mas, allí empecé yo apoyándome contra la pared de la piscina mi pelvis inició movimientos lentos y amplios que se tornaban mas rápido con cada ida y vuelta, besando y mordiendo su cuello, ella solo clamaba a dios con cada eclosión de sensaciones en su interior, entre medias respiraba bocanadas de aire, clavándome las uñas largas y adornadas en la espalda, 10 minutos después me corrí sintiendo como me vaciaba. Esto no había sido mas que el principio, Eleonor se desmontó y besó mi pecho con clama, acariciando mis músculos, bajando su boca hasta hundirse en el agua y chupármela debajo del agua, no estaba muy por debajo así que salía de vez en cuando a coger aire para seguir un buen ritmo, una vez dura de nuevo, se volvió a montar encima mía de cara rodeándome con las piernas y ensartándose sola, volví a acelerar sacando a la bestia de forma simultanea, arrollé como un toro bravo, en media hora tuvo mas de 5 orgasmos brutales cada uno mas animal que el anterior me hizo sangre en la espalda con sus uñas mientras bramaba obscenidades, se movía convulsa perdiendo el ritmo de las embestidas pero gozando como loca, echándose hacia atrás y volviendo a recaer sobre mi besándome de forma desordenada, mas de 20 minutos así hasta volver a correrme haciéndola gritar como un cochinillo.

Se bajó y nado con torpeza hasta el bordillo se sujetó tratando de salir elevándose, un grave error, me dejó su trasero totalmente ofrecido, según me acercaba estaba a una altura perfecta para follárme su ano, hundí mi cara entre sus nalgas, separándolas y lamiendo el ano metiendo 1,2,3,4 dedos consecutivamente hasta tenerla lista, ella quería pedir clemencia pero no la deseaba, al sentir mi rabo abriéndola el culo gritó tanto que me asustó, solo su cólera pidiendo que siguiera me saco del susto, la fui metiendo tan lentamente por la presión que pensé que se desmayaba, pero mordiéndose el puño aguantó hasta tenerla dentro, luego solo fue arrancar la moto y darla con todo. Ya por la 3º corrida, antes estaría medio muerto, pero ahora, estaba tan fresco, me follé su culo hasta hacerlo estar rojo de los golpes de mi pelvis y los azotes que la daba, el agua salpicaba, la acariciaba el coño metiéndola la mano entre las piernas, ella golpeaba el césped con rabia al sentirse superada por un animal indómito, tras 2 orgasmos anales se desvaneció cediendo terreno hasta ser un trozo de carne mas que suspiraba entre estocadas, al ir a correrme mi ira me llenó y la agarré de la tetas poniéndola de pie y acelerando hasta casi sacarnos de la piscina a golpes de cintura, Eleonor se reactivó ante aquello unos instantes lo justo para sentir como mi semen caliente se derramaba en su recto. Sus manos temblorosas buscaron mi nuca.

-ELEONOR: no hay mujer que pueda con usted, es la perfección hecha amante, me da igual que no me ames, mientras me haga el amor así.

-ANA: eso, puedo prometértelo siempre.- tenía fuerzas y energías para más, lo sabia, y Eleonor lo notaba, su cuerpo y sus gestos eran de temor a otra ronda más.

En brazos la saqué del agua, apenas podía caminar, la subí en brazos a la cama y allí la acosté, fui a mirar a Ana que dormía como un tronco, y baje a beber algo y comer de las sobras de los canapés, al volver a la habitación Eleonor estaba de rodillas en la cama mirándome lujuriosa.

-YO: ¿aun quieres más?

-ELEONOR: todo lo que mi hombre pueda darme.- asentí ante tal gesto, ella se agacho quedando a 4 patas llamándome con el dedo.- hacia menos de 10 minutos estaba rota y ya estaba en pie.

Me tumbé en la cama y me puse encima totalmente estirada, me encanta esa posición, sentir sus pechos aplastados contra mi y mi verga creciendo entre sus piernas, cuando estuvo tiesa se abrió de piernas cabalgándome y se elevó para meterse la polla hasta el fondo, casi se corre de nuevo solo al sentir eso, apoyada en mi pecho quiso moverse pero su cuerpo no le respondía mas de 2 minutos seguidos, la tumbé sobre mi besándola, levanté la cadera plantando los pies, en la posición mil veces estudiada, Eleonor me miró acongojada, y desate el infierno, mi polla entraba y salía en su totalidad sin parar de acelerar, oía el sonido de mis testículos golpeando de forma constante, se le arqueó la espalda de tal forma que podía notar el pelo de su cabeza rozándome los muslos, luego caía rendida a mi pecho con todo el pelo a un lado agrandemos de la mandíbula, besando cuando su cuerpo se lo permitía, pero cada pocos minutos se corría de forma grosera, la posición inclinada hacia que sus fluido cayeran por mi pelvis y pecho, apenas se rozaba el clítoris rompía en otro orgasmo, lo sabia y aun asi repetía, era insaciable, llegó un punto en que pensé que no podría con ella, pero era la 4º corrida de la noche, tarde casi 1 hora en venirme y al notarlo di el resto, todo, quería probarme, ver hasta donde me daba el ejercicio del gim. Del espasmo que la dio casi sale disparada contra la pared de la cabeza de la cama, a tuve que sujetar rodeándola con los bazos con fuerza para que no saliera rebotada, eso solo la mató aun mas, recibiendo en estático un sin fin de penetraciones, el orgasmo que tuvo se dividió en varios seguidos y cayó redonda ante mi, solo sus ojos demostraban que aun estaba allí, eso y su boca abierta como para meter una bola de bolos. Al estallar en su interior el semen inundó su interior haciéndome notar como caía caliente por mi tronco. Al salirme de ella una fuente de semen y fluidos salió de ella, que parecía hacer fuerza para sacar todo aquello de dentó, a la 4º convulsión se cayo de bruces a mi lado, respirando de milagro y durmiéndose al instante. La di un beso en la frente y me fui a la cama con Ana, acostándome a su lado abrazándome de forma subconsciente.

Me despertó el sonido de la puerta, Ana seguía dormiría como una marmota, y al levantarme vi a Eleonor acostada igual de dormida, bajé a abrir, eran los de la fiesta que venían a recoger los últimos trastos, les abrí, subieron varios hombres y una mujer que se echó a reír al verme, estaba desnudo y con mi empalme mañanero, joder, no me había dado cuenta, en esa casa ir desnudo era lo normal para mi, me fui a poner algo, y abrí la puerta de la habitación de abajo, donde estaba Teo aun dormido en la misma posición en que le dejamos Alicia y yo, me enfadé de golpe al recordar su infidelidad, le quise despertar pero si seguía borracho era inútil, le dejé allí y fui a la cocina a comer algo, cerca de la 1 de la tarde, mientras los operarios recogían los equipos de música y las mesas la chica limpiaba y organizaba la cocina, me miraba de reojo, solo me había puesto unos pantalones cortos, mi cuerpo la atraía y haber visto mi polla que ahora se marcaba en la pernera de la prenda flácida después de acudir al baño, la hacia sonrojarse, me animé a charlar un poco con ellos, hasta ayudándolos. Sacando una mesa vi a Teo salir de la habitación con una resaca enorme, me disculpé con los operarios y me fui a por el, le agarré del brazo y le arrastré a la piscina.

-YO: ¿se puede saber que coño haces?- me miró cegado por la luz del día, ubicándose.

-TEO: hola tío, ¿que pasa?- le sacudí del brazo.

-YO: ¿que pasa? Que ayer le pillé follándose a una desconocida, mientras Alicia te buscaba preocupada.- se abrió de ojos sorprendido.

-TEO: dios, ¿que dices, volvió? suéltame.- ordenaba confuso.

-YO: ¿no te acuerdas? Lo mismo es eso, ibas tan borracho que no podías ni ponente en pie.- tiró de su brazo apartándose de mí.

-TEO: ¡y a ti que coño te importa!

-YO: me importa por que es mi casa, mi fiesta, eres mi amigo y ella tu novia, la tuve que engañar para que no te pillara.

-TEO: no te lo pedí.

-YO: no hacia falta, ¿o acaso querías que te pillara?- callaba enfurecido.- ¡te estoy hablando!, ¿es que no te acuerdas de lo que te dije cuando me mude aquí?

-TEO: si eres mi amigo ten la puta boca cerrada.

-YO: la tender pero no por ti, si no por ella, esto la destrozaría, se acabó, vas a cortar con ella.

-TEO: déjame en paz, no te incumbe.

-YO: lo harás, o ella se enterara de todo, y no me causa placer, pero lo haré.

-TEO: ¿me harías eso a mi?- casi suplicó, sabia que mi determinación en estos asuntos era firme.

-YO: te lo has hecho tu solo, el Teo que yo conocía no es el borracho resacoso que tengo delante, jamas engañaría a Alicia con una cualquiera y menos me pediría que lo ocultara, no eres ni la sombra de quien eras.- su mirada irradiaba odio.

-TEO: mientes, es solo una excusa, amas a Alicia y me la quieres arrebatar, siempre lo he sabido.- se echó encima mía enfurecido, le solté una bofetada que le pillo desprevenido y le hizo tambalearse.

-YO: si hubiera querido hace meses que estaría tirándomela delante de tus narices, pero me fui de esa puta casa para alejarme de ti y de ella, por el respeto que te tenia y que has perdido, me fui para que pudierais ser felices de nuevo ¿y así me lo pagas? ¡¿Acusándome?! – agachó la cabeza sabiendo lo cierto de mis palabras.

-TEO: tío, perdóname, no la digas nada, por favor, mejoraré, no se que me paso.- me agarró del brazo implorando.

-YO: te di la oportunidad cuando me fui del piso, te lo advertí, te dije que si no cambiabas me la llevaría, y no lo has hecho, sigues igual, no te entiendo, ¿que se supone que ha hecho ella para merecerse tu desdén?

-TEO: tu, tu eres lo que la pasó, maldito el día en que nos mudamos, desde entonces no puedo evitar los celos, ella te mira y te desea, lo se, y yo no se que hacer, me odia y yo a ella, por que no lo hablamos pero lo sabemos.

-YO: pues la solución es simple, déjala, si os sentís así es inútil prolongar la agonía, ya fuero yo u otro no podéis seguir así, por que os hacéis daño. .- nos sentamos en la tumbonas.

La conversación se calmó un poco, Teo lloró ante mí, la había querido mucho pero ya no sentía eso, incluso antes de la mudanza sabia que las cosas no iban bien, esperaban que irse a vivir juntos lo arreglaría, pero solo lo estropeo. Me vestí y le acompañe a casa, no se de donde, pero por toda la casa encontré papeles con números de teléfono y notas para mi, las 4 camareras, de casi todas las solteras de la fiesta, de algunas con novio y de 1 casada, hasta una del cocinero que se encargo del catering, todas al cajón. Me despedí de Teo con un fuerte abrazo, y me fui a casa de mis padres, con algo de resaca comimos algo y reímos por la fiesta, mi hermana llegó cambien sobre esa hora de donde fuera que paso la noche, ya era mayorcita para saber lo que hacia, la tarde paso con todo echándose una siesta menos mi madre y yo que nos quedamos charlando en el salón como me pidió de noche.

-YO: ¿y por que querías hablar conmigo?

-MADRE: nada, es solo que……….¿como te va con la nueva casa?- eso no parecía demasiado importante.

-YO: mama, ¿dime que quieres?.

-MADRE: es solo que, ayer hablando con Eleonor y luego con Ana, en grupo o a solas, no se, las vi raras.- sacudí la cabeza.

-YO: ¿raras? ¿Que quieres decir?

-MADRE: no lo se, quizá no sea nada, es solo que me dio una sensación rara, no me fío de ellas.

-YO: pero si es Ana, mi novia y Eleonor tu amiga, no pueden ser más dulces y cariñosas.

-MADRE: lo se, y por eso te lo digo ahora, algo las pasa, comentarios o ciertas miradas, he visto algo en sus ojos que no me gusta, traman alguna cosa.- reí sonoramente.

-YO: no vas a lograr alejarlas de mi mama, no con esta tontería.- me cogió de la mano y me miró fijamente.

-MADRE: no es eso cariño, no habla una madre frustrada por que su hijo no la hace caso, te habla una madre preocupada por su hijo, esas traman algo y tu eres demasiado bueno como para verlo.

La negué mil veces y ella se mostraba igual de preocupada, le resté al asunto antes de irme, me beso en la mejilla abrazándome con cariño, antes de despedirse recordando sus palabras. El viaje de vuelta lo pasé con el debate mental, mi madre se equivocaba, Ana era dulce y cariñosa, me amaba, y yo a ella, podía tener una picardía inculcada por mi, pero poco mas, Eleonor era aun mas mansa, un corderillo fácil de manipular, ninguna tenia motivos para ocultarme nada, casi me reía solo al negarme esa idea, pero algo en mi anterior se revolvía, a lo largo de toda mi infancia, mi madre nos ha advertido a todos, mi padre, mi hermana y a mi, sobre cosas o personas, y nunca, nunca jamas había fallado, su detector de mentiras y su radar protector me había demostrado palpablemente que si ella decía peligro, tenias que estar atento.

CONTINUARA………………..

Relato erótico: Casanova (05: La historia de Dickie) (POR TALIBOS)

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CASANOVA: (5ª parte)
LA HISTORIA DE DICKIE:
Desperté tarde por la mañana y, a pesar de la intensa noche anterior, me levanté bastante descansado, así que me vestí con presteza, para comprobar si mi familia había regresado de casa de los Benítez. Resultó que no era así, de hecho Nicolás y Juan estaban limpiando uno de los carros que había en el establo (el de la escuela de equitación) para poder ir en su busca, pues los caminos estaban demasiado embarrados para el automóvil.
Tenía un hambre feroz, así que fui a la cocina donde Mar me sirvió un buen desayuno. Allí me encontré con María, que junto con Luisa estaban haciendo una lista de alimentos para comprar en el pueblo. Las empleadas habían regresado todas por la mañana temprano, tras haber disfrutado de la tarde anterior libre y ahora se afanaban en poner de nuevo la casa en marcha, antes de que regresara mi familia.
A la que no vi por ningún lado fue a Dickie, así que, tras desayunar, me dirigí a su dormitorio. Llamé un par de veces a la puerta, pero nadie contestó, por lo que, tras pensarlo unos segundos, abrí la puerta muy despacio, asomándome al interior.
 
La habitación estaba en penumbras, aunque con la luz que entraba por la puerta pude distinguir la figura de mi institutriz acostada en su cama, que era un auténtico revoltijo de sábanas. Además, pude percibir sin problemas el fuerte olor que desprendía el cuarto, a sudor, a sexo, ya que había estado toda la noche cerrado.
Tras comprobar que nadie me veía, entré, cerrando la puerta tras de mí. Fui hacia la ventana, descorrí las cortinas y la abrí. Para que corriera más el aire, abrí también la puerta que daba a la habitación anexa, la que hacía las veces de aula y también la ventana que allí había. Tras ventilarlo todo, fui a despertar a Helen.
Me senté en el colchón, junto a ella, que continuaba dormida boca abajo, con el rostro hundido en la almohada y tapado por su rubio cabello. Estaba muy excitante, con las sábanas enrolladas de forma que se entreveían partes de su piel. Seguía completamente desnuda, de hecho su camisón estaba en el suelo, a mis pies, hecho un guiñapo. Lo cogí y comprobé que estaba sucio y apelmazado, debido a todo el semen que le cayó encima la noche anterior.
Sonriendo, aparté con delicadeza el cabello de su rostro y susurré su nombre al oído.

 

Helen.

 

No hubo respuesta.

 

Helen – repetí zarandeándola levemente por un hombro.
¿Uuummm? – musitó ella.
Despierta, preciosa.

 

Ella levantó la cabeza y abrió sus ojazos azules con expresión soñolienta. Al verme allí, sonrió y se sentó en la cama, desperezándose como una gatita satisfecha. Al hacerlo, las sábanas se deslizaron hasta su regazo, dejando al descubierto sus grandes senos.

 

Buenos días, Oscar – me dijo sonriente.
Buenos días, profesora. – respondí, lo que le arrancó una gran sonrisa.
Sí, menuda profesora he resultado ser. Si se enteran probablemente me queman por bruja.
Me has enseñado muchas cosas.
Y tú a mí – dijo acariciándome el rostro.

 

Entonces, tomó súbitamente conciencia de la situación, y la alarma apareció en sus ojos.

 

¡Dios mío! ¿Qué hora es? – exclamó.
Deben ser las once más o menos.
¡Madre santísima! ¿Han vuelto ya tus padres?
Tranquila, aún tardarán en volver, de hecho, Nicolás todavía no ha ido a por ellos.
¡Uf! Menos mal – dijo algo más tranquila – No sé que podría contarles para explicar esto.

 

Helen se reclinó hacia atrás, apoyando la espalda en la cabecera de la cama.

 

¿Cómo estás? – pregunté.
En mi vida he estado más cansada – respondió sonriente – ¿y tú?
¿Yo? En plena forma – dije llevando una de mis manos sobre sus senos y comenzando a acariciarlos.

 

Lo cierto era que el simple hecho de estar charlando allí con ella, y que se comportara conmigo de forma tan desinhibida, mostrándose desnuda ante mí sin vergüenza alguna, había comenzado a excitarme.

 

¡Ah, no! ¡Eso sí que no! – exclamó Dickie apartando mi mano – Estoy completamente escocida, me duele todo, así que ni en sueños amiguito…
Vamos Helen – dije en tono zalamero – Mi familia aún tardará un buen rato…
De eso nada.
Por favor… Mira cómo estoy – dije señalando mi incipiente erección.

 

Helen se levantó de la cama, quedando totalmente desnuda ante mí.

 

Estás loco, ¿no fue suficiente lo da anoche? Te lo digo en serio, ahora no estoy en condiciones de hacer nada, sólo me apetece darme un buen baño y descansar.

 

El verla allí, regañándome con aire de profesora y en pelota picada contribuyó notablemente a aumentar mi excitación.

 

Por favoooor… – insistía yo – ¿Qué te cuesta?

 

Entonces Helen se puso seria. Se sentó junto a mí y me cogió con firmeza por los hombros, haciendo que nuestras miradas se encontraran.

 

Mira, Oscar, escúchame bien. Lo de anoche fue maravilloso, de verdad, fue absolutamente increíble. Sin duda fue una de las mejores sesiones de sexo que he tenido en mi vida, y tranquilo, sin duda se repetirá.
Estupendo – dije yo.
Eres un amante genial, pero aún te queda mucho por aprender sobre las mujeres, un no es un no y nada más. Te le estoy diciendo en serio, ahora mismo no me apetece en absoluto, y para el sexo, deben desearlo ambas partes ¿comprendes?
Sí – asentí de mala gana.
Pues eso, no es que no me apetezca, Oscar, es que es físicamente imposible, me duele todo, porque lo de anoche fue muy intenso y no podría disfrutar, ¿es eso lo que quieres? ¿aliviarte sin tenerme en cuenta?
Vale, vale, tienes razón.
Además – dijo riendo – Si tanto lo necesitas puedes acudir a cualquiera de esas otras mujeres que mencionaste anoche ¿no?
Pues quizás lo haga – respondí.

 

Helen volvió a ponerse en pié.

 

Será mejor que suspendamos la clase de hoy, a tus padres podemos decirles que la hemos dado, no creo que nadie les diga nada – dijo Helen.
No hay problema, y si preguntan les decimos que no te encontrabas bien.
¡La verdad es que no mentiríamos!
Pues mejor.
Oye, Oscar.
¿Sí?

 

Helen se colocó de espaldas a mí, y girando el torso intentó mirarse el culo.

 

¿Tengo el trasero muy marcado? Anoche me diste unos azotes que…

 

Mis ojos, se fueron hacia sus nalgas, y sí, tenía una zona claramente enrojecida ¡Oh Dios!

 

Perdona Helen – la interrumpí – Será mejor que no te ayude con esto, no sé si podría resistirme.
Ja, ja – rió ella.

 

Yo me levanté de la cama y fui hacia la puerta.

 

Oscar.
¿Sí?
Mira – dijo Helen haciendo un gesto hacia el cuarto – Yo me encargaré de este desastre, las sábanas y demás, ¿podrías decirle a Luisa que me caliente agua para el baño? Para dentro de una hora más o menos.
Claro.
Gracias.

 

Me acerqué a ella y le di un tierno beso en los labios.

 

De nada.

 

Y salí. Corrí a la cocina a darle el recado a Luisa y después, como no tenía nada que hacer, decidí subir un rato a mi cuarto, a buscar mi cometa para ver si le cambiaba el cordel.
Así lo hice, y al entrar, me encontré con Tomasa que estaba haciendo mi cama. La contemplé unos instantes desde la puerta mientras se afanaba en arreglar mi dormitorio. Era una chica de pueblo, bastante joven, de unos 20. Tenía el pelo castaño, recogido en una cola de caballo, ojos marrones y un rostro bastante atractivo, con una eterna expresión de despiste. De cuerpo estaba bastante bien, con un par de tetas bastante respetable. La chica era un poco “lentita”, por eso bastante gente la llamaba tonta, aunque yo nunca lo hice. Lo cierto es que era muy inocentona y no demasiado inteligente, por lo que no era muy buena en su trabajo, sin embargo, mi abuelo estaba muy satisfecho con ella, así que no quería ni oír hablar de despedirla.
Con el calentón que llevaba encima, me decidí a atacar, así que me acerqué despacito a ella por detrás. Tomasa notó mi presencia y se volvió hacia mí. Al darse cuenta de que era yo, esbozó una sonrisa.

 

Buenos días señorito – dijo.
¡No te muevas Tomasa! – exclamé sobresaltándola.
Dios mío, señorito, qué susto me ha dado – dijo sorprendida.
¡He dicho que no te muevas!
¿Qué es lo que pasa? – preguntó con tono preocupado.
Tienes un bicho enorme en el vestido – mentí.

 

La expresión de su rostro cambió fulminantemente, pasó de una dulce sonrisa al más absoluto terror, casi me arrepentí por la mentira. La chica empezó a dar saltitos, mientras se sacudía el vestido para que el bicho cayera al suelo. Como quiera que ningún bicho caía, empezó a pedirme ayuda.

 

¡Quítemelo! ¡Quítemelo!
Tranquila – dije sosegado – No te muevas que ya lo cojo.

 

Mis palabras hicieron que se quedara muy quieta. Yo la rodeé y me acerqué a su retaguardia. Como ella había quedado de espaldas a la cama, yo me senté justo en el borde, de forma que su culo quedaba justo frente a mi rostro. Un culo magnífico por cierto.
Puse mis manos en sus caderas, e hice que se moviera hacia delante un poco, empujándola, como revisando la parte trasera de su vestido. Enseguida llevé una de mis manos a su trasero, recorriéndolo en toda su extensión, palpándolo con placer, mientras seguía fingiendo buscar al insecto.

 

No lo veo Tomasa – dije sin parar de magrearla.
¿No? – gimió ella.
No, ¿seguro que no ha caído al suelo?
Creo que no – dijo dubitativa.
No sé… Quizás se ha metido bajo el vestido.

 

Esta posibilidad hizo que Tomasa pegara un bote, pero yo la sujeté por las caderas, impidiendo que se separara.

 

Shiisst, quieta – siseé.
Pero y si…
Tranquila. Yo lo encontraré. No te muevas.

 

Ella no contestó, se limitó a asentir vigorosamente con la cabeza, así que, con su consentimiento, agarré el borde de su vestido y fui subiéndolo lentamente. Ante mí fueron apareciendo sus estupendas piernas, de muslos carnosos, prietos. Llevé la falda hasta su cintura y allí la recogí.

 

Sujétate el vestido – le dije – Y échate un poco hacia delante que no veo.

 

Ella obedeció con nerviosismo. Se sujetó el vestido enrollado a la cintura y dobló la cintura un poco hacia delante, de forma que su trasero se ofrecía a mí, tentador. Yo no podía creerme que hubiera sido tan fácil lograr que se subiera la falda pero, ¡mejor para mí!
Unas bragas bastante grandes cubrían su trasero, que yo empecé a palpar con presteza. Era bastante firme y duro, la chavala tenía un culo estupendo desde luego. Como quiera que ella no se quejaba, poco a poco fui haciendo mis caricias más atrevidas. Pasé de deslizar la palma sobre sus nalgas a agarrarlas decididamente. Estuve así unos segundos, poniéndome cada vez más caliente, cuando ella preguntó.

 

¿Lo ves?
No aún no – contesté – Quizás se ha metido en las bragas. ¿Te las bajo?

 

Por fin, un poco de cordura penetró en su mente, pero no demasiada.

 

No, eso, no – respondió para mi descontento.
Bueno, pues sólo te las apartaré un poco.

 

Sin darle tiempo a contestar, estiré las bragas hacia arriba, de forma que se introdujeron en la raja de su culo y ante mí aparecieron sus magníficas nalgas totalmente desnudas.
Estiré tan fuerte, que las bragas no sólo se metieron entre sus nalgas, sino que también se clavaron entre sus labios vaginales.

 

Aahhh – gimió ella.
Shiisssh, tranquila que debe de andar por aquí.
Sí, sí – susurró.

 

Se notaba que estaba acostumbrada a este tipo de asaltos por parte de mi abuelo, pues se había dejado arrastrar a esta situación con una facilidad pasmosa. Yo agaché la cabeza para echar un vistazo entre sus muslos desde atrás. Podía contemplar los labios de su chocho asomando por los lados de las bragas, que se perdían en su interior.

 

No veo bien, espera… – le dije.

 

Lo que hice fue introducir una mano entre sus muslos y posarla directamente sobre su coño. Ella dio un ligero respingo, pero no dijo nada, así que comencé a pasar suavemente la palma de mi mano por su entrepierna. Enseguida noté cómo ella separaba levemente las piernas, así que, sin dudar, metí un dedo en su hendidura y comencé a moverlo de adelante a atrás, encontrándome con sus bragas allí hundidas.
La humedad en esa zona era considerable, Tomasa se estaba poniendo cachonda. Tenues murmullos y gemidos escapaban de su garganta, desde luego se había olvidado por completo del insecto. Mi polla amenazaba con reventar en su encierro, pero cuando me disponía a liberarla y usarla como instrumento para buscar el bicho, oímos pasos en el pasillo.
 
Tomasa reaccionó como un rayo, se separó de mí y se bajó la falda del vestido, mientras se lo acomodaba correctamente. Yo me quedé sentado en el colchón, algo enfadado, con la mano derecha empapada por los flujos de la hembra.
Sin duda que paramos justo a tiempo, pues en ese instante María entró en el cuarto.

 

¿Cómo? ¿Todavía no has acabado de hacer la cama? – exclamó enfadada.
Es que… – dijo Tomasa, balbuceante.
Será posible, desde luego no sé cómo no te despiden, si de mí dependiera…

 

Tomasa parecía apesadumbrada. Tenía el rostro muy rojo, no sé si por la bronca o por los sucesos de antes. Sea como fuere, la culpa de aquello era mía, así que me decidí a intervenir.

 

Perdona, María, pero ha sido por mi culpa – la interrumpí.
¿Cómo? – dijo ella.
Verás, he venido a por unas cosas y me he puesto a charlar con Tomasa, nos hemos entretenido y por eso no ha acabado.
Eso no es excusa – dijo María – Podía hablar mientras hacía la cama ¿no?
Bueno – improvisé – Es que yo quería el cordel para la cometa, y lo tengo escondido debajo del colchón, así que ha tenido que deshacer la cama de nuevo. Ella no quería, pero la he convencido.
¿Para qué lo metes ahí?
Porque… – no sabía qué decir – ¡Ah, porque lo robo del establo!
¿Cómo? – dijo sorprendida.
Verás, en la escuela usan un tipo de cuerda de bramante para los obstáculos y viene muy bien para la cometa, pues es muy resistente. Entonces, para que no se enteren de que lo cojo, lo escondo ahí.

 

La historia no se sostenía por ningún lado, lo del cordel era verdad, pero lo cierto es que Juan me lo daba, pero no se me ocurrió otra cosa. María desde luego no me creyó en absoluto, pero ¿qué podía hacer? ¿Acusar al hijo de sus jefes de mentiroso?

 

Bueno, Tomasa, vamos a hacer la cama entre las dos, a ver si acabamos de una vez. Después tenemos que ir a fregar los suelos del piso de abajo, así que será mejor que aligeremos.

 

¡Mierda! Como María no se iba se me fastidió el plan. Me levanté de la cama descuidadamente, sin acordarme de la empalmada que llevaba.

 

Bueno, hasta luego – dije – Ya no os molesto más.
Hasta luego – dijo María.

 

Entonces me miró y pude ver perfectamente cómo sus ojos se clavaban en mi paquete. ¡Mierda! Se quedó allí, con los ojos fijos en mi entrepierna durante unos segundos. Yo me puse muy colorado, pero afortunadamente no dijo nada. Me di la vuelta rápidamente para ir hacia la puerta y al hacerlo vi cómo Tomasa sonreía divertida. Me guiñó un ojo con picardía y se puso a ayudar a María. Yo salí de allí con un calentón de narices, pensando tan sólo en las bragas de Tomasa, que seguían bien hundidas en su raja.
La cabeza me daba vueltas, necesitaba aliviarme enseguida. Como un zombi, bajé las escaleras apoyándome en el pasamanos y me dirigí nuevamente a la cocina y ¡premio! Allí estaba Vito, a solas, buscando algo en un armario. Sigilosamente me acerqué por detrás, y cuando estaba casi pegado a ella, rodeé su cintura con mis brazos y apreté fuertemente mi paquete contra su desprevenido trasero.

 

Buenos días Vito – dije con alegría.
¡La madre que te parió! – exclamó ella – ¡Qué susto me has dado!

 

A mí me daba igual lo que me dijera, estaba sólo concentrado en estrujar bien mi erección contra su culo.

 

¡Joder, niño! ¡Cómo vas tan de mañana! – dijo ella.
Sí ¿verdad? Vito, ¿por qué no haces algo para remediarlo? – contesté sin soltarla.

 

Ella se soltó, separando mis brazos con sus manos.

 

¿Pero estás tonto o qué? Ahora tengo que trabajar.
Por favorrr… – gemí.
De eso nada, monada. Te apañas tú solito.
Venga Vito, me dijiste que otro día lo repetiríamos – insistí.
Sí, lo dije, pero no dije que haría que me despidieran para hacerlo.
Vitoooo… – suplicaba yo.
¡Anda niño, vete por ahí y te haces una paja! ¡A ver si te crees que soy tu esclava! – exclamó ella enfadada.

 

Enfurruñado, desistí en mi empeño. Estaba visto que así no iba a lograr nada.

 

¿Qué tienes que hacer? Si te ayudo terminarás antes.
Mil cosas, pero si quieres ayudar, puedes empezar por limpiar las lentejas que hay en la mesa y pelar todas esas habichuelas – dijo riendo.

 

Miré a la mesa y vi un barreño lleno de habichuelas y un saco de lentejas.

 

¿Todo eso? – pregunté.
Pues claro, en esta casa somos muchos para comer ¿qué te creías? Anda, lárgate por ahí.
Bueno… Vale… – dije vencido.

 

Me dirigía hacia la puerta cuando Vito me dijo riendo:

 

Je, je, ¿a que jode quedarse a medias? Mira, ¡ya has aprendido otra cosa nueva!

 

¡La muy puta! ¡Encima se reía! ¡Eso sí que no! Decidí en ese instante darle una pequeña lección. Aprovechando que Vito se volvió para continuar con sus tareas, yo, sin hacer ruido, me acerqué a la mesa de la cocina, donde estaban las lentejas. Era una mesa enorme, que ocupaba todo el centro de la habitación y que como se usaba tanto para comer como para cocinar. Tenía encima un gran mantel que la cubría por completo, llegando sus faldones hasta el suelo. Sigilosamente, levanté el mantel y me metí bajo la mesa, sentándome en el piso. Ahora sólo tenía que esperar a que Vito se sentara en una silla para liarse con las lentejas.
Esperé sin hacer ni un ruido durante unos minutos. Podía oír a Vito tarareando una canción y trasteando por la cocina. Poco después noté que Mar entraba en la cocina también y se ponía a hablar con Vito. Hablaban en voz baja, así que no las escuchaba, pero me daba igual. Yo era el león esperando a su presa.
Por fin, Vito retiró una de las sillas y se sentó a la mesa. Sus piernas aparecieron por debajo del mantel y enseguida escuché el sonido de las lentejas al ser desparramadas sobre la mesa, para poder ir limpiándolas de piedras.
Aguardé un par de minutos más, para que el ataque fuera todavía más a traición. La verdad es que me costó bastante hacerlo, porque mi excitación era extrema. Me arrodillé bajo la mesa, con cuidado de no dar con la cabeza arriba y me acerqué muy despacito hacia ella. La falda le llegaba hasta las rodillas, aunque yo apenas veía nada, ya que la luz sólo entraba allí por el sitio en que ella levantaba el mantel, pues éste llegaba hasta el suelo por todos lados.
Estaba justo frente a ella, me disponía a atacar, cuando escuché la voz de María en la cocina, diciendo algo sobre la comida e, indiscutiblemente, fue la voz de Luisa la que contestó. ¡Mierda! ¡Estaban todas allí!

 

Entonces, para las dos más o menos ¿no? – dijo María.
Sí, seguro – contestó Luisa – Yo me encargo de esto y que ella limpie las lentejas.
Vale, pues voy a ver qué está haciendo Tomasa, que en cuanto la dejas sola…
Sí, váyase tranquila, que aquí nos apañamos.

 

Escuché unos pasos que se alejaban. Con cuidado, me separé de Vito y me incliné hasta quedar pegado a suelo. Levanté un poco el mantel y eché un vistazo. Pude ver a Luisa, afanándose delante de los fogones, picando algo dentro de una cacerola. Por lo visto no se iba a ir. Me quedé pensativo unos segundos y me di cuenta de que su presencia podía venirme incluso bien, pues sin duda Vito no querría montar un escándalo con Luisa presente y se dejaría hacer.
Con extremo sigilo volví a situarme frente a ella, respiré hondo y ataqué. Posé mis manos sobre sus rodillas y ella dio un bote en su asiento.

 

Shissss – susurré desde debajo del mantel – No hagas ruido, no querrás que Luisa se entere ¿verdad?

 

Podía notar cómo los músculos de la chica estaban en tensión, las piernas bien cerradas. Sin embargo no dijo nada. Yo sonreí en la oscuridad. Ya era mía.

 

¿Te pasa algo? – la voz de Luisa me sobresaltó ligeramente.

 

Vito no contestó, pero desde mi posición noté cómo agitaba la cabeza vigorosamente.

 

Bueno, pues sigue con eso – dijo Luisa.

 

Bueno, bueno, la chica no abría las piernas, pero me dejaba hacer. La situación no podía ser más morbosa. Intenté separar sus rodillas con las manos, pero ella no me dejaba, apretándolas con fuerza. Eso no me importó en absoluto, así que lo que hice fue levantar el borde de su falda y meter las manos por debajo. Me apropié con presteza de sus muslos, que comencé a amasar con pasión con mis manos enterradas bajo su vestido. El masaje fue haciendo efecto poco a poco, pues noté cómo la tensión de sus muslos se relajaba, así que, lentamente, fui logrando separar sus piernas por completo.
Una vez que sus cachas estuvieron bien abiertas, llevé mis manos hacia arriba, hasta su entrepierna. Con delicadeza, fui palpando su coño por encima de las bragas, lo que la hizo proferir un tenue gemido que, afortunadamente, sólo oí yo. Noté que su gruta estaba literalmente inundada, aquella zorra se mojaba con rapidez, así que no esperé más.
Llevé mis manos hasta el borde de sus bragas y traté de bajárselas, pero no pude, pues ella estaba sentada. Iba a susurrarle que levantara el trasero, pero no hizo falta, pues ella lo hizo sin necesidad de instrucciones. Con un hábil gesto, le bajé las bragas de un tirón, hasta los tobillos. Ella se sentó nuevamente, pero esta vez lo hizo al borde de la silla, echando la espalda hacia atrás, para así ofrecerme mejor su coño.
Yo así uno de sus tobillos y lo alcé ligeramente, para poder quitarle por completo las bragas, repitiendo después el proceso con el otro. No sé por qué, pero la verdad es que me excitaba mucho la idea de que fuera por ahí sin ropa interior.
Una vez hecho esto, me apliqué de nuevo a mi tarea. Recogí con las manos el vestido hasta su cintura, pero en cuanto lo solté, volvió a desenrollarse, así que, ni corto ni perezoso, metí la cabeza directamente bajo su falda. En cuanto lo hice, un poderoso olor a hembra mojada penetró en mis fosas nasales. Lo he dicho ya antes, pero eso es el mejor afrodisíaco del mundo. Estaba cachondo perdido.
Sin demorarme más, abrí bien su coño con mis dedos y posé mis labios en su vulva, comenzando a acariciarla con la lengua velozmente. Mi boca recorría su raja vorazmente, con pasión, no me detenía ni un segundo en un punto, sino que la movía por todos lados, enfebrecido. Quería comerme aquel coño por completo, enterito, todo para mí. La idea inicial de dejarla a medias se había borrado por completo de mi mente, sólo quería que se corriera, que disfrutara y sin duda lo estaba consiguiendo.
No sé cómo lo lograba, pero lo cierto es que la chica conseguía que sus gemidos sonaran apagados, por lo que Luisa no se enteraba de nada, o quizás sí, no lo sé, pero el solo hecho de saber que podían pillarnos, hacía más excitante la situación.
Mientras mantenía los labios de su chocho bien separados con una de mis manos, hundí un par de dedos de la otra en su interior, lo que le arrancó un suspiro bastante más fuerte que los anteriores.

 

Niña, ¿seguro que estás bien? – preguntó Luisa.

 

Su voz hizo que me quedara paralizado, la boca en su coño y los dedos enterrados en ella.

 

Sí, sí, tranquila, es que se me ha enganchado una uña.

 

¡Dios mío! ¡Esa era la voz de Mar, no la de Vito! ¡Me había equivocado de tía! Inconscientemente, intenté separarme de aquel coño, había metido la pata hasta el fondo, pero entonces Mar metió una mano bajo la mesa y la posó en mi nuca, apretando con fuerza mi cara contra su entrepierna.

 

Pues venga, date prisa, termina con eso que yo voy a la despensa.
Sí, señora Luisa – dijo Mar.

 

Yo estaba allí, quieto, metido bajo el vestido, con el rostro pegado a un coño, sin saber qué hacer. Escuché los pasos de Luisa que se alejaban. Entonces noté que Mar levantaba un poco el mantel y susurraba:

 

Ahora no te vayas a parar cabronazo.

 

Mientras decía esto volvió a apretar mi cara contra ella. Genial, pues si era eso lo que quería…
Saqué un poco mis dedos de su interior y volví a hundirlos con fuerza, lo que le arrancó un nuevo gemido. El susto había sido importante, así que decidí hacer que se corriera rápidamente.
Comencé a masturbarla con rapidez con mis dedos, los metía y sacaba de su coño, moviéndolos a la vez hacia los lados, aumentando la fricción. Al mismo tiempo absorbí su clítoris con mi boca, estimulándolo con mis labios, mi lengua e incluso mis dientes.
En menos de un minuto Mar alcanzó el clímax. Sus músculos se tensaron, su coño se inundó, de su garganta escapaban suspiros y gemidos. Mientras se corría, volvió a estrujar mi rostro contra si, parecía querer meterse mi cabeza entera por el chocho. Una corrida en toda regla, sí señor.
Por fin, su cuerpo se relajó y quitó su mano de mi nuca. Podía escuchar su respiración entrecortada, mezclándose con mis propios jadeos. Lentamente, salí de debajo de su vestido y me dejé caer en el suelo, sentado. El borde del mantel se levantó y apareció el rostro de Mar, asomándose bajo la mesa.

 

Eres un cabronazo ¿lo sabías? – me dijo.
Lo siento, Mar, me equivoqué de persona – contesté azorado.
Estás loco, si Luisa nos pilla me habrían despedido.
No lo creo.
¿Cómo?
Con ella también he hecho algunas cosas.
Lo dicho, un cabronazo – dijo Mar riendo – Anda, sal de ahí antes de que te pillen.

 

Yo obedecí con presteza. Me arrastré fuera de la mesa y me puse en pié junto a Mar, que se incorporó en la silla.

 

Ay, Dios mío. ¿Qué vamos a hacer contigo? Ya me habían hablado Vito y Brigitte de ti y veo que no exageraban…
Podrías empezar por aquí – dije señalándome el paquete.
Serás sinvergüenza – exclamó Mar sorprendida.
¿Sinvergüenza? ¿Acabo de comerte el coño y me llamas sinvergüenza? Eso es como llamar húmeda al agua.
Eso es verdad – dijo divertida
En serio, Mar, no pensarás dejarme así…
Pues claro que sí – dijo para mi desencanto

 

La moral se me fue a los pies, no podía creerlo. Desesperado, me dejé caer en una silla.

 

¡Maldita sea! – exclamé enfadado – ¡Me van a reventar los huevos!

 

Mar se reía abiertamente, lo que estaba empezando a molestarme.

 

Oye – le dije enfadado – Encima no te rías.
Venga, Oscar, que es broma, después de la corrida que me has proporcionado ¿cómo te voy a dejar así?

 

¡Albricias! ¡Gloria a Dios en las alturas!

 

¿En serio? ¡Gracias! – casi grité – ¡Venga vamos!

 

Me puse en pié de un salto y tironeé de ella agarrándola de una muñeca, pero ella no se levantó.

 

No tan deprisa amiguito – dijo – Antes tendré que decirle algo a Luisa ¿no crees?
Bueno, vale ¿qué hago?
Ummmm. Espérame en el pasillo, frente al baño de atrás.
Vale, pero date prisa – dije señalándome el paquete a punto de reventar.
Vete ya, guarro – rió Mar.

 

Salí como una exhalación por la puerta de atrás y me dirigí al baño donde estaban las bañeras. Esperé nervioso frente a la puerta durante al menos cinco minutos, aunque a mí me parecieron horas. Por fin, Mar apareció al fondo del pasillo, procedente de la cocina.

 

Shisst – siseó – Hay que darse prisa, no tenemos mucho tiempo.
¡Estupendo! – exclamé yo, abalanzándome sobre ella.

 

Mis manos se apropiaron rápidamente de su magnífico cuerpo, recorriéndolo y acariciándolo por todas partes. Mar se agachó un poco y comenzamos a besarnos con pasión, entrelazando nuestras lenguas. Con las manos le desabroché los botones del vestido y enseguida las metí dentro, apoderándome de sus pechos. Con habilidad, abrí el cierre de su sostén y se lo quité con violencia, pues estaba deseando contemplar sus tetas. Abrí bien su vestido, dejándole las domingas al aire y hundí mi rostro entre ellas. Eran unas tetas notables, de buen tamaño, aunque no tan enormes como las de Dickie o Tomasa desde luego. Los pezones estaban erectos, duros como rocas, y no pasó ni un segundo antes de que mis labios empezaran a chuparlos. Deslicé una mano hacia abajo, subiéndole poco a poco el vestido y en cuanto pude, la metí por debajo del borde, buscando su coño totalmente desnudo, pues sus bragas seguían bajo la mesa de la cocina.
Entonces Mar me detuvo, se separó de mí agarrando mis inquietas manos y manteniéndolas alejadas de ella.

 

No, aquí, no, si pasa alguien… – dijo jadeante.
¿Dónde? – pregunté desesperado.
En el baño…

 

Sin pensármelo ni un segundo, abrí la puerta del baño y me precipité dentro, arrastrando a Mar tras de mí. Cerré con violencia la puerta y volví a abalanzarme sobre ella, apretándola contra la misma puerta, frotando mi cuerpo contra el suyo. Poco a poco fuimos deslizándonos hacia el suelo, donde quedamos tumbados, mi cuerpo sobre el de ella.
Yo ya no podía más, así que me puse de pié y empecé a quitarme los pantalones. Mar permanecía tumbada en el suelo, manteniendo el torso ligeramente incorporado pues se apoyaba sobre los codos, observando mis maniobras con un extraño brillo en la mirada. Yo la contemplaba a ella, con la falda enrollada en la cintura, con las tetas por fuera del vestido, con los pezones enhiestos, caliente.
Me bajé los pantalones y los calzoncillos a la vez, librándome de ellos de una patada. Me di cuenta de que Mar estaba tumbada directamente sobre el suelo, así que busqué con los ojos una toalla para que se tumbara. Recorrí con los ojos el baño y me quedé paralizado.

 

Vaya, parece que no mentías cuando decías que te ibas a buscar otra.

 

Estas palabras provenían de Mrs. Dickinson, que reposaba en el interior de la bañera llena hasta arriba de agua y espuma. Con la excitación del momento, ni Mar ni yo la habíamos visto al entrar. Mar se sobresaltó terriblemente, se incorporó de un salto y comenzó a abrocharse el vestido. Sin duda pensaba que la iban como mínimo a despedir.

 

Mar – dijo Dickie – Tranquila chica.
Yo… Lo siento… No… – balbuceó Mar.
Oscar, tranquilízala hombre.

 

Yo me acerqué a Mar y la agarré suavemente por las muñecas.

 

Mar, no pasa nada.
¿Cómo que no pasa nada? Cuando se enteren tus padres me van a matar – dijo ella, asustada.
¿Y quién se lo va a contar? – la interrumpió Dickie.

 

Esas palabras hicieron que Mar se detuviera, se volvió hacia Dickie. Estaba tan sexy con el rostro azorado y las tetas asomando…

 

¿Cómo dice? – preguntó a la institutriz.
Que yo no voy a decir nada.
¿Por qué? – Mar insistía en no creerla.
Porque anoche, aquí el mozo, me aplicó el mismo tratamiento que a ti – respondió Dickie con una gran sonrisa.

 

Mar me miró asombrada; yo me limité a encogerme de hombros.

 

Pero tú… – me dijo alucinada.
Yo… – dije sin saber muy bien qué decir.
Oscar – nos interrumpió Dickie – Eres un auténtico portento.
¿Qué? – inquirí confuso.
Mírate – dijo Dickie señalándome – A pesar del susto no se te ha bajado.

 

Yo me miré la polla y vi que tenía razón. Mi miembro seguía totalmente erecto, con el capullo asomando con un tono rojo espléndido.

 

Es verdad – reí.
Y bueno, niña, no irás a dejar al pobrecito así ¿verdad?
¿Cómo? – dijo Mar aún estupefacta.
Que será mejor que terminéis lo que habéis empezado, o si no este pobre chico va a explotar.
¿Qué?

 

Yo entendí el jueguecito de Dickie enseguida. Me acerqué a Mar por detrás y pegué mi rabo a su culo, mientras llevaba mis manos hacia delante, sobre sus pechos.

 

Yo, no… – Mar no atinaba ni a responder.

 

Como yo necesitaba descargarme ya, decidí no darle la menor oportunidad. Mientras con una mano acariciaba sus pechos, dedicándome especialmente a los pezones, que estrujaba y pellizcaba con delicadeza, llevé la otra hasta su entrepierna, donde apreté con fuerza por encima del vestido. Al hacerlo, un estremecimiento recorrió a Mar, de forma que, inconscientemente, inclinó un poco el torso hacia delante, con lo que su culo se apretó todavía más contra mi erección.
La chica seguía muy cachonda, por lo que no opuso mayor resistencia, así que seguí estimulándola dulcemente. Dirigí la mirada hacia Dickie y vi que ella no nos quitaba ojo de encima. Sus manos se perdían bajo la espuma, pero yo tenía una idea bastante aproximada de dónde debían estar.

 

Helen, por favor – le dije.
¿Sí?
Una toalla…

 

Ella me entendió sin más palabras. Se puso en pié en la bañera, por lo que su esplendoroso cuerpo se mostró ante mí chorreando agua y cubierto de espuma por todas partes. Ver sus impresionantes tetas surgir majestuosas de entre las aguas contribuyó a incrementar notablemente mi calentura, si es que eso era posible. Cogió una toalla que tenía a mano e, inclinándose un poco, la extendió en el suelo frente a nosotros. Tras hacerlo, volvió a sumergirse en el mar de espuma.
Yo, sin parar de acariciarla, empujé levemente a Mar, conduciéndola hacia la toalla extendida. Ella no se resistió en absoluto, y al llegar junto a la toalla, prácticamente se dejó caer de rodillas sobre ella. Al separarse de mí, mi polla bamboleó con aire descarado. Olía a coño y lo quería ya.
Mar se tumbó boca arriba en la toalla, deslizándose lánguidamente. Yo me situé a sus pies y, con delicadeza, le subí el vestido hasta la cintura. Ella separó las piernas, mostrándome su coño, húmedo y excitado, deseoso. Sin demorarme más, me coloqué entre sus muslos, me agarré la polla por la base y la apunté bien a la entrada de su gruta. Lentamente, la penetré.

 

Uffff – gimió Mar.

 

Empecé a bombear en su coño. Era suave y resbaladizo, aquella chica se mojaba muchísimo, era como deslizarse en aceite. Poco a poco fui incrementando el ritmo de mis embestidas y ella el volumen de sus gemidos.
Me incliné hacia delante y mis labios se posaron sobre los suyos. Nos besamos con pasión, nuestras lenguas bailaban entrelazadas al compás del ritmo que marcaban nuestras caderas. Su boca se despegó de la mía, sus manos se posaron en mi nuca, se deslizaron por mi espalda hasta mis nalgas, donde me estrecharon contra sí, clavándome las uñas en el culo, para que yo llegara todavía más adentro, más fuerte.
El ritmo se hacía vertiginoso, pero yo no quería acabar tan pronto, así que poco a poco fui tratando de serenarme. No sé si fue por el cambio de ritmo, pero lo cierto es que cuando me detuve, Mar alcanzó el orgasmo.

 

Sí, así, mi niñoooo… – gritaba.

 

Yo la besé para acallar su voz y ella aprovechó para morderme el labio inferior, pero no me importó. Separó su boca de la mía y enterró el rostro en mi cuello, susurrándome al oído:

 

No pares, no pares, no pares…

 

Mar levantó las piernas y las cruzó a mi espalda, permitiéndome enterrársela lo más profundo posible. Seguí, empujando, embistiendo, disfrutando, después de tantas penurias a lo largo de la mañana, ahora tanto placer.
Apoyé las manos en el suelo y levanté el tronco, para que mi polla penetrara hasta el fondo, bombeando. Abrí los ojos y miré hacia la bañera. Allí Dickie nos contemplaba con el brillo de la lujuria en los ojos. Una de sus manos se estrujaba los pechos mientras la otra se perdía bajo el agua. Aquello era demasiado para mí, me corría.

 

Mar, Mar – jadeé – Quita, me corro…
¡Sigue, sigue, no pares! – berreó.
¡Déjame!

 

Yo tiraba, tratando de sacársela, pero ella cruzó las piernas con más fuerza, apretándome aún más contra su cuerpo, impidiéndome sacarle la polla. No aguanté más y alcancé el orgasmo.
Me corrí directamente en su interior, llenándole el coño de leche. En ese instante me importaba una mierda dejarla preñada, correrse allí dentro era lo mejor del mundo. Mientras eyaculaba, no paré de dar culetazos, de forma que conseguí que Mar alcanzara el clímax por segunda vez, aunque no fue tan intenso como el anterior. En cambio, mi corrida duró casi un minuto, fue increíble.
Finalmente me derrumbé sobre ella, exhausto y por fin sus piernas se descruzaron liberándome. Me eché hacia un lado, quedando tumbado a su lado mientras los dos respirábamos agitadamente. Miré a Helen y ella me dedicó un pícaro guiño que me hizo comprender que también ella se había corrido.

 

Increíble – le dije a Mar mientras deslizaba una mano por su cuerpo.

 

Ella se incorporó y me dio un tenue beso en los labios.

 

Lo mismo digo.

 

Tras recuperar el aliento durante unos segundos, se puso de pié y comenzó a abrocharse el vestido.

 

¿Ya te vas? – pregunté algo decepcionado.
¿Todavía quieres más? – dijo ella divertida.
¡Claro!
¡Joder con el niño! – exclamó mirando a Dickie – ¡Es incansable!
Sí – se limitó a contestar mi institutriz.

 

Una mirada de comprensión se cruzó entre las dos mujeres. Yo las miraba, sintiéndome extrañamente excluido de ese momento.

 

Me voy – dijo Mar – Le dije a Luisa que iba al servicio. Pensará que me he muerto.
Vale – asentí yo.
Además – dijo sonriente – Todavía no sé que voy a hacer para recuperar las bragas.
Je, je – reí.

 

Mar abrió la puerta, pero yo la llamé otra vez.

 

¿Sí? – dijo ella.
El sostén debe andar por el pasillo – dije sonriendo.
¡Oh! – rió ella a su vez – Me había olvidado.

 

Mar salió del baño, cerrando la puerta tras de si. Yo aún tenía ganas de guerra, estaba bastante seguro de que en unos minutos volvería a estar en forma, pero no sabía si Helen querría o seguiría en el mismo plan de por la mañana. Me senté en el suelo y me asomé a la bañera, apoyando los codos en el borde. Miré a Helen sonriente, pero ella, al ver mi expresión, me dijo:

 

¡Ah, no, amiguito! ¡Quítatelo de la cabeza!
Vale, vale – respondí.

 

Me puse en pié y me desperecé, estirando los músculos, mientras Helen me miraba divertida.

 

Oye, Helen.
¿Sí?
¿Puedo bañarme contigo?
¿Cómo?
Mira, estoy todo sudado y ya podría aprovechar…
De eso nada, que te conozco.
Te prometo que no intentaré nada, sólo bañarnos juntos, venga.

 

Helen dudó todavía unos instantes.

 

Mira, yo también estoy cansado. Es sólo bañarnos, será divertido – insistí – Además, mis padres tardarán todavía en llegar.
No sé.
Mira, si te preocupa que alguien vaya a decir algo, las demás chicas también tienen sus secretillos conmigo, así que…
Eres un demonio – dijo Helen riendo – Venga, vamos.

 

Helen se incorporó, quedando sentada en un lado de la bañera, dejándome sitio. Yo me despojé rápidamente de la ropa que me quedaba, los zapatos y la camisa, y me metí dentro rápidamente. El agua estaba tibia. Agarrándome de los bordes de la bañera, fui sentándome lentamente, quedando frente a Dickie. Al estar más incorporada, sus tetas no quedaban bajo el agua, por lo que podía verlas completamente, cubiertas de espuma.

 

Ey, ey, ¿adónde miras? – me dijo.
Lo siento – dije yo – Es que son increíbles, pero tú tranquila, que no haré nada raro.

 

Nos quedamos mirándonos unos segundos, sin decir nada. El silencio podría haber resultado incómodo, los dos allí desnudos, pero no lo era, pues habíamos llegado a un profundo nivel de entendimiento, no había ningún tipo de vergüenza entre nosotros, éramos dos personas disfrutando los placeres de la vida.

 

Te has estado tocando ¿verdad? – le dije de sopetón.
¿Cómo? – inquirió ella, algo sorprendida.
Sí, mientras follaba con Mar, te has hecho una paja.
¿Tú que crees? – dijo ella deslizando las manos por el borde de la bañera y echándose hacia atrás.
Te has puesto caliente ¿eh?

 

Helen se puso seria y me dijo:

 

Creí que habíamos quedado en que no ibas a hacer nada.
Y no voy a hacer nada, tranquila, pero podemos charlar y eso ¿no? Reconoce que es excitante.

 

Aquello pareció convencerla de que yo no iba a intentar nada sin su permiso, así que se relajó un tanto y dijo:

 

Sí que me he puesto caliente, sí.

 

Un inexplicable orgullo se apoderó de mí.

 

¡Estupendo! – exclamé – Y te has tocado ¿verdad?
Claro.

 

Seguimos mirándonos unos segundos, sonrientes.

 

Helen, ¿qué te parece si yo te lavo a ti y tú a mí?
Oscaarrr – dijo en tono de reproche.
¿Qué? Oye, creo que ahora somos amantes, no nos vamos a asustar por algo así. Y ya te he dicho que no voy a hacer nada sin tu permiso.
No sé yo si fiarme de ti – dijo con tono desconfiado.
Te lo prometo.
Bueeno – consintió por fin.
¡Bien! Date la vuelta y ponte de espaldas.

 

Dickie se puso en pié en la bañera. Su espectacular figura surgió de entre la espuma como una sirena del mar. Se dio la vuelta, dejando su trasero frente a mis ojos y después fue sentándose lentamente. Yo separé las piernas para que ella se sentara en medio. No se pegó por completo a mí, sino que dejó cierta separación para que pudiera frotarle la espalda. Se recogió el pelo con las manos y se lo echó por encima de un hombro, para que yo tuviera completo acceso a su espalda. Encogió las piernas y se inclinó hacia delante, abrazándose a ellas, reposando una mejilla sobre las rodillas. Yo cogí una esponja y un jabón y comencé a frotarla cuidadosamente. Como tenía la cara hacia un lado, vi que tenía los ojos cerrados, disfrutando del masaje que yo le hacía.

 

Oscar – me dijo.
¿Sí?
¿Qué tal ha sido?
¿Cómo?
Hacerlo con Mar, ¿cómo ha sido?
Ha sido increíble – respondí sin pensar.
Comprendo – dijo ella y yo creí detectar un ligero tono de decepción en su voz.
¿Sabes qué es lo que me excitó más de la situación? – pregunté.
¿El qué?
Saber que tú estabas al lado masturbándote.
¿Cómo? – dijo sorprendida.
Sí, en serio, aunque me la follaba a ella, no hacía más que pensar en que aquello te estaba excitando a ti.

 

Helen no dijo nada, pero yo sabía que mi respuesta le había gustado. Seguimos así durante unos minutos.

 

Ahora los brazos – dije.
¿Ummmm? – dijo ella.
Los brazos…

 

Helen se incorporó y se echó para atrás, apoyando su espalda contra mi pecho. Yo llevé mis manos hacia delante y comencé a limpiar sus brazos delicadamente.

 

Helen, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
Claro – respondió.
Bueno, verás, es que me gustaría saber cosas sobre ti – dije titubeante.
Tú lo que quieres saber son cosas sobre mis relaciones sexuales ¿eh?

 

Me había calado por completo.

 

Bueno… – dije algo avergonzado – Pensé que sería excitante…
Pregunta – me interrumpió – Pero recuerda tu promesa. Ahora mismo estamos muy a gusto aquí, así que no lo estropees.
Bueno, pero Helen…
¿Sí?
Si me empalmo, espero que no lo tomes como un intento de hacer algo, es que tu culo está pegado contra mi polla y no voy a poder evitarlo – dije pícaramente.
¡Eres un guarro! – dijo ella riendo – Tranquilo, mientras no intentes nada no me enfadaré.
Bien.
Pues venga – me dijo.
¿Qué? – respondí yo, despistado.
Vamos, pregunta.
¡Oh! Claro.

 

Aún tardé unos segundos, pero por fin me armé de valor, tragué saliva y le pregunté de sopetón:

 

¿Cuánto haces que te acuestas con mi abuelo?
Bueno, bueno, allá vamos. Veamosss… Llevo aquí unos dos años, puesss… A los dos meses de estar aquí fue la primera vez creo.
¿Y cómo fue?
Genial, tu abuelo es tan buen amante como tú – dijo sin dudar.
No me refería a eso, sino ¿cómo te sedujo?
¡Ah! Pues si te soy sincera… Es todo muy confuso.
¿Confuso? ¿No te acuerdas? – dije sorprendido.
Pues no muy bien, es parecido a lo que sucedió anoche. No me malinterpretes, no me arrepiento de nada, pero ayer por la tarde yo no podría ni haber soñado con hacérmelo contigo y ya ves lo que pasó. Pues eso, confuso.
Comprendo.
Recuerdo que me invitó a cenar, los dos solos en el salón. Me estuvo hablando, bebimos, fuimos a su cuarto, puso música en la gramola… ¡Y al rato estaba cabalgando como una loca sobre su polla! – exclamó riendo.
¿Y lo hacéis muy a menudo?
Pues sí, no sé, un par de veces al mes o así. Él no me obliga, no creas, unas veces se acerca él, otras lo hago yo, pero eso sí, siempre muy discreto, conmigo no es como con las criadas – me explicó.
¿Cómo?
 
Hombre, ya sabrás que tu abuelo se beneficia a todas las criadas de la casa, ¡todo el mundo lo sabe!
Sí, es verdad.
Por eso cada cual tiene su dormitorio. Eso no pasa en ninguna otra casa, te lo aseguro. Tu abuelo lo tiene todo muy bien dispuesto.
Dime ¿y tú cómo consentiste?
Verás, tu abuelo entiende muy bien a las mujeres, nos conoce perfectamente y a mí me caló enseguida. Me gusta mucho el sexo, pero es difícil practicarlo sin que la gente se entere y piensen que eres sólo una puta. En esta casa he encontrado la oportunidad de dar rienda suelta a mis instintos de una forma muy discreta y ganando más dinero que en cualquier otro sitio.
Ya – asentí.
¡Oye! Ahora que lo pienso, ¡sí que soy una puta! – dijo riendo.
No digas eso.
No, si a mí no me importa. Esta vida es genial, gano dinero, trabajo en lo que me gusta, enseñando a unos alumnos estupendos y encima todo el sexo que pueda desear, ¡incluso más del que puedo desear! – dijo mientras me salpicaba agua al rostro.
¡Ey! – exclamé yo riendo – ¡Quieta!

 

Helen, volvió a echarse para atrás, reclinándose en mi pecho.

 

¿No preguntas nada más? – me dijo.
¿Cómo qué?
Pueeess… No sé. Cuándo fue mi primera vez, o con cuantos me he acostado, ese tipo de cosas suelen gustaros a los hombres, lo sé.

 

Me encantó que me llamara hombre, ya no me consideraba un crío.

 

Vale – dije yo – Veamos. ¿Cuándo hiciste tu primera paja?
¿A un hombre o a una mujer?
¿Cómo? – dije muy sorprendido.
¡Ja, ja! ¡Eso no te lo esperabas!
¡A una mujer! – dije súbitamente interesado.
Vaya, vaya con Oscar.
Vamos, cuenta.
¿Me lo parece a mí o esto se está despertando?

 

Mientras decía esto volvió a incorporarse y llevó su mano hacia atrás, entre mi pecho y su espalda, agarrando mi polla, que efectivamente estaba empezando a despertar.

 

Helen – gemí – Yo no voy a intentar nada, pero si empiezas así…
Tienes razón, perdona – dijo soltándome.

 

Volvió a recostarse en mí y siguió con su historia.

 

Verás, yo de joven fui a un internado para señoritas, al sur de Birmingham.
¿En serio?
Sí. Era un colegio de monjas, bastante estricto.
¿No había ningún hombre?
Había tres o cuatro curas. De hecho a uno de ellos le hice mi primera paja.

 

Mi pene latía desesperado.

 

Pues bien – continuó – Dormíamos cuatro chicas en la misma habitación, en dos literas y bueno…
Bueno ¿qué? – pregunté nervioso.
Cuando alcanzamos la pubertad, algo mayores que tú, pues… nuestros instintos comenzaron a despertar.
Ya – atiné a decir.
Yo dormía en la parte de arriba de una de las literas y cierta noche escuché gemidos provenientes de la de abajo, me asomé y vi a mi compañera, pues eso, haciéndose un dedillo.
¿Cómo se llamaba? – pregunté.
Mary Dickinson.
¿Se apellidaba como tú? – pregunté extrañado.
Sí. Para adjudicarnos las habitaciones las monjas usaban el orden alfabético, así que las dos Dickinson del colegio caímos juntas.
Sigue.
Me bajé de la cama y me senté a su lado. Ella no se dio cuenta de nada hasta que levanté las mantas para ver lo que estaba haciendo.
¿Y?
Tenía el camisón subido hasta el cuello y con las manos se acariciaba el chocho.
¡Guau! ¿Y qué hiciste?
Me quité el camisón y me metí bajo las mantas con ella.
¿No le dijiste nada?
No, no hacía falta. Simplemente nos besamos durante un rato, muy torpemente, ahora me río al recordarlo, pero para nosotras era lo más excitante del mundo.
¡Toma, claro! – exclamé.
Pues eso, después de un rato ella me cogió de la muñeca y llevó mi mano hasta su coño. Fue guiándome hasta que le metí un dedo dentro.
Joder, cómo me estoy poniendo – pensé.
Estuve metiéndolo y sacándolo un rato y ella me decía “¡en la pepitilla, Helen, en la pepitilla!”
¿Pepitilla? – pregunté.
Ella llamaba así al clítoris.
¡Ah!
Así que mientras con una mano la penetraba, con la otra le estimulaba el clítoris.
¿Y no se lo chupaste?
No esa noche no – dijo Helen.
¿Esa noche?
Hubo otras muchas noches, y aprendimos mucho.
¿Te lo hizo ella a ti después? – pregunté.
Claro. Si no hubiera explotado.
¿Y qué tal?
Fue genial, yo ya me había hecho mis pajas, pero no se puede comparar el tocarse con el que te toquen.
Es cierto – asentí.
Frótame por otro lado – me dijo.
¿Cómo? – respondí absolutamente despistado.
La esponja, que me vas a desollar los brazos.

 

Tenía razón, mientras me contaba aquello no había parado de restregarle los brazos. Cogí la esponja y la deslicé hasta su estómago. Comencé a frotarla por delante, pechos incluidos, el jabón en una mano y la esponja en la otra.

 

Ummm – suspiró Dickie – ¡Qué bueno!
Tú sigue contando, que yo seguiré limpiando.
Pero si ya he terminado.
Cuéntame lo del cura.
Vaaalee – dijo remolona – Había varios curas en el colegio, uno de ellos era el director y otro el subdirector. El dire era un cabronazo, pero el otro, el padre Nicholas, era un vejete muy simpático, aunque un viejo verde de cuidado.
¿En serio?
Sí, nos daba clases de religión, y a las chicas nos gustaba mucho ponerlo cachondo.
¿Cómo?
Pueees, de muchas formas. Nos sentábamos en el primer pupitre y nos subíamos la falda, o tirábamos un lápiz al suelo y nos inclinábamos para recogerlo delante de él, cosas así.
¡Qué zorras!
Sí, ¿verdad? – asintió Dickie.
¿Y a ese le hiciste una paja?
Sí. Verás, lo mejor era calentarle cuando nos confesábamos. Le contábamos con todo lujo de detalles las cosas que hacíamos por la noche en los cuartos y él se ponía cachondísimo.
¿En serio?
Sí, incluso en muchas ocasiones le escuchabas masturbarse dentro del confesionario, mientras escuchaba tus pecados.
¡Qué cabrón!
Sí, pero era divertido.
¿Y qué pasó?
Pues cierta vez me pilló especialmente caliente, así que le conté una historia bien jugosa y cuando estaba bien enfrascado en plena tarea, salí sigilosamente del confesionario y abrí la puerta de su lado.
¡Y lo pillaste con la polla en la mano!
Exacto. Se puso blanco del susto, la erección se le bajó de golpe.
¿Y tú que hiciste?
Me metí dentro con él y cerré la puerta. Él sólo balbuceaba, aterrado, y yo le dije que lo había escuchado hacer ruidos muy raros y que había entrado para ver qué le pasaba.
¿Y qué dijo él?
Parecía estar a punto de echarse a llorar, me dio pena, así que no prolongué más su sufrimiento. Me agaché delante de él y se la cogí con la mano. El susto se le pasó de golpe.
¿Y qué hizo?
Nada, me miraba con cara de alucinado. La polla se le puso dura de inmediato. Yo la miraba con interés, porque nunca había visto una. Le pregunté que qué tenía que hacer y él, sin decir nada, puso sus manos sobre la mía y comenzó a subirla arriba y abajo. Después me soltó y seguí yo solita.
¿Se la chupaste?
No, ni se me ocurrió, pero no lo hubiera hecho, era aún muy joven y eso me hubiera dado asco. Eso lo aprendí con el padre Stephen, el director.
¡Joder, Helen! – exclamé, mi polla era ya una barra de acero apretada contra su espalda.
Aquella vez no duró ni un minuto. Se corrió como un animal y me puso perdida. Era hasta divertido verle disculpándose conmigo mientras me limpiaba con un pañuelo.
Has dicho aquella vez, ¿hubo otras?
Pues claro, con él fui perfeccionando mi arte. Además, aprobé religión sin tener que estudiar ni lo más mínimo.
¿Y sólo le hacías pajas? – pregunté.
Bueno, en alguna ocasión consentí que me tocara un poco las tetas, ya entonces las tenía más grandes que las demás niñas.
Me lo creo – asentí mientras sopesaba sus pechos con las manos.
Estáte quieto – rió Helen – E incluso una vez me hizo una paja.
¿Sí?
Sí, mientras me tocaba las tetas metió una mano bajo la falda y dentro de las bragas. Yo estaba muy cachonda. Así que le dejé hacer. Era bastante torpe, se ve que no tenía mucha práctica, pero el morbo del momento hizo que me corriera como una burra. Lo gracioso fue que él también se corrió sin tocársela siquiera.
¿La tenía fuera?
No, no. Se corrió dentro de los pantalones, debió ponerse perdido.
Helen, desde luego que eras una puta – le dije.
Bueno, hacía lo que podía por pasármelo bien.
 

 

Yo ya había soltado la esponja y el jabón y me dedicaba a acariciar sus enormes senos, prestando especial atención a sus pezones.

 

Y ¿cómo fue lo del director?
Pues fue un caso de chantaje.
¿Cómo?
Una noche nos pilló a mí y a Mary en la cama juntas.
¿Entró en el cuarto así sin más?
Sí, ya te he dicho que eran muy severos.
¿Y qué pasó?
Al día siguiente me hizo ir a su despacho y me amenazó con la expulsión.
Y te dijo que o te acostabas con él o te echaba ¿no?
No, no fue así. Resulta que el padre Nicholas había intercedido por mí, así que lo iban a dejar en 20 azotes.
¿Azotes? – pregunté asombrado.
Sí, pero a Mary la iban a expulsar.
¿Por qué?
Porque era la segunda vez que la pillaban. En otra ocasión la encontraron en un baño con otra chica.
¡Joder con Mary! ¡Qué guarra! ¿Te traicionaba?
Oye, que no éramos pareja ni nada, yo también me lo hacía con otras chicas.
Comprendo – dije – ¿Y qué pasó?
Me hizo apoyar las manos en su mesa y echar el culo para atrás. Cogió una vara y me dio cinco azotes con ella.
¡Madre mía!, debió de dolerte un montón ¿verdad?
Ya te digo. Tras los cinco primeros hizo una pausa, pues llamaron a la puerta. Él entreabrió la puerta y habló con alguien de fuera, pero sin abrir por completo.
¿Por qué? – dije extrañado.
Eso me pregunté yo. Entonces me di cuenta de que el nabo se la había puesto bien duro dentro del pantalón.
¡Menudo cabronazo!
Sí, pero me di cuenta de que así podría salvar a Mary.
¿Qué hiciste? – pregunté interesadísimo, mientras no paraba de amasar sus tetas.
Cuando volvió me incorporé y le dije que la vara podía romperme el uniforme. Él se quedó muy sorprendido y me dijo que qué quería hacer, así que me levanté la falda y me la sujeté en la cintura.

 

Yo estaba absolutamente a mil, me descontrolé un poco y empecé a estrujar sus pezones con demasiada fuerza.

 

Oye – me dijo – Que me haces daño.
Perdona – dije despertando – Sigue, sigue.
El tío se quedó alucinado, pero yo podía ver la lujuria en sus ojos. No me equivoqué, decidió seguirme el juego. Me dijo que si me daba con la vara sin la falda me iba a hacer heridas, y que no era esa su intención, así que yo le dije que me diera con la mano.
¿Y te hizo caso?
Vaya que sí. Volví a mi postura, con las manos sobre la mesa, pero la falda se desenrollaba, así que me la sujeté con una mano. Pero claro, al apoyarme en una sola mano, me caía cuando él me daba, así que tras darme tres azotes me dijo que mejor sería hacerlo sobre sus rodillas.
¡El hijo de puta! – exclamé.
Fue a la puerta y echó el cerrojo. Yo sabía que de allí no me escapaba, así que tenía que intentar ayudar a Mary. El cura se sentó en una silla y se palmeó el regazo. Yo apoyé el busto en sus piernas y él me subió de nuevo la falda, echándola sobre mi espalda y comenzó a darme azotes de nuevo.
¿Te dolía? – la interrumpí.
No mucho. Verás, él me golpeaba con la mano abierta y la dejaba sobre mi nalga, apretando fuertemente a continuación. Cada azote duraba segundos, entre que me golpeaba y que me magreaba el culo. Yo notaba su polla apretando contra mi vientre, el tío estaba a punto de estallar.
¿Y qué hiciste?
Metí una mano bajo mi cuerpo y le agarré la polla con fuerza por encima del pantalón. Me preguntó que qué hacía y yo le respondí que haría todo lo que él quisiera si no expulsaba a Mary.
¿Y aceptó? – inquirí.
Comenzó a insultarme, me llamaba puta, golfa, hija de Satanás, sin parar de azotarme el culo. Ahora sí dolía, pues eran golpes rápidos, secos.
¿Y?
Yo no le solté la polla en ningún momento, apretándola cada vez más; debió de darme 30 o 40 azotes, hasta que finalmente se corrió dentro del pantalón.
¡Joder!
Me dijo que me marchara. Yo me fui a mi cuarto, llorosa, con el culo tan dolorido que no me pude sentar bien en una semana. Mary estaba allí, esperándome.
¿Se lo dijiste? – pregunté.
No, sólo le dije que me habían azotado.
¿Y qué pasó con ella?
Al poco rato la llamaron al despacho del director.
¿La expulsaron?
No, 20 azotes con la vara – dijo Helen.
Comprendo.
Días después, el director volvió a llamarme.
¿Te pegó?
Alguna vez repetimos el numerito de los azotes, pero no en esa ocasión. Tenía otros planes en mente.
¿Qué hizo?
Me obligó a arrodillarme frente a él, mientras estaba sentado a su mesa y tuve que mamársela.
¡Cabrón!
¡Bah! No estuvo tan mal, el tío era hasta guapo, no te creas y aunque en aquella primera ocasión lo pasé mal, después fui cogiéndole el gusto.
Ja, ja. Cuenta.
Me dijo que se la lamiera como si fuera un caramelo, yo lo hice así durante un rato, agarrándola por la base y dándole lametones. Pero después hizo que me la metiera en la boca, puso sus manos en la cabeza y comenzó a empujar arriba y abajo.

 

Yo estaba a punto de reventar.

 

Mientras me movía la cabeza, no paraba de insultarme, puta era lo más suave que me decía, parece mentira que fuera un cura.
Madre mía – pensaba yo.
Cuando se corrió, me sujetó la cabeza con fuerza, haciendo que me lo tragara todo. Después me dejó reposar un rato, me sentó en su regazo, de espaldas a él y empezó a magrearme por todos lados. Cuando por fin se empalmó de nuevo, me tumbó en la mesa y me la metió sin muchos miramientos. La verdad es que me dolió bastante.
Menudo cabronazo. ¿Qué ganaba haciéndote daño?
Está claro que al tío le excitaba dominarme, pero no creo que me hiciera daño al follar aposta. Se ve que, al ser cura, no tenía mucha experiencia, por lo que era bastante torpe. Después, cuando fuimos repitiendo, aprendimos bastante los dos.
¿Te acostaste con él muchas veces?
Bastantes. A cambio aprobé varias asignaturas sin estudiar, así que algo saqué. Además, con él aprendí a mamarla como te lo hice anoche.
¿En serio?
Sí, cuando yo no tenía ganas de sexo se la chupaba así, a toda velocidad y acababa enseguida.
¿Y lo del estrujón en los huevos también? – pregunté riendo.
¡Ah, eso! – rió Dickie – Pues sí, justo el día en que terminé allí mis estudios el padre Stephen me llamó a su despacho para darme personalmente el “diploma”. Cuando estaba a punto, ¡ñac! Apretón en los huevos. Puedes creerme si te digo que lo tuyo fue suave comparado con lo que le hice a él.
¡Joder!
Bueno, amiguito, ya está bien de historias – dijo Helen.

 

Se agarró a los bordes de la bañera y se puso en pié. Se dio la vuelta y su coño, lleno de espuma, quedó frente a mí. Yo me quería morir.

 

Venga, ahora hay que lavarte a ti, ponte de pié.

 

Yo obedecí, pesaroso, pues no esperaba alivio por su parte. Mi pene era una vara hinchada, que latía dolorosamente.

 

Vaya, vaya, cómo estamos – dijo riendo.

 

Se agachó frente a mí, buscando la esponja y el jabón bajo el agua. Al hacerlo, su culo quedó casi pegado a mi cipote y juro por Dios que estuve a punto de clavársela de un golpe. Por fin, encontró los utensilios de limpieza y comenzó a asearme el cuerpo. Como era más alta que yo, se arrodilló frente a mí. Me frotaba con vigor, para limpiarme bien, pero lo que conseguía era que sus tetas bamboleasen al ritmo del lavado, por lo que el suplicio era todavía mayor.

 

A ver separa bien las piernas – me decía.

 

Y yo allí, con las piernas separadas mientras ella me pasaba la esponja entre los muslos, limpiando mis huevos, mi culo, y entre tanto, mi polla con una erección de campeonato y justo delante de sus ojos, era cruelmente ignorada, como si no existiera.
Por fin concluyó el aseo. Yo esperaba que me dejara así, empalmado, pero, afortunadamente, Dickie tenía otros planes.

 

Anda bribón, siéntate ahí – me dijo.

 

Yo le obedecí con rapidez, y me senté en un poyete que había junto a la bañera, en el que colocábamos el jabón y las esponjas. Se arrodilló frente a mí y pensé que iba a chupármela, pero Helen tenía otra idea en mente. Se enjabonó bien las manos, haciendo bastante espuma. Cuando lo hubo logrado, comenzó a pajearme, haciendo espuma también sobre mi rabo. Mientras lo hacía, repetía el proceso en sus tetas con su otra mano, llenándolas bien de espuma.

 

Helen, ¿qué haces? – indagué.
Ahora verás – me dijo.

 

Acercó su torso hacia mí y colocó mi polla justo entre sus dos tetas. Por fin comprendí sus intenciones, y desde luego no podía estar más de acuerdo con sus maniobras. Helen se sujetó las tetas con las manos, apretándolas entre sí y atrapando mi torturado miembro entre ellas. Parece mentira lo mucho que eran capaces de estrujar aquellas dos aldabas.
Lentamente, comenzó a subir y bajar sus tetas sobre mi polla. La espuma hacía que resbalasen suavemente, era una sensación deliciosa, nueva. Poco a poco fue incrementando el ritmo de sus tetas, arriba, abajo, abajo, arriba, era enloquecedor. Me estaba follando a un par de tetas.
Dickie doblaba el cuello hacia abajo y estiraba la lengua al máximo, de forma que al subir, la punta de mi polla era lamida deliciosamente. Aquello era increíble, era un coño con tetas y lengua.
Estoy seguro de que en otras circunstancias habría aguantado mucho más (de hecho, a lo largo de los años me han hecho cientos de cubanas y así ha sido), pero aquella mañana, en aquel baño, y tras las historias de Dickie, me habría corrido igual conque me hubiera rozado. Así que no habían pasado ni dos minutos cuando empecé a correrme de nuevo.

 

¡Joder, qué bueno! ¡Qué bueno! – gritaba yo.

 

Los lechazos salieron disparados de mi cipote, impactando en el rostro y pecho de Dickie. De todas formas, no quedaba demasiado semen en mis pelotas después de las juergas de la noche anterior y de esa misma mañana, así que no la manché demasiado.
Tras correrme, mi polla no tardó mucho en quedar reducida a su mínima expresión, cansada y satisfecha. Tras el nuevo orgasmo, quedé absolutamente exhausto, las rodillas no me sostenían. Me bajé del poyete, deslizándome de nuevo en la bañera. Dickie, de rodillas frente a mí, sumergió sus manos en el agua, para limpiarse el cuerpo de mi semen. Cuando terminó, nos quedamos mirándonos el uno al otro, satisfechos.

 

¿Te ha gustado? – me dijo.
¿Estás de guasa? – contesté – Nunca había hecho algo así, es genial.
Me alegro. La verdad es que me gustaría hacer otras cosas, pero como te dije, me duele todo.
Gracias – le dije acariciándole una mejilla.
De nada – respondió sonriente.
Vamos a enjuagarnos – dije.
Vale.

 

Por turnos, fuimos echándonos por encima los cubos de agua que había allí el uno al otro, quitándonos así los restos de espuma. Tras terminar, cada uno cogió una toalla y se dedicó a secar el cuerpo del otro. Una vez hubimos terminado, nos vestimos, ella con un albornoz y yo con mi ropa.
Dickie se asomó con cuidado al pasillo y, tras asegurarse de que no había nadie, me indicó que saliera. Yo la obedecí presuroso, procurando no hacer ningún ruido. Eso sí, antes de salir me puse de puntillas y besé su sonrisa.
Como el baño estaba en la parte trasera de la casa, salí por la puerta de atrás, rodeé el edificio y volví a entrar por la principal. Como un rayo, subí las escaleras y me refugié en mi cuarto, donde me pasé el resto de la mañana leyendo, escondido para que nadie viera mi pelo mojado.
Un rato después, mi familia regresó en el carro. Yo salí a recibirlos, con el pelo casi seco, claro. Los saludé uno por uno y así pude notar que todos tenían aspecto de estar bastante cansados, cosa lógica por otro lado, pero también me llamó la atención el aspecto serio de mis dos primas, lo que me hizo temer que algún nuevo incidente con Ramón se había producido. Decidí indagar después del almuerzo.
Continuará.
TALIBOS
 
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Relato erótico: “Diario de George Geldof – 3” (POR AMORBOSO)

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Diario de George Geldof – 3

Cuando me aparté de la cerradura, Desireé entendió que había terminado, se levantó, me tomó de la mano y me llevó a mi habitación. Allí me recostó sobre la cama, se desnudó y se puso a mi lado, siguiendo con su tarea anterior, es decir, chupando mi pene.

Ahora, con toda mi atención dedicada a ello, pude sentir lo que eran unos labios chupando, una lengua lamiendo y una mano acariciando mis testículos.

La sentía entrar y salir de su boca con una suavidad que nunca hubiese podido imaginar. Cuando llegaba a la punta, me daba unos lengüetazos en la punta que me hacían ver el cielo, para volver a introducírsela hasta dentro totalmente.

Yo gemía despacito disfrutando de esas nuevas sensaciones.

Se colocó sobre mí, a caballo y metió mi pene en su hendidura, comenzando a frotarse contra él. Yo notaba que entraba y salía de ella, así como el calorcito que emanaba. Al mismo tiempo, notaba cómo mis testículos se iban humedeciendo.

-¿Te estás haciendo pis? –le pregunté bajito.

– No, ¿por qué?

– Porque desde tu hendidura cae algo que moja mis testículos.

-¿Testículos?, llámelos huevos, mi hendidura se llama coño y su pene se llama polla. –eso me aclaró mejor el vocabulario que había escuchado anteriormente.

– Es mi flujo. Cuando las mujeres estamos excitadas, generamos este líquido para facilitar la penetración. A muchos hombres les gusta lamerlo. ¿Quiere probarlo? –yo negué con la cabeza.

Ella seguía moviéndose, alternando movimientos circulares con otros arriba y abajo, mientras me decía.

– ¡MMMMMMMM! ¡Cómo roza mi clítoris! Lo tengo ya como un garbanzo

– ¡AAAAAHHHHHH! –decía a mi oído- ¡Estoy apunto de explotar! Acarícieme las tetas y fróteme los pezones!

Procedí a hacer lo que me indicaba, según recordaba cómo lo habían hecho mi padre y mi hermano, hasta que:

-¡ASIII, ASIII, ME CORRRO! ¡MMMMMMMM! ¡AAAAAAGGGGGG! –cayendo sobre mi.

Se recostó a mi lado y me dijo:

-Ha sido uno de los orgasmos más morboso e intenso que he tenido. ¿Quiere que siga con usted, señorito?

-Ahora preferiría que no, la tengo un poco irritada.

-Si, será lo mejor, además, todavía es usted demasiado joven para llegar a tener un orgasmo. A partir de ahora, cuando el señor desee que pasemos un rato juntos, solamente tiene que hacerme una señal, y yo sabré lo que desea.-(¿Señal? ¿Mi hermano?)- Pero será mejor que nos juntemos en mi habitación, a la hora en la que sus padres descansan tras la comida.

– Si – asentí yo. Las habitaciones de los criados estaban en un piso bajo la buhardilla, por lo que era el sitio más alejado de todas las habitaciones.

Dicho esto, me dio un suave beso en los labios, se vistió y se fue. Yo me limpie los labios con la sábana y me dormí al instante.

Al día siguiente me desperté tarde, pero me encontraba feliz. Enseguida me vino a la cabeza la noche anterior y empecé a sentir la curiosidad de repetir otra vez.

En el desayuno, le hice una seña a Desireé, a la que respondió con un gesto de asentimiento. Después de eso, ya no recuerdo lo que pasó hasta después de la comida de medio día, cuando mis padres se retiraron a descansar. Fue entonces cuando me llamó y la seguí hasta su habitación.

Una vez metidos en ella, procedió a desnudarse completamente, permitiéndome comprobar cómo era a la luz del sol. Era una joven de unos 16-17 años, sus tetas eran puntiagudas y tiesas, no como las de mi madre, redondeadas y algo caídas. Su culo era muy redondo con los dos cachetes sobresaliendo. Las piernas normales, más delgadas que las de mi madre, y tan separadas en las ingles que mostraba (toda la hendidura) todo el coño con un montón de pelo, aunque mucho menos que mi madre.

-¿Le gusta mi cuerpo? -me preguntó mientras se contoneaba y pasaba sus manos por todas partes.

-Si. –le dije. Para que iba a decirle que no me decía nada, que solamente estaba allí por el gustito que había sentido cuando me la chupaba. Y que, además, no podía incluirla en mis juegos.

-¿Ha estado ya con alguna chica? –me preguntó.

-No, con ninguna, si no tenemos en cuenta lo de anoche.

-Pues no se preocupe, que yo le enseñaré.

Se acercó a mí y se arrodilló delante para estar a mi altura y comenzó a quitarme la ropa. Empezó a quitarme los zapatos y las medias. Soltó mis pantalones, que cayeron al suelo y los retiró de mis pies. Desabrochó mi camisa, la abrió y, mientras me la quitaba, comenzó a darme besos por mi pecho, y sobre todo, a darme lengüetazos en las tetillas. Ese tratamiento que me estaba dando……, empezaba a gustarme.

Siguió bajándome los calzones, de los que saltó mi pene polla totalmente tiesa y retirándolos, mientras me decía:

-¡Vaya, qué tenemos aquí! ¡Si hasta parece que se alegra de verme!

Yo creo que me sonrojé.

-Lo primero –me dijo- vamos a besarnos. ¿Sabe besar en la boca?

-No, no me gusta, me da asco

-Bueno, seguramente más adelante le parecerá otra cosa y tendrá más interés. Entonces le enseñare cómo excitar a una mujer. Yo te le iré diciendo y usted lo va haciendo.

-¡Pero a mi me gusta que me la chupes!

-Eso después. Para disfrutar con una mujer y que haga lo que usted quieras, tiene que excitarla primero, y luego podrá pedirle casi cualquier cosa.

-Valeee.-dije no muy convencido.

-Acérquese y vaya dándome besitos por el cuello, como se los da a su madre en la cara o a las señoras que vienen en la mano.

Yo comencé a darle besos, mientras ella me corregía cuando no lo hacía bien.

-Lámame y chúpeme el lóbulo de la oreja.

Tampoco me gustaba, pero ya lanzado, no me importó.

-Tome mis tetas con las manos, acarícielas y amáselas mientras sigue besándome.

Yo no sabía como acariciarlas, ni lo que era amasarlas pero ella me enseño.

-Vaya bajando con sus besos y chúpeme los pezones, acarícielos con la lengua…

-Chúpese bien el dedo medio ….

-Ahora páselo con suavidad por mi coño. Manténgalo siempre húmedo. Nunca se lo ponga a una mujer ahí si está seco y más si ella no está excitada.

Le pasaba el dedo muy suavemente, sin dejar de acariciar y chupar su teta y pezón. A ella debía gustarle, porque emitía algún que otro gemido.

Noté que conforme iba pasando el dedo la carne se separaba y ella gemía más. Yo me lo chupaba y volvía a la carga.

De repente, noté que en la parte superior había aparecido un botoncito, como uno de los pezones.

-¿Tienes otro pezón aquí?

-No, eso es el clítoris –me dijo entre tomas de aire mientras lo frotaba-, trátelo con cuidado, es uno de los puntos que más excita a una mujer.

Estuvimos mucho rato con estas enseñanzas. Nos acostamos en su cama. Me hizo repetir muchas de las acciones, hasta que me dijo:

-Chúpeme el coño y lama mi clítoris.

Yo, que en ese momento me encontraba chupando un pezón, me aparté y dije:

-Puagggg, que asco. Ni hablar. Me da mucho asco.

-Es algo que tendrá que aprender, no es nada malo y a las mujeres nos gusta mucho. Además, si quiere que se la chupe, tendrá que hacer lo mismo conmigo.

Así que no me quedó más remedio que hacerlo. Primero empecé a pasarle la puntita de la lengua por el clítoris, dando pequeños toques. Como no pasaba nada (sólo que ella gemía), empecé a bajarla, agitándola como me había enseñado con los pezones. Entonces empecé a notar un sabor extraño pero no desagradable, por lo que seguí recorriendo su coño de arriba abajo y de abajo arriba.

Hubo un momento que me pidió que metiese la lengua, pero no debió de gustarle mucho, porque me pedía ¡más adentro! Y yo ya no podía más, así que cambió de táctica y me pidió que chupara el clítoris y que metiera el dedo medio en el coño, con la yema hacia arriba y que frotase la parte superior.

Cuando lo hice, comenzó a gemir y a moverse como una poseída hasta que noté que soltaba una fuerte cantidad de flujo y dejaba de moverse, como si se hubiese quedado muerta, pero respirando fuerte..

Cuando volvió en si, me dijo:

-Ahora le toca a usted.

Y sin más, tomó mi (pen) polla y empezó a chuparla, acariciarla, lamerla, sin abandonar a mis (testi) huevos, que también fueron atendidos. (Tachados en el original)

A mi esto me gustaba, y recordando las escenas con mi hermano, le pedí que se colocase encima mío para comerle el coño otra vez, para lo que le faltó tiempo, por lo que, al momento, yo estaba lamiendo su coño y metiendo dedos en él y ella chupando mi polla y huevos con mucho interés, mientras me pedía que le diese fuertes palmadas en el culo.

Ya se me estaba haciendo largo y ella se había corrido (esto me lo explicó sobre la marcha) dos veces, cuando propuso cambiar de posición, tras aceptar por mi parte, se puso de rodillas, a cuatro patas y me pidió que se la metiera por el culo.

-¿Por el culo? –dije yo.

-Si, -me respondió- es lo bastante pequeña para no hacerme daño y lo suficiente para darme placer.

-¡No me gusta! – dije yo – me parece asqueroso.

-¡Todo le parece asqueroso y no le gusta!. ¡Si sigue así, tendrá que buscarse otra, y dudo que le aguante! ¡Estas cosas nos gustan a todas y también tendrá que hacerlo!

Así que no me quedó más remedio que ocultar mi vergüenza por tenerla tan pequeña y, de rodillas tras ella, meter mi polla en su culo, a pesar del asco que me daba, y empezar un suave meneo.

Ella se adapto a mis vaivenes y empezamos un mete-saca muy placentero para ambos, ya que los dos gemíamos casi a la par, hasta que ella debió tener un orgasmo, porque tras un fuerte gemido, quedó tumbada, dejándome con la polla al aire, toda tiesa.

-¡No puedo más! –me dijo- Dejémoslo para otro día.

-Como quieras, -dije yo- Yo también estoy cansado.

Se vistió, me ayudó a vestirme y que no se me notase nada y me acompañó hasta el cuarto de juegos, donde un rato después entró mi madre toda sofocada y pidiendo que le trajesen una jarra de agua.

El tiempo fue pasando. Cuando pasaban unos cuantos días volvíamos a quedar, aprovechando para enseñarme todo a cerca del cuerpo femenino y el masculino, en lo relativo a las relaciones sexuales. Con ella me convertí en un experto.

Desde los diez años, mi madre me cambió la habitación en el otro ala de la casa, donde se alojaban las visitas de hombres solteros cuando venían y tenían que hacer noche. Esto significaba que, habitualmente, no había nadie que nos oyese o pudiera darse cuenta de lo que ocurría, lo cual favoreció en mucho nuestra relación, ya que prácticamente, Desireé venía cada noche a “enseñarme” o a practicar cosas nuevas que oía del resto de la servidumbre, entre otras, el beso al que anteriormente me había negado y que me encantó.

Cuando tenía doce años aproximadamente, una de las veces en las que estábamos disfrutando de nuestra intimidad, se produjo un cambio importante en mi fisiología.

Ella estaba boca arriba sobre la cama, con el culo levantado con almohadas, con mi polla metida en su culo, el pulgar en su clítoris y dos dedos en su coño.

Yo entraba y salía, primero despacio, pero poco a poco, empezó a gustarme más, hasta que empecé un ataque frenético, mientras movía mis dedos al mismo tiempo, que incrementaba mi placer.

Ella gemía cada vez más fuerte. Me di cuenta que tuvo dos orgasmos, hasta que, de repente noté una extraña sensación que me recorría el cuerpo y se concentraba en mi polla, hasta que, de repente, sentí que algo se avecinaba. Empecé a temblar y una sensación como de mil hormigas corriendo por mi uretra y me fuera a orinar, llenó mi pene.

Lancé un largo gemido y caí sobre ella, permaneciendo un rato hasta que se calmó mi respiración.

Aparté la cabeza de Desireé nervioso, y ella me dijo:

– ¿Qué te ocurre?

– ¡He sentido una sensación muy rara pero agradable en mi pene!

– ¡No lo habías sentido antes!

– No, es la primera vez. –Y le expliqué mis sensaciones.

– Eso que has tenido es un orgasmo, y si tú quieres, en los próximos días tendrás muchos más.

– Pero no ha salido esa cosa blanca que les sale a los mayores

– Todavía tardarás un tiempo, pero ya saldrá. Tendrás que tener cuidado para no dejar a ninguna embarazada. Te convendrá terminar la boca o en el culo siempre que puedas.

– Yo encantado, pero …. Ya que estamos, ¿Podríamos volver a repetirlo? ………

**********************

Al mismo tiempo, las familias más importantes de la zona, e incluso las menos importantes, siempre que tuvieran hijas casaderas, empezaron a visitar a mis padres con más frecuencia, a raíz que las noticias que llegaban desde Londres informando de la carrera que mi hermano estaba haciendo allí, además de que se le auguraba un buen futuro en política y se comentaban las estrechas relaciones que mantenía con el rey y altos dignatarios de la corte.

Una de ellas eran los condes de Dankworth, con dos hijas: Mary Anne y Claudine, de 20 y 18 años respectivamente.

Por aquel tiempo yo sólo pensaba en disfrutar de las nuevas sensaciones que mi cuerpo me proporcionaba. Si no estaba con Desireé, buscaba un lugar apartado para disfrutar a solas, porque ya sabía que agarrando mi polla con la mano y dándole un movimiento de vaivén, crecía mi excitación y llegaba a un orgasmo. Así conseguía unos cuatro o cinco diarios.

Cuando venían, mi madre me tenía encargado entretener a las niñas, lo cual me obligaba a participar de sus juegos, ya que los míos no les gustaban. Además de dar grandes paseos alrededor de la casa. Me desagradan esas visitas, ya que no podía dedicarme a mi actividad relajante.

Cuando se iban, hacía la señal a Desireé y nos íbamos a mi habitación, donde empezaba con una mamada y terminaba con una enculada, solo para calmarme. Luego, por la noche, terminaba lo empezado hasta quedar ambos satisfechos.

Uno de los días de visita de los condes de Dankworth y sus hijas, mientras intentaba entretenerlas en el jardín, rogando para que se marcharan pronto y poder irme a disfrutar un rato, Mary Anne me preguntó:

-¿Ves mucho a tu hermano?

-Algunos domingos y las pocas veces que se toma un par de días de descanso. –le contesté.

-¿Y cuando viene, le hablas de nosotras?

-No. ¿Por qué habría de hacerlo?

-Pues, porque nos gustaría hablar con él también cuando venga, y así divertirnos todos juntos.

-¡No creo que tenga mucho interés! Cuando viene sólo habla de la vida de Londres, se interesa por las fincas y poco más.

-Bueno……. Verás ……… Es que ….. ¿Nos guardarías un secreto?

– Pues si, ¿Cuál es?

Después de hacerme prometer mil cosas y hacer cientos de tonterías, me dijo.

-Verás … a mi hermana y a mi nos gusta tu hermano.

-¿Y qué?

-Que nos gustaría que le hablases bien de nosotras.

(-Porqué tienen que ir detrás de mi hermano, teniéndome a mi aquí. A ver qué les puedo sacar. –pensé) y le dije:

-¿Porqué tendría que hacerlo? ¿Qué saco yo con eso?

-No sé…. Lo que quieras ….. ¿Qué … quieres?

Después de pensarlo un rato y varias veces a punto de decirlo, lo solté a bocajarro mientras el corazón se me salía por la boca de los nervios:

-Quiero que cuando vengáis nos vayamos a un sitio apartado, y pueda disfrutar de vuestros cuerpos desnudos.

-¡¡¡¡ Queeeeee!!!

-Lo que habéis oído. Eso o nada. –me atreví a decir. Y menos mal, porque ya no me salían más palabras.

-¡¡¡Eres un cerdo!!! ¡¡¡Se lo diremos a nuestros padres!!! ¡¡¡Grosero!!! ¡¡¡Pervertido!!! ….

Yo me di media vuelta (mas para que no viesen lo rojo y avergonzado que estaba) y me alejé hacia una casita de aperos cercana, donde me metí para ocultar mi vergüenza, mientras veía que ellas se dirigían a la casa.

Allí esperé a que viniesen mi padre y el de ellas a matarme. Pasó el tiempo y nadie vino, sin embargo al cabo de un buen rato, oí que montaban en el coche y que los caballos se ponían en marcha. Volví a la casa a cuya puerta todavía estaban mis padres y oí a mi madre que decía George, lávate y ponte ropa limpia para cenar, y se metieron dentro.

-De momento, no ha pasado nada.-me dije con un gran suspiro.

**********************

Al jueves siguiente, hicieron una nueva visita, pero yo, que los esperaba, vi a tiempo el carruaje y me refugié en las caballerizas, donde me puse a cepillar a mi caballo.

Cada una por separado buscó el momento de encontrase a solas conmigo para tratar de negociar. En cuanto vino la primera y me dijo “Podemos hablar …”, sola, sin los padres, me dije “Sigue interesada. No ha dicho nada”. Así que volví a jugármela y les dije que tenían que ponerse de acuerdo y venir las dos para exponerles la situación conjuntamente. Pero como ya era tarde, lo dejábamos para el próximo día, y que anunciasen que nos iríamos a merendar a la fuente. (fue lo primero que se me ocurrió, y parece que no fue una mala idea). Ambas aceptaron y se marcharon. Mientras yo me calmaba con Desireé, a la cual, con la excitación, no conté nada en ese momento, y luego pensé, egoístamente, ¿Y si no le gusta y me rechaza? ¿Y si lo de las hermanas no funciona? ¿Con qué me quedaba yo? Por tanto, decidí seguir sin contárselo.

Yo tuve varios días para pensar en mi propuesta concreta y qué era lo que les iba a exigir, llevándolas a donde quería pero sin forzarlas para que no se echasen atrás.

Volvieron a la semana siguiente y tal y como habíamos quedado, nos prepararon en la cocina una cesta con merienda y en las caballerizas un caballo muy tranquilo, con un coche descubierto, en el que nos subimos los tres y partimos camino de una fuente no muy lejana

Realmente no era una fuente, sino un pequeño salto de agua de un riachuelo, que con los años había formado un pequeño remanso, poco profundo, donde íbamos a bañarnos mi hermano y yo, a cuyo alrededor había crecido una alfombra de hierba blanda.

Durante todo el camino solamente hablamos del camino, del paisaje, de cómo era el lugar, su tranquilidad, su soledad, etc.. Cuando llegamos, bajé y ayudé a bajar a ellas, bajé también la comida, ellas extendieron una manta y colocaron un mantelito, comenzando a sacar la comida a base de pollo frío y similares, elogiando la buena pinta que tenía todo.

Nos sentamos, ellas una a cada lado mío, y les dije:

-Bueno, ya que estamos aquí, asumo que habéis aceptado mi propuesta. ¿Es así?

-Lo hemos hablado, y si tú nos das tu palabra de hablar con tu hermano a nuestro favor, ahora nos desnudaremos para ti.

-No lo habéis entendido. Lo que yo quiero es que vengáis a verme todas las semanas, nos vendremos aquí o a otro lugar, incluso en habitaciones de la casa, os desnudareis y permaneceréis desnudas hasta que nos vayamos, mientras tanto, os preocupareis de darme placer de todas las formas posibles y me dejareis disfrutar de vuestros cuerpos a mi gusto, mirando, tocando o como quiera. Yo, a cambio, hablaré muy bien de vosotras, sin exagerar para no levantar sospechas, y si accede, concertaría una cita con vosotras.

-Pero nosotras no podemos aceptar eso, queremos permanecer vírgenes hasta el matrimonio.

-Como podréis comprobar, hay muchas formas de disfrutar y permanecer vírgenes. –(Ya veremos), pensé yo- Pero no es necesario que vosotras disfrutéis si no queréis, basta con que lo haga yo.

Sin dar más tiempo a reflexionar, le dije:

-¡Venga, desnudaos deprisa, que no tenemos todo el día! ¡Vamos! ¡Vamos!

Ellas se miraron y comenzaron a descalzarse y quitarse las medias.

-Desnudaos siempre de pie. Quiero veros bien.

Ambas se levantaron y siguieron desnudándose. Iban a la par, se quitaron las faldas, seguidamente las enaguas, los corpiños, con los que tuvieron que ayudarse mutuamente, quedándose con una camisola y unas bragas. En este punto se detuvieron, totalmente rojas.

-¿A qué esperáis? –les dije- ¡Desnudas ya!

-Nos da mucha vergüenza.

-¿Queréis mi ayuda o no?

Como puestas de acuerdo, se quitaron la camisola. De inmediato, pude ver las tetas de Mary Ann, grandes, duras y tiesas, con unos pezones sobresalientes, mientras que Claudine presentaba un par de tetas más pequeñas, casi nacientes todavía, pero también con unos pezones sobresalientes y gordos.

Tras alguna duda y una mirada mía, procedieron a quitarse las bragas y quedar desnudas ante mí. Las examiné a conciencia, no en vano me había aprendido el cuerpo de una mujer hasta saber la ubicación de cada uno de sus poros.

Las dos eran preciosas, Mary Anne, la mayor, con 20 años, tenía los pechos grandes y puntiagudos, con un poquito de relleno, que le daba un tamaño y aspecto muy apetecibles, con los pezones sobresalientes, como deseosos de ser chupados. Rubia, de labios finos, con muy poco bello en el pubis y un par de piernas largas y delgadas, terminadas con un culo redondeado.

Claudine, la menor, con 18 años, tenía los pechos más pequeños, pero también en punta. Era rubia y de labios finos también, menos bello en el pubis y también con un buen par de piernas, pero su culo, totalmente redondeado, era espectacular.

-Sentaos a mi lado. –les dije, siguiendo cuando lo hicieron- y desnudadme.

Ellas empezaron, una a quitarme la camisa, y la otra los zapatos y medias, entre ambas, quitaron mis pantalones y calzones, dejando al aire mi polla.

Pude observar entre ellas una mirada, que luego volvió sobre mi polla. No dijeron nada, pero imaginé que sería por su pobre tamaño,

-No os preocupéis, con este tamaño ha sido capaz de dar mucho placer.

Ellas no dijeron nada, por lo que las agarré por los hombres y las acerqué a mí.

-¿Os apetece un baño?

-Si -dijeron a la par. Creo que más por evitar mi atención hacia ellas que por el verdadero interés de bañarse.

Nos metimos en el agua, que a pesar de ser verano, se notaba algo fría, y me acerqué a ellas con el fin de hacerles aguadillas, hasta que entraron al juego y estuvimos un buen rato jugando y disfrutando.

Yo procuraba acercarme a ellas y frotarles los pezones, acariciarles las tetas, tocar y acariciar su cuerpo, etc., con la intención de ir excitándolas. Cosa que poco a poco fui consiguiendo.

El agua realmente nos llegaba solamente a medio muslo y el fondo era de arena, por lo que resultaba muy agradable estar allí, y cuando me echaba encima de alguna, no se hundía hasta ahogarse.

En un momento dado, me puse de pie y le dije a Claudine:

¿Por qué no me la chupas?

-No se hacerlo, no lo he hecho nunca. Además me da mucho asco.

-Me da igual, métetela en la boca, que yo te enseñaré, o ¿quieres que terminemos aquí?

-No, no, no. Te la chuparé. –Y se aproximó a mí, se arrodilló en el fondo y se metió mi polla en la boca.

Tuve que darle unas instrucciones de cómo chupar y lamer la polla y los huevos, pero fue una buena alumna y enseguida estaba dándome una mamada como una experta.

Una ve estuvo lista, llamé a Mary Anne y presionándola contra mi costado, comencé a besarla mientras estrujaba sus pechos y acariciaba los pezones. Bajé mi mano hasta su coño totalmente empapado y no sólo por el agua de la fuente, donde hice un recorrido con mi dedo, no hice mención de meterlo, pero al pasar sobre su clítoris le hice unos movimientos circulares por encima de la piel que la hicieron cerrar los ojos y tomar aire.

Mientras Claudine seguía con mi polla en la boca, chupando y lamiendo según mis indicaciones, ayudada de vez en cuando también por mi mano sobre su cabeza que marcaba el ritmo cuando se despistaba.

Bajé mi boca a sus pezones y comencé a darles toques con la lengua, a chuparlos y acariciarlos, mientras la mano que la sujetaba contra mi, dejaba de ser necesaria para ese menester y la bajaba a su culo y metiéndola entre sus cachetes, acariciaba el ano.

Pronto empezó a gemir, sobre todo cuando pasaba mi mano acariciando su raja y hacía giros sobre su clítoris, que ya asomaba entre los labios.

Mientras tanto, la labor de Claudine hacía su efecto y estaba sintiendo acercarse mi orgasmo, por lo que aceleré mi ritmo sobre el coño de Mary Anne, metiendo el dedo entre los labios vaginales y recorriendo arriba y abajo, desde la entrada hasta el clítoris y viceversa.

Empezó a gemir y jadear cada vez más fuerte.

-¡mmmmm! ¡mmMMM! ¡MMMMMMM! ¡AAAAAAAAAA! -gritó mientras se convulsionaba.

En ese momento, retiré mi mano y la puse sobre la cabeza de Claudine y mientras la presionaba contra mi cuerpo, descargué toda mi leche en su garganta.

-¡AAAAAAAAAAAAAA! Trágatelo todo. Así, así, ¡OOOOOHHHHH!, que gusto….

A ella le dieron arcadas, por lo que retiré mi polla, que solamente había aflojado un poco, y le cerré la boca diciendo con voz fuerte:

-¡No se te ocurra escupirlo!

Ella me miró casi con miedo, pero no soltó nada.

-Ahora te toca a ti Mary Anne. Chúpamela hasta que me corra..

-¡Pero yo no quiero que me hagas eso!

-¡¡¡Tu harás lo que te diga, o nos vamos a casa y nos olvidamos de todo!!!

Se arrodilló delante de mí, tomó mi polla con la mano y se la metió en la boca. Todavía tendría el sabor a la saliva de su hermana y a los restos de mi corrida, por lo que se la sacó y echó un poco de agua sobre ella, para empezar a pasarle la lengua como había explicado a su hermana, y hacerme una mamada en condiciones.

Yo llamé a Claudine a mi lado, y, como había hecho con su hermana, comencé a besarla y acariciarla, ella, después de lo que había visto, estaba más receptiva y preparada. Sus pezones se pusieron duros inmediatamente. Los tenía grandes y gruesos, más que su hermana teniendo más pecho.

Los acaricié, chupé, mordí, haciéndola soltar fuertes gemidos de placer. Se retorcía frotándose contra mí, lo que me hizo buscar confirmación a mis sospechas, bajando mi mano a su coño y encontrando un auténtico río de flujo y un clítoris hinchado, a punto de reventar.

Prácticamente no tuve que hacer nada. Solamente con pasar mi mano por encima y darle una vuelta sobre el clítoris, se corrió en un estruendoso orgasmo.

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! ¡MMMMMMM! ¡MMMM! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! No pares, no pares. ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!.

Eso casi me puso al borde del orgasmo. Tuve que sujetarla porque se le doblaban las piernas. Al mirar a su hermana, vi te tenía una mano metida en el agua, y estaba acariciando su chocho. Le metí la polla hasta adentro, sujetando su cabeza y le dije:

-Ahora solo tienes que darme placer a mi.

Ella retiró su mano y me acarició los huevos, mientras chupaba y lamía mi glande y masturbaba con la otra mano.

Yo volví a Claudine, que se recuperaba lentamente. Volví a besarla y acariciarla despacio. Acaricié su ano y probé su estrechez haciendo algo de presión, lo que la hizo soltar un breve gemido. Volví a sus pechos, sus pezones, su cuerpo. Todo fue recorrido o por mi boca o por mi mano.

Cuando volví a bajar a su coño, lo encontré receptivo, había vuelto a excitarse, señal de que quería más.

Como yo no tenía prisa, ya que acababa de correrme y no iba a llegar tan pronto, me dediqué a pasar mi mano por enciman de su coño, presionando ligeramente, mientras seguía con el resto de mis atenciones para con ella y corrigiendo a su vez, los movimientos de su hermana.

No tardando mucho rato, noté que se encontraba al borde del orgasmo, por lo que flojé en mis caricias, sólo para mantenerla en ese estado y yo, que también me encontraba cerca, apuré a la hermana para que acelerara la mamada. Teniendo que repetir, al momento, la escena anterior. Aceleré mis caricias sobre el coño de Claudine hasta que se corrió de nuevo.

-¡MMMMMMMMMMM! Más, más. ¡MMMMMMM! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Su orgasmo debió de ser más fuerte que el anterior, porque todavía le fallaron más las piernas y yo, casi le meto el dedo en su ano mientras la sujetaba.

Con la otra mano, sujeté la cabeza de Mary Anne y le follé dos o tres veces la boca, corriéndome nuevamente

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! Trágatelo tú también. Verás como, a partir de ahora, te gusta más ¡MMMMMMMMMMM!

-Cuando termine, le dije:

-Chúpala bien y déjala limpia.

Ella lo hizo, y tras terminar, tomó agua con la mano y me la lavó.

Tras esto, salimos del agua, dejamos que nuestros cuerpos se secaran, mientras dábamos buena cuenta de las viandas que nos habían puesto, mientras hablábamos de tonterías. Más tarde, nos vestimos, recogimos todo y nos pusimos en camino de regreso a casa.

Ambas iban sonrientes, sentadas una a cada lado mío, hasta que se pusieron serias y me preguntó Mary Anne:

-¿Lo hemos hecho bien? ¿Te ha gustado?

-Ha estado bien, pero os falta mucho que aprender para satisfacer bien a un hombre. ¿Y vosotras? ¿Lo habéis pasado bien?

Se miraron y pusieron coloradas a la vez y respondieron al unísono.

-Mucho.

-¿Habías llegado antes al orgasmo?

-Yo no, nunca. –dijo Mary Anne.

-Yo tampoco –dijo Claudine.

-¿Ni siquiera os habéis masturbado? –ambas negaron con la cabeza.

-¿Porqué no os levantáis las faldas y me enseñáis el coño?

Su color se acentuó del rojo al marrón.

-Nnnnnooo pppppodemos hacer eso. Nnno pppuedes pedírnoslo..

-¿Cómo que no podéis? Después de lo de esta tarde. ¿Cómo que no puedo? Entra dentro de mis exigencias.

Empezaron a subirse los ropajes hasta llegar a sus bragas. Les pedí que se las bajaran y abriesen las piernas, mientras sujetaban la ropa.

Sujeté las riendas con mis piernas (al fin y al cabo, el caballo conocía el camino) y puse una mano en cada coño, acariciándolas suavemente.

Cuando ya estábamos llegando, y con las manos totalmente mojadas pero sin haberlas hecho correrse, les dije que se colocasen bien todo, cosa que hicieron, no sin soltar un bufido de desagrado, a lo que les dije:

-El que disfruta soy yo, vuestro placer tendréis que ganarlo y pedirlo.

La verdad es que estaba más caliente que el hierro en la fragua.

Cuando llegamos a casa, sus padres ya esperaban para marchase. Bajé del carruaje y les di mi mano para ayudar a bajar a ambas, mientras ellas iban hacia sus padres, yo entregaba las riendas a un criado. Al volverme, desde mi posición lateral, observé un gesto extraño en la cara de la madre, como de interrogación, que fue respondido por Mary Anne con una leve afirmación de cabeza. Me pareció extraño, pero no le di importancia.

En la puerta me encontré con Desireé, a la que hice la seña de costumbre.

Esa noche, como todas, la estaba follando duro por el coño, y ella, entre gemidos, me hacía preguntas, sólo para tomarme el pelo, aunque nunca se puede saber con una mujer.

-¡MMMMM! ¿Qué pasa? ¡MMMMM! ¿No te han follado lo suficiente las hermanitas? ¡MMMMM!

-¡AAAAHHHH! No, solo me han hecho un par de mamadas, ya ves lo desanimado que vengo. ¡AAAHHH!. –Ella lo tomó como yo quería, como una mentira de broma, que a su vez, la ponía más y más caliente..

-¡MMMMM! ¡Pues no te las han debido hacer muy bien…..!

-¡AAAHHH! Es que nadie las hace como tú.

Se la saqué, me di la vuelta para meterle la polla en la boca y comerle el coño a la vez, hasta que terminamos con un tremendo orgasmo cada uno.

Ese viernes vino mi hermano. Después de los abrazos, saludos, etc. con toda la familia, busqué el momento más oportuno para hablar con él.

Le conté todo lo que me había pasado con las hermanas, lo que pretendían, lo que habíamos hecho, lo que observé con su madre, etc.

El me felicitó por lo bien que había llevado el asunto y aprovechó todo el tiempo que pudimos estar juntos para explicarme cosas que debía saber y lo que tenía que hacer.

En un momento dado me dijo:

-Eres muy espabilado para tu edad, más que cualquiera que conozco, incluso mayores que tú. Además estás tan alto como yo. ¿Cuánto mides?

-Unos 5 pies y 9 pulgadas (175cm) aproximadamente.

-Desde luego, también eres mucho más alto de lo normal. Te has hecho un hombre ya.

Por las noches, se iba a la taberna del pueblo cercano a beber con los amigos. A mí no me quería llevar porque decía que era muy joven para beber. Yo me iba a la cama con Desireé y follábamos como locos, luego se iba a su habitación y yo me dormía como un bendito.

Más tarde me enteré de que, cuando mi hermano volvía a altas horas de la madrugada, algo bebido, pasaba por la habitación de ella y también follaban a gusto.

Mi hermano se marchó y llegó el siguiente día de visita. Cuando llegó el carruaje, salimos a recibirlos, como siempre, mis padres y yo.

La primera en bajar fue la madre, que vino directa hacia nosotros, besó a mi madre, puso la mano para el beso de mi padre y, girándose hacia mí, tomó un pellizco de mi mejilla diciendo:

-¡Cada día estás más alto y más guapo!

Yo puse cara de desagrado, por lo que mi madre saltó inmediatamente.

-Si, se nos está haciendo mayor y ya parece que no le gustan las caricias infantiles.

-Habrá que buscar otras caricias que le gusten más.-Dijo la madre sonriendo, y creo que con algo de picardía.

Tras ella bajaron sus hijas, seguidas del marido. Ellas también besaron a mi madre y dieron la mano para que las besásemos mi padre y yo. Por su parte, su padre besó la mano de mi madre y estrechó las nuestras. Inmediatamente, la madre dijo:

-Bueno, basta de tanto saludo, que ya nos conocemos. George, ¿porqué no llevas a las niñas de merienda, como la semana pasada, que dijeron que lo habíais pasado muy bien?

-Si, señora, nos iremos ahora.

-No vengáis muy tarde, que luego se nos hace de noche en el camino.

-No, señora, no se preocupe.

El coche estaba preparado, así como la merienda, una manta grande que me había preocupado de esconder antes y alguna cosa más. Nos montamos como siempre, yo en medio de las dos y partimos hacia la fuente del bosque.

Cuando la casa estaba ya algo lejos, Mary Anne dijo:

-¿No te apetece nada?

-Bueno, ya que lo dices…. Sácame la polla y chúpamela.

Ella, con algo de desilusión en la cara, abrió mis pantalones y sacó la polla de los calzones, que ya estaba tiesa de las ganas que tenía.

Se la metió toda en la boca, para luego cerrar los labios entorno al tronco e ir sacándola despacio, hasta que solamente le quedó el glande dentro, al que empezó a pasarle la lengua por el borde y darle suaves chupadas, para volver a meterla y repetir la operación. Parece que recordaba las lecciones.

-Y yo, ¿no quieres algo de mí también? –dijo Claudine

-Por supuesto, bésame y acaríciame.

A lo que ella se puso de inmediato. Me besaba mientras me abría la camisa y acariciaba mis pezones, mientras decía.

-¡MMMM! ¿No quieres nada más?

Yo veía que estaban con ganas de que les hiciese lo mismo del otro día, pero preferí dejarlas con las ganas.

-De momento, no, sigue con lo que estás.

Poco rato después, anuncié a Mary Anne:

-Me voy a correr. Prepárate a tragarte todo si no te quieres arrepentir luego.

Ella afirmó con la cabeza, sin sacársela de la boca y acelerando el ritmo.

Eso hizo acelerar mi orgasmo y me derramé en lo más profundo de su garganta.

Ella tragó todo y me la dejó totalmente limpia.

-Sigue chupando hasta que te avise.-Le dije, y así seguimos el camino

Les fui contando que mi hermano había venido el fin de semana y que le había contado que ellas nos habían visitado. Que estaban muy guapas. Que él me había preguntado qué habíamos hecho y yo le había dicho que jugar y pasear alrededor de la casa. Que eran muy amables y todo lo que mi hermano me había dicho que les dijera.

Ellas escuchaban sin dejar su labor, aunque sus labios de estiraban en una sonrisa que querían ocultar.

Con esto, llegamos a la fuente, las ayudé a bajar y les dije que bajasen la comida y extendiesen el mantel. Mientras, yo, bajaba un par de sacos rellenos de paja que había preparado, tomaba la manta guardada y la extendía a pocos pasos, habiendo colocado debajo los sacos a una distancia determinada. De la cesta de la comida, extraje dos botellines, que dejé sobre la manta mientras me sentaba en ella para ver las evoluciones de las hermanas.

Ellas, que en ningún momento perdieron de vista lo que yo hacía, habían terminado también, y quedaron de pié esperando mis órdenes.

-Desnudaos ya. –les dije.

Ellas se quitaron sus vestidos y …. ¡Oh! ¡Sorpresa!. No llevaban nada más debajo.

-¿Y esto? ¿A qué fin?

– Es para desnudarnos y, sobre todo, vestirnos más rápido, no sea que aparezca alguien y nos pille desnudas.

-Je, je, je, je. Me parece muy bien.- Ahora entendía el interés por hace algo durante el viaje.

-Quiero que os acostéis una junto a la otra, con el culo sobre el bulto de la manta y las piernas bien abiertas.

Así lo hicieron, quedando acostadas juntas, con la cabeza a la altura de las rodillas de la otra.

-A vuestro lado tenéis un botellín de aceite, untaros los dedos y empezad a lubricar y meterlos en el ano de la otra. Primero lubricáis y luego metéis los dedos, primero uno hasta hacer sitio, luego dos, tres, así sucesivamente, hasta que entren tres o cuatro dedos con facilidad.

Tras algunos ajustes iniciales, ambas metieron el dedo índice en el ano de la otra, comenzando un movimiento circular, a la vez que de entrada y salida. Yo me desnudé, me arrodillé con una pierna a cada lado de la cabeza de Claudine y metí mi polla en su boca. Ella lo entendió enseguida, empezando una suave mamada. Me incliné sobre ella y me puse a lamer su coño.

Enseguida empezaron los gemidos, ahogados por mi polla.

-¡MMMMMMMMMMMMMM! ¡SIDDDDDDDD! ¡MMMMMMM!.

Su hermana me miraba deseosa, por lo que, después de un rato en esa posición, me levanté y me coloqué sobre ella igual que con su hermana. Me encontré con un coño totalmente empapado y deseoso, por lo que empezó a gemir más, de lo caliente que estaba:

-¡MMMMMMMMMMMMMMMMMM! ¡AMMMMAMMMM! ¡SIMMM! ¡SIMMMM!

Al poco tuvo su primer orgasmo de la tarde. Hubiese berreado como una cerda si no hubiese tenido mi polla en la boca. Dejo de mover el dedo dentro del ano de su hermana, quedando como ida.

Yo volví a cambiar de hermana y seguir con lo mío, mientras Mary Anne volvía en si y reanudaba su labor a instigación mía.

Claudine también estaba muy excitada, y metí mi dedo en su coño hasta encontrar su himen. Entonces comencé a frotar la zona junto a él, a lo que ella respondió sacándose mi polla de la boca y dando gritos de placer.

Enseguida me levanté y dándole dos bofetadas le dije:

-¡Que sea la última vez que dejas de chupar mi polla sin que yo te lo mande! ¡Estás aquí para mi disfrute, no para el tuyo, ya que fuisteis vosotras las que así lo quisisteis!

Volví a mi posición y seguí un rato más, hasta que noté que se encontraba cerca de su orgasmo, entonces, cambié de posición con la hermana, que ya se encontraba recuperada, volviendo a empezar el proceso.

Al poco rato, ya estaba excitada otra vez, gimiendo ante mis caricias y lametazos, entonces le metí el dedo como a su hermana, sintiéndola moverse en busca de su placer. Entonces volví a cambiar.

Así estuve hasta que ya no podía más, las penetraciones anales de los dedos iban en aumento. Cada una soportaba ya tres dedos dentro de su culo y parecía que les estaba gustando, así que, aprovechando que estaba sobre Mary Anne aceleré mis lamidas y chupadas sobre el clítoris y aumenté el movimiento de mi dedo en su interior. Al momento se le desencadenó un monumental orgasmo, que llenó mi cara y mi mano de su flujo.

-¡MMMMMMMMMMMM! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH! –dijo soltando mi polla. Esperé a que se relajara y cambié a su hermana que estaba expectante.

Volví a empezar a calentar a Claudine nuevamente, cosa que necesitaba poco, porque se mantenía caliente solamente de ver la corrida de su hermana y la manipulación de su ano. Repetí el proceso con ella, hasta que la sentí llegar a su potente orgasmo, aprovechando para dejar de contenerme, ya que no podía más, y correrme dentro de su boca, al tiempo que ella se convulsionaba

Después de esto, permanecimos unos minutos recostados sobre la manta, hasta que nos recuperamos totalmente. Ellas se levantaron primero y fueron a la fuente a lavarse, al verlas frotarse el cuerpo con el agua, me acerqué a ellas y les pedí que me lavaran la polla y los huevos, lo que parece que hicieron muy gustosas. Yo aproveché para comprobar la dilatación de sus anos.

-La próxima vez, haréis esto antes de venir, porque quiero estrenar vuestros culitos. Además, os interesará repetirlo durante la semana, para estar mejor preparadas.

-Lo que tu digas.-dijeron a la vez.

Salimos del agua y fuimos a merendar y, con el hambre que da el ejercicio, pronto terminamos con las viandas.

Nos vestimos y regresamos a casa. Por el camino les pregunté:

-¿Os ha gustado?

-¡¡¡Siii, mucho!!! –dijeron.

-¿Y todavía seguís interesadas en mi hermano? ¿No os gustaría seguir conmigo?

-¡¡Imposible!! .dijo Mary Anne- ¡Si hacemos eso, nuestra madre nos mata!

-¡¡Nos advirtió que hiciésemos lo que fuese para que una de nosotras se casara con él!! –dijo Claudine.

-¡¡Eso no deberías haberlo dicho!!-dijo su hermana

-Es igual, -dije yo- ¿Y una vez que mi hermano elija, la otra querrá seguir conmigo?

-Será imposible, mi madre ya tiene pensado quien será el candidato para la otra.

Yo me callé. No supe qué decir. Al fin y al cabo, mi interés por ellas era para follármelas e informar a mi hermano, no tenía pensado ni mucho menos casarme con ellas.

Llegamos a la casa, las ayudé a bajar y me fijé en la madre y ellas, la madre volvió a hacer el gesto interrogante y ambas sonrieron. Estaba claro. Como había insinuado mi hermano, la madre era la que las dirigía y a la que informaban de todo.

Agradezco las críticas constructivas y de apoyo, y no echaré en saco roto las destructivas. Gracias por vuestras valoraciones. Sugerencias en privado a:

amorboso@hotmail.com


Relato erótico: “QUIEN SERA LA MEJOR LA MADRE O LAS HIJAS” (PUBLICADO POR JIHNM).

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QUIEN SERA LA MEJOR

LA MADRE O LAS HIJAS.

 

Era el año de 1981, un año muy violento para Centro América, dos países hermanos sufrían en carne propia un estado de guerra interna, producto de una revolución sandinista y el otro de una lucha fratricida en el país más pequeño de américa central.

Una cadena de televisión de Sudamérica, me contrato para cubrir los acontecimientos que se estaban desarrollando en esos países.

Estaba bien pagado en dólares, y hay que decirlo la televisión es un mundo apasionante, porque la rutina no existe, ya que todos los días se viven historias diferentes y es muy parecido al arte, porque todo es creatividad y tú tienes que imaginarte como se presentara la noticia, desde el principio hasta su final, además te codeas con la gente que maneja el poder detrás de un escritorio y eres bien recibido y a veces hasta cobras, porque salgan diciendo, una serie de mentiras y pendejadas y a ese servicio se le conoce como relaciones públicas.

Otro de los privilegios de la profesión, es que tu micrófono y tu cámara, te abren puertas que para muchos, solo sueñan con entrar.

Dicho de otra manera, el militar tiene poder a través de su uniforme, el político detrás de su curul o escritorio, el religioso por la sotana o la biblia en la mano y por último el periodista con sus herramientas de trabajo.

Todo lo anterior significaba, que cuando uno se movía en busca de la noticia, por lo general y no todas las veces, eres bien recibido cuando llegas a cubrir algún evento noticioso, y te vuelves el centro de la atención, porque muchos se creen importantes que hasta pagarían de cualquier forma por salir en pantalla.

Hice toda esta introducción, para darles una idea del porque y cómo sucedieron las cosas, en este relato, ahora entremos de lleno en la trama.

Me encontraba en mi oficina, cuando recibí una llamada del secretario de prensa, comunicándome que una enorme cantidad de personas se encontraban en una de las fronteras y que funcionarios del gobierno como también embajadores de gobiernos amigos llegarían al lugar para ser testigos de la marea de gente que en calidad de refugiados y otros como sobrevivientes de atrocidades  venían huyendo de sus perseguidores,

 Pedían asilo para entrar al país.

Busque a mi camarógrafo y tomamos una camioneta Toyota de doble tracción, que nos servía para movilizarnos por cualquier carretera.

Tras varias horas de jornada llegamos a nuestro destino, hicimos tomas, entrevistas y tratamos de buscar el interés humano para trasladarlo al público y para el final los representantes del gobierno nos dieron, logística, información y alimentos que también eran servidos a las delegaciones diplomáticas.

Estando en la frontera, y caminando a la par de mi camarógrafo le pido que caminemos en medio de la gente para captar en sus rostros, el  sufrimiento que vivió esa población al salir huyendo de su país,

En medio de esa cantidad de personas algo me impresiono de gran manera, la vi de espaldas y ante mis ojos vi, el cuerpo más curvilíneo y hermoso que se podía esperar de una mujer.

 Tenía el pelo muy largo de color castaño y su piel blanca. Vestía unos sensuales pantaloncitos cortos, con una blusa manga larga y su estatura cuando mucho 1.65 mts.

Además note como que temblaba porque la temperatura se sentía muy baja en esa hora y apenas comenzaba la noche.

Me acerque donde ella y al llamarla diciéndole señorita, se da la media vuelta y una cara de niña de lo más preciosa, me sonríe al verme,

¿Cómo te llamas?

KARLA

¿Qué edad tienes?

Voy a cumplir 17 el próximo mes

¿Estás sola?

No, estoy con mi madre y mi hermana, que andan buscando comida, ya que no hemos comido nada desde ayer,

¿Tienes frio verdad, estas temblando?

Mucho y no tengo suéter.

Era lindísima con una inocencia que te robaba el corazón con solo verla y escucharla.

Sígueme al carro y te daré algo de comer y creo que mi abrigo te servirá para el frio.

Íbamos en camino cuando se escucho

¿Karla adónde vas?

Eran la madre y la hermana.

Mama él es el periodista que vino a ver qué nos pasa.

Yo solo me reí  y me presente con ellas.

Yo soy Héctor y él es Luis mi camarógrafo, y queríamos ayudar a su hija con algo de comer y un abrigo para el frio.

Su madre, con lo mal vestida que andaba no parecía gran cosa, porque usaba unos pantalones que no eran de su talla y se cubría el pelo con una especie de gorro en punta, pero su cara era de rasgos finos, y una estatura de 1.70 mts,

Por su parte la hermana, estaba más desarrollada pero igual de preciosa y era la más alta de todas, y un cuerpazo, que mostraba un redondo y escultural trasero en unos jeans todo sucios

´Por favor síganme, nuestro carro que está a unos quinientos metros y luego veremos qué puedo hacer por ustedes.

Nos siguieron y les dije que subieran al automóvil por el frio, y les fui a buscar raciones de comida que habían sobrado en las oficinas de la aduana.

Muy amables me dieron lo que les pedí, incluyendo algunas bebidas para ayudar a digerir los alimentos, que realmente eran deliciosos.

Volví con ellas y verdaderamente devoraron lo que les lleve y al terminar  pedí que me contaran su historia.

Su odisea comienza así, según lo que me conto la madre.

Eran una familia, que tenían una buena posición económica ya que su esposo y padre de las niñas había sido un coronel activo de las fuerzas armadas que se encargaba de la contra inteligencia y además especialista en lucha contra insurgentes y era el que tenía a su cargo el interrogatorio y el destino de todo aquel que caía en su jurisdicción.

En una revuelta en la pequeña ciudad donde habitaban, todos los elementos del gobierno, fueron asesinados por las tropas rebeldes.

El coronel fue de los últimos en caer y fue colgado en uno de los arboles más altos del parque central de la ciudad.

El odio hacia la persona del coronel no tenía límites, porque era conocido como el principal responsable de muchas muertes y desaparecidos en la zona, como también de las peores atrocidades en sus interrogatorios, cuando una persona estaba en sus manos.

La venganza del pueblo fue salvaje y a su mujer e hijas tuvieron que salir huyendo, solo con lo que tenían puesto y hasta tuvieron que disfrazarse, para no ser reconocidas y huir con la multitud que salió en veloz carrera con rumbo desconocido, hasta llegar a la frontera.

Durante la fuga, recibieron ayuda de almas caritativas pero también habían soplones que deseaban una recompensa por descubrirlas ante sus perseguidores.

Tuvieron que esconderse y viajar de noche, algunas veces en automóvil y otras simplemente a pie.

Nos contó que su marido no tenía familiares en el país y que realmente ella creía que era un mercenario que trabajaba para el gobierno de turno.

Nos dijo también, que ella conoció a su marido en un país de sur américa, cuando este llego a estudiar a una de las academias de su nación. Ahí se conocieron y el la trajo a centro américa donde nacieron sus hijas.

Además nos explicó, que sentían mucho miedo de ser reconocidas, porque la vida de sus hijas como la de ella, estarían en gran peligro porque dentro de los exiliados venían familiares de insurgentes y eso les provocaba una enorme inseguridad y no sabían que hacer para seguir adelante o ese lugar se convertiría en su trágico final.

Realmente su historia me conmovió y me atreví a decirles que yo sería su amigo y protector y que las llevaría conmigo, y trataría que la pasaran más o menos, mientras se mejoraba la situación en su lugar de origen.

Me vieron al rostro con mucho agradecimiento y no se cansaban de darme las gracias por la ayuda que les estaba ofreciendo.

Fui a buscar al coronel que tenía el mando en esa región fronteriza y amablemente le expuse mi deseo de ayudar a esas mujeres y que yo me haría cargo y responsable por ellas y que deseaba llevármelas a la capital en vista de que su seguridad estaba en riesgo por ser hijas y esposa de un  coronel  que fue asesinado en una zona próxima donde se presentaron las contingencias.

El coronel al darse cuenta que eran familia de un ex compañero de armas, me dio todas las facilidades y me asigno un oficial para que aligerara los trámites para su ingreso legal al país.

Se hicieron todos los arreglos y con ellas abordo, iniciamos nuestro regreso.

Durante los primeros kilómetros confirme los nombres de las tres.

Katia la madre

Karen la hija mayor y

Karla, la más tierna y menor de las hijas.

Después de unos minutos se durmieron, como si no lo hubieran hecho en días y despertaron hasta llegar a ciudad capital.

Llegamos en la madrugada y las lleve a mi departamento para luego irme a la oficina y editar  las tomas  y pegarnos al satélite para enviar la información.

Quiero aclarar que el trabajo de corresponsal, no significa que tengas que reportear todos los días, el trabajo se hace cuando hay una noticia, que pueda trascender a nivel mundial o es muy importante para la región, donde se viven los hechos.

Regrese a mi condominio, pero al entrar me fui directamente a mi habitación donde dormían en un profundo sueño y no quise despertarlas por lo que me quede en el sofá.

Cuando me desperté, ellas velaban mi descanso y me sentí apenado por lo tarde y porque sabía que no habían comido.

Como solo traían lo que tenían puesto era imperativo comprarles una muda de ropa y les dije.

Vamos a organizarnos, y por favor hagan una lista para el súper mercado, para víveres y todo lo que falte en la cocina para la preparación de la comida, y recuerden que hay que llenar el refrigerador para que no falte nada, postres, carnes y todo tipo de vegetales y bebidas.

También necesitamos una cama para usar la segunda habitación, Otra cosa es que necesitan ropa  y algunos accesorios que es propio de mujeres, les daré mi llave para que saquen copia y puedan entrar y salir cuando yo esté ausente.

Vamos a ir al banco para darles dinero y ustedes hacen las compras y como el departamento está muy cerca del centro comercial compren lo más necesario y lo demás lo compramos por la tarde, como es la cama.

Pero primero vamos a desayunar y comprar su ropa.

Retire dinero, y les entregue una buena suma y les dije que lo supieran administrar.

El dinero lo iba a recuperar y con bastante ganancia y me fui a la secretaria de prensa para pedir ayuda al ministro, consistente en una donación para realizar el proyecto humanitario de proteger una familia, que venía huyendo de la guerra.

Las autoridades al saber que yo era el protagonista del cuidado de esas mujeres, me asignaron una partida de fondos para los próximos tres meses, con la promesa de que ellos me seguirían ayudando  con toda seguridad para no desamparar a esa gente.

Por otro lado hice varias llamadas a empresarios solicitando ayuda en especies  y de todos, recibí notas especiales para entregarlas en los almacenes de su propiedad y que me fueran entregados los  artículos de acuerdo a las cantidades apuntadas en las mismas.

Eso es parte del poder que ofrece la profesión cuando hay credibilidad o hay el respaldo de un medio de información muy importante.

Cuando regrese para ir a comprar la cama, me estaban esperando modestamente vestidas con pantalones jeans y camisas y me di cuenta que la madre también era un espectáculo con un soberano trasero sumando a eso, una cara con un poco de maquillaje, que la hacía lucir realmente atractiva.

Nos organizamos, me prepararon la cena que resulto apetitosa y les dije que al día siguiente tendríamos otra jornada de compras y que se prepararan porque compraríamos un guardarropa completo para cada una.

La más alegre era la pequeña Karla, que se acercó a mí para abrazarme y darme las gracias a nombre de todas ellas.

Fuimos de tiendas y todas me llegaban a modelar para ver si me agradaba lo que estaban escogiendo.

Terminamos y regresamos a casa.

Yo tuve que salir y les aconseje que fueran al cine, porque habían unos multicines muy cerca y yo me fui de juerga a buscar los colegas para enterarme de las últimas novedades.

Al regresar me encontré a Katia despierta que me estaba esperando a media noche por si se me ofrecía algo, porque eso era lo que hacía cuando su marido salía por las noches, ya que algunas veces regresaba con hambre.

Insistió por ofrecerme algo, y de tanto, le pedí unos huevos a la ranchera.

Mientras comía me relato su vida de casada, diciéndome que la pasión entre ellos había terminado, y que si seguía con él era simplemente por las hijas, pero que su matrimonio hacía tiempo que había acabado.

Me conto que su marido la conoció cuando ella hacia vida nocturna como vedette en su país, y que al principio lo que la atrajo de su persona, es que se miraba muy importante, porque siempre andaba acompañado de altos oficiales de las fuerzas armadas.

Gastaba mucho dinero y daba excelentes propinas, y cuando la empezó a enamorar le obsequiaba costosos regalos.

También me explico que una vedette, no era una prostituta sino que una bella mujer, que monta un show de baile, en poca ropa.

Con el tiempo descubrió que su marido era un verdadero déspota en la casa y que sometía a sus hijas a duros castigos especialmente si fraternizaban con cualquier muchacho de la vecindad porque era extremadamente celoso.

Es por eso del comportamiento de sus hijas, que no se sentían tan adoloridas por la muerte de su padre, en verdad lo querían, pero ahora se sienten con más libertad y no tienen que ocultar sus deseos o su forma de ser.

Me decía que de dos años atrás ella estaba pensando en abandonarlo y que sus hijas la animaban a hacerlo, pero por temor al poder que tenía, tuvo miedo de provocarlo y que le hiciera un daño.

Se acercó a mí y me dio un beso muy cerca de los labios para hacerme la siguiente promesa.

Héctor, usted es el hombre de nuestra familia y de parte de todas nosotras, cualquier cosa que usted desee solo tiene que pedirla que nosotras estaremos para atenderlo.

Mi hija Karla lo adora porque siempre está hablando de usted, de lo guapo y varonil que luce como hombre.

Por su parte Karen, dice que usted es  el hombre perfecto para casarse con ella y esas declaraciones hacen que se produzca una riña de niñas enamoradas del mismo hombre.

De mi parte, desde hace tiempo que nadie me hace la corte, y todavía tengo mucho que ofrecer  y como muestra me dio un beso en la boca que me dejo con las ganas locas de cogerla en ese instante.

Pasaron los días, las semanas y de pronto se cumplió el mes de su estadía en mi casa.

Terminaba el mes de febrero, y las oleadas de calor se hacían presentes en el ambiente con temperaturas que llegaban en promedio a los 35 grados Celsius y el único cuarto que tenía aire acondicionado era el mío.

 Cierta mañana entro mi preciosa Karla, con una taza de café como es mi costumbre de tomar en las mañanas y se puso a hacerme cosquillas para que me levantara, me senté en la cama para tomarlo y ella se tiro en mi cama, y aspiraba fuertemente las sabanas porque decía que mi olor lo sentía en ellas.

De repente se levantó y se puso de pie frente a mí y me pregunto.

Héctor tengo un fuerte dolor aquí y se levantó la falda enseñándome su ropa interior blanca y se podía ver muy fácil ese pequeño chochito con escaso bello y se observaba el canal que la seda hacia dentro de sus labios vaginales y tomo una de mis manos para que palpara su entrepierna.

Mi verga inmediatamente cobro una erección salvaje, que para mí era muy difícil de disimular y que me duro todo el día y era peor cuando estaba cerca de mí.

Sus provocaciones siguieron y lo máximo fue, cuando estábamos cenando que se sentó a la par mío y bajo su mano y busco mi bragueta y me estuvo sobando la tranca por encima de la tela,  por momentos la apretaba para calcular sus dimensiones y me miraba con  una sonrisa maliciosa, como preguntándome si me gustaba.

Me fui de farra otra vez y cuando regreso, Katia me estaba esperando despierta, esa noche estaba vestida con un minúsculo pantaloncito y una camiseta de algodón producto de la gran ola de calor que se movía en el interior del departamento.

Vestida así, observe que tenía unos pechos muy redondos y de gran volumen, que se miraban impresionantes porque no usaba sujetador y aun así  lucían excepcionalmente firmes sobresaliendo la punta de sus pezones.

Su trasero era divino, con unas curvas y unos glúteos que daban cuenta de lo perfectos que eran debido al ejercicio de largas horas de baile, lo mismo que sus robustas y largas piernas y todo ese cuerpo serbia de base, a una cara tan bella que confirmaba lo dicho por ella con respecto a su trabajo como vedette en su juventud.

Me ofreció que me apetecía y le conteste que una cerveza.

Me la trajo con un vaso, y ella se sentó frente a mí tomándose un refresco de cola.

Sabes una cosa Katia…

Tu hija Karla, ha pasado todo el día provocándome y recuerda que soy hombre y no sé hasta cuando pueda soportar.

Ella me quedo viendo y me dijo, yo perdí mi virginidad a los 16 y fue muy dolorosa, que pase mucho tiempo odiando al maldito por el daño que me causo.

Mi hija está en esa etapa, cuando está descubriendo todo su potencial de mujer y te ha elegido a ti para que le enseñes el camino, para hacerse una mujer completa.

Prefiero que seas tú y no que se tope con un energúmeno, como me tocó a mí.

Karen y yo, vimos tu cara y tu reacción y no dijimos nada, pero sabíamos que algo estaba sucediendo porque Karla tenía su mano abajo y la estiraba para tocarte.

Por favor trátala con ternura y no hables de esta plática con ella porque la podría acomplejar o dañarla psicológicamente.

¿Pero a poco, no es bellísima mi hija? ¿O es que no te gusta?

Si pudieras leer mis pensamientos. Sabrías de mis deseos por ti y tus hijas.

Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla y se despidió sonriendo empinando su cuerpo para que viera su trasero en su máxima expresión al caminar.

Pasaron dos días y la ola de calor aumento de intensidad y cuando regrese muy noche de la oficina encontré nuevamente a Katia y me dijo que las muchachas no aguantaban el calor y se durmieron en mi cama.

Llegue hasta mi habitación y Katia las quiso despertar y le dije que no lo hiciera, por lo que me quite la ropa y me quede en bóxer y le dije a Katia que se quedara pero que no cabríamos los cuatro en la cama y ella escogió traer una almohada y tirarse al suelo muy cerca de mi lado.

Karen estaba en el extremo y vestía un pantaloncito igual a la madre y Karla quedo en el medio de nosotros vistiendo un coqueto camisón de jersey hasta la media pierna que apenas enseñaba sus preciosas nalgas.

Me dispuse a dormir y solo habían pasado una media hora cuando sentí la mano de Karla acariciando totalmente mi verga y la apretaba y  deslizaba su mano de arriba abajo como si estuviera masturbándome, acerco su pequeña boca y me dio un beso que duro una eternidad, para luego darse la espalda y acercar su trasero para pegarlo completamente a mí y jalar mi verga para colocarla entre sus piernas muy cerca de su chochito, usando los dedos de su mano para pegarlo lo más posible a su virginal entrada.

Lentamente se movía para provocar que mi glande hiciera fricción contra su clítoris que estaba protegido por una delgada y fina tela.

Pasamos como 20 minutos en esa deliciosa y erótica situación y fue cuando sus dedos separaron la  diminuta y delicada barrera de la tela y mi glande nadaba en esa conchita que estaba inundada a lo máximo de sus fluidos,

Karla trato de exponer más su bellísimo trasero arqueando su espalda , trataba como desesperada por sentir mi verga dentro de ella, le acaricie el pelo y quedamente le dije al oído que este no era el momento.

Me di la media vuelta y  pude ver a Katia que estaba en el  suelo a través de la  penumbra, que se estaba riendo y  acerco su mano para tocarme los labios   y llevar mi mano cerca de sus boca y chuparme uno de mis dedos para luego acercar uno de sus pechos para que se los tocara.

Parecía una tortura y solo me levante para ir al baño que estaba en el corredor y me di una ducha y al salir estaba Katia esperándome y solo se hinco ante mí y me pego una mamada que me hizo estallar en menos de tres minutos, para luego decirme…

Tenía unos deseos enormes de hacer esto  desde hace días, y es que tienes una tranca amorcito, que todas la hemos visto cuando estas vestido en tu bóxer por la mañana.

Ahora regresemos que Karla no se ha dormido por estar esperándote.

Me acosté nuevamente y Karla se acercó a mí para besarme de la deliciosa forma que solo ella podía hacerlo, luego se apretó lo más que pudo contra mí y busco conciliar el sueño.

Mientras tanto Karen que se hacia la dormida había estado observándonos a su hermana y  a mí en ese trance erótico, a la media luz de la penumbra.

Su mirada la tenía clavada en mis ojos y desabrocho el botón de su pantaloncito y levantando la pelvis se lo quito y metió su mano dentro de su braga como si estuviera masturbándose.

Con señas me indico que le extendiera mi mano y subió  su pelvis lo más que pudo para que estuviera a mi alcance y al no lograrlo se pegó más a su hermana y solo lograba ver en su rostro la promesa de mañana confirmándolo con señas, que la próxima noche seria de ella.

Pase la noche casi en vela, pero al final logre tomarme aunque fueran 4 horas y me levante más relajado, pero sintiendo los besos de Karla que me había traído el café.

Quiso desnudarme y la aparte y le dije…

Esto te voy hacer en la noche y le baje el jean que estaba usando y busque su chochito y lo descubrí y pase mi lengua por el varias veces hasta que casi se cae al sentir por primera vez ese tipo de emociones.

Cuando Salí, fui al comedor, y Karen y Katia me miraban pícaramente, como si hubieran sido cómplices de lo que pasó la noche anterior.

Llame a Katia y le pedí que me acompañara al centro comercial, para hacer un retiro en el banco y tuvieran suficiente dinero para sus gastos.

Íbamos saliendo cuando sus hijas dijeron que querían acompañarnos.

Cuando entramos al banco, me aparte con Katia y le murmure al oído, quiero que te compres la ropa interior más sexy, que esta noche llego a tu habitación, para que no me pase lo mismo que anoche.

Y lanzo una carcajada tapándose la boca.

Esa mañana me entere que habría una cumbre de presidentes y la misma se iba a realizar en un famoso balneario en el sur de México y toda la tarde pase acreditando mis credenciales para asistir al evento, y fui invitado a viajar en el avión presidencial,  dentro de la comitiva de prensa que lo iba a acompañar.

Llegue temprano al departamento para preparar mi equipaje y como estaban tristes por mi partida que duraría dos días, las invite a uno de los mejores restaurantes de la capital y luego al casino para que se entretuvieran en las traga perras, con el inconveniente que no querían dejar entrar a Karla por ser menor de edad y tuve que llamar al gerente quien me conocía muy bien y nos autorizó el paso y además nos obsequió una cortesía monetaria para que jugaran las damas.

Quiero agregar que las tres lucían como verdaderas bellezas y realmente era difícil escoger, pero yo siempre me quedaba con mi Karla, porque era la que no se apartaba de mí.

Regresamos al departamento y Katia se fue con sus hijas a su habitación y al cabo de media hora entraron Karla y Karen y peleándose por quien iba a estar a mi lado decidí que yo estaría en medio.

Como siempre Karla se pegó a mí y al  cabo de 15 minutos las dos quedaron en solo ropa interior,

Por primera vez siento los senos de Karla pegados contra mi pecho que decido  besarlos y tocarlos y realmente son extraordinarios con un volumen como si fueran de una mujer adulta, cuando aún les falta que desarrollar por su tierna edad

Por su parte Karen me aprisiona por la espalda y me quiere dar la media vuelta para darme un beso.

Llego donde ella y le doy un beso largo y le digo que en media hora  estaré con ella.

Se da la media vuelta y se hace al rincón contra la pared.

Karla me vuelve agarrar la verga como masturbándome y se baja la braga para que me monte en ella y coloca mi tranca en su mera entrada y se frota el clítoris  y empieza a subir y bajar su pelvis con un movimiento con mucho compas en su cintura y me jala contra ella porque se muere de las ganas de tenerla adentro.

En ese momento ya he perdido mi control y trato de meterla con un empujón. Pero ella al sentirlo retira su vagina diciéndome quedamente al oído que le duele.

Recupero mi lucidez, y bajo mis labios besando sus ojos, sus labios, su cuello, cada uno de esas deliciosas tetas para terminar hundiéndome en su pelvis que esta escasamente poblada ,continuo hasta llegar a la pequeña cereza, y la comienzo a besar, chupar y a rodearla en círculos con mi lengua.

Después de varios minutos suelta una pequeña vocecita con un tierno gemido …YAAAAAAAA

 Anunciándome que ha logrado su primer orgasmo.

 

Me levanto y voy al  baño a lavarme y untarme un poco de loción y regreso y veo a mi Karla como que ha encontrado el sendero a un sueño profundo

Busco mi lugar y Karen está esperándome, nos besamos apasionadamente y sus manos fueron a buscar el instrumento que todas querían tocar y que las tenía locas de deseo por sentir las notas que las harían calar hasta llegar al ansiado orgasmo.

Al igual que Karla, coloco mi verga muy cerca de su concha, pero no anduvo con muchos preámbulos y en un santiamén se quitó el panty  he hizo que me montara en ella y coloco mi tranca en la entrada de su virtuosa vulva.

Me imploraba que la hiciera mujer pero le pedí que se esperara porque deseaba disfrutar al máximo su virginidad.

Ella no estaba complacida con mi decisión y en un arrebato por la lujuria y el deseo, se montó encima de mí y quiso sentarse en ella para conseguir penetrarse por sí sola.

Te voy hacer una promesa, que tu primera noche como mujer, va a ser como nunca la has soñado.

Y decidí bajar al pozo para que ella también tuviera su orgasmo.

Les di tiempo suficiente para que se durmieran y Salí en dirección a buscar a KATIA,

Entre a su habitación y prendí la luz y  al verla tendida sobre la cama con una prenda de lencería de lo más sensual y erótico.

Me acerque a ella diciéndole…

En verdad ahora comprendo a tu difunto marido

, Porque en realidad  eres un espectáculo para la vista, el solo verte en poca ropa.

Katia, que ganas de cogerte tengo.

Ven aquí mi amor.

¿A cuál de mis hijas le hiciste el amor?

A ninguna cariño, las dos son vírgenes y quiero que su primera noche sea  algo especial.

Pero yo, quiero hacerte mi mujer, deseo tener mi verga en lo más profundo de ti.

Me acosté a su lado y la bese con toda la furia y pasión  resultante de la enorme excitación que sus hijas habían provocado en todo mí ser.

Palpe sus tetas, y su volumen y dureza me indicaron que eran grandiosas las libere del sujetador y eran perfectamente redondas y su pezones eran una delicia al mamarlos porque daban ganas de morderlos y entre más los acariciaba más erectos se exhibían.

Le miraba esos bellos ojos color miel, como también sus pequeños y delgados labios y una nariz perfecta de una belleza estética, que la hacían ver con rasgos de una  mujer, de la vieja Europa.

Ya no me podía contener y baje hasta su pelvis y deslice la sensual braga y un delicioso aroma de su concha llego hasta mi nariz, al mismo tiempo una fragancia de una loción muy dulce se impregnaba en toda ella.

Localice su delicado botón y lo acaricie y chupe con mis labios y mi lengua entro en acción lambiéndola  a la velocidad que me imponían sus movimientos de pelvis.

Tras unos breves minutos se llevo sus dedos a la boca para taparla y unos sordos gemidos salieron de su interior…

UUUUUUUUUUUUUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM

Mi lujuria y deseo por esa mujer estaban en lo máximo y solo me acomode e introduje mi verga, hasta el fondo que pude alcanzar.

Amorcito, que riata más grande y hermosa tienes, es más grande que la de mi marido y solo se le parece al maldito que me desvirgo,

Métala mi amor, máteme con ella, que rico coges Héctor,  dios mío me vas hacer correr, más rápido amor, mas, mas, mas ahora

SSSSSSSSSSSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII

Y casi al mismo tiempo explote dentro de ella.

Estábamos completamente sudados, y me gano el deseo de lamer el sudor que había en sus tetas y mis dedos detectaron la gran cantidad de semen que salía y brotaba de su concha.

La tome de la mano y nos metimos al baño para ducharnos y estando parados bajo el agua, la pegue fuertemente contra mi pecho y le acariciaba sus nalgas, en ese momento le pido…

Eres hermosa y bella, en la completa extensión de las palabras,

Tu cuerpo es perfecto y todo él es una visión para recordar, pero lo más espectacular es tu trasero y lo quiero hacer mío.

No me pida eso Héctor, usted está igual a mi marido que por negarme se enojaba conmigo.

Está bien Katia, no voy a insistir más, al fin que solo cumples conmigo por agradecimiento y porque necesitabas que alguien te recordara que también eres mujer.

Me di la vuelta en dirección a la puerta, cuando ella se me tiro al cuello y me dijo…

Si es cierto que necesitaba que alguien me recordara que soy mujer,

Pero también necesitaba sentirme segura, admirada y deseada y sentir algo más importante que creí que ya lo había olvidado como es enamorarme de un hombre.

Mi marido me conquisto con dinero y yo creí que podría lograr amarlo, pero ese día nunca llego y solo la costumbre y el temor hicieron que lo aguantara tantos años.

Pero ahora te tengo a ti, solo con lo que me hiciste sentir hace un rato, casi tocaba el cielo de felicidad.

Hace varias noches te dije que tú eras el hombre de la casa y de la familia y que pidieras, que nosotras estábamos para atenderte.

Así que puedes tomarme cuando quieras que yo seré feliz si tú lo estas.

La bese tiernamente en los labios por un largo rato a la vez acariciando su precioso trasero y le propongo lo siguiente.

Como fuiste vedette, coloca un pie en mi hombro.

Fácilmente lo puso y pregunto…

¿Algo más?

Y aproveche para meterle la verga.

Al sentirse penetrada lanzo su cabeza hacia atrás y proclamando al aire…

Héctor mi vida       haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagggggggg

La levante totalmente y me senté en la taza del inodoro y ella se enrosco en mi cintura y la tenía penetrada hasta el fondo y hacia palpitar mi verga dentro de ella. Que hacía que su locura aumentara y me comiera a besos, la mantuve así por un buen rato.

Para luego enterrarle el dedo medio en el ano y cuando iba por la mitad me empezó a jinetear logrando su tercer orgasmo de la noche.

Me quedo viendo con una mirada de alegría para luego mostrarse muy coqueta y dijo…

Que felices vas hacer a mis hijas con esa verga mi vida y ahora con lo que acabo de sentir mi culito es tuyo cuando quieras.

Salimos del baño y sus hijas nos estaban esperando y nos abrazamos los cuatro.

Nos fuimos a dormir y mis dos tiernas jamás se separaron de mi lado.

Ala mañana siguiente me levante a las 7am. Ya que el vuelo nuestro partía al medio día y había que preparar el equipo y la logística en México

La primera en llegar a saludarme con el café como siempre era mi adorada Karla.

Luego me fui al comedor y mis otras dos mujeres me esperaban con el desayuno servido y me recibían con un ardoroso beso.

Llame al encargado del condominio y le dije que necesitaba otro aire en la segunda habitación o que me consiguiera otro departamento con una central de aire y cualquier decisión quien tomaría la decisión final en mi ausencia seria mi familia, cuando dije esa frase, las tres se me tiraron para abrasarme y besarme.

Le di a Katia dinero, que eran parte de los viáticos que el gobierno me había asignado, y el número de la central oficial, que ellos tratarían de localizarme en caso de cualquier urgencia.

Como también hable en privado con cada una, tocándoles el chochito a excepción de Katia que le acariciaba el trasero y que los cuidaran para mi regreso en dos días.

Cumplida mi misión en México,

Hicimos el viaje de regreso tocando tierra  a las 5 pm, hicimos nuestro trabajo en la oficina, para luego conectarnos al satélite y enviar el reportaje.

Mi llegada al departamento fue como a las 10 de la noche y cuando abrí la puerta. Las tres se me tiraron encima para besarme y preguntarme si traía hambre, les conteste que sí y se pusieron a cocinarme a excepción de Karla que nunca se apartaba de mi lado.

Ya en la mesa comiendo, me preguntaban qué había pasado en México y yo les contaba la historia, las anécdotas y el volverse amigo de grandes personalidades como políticos, militares y colegas de la prensa internacional.

Ya para terminar de comer, mi pequeña Karla me lanza un comentario que casi hizo que me atragantara.

Dice mi madre, que ningún hombre la ha hecho sentirse tan feliz como tú lo hiciste la noche antes que te fueras.

Me quede sin palabras y esta vez fue Karen, quien me aclaro el comentario acercándose por mi espalda y dándome un tierno beso en la mejilla, me dijo…

Entre nosotras no hay secretos, porque además de ser nuestra madre, es también nuestra hermana mayor.

Nos pusimos a reír, pero Katia, lo hacía con carcajadas y con un movimiento afirmativo de su cabeza, me confirmaba  lo dicho por Karen.

¿QUIEN ES MEJOR, MI MADRE O UNA DE NOSOTRAS?

No puedo contestar esa pregunta, porque, solo he estado con Katia

Pero si les puedo decir que tiene un trasero y hace el amor como una real hembra,

Por parte de Karen es el vivo retrato de la madre que tiene un trasero y unas tetas pero corregido y aumentado y esos ojos color miel que son la marca registrada de todas mis mujeres.

Y yo, y yo, preguntaba Karla.

La miraba tiernamente  a los ojos y le conteste…

Tú, eres mi consentida, por ser la más pequeña y como dice el refrán la esencia no viene en barriles, viene en pequeños frascos y además son muy pero muy caros.

Tienes un trasero tan redondo y perfecto en sus curvas, al igual tus piernas y todo está repartido en una forma asombrosa que eres una maravilla cuando te veo desnuda.

Feliz y loca por mis palabras me colmo de besos por toda mi cara.

Katia se me acerco  acariciándome  y con un beso en la boca me dijo al oído…

Gracias por hacernos feliz a mí y a mis hijas.

Por su parte Karen hizo lo mismo con la diferencia que al susurrarme al oído dijo…

Nos contó mi madre que la volviste loca como ningún hombre lo había hecho, yo quiero lo mismo esta noche.

Miramos un rato televisión y de pronto de  nuevo  fue Karla la quien tomó el control remoto apagando el televisor y llamando a su madre le pidió que se desnudara como lo hacía cuando era vedette.

Busco  una música que por lo visto ya la habían usado para ensayar y marco play en la casetera.

Y una música de lo más erótica se dejó escuchar como lo es…

 “Je t’ aime… moi non plus”

Realmente la piel se me puso como de gallina y el show comenzó.

La cadencia de su cuerpo al ritmo de la música y lo sensual al desnudarse, más una ropa interior de lo más sexy me hizo ver una vez más, que Katia, cuando joven, fue de esas mujeres que paraban el tráfico y para comprobarlo solo tenía que ver a Karen.

Cuando termino, solo me levante del sofá y fui a darle un beso con todos los deseos de hacerla mía en ese lugar.  

Quedamente la escuche decir…

Cuando te suelten mis hijas, te acuerdas de mí, todavía tengo un regalo para vos.

Les pregunte si habían arreglado el problema del aire y me contestaron que sí, y pensé que por esa noche me dejarían descansar por el largo viaje.

Me fui a mi habitación y me quite la ropa.

 Estaba por apagar la luz, cuando entraron mis amores y me rasque la cabeza por lo que me esperaba.

Deje la luz encendida y camine a la cama y me tendí en medio de ellas dos y se pegaron una a cada lado utilizando mis brazos y mi pecho como almohada.

Y poco a poco sus manos iniciaron su labor en dirección de mi tranca, y en lo que termino esta frase, mostraba una enorme erección dentro de mi pequeño pantaloncillo, me lo quitaron y Karla se acercó para conocerlo a plena luz y abarcándolo con su pequeña mano dijo…

Que grande y gorda es.

Aspiro fuertemente para reconocer su olor y acerco su boca para darle un tierno beso en la punta del glande.

Bésalo más mi cielo.

Karen al  escuchar mi suplica, quiso tocarlo también y acerco sus labios y parecía que lo mordía con ellos.

De un momento a otro, ya lo chupaban y lambian y me hacían sentir su lengua alrededor y la calidez de su boca cuando trataban de disfrutar de él.

Al ver que pronto me harían explotar, llame a Karla, para besarle sus deliciosos senos.

El estado de excitación de mi criatura estaba al máximo, sus gemidos eran una súplica por llegar al orgasmo y fue entonces que le pedí que se sentara en mi boca.

Abrió las piernas para exponer su preciosa vagina en mi cara y al mismo tiempo separaba la tela que la cubría, esperando con ansia que mi lengua hiciera contacto con su clítoris.

Su chochito rebosaba de humedad y mi lengua como si fuera una serpiente con una veloz mordida se apodero de su solitaria presa y lo masacro a chupones y lambidas.

Esta vez, ya no reprimió sus quejidos y con un sonoro lamento me anunciaba su llegada al éxtasi             SSSSSSSSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII  AAAAAAMMMMOOOOOOORRRRRRRRRR.

Y tiro su cuerpo hacia delante cubriendo totalmente mi cara  con su pelvis, la cual sufría de fuertes contracciones de su corrida al clímax.

 

Quedo casi desfallecida y le ordene que me dejara solo con Karen.

Alegremente se despidió de mí con un beso y salió por la puerta.

Aparte a Karen de mi verga y ella trato de montarse sobre mí  pero fue cuando, con un beso muy largo le anuncie que esa noche seria mi mujer, pero con la condición que tendría que darme el mismo regalo que Katia, porque ella era el mejor trasero de la familia.

Muy alegre me dijo que sí, porque además ella quería que yo supiera que su cuerpo y su corazón eran de mi propiedad.

Le quite el sostén y por primera vez pude ver esa enormes tetas en toda su majestuosidad.

Seguidamente la puse en cuatro y deslice lentamente su braga y en la medida que lo iba haciendo mis labios y mi lengua nunca se despegaron de sus nalgas, para  degustar cada rincón de ese hermoso y portentoso trasero.

Le di la vuelta y la acosté abriendo sus piernas, para conocer la virginal entrada que mi verga tenía que tocar para poder entrar.

Me quede observando su inmaculado chocho, y  lo único que estaba a la vista era su rosado botón, que parecía un soldado firme custodiando la puerta sellada.

Lo bese y lo chupe para limpiarlo de los jugos que lo bañaban y fui colocando mi tranca para acariciarlo con mi glande, ante la mirada curiosa y preocupada de mi Karen, que no sabía cuándo se llevaría a cabo el asalto al interior de su lugar más resguardado de su cuerpo.

Tras restregar ni verga contra su vulva por varios minutos, hice varios empujones para puntear su puerta, mientras mi Karen colocaba sus manos en mi cintura y me hacia la advertencia que fuera gentil y que lo hiciera despacio, midiendo su dolor que no fuera mucho.

Cuando la vi que estaba más relajada, di un fuerte empujón y una mueca de dolor se dibujó en su cara y lágrimas se desprendían de sus ojos y bese sus labios para acallar su llanto y me mantuve inmóvil por varios minutos, para que ella se acostumbrara al dolor y pudiera soportar la estocada final.

Al cabo de un rato, le pregunte si todavía le dolía y me contesto que solo un poquito.

La saque y le enseñe la cabeza de mi verga cubierta de su sangre y se sonrió y fue cuando le dije que ya era mi mujer y me beso tiernamente con sus manos en mi rostro.

Volví a colocar mi verga nuevamente a la altura del mismo lugar  volví a esperar que se relajara y se la clave hasta el fondo, me quede inmóvil, pero esta vez sus brazos me abrazaban  hasta tocar mi espalda y con suaves movimientos entraba y salía de esa concha que ya mi tranca recorría en toda propiedad.

Pase un corto tiempo en esa labor, cuando sus cantos de placer aparecieron surcando el ambiente.

Imprimí velocidad a mis movimientos de cintura y frases de gozo y placer se dejaron escuchar de su boca.

QUE RICO Y DIVINO LO QUE SIENTO AMOR…

AHORA SI SOY TU MUJER… CON RAZON A MI MADRE LA TIENES LOCA…QUE RICA VERGA TIENES AMORCITO…

MAS RAPIDO AMOR…  YA SIENTO QUE ME VOY A CORRER…MAS RAPIDO… MASS…MMMAASSS…  MMMMMAAAASSSSSSSS

SSSSSSSSSSLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL.

Su orgasmo fue sonoro y las contracciones apretando mi verga, fueron el mejor premio de agradecimiento, que podía recibir mi verga, por un trabajo bien hecho.

Llena de felicidad me besaba por todas partes, en especial a mi pancho, (que todavía estaba erguido a más no poder), por todas las sensaciones que acababa de descubrir y sentir al convertirse en plena mujer.

¿Te gusto mi reina?

Héctor eres divino, me encanto y solo sentí dolor al principio pero después casi me volviste loca de placer.

Quiero más amor.

Recuerda que Katia me está esperando, ve a llamarla mientras voy al baño y me ducho.

Se despidió con mil besos y salió a buscar a la madre.

Cuando Salí del baño, me sorprendí que no encontré a Katia y espere a que apareciera.

Pasaron como cinco o más minutos y mi preciosa vedette apareció ante mí.

Desde que me vio, se lanzó sobre mí y me besaba dándome las gracias por lo feliz que había hecho a su hija en su primera vez.

Karen nos contó todo, como la trataste, lo delicado que fuiste y sobre todo lo contenta por no haber sufrido.

Porque nos confesó que sentía un terrible miedo de pasar por la misma experiencia dolorosa que yo pase.

Se quedó a dormir, pero su deseo por ti es insaciable, pero la más contenta es Karla, porque ahora que sabe lo que paso con Karen, dice que su miedo, también ha desaparecido y como ella es tu consentida, la trataras a ella como tu verdadera reina y que por eso la dejaste para el final.

Katia mi vida, estoy que exploto, porque me contuve durante toda la noche, para no terminar dentro de Karen, por temor a embarazarla.

Y solo se puso a reír.

Te cuento, que yo a las niñas, les compre las pastillas  contra el embarazo, que yo usaba, así que puedes correrte dentro de ellas sin ningún temor.

Y hasta ahora me lo dices, que tengo este gran dolor de huevos.

Y nos reímos a carcajadas.

Esta noche no te voy a cobrar mi regalo. Porque tengo mi propio plan contigo.

Mañana te daré dinero suficiente, para que vayan las tres al salón de belleza, se compran la mejor ropa interior y la ropa más sexy para que puedan usarla para una noche especial, pero Mañana concéntrate en Karla, porque le hago el amor por primera vez, o me mata.

Trata de vestirla de color blanco como, lo angelical que representa para mí.

Después de esa platica, le hice el amor como un loco y ella respondió de una forma magistral, articulando su esfínter que casi ella sola hizo todo el trabajo, de ordeñarme hasta la última gota.

Eran las ocho de la mañana, y la primera en entrar a mi habitación era Karla con mi taza de café.

Irradiaba de encanto y sensualidad, y su primera acción después de servirlo, fue sentarse en mi pierna y recostar su cabeza en mi cuello y garganta y decirme con una voz muy romántica que hoy, sería mi mujer.

 

Tomados de la mano nos sentamos en el comedor y Karen que traía mi desayuno, se sentó también a mi lado, dándome un tierno beso y con una sonrisa y una mirada me daba a entender lo feliz que estaba por lo de la noche anterior.

Después de salir del banco, me acerque a Karla para decirle que pasaría por ella a las seis de la tarde.

Cuando regrese y la vi, quede con la boca abierta.

Vestía un una licra de algodón muy pegada al cuerpo que hacían resaltar sus hermosa tetas coronadas con la punta de sus pezones que se erguían y eran remarcados claramente por la tela.

Su trasero era como una obra de arte, en el  que se podía apreciar la elegancia y la belleza de sus curvas en un culito respingón que solo verlo era un regalo a la vista de cualquiera.

Una estrecha cintura, la curva de sus caderas y unas piernas gruesas  en perfecta armonía a sus demás atributos,

Mas unos zapatos blancos de tacón alto, hacían que su caminar fuera elegante y majestuoso.

Su cara angelical, estaba adornada por una larga cabellera rubia que le llegaba al nacimiento de sus caderas.

Su maquillaje era sencillo y natural, sobresaliendo su recta y delicada nariz, unos tiernos labios remarcados en un color rosa y sus ojos color miel, La hacían verse como una niña que va a su fiesta de quince años.

La lleve a comer a uno de los mejores restaurantes, para después ir a una de las mejores discotecas de la ciudad.

A las dos horas de estar ahí, me pidió que nos fuéramos porque se sentía toda mojada de solo estar pensando que pronto estaría conmigo en la cama y que la haría mi mujer.

Tenía un serio problema en mis manos y ese también es producto que da la fama al salir en pantalla, que todo mundo te conoce.

Aunque quería llevarla al mejor hotel y pedir la mejor habitación, no podía hacerlo porque me reconocerían entrando con esta preciosura de mujer que aparentaba menor edad a la que tenía y hay que recordar que tu peor enemigo es tu compañero de profesión y más cuando son del sexo opuesto y te suben a sus crónicas de chismes.

Cambiando de idea la lleve a un motel y pedí la mejor habitación al cabo que solo estaríamos unas horas en ese lugar.

Al solo entrar,  me empujo a la cama y me beso apasionadamente como diciéndome que se quería fundir a mí, para no separarse nunca.

La acariciaba por todo el cuerpo, pero su trasero y sus tetas eran una sensibilidad, para recordar por toda una vida.

Se paró a la par de la cama y su vestido cayó al suelo, mostrándome una lencería blanca, que un fetichista de ese tipo de prendas, las hubiera guardado como la mejor pieza de su colección privada, por haber pertenecido a un ángel hecho mujer.

Se abalanzo sobre mi pecho y en una forma muy coqueta me pregunto…

Katia dijo que verme así te encantaría.

¿Es cierto?

Esto que te voy a decir, será un secreto entre los dos, porque si ellas lo supieran, les causaría un resentimiento que las tendría molestas contra mí.

Pero mi amor es solo para ti, tu eres la dueña de mi corazón, amo a tu madre y hermana, pero nunca como te amo a ti.

De la forma más tierna y cariñosa me beso y en una total entrega demando…

Hazme tuya mi amor.

La desnude lentamente, y sus redondos pechos estaban erectos y firmes y sus pezones eran su mayor debilidad que cuando coloque la punta de mi lengua en ellos, pude notar como su piel se erizaba y los botones de sus tetas cobraban una grandeza y firmeza para soportar mis lamidos y chupones en ese sector tan sensible.

Mi mano busco su virginal chochito, y mis dedos fueron recibidos con un completo baño por su abundante humedad.

Baje por su pelvis buscado su coñito, una tenue mata de bellos muy pequeños sobresalían de esa parte de su cuerpo, su rajita era bellísima con unos pequeños labios muy rosados, que al entreabrirlos,  su humedad era bastante notoria y su botoncito se mantenía firme, para no ahogarse por lo inundado que se encontraba el canal.

Su fragancia era la misma loción que usaba su madre, pero con la diferencia que su conchita transpiraba un olor fresco, suave y limpio, como cuando uno sube a un automóvil nuevo, por primera vez.

Saque mi lengua para acariciar mi  botón preferido y tras varios chupones mi tierna me toma del cabello y me aprieta contra su concha y ha tenido su primer orgasmo de la noche.

.Me levanto de la cama para quitarme la ropa y al hacerlo me sonrió con ella y me explica  que desde que se levantó, en lo único que ha pensado es en el hacer el amor conmigo y por eso estaba tan caliente, que solo sintió mi lengua y se corrió en el instante.

Con la verga en su máxima erección, me recuesto sobre la cama y la  atraigo hacia mí y la obligo a sentarse en mis huevos, quedando la punta de mi glande muy cerca de su coñito que ya se siente ansioso por estar dentro de él, como dueño de su gruta inexplorada, que pronto entrara a ser parte de su legítima propiedad.

Muy cariñosa me acerca sus labios para que se los bese y mis manos la abrazan para hacer un lento recorrido por su espalda hasta bajar a sus caderas y sentir la curva de sus nalgas para sentirlas en toda su perfección.

Acaricio sus delicados pechos extremadamente redondos y la graciosidad de sus pezones que me los brinda como un regalo para mi especial deleite.

Con la ayuda de mi mano derecha agarro mi verga que se ha convertido en un verdadero fierro y le pido que sea ella la que se siente sobre él y logre medir el grado de penetración que quiera lograr para no sentirme culpable al momento de su dolor cuando mi verga cruce el umbral de su virginal túnel que conduce a las profundidades del éxtasis.

Una de sus piernas la levanta para apoyar en ella uno de sus brazos y que además le sirva para levantar su cuerpo y con una de sus delicadas manos dirigí mi verga a su virginal entrada.

Por uno o dos minutos restriega mi glande por todo su chochito y con una mirada de decisión y valor se sienta sobre él, lanzando un pequeño gemido de dolor, pero también ha logrado que mi glande cruce la frágil barrera, y un cálido, jugoso y apretado recibimiento se cierna por todo el.

Mi tierna Karla, persiste con su mueca de dolor y para ayudarla a soportarlo mis manos van en su auxilio tomando sus pezones para acariciarlos y tomando más valor por efecto de mis caricias se decide y se lo ensarta totalmente dentro de ella y con lágrimas en su rostro baja su cabeza para descansar sobre mi pecho, yo quiero alcanzar sus labios pero casi no puedo y solo logro secar sus lágrimas que brotan de sus ojos con los besos de mis labios.

Después de varios minutos se incorpora y con leves movimientos mi verga se desliza en un ir y venir sintiéndose el amo y señor de esa gruta recién descubierta.

Sus facciones en su cara comienzan a cambiar y u gemido con canto de placer inundan la habitación, la niña temerosa ha desaparecido y una majestuosa hembra con hambre de sexo aparece en escena es una gata salvaje su ritmo  cobra velocidad, mi asombro es enorme al ver el cambio que ha tenido lugar al reconocer que una potranca de pura sangre ha venido a sustituir a una inocente criatura, muy atrás a quedado la niña y una putita se empieza a manifestar y entra en acción pellizcándose ella sola  sus  redondas tetas y sus pezones se exhiben en su máxima grandiosidad.

Su concha se revuelca contra el tronco de mi verga y pelvis buscando la máxima frotación contra su clítoris, sus caderas y cintura, se mueven en una increíble sincronía que en verdad la convierten por derecho propio en la reina de todas las putas habidas y por haber.

 Su maestría es natural, al igual de cualquier artista  y solo le falta un poco más de practica y estará lista para  hacer su obra maestra en la cama.

El manejo de su cadera y cintura me tienen anonadado y en un momento de locura me hace explotar y al mismo tiempo como queriendo ordeñarme su esfínter entra a escena con fuertes contracciones y en un acto de mucha técnica alcanza el orgasmo lanzando un quejido único que será su carta de presentación de aquí en adelante…

PPAAAAAAAAAAAAAAAPPPYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY

Medio muerto por la fuerte descarga, me levanto y quedo viendo perplejo a aquella inocente que de la noche a la mañana se había convertido sin lugar a dudas en la única mujer que me había vencido con mucha ventaja en quien aguantaba más en la cama y me di cuenta que esa niña era una verdadera artista a la hora de hacer el sexo.

Me fui al baño para recapitular en todo lo que había sucedido y lo primero que pensé es que tal vez por mi excitación sumado a lo frágil que se miraba, eso dio como resultado que me sacara de concentración y me provocara el orgasmo.

 

Tenía que repetirlo para satisfacer mi ego  y pedí unos tragos y

Emparedados mientras recuperaba fuerzas y esperaba mi segunda oportunidad.

 

CONTINUARA

 

JIHNM

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 10” (POR ADRIANAV)

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PARTE 10

La aceptación

Lentamente abrí los ojos y por un instante perdí la noción de dónde estaba. Por unos segundos pensé que todo había sido una fantasía y estaba todavía en la aldea. Pero la visión del cuarto a medida que lo recorría con la vista y la sensación de que los músculos de mis piernas y la cintura habían trabajado extraordinariamente, me devolvió la hermosa sensación que descubría la verdadera realidad vivida la noche anterior hasta caer agotada y dormir profundamente.

Las sábanas revueltas que solo tapaban apenas mi cintura y nada más, la camiseta, mi ropa interior en el piso y el muñeco que miraba hacia el suelo desordenadamente sentado en la silla del dormitorio, era el sensual fiel testimonio de lo que habíamos hecho durante casi toda la noche. Pero él ya no estaba en mi cama. Probablemente estaría en el gimnasio.

No tenía ganas de levantarme todavía. Decidí hacer un repaso de lo sucedido anoche. Me dispuse revivirlo con las imágenes que habían quedado grabadas en mi mente y que de solo pensarlo causaban cosquilleo entre mis piernas otra vez. Y por esa misma sensación de cosquilleo, sorprendiéndome se me hizo presente algo que antes no me había percatado. ¡Situaciones anteriores con él tenían mucho en común con el estado pasional que vivimos la noche anterior!

Estas demostraciones de su parte, las había tenido en varias ocasiones desde muy pequeña, y por la inocencia de la edad en ese momento no me daba cuenta de qué era ese alboroto que hacía sentir en mi cuerpo y me hacía responder con impulsivas acciones. Sobre todo cuando jugaba conmigo revolcándonos en la cama o en cualquier otro lugar. Esas sensaciones que sentía en sus abrazos o cuando yo me le trepaba encima. Sin darme cuenta, por retorcerme en la cama con estos pensamientos, estaba destapada y mi desnudez estaba totalmente expuesta tal como me había dejado el tío Sergio al retirarse, segregando ese flujo característico que me aparecía en cantidades últimamente al internarme en pensamientos sexuales.

Escuché pasos por la escalera y sonreí retorciéndome con un poco de coquetería ante la expectativa de verlo aparecer otra vez allí. Pero quien apareció en la puerta abierta de mi cuarto era mi madre.

– Hola hijita… -y recorriendo la vista por toda la habitación continuó:

– ¡Vaya! Tal parece que aquí ha habido una batalla campal…

– Hola mami -dije poniéndome nerviosa y buscando taparme las piernas solo llegué a cubrirme hasta la cintura.

– Si te has dormido así no dudo que tu tío también te haya visto así.

Por ponerme nerviosa no se me ocurrió otra cosa que reírme tímidamente.

Las costumbres en mi casa siempre fueron de una familia sin prejuicios tontos. Mis padres nunca limitaron mi forma de vida. Yo andaba por la casa en bombachas desde muy niña y sin nada más. Cuando nos bañábamos, después entraba a la casa desnuda y me vestía delante de mi padre, mi madre o mis hermanos. Y ellos hacían lo mismo. O sea que, por costumbre no me asustaba la desnudez ni me hacía sentir comprometida.

– Sé que tu no tienes vergüenza de ello porque en casa no nos preocupa ese tema, pero los hombres aunque sean familia son hombres y se calientan al ver una mujer desnuda tan linda como tu, porque ya estas a la altura de cualquier mujer merecedora. Ya no eres una niñita y debes asegurarte de lo que te da deseos.

– Si mamá. Pero el tío me parece tiene las mismas costumbres que nosotros.

– Me lo imagino. ¿Tu ya sabes lo que es sexo?

– Si.

– ¿Y lo has tenido con alguien?

No esperaba una pregunta como esa. No me animaba a decir eso, pero era el momento de poder hablarlo con ella. Sino, ¿quién mejor que ella?

Se dio cuenta que no me animaba.

– No tengas vergüenza de hablarlo conmigo hija. Yo a tu edad también tuve algo y sé lo feo que es no poder charlar con alguien de ello. Vamos, anímate!

– Bueno… sssih… mami.

Entonces decidió meterse en la cama conmigo a charlar, pero cuando avanzaba hacia cama me di cuenta de las manchas de esperma que se veían claramente y tiré una sábana para taparla. Estaba casi segura que ella lo había visto. Pero contrario a lo que pensé que podía reaccionar, me sonrió y se acostó al lado mío.

Yo me puse a mirar el techo y sentía que ella me miraba de lado en la almohada, como esperando que me decidiera a mirarla a los ojos para seguir conversando. Me aguanté lo más que pude en esa posición hasta que finalmente la miré. Lo que pasó fue insólito. Nos empezamos a reír a carcajadas.

– No llegaste a tiempo… -me dijo riéndose.

– No mami. Perdóname!

– Ja, ja, jaaa, no fuiste tan rápida. Jua, ja, jaja… Ya, ya mi amor, ya. Perdóname que no me aguante seria como debería de ser, pero me hiciste tentar y no puedo parar… -y como sin poder controlar la risa siguió de tal forma que me hizo continuar riendo también. Acariciándome el pelo sin dejar de reírse agregó:

– No te preocupes mi cielo, conmigo puedes decir lo que quieras. Piensa que yo te quiero ayudar. Mami no quiere oponerse a tu crecimiento con moralidades hipócritas.

– ¿De veras? ¿No te sientes mal por mi?

– No mi amor, para nada. Y tampoco con el patán de tu tío… Pero lo que más importa es que haya sido natural. ¿tu… lo… permitiste? -las palabras eran dichas con pausas.

– Si mami.

– ¿Te gusta estar así con él?

– Mucho.

– Uy hija. Es un buen hombre, pero es familia lo cual complica un poco las cosas para la moralidad de una sociedad que se conduce y además bastante mayor… no te gusta alguien de tu edad?

– No mami.

– Pero si todavía no has tenido relación con alguien de tu edad como puedes saberlo?

– Si tuve.

– ¿Me vas a decir quien o prefieres no decírmelo?

– Con Julián mami. Pero es niño un tonto y no tuvimos “todo”.

– Bueno. Es muy jovencito. Pero, ¿qué quieres decir con no tuvimos “todo”?

– Eso mami. Que no sentí así… como debe de ser… no sé como explicártelo.

– ¿No te penetró?

– Eso!

– ¿Entonces todavía estabas virgen?

– Este… no…

– ¿Acaso hubo alguien más?

– Si.

– ¿Mayor?

– Si.

– Dime. ¿Quién?

Dudé antes de decir quien. No sé si debía, pero mi madre me abría la puerta dándome la confianza necesaria para que pudiera decir las cosas como eran.

– Te lo digo pero no te enojes con él.

– No niña. Te prometo que voy a respetar tus decisiones, si es que fueron tuyas. – Arturo.

– Me lo imaginé!

– ¿Por?

– Porque no has sido la única mi amor. Lo conozco muy bien y cuando te dejamos a cargo de ellos, no pensé que todavía estabas deseando algo así.

– ¿Porqué dices que no fui la única? ¿Conoces alguien mas que se lo hizo?

– Si… -y luego de una larga pausa continuó – “A mi”.

– ¿Cojiste con Arturo? -le pregunté sorprendida por haberlo dicho con todas las palabras.

– Si. Pero tu padre no lo sabe ok?

– Claro mami. No voy a decir nada.

– Durante mucho tiempo me decía cosas y me rozaba cada vez que tenía una oportunidad. Siempre buscaba una oportunidad para hacerme sentir deseada. Y un día que Rosa se quedó en la ciudad con un amiguito que tienen allí, mientras tu padre y ustedes dormían y yo terminaba de arreglar la cocina, Arturo entró y al ver que no había nadie alrededor me abrazó por detrás y no me aguanté. Le permití restregarse contra mi y yo lo ayudé. Estaba con ganas de que me lo hiciera y allí mismo en casa me levantó la falda y recostada contra el fogón me lo hizo por primera vez. Pero esto nadie lo sabe ok? Tiene que ser nuestro secreto.

– Claro mami. ¿Hubo mas veces?

Hubo un silencio total. Yo no quería hacerla sentir mal, pero como me había tenido mucha confianza para decirme algo así es que le lancé la pregunta. Quería darle la misma oportunidad que me estaba dando a mi. Por eso de la confianza y tranquilidad de poder hablarlo con alguien como ella me había dicho.

– Si hija, si. Cada vez que Rosa se quedaba en la ciudad con el amigo de ellos, nos juntábamos a escondidas. ¿Y tu? ¿Cómo fue? ¿Cuándo?

– Hace poco. Cuando ustedes se fueron a la ciudad a buscar el documento.

– Oh… -se sorprendió- ¿Y Rosa?

– La primera vez dormía, luego se unió.

– ¿Y cómo fue? ¿Mas de una vez?

Y le relaté la historia tal cual sucedieron los hechos hasta que ellos llegaron de regreso de la ciudad. Inclusive le conté lo de Luis Eduardo. Me escuchó con mucha atención sin la más mínima reacción de contrariedad.

Cuando aprendí la palabra promiscuidad, recién en ese momento me di cuenta de que en la villa donde crecí, eso era algo normal. Por esa razón no era mal visto y habían muchas relaciones libres entre familiares. De la misma forma no era inaceptable ni escandalosa la sexualidad entre vecinos. Pero si venía algún extranjero, se tomaban mucho cuidado y no era aceptado de esa forma hasta que no estuviera integrado en nuestra sociedad. Con estas costumbres arraigadas, mi madre no se escandalizaba con lo que había descubierto en mi dormitorio.

Pero de todas formas me habló a modo de consejo de cómo tenía que tener cuidado de todo lo que podía entorpecer mi felicidad. En eso estábamos cuando de pronto apareció el tío por la puerta con el pantalón pijama y sin camiseta. Venía un poco sudado de hacer gimnasia.

– Oh, perdón. No sabía que estabas aquí -le dijo a mi madre mirando mi desnudez como queriendo darse vuelta para salir de la habitación. Y mi madre se le adelantó:

– No, Sergio no. No te asustes. ¡ven! -dijo golpeando la cama con la mano por sobre mi, indicándole que se sentara de mi otro lado.

Me subí las sábanas solo hasta la cintura porque se habían enganchado enredadas en los pies de la cama.

Entonces él contestó:

– ¿De veras?

– Si. Vente con nosotras que hablábamos de algo importante.

– Hola mi linda. ¿Amaneciste bien? -me dijo.

– Si… -dije bajando un poco la vista porque me daba un poco de vergüenza estar desnuda con él y mi madre juntos. Aunque ella lo aprobara todavía sentía algo de incomodidad. Se recostó de mi otro lado como si fuera lo más natural del mundo y pasándome un brazo por debajo del cuello le dijo a mi madre:

– He pasado mucha soledad desde que llegué a este país. Tenía necesidad de ustedes y tener finalmente a esta niña aquí es lo más lindo que me puede haber pasado recuperando mi felicidad.

Y mi madre, sin cambiar su humor me daba a entender de que aceptaba mi desnudez ante su hermano. Y le dijo:

– Me alegro que te sientas así. Ella me ha sorprendido con lo adulto de sus pensamientos y me expresó que está dispuesta a ayudarte en lo que sea y estoy de acuerdo que así sea.

Me giré abrazándolo. Mis tetitas se apoyaron en su pecho y le pasé una pierna por encima dandole un “piquito” de beso tímido pero agradecido. No sé de dónde ni cómo reaccioné así, pero me sentía segura con mi madre delante por haber hablado de nuestros secretos. Entonces escondiendo mi cabeza en su tórax me animé a decir:

– ¡Es que mi tío es un queso! ¡Y yo lo adoro mami!

Sergio me abrazó y mirándome me regaló una sonrisa enorme.

– Ustedes dos, en lugar de parecer tío y sobrina, ¡parecen novios!

Y nos reímos todos a la vez.

– Vaya que me gustaría que lo fuéramos! Pero aquí en este país podría ser un escándalo de que este viejito y esta niña tuvieran una relación de ese tipo.

– ¿Porqué? Sabes bien que nuestras costumbres no nos limitan en esto.

– ¿De veras no te molestaría que mantengamos nuestras costumbres y me enrollara con Andreita?

– No. ¿No crees que ya hubiera saltado tirándome de los pelos después de entrar a este cuarto tan desordenado y darme cuenta de lo que ha pasado aquí mismo donde estoy ahora?

Mi tío puso cara de sorprendido. No se esperaba esas palabras de mi madre.

– ¿No crees que también podría estar llorando a gritos de ver a mi hija en brazos de mi propio hermano prácticamente desnuda como esta ahora?

– Lo sé. Me apasiona esta niña. Y su desnudez es torturante para mi. Está tan hermosa!

Y mi madre, mirándole el bulto que había crecido en su pantalón pijama le dijo:

– Si, ya me doy cuenta de cuánto te apasiona.

– Y bueno… Si. Ella me pone así… Pero para mí es muy importante lo que tu pienses también Andreita. ¿Te molesta que yo te esté abrazando desnudita adelante de tu madre?

– No. Me gusta mucho -le dije mimosa sin quitarle mi cara de su pecho.

Él me acariciaba la espalda.

– Lo que les dije. Parecen dos bobitos.

– ¿De verdad lo apruebas? -preguntó mi tío a mamá.

– Si. Me gusta que ella se sienta tan segura con su tío. Sé que tu no la vas a lastimar porque la quieres mucho y bien.

– ¿Ves? -me dijo levantándome el mentón y nos miramos a los ojos.

Le sonreí y me dio un besito en los labios. Se lo devolví con la lengua.

– ¿Te gusta estar así con tu tío, hija?

– Me encanta mami! -le dije mimosa y volviendo a aplastar mi boca contra la suya iniciando una lucha de lenguas muy húmedas. Me monté sobre una de sus piernas y le di un par de fricciones con la pelvis.

– Bueno, entonces los dejo solos y me voy a preparar algo -dijo mi madre- ¿qué les preparo para desayunar?

– Huevos revueltos y jamón. ¿Tu quieres mi chiquita? -preguntó Sergio.

– Si. ¿Y tostadas? -me animé a preguntar mirándola sonriente.

Ella se adelantó un poco en la cama y se me acercó a darme un beso en la frente acariciándome la espalda también.

– Mi niña se está convirtiendo en mujer. Y con el hombre que más confío. A ti te tengo mucha confianza y sé que no la vas hacer sufrir.

Suficiente. Me estaba autorizando a estar en brazos de él, y me sentí más aliviada ante la tranquilidad con que mi madre se adaptaba a este ambiente de solidaridad y confianza conmigo y el tío Sergio. Ella veía con naturalidad mi desnudez pegada a mi tío que ya estaba excitado y con el bulto empinado duro contra mi pierna. Me dejaba sola para que me encargara de él. Mi pelvis seguía la danza sobre esa pierna que me estaba poniendo a circular la sangre a toda velocidad.

– De lo que hablamos y lo que ha pasado aquí, tu padre no puede enterarse de nada por ahora hasta que ustedes dos esten seguros. ¿Entendido?

– Siiii… -coincidimos los dos al decirlo y nos empezamos a reír. Ella también y siguió camino.

Ni bien desapareció por la puerta, tío Sergio y yo nos enredamos en un beso extremadamente sensual. Su mano fue a parar a uno de mis pechos que hacía rato estaba delatando mi estado de calenturienta por el crecimiento de los pezones al sentir a Sergio tan cerca. Mis gruesos y largos pezones querían ser atendidos. La pija de Sergio se asomó por entre el hueco de la bragueta del pijama y se la rodee con mi mano sin dejar de besarlo. Me tiré encima de él a lo largo con las piernas abiertas y guié ese pedazo de carne endurecida que tanto deseaba en ese momento hasta la entrada de mi conchita. La cabeza me penetró quedando rodeada por los labios un poco inflamados de mi vulva. Así con su pija apenas adentro, empezamos a jugar moviendo las caderas. Me excitaba tenerla así.

– ¿Te la meto mi amor? -dijo poniendo su manos en mis nalgas para aferrarse a ellas en el momento de penetrarme hasta el fondo.

– Siiihhh… dije gimiendo.

Y cuando me preparaba para empujar mi vientre y hacerlo realidad, sentí a mi madre otra vez entrar al dormitorio y quedé congelada sin saber qué hacer. La cama estaba frente a la puerta. Seguro que me estaba viendo penetrada por esa gruesa verga con mis piernas bien abiertas dandole a sus ojos un amplio panorama de lo que sucedía. Entonces di vuelta mi cara por sobre mi hombro y me quedé mirándola como pidiendo disculpas con mi expresión. Pero solo dijo:

– ¡Ustedes no pierden el tiempo! A ver tortolitos… pueden hacer una pausa para decirme si quieren que les haga café solamente o con leche.

– Con leche -dijo mi tío sin soltarme las nalgas.

– Ya veo -dijo mi madre con sarcasmo y volvió a irse mientras nos decía en alta voz: “Les doy veinte minutos…!”

Tío Sergio y yo nos miramos y como si fuera algo natural no esperó a que mi madre se fuera. Me la empujó hasta hacerla desaparecer dentro de mi.

– Andreita… que caliente estas mi niña!

La sacó y girándome se subió sobre mi metiéndomela otra vez de una sola estocada.

Miré por encima de su hombro y me percaté que la puerta estaba abierta. Mi madre y yo nos sonreímos pero no por mucho porque abrí la boca para gemir cuando me la empujaba otra vez con fuerza y perdí la atención totalmente concentrándome en lo que Sergio me hacía sentir. Estaba empalada por el miembro de mi tío que me llenaba estirándome toda la vagina para poder estar dentro de mi! Todo parecía una escena surrealista. Pero no lo era.

Entonces él me arrancó otro fuerte gemido que no pude disimular y comencé a mover las caderas buscando más placer.

– Qué rica tienes la conchita mi amor -me decía- todavía la tienes tan apretadita que me vas a sacar la leche muy pronto.

– …aha…! -decía yo con desesperación para que se siguiera moviendo así porque me estaba por venir un orgasmo!

Peleamos con los movimientos de caderas y pegando con violencia un sexo contra el otro. Sentía sus testículos pegando en mis nalgas.

– Mi chiquita, te voy a dar la leche ya!

– Siiii…. yo también!!!

Habíamos durado poco haciendo el amor. Ya no podíamos esperar más!

Y grité con un gemido insoportablemente ronco desde lo más profundo de mi garganta a la vez que sentía los azotes de su verga muy adentro mío derramando esperma sin parar. El calor por dentro me hacía feliz! Y sin dejar de moverse fue bajando la frecuencia de sus empellones. Yo me calmé, pero el ruidito que causaban nuestros sexos friccionándonos ensopados era delicioso de escucharlo. El olor a sexo, ahora más fuerte, cerraba el final de una cojida que no esperaba, de una calentura que no había sido planeada. Entonces recordé a mi madre y miré. Pero ya no estaba.

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 11” (POR ADRIANAV)

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Abrazada a tío Sergio me cayó la realidad del enorme cambio que había tenido mi vida. La inocente niña de una villa perdida en un lugar de la tierra, tenía ahora un mundo que por mucho tiempo fue algo que no creía poder alcanzar algún día. O sea que me sentía la niña más afortunada del planeta. Y lo que más le daba más fundamento a mi felicidad era el hecho de que mi deseo de hacer lo que sentía como mis propias decisiones, era que me apoyaba una de las personas más importantes de mi vida…, mi propia madre. Ella me permitía caminar por ese callejón hermoso, por esa ruta de felicidad que solo me hacía sonreír.
Así de relajada estaba cuando me trajo a la realidad un grito desde abajo, en la cocina:
– El desayuno está servido! Vamos que se enfría…!

Ya en la mesa estaba todo listo. Ni bien me senté y empecé a comer, caí cuenta del hambre que tenía. Me provocaba comer sin pausas, lo cual les dio risa a mi madre y a Sergio.
– Hay cosas que dan hambre mi amor… -dijo ella sonriendo y pasando la mano por mi cabello.
Charlamos un rato hasta que aparecieron mis hermanitos y detrás mi padre listos para ir a hacer las compras del mercado para la semana ya que iba a ser intensa para él. Mami decidió quedarse porque no estaba con ánimos de caminar mucho por el mercado:
– Vayan ustedes los varones a divertirse -les dijo cariñosamente.

Papá lo tomó con mucho agrado y dandole un beso le dijo en broma:
– Me los llevo a un club… -guiñándole un ojo para darle a entender el tipo de club al que se refería y se rieron.
– Si tu los llevas a un club de esos yo te cuelgo de ya sabes donde!
Y siguieron las bromas de ida y vuelta por unos minutos. Desde que habíamos llegado el buen humor se hacía sentir constantemente en todo el ambiente.

Así fueron pasando los días, las semanas y los meses. En todo ese tiempo fui conociendo el área donde vivía, las costumbres de Sergio y el ritmo en que se moviliza la gente de aquí. También conocí a Javier un guapísimo hombre que resultó ser el mejor amigo del tío y tres matrimonios mas o menos contemporáneos. Uno de ellos tenía dos niños y una niña que jugaban con mis hermanitos cada vez que venían.
Por otra parte como ya yo estaba estudiando inglés intensamente y me preparaba para ingresar al colegio a estudiar en el próximo año, viajaba en tren a cinco estaciones de distancia que me llevaba unos 45 minutos de viaje. A mi regreso siempre que llegaba a la estación para esperar mi tren, coincidía con una pareja que a la tercera vez de vernos me preguntaron de donde era. Casualmente ellos eran un joven matrimonio peruano que habían nacido en Lima, la capital de mi país. Con el correr del tiempo nos hicimos amigos. No podían creer la suerte que nosotros habíamos tenido de poder salir de esa villa donde vivíamos. Claro que les expliqué que quien había provocado todo ese movimiento había sido mi propio tío.
En fin, a medida que pasaba el tiempo la vida me ofrecía más descubrimientos y un crecimiento con mayor seguridad, que me permitía disfrutar y aprender.

En todo este tiempo fui desarrollando una curiosa forma de entretenerme. Me picaba la curiosidad de cómo funcionaba la sociedad del norte y ya fuera en la calle, en el lugar donde vivíamos, en un restaurante o en el tren, estudiaba los gestos, las reacciones de las personas y sacaba conclusiones de cómo eran, qué buscaban en ciertos momentos y cual sería su carácter y sus emociones. Y lo mejor de todo es que pocas veces me equivocaba.

Hasta ese momento no lo había puesto en práctica en la casa, hasta que accidentalmente un día me llamó la atención un comportamiento de mi madre que se repetía cada vez que estaba en presencia de Javier cuando no estaba mi padre delante. Se comportaba con acciones de una chica joven, nerviosa, pendiente a cualquier deseo que él tuviera como por ejemplo alcanzarle una cerveza o tonterías de esas. Yo estaba segura de que a ella le gustaba demasiado porque nunca la había visto comportarse de esa forma, y no lo dudo porque él estaba muy apetecible… A pesar de ser menor que ella, cuando estábamos juntos el comportamiento de Javier parecía más adulto que el de mi madre. Pero por el momento él no reaccionaba a esos “mensajes” corporales que mi madre exteriorizaba inconscientemente.
Tengo que confesar que este suceso no me hizo sentir mal para nada. Al contrario, me sentía que era el momento de obrar como ella lo había hecho conmigo. Quería ayudarla a contarme lo que le pasaba, pero esperaba que ella misma tomara la iniciativa.

Javier y Sergio se llevaban una buena diferencia de edades de casi 17 años. Pero él fue quien ayudó a mi tío cuando emprendió su aventura en el negocio y desde ese momento se convirtieron en amigos inseparables. Por eso es que a nuestro arribo y ni bien estuvimos acomodados, fue la primera persona de su grupo que conocimos.
El día que vino por primera vez a casa, charlamos muchísimo. Los niños lo agotaron con sus correrías y él se prestaba para todos esos juegos. Luego cuando los mandaron a dormir, nos acomodamos en el living, mi padre, mi madre, tío Sergio, Javier y yo y hablamos de muchas cosas.

Javier siempre lucía guapísimo, vestía con muy buen gusto. Era alto, delgado de cintura y una espalda bastante ancha. Sus brazos denotaban que era de los que van a menudo al gimnasio, aunque nada exagerado. Tenía la cara bien limpia y siempre medio-afeitada, nariz fina, cejas abundantes y bien oscuras, ojos oscuros y vivaces y el pelo bien negro, perfectamente cortado y peinado. Sonreía constantemente y poseía un muy buen sentido del humor.
A partir de ese momento comenzó a aparecer en la casa bien a menudo. Se notaba que en esa amistad con mi tío no se guardaban muchos secretos. Y entre algunas de sus acciones y por la forma en que Sergio se comportaba conmigo frente a su amigo, mi insoportable instinto permitió que comprendiera de que Javier ya sabía lo que había entre nosotros. Por lo tanto, yo tampoco me sentía incómoda de poder sentarme con mi tío en sus piernas o al lado de él apoyando mi cabeza en su pecho. También lo descubrí varias veces mirándome por entre mis cortitas faldas cuando me tiraba en el sofá con Sergio a lo que -por la confianza que habíamos desarrollado- no me daba vergüenza fastidiarlo y le abría más las piernas en tono de broma. Era algo en que los tres participábamos. El siempre nos decía:
– “No me provoquen porque yo soy como un animalito que siempre está con hambre…” y continuábamos con las bromas “sensuales” siempre que se daba la oportunidad.
Pero esa distancia que todavía nos separaba de la confianza total, una vez se acortó un poco cuando los tres mirando una película en el sofá del living, yo me había tendido a lo largo entre los dos. Cada uno ocupaba las puntas opuestas. Mi cabeza apoyada en Sergio y mis pies tocándole la pierna a Javier por la falta de más espacio para estirarme. Después de un par de escenas bien atrevidas de la película donde una pareja estaba en la cama haciendo el amor, sentí sus manos acariciándome los tobillos. Luego llegó varias veces hasta mis rodillas. Tío Sergio lo había visto pero parecía no importarle. Seguía absorto en la película pero en mi mejilla me hizo sentir que le provocaba calentura la situación ya que le sentí crecer el bulto mientras eso sucedía. Por un momento miré por sobre mi cuerpo estirado y vi que el bulto de Javier también estaba bien crecido. Sonreí internamente porque me gustaba ser responsable de esas reacciones. Lo estaba disfrutando.

Después de la película, Sergio le dijo que se quedara en el cuarto de al lado nuestro y al Javier decirme las buenas noches con su pijama puesto se pegó a mi más de lo acostumbrado haciéndome sentir claramente su dureza por un par de segundos.
Fue la primera vez que hubo un acercamiento físico. Me sonrió y se fue. La primera vez que me hacia saber de su sexualidad y también fue la primera noche en que cogiendo con Sergio mientras me tenía penetrada por delante, me acarició con un dedo la entrada de mi trasero y me dijo:
– ¿Te imaginas la pija de otro hombre metiéndotela aquí mientras tu y yo cogemos así…?
Lo único que hice fue gemir por lo que estábamos haciendo, sin prestarle mucha atención a lo que me había dicho. Pero luego, atando cabos me di cuenta que él había pensado en la posibilidad de Javier como ese “segundo hombre” en medio de nuestro acto sexual y de seguro esperó una respuesta de mi parte para que sucediera! Pero no me di cuenta a tiempo y nada pasó.

Por un tiempo todo siguió igual y seguíamos esas reuniones y no existieron mas acciones de ese tipo.
Preparábamos comida, a veces se abría una botella de vino rojo y una de blanco efervescente que a mi me encantaba, tirándonos en el suelo, en el sofá o en el dormitorio a ver la copa europea que era lo que más recibíamos en el cable o alguna película. Javier no era nada tímido y no ocultaba sus reacciones cuando veíamos películas fuertes, las cuales ponían cada vez con más frecuencia, pero todo continuaba igual, sin otras provocaciones mas que las de acariciarme las piernas.
Su presencia de hizo rutinaria. Ya tenía confianza con toda la familia. Pero había algo especial en Javier, que empezó a llamarme la atención cuando él estaba en presencia de mi madre. Cuando no estaba mi padre ni los niños, ahora era él quien la miraba alejarse o acercarse cada vez que mi madre se levantaba de la mesa o de un sofá. Finalmente parecía haber cedido a las provocaciones disimuladas.
Buscaba sentarse siempre del lado donde ella estuviera y le daba conversación constantemente. Entonces le puse atención a mi madre y noté que ella reaccionaba con una constante sonrisa desde que Javier llegaba y se ponía muy nerviosa cuando le daba un beso en la mejilla separándose rápidamente de él si estábamos todos presentes. Pero cuando estábamos solos mi madre, Sergio, Javier y yo, no se separaba con tanto apuro del beso de bienvenida. Otra señal que comprobaba mi teoría, era que ella venía vestida cada vez más coqueta.

Ver esas reacciones es a lo que se le llaman “lenguaje corporal” y a mi me fascina poner atención a ese comportamiento con el que nadie puede ocultar el verdadero sentimiento con que se actúa ante cualquier situación. Sentí que mi teoría tenía bases fundamentadas una tarde de las tantas en las que mi padre se iba con los niños a ver baseball (se habían hecho fanáticos del equipo de la zona) y luego los llevaba a comer como siempre. Como en otras veces, decidimos ver televisión en el dormitorio grande de Sergio. Yo me había tirado sentada sobre tío Sergio con mis piernas enrolladas sobre las de él como en posición fetal, abrazada de su cuello, ya que él se había recostado sentado contra el respaldar de la cama. Estaba de espaldas a Javier que también estaba sentado contra el respaldar al lado de su amigo y después de él mi madre acostada de lado sobre la almohada con sus rodillas casi pegadas a él. Yo tenía puesto un short bien corto de paño que dejaba descubiertas las curvas de mis nalgas y una camiseta sin mangas. Mamá, se había venido con un short de paño también pegado aunque un poco más largo que el mío y un top de tela delgado sin sostén que dejaba notar sus todavía buenos pechos y algo de sus pezones que se ponían duros porque creo que a propósito se ubicaba donde el aire acondicionado le daba de lleno.
Esa tarde decidimos ver una película. La eligió Sergio. Luego me di cuenta que era una de las más fuertes que yo había visto hasta ese momento. El argumento era totalmente sexual. Una mujer semi-frígida le es infiel a su novio cuando conoce a otro hombre que la calentaba con solo mirarla. Éste la transformaba en una máquina sexual infernal y en la primera escena a los casi cinco minutos de película, la mujer le chupa la pija debajo de una mesa en un restaurante. De allí se la lleva a un motel donde en la escena siguiente la desnuda lentamente besándola por todas partes hasta que se la monta encima con ella prácticamente gritando gemidos de goce. Esa escena extremadamente sensual duró una eternidad. Algo que calentaba a cualquiera que la viera.

En ese instante, el brazo de Sergio bajaba por mi espalda metiendo su mano por detrás de mi short. No me había puesto bombachas. Empezó a acariciarme con el dedo entre las piernas y como estaba de espaldas a Javier y mi madre, no veía si me estaban mirando, pero si lo hacían estaban viendo claramente que yo movía la cola disfrutándolo sin pena. Levanté la cabeza y besé a Sergio en los labios con pasión. Cuando nos separamos de ese beso, me miró a los ojos sonriente y me dijo en un susurro:
– Mira a tu madre y a Javier.
Cuando voltee la cara, me encontré con que la mano de mi madre acariciaba la pierna de Javier mirándolo fijamente a su dura pija por sobre el pantalón. Él le acariciaba el cabello y los ojos de mi madre subieron hasta encontrarse con los de Javier. Ahora se miraban intensamente a los ojos. Se veía claramente que la calentura de ella la tenía totalmente descontrolada y abría un poco la boca para gemir en silencio.
Parece que intuyó que Sergio y yo la veíamos y por un instante las dos nos encontramos mirándonos. Le sonreí aprobando lo que sucedía en medio de un gemido y entrecerrando los ojos porque el dedo de Sergio se habían colado entre los labios de mi vagina entrando suavemente por la humedad que me invadía. Volví a besarlo. Ahora las lenguas, la saliva y los labios se restregaban con más frenesí. Era un momento muy intenso. Los gemidos que salían del televisor eran de una mujer en celo teniendo un orgasmo inacabable. Mi mano bajó hasta encontrar el elástico del short de Sergio y atrapé lo que tanto deseaba. Sin prestar atención a lo que sucedía a mi lado lo empecé a masturbar mientras nos besábamos. Se sumaban dos dedos dentro de mi y cada tanto los llevaba hacia atrás mojándome con mis propios jugos la entrada de mi trasero.
Mi tío giró junto conmigo mientras me bajaba el short por completo. Quedé pegada al lado de Javier y al mirar hacia abajo vi a mi madre chupándole la verga ayudándose con las dos manos en el tronco. Él tenía los ojos cerrados. Sergio bajó hasta ubicarse entre mis piernas y me penetró con la lengua con sus manos apartando las rodillas lo más que podía. Por esta nueva posición, mi pierna derecha descansaba en la de su amigo que al sentirla giró su cabeza mirándome tan cerca que me provocó más calentura y sin ofrecer más resistencia nos besamos en la boca con una intensidad poco común. ¡Por fin sentía esos labios a los que tantas ganas de tenía! Los dos nos movíamos de la cintura para abajo por la sensación que nos hacían sentir y en cada estocada nuestras bocas se chupaban y volvían a aplastarse para darle entrada a las lenguas.

Pasados unos minutos sentí que Sergio abandonaba mi ensopada concha y Javier me rogaba:
– Súbete en mi boca Andreíta que tengo muchas ganas de chupártela. Sin hacerme esperar miré a Sergio que se había parado de la cama y me hacía un gesto afirmativo dándome su aprobación para que cumpliera con lo que su amigo me pedía. Abrí las piernas a cada lado de su cara y tomándolo del cabello le dirigí la boca a mi concha apretándolo mientras mis caderas empezaban a subir y bajar con un ritmo que comunicaba mi calentura total!
Un gemido de mi madre me recordó que estaba también allí y me di vuelta encontrándome con otra sorpresa. Seguía con la pija de Javier en la boca ayudada ahora con solo una mano mientras la otra se la había pasado por debajo de trasero de Javier para empujarla bien adentro de su garganta. Pero por detrás del trasero de mi madre, Sergio le abría las nalgas con las manos mientras la penetraba por la concha a un ritmo continuado. A cada embestida ella gemía y se tragaba más profundamente la verga de nuestro amigo.
Los gemidos y el olor a sexo invadieron el dormitorio. Yo me aferraba con fuerza apretando el clítoris contra la nariz de Javier cuando me vino el primer orgasmo rogándole que no parara.
Mi madre en ese momento le empezó a gritar a mi tío:
– ¡Métemela por el culo!
Era una escena dantesca. Nunca había estado en algo así pero me encantaba ver a mi madre en pleno acto sexual descontrolado. Las veces que la había visto coger con mi padre había sido algo muy formal y tranquilo. Esta vez era totalmente diferente. Parecía una mujer sin límites en su lenguaje ni en sus movidas.
Para ese momento mi madre ya había abandonado la pija de Javier y él tomándome de la cintura me dirigió hacia la punta que apuntaba hacia el techo. Me depositó soltándome y la dura, caliente y brillante cabeza la sentí abrir los ensopados labios de mi vulva provocando que todo mi ser se concentrara en ese punto. Mi concha se adueñaba de mi mente y se convertía en el centro de todos mis movimientos, de mi esencia. Era el centro de control absoluto. Con las manos en su pecho tomaba el control de penetrármela a mi gusto y a mi tiempo. Bajé un poco la cintura y la cabeza de esa pija se coló como un golpe seco y me detuve otra vez. Moví imperceptiblemente la cintura, luego la saqué un poco y volví a penetrarme, pero solo hasta allí… hasta que la cabeza entraba. Repetí esto varias veces y cada vez mis conexiones nerviosas me recorrían el cuerpo como si estuviera de orgasmo en orgasmo en cada movimiento. Javier me quería agarrar de la cintura para meterla toda de un empellón, pero yo no se lo permitía. Otra vez movía mi cintura en círculo y dejé entrar un poco más de esa dura carne que me abría más los labios de la vulva. La pija de Javier estaba tan dura que si se zafaba de entre mis piernas, se pegaría violentamente a su propio estómago, y esa dureza me rozaba toda la parte superior del interior de mi concha tocándome un punto muy especial que me provocaba más calentura. Ahora volvía a sacarla y empujaba con mi cintura otra vez y otro pedazo de dureza me llegaba más adentro. Poco a poco le fui dando el permiso de entrar dentro de mí hasta que el clítoris tocó su pelvis y mi culo rozaba sus testículos. Cuando llegué a ese punto me quedé pegada con fuerza y movía los músculos internos para masturbarlo con la concha mientras la cintura apenas se revolvía de lado a lado. Fue la primera vez que Javier me dijo algo:
– …huy Andreíta. Qué forma de cojer más rica que tienes! Nunca ninguna mujer me hizo sentir lo que me estas haciendo sentir ahora…!
Entonces escuché a tío diciéndole a mi madre:
– ¡Mira como se lo coge tu hija! ¡La tiene tan metida que cuando le suelte la leche la va a dejar preñada! Javier, ponla de frente para que podamos verla…
Y girándome quedé dandole la espalda a Javier. Mi madre estaba doblada a los pies de la cama con la cara hacia donde yo estaba. Por detrás Sergio la tenía penetrada. Mi concha abierta por esa hermosa pija que me estaba volviendo loca frente a los ojos de ellos dos a lo que mi madre dijo:
– Mi chiquita… te la tiene toda tan adentro! ¿Te gusta su pija?
– Siiih…! -dije casi en un suspiro.
Javier, con las manos en mi cintura me empezó a empujar duro aumentando la velocidad de sus estocadas diciendo:
– ¡Qué ganas de cogermelas que tenía! Sergio, deja a la madre con ganas que después me la quiero coger a ella también.
– No te preocupes, yo solo le voy a llenar el culo -le dijo mi tío- Te dejo el resto para ti.
Y sentí una estocada más fuerte y por unos segundos se quedó pegado a mi con fuerza aguantando la respiración mientras la pija palpitaba haciéndome sentir el calor de esa leche que escupía dentro de mis entrañas.
Mi madre le decía a mi tío:
– ¡Así Sergio, así como solo tu me lo sabes hacer!
– Te encanta que yo siempre te la meta por el culo!
– Siiihhh!! Llénamelo ya!
– Toma! Toma! Toma! -repetía a cada vez que lanzaba la leche en ella.
Y se quedó acostado encima de mi madre. Por mi parte volví a girar quedando de lado a Javier porque tenía ganas de volver a besarlo. Y Sergio volvió a dar órdenes a mi madre:
– Chúpate la leche de Javier.
Y sentí las manos de ella abriéndome y con su boca me empezó a chupar intentando beber todo lo que pudiera sacar. Como una autómata la agarré del cabello y la apreté contra mi restregándola mientras no dejaba de besar a Javier. Su lengua escudriñaba lo más adentro que podía. Me apretaba los labios de la vulva para que saliera más y poco a poco se la fue bebiendo y tragando. Siguió por un minuto más hasta que me arrancó otro orgasmo y por fin comenzaba a calmarme…
Mi madre me había chupado la concha igual que lo había hecho Rosa en la villa. Me sentía en las nubes. El sexo comenzaba a convertirse en un vicio para mi.
Al rato todo estaba en silencio. Descansábamos, pero no por mucho tiempo.

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adriana.valiente@yahoo.com

Relato erótico: ·”Y de regalo una esclava 2 -MI VENGANZA” (POR AMORBOSO)

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Cómo anteriormente conté, un viaje de trabajo me hizo volver con una esclava, Habiba, a la que habían arreglado los papeles para que entrase en el país como mi esposa. También conté que estoy divorciado y que tengo muchos gastos a mi cargo para terminar de pagar la casa común con mi ex y mantenerme yo.

Desde que Habiba está conmigo, la suerte me ha favorecido mucho. Volver de su país con una buena cantidad de dinero y con ella, a la que considero mi esposa realmente, una mujer sumisa y agradecida a mí, es algo que valoro mucho. ¿Cuántos de vosotros querríais algo así? Además, fui agraciado con una parte del primer premio de la lotería de Navidad gracias a ella. ¿Qué cómo fue?

Desde que volvimos a España, aunque yo la he tratado como a mi esposa, porque el papel dominante no lo tengo muy asumido, ella se ha mostrado siempre muy sumisa, imagino que tendrá algo que ver el haber nacido en un país árabe y que su destino era la prostitución o ser follada y castigada sin piedad por algún soldado amargado.

El caso es que aproveché unas vacaciones para llevarla visitar algunas ciudades y que conociese el país. En una de ellas visitamos la denominada Ciudad de las Artes y las Ciencias, donde ella disfrutó como una niña pequeña. A la salida, nos sentamos en la terraza de un bar, que por cierto, me costó muchísimo conseguir que se sentase, ya que siempre permanecía a mi lado de pie, cuando iba a bares o restaurantes. Había conseguido que se sentase, pero todavía no el que se tomase alguna consumición. El caso es que, frente a él, había una administración de loterías (para quien no sepa lo que es, tienda dedicada a la venta de billetes de lotería.)

-¿Por qué hay tanta gente en esa tienda de ahí delante? –Me dijo Habiba, señalando un grupo que hacía fila con inicio en la Administración de Loterías.

-Esperan comprar billetes de lotería. Es un sitio donde suelen caer muchos premios….

Tuve que explicarlo todo sobre el tema, Al final, cuando quedó satisfecha su curiosidad, me dijo que le gustaría tener un billete. Le pedí que fuese a comprar un número y que, si ganábamos algo, lo repartiríamos al cincuenta por ciento. Le di el dinero suficiente y fue como si le hubiese hecho el mejor regalo de su vida. Se acercó a comprarlo y me entregó los diez décimos en los que se divide el número. Quería que se quedase con la mitad, pero era como si le hubiese dicho que se fuese con el diablo. No consintió quedarse con nada.

-De todas formas, te los guardaré para ti. Si nos toca, podrás volver a tu país y mantenerte tú y a tu familia el resto de vuestra vida.

No podía haber dicho algo peor. Si la hubiese amenazado con desollarla viva no se habría horrorizado tanto.

-¡No amo. Por favor. Eso no! Ahora no podría volver. Déjame estar contigo. Haré todo lo que quieras. No tendrás ninguna queja de mí….

Me estuvo contando algo de que ya no era virgen y que no tenía valor para nadie, que el dinero pasaría a su padre y hermanos, que allí sería la esclava de cualquiera de su familia, que hasta su madre y hermanas la echaría de su saldo… Y un montón más de excusas para no volver. Aquí se siente segura y protegida, mientras que allí no hay ninguna seguridad.

Al día siguiente, me despertó una extraña sensación en mi polla. La sentía hinchada y dura, con una sensación de humedad. Cuando me despejé un poco, vi como Habiba se estaba metiendo totalmente la polla en la boca, hasta que su nariz chocaba contra mi pubis.

-Pero… ¿Qué haces? –No era la forma habitual de despertarme. Generalmente lo hacía besándome.

-Como sé que lo que más te gusta son las mamadas, desde ahora te voy a despertar todos los días así, además de hacértelo a cualquier hora. Así no desearás que te deje.

Yo, encantado, la dejé hacer, mientras ella lamía desde los huevos hasta la punta, deteniéndose un momento en el borde del glande para repasarlo con su lengua alrededor volver a metérsela toda entera de nuevo, succionando y soltando para darle un ligero movimiento de entrada y salida, a la vez que presionando con la lengua contra el paladar.

La sacaba, me pajeaba un poco volvía a repetir.

Me estaba matando de placer.

Tomar con una mano mis huevos y, con el dedo medio, presionar sobre mi perineo con movimiento circular, fue el detonante que lanzó toda mi corrida en su boca, sin darme tiempo a avisarla, como siempre hacía, aunque ella no se retiraba y tragaba toda.

El tiempo fue pasando, los días se convirtieron en meses y yo disfrutando como nunca con las mamadas matutinas y las folladas a medio día y/o por la noche.

Un día, estando en el trabajo (si, aunque con dinero suficiente para no necesitarlo, trabajo porque me gusta), sonó mi teléfono móvil. Ya iba a descolgar, pensando que sería Habiba, que como todas las mañanas me llamaba para decirme lo mucho que me deseaba, cuando me fijé que no era ella. Era el número de mi ex.

-¡Será hija de puta! –Exclamé sin poderme contener, mientras tiraba la llamada.

Ya de mal humor, continué con mi trabajo. Bueno, es un decir. El teléfono siguió sonando una y otra vez. Unas veces llamada, otras sms, otras guasap.

Cabreado, decidí dejar el trabajo y marchar a casa. Apagué el teléfono y me disponía a marchar, cuando mi jefe me llamó para comentar algunos proyectos muy interesantes. Eso me fue relajando poco a poco, hasta que a mediodía hicimos una parada para comer algo mientras seguíamos hablando. Yo avisé a Habiba desde el teléfono de la empresa y seguimos hasta terminar la alargada jornada.

Cuando llegué por la noche a casa me recibió Habiba totalmente desnuda y arrodillada, esperando que follásemos, ya que me había saltado la del medio día. Me acerqué, me bajó los pantalones y el slip y se llevó mi polla morcillona a la boca.

A la tercera chupada, se la sacó y me dijo:

-Amo, hace unas horas ha venido una mujer preguntando por ti, ha dicho que era tu ex y que tenía que hablar urgentemente contigo…

-Me c.go en… Si esa puta quiere algo, que lo diga a través de su abogado. ¡Que se gaste el maldito dinero que se quedó! Si vuelve, no le abras la puerta. Ni le hables.

Mi ataque de ira había vuelto, solo que más fuerte.

-Si, amo. Lo que tú digas.

-Vamos a la cama. Necesito relajarme. –Dije mientras me dirigía al dormitorio desnudándome y mascullando por el camino.

Al contrario que otras veces, esta vez no fue un sexo amable. Fue una relación brutal, más encaminada a satisfacer mi ira que a obtener placer.

Me acosté sobre la cama. La erección se me había bajado, por lo que le dije de modo imperativo:

-¡Vuelve a ponerme a tono!

Ella subió a gatas a la cama por el otro lado y se puso a chupármela. Arrodillada a mi lado, con el culo en pompa, no pude resistir la tentación de darle azotes con la mano.

-Chupa, puta. Y hazlo bien.

No se porqué, pero me estaba costando más que de costumbre. Pero Habiba se había hecho una experta y pronto la tuve como una piedra.

Me incorporé y la giré para colocarme a su espalda, dejándola a cuatro patas y se la clavé directamente en el coño. Estaba algo excitada y con la polla bien ensalivada le entro sin problemas. Un gemido, más de molestia que de placer, acompañó mi penetración.

Seguí dándole duro. Se la metía hasta el fondo para sacarla toda, volviéndola a meter con fuerza hasta que mi pelvis chocaba con su culo. Cuando se la sacaba, palmeaba los cachetes duramente.

Ella gemía con fuerza. Yo pensaba que la estaba lastimando, que era lo que pretendía para satisfacer mi venganza y calmar mi ira con ella, pero resultó que estaba disfrutando como nunca, como me diría más tarde.

Con el culo totalmente rojo y dos orgasmos a su favor, se la saqué del coño y se la metí directamente por el ano.

Su gemido coincidió con su nuevo orgasmo y mi creencia de que le había hecho realmente mucho daño.

Después de un buen rato follándole el culo, una monumental corrida que me dejó sin fuerzas, llenó su recto.

Caí rendido a su lado. Ella se abrazó a mí, puso su mejilla en mi pecho y nos quedamos dormidos.

Mis sueños estuvieron repletos de escenas vividas con mi ex. Mi cabeza se llenó de todas las vivencias que recordaba de lo que me había hecho, como ya os conté…

He vuelto a mirar lo que conté y he visto que no os dije nada, Si me perdonáis, os contaré un poco mi vida.

Aunque… Como es un poco largo, mejor os lo cuento otro día.

Relato erótico: ·”MI VENGANZA 2” (POR AMORBOSO)

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Ya desde el colegio me tenía enamorado. Carla iba un par de cursos por detrás de mí, era la más guapa de todo el colegio… y del pueblo donde nací.

Al principio fue su cara. Ovalada. Enmarcada por una melena hasta los hombros, con una sonrisa que la iluminaba como una estrella y donde unos ojos negros brillaban como luceros. Carla me tenía totalmente enamorado.

Pero ella no se fijaba en mí. Su mirada estaba puesta sobre Jorge, compañero mío de clase, practicante de todos los deportes inventados y por inventar. Vago en todo. Repetidor de varios cursos, algo más corpulento que yo y cinco años mayor que ella. Yo, bastante enclenque, me conformaba con adorarla en silencio y sufrir calladamente cuando los veía hablar, porque ella, siempre que podía, se pegaba a él. Un par de veces intenté entrarle, pero la primera me dijo que no quería comprometerse y la segunda casi se rió de mí.

Cuando ella cumplió los 16 años, se convirtieron en novios, lo cual me sentó como una patada en … Los veía besarse mientras él, con las dos manos en su culo, la presionaba contra su paquete, que se percibía abultado cuando se separaban y ella lo miraba con una sonrisa cómplice.

Menos mal que pronto me fui a la ciudad para estudiar mi carrera, olvidando esas escenas poco a poco, aunque nunca de ella, mientras tenía mis escarceos con compañeras y amigas. Quizá algún día los cuente, pero ahora sigo con el tema.

Cinco años después, con mi carrera terminada, con algunos tropiezos, y mi proyecto aprobado con sobresaliente, volví al pueblo mientras esperaba que una empresa multinacional terminase sus naves e instalase la maquinaria para entrar a trabajar en ella.

Llegué un viernes y al día siguiente salí para encontrarme con mis viejos amigos en el bar de siempre. El pueblo había cambiado poco. Todo estaba igual. Los encontré en el mismo rincón. Las mesas eran nuevas, pero todo distribuido de la misma manera.

Todos se levantaron a abrazarme, incluso Carla, que estaba en el grupo, y algunas de sus antiguas compañeras, que ahora estaban emparejadas con algunos de ellos. Al que no vi, fue a Jorge.

Los recuerdos volvieron de golpe, pero pude aguantar el tipo bien y creo que no se me notó, probablemente al no tener que soportar la presencia de él. Me senté con ellos y comenzamos a hablar y vaciar cervezas, como hacíamos antes, solo que antes hablábamos de chicas y ahora, como estaban ellas, hablamos de trabajo.

Pregunté por la vida de cada uno de ellos, que me fueron contando por turnos. Nada importante. Todos habían optado por profesiones posibles en el pueblo. Mecánicos, agricultores, ganaderos, un carpintero, etc. Casi todos trabajando en el negocio familiar. Yo no quitaba ojo de Carla, sentada frente a mí, aunque sin desatender a los demás.

Cuando llegó mi turno, les conté que había terminado ingeniería electrónica. Que mi proyecto había interesado a una empresa multinacional y que en unos meses, cuando se hubiesen instalado, entraría a trabajar con ellos, con un buen puesto y sueldo.

No se como fue, pero de repente, Carla apareció a mi lado, hablándome. Me quedé cortado. No sabía qué decir, hasta que solté.

-¿Y Jorge? ¿Qué tal os va? –Todos se quedaron mirando. Me extrañó, pero volví mi atención a ella cuando dijo.

-Hace tiempo que no nos vemos. Se marchó sin dar explicaciones y no sabemos nada de él.

Más tarde, en un aparte, uno de los amigos me comentó que se rumoreaba que estaba encarcelado, pero nadie lo sabía con certeza.

Seguimos hablando de distintos temas, y sobre todo bebiendo, hasta el cierre del bar. Me despedí y tomé camino de mi casa, pero Carla me llamó para pedirme que la acompañara a casa. Vivía en el otro lado del pueblo, pero estuve encantado de acompañarla.

-Estás muy cambiado. –Me dijo por el camino, iniciando una conversación tonta.

-¿Tu crees? Yo me veo igual.

-No, que va, te has hecho más hombre, estás mas guapo e interesante. ¿Tienes novia o sales con alguien?

-No, no tengo novia ni salgo con nadie.

-Pero conocerás muchas chicas.

-Si, alguna conozco.

-Y no hay alguna más íntima…

Con tonterías como esas o similares, llegamos a su casa.

-Gracias por acompañarme. –Me dijo mientras me daba un beso en la mejilla. Muy cerca de los labios. – Llámame cuando quieras.

-SSi, tte llamaré.

-Mañana domingo, iré al río con las amigas a tomar un poco el sol, para ponernos morenas para este verano. Si quieres puedes venir.

-Vale, iré.

Quedamos a la hora y ese fue el principio de nuestra relación.

Salíamos casi todos los días y fines de semana alternos, ya que tenía que quedarse a cuidar a su madre que estaba algo enferma. Los sábados que salíamos, tomaba prestado el coche de mi padre para ir al pueblo cercano a la discoteca, donde bailábamos tan pegados que le clavaba el bulto de mi polla en la tripa. Como era normal, volvía a casa con un dolor de huevos de campeonato.

Al mes de estar saliendo, mientras bailábamos pegados en la discoteca, le pedí relaciones formalmente contestándome con un beso largo, donde nuestras lenguas entablaron una batalla sin fin, y presionando más si era posible contra mi bulto. Ese día nos marchamos pronto.

Cuando llegábamos al pueblo, me dijo:

-¿Quieres que paremos un momento en la arboleda?

La arboleda era un minibosquecillo algo apartado de la carretera, al que se accedía por un camino agrícola y donde iban las parejas, que no tenían otro sitio, a desfogarse.

-¡Claro que si! –exclamé encantado. Llevaba tres meses sin follar, solo haciéndome pajas últimamente para calmar el dolor de huevos. Por lo menos, algo iba a pasar.

Después de buscar un hueco donde meter el coche, porque estaba todo ocupado, recostamos los asientos para mayor comodidad, lanzándome a besarla por toda la cara, mientras acariciaba su cuello. Besé, chupé, mordí sus labios, sus orejas, todo lo que estaba a mi alcance. Por fin, después de tantos años, éramos novios.

Bajé mi mano a su escote, soltando poco a poco los botones de su camisa blanca, dejando al descubierto su sujetador también blanco.

Bajé los tirantes del sujetador para dejar los pechos al aire, sin dejar de besarla. Lleve mi mano hasta uno para acariciarlo. Ella gimió.

-MMMMMM. No me desnudes. Me da mucha vergüenza que me veas desnuda, -Me dijo.

-No te veo. Esto está oscuro. Además ¿No te gusta lo que te hago?

-MMMMMM Siii. Pero es que… No me ha visto nadie así.

-No te preocupes. Yo no te veo (la luna llena se filtraba entre los árboles. No había otro sitio más tupido) relájate y déjame darte placer.

Seguí acariciando sus pechos, besando sus pezones, recorriéndolos con mi lengua y haciéndole soltar gemidos de placer.

Alternando entre sus pechos, cuello y boca, pasé mi mano a sus muslos, subiendo por ellos, a la vez que desplazaba su falda negra hacia arriba.

Los acariciaba indistintamente, acercándome cada vez a sus bragas. Cuando llegué a ellas, estaban empapadas. Las desplacé a un lado e introduje mi dedo medio en su coño, frotando el clítoris en el movimiento.

Estuve un buen rato penetrándola con uno y dos dedos, sin dejar de chupar y acariciar sus pechos, su cuello y su boca.

No tardó mucho en alcanzar un potente orgasmo que exteriorizó arqueando su cuerpo y emitiendo un fuerte gemido.

-AAAAAAAHHHHHHH

Estuve acariciándola hasta que se recuperó, volviendo a los besos sobre su cuerpo hasta que salté de los pechos a su coño y comencé a comérselo con pasión. Su clítoris se puso duro rápidamente. Era grande. Lo recogí entre mis labios. Chupé, lamí, presioné, volví a meter los dedos, acaricié sus pechos, sus pezones… Me emplee a fondo para llevarla al borde del orgasmo, mientras con una mano liberaba mi dolorida polla de tan dura que estaba.

Cuando me pareció que estaba apunto, me dispuse a retirarme y colocarme encima de ella para follarla, pero no me dio tiempo. Agarró mi cabeza por los pelos y me presionó fuertemente contra su coño.

-Siiii, sigue. Más. Dame más. Méteme bien la lengua.

Repitiendo la letanía tres o cuatro veces más, hasta que volvió a alcanzar un nuevo orgasmo.

-Siiii, Ahhhhhhhhh.

Cuando me soltó, el que tuvo que recuperarse fui yo. Me dolía la mandíbula de tener la boca abierta, la lengua de tanto moverla sobre su clítoris, la nariz de tenerla aplastada contra su pubis y sobre todo, me faltaba el aire.

Cuando me recuperé, mi erección no había variado un ápice, por lo que me dispuse a colocarme sobre ella.

-Pero ¿Qué haces? ¿Qué pretendes?

-Quiero follarte. Me tienes excitado desde que empezamos a salir y ¡quiero hacerte mía ya!

-Ni hablar. Quiero llegar virgen al matrimonio. Eso debe quedar claro desde ahora. Si no estás dispuesto a aguantar, aquí mismo termina nuestra relación.

-Pero si hoy en día todas las parejas lo hacen. Además, yo quiero casarme contigo. Te quiero desde que éramos niños. No podría vivir con otra que no fueses tú.

-Pues con mayor razón debes respetarme, si me quieres.

-Por lo menos, hazme una mamada…

-¡Serás guarro! Pervertido. Asqueroso. ¿No puedes pensar en otra cosa?

-¿Y hacerme una paja?

-¡Serás cerdo! Llévame a casa y no me vuelvas a hablar.

Me coloqué la ropa más o menos bien, al igual que ella, puse el coche en marcha y la llevé a casa sin hablar en todo el camino, ya que intentaba excusarme pero ella no me quería oír y cada vez se enfadaba más.

La dejé en su puerta y me marché a mi casa, donde tuve que repetir las escenas de las últimas semanas. Me encerré en el baño, me saqué la polla y me masturbé hasta correrme abundantemente en el lavabo varias veces.

Durante toda la semana la estuve llamando y enviando mensajes, sin que ella respondiese ni diese señales de vida. El viernes ya no la llamé ni hice nada. El sábado fue ella la que llamó.

-Hola soy Carla.-Dijo cuando respondí a la llamada. ¡Como si no lo supiese ya!

-Hola. Perdóname…

-Si. –Me interrumpió.- He decidido perdonarte porque te quiero demasiado, y estoy dispuesta a volver si me prometes que respetarás mi virginidad hasta la noche de bodas.

-Te prometo lo que quieras. No volveré a tocarte hasta que tú quieras.

-Tampoco es eso, pero ya lo hablaremos. ¿Me llevas a bailar esta tarde?

-¿No te tienes que quedar con tu madre?

-Parece que se encuentra mejor y ya se levanta todo el día.

-¿A qué hora te recojo? …

Ese sábado y los siguientes, volvimos por la noche a la arboleda, pero solamente me dejó besarla, comerle los pechos y el coño, sin tocarme por el asco que le daban las pollas y volviendo yo más caliente a mi casa cada día.

Por fin, la empresa se puso en marcha y me fui a trabajar. Volvía los fines de semana para recoger mi calentón y me marchaba los domingos por la noche cada vez más frustrado.

Una vez que mi situación se estabilizó, hable con ella de casarnos y aceptó. Miramos pisos y viviendas hasta que nos decidimos por un chalet en una gran urbanización, con piscina y gran espacio de césped y árboles. La hipoteca que firmé, la terminarían de pagar mis hijos, pero no me importó, por fin me iba a casar con la mujer de mis sueños.

Cuando estuvo todo preparado, nos casamos. El día de la boda, que fue por la mañana, estaba más bonita si cabe. Dudo que haya habido o habrá otra novia tan bonita como ella. Todos los amigos la felicitaron por lo guapa que estaba y a mí por la mujer que me llevaba. Incluso Jorge, que también vino a la boda, nos dio la enhorabuena y deseó años de felicidad con un par de besos a ella y un abrazo a mí. (Aunque me pareció que le echaba mano al culo para acercarla y que la otra mano la tenía en un pecho).

La ceremonia estuvo muy bien, a la salida de la iglesia, nos recibieron con una lluvia de todo. Normalmente se echa sobre los recién casados arroz o confetis, pero como fue en el pueblo, nos echaron garbanzos y maíz. Todo me pareció bien y hasta me reí con la ocurrencia. Luego supe que había sido idea de Jorge.

Tras la comida, baile y barra libre. Carla a un lado y Jorge al otro, procuraron que no me faltase líquido en mi vaso de gin-tonic, pero como soy poco bebedor de alcoholes fuerte, solamente tomada un sorbo con cada brindis.

De allí fuimos a una discoteca donde seguimos bebiendo y bailando. Nos retiramos pronto, entre las risas y bromas de los amigos, a un hotel cercano en el que habíamos previsto para pasar nuestra primera noche. Yo tenía unas ganas tremendas de acostarme, me caía de sueño y cansancio.

Tuve que esperar a que ella saliese del baño, pero mereció la pena verla con su camisoncito negro que no ocultaba nada y su tanga mínimo del mismo color. Mientras lo hacía, abrí una botella de champagne, que el hotel había tenido la gentileza de ofrecernos, y serví dos copas.

-¿Te gusta?

Asentí babeando. Se colgó de mi cuello y entre besos me dijo

-Pues date prisa que estoy deseando ser tuya.

En otro momento, me la hubiese follado allí mismo, pero estaba tan cansado y bebido que dudaba que pudiese hacer algo.

Después de hacer un pis, lavarme los dientes y una ducha rápida, salí en dirección a la cama, donde se encontraba ella recostada. Se incorporó y me ofreció una de las copas. Brindamos por nosotros y nuestro feliz matrimonio, vaciamos las copas, me recogió la mía de mi mano y dejó ambas en la mesita, volviendo a abrazarme para iniciar una cadena de besos que nos calentó.

Me separé de ella, le saqué el camisoncito, bajé besando su cuerpo, sus pechos con los pezones duros y enhiestos, siguiendo para abajo mientras caía de rodillas. Bajé también su tanga hasta que se lo saqué por los pies, la hice separa un poco sus piernas y pasé la lengua por el borde de su raja, recorriendo los labios en toda su longitud.

Ella acariciaba mi cabeza y empezó a presionarme contra su coño. Me levanté a duras penas y la hice acostarse en la cama.

Ya ubicado más cómodamente entre sus piernas, seguí comiéndole el coño, recorriendo toda la vulva y bajando hasta su ano, donde me entretenía para ensalivarlo bien, mientras ella no paraba de emitir gemidos.

-MMMMMMM. Sigue así, me gusta,

-OOOOHHHHH. Qué placer me estas dando.

Me notaba raro, pero fui subiendo por su cuerpo, repartiendo besos por todo él, con la intención de consumar el matrimonio, pero esto ya son recuerdos difusos. Recuerdo recibir algunos golpes, gritos, pero nada más.

Cuando me desperté al día siguiente, era ya al atardecer. La escasa luz que entraba por los laterales de la tupida cortina, me permitió ver la cama que estaba hecha un desastre. Carla estaba desnuda a mi lado, dormida, con cara de felicidad.

Acaricié su cuerpo con suavidad, poniendo todo mi amor en el gesto. Esto la despertó. Me miró sonriendo y de inmediato puso cara de ira diciendo:

-Déjame en paz, animal. ¿Todavía no te has cansado de hacerme daño?

-¿Qué te he hecho, cariño? No recuerdo nada.

-¿Que no te acuerdas? ¿Que no te acuerdas? Serás cabrón. ¿No te acuerdas cuando te decía que me hacías mucho daño y tú seguías metiendo tu asquerosa polla dentro de mí? ¿No te acuerdas cuando de un solo golpe te llevaste dolorosamente mi virginidad? ¿No te acuerdas cuando te decía que esperases que no podía aguantar de dolor? ¿No te acuerdas de las tres veces que violaste mi coño y mi ano? Porque fue una violación, yo no sólo no disfruté, sino que me hiciste sufrir lo indecible.

-¡Mira mi coño hinchado, mira y mi ano casi roto. Tengo la mandíbula fuera de sitio y dolorida toda la boca hasta la garganta!

Se levantó y fue corriendo a encerrarse en el baño. Yo me quedé paralizado, si saber que hacer o decir. No recordaba nada y me parecía mentira que hubiese hecho eso. Sin embargo, parecía cierto, la sábana tenía manchas rojas y rosadas, y con otras más grandes que se apreciaba que era semen reseco y algunas rayitas de heces.

Sin embargo, no me lo podía creer. Estaba totalmente empalmado y todavía quería más.

Me acerqué a la puerta del baño y me pasé una hora hablándole y pidiendo perdón porque lo que había hecho era consecuencia del alcohol, que yo no era así, que lo había podido ver en nuestro noviazgo, etc. Mientras oía sus imparables sollozos dentro.

Al final, decidió perdonarme y salió, después de prometerle que no volvería a beber más, la intenté abrazar, pero no me dejó, diciéndome que todavía no estaba preparada.

Mientras se vestía, entré yo al baño para hacerme una paja, ducharme y afeitarme. Al día siguiente nos fuimos de viaje durante una semana, y lo único que puedo contar son los lugares que visitamos, lo que comimos en los restaurantes y lo que había en las tiendas. No me dejó tocarla en toda la semana, y yo respeté su deseo.

A la vuelta iniciamos nuestra vida en común, yo me iba a trabajar y ella quedaba al cuidado de la casa. No quiso servicio, ya antes de casarnos dijo que deseaba ser ella la que me atendiese personalmente.

A las tres semanas de casados, estaba ella friendo un filete con un chándal de deporte en rojo y blanco que le sentaba como un guante, cuando me acerqué por detrás, la abracé y besé su cuello mientras le susurraba “te quiero”. Curiosamente no me rechazó, por lo que seguí besando por ambos lados, sus lóbulos, avancé por la mandíbula…

Ella apartó el filete y apagó el fuego, girando y abrazándose a mi cuello, para fundirnos en un apasionado beso. El chándal le duró en el cuerpo un suspiro y mi ropa quedó en un reguero hasta el dormitorio, donde caímos sobre la cama sin dejar de besarnos y acariciarnos.

Acaricié sus pechos y froté los pezones entre mis dedos haciéndola gemir. Bajé mi mano hasta sus muslos, subiendo desde la rodilla con caricias hasta su ingle. Ella abrió sus piernas para permitir mis avances y yo pasé mi dedo por su raja. Curiosamente me lo encontré empapado y abierto.

Sin decir nada, me presionó para que me colocase sobre ella, quedando mi glande en su entrada.

-Por favor, hazlo despacio, no me hagas daño. –Me dijo

Metí la punta y me coloque ligeramente arriba, para que mis movimientos rozaran su clítoris, empezando a meter un poquito más y retroceder, otro poco más y retroceder. Ella se movía como si desease que se la clavara de una vez. Ponía sus talones sobre mi culo y los volvía a retirar. Yo no era un inexperto, por lo que sabía positivamente de que estaba deseando que entrase totalmente, pero quise que esperase un poco más, como yo había estado esperando un montón de tiempo.

Al final, la tuvo toda dentro, la saqué completamente y la volví a meter entera.

-MMMMMMMMMMMM. – Fue su respuesta a mi acción.

-Siii, dámela toda, sigue, si, sigue. –Fueron sus palabras.

A partir de ese momento, me convertí en una taladradora. La estuve machacando durante más de media hora. ¿Qué si tengo mucho aguante?, Qué va. Desde la vuelta del viaje, lo último que hacía antes de salir de trabajar era hacerme una o dos pajas pensando en ella, para llegar más relajado a casa y no asaltarla y violarla.

Se corrió varias veces, hasta que estuve apunto coincidiendo con su enésimo orgasmo, le anuncié:

-AAAAAhhhh. Me voy a correr.

-No, no .no. No te corras dentro.

Casi sin tiempo, la saqué, me masturbé sobre su cuerpo y me corrí abundantemente sobre sus tetas, pecho y vientre.

-¡Pero no vas a aprender nunca! ¡Eres un cerdo! ¿Ves lo que has hecho? ¡Me has puesto perdida!

Me separó de una serie de patadas y se fue corriendo al baño para lavarse. Yo me quedé sobre la cama avergonzado.

Cuando salio, siguió con su serie de improperios contra mí, hasta que se cansó. Por fin, volvió a recriminarme mi acción y me prohibió volver a correrme sobre ella.

Así fueron pasando los días, los meses y se convirtieron en años. El sexo no mejoró, follábamos casi cada semana. El trabajo en cambio si. Gané mucho dinero, ahorramos bastante por si nos iban mal dadas, pero ella también cada vez gastaba más. Las cuentas eran comunes. Ambos teníamos acceso a gastar lo que había.

Llegó un momento que la cantidad ahorrada cada mes era casi nula. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. Había cosas que, con el tiempo, empezaron a llamarme la atención.

Por ejemplo, si alguien gana 100 y con 25 puede vivir bien, pero gasta 75, es raro, pero posible. Pero no es normal que alguien se gaste los 75 en un vestido con una hechura y tela que no usarías ni para limpiar tu auto. Pues gastaba dinero en prendas basura que decía que compraba a precios altísimos porque eran de la marca tal, según decía. Incluso hubo algún mes que, en lugar de incrementar los ahorros, disminuyeron.

Cuando le pregunté por qué había gastado tanto y tanta ropa, me montó una bronca porque no sabía lo caro que estaba todo y que para poder relacionarse con sus amigas y vecinas, no podía ir con cualquier prenda, que el coche también tenía gastos, que yo también gastaba mucho y muchas más razones que me apabullaban y volvía a pedirle perdón.

Había días que cuando me marchaba por la tarde la dejaba vestida y cuando volvía la encontraba con una simple bata y desnuda debajo. Generalmente me decía que me estaba esperando porque llevaba todo el día excitada, y deseando que llegase para calmar sus ganas. Me llevaba a la cama y me follaba inmediatamente. Se la metía sin preámbulos y entraba con suavidad de lo mojada que estaba. En esas ocasiones, era yo el que se corría (previo aviso y retirada) y ella solamente gemía.

A la pregunta “¿Te has corrido?”, siempre respondía “Si, ¡y dos veces!, eres maravilloso, y una máquina de follar”

A todo eso, se unió que un par de veces vi, desde lejos, salir a alguien muy parecido a Jorge, aunque pensé que me equivocaba.

Así que empecé a pensar que algo ocurría, pero no detectaba nada más, hasta que ocurrió lo típico en estos casos, y digo típico porque es la historia que más se ve, se oye y se lee: Una tarde, me debió de sentar algo mal y como no me encontraba bien, decidí irme a casa.

Nada más abrir la puerta lo escuche:

-AAAAAHHHHH Siiiii, fóllame más fuerte, cabrón.

-¿Quieres más, puta? ¿La quieres entera o solo la punta?

-Métemela toda y no seas hijo puta. ¡Dámela toda!

-¿Por donde la quieres por el culo, el coño o la boca?

-Por el coño. Llénamelo de leche. Y después el culo y la boca. Quiero saborear su semen.

Lo primero que pensé es que me había equivocado de casa, pero los muebles eran los míos. Luego, que Carla había prestado nuestra casa a alguien para picadero, pero la voz era de ella. Me acerqué despacio hasta la puerta del dormitorio que se encontraba medio abierta.

La cabecera de la cama quedaba oculta por la puerta, por lo que pude ver como era follada a cuatro patas. Como entraba y salía y entraba el pene de … ¡¡¡Jorge!!!

Se encontraba arrodillado tras ella follando incansablemente su coño, mientras se inclinaba sobre ella y apretaba sus pechos.

Seguí sin poder decir nada. Además tampoco podía moverme. Gruesos lagrimones recorrieron mis mejillas y cayeron sobre mi camisa. No se cuanto rato después pude moverme y pensar. Tuve la suerte de que entre coño, culo y boca, no se movieron de la cama ni miraron hacia la puerta.

Decidí vengarme, dejándola en la puta calle con una mano detrás y otra delante, además de dejar en ridículo al hijo de la gran puta de Jorge. Me aparté para pensar un poco más y decidí marcharme y volver más tarde, dedicándome a pensar mientras tanto.

Me ubiqué en el bar de la urbanización, que se encontraba a la entrada, desde el que podía ver a la gente que entraba y salía, mientras pensaba en qué iba a organizar para pillarlos y que no pudiesen desdecirme cuando les acusase de infidelidad.

Dos horas después, lo vi salir. Inmediatamente me dirigí a casa, encontrando a Carla en bata y desnuda debajo.

-Hoy llegas un poco más pronto que otros días. Hoy estoy excitada. ¿Hacemos el amor? –Me dijo colgándose de mi cuello.

-Perdona… cccariño, precisamente he salido un poco antes porque no me encontraba muy bien.

-¿Qué te ocurre?

-Me ha debido sentar algo mal de lo que he comido. Tengo una sensación muy extraña en el estómago. Creo que me voy a ir a la cama ahora mismo.

-¿No irás a vomitarme en la habitación?

-No lo se, pero por si acaso, me acostaré en la habitación de invitados. –Fue un alivio para mí, pues no sabía como enfrentarme a una noche con ella a mi lado.

Me dormí tarde, y cuando lo hice, tenía pesadillas que me despertaban asustado. A la mañana siguiente, estaba peor que el día anterior.

No me había levantado todavía cuando Carla vino a la habitación.

-¿Qué tal te encuentras hoy?

-Fatal, peor que ayer. La cabeza me duele el cuerpo también. Hoy no voy a ir a trabajar.

-Ah. Vale. –Dijo solamente y se fue sin más.

.La oí hablar por teléfono, aunque no entendía lo que decía. Un rato después volvió.

-No me acordaba que había quedado con las amigas para irnos de tiendas. He aprovechado para prepararte algo y así nosotras podremos comer cualquier cosa por ahí y no tendré que venir de propio por no haberte avisado antes. En la nevera te lo he dejado. ¿Crees que podrás levantarte?

-Si, no te preocupes, vete tranquila. –“A putear con Jorge” pensé yo.

Se marcho y yo me quedé dando vueltas al tema, hasta que se me ocurrió algo. Preparé una lista de material. Llamé a mi oficina y pedí el teléfono de un proveedor en concreto, al que llamé y pedí el material, rogando que me lo trajesen lo más rápidamente posible, confirmándome que en una hora lo tendría en mi casa.

Como ingeniero electrónico, no me supuso ningún problema instalar cámaras, grabadores y sensores de movimiento.

Quedó todo configurado y probado rápidamente. Por las mañanas, si se activaban los sensores del dormitorio y salón, grababa durante un tiempo. Por la tarde, una llamada de teléfono mío, dejaba la grabación fija hasta que volvía a casa para apagarla.

Durante los tres primeros días estuve ajustando el horario para comenzar la grabación fija en el momento que llegase Jorge.

No fue una buena idea. Con eso, cada vez que llamaba hacían algún comentario sobre mí y recordaban lo que había pasado para reírse largamente. Así me enteré de algunas cosas. Voy a intentar relatarlas en orden cronológico:

1-Cuando llegué al pueblo, al terminar mi carrera, Jorge estaba en la cárcel. Tenía permiso de salida en fines de semana alternos. Ese sábado no tocaba.

2-Cuando oyó que iba a tener buen empleo y sueldo, decidió que nos casaríamos.

3-Cuando se lo comento a Jorge, le pareció bien, siempre que no me dejara follarla. El único que la follaría sería él.

4-Los fines de semana que se quedaba a cuidar a su madre, era porque Jorge salía y pasaban el fin de semana follando.

5-Jorge Salió de la cárcel el mismo día que yo me declaré a ella. Estaba esperando que la dejase en casa para ir a follar con él.

6-La situación no cambió durante el noviazgo. La dejaba en casa y él la estaba esperando.

7-La noche de bodas no me la follé. Como no pudieron emborracharme hasta el coma, tenían preparada, por si acaso, una pastilla para hacerme dormir, que Carla me puso en el Champagne. Cuando me dormí, me abofeteó para ver si me despertaba y al ver que no lo hacía, abrió la puerta a Jorge y estuvieron follando toda la noche por todos los agujeros. Parece que los ocupantes de las habitaciones contiguas, se quejaron de los gritos que dimos. Esto se lo dijeron a Jorge, porque lo conocían de alquilar habitación muchas veces.

8-Durante la semana que estuvimos sin follar, no dejó de verse con él.

9- El día que follamos por primera vez, fue porque algo les había ocurrido y era por si se quedaba embarazada.

10- El dinero no lo gastaba ella. Se lo daba a él para que viviese como un rey, gastando en juergas, borracheras y drogas.

… Mejor no sigo.

Edité los vídeos y dejé una cinta sobre el televisor, con una nota que le avisaba que no volvería a comer y que lo haría a media tarde y hablaríamos del divorcio. Mientras, que la fuese visionando. Que si no tenía suficiente, le prepararía más.

A media tarde volví, como había indicado, encontrándome sentados en la sala Carla, Jorge y otra mujer.

-Hola (…) (perdón que no de información sobre mi, por las razones de mi primera historia) ¿Me puedes decir qué significa esto? ¿Cómo se te ha ocurrido la desfachatez de grabar nuestra intimidad? Veo que no has dejado de ser el cerdo que siempre fuiste.

-No pretenderás hacerme ver que la culpa es mía por hacer la grabación de vuestras infidelidades.

-¡¡¡Mis infidelidades!!! Si en lugar de ser tan pasivo, apático y poco fogoso, hubieses sido más ardiente y hubieses respondido a mis peticiones de sexo, no habría tenido que llegar a esto.

En ese momento, estábamos de pie, uno frente a otro, junto una mesa de centro baja y de cristal.

-¡¡¡Pasivo yo!!! ¡¡¡Apático!!! ¡¡¡Poco fogoso!! ¡¡¡Peticiones de sexo tuyas!!! Mira, si fuera otro te partía la cara ahora mismo. –Dije esto levantando la mano.

Ante este gesto, ella dio un paso atrás, tropezando con la mesa y cayendo sobre el cristal, el cual se rompió en mil pedazos, haciendo algunos cortes y arañazos en brazos, piernas y cuello, así como un pequeño rasguño en la cara.

Todos nos abalanzamos sobre ella para levantarla. La mujer y Jorge me apartaron de malos modos y ella dijo:

-Soy la abogada de la señora. Todos hemos visto cómo intentaba tirarla y la ha empujado hasta que ha caído sobre la mesa. Esto es violencia doméstica y vamos a acusarle de ello. Le esperan a Ud. Un par de años de cárcel como mínimo.

En fin. Tuve que marcharme, ellos fueron al hospital para que les hiciesen un informe médico. Yo me busqué un abogado que fue demasiado malo y la abogada de ella demasiado buena. Perdí en la negociación

Para no ir a la cárcel, tuve que cederle la casa a ella, los ahorros y los beneficios que aportase mi patente del aparato fabricado por la empresa. Además tenía que pasarle una pensión y pagar los plazos de la hipoteca de la casa. Más tarde, la empresa me propuso realizar unas adaptaciones de mi proyecto, pero tuve que negarme al no tener los derechos.

Recogí las pocas cosas que eran mías en la casa. Ahí me di cuenta de lo poco que tenía. Con algo de dinero que tenía escondido por si acaso pude alquilar un pisito, y seguir viviendo. Con los meses me entró una fuerte depresión y dejé de trabajar en la empresa. Otro abogado más listo, consiguió que no tuviese que pagar la pensión hasta que volviese a trabajar.

Al fin me recuperé, pero no quise volver a mi antiguo trabajo. Me ofrecí a varias empresas de productos electrónicos y fue como si el fallecido Steve Jobs se hubiese ofrecido a trabajar a cualquier otra empresa que no fuese Apple. Todas querían contratarme, por lo que elegí la que mejor puesto y sueldo me daba. Que no era era ninguna dirección de departamento. Todas se aprovechaban para colocarme en un puesto de segundón.

Y aquí termina mi historia pasada.

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones

Más adelante contaré la actual. Por ahora, el trabajo me tiene esclavo y tengo que dedicarle un tiempo que no me permite escribir con la frecuencia que desearía. Perdonad los errores, normalmente lo repaso muchas veces, pero últimamente tengo poco tiempo.

Relato erótico: “Mi venganza 2” (POR AMORBOSO)

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En la actualidad

Al día siguiente, nos despertamos tarde. De hecho, pasaba de medio día del sábado. Yo hubiese seguido durmiendo, pero la boca que envolvía mi polla me impedía concentrarme en seguir durmiendo.

Como no me quedaba más remedio, dejé mi sueño y me concentré en el trabajo que Habiba estaba realizando.

Es una maestra. Sujeta mis huevos con una mano, separando el dedo medio, que apoya en mi perineo, mientras se la introduce despacio hasta el fondo de su garganta, la presiona con su lengua contra el paladar para aumentar el placer, al sacarla suavemente, la rodea y presiona con los labios entorno al glande a la vez que acaricia el borde con la punta de la lengua.

-MMMMM ¡Cómo me gusta como me la chupas! Hoy parece que hasta le estás poniendo más interés.

-Me alegra que te guste. Quiero agradecerte que anoche me hicieses la mujer más feliz del mundo. –Dijo sacándola de su boca.

-¿Por qué te hice la mujer más feliz?

-Porque anoche me utilizaste para tu placer. Cuando azotabas mi culo me excitaba pensando que mi dolor calmaba tu ira. Me sentí útil, sentí que estaba realmente a tu servicio y, sobre todo, me sentí tu esclava de placer.

Dicho esto, volvió a su tarea.

La hice acostarse boca arriba sobre la cama.

-Me apetece comerte el coño. Abre bien las piernas.

Obedeció de inmediato y me coloqué de arrodillado entre ellas. La levanté por el culo, hice que pasase sus piernas sobre mis hombros y me puse a recorrer con mi lengua los bordes de su coño. La encontré ya mojada y abierta, pero esta vez no era porque otro había dejado su lefa, ni siquiera la mía, que se había limpiado por la noche, era auténtico flujo generado por la excitación. No lo dudé más. Dejé resbalar su culo hasta la cama, manteniendo sus piernas elevadas y dejé entrar mi polla en su interior.

No estaba totalmente dura, pero resultó mejor, ya que entraba doblándose, lo que permitía que al mismo tiempo frotase su clítoris.

Estuve un buen rato entrando y saliendo despacio, procurando que sintiese bien el roce, lo que también aumentaba mi excitación y dureza, hasta que ya no se doblaba. Entonces empecé a moverme con rapidez, machacando el coño lo más rápido que podía, y golpeando mi pelvis contra la suya.

-OOOOOHHHHH qué gusto me das, me vas a hacer correrme ya.

Mis palabras fueron el detonante de su orgasmo, que, como siempre solamente evidenció con gemidos que inicialmente no supe si eran de placer o dolor.

-MMMMMMMMMMMMMMMMM

Yo seguí machacando un rato más, hasta que empecé a notar que se acercaba mi orgasmo, No se qué pasó por mi mente, pero solté sus piernas y comencé a abofetear sus pechos alternativamente, hasta que me corrí en su coño mientras me dejaba caer sobre ella, que al sentir mi corrida, alcanzó un nuevo orgasmo que no pudo disimular.

-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH

-MMMMMMMMMMMMMM. AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH. SIIII.

Ambos quedamos agotados sobre la cama, donde permanecimos un buen rato, uno junto a otro dominados por un suave sopor.

Nos despertó una llamada a la puerta.

-Ya voy yo a ver quién es. –Dije, mientras me ponía unos pantalones y Habiba se dirigía a lavarse al baño.

Siempre recomiendan observar por la mirilla de la puerta por si acaso, sobre todo si es en un horario no habitual para visitas, pero no tuve en cuenta la recomendación y abrí sin más.

Allí estaba ella, más delgada y desmejorada. Me quedé paralizado durante un instante, pero me recuperé de inmediato cuando el dios de la ira derramó sobre mí todos sus dones.

-Hola (voy a decir que me llamo… Juan), ¿qué tal estas?

La primera idea que asaltó mi mente fue partirle la cara a puñetazos y luego estrangularla, de hecho, empecé a levantar mis puños cerrados. Afortunadamente, un poco de cordura que todavía me quedaba por algún rincón me dijo que no debía hacerlo.

Si habéis leído los relatos anteriores, comprenderéis que odie a mi ex hasta límites increíbles. Creo que es lo lógico después de estar años engañándome, y sobre todo, lo que más me dolió fue las veces que me dijo que se encontraba excitada, que me deseaba y me estaba esperando, cuando la realidad era que su humedad era consecuencia de la reciente corrida de su amante que todavía se encontraba en casa y que me entretenía para que pudiese salir sin ser visto.

Para mí, el sexo entre dos personas que se aman es el momento más sublime en un matrimonio o pareja. Son dos personas que se unen dando al otro lo mejor de si mismos para que disfrute y comparten lo más íntimo que tienen.

Ella se mofó de mis ideas al utilizarlas para presionar más en la herida del engaño.

-¿Qué haces aquí, maldita puta? Lárgate a follar con tu Jorge y no me molestes, si no quieres salir volando por la ventana.

-Lo siento, Juan, pero necesito hablar contigo y tu ayuda.

Esto último lo oí mientras me echaba hacia atrás y cerraba de un portazo.

-Por favor, Juan, necesito que me escuches. –Se escuchaba a través de la puerta.

Yo me dirigía hacia el interior, sin dirigirme a un lugar en concreto. Terminé en el dormitorio, donde Habiba estaba terminando de ponerse la falda y blusa que utilizaba cuando teníamos visitas.

-Juan, escúchame, por favor.-Se oía la voz llorosa.

-Amo, porqué no la escuchas. Tiene problemas. Quizá eso te beneficie y puedas sacar algún provecho. Si eso solamente sirve para incrementar tu ira, siempre puedes calmarla conmigo.

Oír eso ya me la empezó a poner morcillona. Ella conocía toda mi vida anterior y mi odio hacia mi ex, pero pensar en otra noche como la anterior, me estaba excitando.

-No se si podré escucharla sin saltarle al cuello y estrangularla.

-No te preocupes, yo estaré a tu lado para calmarte.

Me llevó hasta mi sofá favorito en el salón y me hizo sentarme mientas pasaba la mano por el pantalón, palpando mi incipiente erección y me decía.

-Espera aquí, amo, yo te la traeré.

Y se dirigió a la puerta, tras la que no había dejado de oírse la cantinela de lamentos: “Por favor, Juan…”

La hizo pasar al salón y la dejó de pié delante de mi. Nadie dijo nada. Habiba salió, dejándonos solos. Carla miró alrededor, y vi que dudaba entre sentarse o permanecer de pie. Al ver que yo no le decía nada, siguió de pié, mostrando sus nervios frotando sus manos entre si y sobre su ropa. Como yo seguía sin hablar, comenzó ella.

-Juan, no era mi intención molestarte, pero necesito ayuda y no se a quien más acudir. Ya,.. Ya se que no eres el más indicado para pedirle ayuda, pep… pero estoy desesperada. Sé que te hice daño, pero en recuerdo de aquel amor que nos teníamos, te pido ayuda. Es un caso de vida o muerte…

Mi cuerpo se convirtió de repente en una olla Express. Mi ira estaba ya saliendo por la válvula de seguridad mientras hacia el intento de levantarme para matarla, cuando Habiba entró en la estancia, totalmente desnuda, sorprendiéndonos a los dos, y dirigiéndose a mi, se arrodilló entre mis piernas, abrió mis pantalones y, a falta de otros impedimentos, sacó mi polla y se puso a hacerme una mamada.

¡Cuánto le debo a esta mujer! Mi ira se calmó de golpe, Carla quedó muda y durante unos segundos, no se oyó otra cosa que la mamada. Cuando iba a decir algo, se sacó la polla de la boca al tiempo que la cogía con su mano y tiraba hacia arriba, lo que me obligó a levantar el culo del sillón y ella aprovechó para bajarme los pantalones hasta los tobillos. Cuando volví a caer sobre el asiento, ella puso una mano en mis huevos y volvió a meterse la polla en la boca.

Pasado el primer impacto, volví a mirar a Carla no apartaba la vista de lo que estaba pasando y le dije mientras notaba que mi ira volvía:

-Maldita puta. ¿Ayuda? Lo que te voy a dar es una pal…

Una presión sobre mis huevos cerró mi boca y me hizo entender que quizá ese no era el camino.

-Perdóname, pero es un caso de vida o muerte…

-Eso ya lo has dicho. ¿Qué quieres? ¿Por qué has venido?

No voy a reproducir la conversación “tal cual” porque sería muy largo. Voy a resumir lo que me contó y logré sacarle con mis preguntas, sabiamente guiadas por Habiba, que presionaba mis huevos cuando el camino era equivocado y trabajaba presionaba mi polla con su lengua mientras la metía y sacaba de su boca cuando el camino era el correcto.

Parece ser que desde el día que yo salí de casa, Jorge ocupó mi lugar y ambos estuvieron viviendo con los ingresos que les proporcionaba el derecho sobre mi contrato de explotación de mi patente en mi antigua empresa, siempre con la promesa de que Jorge estaba buscaba trabajo y que pronto lo iba a encontrar. De hecho, todas las mañanas salía cerca de mediodía a buscarlo con la cartera llena y volvía a última hora de la tarde con la cartera vacía y bastante bebido.

“Que si un café con unos que pueden ofrecerme algo, que si unas cervezas con otros que me han prometido… Que si unas ginebras con esos que pueden…”

Si ella le recriminaba algo, le daba una paliza y luego la follaba por todos sus agujeros, si no decía nada, la follaba por todos sus agujeros. Luego, unas veces cenaban y otras se quedaban dormidos. Al día siguiente, follaban al despertar y el se iba con la promesa de ese día iba a encontrar trabajo.

Un día, Jorge volvió con un sobrecito que contenía un polvo blanco. Le dijo que era algo muy bueno que ya había probado en la cárcel. Ella le dijo que no quería saber nada de drogas, permaneciendo firme ante su insistencia. Le hice confirmar que no tomaba drogas. El, se encogió de hombros, se preparó una raya y la esnifó.

Esa vez, la estuvo follando sin parar no supo cuanto tiempo. Terminó reventada. Al día siguiente, esnifó una segunda y volvieron a follar como conejos. Ese día ya no salió a pedir trabajo, ni al siguiente. A otro era fin de semana, y acostumbraban a no hacer nada, se pasaban el día follando, porque Jorge era una máquina de follar (aquí necesité un apretón de huevos tan fuerte que me hizo gritar). El domingo por la mañana, salió porque había quedado con amigos y cuando volvió llevaba otro sobre. A partir de ahí fue en aumento. No les llegaba con los ingresos de mi patente y empezaron a gastar los ahorros. Cada vez necesitaba más y ella no podía oponerse. Se quedaron sin ahorros y comenzaron las discusiones y peleas. Intentaron vender la casa, pero estaba a mi nombre y no pudieron hacerlo. El hacía pequeños robos que lo llevaron a comisaría varias veces, pero le soltaron porque no pudieron demostrarle nada. Al fin, con la promesa de Jorge de rehabilitarse, Carla pidió un préstamo al banco poniendo como garantía los ingresos de la patente.

Un mes después no les quedaba dinero, Jorge no había intentado rehabilitarse y perdieron los ingresos de la patente. Entonces Jorge dijo que un amigo le daba trabajo y fue a un prestamista mafioso y pidió cincuenta mil euros al módico interés del veinte por ciento mensual para mantenerse un mes o dos, hasta cobrar su primer sueldo. Fue a trabajar dos días y el dinero desapareció con rapidez. A los dos meses, el mafioso le reclamó el dinero, los setenta mil euros que no tenían. Con mentiras y engaños los entretuvo otro mes más, pero al final, le pegaron una paliza que estuvo una semana hospitalizado, además de amenazarle de muerte si no pagaba a final de mes.

Carla fue al prestamista a por ochenta mil euros en las mismas condiciones para que él pagase su deuda. Pagó la mitad consiguiendo una prórroga de otros dos meses y se quedó el resto. Esa semana vencía la deuda y no tenía absolutamente nada para pagar la de ninguno de los dos. Jorge había recibido una nueva paliza y estaba nuevamente hospitalizado, y ella sabía que los iban a matar.

Había sabido que las cosas me iban bien ahora. Necesitaba mi ayuda para que les prestase el dinero suficiente para saldar las deudas, que ella me lo reembolsaría como fuese.

Cuando terminó, estaba al borde del orgasmo. No tanto por el trabajo de Habiba como por el relato de desgracias de Carla.

-La verdad es que me alegra mucho oírte. No te preocupes, que de tu entierro me ocuparé yo. Ahora vete y no vuelvas nunca más…

Un fuerte apretón de huevos cortó en seco la incipiente corrida que se avecinaba tras decir estas palabras.

-Bueno, mejor dicho, voy a pensar en ello, llámame la semana que viene…

Chupada mientras empezaba. Apretón de huevos al final.

-O mejor dicho, llámame mañana…

Apretón de huevos.

-Mejor ven aquí mañana y hablaremos.

Habiba se aplicó conciencia y acto seguido me corrí en su boca con un gran orgasmo. Me limpió la polla, succionó de ella para que levantara mi culo mientras me subía los pantalones y dejó todo como estaba.

Se puso en pie y le dijo a Carla:

-Por aquí, por favor. –Y la acompañó a la puerta.

Cuando volvió le dije:

-¿Qué se te ha pasado por la cabeza?

-Amo, en mi país, cuando alguien hace mucho daño a otro, no se le mata directamente. Primero se le tortura hasta que no le quedan fuerzas y luego se le deja morir lentamente. Ella ha venido necesitada y puedes aprovecharte de ello. Hazle pagar sus desprecios y recupera todo lo que te quitó. Luego, que sea lo que Dios quiera.

A partir de ese momento, me hundí en mis reflexiones, durante largo rato. Recuerdo que Habiba me puso delante algunos fiambres y queso para comer, cosa que hice distraídamente. Horas después, coincidiendo con la llegada de Habiba para decirme que la cena estaba servida, di por terminada mi meditación.

-Gracias Habiba, ya tengo pensado lo que voy a hacer. Se lo conté mientras cenaba teniéndola a ella a mi lado, pues no había forma de que se sentase a la mesa conmigo. Ella me dio ideas nuevas y con todo ello configuré mi plan.

Increíblemente, después de cenar estaba nuevamente empalmado. Nos fuimos a la cama y me puse a practicar. La hice ponerse a cuatro patas sobre la cama, desnuda como estaba, y con la cabeza vuelta hacia mí.

Desde el costado, metí la polla en su boca que se cerró inmediatamente su alrededor, como si se tratase de un estrecho coño, y comencé a follársela. Al tiempo, le daba fuertes palmadas en su culo, alternando con ligeras masturbaciones de su clítoris. Le daba un par de folladas de boca y una fuerte palmada, otro par de folladas y una caricia de clítoris. Así cuatro o cinco veces. Entonces cambié. Le daba una follada y una palmada. A la siguiente un toque de clítoris, luego dos mas palmada y uno mas clítoris. Así fui alternando un buen rato, escuchando sus gemidos de placer, sintiendo como su flujo escurría por sus piernas y notando cuando llegaba a alcanzar uno de sus varios orgasmos, hasta que me coloqué detrás, se la metí por el coño sin esperar y estuve dándole duro hasta que me corrí. No se la cantidad de orgasmos de ella, pero estábamos totalmente agotados ambos y nos quedamos dormidos de inmediato, sin tiempo para hablar.

Al día siguiente, no madrugamos mucho, nos duchamos juntos y, aunque Habiba intentó reanimármela, fue totalmente imposible, ni incluso arrodillada ante mí mientras me afeitaba. Por mi parte, al terminar intenté comerle el coño, pero me dijo que lo tenía irritado y que mejor lo dejábamos para otro momento.

A media tarde, estábamos los dos abrazados y desnudos en el sofá de tres plazas, cubiertos por una sábana para no coger frío, mientras veíamos una película que había pasado mil veces por todas las cadenas, cuando llamaron a la puerta.

-Ella. –Me dijo Habiba.

No hizo falta más, Fue a abrir la puerta desnuda, acompañada de mi frase: “mira primero…”, volviendo al momento acompañada de Carla. Que llevaba un vestido de lana en marrón oscuro que se pegaba a su cuerpo como una funda, hasta el punto de que se le marcaba el sujetador y la braga.

-Hola Jua…

-Sssshhhh. Déjanos terminar la película.

Levanté la sábana para que Habiba se metiese conmigo y no le dije nada más a ella. Permaneció de pie al no haberle indicado que tomase asiento. No se de qué iba la película, pero el tenerla allí esperándome, con el culo de Habiba presionando mi polla y mi mano recorriendo bajo la sábana desde sus tetas al coño y viceversa mientras escuchaba sus breves gemidos de placer, me estaba haciendo disfrutar como nunca.

-Me puedo sentar un momento, he venido andan…

-¡No!

-…do desde casa porque no tengo dinero ni para el autobús.

-No y cállate o lárgate.

Noté las breves convulsiones de la risa de Habiba y seguí con lo mío hasta que acabó la película. Carla se dio cuenta de estaba haciendo todo eso para fastidiarla, pero aguantó estoicamente hasta que acabó la película.

-Has llegado pronto. Te esperaba más tarde.

-Perdona, pero estoy impaciente por saber tu respuesta.

-Tenemos que hablar largamente, pero lo haremos más tarde. Los domingos a esta hora nos dedicamos a follar, por lo que tendrás que esperar a que terminemos.

Aparté la sábana e indiqué a Habiba que colocase una rodilla a cada lado de mi cabeza para comerle el coño. Rápidamente y sonriendo, pues esto no estaba previsto, hizo lo que le había pedido. Recorrí su raja con mi lengua, húmeda y abierta gracias a mis manipulaciones anteriores, obligándola a soltar un suspiro de satisfacción.

-AAAHH.

Me hice un hueco para poder decirle a Carla.

-Si tienes mucha prisa, desnúdate y ve comiéndome la polla para terminar antes.

Ella dudó un rato mientras los gemidos de Habiba se iban haciendo más seguidos y fuertes. Al final, se desnudó, quedando con un viejo sujetador y unas bragas de rebajas y se acercó.

-No, así no. Desnuda como las buenas putas.

Terminó de quitarse todo y volvió para arrodillarse a mi lado, tomar mi polla y ponerse a mamar. Pude ver su cuerpo de reojo. Conservaba sus tetas bien puestas, su coño tenía el pelo de unos cuantos días sin arreglar, su cuerpo algo más delgado de lo que recordaba y al pelo le faltaba una buena sesión de peluquería.

No tenía la gracia de Habiba para hacer una mamada, pero tampoco era un desastre. Volví a separarme para hablar.

-Vaya mierda de puta que estás hecha. ¿No sabes comer bien una polla? ¿No se la comes a Jorge o es que no tenéis gusto por un trabajo bien hecho? –Alargué la mano y le di un pescozón en su cabeza que le metió la polla hasta la garganta.- Como no espabiles, esto va a durar toda la semana.

Seguí comiendo el coño a la vez que acariciaba sus pechos y frotaba sus pezones. Cuando alcanzó su primer orgasmo, la hice levantarse y dándole una palmada en la cabeza, le dije:

-Anda, deja eso, que se ve que no tienes mucha idea y vas a terminar dejándomela totalmente floja. Acuéstate de espaldas en el suelo. Habiba, tu arrodíllate y coloca tu coño sobre su cabeza para que te pase la lengua por el clítoris mientras yo te follo y ella me lame los huevos. ¡A ver si, por lo menos, sabe hacer eso!

Así lo hicieron y yo me coloqué tras ellas y se la metí despacio, sintiendo la lengua jugar con su clítoris y golpeármela con suaves lametazos. Luego volví a sacarla despacio, con el mismo efecto. Me gustó y estuve un buen rato dándole de esa manera. Habiba tuvo dos orgasmos en ese interludio.

-¿Y mis huevos? ¿Es que no les vas a prestar atención? Puta inútil.

Su lengua saltaba del clítoris a los huevos cuando la clavaba y volvía a él cuando la sacaba. Yo estaba que ya no podía aguantarme más.

-Vamos, puta inútil, mi mujer necesita cuatro orgasmos para quedarse a gusto y todavía le falta uno. Yo estoy a punto de correrme y si lo hago, tendremos que esperar un buen rato hasta que me recupere para empezar de nuevo.

Tenía que estar agotada. Llevábamos cerca de una hora con esta actividad. Debía de tener la boca seca, dolerle las mandíbulas de abrir la boca y el cuello de levantar la cabeza. Aceleró en sus lamidas y al poco Habiba se corrió con un fuerte orgasmo que la hizo gritar como nunca.

-AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH

-Prepárate, puta, estoy apunto. Me quiero correr en tu boca, y ni se te ocurra escupir nada.

Habiba se echó hacia delante, saliéndose mi polla y dejándome su boca disponible, que enseguida llené metiéndola todo lo que pude y soltando toda mi corrida en el fondo.

Tosió, le dieron arcadas, estuvo a punto de vomitar, pero no desperdició nada. Yo, que la había sacado hasta sus labios, le dije mientras metía la punta en su boca de nuevo.

-Déjamela bien limpia si no quieres que te eche con cajas destempladas.

Ella lo hizo lo mejor que supo y pudo y cuando di por terminada la limpieza, unas palmadas sobre el culo de mi mujer la sacaron de su somnolencia y se apartó para ponernos todos de pie.

-Bueno, ahora podemos hablar. –Dije mientras me sentaba y Habiba salía de la habitación y Carla empezaba a vestirse.

-¿Te he dicho que te vistas?

-No, pero yo pensaba que ya habíamos terminado.

-Si piensas eso, ya te puedes ir.

-No, quería decir… que podía vestirme para hablar.

-No necesitas vestirte para hablar.

-¿Me puedo sentar?

-No.

Ella quedó en pie frente a mí. Puso una mano tapando su coño y otra sobre sus pechos.

-Te voy a ayudar, pero con mis condiciones. La primera de ellas es que siempre estarás desnuda, a no ser que te diga otra cosa, con los brazos a los lados o las manos juntas a la espalda y las piernas abiertas cuando estemos hablando. Si hay algo que no aceptas, te vistes y puedes marcharte para no volver. ¿Lo has entendido?

-Sssi

Esperé un rato para ver su reacción. Ella llevó sus manos a la espalda y separó sus piernas mostrándome su cuerpo. Su mirada estaba fija en el suelo y el rubor cubrió sus mejillas.

-Para empezar, dejarás de tener todo tipo de derechos. Te convertirás en una cosa que obedecerá lo que digamos Habiba o yo, o quien te digamos. ¿Entendido?

-Sssi

-Todas tus frases deberás terminarlas con amo o ama. Y dar las gracias cada vez que te demos algo o corrijamos tus fallos. ¿Entendido?

-Sssi.

-Si ¿qué?

-Ssi, amo.

-Empezaremos por deshacer todos nuestros acuerdos de divorcio y pasarás a ser mi esclava, sin derecho a nada. Harás todo lo que yo te diga sin protestar ni poner mala cara, nos mudaremos a “mi” casa y jamás volverás a ver a Jorge. Por cualquier desobediencia, mala cara, gesto o lo que sea, serás castigada duramente.

-Al principio pasarás un periodo de aprendizaje de tus nuevas funciones, que irás conociendo sobre la marcha, cuya duración dependerá del interés que pongas en ello.

-A cambio, yo negociaré tus deudas y las iré pagando en tu nombre. Al menor signo de desobediencia, o si no estás de acuerdo, te quedas con tus deudas y les haces frente como puedas. ¿Lo has entendido?

-Si, amo

-¿Lo aceptas?

-Si, amo, no me queda más remedio.

-No hace falta que hagas comentarios, pero verás como pronto me lo agradecerás. ¿Quién es tu acreedor?

-“El Fajinas” – Nombre ficticio de un conocido maleante, traficante de mujeres, drogas, tabaco, apuestas clandestinas y todo con lo que se pueda ganar dinero, sea legal o ilegal.

-¿”El Fajinas”? Mal elemento. De todos los que podíais haber elegido, habéis ido al peor. Pero, en fin, hablaré con él.

Creo que no dejé traslucir nada, pero conocía a “El Fajinas” de mi trabajo. Le diseñé e instalé un sistema de alarma y seguridad en su chalet que lo hizo impenetrable. La policía estuvo a punto de detenerlo dos veces porque sabían en él tenía una vez armas y otra droga, pero el sistema le avisó y pudieron ocultarlo todo en las áreas seguras e indetectables.

Quedó tan contento que la primera vez me regaló el poder asistir a su mejor casa de putas gratis para siempre y la segunda me dijo que quedaba en deuda conmigo y que le pidiese lo que fuera cuando necesitase de él.

-¿Cuál es tu número de teléfono, es el de antes?

-Ya no, ayer cortaron el servicio por falta de pago.

-Vístete y vete. Llámame mañana sobre las doce, y si no puedes, vuelve mañana por la tarde.

-Si amo

Comenzó a vestirse, poniéndose la braga y el sujetador que había traído, Mientras me acercaba y abría un cajón de un armario cercano, de donde extraje unas tijeras.

-Espera un momento. Si te vas a poner esa ropa harapienta, mejor ve sin nada. –Y corté los tirantes del sujetador y la tira horizontal, seguido de las bragas por ambos lados, cayendo todo al suelo.

-PPero…

Solo tuve que mirarla

-Si, amo, lo que tú digas.

Se puso su vestido, donde se le marcaban las tetas y los pezones, mientras que por detrás se le metía por la raja del culo.

Cuando daba la media vuelta para marchar…

-¡Espera, vuelve aquí un momento!

Cuando llegó a mi lado metí la mano bajo su falda hasta llegar a su coño, que encontré empapado.

-Otra cosa más. Cada vez que te encuentre excitada, serás castigada. Ahora ya puedes irte.

-Gracias, amo

Y se fue.

El tiempo había pasado volando. Habiba tenía preparada la cena y se apresuró a poner la mesa mientras me daba una ducha y me ponía algo de ropa.

-¿Lo has oído?

-Si, amo, lo he oído todo.

-¿Crees que hará lo que le digamos?

-No le queda más remedio. Además, lleva una gran puta dentro. El olor de su coño mientras me follabas me lo estaba gritando.

-Pues vamos pronto a la cama, que mañana me espera mucho trabajo…

Relato erótico: Casanova (02: Preparativos Para La Fiesta) (POR TALIBOS)

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PREPARATIVOS PARA LA FIESTA
 
Pasaron varios días en los que no sucedió nada especial. Yo me limitaba a echar miradas disimuladas a las chicas y a hacerme pajas a escondidas. Necesitaba tiempo para asimilarlo todo y pensa
r estrategias.
De todas formas hice un par de intentos de acercamiento con Loli, pero ésta parecía rehuirme, supongo que siguiendo instrucciones del abuelo.
Los días pasaban veloces y yo no hacía ningún progreso en lo que a sexo se refiere, por lo que andaba un poco desilusionado. Todo era bastante monótono, hasta que una mañana me encontré a mi hermana y mis primas charlando con Mrs. Dickinson:
– Por favor señorita, aún tenemos muchas cosas que hacer – dijo Andrea, que parecía llevar la voz cantante.
– No sé, niñas, serían tres días…
– Sí, lo sé, pero le prometemos que después nos esforzaremos más. Compréndalo, tenemos que participar en los preparativos de la fiesta y además, me gustaría, digo nos gustaría poder ir a la ciudad a comprarnos un vestido y un regalo para mi madre.
– No sé, ¿qué dice tu abuelo?
– Al abuelo le parece bien ¿verdad chicas?
– Bueno… – dijo mi hermana mientras Andrea la fulminaba con la mirada.
– ¿Sí?
– Dijo que la decisión era suya, que usted sabría si perder un par de días podría perjudicarnos o no.
– Por favor señorita Dickinson – insistía Andrea.
– ¿Y que opináis vosotras dos?
– Bueno, es verdad que nos gustaría ir a la ciudad y un par de días sin clase nos irán bien ¿verdad Marta?
– Sí. Además Ramón dijo que nos llevaría a un restaurante nuevo.
– ¿Ramón? ¿Y quién es Ramón? – preguntó Dicky.
– Es el novio de Andrea – dijo Marta con una sonrisilla maliciosa.
– ¡Marta! ¡No digas más tonterías! – exclamó Andrea, enrojeciendo violentamente.
– ¿Novio, eh? – dijo Dicky riendo.
– No le haga caso señorita, se trata del hijo del señor Benítez, que es muy amable y que se ha ofrecido a hacer de guía por la ciudad.
– Comprendo. ¿Y es guapo?
– Vamos, señorita, no se burle.
– Bueno, está bien. Os concederé esos días de descanso. A mí también me vendrá bien.
– ¡Estupendo! – gritó Andrea.
Los Benítez eran los propietarios de una finca cercana. Los padres eran buena gente y muy amigos de mi familia. Tenían dos hijos, a los que yo conocía porque eran alumnos de la escuela de equitación de mi abuelo. Ramón, el mayor, siempre me había parecido un imbécil, pero Blanca era una chica de 16 años, muy dulce y simpática y con una educación exquisita. Con frecuencia mis padres decían que ojalá nosotros nos pareciéramos a ella, así de encantadora era .
Aunque Ramón siempre me había caído gordo, gracias a él me iba a escapar de las clases.
– Bueno, parece que durante unos días sólo tendré que ocuparme de ti – me dijo Dicky.
El alma se me cayó a los pies. ¿Yo tenía que seguir dando clase mientras las chicas se iban de paseo? ¡De eso nada!
– ¡Pero señorita, yo también quiero ir a la ciudad! – dije lo primero que se me ocurrió.
– ¿Tú? ¿Y para que vas a ir tú?
– ¡No he vuelto a ir desde que era pequeño, y… yo también quiero comprarle algo a tía Laura!
Lo cierto es que yo en ese momento ni siquiera sabía por qué íbamos a comprarle regalos.
– Bueno, no sé. Lo cierto es que si me quedo sin alumnos podría ir a casa de mi tía. Hace tiempo que no la veo…
– No sé señorita, éste ya perdió clases el otro día con la fiebre – dijo Andrea, la muy…
– Yo por lo menos voy aprobando los exámenes – le respondí desafiante. Si las miradas mataran, en ese momento hubiera caído fulminado.
– Eso es cierto Andrea, ya no sé si es tan buena idea dejaros los días libres, vas un poco retrasada – me parece que Dicky ya se había ilusionado con las vacaciones y no iba a permitir que se las estropearan.
– Sí señorita. Bueno, es verdad será mejor que nos lo tomemos todos como un pequeño respiro.
– De acuerdo, voy a hablar con vuestro abuelo y con vuestros padres – dijo Dicky y se marchó.
Las tres chicas se volvieron hacia mí al unísono.
– Maldito niño cabrón – Andrea tenía un lenguaje exquisito cuando se lo proponía.
– ¿Se puede saber a qué viene esto? – dijo Marta.
– Si os creéis que os vais a escapar de las clases vosotras solas, vais listas.
– Haz lo que te dé la gana, pero a la ciudad no vienes.
La verdad es que yo tampoco quería ir, pero aquello me molestó bastante.
– ¿Y quién me lo va a impedir?
– Se lo diré a papá – intervino mi hermana.
– ¿Y qué le vas a decir? ¿Qué os queréis ir solas a la ciudad con el novio de Andrea? Seguro que le encanta.
– ¡Maldito seas! – gritó Andrea. – ¡Ven aquí!
Y se lanzó por el pasillo a perseguirme, aunque yo fui mucho más rápido y me perdí escaleras abajo. Andrea no me siguió yo empecé a pensar que podía ser divertido ir a la excursión por el simple hecho de fastidiarla un poco.
– Buenos días.
Me volví y allí estaba mi abuelo.
– Ya me ha dicho Mrs. Dickinson que os habéis librado de las clases por unos días ¿eh?
– Abuelo, las chicas no quieren que vaya con ellas a la ciudad.
– ¿Y por qué no?
– Porque las lleva ese imbécil de Ramón y no quieren que vaya.
– ¿eh?. Vaya con Andrea, para pedirme prestado el coche no tiene problemas, pero para cuidar un rato de su primo… Hablando del rey de Roma…
Miré hacia arriba y vi bajando las escaleras a las tres chicas encabezadas por Andrea, cuyos ojos echaban chispas. Enfadada estaba incluso más buena.
– Abuelo, no le hagas caso. Nosotras queremos ir de compras y no vamos a ir con el a todos lados.
– ¿Por qué no?
– Podría pasarle algo, no podemos hacernos responsables.
– Para eso está Ramón ¿no? Cuando me pedisteis el coche dijo que él cuidaría de vosotras, ¿qué más le da uno más?
– Yo… – Andrea estaba vencida, sin argumentos.
– Venga chicas, a Oscar también le hace ilusión ir a la ciudad. Portaos bien con él – dijo mi abuelo mientras me guiñaba un ojo con disimulo.
El día pasó sin mayores incidentes. Todo el mudo en la casa andaba muy atareado, hasta las chicas y yo estuvimos ayudando. El motivo del follón era el cumpleaños de mi tía Laura, que cumplía 35 y mi abuelo había decidido darle una gran fiesta en el jardín. Por lo visto iban incluso a invitar a los vecinos para la celebración, con lo que iba a ser una gran fiesta.
A media mañana llegaron un par de carros con gente del pueblo y cosas para la fiesta. Mi padre los había contratado del pueblo para que ayudaran, así que con toda la gente que había por allí, yo logré escaquearme y no trabajar demasiado. Tan sólo estuve un rato ayudando en la cocina, bromeando todo el rato con Mar y con Vito, procurando así mantenerme alejado de Andrea por si acaso.
La que sí que se escapó fue Mrs. Dickinson. Como no tenía alumnos a su cargo anunció que se iba un par de días a visitar a su tía enferma, pero que volvería a tiempo para la fiesta. Nicolás la llevó a la estación con el coche.
Por fin llegó la mañana siguiente, me levanté muy temprano (y muy trempado) y el día no pudo empezar mejor.
Fui al baño de atrás, uno que había cerca de la cocina, para darme un buen baño. En esa habitación teníamos un par de tinajas grandes y una bañera, que se llenaban con agua caliente traída desde la cocina (por eso estaba cerca).
– Buenos días señora Luisa.
– Buenos días corazón – me respondió ella.
– ¿Podría calentarme agua para bañarme?
– Claro, de hecho ya hay mucho agua caliente porque tus primas también se van a bañar. Andrea ya está dentro, así que espérate un rato y desayuna.
¿Andrea bañándose? Genial. Desayuné como una exhalación y me levanté de la mesa.
– Señora Luisa, voy a salir a estirar las piernas. Dé un grito cuando el baño esté listo.
– Vale, anda, busca a Juan para que te llene la bañera.
Salí como un rayo en busca de Juan. Por suerte, lo encontré muy rápido y le dije que Luisa lo buscaba. El hombre se fue hacia la cocina y yo a la parte trasera de la casa. El baño tenía una pequeña ventana bastante alta y yo sabía que probablemente estaba abierta pues ninguno de nosotros alcanzaba a cerrarla y había que hacerlo con un gancho.
Efectivamente estaba abierta. Con rapidez, amontoné bajo la ventana varias cajas de las de la fiesta y me subí encima, procurando no hacer ni un ruido.
Allí estaba Andrea. Estaba de pié dentro de una de las tinajas, completamente de espaldas a mí, lo que me privaba de buena parte del espectáculo. Ya se había lavado y estaba enjuagando su cuerpo echándose jarrones de agua por encima. Estaba arrebatadora. Llevaba el pelo recogido, para no mojárselo, por lo que podía ver su delicioso cuello, su piel era muy blanca, sin mácula, su espalda era lisa, sedosa, con los omóplatos bien marcados y terminaba en unas caderas simplemente perfectas culminadas por un trasero con forma de corazón. Sus piernas debían ir a juego pero no las veía, ya que la tinaja le llegaba a más de medio muslo. El agua se escurría por su cuerpo, formando ríos que recorrían sus sinuosas curvas y que dejaban a su paso gotitas que aparentaban ser de cristal, dándole un aspecto casi mágico, parecía una ninfa del bosque.
Yo estaba empalmadísimo, presionaba fuertemente mi paquete contra la pared, pero no podía hacer más porque mi posición era un tanto precaria y no quería caerme.
Podía ver cómo deslizaba las manos por su cuerpo, eliminando los restos de jabón; veía que se pasaba las manos por las tetas, pero desde atrás no podía ver cómo. Yo maldecía mi mala suerte, me estaba perdiendo lo mejor, pero en ese momento ella se inclinó hacia delante para coger otra jarra de agua del suelo. Al agacharse su culo se me mostró en todo su esplendor, era simplemente perfecto. Además, al agacharse dejaba entrever su coño, incluso desde mi posición podía notar que era rubio, como su cabello, sus labios se abrían levemente. ¡Dios yo sólo pensaba en cómo sería hundir mi polla en ese maravilloso chocho!
– Estás hecho un guarro.
La voz me sobresaltó tanto que me caí de las cajas formando un considerable alboroto.
– ¡Ey! Ten cuidado que te vas a matar.
Dolorido alcé la vista y me encontré con Antonio, el sobrino de Juan, que trabajaba en la finca ayudando a su tío.
– ¡Eh! ¿Quién anda ahí? – la voz de mi prima se oyó por la ventana.
– Desde luego no es tonto – dijo Antonio.
Yo le miré con cara de pena. Me habían pillado y me la iba a cargar por todo lo alto. La erección desapareció fulminantemente.
– Venga, no te quedes ahí, vamos a quitar las cajas antes de que alguien salga a ver qué pasa.
Dios, cuánto quise a Antonio en ese instante. Me incorporé de un salto y rápidamente quitamos las cajas de allí y nos marchamos rodeando la casa.
– Vaya, chico…..
– Yo…
– Tranquilo, hombre. Yo mismo he espiado alguna vez por ese ventanuco. Es que tu prima está muy buena ¿eh?
– Ya lo creo.
– Pues tranquilo, hombre, que yo no le diré nada a nadie. Además en esta casa con tantas mujeres, los hombres debemos ayudarnos.
– Gracias Antonio.
En ese momento se oyó la voz de Luisa, que me llamaba para el baño.
– Me voy Antonio.
– Hasta luego, ¡ah! Que te lo pases bien en la ciudad.
Le sonreí y me fui. Luisa me esperaba en la cocina.
– Venga, que tu prima ha salido ya. Oye, ¿no habrás estado trasteando por ahí detrás, verdad?
– No, Luisa, yo estaba con Antonio.
– Ya veo, venga entra al baño, que Marta y Marina van detrás.
– Voy.
– Oye Oscar, si no te importa usa la tinaja que está limpia y deja la bañera para las chicas.
– Pero…
– Venga, que tú eres un hombre, sé un caballero…
– Vale Luisa.
 
Entré al baño y me desnudé. Entré a la tinaja, cogí el jabón y empecé a frotarme. El baño aún conservaba el aroma de Andrea por lo que empecé a recordar lo que había visto. Mi picha fue poco a poco recobrando la forma y yo empecé a masturbarla delicadamente. Entonces se me ocurrió una idea. Me froté la palma de la mano con jabón hasta hacer espuma y después me pajeé con ella. Era una sensación diferente, muy agradable, así que cerré los ojos y seguí con la paja mientras imaginaba que me tiraba a Andrea.
Estaba tan concentrado que resbalé y me caí dándome un buen golpe en el fondo de la tinaja. Una buena cantidad de agua se desbordó y fue a parar al suelo del baño que quedó empapado.
– Oscar ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
Luisa estaba al otro lado de la puerta.
– Nada, que me he resbalado.
– Espera que voy a entrar.
Luisa entró en el baño con cara de preocupación.
– Luisa, estoy bien, en serio – dije mientras me agachaba en el interior de la tinaja.
– Madre de Dios, la que has liado – dijo mirando al suelo.
– Lo siento.
– Qué le vamos a hacer. Espera, te traigo más agua.
Salió y regresó al poco con un par de cubos humeantes que añadió a la tinaja.
– ¡Ay! Quema.
– Pues te fastidias. Y date prisa que las niñas esperan.
No sé por qué, pero le dije:
– Es que me he dado en el codo y me duele el brazo.
– ¿A ver? – dijo Luisa mientras me examinaba el brazo – parece que está bien.
– Pero me duele… – dije yo con mi mejor voz de niño mimado.
– ¿Qué quieres? ¿Qué te bañe yo como cuando eras pequeño?
– Bueno…
Entonces Luisa me miró de arriba abajo y sin duda notó que yo mantenía las piernas recogidas, escondiendo algo. Fue a la puerta y la cerró.
– Joder con el chico, tan grande para unas cosas y está hecho todo un bebé. A ver, arrodíllate.
Cogió el jabón y comenzó a frotarme el cuerpo, la espalda, el pelo, haciendo mucha espuma. Me hizo poner de pié, de espaldas a ella y me limpió las piernas y el culo.
– Separa un poco las piernas – me dijo.
Su mano se introdujo entre mis muslos y comenzó a frotarlos por la cara interior, Se deslizaba muy placenteramente y yo notaba cómo la punta de sus dedos me rozaba los huevos. Era genial, estaba muy excitado. Mi polla pedía a gritos que la aliviaran, pero yo no me atrevía. Así seguimos un rato cuando me dijo:
– Date la vuelta.
Yo obedecí muy despacio. Con las manos me tapé el pito lo mejor que pude. Sabía que no serviría de nada, pero pensé que era mejor dar una imagen de vergüenza
Al volverme por completo pude ver que los ojos de Luisa estaban fijos en mi entrepierna, lo que me calentó aún más.
– Venga, quita las manos de ahí. A ver si te crees que es la primera picha que veo. Además la tuya ya la he visto un montón de veces.
Como yo no obedecía, me tomó por las muñecas apartando mis manos ella misma, aunque yo no opuse demasiada resistencia.
– ¡Jesús, María y José!
– Lo siento – dije yo fingiendo estar avergonzado, aunque en realidad llevaba un calentón de aquí te espero.
– Vaya, vaya, así que el señorito se ha convertido en todo un hombre.
– Vamos, Luisa, no te burles de mí.
– Si no me burlo, ya quisieran muchos tenerla como tú.
Se puso de pié y siguió lavándome. Empezó a frotarme el pelo de forma que sus pechos quedaron a la altura de mi cara. Los botones superiores de su vestido se habían abierto, por lo que pude echar una buena ojeada a aquel par de increíbles tetas, embutidas de tal forma en el sujetador, que amenazaban con reventarlo, así de apretadas estaban.
Luisa acabó con mi pelo y se retiró con lo que se dio cuenta de adonde apuntaban mis ojos.
– Oye, estás hecho un sinvergüenza.
– Lo siento, Luisa.
– ¿No te da nada de mirarle así las tetas a una vieja?
– Tú no estás vieja.
– Anda, que podría ser tu abuela.
– Imposible, ninguna vieja podría tener esas tetas.
Ella se quedó sorprendida. Aquello no cuadraba con la imagen de niño bueno que tenía de mí.
– Vaya bandido estás hecho. ¿Qué sabes tú de tetas, bribón?
– Nada, sólo sé que las tuyas son geniales, parecen ir a escaparse del sostén.
Ella miró hacia abajo, abriéndose un poco el vestido con las manos.
– Es verdad que este sostén me va un poco pequeño…
– Pues eso Luisa, son tan bonitas que no he podido evitar mirarlas. Además como me has estado lavando y eso…
– Me parece a mí que a ti no te dolía el codo.
– Perdóname, no sé en qué estaba pensando – dije simulando azoramiento, parecía estar a punto de echarme a llorar.
– Venga, venga, no te pongas así, es sólo que me ha sorprendido un poco. A todos los chicos les pasan estas cosas…
Se acercó a mí y me abrazó. Mi cara quedó apretada contra su pecho. Aquello era el paraíso.
– Lo que no comprendo es cómo puede gustarte una vieja como yo, con todas las chicas que hay por aquí.
Si ella supiera que me gustaban todas…
– Luisa, que tú no estás vieja. Tienes las mejores tetas del mundo.
– ¿Estos dos trastos? – dijo mientras volvía a abrirse el cuello del vestido, permitiéndome atisbar de nuevo su par de ubres.
– Son maravillosas.
– Mi amor… – dijo abrazándome de nuevo.
– Luisa… – dije todavía abrazado a ella.
– Dime corazón.
– ¿Me las enseñas?
– ¿Cómo?
– Es que nunca he visto unas – mentí.
Se apartó de mí y me asió por los brazos mirándome a los ojos.
– De acuerdo cariño.
Llevó sus manos a la espalda y trasteó un poco con el cierre del sostén. Le costó un poco hacerlo por encima del vestido, pero para mi desencanto, no se lo quitó. Finalmente logró desabrochárselo y lo extrajo por el cuello de la ropa. Después desabrochó el resto de los botones del pecho del vestido, se lo abrió con las manos y me las mostró.
¡Qué par de tetas! Sin duda eran las más grandes que había visto hasta ahora, en la finca, quizás sólo Tomasa podía rivalizar en cuanto a volumen (o eso creía yo). La piel era un poco menos tersa que en las de Loli, pero no importaba. A pesar de lo grandes que eran, se mantenían firmes, con los pezones gordos y duros mirando al frente. Estaba embelesado y mi polla apuntaba al techo, desesperada.
– Luisa – le dije mirándola a los ojos – ¿Puedo?
– Claro, mi amor.
Se acercó hasta mí. Yo estiré las manos y me apoderé de aquellas dos maravillas. Comencé a sobarlas con fruición, un tanto bruscamente.
– Tranquilo, mi amor, no se van a escapar…
Me calmé un poco y comencé a acariciarlas con mayor delicadeza. Mis manos no alcanzaban ni de lejos a abarcarlas, por lo que las movía por todas partes, las agarraba, las estrujaba, las levantaba… Comencé también a toquetear sus pezones. Estaban duros como rocas, me miraban desafiantes. Por mi mente pasó la idea de lamerlos, pero quizás Luisa pensara que eso era demasiado, así que me contuve.
Seguí acariciándolos con la izquierda y llevé la derecha hacia abajo, hasta empuñar mi verga. Comencé a pajearme lentamente y me separé unos centímetros de Luisa, para verla mejor. Tenía los ojos cerrados y se veía perfectamente que estaba disfrutando horrores. Eso me envalentonó así que fui deslizando mi mano izquierda por todo su cuerpo. Al llegar a la cintura, separé con los dedos el vestido y las bragas, e introduje la mano en su interior. Luisa abrió los ojos y me miró sorprendida, parecía querer decir algo, pero mi mano se metió entre sus piernas, entre sus labios vaginales, nadando en las humedades que allí había y mis dedos encontraron su clítoris, con lo que a Luisa se le pasaron las ganas de decir nada.
Volvió a cerrar los ojos y me dejó hacer. Yo seguí masturbándonos a los dos, lentamente, disfrutando el momento. Ella llevó sus manos hasta sus globos y empezó a sobárselos, tironeándose de los pezones, mientras dejaba escapar pequeños gemidos que me excitaban todavía más. Poco a poco inició un leve movimiento arriba y abajo de sus caderas, aumentando el frotamiento.
Progresivamente fue incrementando el ritmo de su cintura, hasta que se convirtió en un furioso vaivén. Los gemidos fueron ganando intensidad:
– Sí, así, así, mi amor, sigue asíiiiiiiii…
Mientras se corría se derrumbó sobre mi hombro. Yo notaba los espasmos de su coño en la mano mientras no dejaba de pajearme.
En ese momento una voz sonó al otro lado de la puerta:
– ¿Qué estás haciendo? ¿Te queda mucho?
¡Mierda! ¡Mi hermana!
– Un poco todavía Marina, espera en la cocina que ahora te aviso – dije con voz entrecortada.
– Date prisa ¿quieres?
– Sí, hermanita.
Oí pasos que se alejaban y respiré más tranquilo. Miré a Luisa, que parecía preocupada. Era hasta cómico, los dos, asustados, mirando a la puerta, mientras una de mis manos empuñaba mi polla y la otra se perdía en sus bragas.
– Hay que acabar rápido – dijo Luisa.
Se apartó de mí y yo pensé que se había acabado, pero no, Luisa no pensaba dejarme en ese estado. Se arrodilló frente a mí y agarró mi polla, comenzando a pajearla con rapidez.
– Acaba rápido o nos matan.
Así que me dediqué a disfrutar. Desde luego no era tan bueno como antes, pues había que terminar rápido, pero no estaba nada mal. Como seguía teniendo las tetas fueras, estas se movían como campanas al ritmo del cascote, lo que era muy erótico.
Siguió masturbándome diestramente, mientras con la derecha me la meneaba, con la izquierda me sobaba los huevos; desde luego no era la primera paja que hacía, sabía dónde y cuándo apretar y pronto comencé a notar que me corría.
Ella me apuntó el pene hacia el agua y los disparos fueron todos a parar al interior de la tinaja, menos un poco que manchó la mano de Luisa.
– Bueno ya estás – dijo mientras se llevaba la mano a los labios y se la limpiaba con la lengua ¡Qué morbo! – Ummm, está dulce…
¡Joder! Aquello casi me empalma otra vez.
De pronto, Luisa pareció volver a la realidad.
– Vamos espabila, que nos van a pillar.
Cogió un par de jarras de agua y me los echó por la cabeza para enjuagarme.
– Venga, hay que darse prisa que las niñas tienen que entrar y antes tengo que recoger el estropicio que has hecho.
Luisa cogió una toalla y me secó vigorosamente el cuerpo y desde luego aquello no tuvo nada de erótico, sin más bien de doloroso. De no ser porque aún llevaba las tetas por fuera del vestido, parecería que allí no había ocurrido nada. Rápidamente se arregló la ropa, aunque no se puso el sostén, sino que lo dobló hasta que no se notaba lo que era.
– Venga, vístete, que yo voy a la cocina a por trapos.
Me echó una última mirada y me dijo:
– Cuánto te pareces a tu abuelo.
Abrió la puerta con cuidado y miró a izquierda y derecha, saliendo sigilosamente. Yo me vestí y fui a la cocina.
– Marina, ya he terminado.
– Sí, ya voy.
No sé si sería su extraño tono de voz o el hecho de que no me regañara por haber tardado, lo cierto es que noté algo extraño en ella. La miré y vi que tenía las mejillas arreboladas y la frente sudorosa ¿habría estado espiando?
Marina se levantó y salió junto con Luisa, que iba cargada de trapos para limpiar un poco el baño.
Yo salí por la puerta de atrás para tratar de espiar a Marina como había hecho con Andrea. Si me había estado espiando, debía estar muy excitada, con lo que el espectáculo prometía ser aún mejor. Por desgracia ya no era tan temprano, y detrás de la casa había ya mucho ajetreo con lo de la fiesta y eso. Bueno, qué le íbamos a hacer; me resigné y subí a la habitación para ponerme la ropa que me había preparado mi madre para ir a la ciudad.
Como una hora después llegó Ramón. Penetró en el recibidor como si fuera el rey del castillo.
– ¡Muy buenos días! – gritó.
Yo estaba abajo, con el abuelo, y le oí murmurar:
– Menudo petimetre.
Al poco las chicas bajaron la escalera en procesión, con Andrea al frente, como siempre. Llevaba un vestido primaveral, de color azul, sin mangas. Un cinturón blanco ceñía su esbelta cintura y llevaba a juego el sombrero, el bolso, los zapatos y unos guantes de punto. Estaba preciosa. Detrás venía mi hermana, con un atuendo parecido, sólo que de color amarillo pálido, lo que acentuaba su negra cabellera. Por último, Marta, un poco más discreta. Llevaba una camiseta blanca de manga corta, con un jersey echado sobre la espalda y anudado al cuello. Su falda era de color gris, por debajo de la rodilla. Como las otras dos, llevaba medias de color claro, pero no llevaba sombrero. Parecían tres diosas bajando desde el cielo. Yo estaba alelado.
– Andrea, estás preciosa – dijo Ramón.
– Menudo caballero – pensé – no les dice nada a las otras.
Al poco aparecieron mis padres y mi tía. Tras los saludos de rigor, se llevaron a Ramón un poco aparte, dándole los típicos consejos, que tuviera cuidado de nosotros y eso. Vi que Ramón me echaba un par de miradas de desprecio. Menudo capullo. Estuvieron charlando un poco y yo me quedé con las chicas.
– Estáis las tres guapísimas – les dije – sin duda seréis la envidia de toda la ciudad.
Me miraron un tanto sorprendidas.
– Vaya, gracias – dijo Andrea.
– Lo digo en serio, chicas. Sois realmente preciosas – vi que Marta incluso se avergonzaba un poco.
– Estás muy amable hoy ¿no crees? – dijo mi hermana – será para que no te dejemos aquí.
– No es eso, estoy diciendo la verdad.
– Bueno, pues gracias – dijo Andrea.
– Y de verdad, estoy muy agradecido de que me llevéis con vosotras, tenía muchas ganas de ver la ciudad. Os prometo que me portaré bien.
Los demás terminaron de hablar, y todos fuimos hacia la puerta. Yo aproveché que Andrea se quedaba un poco retrasada y le dije:
– Lo he dicho en serio, y tú eres la más guapa de todas.
– Vale, vale – rió mi prima – cuando quieres eres un cielo.
Salimos fuera, donde Nicolás esperaba con el coche. Era un Bolt, no recuerdo el modelo, uno de los primeros coches que hubo en España. La capota se abatía completamente, permitiendo así disfrutar del paseo. De hecho, Nicolás ya la había echado hacia atrás.
– ¿Y cómo vamos a ir? – dijo Ramón – en el coche no cabremos todos. ¿No sería mejor dejarlo aquí?
– Tú te sientas delante con Nicolás – intervino Andrea – y nosotras tres detrás y vamos llevándolo encima por turnos.
– Sí, así iréis bien – dijo mi abuelo.
– Bueno – aceptó Ramón, aunque se le veía en la cara que eso no era en lo que él estaba pensando.
Antes de subir, mi abuelo me llevó aparte.
– ¿Llevas dinero?
– Mi padre me ha dado algo – le respondí.
– Mira, un caballero debe pagar siempre por las damas, y ese tipejo no es muy de fiar ¿no crees?
– Desde luego – dije enfadado, mientras mi abuelo se reía.
– Bien, pues tendré que confiar en que tú si seas un caballero.
Entonces me dio una bonita cartera hecha a mano. Era mi primera cartera.
– ¡Gracias abuelo! – exclamé y le di un abrazo.
Me saqué el dinero que tenía del bolsillo para guardarlo en la cartera, pero, al abrirla, me encontré con que ya había mucho dinero dentro.
– ¡Abuelo!
– Eso es para ti. Gástalo como quieras, pero procura invitar a las chicas a algo y lo que sobre, para ti.
– Pero…
– Tranquilo, hijo, que ya les he dado algo a tus primas y a tu hermana, no vas a ser tú menos.
– ¡Gracias! – y lo abracé nuevamente.
Nos despedimos hasta la noche y nos marchamos. Marina iba a la izquierda, Andrea en el centro y Marta a la derecha. Yo iba sentado en el regazo de Marina, que me sujetaba por la cintura. Estaba bastante ilusionado, aunque al principio no tenía muchas ganas de ir, ahora me daba cuenta de que hacía bastante tiempo que no salía de la finca, así que me decidí a disfrutar del viaje.
El coche traqueteaba por los caminos mientras atravesábamos bosques y prados. Yo me recliné hacia atrás, para añadir el placer de sentir las tetas de mi hermana contra mi espalda al que me proporcionaba el paseo. Hubiera estado muy bien de no ser por el imbécil de Ramón que viajaba prácticamente vuelto hacia nosotros para decirle tonterías a mi prima Andrea, que se reía como una tonta con todas las gilipolleces que aquel capullo soltaba. Pero lo peor fue cuando noté que Marta lo miraba con ojos de cordero degollado. También se reía de sus tonterías y siempre intentaba atraer su atención interviniendo en la conversación (cosa rara en ella), pero se la veía nerviosa, por lo que sus palabras parecían torpes y poco inteligentes.
– ¡Mierda! – pensé – ¿cómo es posible que a las dos les atraiga este imbécil?
Además, Ramón ignoraba de forma casi ofensiva a Marta, teniendo sólo ojos para Andrea, lo que cohibía cada vez más a mi prima menor, hasta el punto que dejó de intentar conversar y se ensimismó, dedicándose a mirar el transcurrir del campo por su lado del coche.
Ramón, de vez en cuando pasaba una mano hacia atrás y la apoyaba descuidadamente en la rodilla de mi prima, que se apresuraba a apartarla. Al poco rato, Andrea pareció hartarse del comportamiento de Ramón y me usó como escudo:
– Marina, ¿estás ya cansada de cargar con Oscar?
Sin darle tiempo a responder, intentó levantarme y subirme sobre ella. Desde luego yo pesaba demasiado para que pudiera levantarme, así que colaboré sin rechistar y me senté en el regazo de mi prima. De esta forma obstaculizaba perfectamente al manos largas, lo que pareció no gustarle demasiado a tenor de la mirada que me dirigió.
Como no podía continuar con sus tocamientos, pareció perder interés en la conversación, por lo que se volvió hacia delante y se limitó a hacerle algunas preguntas a Nicolás sobre el manejo del coche.
Poco a poco, las chicas se animaron y empezaron a charlar entre ellas, de lo que iban a hacer, de lo que se iban a comprar y de otras cosas. Yo me limité a reclinarme sobre Andrea, que las tenía más gordas que Marina, por lo que era más cómodo y a disfrutar del resto del viaje.
Llegamos a la ciudad a las doce de la mañana, tras unas dos horas de viaje. Despedimos a Nicolás hasta la tarde y nos dedicamos a pasear. Ramón parecía una mosca, zumbando todo el rato alrededor de Andrea, mientras nos ignoraba a los demás. Andrea pronto se cansó, por lo que comenzó a charlar con Marina. Viendo que lo ignoraban, Ramón se enfurruñó y se retrasó.
Marta se dio cuenta y se fue quedando rezagada, para intentar charlar con él, pero el muy imbécil seguía ignorándola, limitándose a responderle con monosílabos y sin quitarle los ojos de encima a Andrea, que iba unos metros por delante.
– Mira Ramón ¡qué pendientes tan bonitos! – exclamó Andrea frente a una tienda.
Ramón salió disparado hacia delante, dejando a Marta con la palabra en la boca. ¡Cómo lo odié en ese momento!
Seguimos caminando en dos grupos, delante Marina y Andrea, con Ramón revoloteando alrededor de ella y detrás Marta. Yo la miré y noté que tenía los ojos llorosos. Me acerqué a ella.
– Marta, ¿qué te pasa?
– ¡Déjame en paz! – me espetó, aunque yo insistí.
– Venga, dímelo, a lo mejor puedo ayudarte.
– ¡Que me dejes!
Entonces me puse serio. Empleé uno más calmado, más adulto.
– Marta, no entiendo qué es lo que ves en semejante imbécil.
Me miró sorprendida, hasta las lágrimas que antes asomaban parecieron secarse de pronto.
– ¡Pero qué dices!
– Marta, se te nota mucho. Llevas toda la mañana comportándote como una tonta, tú no eres así y desde luego ese tipo no se lo merece.
– ¡Qué sabrás tú!
– Tengo ojos en la cara. Se ve a la legua que ése sólo busca una cosa con Andrea.
– No digas más tonterías.
– Míralo tú misma.
Ramón iba delante, e intentaba todo el rato que mi prima lo cogiera del brazo, supongo que para fardar por la calle por llevar a una rubia tan hermosa. En ese momento nos cruzamos con una mujer muy atractiva. Ramón no dudó ni un momento y se giró para mirarla mientras se alejaba.
– ¡Ramón! – le reprendió Andrea.
– Perdona querida, creo que la conocía.
¡Menudo gilipollas!
– ¿Lo ves?
– …….
– Marta, una mujer tan hermosa como tú puede conseguir al hombre que quiera. Eres mi prima y te quiero mucho, por eso no puedo soportar que con la de hombres estupendos que hay por ahí, te enamores de un capullo como ese.
– ¡No estoy enamorada!
– ¿Ah, no? ¿Entonces por qué lloras?
Me miró nos instantes, y por fin se decidió a confiar en mí.
– No sé, lo cierto es que me gusta y quería ver…
– ¿Qué? – pregunté yo.
– Si era capaz de atraer a un hombre como hace Andrea, pero veo que no puedo.
– Ahora eres tú la que dice tonterías.
– ¿Cómo?
– Tú eres capaz de atraer a cualquier hombre.
– Sí, ya lo veo.
– Te lo digo en serio. Mira, sé que soy joven todavía, pero sé distinguir la belleza femenina y desde luego creo que tú eres la más guapa de las tres.
Marta se sonrojó un poco y me dedicó una deliciosa sonrisa.
– Lo digo muy en serio, Marta, posees una belleza, no sé, etérea. Eres tan delicada, tan dulce, dan ganas de estar siempre a tu lado para protegerte.
– ¡Caray! Gracias, Oscar – dijo mi prima, con el rostro ya completamente arrebolado – Es lo más bonito que me han dicho en mi vida.
– Pues es verdad.
– ¿Se puede saber dónde has aprendido esas cosas?
– En ningún sitio en especial, no sé Marta, son cosas que se me ocurren al mirarte. A mí y a cualquier hombre que se precie de serlo.
– Entonces ¿por qué Ramón no me hace caso?
– ¡Y dale con Ramón! – me enfadé un poco.
Noté que mi prima se retraía un poco, aquello le había molestado, tenía que recuperar el terreno perdido, pero ¿cómo? Entonces la solución se me ocurrió por sí sola: “Dile la verdad” pensé.
– Marta, ¿puedo serte franco?
– Sí, claro.
– Verás, es que esto puede ofenderte un poco.
– Venga, que no me enfado.
– Vale. Mira, la razón por la que Ramón se fija en Andrea es bien sencilla. El único pensamiento que ocupa su mente es la idea de follársela.
– ¡Oscar! – exclamó asombrada y con el rostro como un tomate.
– Te lo advertí. Verás, ese tío está loco por tirársela, si te fijas no hace más que tontear y revolotear a su alrededor, pero no tiene verdadero interés por ella.
– ¡Pues a lo mejor me apetece que me lo haga a mí! – casi gritó Marta.
Los que iban delante se volvieron a ver qué pasaba.
– ¿Te está molestando, Marta? – preguntó mi hermana.
Yo me había quedado muy sorprendido por la repentina confesión de mi prima, así que no atiné a decir nada.
– No, no te preocupes, sólo estamos charlando – dijo Marta.
– Pues no forméis tanto escándalo – dijo Ramón, tan amable como siempre.
– Haremos el escándalo que nos dé la gana – le espeté.
– ¿Cómo dices?
– Lo que has oído – le respondí en tono desafiante.
 
Las chicas me miraban asombradas. Ramón echaba fuego por los ojos. Se abalanzó hacia mí, me cogió del brazo y me llevó aparte.
– Mira, éste es un día muy importante para mí y no voy a dejar que me lo estropees.
– ¿Y por qué es importante si puede saberse?
– No me cabrees, o te voy a poner el culo como un tomate.
– Inténtalo imbécil, veremos lo que opina mi abuelo cuando le diga cómo le sobabas las piernas a Andrea en el coche.
– ¿Cómo te atreves? – exclamó, pero el brillo de duda en sus ojos me hizo ver que había dado en el blanco.
– Mira Ramoncete, yo sólo quiero pasar un día agradable, así que déjame en paz y yo te dejaré a ti ¿de acuerdo?
Esperé unos instantes, mientras su cerebro procesaba aquello.
– Yo sólo quiero que no montéis un espectáculo por la calle.
– El espectáculo vas dándolo tú, pareces una mosca que ha olido mierda, siempre revoloteando detrás de las faldas.
– A que te doy…
– Atrévete.
Nuestras miradas se cruzaron furiosas. Finalmente, apartó la mirada y dijo:
– Haz lo que te dé la gana.
– Por supuesto.
Y regresamos con las chicas, él con cara de perro y yo con una sonrisa triunfante en los labios. Poco después, Marta y yo volvíamos a ir rezagados.
– En mi vida te había visto así.
– Sí, no sé por qué, pero ese tío me saca de quicio.
– Pero es guapo.
– Lo será, Marta, pero hay más cosas. Ese tío es un cerdo.
– …….
La chica seguía ensimismada.
– Por cierto, antes me dejaste parado.
– ¿Cómo?
– Sí, al decirme que te apetecía acostarte con ese capullo.
– ¡Yo no he dicho eso! – exclamó.
Los de delante volvieron a mirarnos y yo saludé sonriente a Ramón.
– Tranquila, chica, pero sí que lo dijiste.
– …….
– Marta, es normal sentir ciertos impulsos al llegar a nuestra edad. Yo también tengo esos impulsos.
– Ya veo – dijo sonriendo.
– Lo digo muy en serio.
– Bueno, pero si yo siento esos “impulsos”, ¿por qué no atraigo a los hombres?
– Claro que atraes a los hombres, a mí el primero ¡eres preciosa!
– Pero…
– Pero nada. Mira, ese tío está encandilado con Andrea y ella le sigue el juego. No sé si porque tiene en mente lo mismo que él o porque es más tonta de lo que parece.
– No sé…
– Pues eso. Ramón olfatea a su presa y no piensa en nada más hasta que la logre.
– Pero antes se ha quedado mirando a esa chica…
– Sí durante un segundo, porque era nueva. Pero no va a estropear la caza por otra posible presa, va sobre seguro. Pero si otra presa segura se le presentara…
– No te entiendo.
– ¿Quieres comprobar que lo que te digo es verdad?
– Sí, claro.
– Bien, te demostraré que a ese tío le importa una mierda tu hermana y que sólo va detrás de la falda que se le pone a tiro.
– ¿Cómo?
– Cuando yo te diga, atácale tú a él.
– ¿Qué?
– Tienes que hacer algo que inequívocamente le demuestre que le deseas, verás que pronto traiciona a Andrea.
– ¡Estás loco!
– Tú verás, puedes creer lo que quieras, pero estoy seguro que es verdad.
– Sí, ya. ¿Y qué tendría que hacer?
– No sé. Agárrale el paquete.
– ¡¿QUÉ?! – los de delante ya ni se volvieron.
– Tú hazlo cuando yo te diga y verás.
– Estás majara, no sé por qué te he estado haciendo caso.
– Ya veremos…
Enfadada, se fue hacia delante para reunirse con los otros. Yo me quedé atrás, pensativo. Me la había jugado mucho con mi prima, si hacía lo que le había dicho no estaba seguro de lo que pasaría. Si Ramón montaba un escándalo avergonzaría a Marta para toda la vida, pero yo estaba bastante seguro de haberle juzgado correctamente, no me quedaba sino confiar en la lujuria de Ramón… y en la belleza de mi prima.
En esas estaba cuando todos penetraron en un gran establecimiento. Era una boutique de ropa femenina.
Era una gran tienda, tenía incluso dos plantas. Por todas partes se veían clientas que miraban vestidos, atendidos por señoritas vestidas todas más o menos igual, blusa blanca, falda negra y una cinta métrica de sastre al cuello.
Las chicas se repartieron rápidamente por la tienda. Ninguna de ellas había estado antes en una tan grande y estaban muy ilusionadas. Correteaban arriba y abajo, enseñándose trapos las unas a las otras mientras daban grititos. Yo me desmarqué por ahí, dando vueltas y mirando cosas. Quería ver si encontraba algún regalo bonito para tía Laura.
De vez en cuando atisbaba a Ramón, le veía echando ojeadas apreciativas a las dependientas y a las clientas mientras fumaba con aire aburrido. Eso sí, su rostro cambiaba a la más exquisita de las sonrisas cuando Andrea se acercaba a enseñarle algún traje.
– ¿Qué te parece éste, Ramón? – inquirió Andrea una de las veces.
– Muy bonito, querida – le contestó fumando un cigarrillo.
– Creo que voy a probármelo.
Andrea trotó hasta unos probadores cercanos, pero estaban ocupados, por lo que se dirigió a otros que estaban escondidos al fondo de la tienda. Ramón se le quedó mirando y pareció tomar una decisión. Pisó el cigarrillo y siguió a Andrea con disimulo. Y por supuesto, yo le seguí a él.
Me escondí tras una columna y me asomé con cuidado. El probador se cerraba con unas cortinas y Ramón permanecía frente a ellas echando miradas disimuladas a su alrededor. Cuando pensó que nadie lo veía, se metió dentro.
– ¿Se puede saber qué haces?
– ¡Chist! Cariño, ven aquí…
– ¡PLAS!
La bofetada resonó fuertemente. Al poco Ramón volvía a salir del probador. Se frotaba una mejilla con cara de perro apaleado. Yo, detrás de la columna, trataba de contener la risa a duras penas. ¡Bien por Andrea!
Ramón se fue lentamente a la esquina opuesta de la tienda, lejos de toda la gente (supongo que para que nadie notara la marca roja en su cara) y volvió a encender un cigarrillo.
Decidí buscar a Marta para contárselo. Di unas cuantas vueltas por allí y la vi. Tenía cara de gran preocupación. Entre sus manos sostenía una blusa y la retorcía nerviosamente.
– Va a hacerlo – pensé.
Así que me escondí rápidamente para que no me viera y la seguí. No me equivocaba, se dirigía con paso vacilante al rincón donde se estaba Ramón. A falta de 10 metros se paró, respiró hondo y se acercó rápidamente hasta él. Por desgracia no me podía acercar más por lo que no pude escucharlos.
Desde mi posición vi cómo intercambiaban unas palabras. De pronto, Marta se abalanzó sobre el sorprendido Ramón y lo besó. No podía verlo bien, pero me pareció que el beso era correspondido. Marta se separó de él dejándome atisbar cómo su mano apretaba fuertemente la entrepierna del asombrado Ramón.
Marte le soltó y echó a correr en dirección opuesta con las mejillas totalmente enrojecidas. Casi me descubre, pero me dio tiempo a ocultarme. Cuando pasó, eché una mirada a Ramón. Sonreía.
Me marché de allí cuidando que no me vieran y fui en busca de Marta. La encontré cerca de las escaleras, respirando agitadamente.
– Lo has hecho ¿eh?
– ¿Qué?
– No me engañas, lo veo en tus ojos, has ido a por Ramón.
– ¿Me has visto?
– No – mentí – es sólo que estás colorada como un tomate.
– Venga ya – dijo, mientras se llevaba las manos a la cara.
– Bueno, ¿lo has hecho o no?
– Sí.
– ¿Qué le hiciste?
– Le dije que me gustaba mucho.
– ¿Nada más?
– Y lo besé.
– ¡Vaya con mi prima!
– Y también…
– ¿También qué?
– Nada…
– Sí, ya, y voy yo y me lo creo. ¡Vamos confiesa! – le dije mientras la sacudía por los hombros bromeando.
– ¡Ayyy, estáte quieto!
– ¡Confiesa!
– Le agarré el paquete con la mano ¿estás satisfecho? – me dijo con su rostro aún más rojo si es que era posible.
– ¡Vaya! ¡Menuda guarra estás hecha, Marta!
– Oye – dijo enfadada.
– ¿Y qué hizo él?
– Nada – dijo ella triunfante – se quedó muy sorprendido, pero no me hizo nada.
– ¿En serio?
– Sí, estabas equivocado, es un caballero y no se aprovechó. Yo no le gusto, sino sólo Andrea – su tono era ahora pesaroso.
– Pues si me he equivocado puede que se lo diga a Andrea ¿no crees?
– ¡Dios! ¡Es verdad! ¡No puede ser! ¡Por qué te haría caso!
Era tal el espanto que se reflejaba en su rostro que me arrepentí de lo que había dicho.
– Tranquila Marta, era broma. Mira, si tienes razón y es un caballero, entonces no dirá nada, como mucho hablará contigo a solas para decirte que no puede corresponderte.
– ¡Qué vergüenza!
– Y si yo tengo razón, sin duda intentará algo antes o después. Lo que no hará nunca es contarlo, puedes estar segura.
Marta pareció quedarse más tranquila. Seguimos conversando apaciblemente, le pregunté si había encontrado algo que le gustara y resultó que no, así que me ofrecí a ayudarla a buscar un vestido. Se pasó una hora probándose ropa (hay mujeres que olvidan sus problemas con facilidad en una boutique) y yo le daba mi opinión sobre cada vestido que se probaba. Lo pasamos muy bien juntos, nos reímos mucho y charlamos alegremente. Nunca la había visto tan relajada. Fue genial.
Se me pasó por la cabeza la idea de intentar espiarla en el probador, pero si me pillaba podía echar al traste todo lo conseguido hasta el momento, así que me porté bien.
Finalmente escogió un vestido, y para mi alegría resultó ser el que yo le había recomendado. Era de seda, de color verde, con tirantes sobre los hombros y un chal a juego. Estaba preciosa con él.
Nos reunimos con los demás, Andrea y Marina también habían encontrado vestido y además habían comprado no sé qué para tía Laura. Así que cada una pagó lo que había comprado con el dinero del abuelo y nos marchamos de la tienda, pues casi era la hora de cerrar.
Fuimos andando hasta el restaurante que conocía Ramón, fue una larga caminata, pero al muy capullo ni se le ocurrió que las chicas pudieran cansarse. Yo iba charlando alegremente con Marta, y Andrea con Marina. Yo, controlaba con disimulo a Ramón, que parecía bastante pensativo y noté que de vez en cuando dirigía miradas apreciativas a Marta.
– Ya está en el bote – pensé.
Por fin llegamos al restaurante. Un camarero nos condujo a una mesa para seis en un rincón junto a la ventana.
– Marta, siéntate aquí, a mi lado – dijo amablemente Ramón.
Andrea lo fulminó con la mirada, supongo que pensó que era para darle celos. Así que nos dispusimos así; en el rincón, pegada a la ventana, Marta, Ramón justo a su izquierda y Andrea a la izquierda de Ramón. Yo me senté frente a Marta y Marina frente a Andrea, quedando la silla de en medio para los paquetes.
La comida transcurría con cierta calma tensa, Andrea parecía decidida a ignorar a Ramón, por lo que conversaba con mi hermana, cosa que al muy imbécil no parecía importarle pues se dedicaba a charlar con Marta en voz baja, lo que mortificaba a Andrea.
Así estuvimos durante un rato; yo simulaba estar concentrado en el plato, pero en realidad no le quitaba los ojos de encima al tipejo.
De pronto, Ramón se inclinó para decir algo en el oído de Marta, que se puso muy roja, y, simultáneamente, su mano derecha desapareció bajo la mesa. Marta pegó un respingo y se quedó tensa. Desvió la mirada y se puso a contemplar la calle. Ramón miraba a las otras chicas con disimulo, para cerciorarse de que nadie notaba sus maniobras.
Entonces me di cuenta de que la mano izquierda de Marta tampoco estaba a la vista. La moral se me fue a los pies, ¡no podía ser! ¿le estaba correspondiendo? Yo notaba que había movimiento bajo la mesa, me estaba enfureciendo por momentos. ¡Maldita sea! ¡Era culpa mía! ¡Ahora ese cabrón podría tenerlas a las dos! Vi cómo Ramón parecía tirar de Marta ¿qué estaba pasando? ¡Dios!, me iba a volver loco.
Entonces, de repente, Marta se puso de pié, me di cuenta de que sus ojos estaban brillantes por las lágrimas, parecía a punto de echarse a llorar.
– Oscar, ¿me cambias el sitio por favor? Aquí estoy un poco agobiada, esto es muy estrecho.
– Claro, Marta. Sin problemas.
El pecho me iba a estallar de júbilo. Ramón tenía una cara de tonto que casi me hace echarme a reír. ¡Lo sabía! ¡Un tipejo así no podía salirse con la suya!
Nos cambiamos y seguimos comiendo. La tensión se palpaba en el ambiente. Las chicas sabían que algo había pasado, pero no podían imaginar el qué.
Tras la comida, cada uno pagó lo suyo (todo un caballero ¿eh?) y nos marchamos. Ramón propuso ir a una cafetería cercana y a Marina y Andrea les entusiasmó la sugerencia, por lo que hacia allí nos fuimos. Vi cómo Ramón intentaba reconciliarse con Andrea, pero a ésta aún le duraba el enfado. Marta iba muy taciturna y yo caminaba a su lado, en silencio. Marina también lo notó, y se acercó a nosotros.
– ¿Te pasa algo, Marta? – preguntó.
– No, sólo estoy algo cansada.
– ¿Seguro?
– Sí, de veras.
Entonces Marta dijo algo que yo no me esperaba.
– Marina, yo no tengo ganas de tomar café. ¿Por qué no vais vosotros?
– ¿Cómo?
– Que no me apetece tomar café y además, todavía no he comprado nada para mamá.
– ¿Y te vas a ir sola?
– Me llevo a Oscar, hoy hemos hecho muy buenas migas ¿verdad? – dijo, mientras me miraba suplicante.
– Sí, y yo tampoco he comprado nada para tía Laura – dije yo.
– No sé, Marta.
– No te preocupes, seguro que lo pasamos muy bien – por el tono se veía que estaba intentando parecer animada.
– Sí – intervine yo – podemos vernos en el sitio donde quedamos con Nicolás. Era a las nueve ¿no?
Marina nos miró a los dos con extrañeza. Allí se estaba cociendo algo pero ¿qué podía hacer ella?
– Haced lo que queráis. Tened cuidado.
Nos despedimos de los otros dos, pero no nos prestaron demasiada atención, bastante tenían con sus líos y nos marchamos en dirección opuesta. Caminamos en silencio durante un rato, hasta que llegamos a un parque. Buscamos un banco y nos sentamos.
– ¿No vas a decir nada? – me espetó.
– ¿Cómo?
– Un “yo tenía razón” o algo así – estaba apunto de echarse a llorar.
La miré a los ojos y le dije:
– Lo siento, Marta.
Ella rompió a llorar. Yo la abracé torpemente y ella no me rechazó, sepultó el rostro en mi cuello y se deshizo en lágrimas. No podía hacer mucho, intuía que lo mejor era dejar que se desahogara, así que me limité a acariciarle el cabello en silencio.
La gente que pasaba nos miraba con curiosidad, pero yo les echaba unas miradas que nadie se atrevía a preguntar qué pasaba.
 
Así estuvimos unos minutos, hasta que poco a poco fue calmándose. Lentamente deshicimos el abrazo. Tenía los ojos llorosos, las mejillas hinchadas, pero aún así, me pareció hermosa.
Metí la mano en mi bolsillo y le ofrecí un pañuelo.
– Gracias – me dijo, lo tomó y se sonó la nariz ruidosamente. Tras hacerlo me tendió el pañuelo.
– ¡Ah, que guarra! – exclamé divertido – ¡para qué quiero yo tus mocos!
Marta se echó a reír.
– Es verdad, lo siento.
– Tranquila, era broma – la miré con cariño – ¿estás mejor?
Marta respiró profundamente.
– Sí, me encuentro más aliviada, como si me hubiese quitado un peso de encima – me dijo, mientras se secaba los ojos con mi pañuelo.
– ¡Dios, qué asco! ¡Y se los refriega por la cara!
Esta vez no se rió, se carcajeó.
– Es verdad, qué asco.
– ¡Y yo que te tenía por una muchacha bien educada! Si te viera Dicky le daba un patatús.
Marta volvía a llorar, pero ahora de risa.
– Señorita Marta, me ha decepcionado usted profundamente – dijo Marta, imitando a Mrs. Dickinson bastante bien.
Estuvimos diciendo tonterías y riendo durante un rato. Poco a poco nos fuimos calmando.
– Gracias Oscar, lo necesitaba.
– De nada nena, por ti lo que sea.
Ella se me quedó mirando un segundo, se inclinó hacia mí y me dio un leve beso en los labios.
– Gracias de corazón.
– De nada.
Nos quedamos allí sentados, sin decir nada durante un rato. Por fin Marta me dijo:
– Tenías razón, es un cerdo.
– Lo sé.
– Durante la comida empezó a decirme cosas al oído, que yo era muy bonita, que no sabía como no se había fijado… Yo hasta me las estaba creyendo…
– ¿Y?
– De pronto me puso la mano en el muslo.
– ¡Qué cabrón!
– Yo intenté apartársela con cuidado, porque no quería que Andrea notara nada, pero seguía insistiendo, deslizaba la mano cada vez más arriba.
– ¡Joder! – la verdad es que aquel pequeño relato me estaba calentando un poco.
– Me apretaba cada vez más, seguro que tengo la mano marcada por todo el muslo.
– Me encantaría verlo – pensé.
– La deslizaba cada vez más arriba y yo…
– ¿Tú qué?
– ¡La verdad es que me gustaba un poco!
– Comprendo.
– Le dejé hacer, pero entonces recordé todo lo que me habías dicho y le cogí la mano para apartársela.
– Bien hecho.
– Pero él me cogió por la muñeca y llevó mi mano hasta su entrepierna
– ¡Maldito cabrón!
– Eso ya fue demasiado, así que me levanté y te cambié el sitio.
– Debiste hacerlo antes.
– Lo sé, pero es que… no sé, no me desagradaba, era…
– Excitante – terminé yo.
– ¡Eso! Lo siento, pensarás que soy una zorra.
Marta bajó la mirada hasta el suelo, parecía apesadumbrada. Yo me acerqué y cogiéndola dulcemente por la barbilla, hice que sus ojos se encontraran con los míos.
– No digas tonterías. Eres una mujer maravillosa, y me siento muy feliz de que te hayas dado cuenta de lo imbécil que es Ramón.
Marta sonrió.
– Gracias, pero yo no puedo olvidar que le dejé tocarme.
– Pero Marta, eso es normal.
– ¿Normal?
– Claro, ya hablamos antes de los impulsos que sentimos a nuestra edad. Constantemente pensamos en el sexo, es algo que no podemos evitar…
Durante un rato, le solté el discurso que días antes me había dado mi abuelo. De vez en cuando me interrumpía y me preguntaba algo.
– ¿Cómo sabes tanto de estas cosas?
– He leído libros, y también hablando con el abuelo.
– Ah, claro.
– Pues eso Marta, que lo que te pasa es normal y se trata tan sólo de que lo aceptes y lo disfrutes.
– Sí, pero con quién.
– Pues conmigo, por ejemplo – dije sin pensar.
Ella se quedó callada, sorprendida.
– Ya la he cagado – pensé.
Entonces ella sonrió y me dio un cariñoso puñetazo en el hombro.
– Eres un guarro – dijo riendo.
– ¡Desde luego, nena! – reí yo también.
Eran las seis más o menos cuando nos levantamos y fuimos a ver tiendas. Pasamos una tarde genial, entrando en bazares, tiendas de ropa, yo nunca había visto tantos comercios juntos.
Marta compró para su madre un joyero muy bonito que vimos en una tienda de artesanía. Yo le compré un camafeo que se abría, para poner en su interior hierbas de olor. Aprovechando un segundo de distracción, compré también dos navajas suizas, de esas multiusos y una pulsera de plata que le había gustado mucho a Marta.
Salimos a la calle y nos fuimos a tomar un helado. Charlamos durante un rato, hasta que vimos que era hora de marcharse.
– ¡Uf, estoy reventada de tanto andar! – dijo mi prima.
– Pues espera un momento.
Me acerqué a un coche de caballos de esos cerrados que había allí cerca, hablé unos segundos con el conductor y llegué a un acuerdo sobre el precio.
– Vamos Marta, subamos.
– ¡Estás loco!
– Venga princesa, tú te lo mereces todo – le dije mientras le ofrecía mi mano para ayudarla a subir.
Marta sonrió y tomó mi mano, subiendo con gracia.
– ¿Adónde vamos?
– Al punto de reunión, pero como en carruaje tardaremos menos, le he dicho que nos dé un paseo turístico.
– ¡Estupendo!
Dimos un romántico paseo a través del parque en el que habíamos estado antes. Estaba empezando a anochecer y los serenos comenzaban a encender las farolas. Nosotros íbamos dentro del carruaje cerrado, mirando por las ventanillas.
– ¡Es maravilloso!
– Tú lo eres más.
Marta me miró, y se reclinó suavemente contra mi pecho.
– Marta…
– ¿Ummm?
– Tengo algo para ti.
– ¿Cómo?
Saqué la pulsera y se la enseñé. Su cara de asombro mereció la pena.
– ¡Dios mío! ¡Estás loco! ¿Cuánto te ha costado?
– No mucho, como vi que te gustaba y hoy has tenido un día tan duro…
Ella no dijo nada, sólo se me quedó mirando. La verdad es que me dio hasta un poco de vergüenza. Tomé su mano y le puse la pulsera.
– ¿Te gusta?
– Mucho.
Tras decir esto, se acercó hacia mí y me besó. Su boca era un tanto torpe, se notaba que no tenía experiencia. Yo tampoco tenía mucha, pero Loli besaba de otra forma. Así que la abracé y la besé con pasión. Poco a poco mi lengua se introdujo entre sus labios y se encontró con la suya, que me respondió con deseo.
Estábamos besándonos cuando ella tomó mi mano derecha y lentamente la condujo hasta su pecho, apretándola contra él. Comencé a acariciarla con ternura, jugando con sus senos por encima de la ropa. Sus pezones se marcaron rápidamente sobre la camiseta y yo los rocé levemente con la yema de los dedos.
Ella se echó aún más sobre mí y su pierna izquierda presionó fuertemente contra mi pene, que a esas alturas estaba como una roca. Lentamente deslizó su mano por mi pecho hasta llegar a mi cintura y una vez allí comenzó a abrirse paso por el borde del pantalón.
Entonces unos golpes resonaron en el techo.
– Hemos llegado – gritó el cochero.
– ¡Maldita sea tu estampa! – pensé.
Miré a Marta con cara de resignación y vi la misma expresión reflejada en su rostro. Pensé en decirle al cochero de dar otra vuelta, pero por la ventanilla vimos a los demás que estaban esperando.
– Ponte el jersey – le dije.
– ¿Por qué?
– Porque sino verán tus perfectos pezones marcados contra tu camiseta.
– Tienes razón – rió ella.
En ese momento me di cuenta de lo mucho que había cambiado Marta en un solo día. Si por la mañana le hubiese dicho algo como eso habría enrojecido hasta la raíz de los cabellos.
Nos bajamos del coche y saludamos a los demás, que nos miraban con cara de asombro.
– ¿Dónde estabais? – inquirió Andrea, se veía que el enfado no se le había pasado.
– Por ahí – dijo Marta.
Y así quedó la cosa. Todos teníamos un aire enfadado. Se veía que aquellos tres no habían pasado muy buena tarde y yo andaba quemado por haberme quedado a medias. A duras penas lograba tapar mi erección con las bolsas de la compra.
La única que parecía risueña era Marta, que de tanto en cuanto, me echaba miradas de complicidad.
Por fin apareció Nicolás. Cargamos los paquetes en el maletero (una especie de caja con correas que había en la trasera) y nos dispusimos a subir. En ese momento un trueno resonó en el cielo.
– Parece que va a llover – dijo Nicolás – será mejor bajar la capota.
– Sí – intervino Marta – además yo tengo frío, voy a coger la manta que hay detrás.
Así lo hicimos, mientras Nicolás, Ramón y yo echábamos la capota, las chicas colocaron la manta en el asiento de atrás. Tardamos un poco, porque antes había que colocar una especie de pared de tela que separaba los asientos delanteros de los traseros, quedando comunicados tan sólo por un hueco en el centro. Cuando íbamos a subir Marta me dijo:
– Oye Oscar, pesas mucho ¿por qué no me llevas tú a mí?
Me quedé anonadado ¡había creado un monstruo!
– Bueno…
– Venga, que pesas más que cualquiera de nosotras.
Andrea ya se había subido, justo detrás de Ramón, supongo que para no verlo mucho, pero Marina estaba con nosotros y miraba extrañada a Marta.
– ¿Estás segura Marta? – preguntó.
– Claro, a mí no me molesta ¿y a ti Oscar?
– No, no – resultó que al final el tímido era yo.
– Pues venga Marina sube.
Marina subió al coche, metiéndose bajo la manta como Andrea, yo subí a continuación, colocándome junto a la puerta, justo tras Nicolás. Sujeté en alto la manta para que Marta pudiera taparse. Antes de que Marta se subiera, Marina se inclinó sobre mí y me dijo:
– No hagas cosas raras ¿eh? Que te conozco.
– ¿Qué cosas hermanita? – le pregunté con descaro.
Ella se ruborizó un poco y me ignoró, arrebujándose bien bajo la manta.
Por fin subió Marta. Yo levanté la manta para que no le estorbara y ella se sentó directamente sobre mi paquete. Fue demasiado. Marta cerró la puerta, se arropó bien y le gritó a Nicolás que arrancara. Y partimos.
Aquello era una tortura. Mi pene se puso como una roca en un instante y se incrustó contra las nalgas de Marta. Yo no me atrevía a hacer nada, pues mi hermana no nos quitaba ojo. Los demás no importaban, Andrea miraba por la ventanilla y los de delante estaban separados de nosotros, pero Marina estaba muy pendiente, aunque a Marta eso no le importaba.
Comenzó a apretar su culo contra mi polla, cada vez más fuerte. Yo la cogí de la cintura y trataba de apartarla, pero ella estaba encima y yo no podía hacer movimientos bruscos. No sé cuanto estuvimos así. Mis nervios estaban a flor de piel, pero el morbo de la situación me mantenía excitadísimo.
Entonces Marta me dio un ligero codazo:
– Mira – susurró.
Miré a la derecha y vi que tanto Andrea como Marina estaban dormidas.
– Pobrecitas – dije – soportar a ese imbécil durante todo el día debe ser agotador.
– Mejor para nosotros – dijo Marta riendo.
Nada me lo impedía ya, así que me dediqué a disfrutar. Solté la cintura de Marta, y fui deslizando mis manos por sus muslos hasta llegar al borde de la falda. Lentamente, fui subiéndolas de nuevo, esta vez por debajo de la ropa, sintiendo el tacto de las medias de mi prima.
– No te pares, sigue.
Como si yo fuera a parar. Recorrí con mis manos sus muslos, acariciando también su cara interna. Subí las manos hasta alcanzar el borde de las medias, así noté que mi primita no llevaba ligas, sino liguero.
Ella se echaba hacia atrás, reclinándose contra mi pecho. Volvía el cuello, acercando su rostro al mío, buscando mis labios con los suyos. Su lengua encontró la mía, la verdad es que aprendía rápido.
Saqué una de mis manos de su falda y la metí bajo su jersey y su camiseta, llevándola hasta sus senos, donde empecé a acariciarla. El sostén era un obstáculo insalvable, yo trataba de apartarlo, pero era de esos con vainas metálicas y resultaba incómodo.
– Inclínate – le dije.
Ella obedeció, se echó un poco hacia delante y así tuve acceso a su espalda. Le subí el jersey y la camiseta hasta la nuca y ella los sujetó con la mano. Con torpeza, solté el broche del sujetador y se lo saqué por delante, dejándolo sobre la manta. Besé con pasión su espalda, de piel blanca, sedosa, recorrí su columna con mi lengua, lo que hizo que un estremecimiento sacudiera su cuerpo.
Volvió a echarse hacia atrás y yo la besé en el cuello, en las sienes, tras las orejas. Leves gemidos escapaban de sus labios. Llevé mis manos hasta sus pechos, completamente libres ahora, los apreté, los acaricié, los recorrí palmo a palmo. Rocé sus pezones con mis dedos, eran como piedras al rojo.
Seguí tocándole los pechos con una mano y metí la otra nuevamente bajo su falda. Esta vez no me entretuve mucho y la llevé directamente a su destino. Froté con la palma sobre las bragas, estaban empapadas. Aferré su coño con la mano, lo que la hizo dar un gritito. Yo, sobresaltado, miré de reojo a mi derecha y pude ver perfectamente cómo uno de los ojos de mi hermana se cerraba.
¡Marina estaba otra vez espiándome! ¡Me estaba viendo liarme con Marta y no decía nada! Aquello me excitó todavía más. Pues si quería espectáculo, lo iba a tener. Decidí que Marta necesitaba todavía más marcha, así que intenté introducir mis dedos por el lateral de sus bragas. El problema era que se trataba de bragas de esas anchas, que cubrían hasta medio muslo. El acceso era difícil.
– Espera – dijo Marta.
Levantó su trasero de mi entrepierna y se encogió un poco. Al ponerse en pié su trasero quedó frente a mi cara. Lo besé por encima de la falda.
– Jolín, te he dicho que esperes.
Marta se arremangó la falda, enrollándola hasta su cintura. Entonces metió sus dedos por el borde de sus bragas y se las bajó. Frente a mi rostro estaba un culo en pompa de los que quitan el hipo. Sin pensármelo agarré sus nalgas con las manos y las besé.
– Estáte quieto idiota – susurró Marta en equilibrio precario.
Yo, por toda respuesta, le di un leve mordisco en una nalga.
– ¡Ay! – rió Marta – ¡Guarro!
Se dejó caer de nuevo sobre mi polla, que estaba a punto de estallar en su encierro. Marta dejó sus bragas sobre la manta, junto al sujetador y nos arropó de nuevo.
– Como alguien se despierte y vea tus bragas ahí, nos va a costar explicarlo…
– Tienes razón.
Cogió las bragas y el sostén y las metió bajo la manta, pero se lo pensó mejor y, bajando el cristal de la ventanilla, los arrojó a la carretera, dejando la ventanilla un poco abierta. Aquello me puso a mil.
– ¡Joder Marta!
– ¿Qué? – me dijo con una sonrisa pícara.
– ¿Ahora irás sin bragas todo el rato!
– Y sin sujetador, querido – dijo mientras volvía a besarme.
Poco a poco reiniciamos las caricias. Seguimos justo por donde lo dejamos, metí una mano bajo su jersey y la otra bajo su falda, ahora el camino estaba libre de obstáculos.
Cuando introduje mi mano en su coño, arqueó violentamente la espalda.
– ¡Aaahhhh…! – exclamó.
– Shissst, calla – siseé yo.
Suavemente, comencé a masturbarla. Recorría su raja con mis dedos, deslizándolos fácilmente gracias a lo mojada que estaba, hasta llegar al clítoris, donde me detenía. Se lo acariciaba delicadamente, con un solo dedo, recorriendo su contorno. Entonces lo pellizcaba levemente con dos dedos, lo que la estremecía. Para acallar sus gemidos, volvió su cabeza y nos besamos.
Mientras una mano se hundía en sus entrañas, la otra festejaba en sus senos. Los amasaba con fruición, con pasión. Sus pezones hubieran podido cortar cristal, así de duros estaban.
Mis dedos abandonaron momentáneamente su clítoris, bajaron un poco y se perdieron en su interior. Le metí la mano entera, menos el pulgar, apretando con fuerza. Mis dedos entraron sin problemas, pues estaba muy lubricada. Empecé un movimiento de penetración y ella comenzó a mover las caderas acompasadamente.
Dejó de besarme un instante y me mordió el labio con pasión.
– Más fuerte – dijo – más fuerte.
Yo obedecí con presteza, hundiendo mis dedos en su interior con mayor violencia.
– Ahhhh. Diossss – noté que iba a gritar, así que saqué la mano de sus tetas y le tapé la boca, mientras mi otra mano continuaba su trabajo. Ella me mordió con fuerza.
Noté cómo el orgasmo devastaba su cuerpo. Olas eléctricas la recorrían, haciendo que sus caderas se movieran de forma espasmódica. Sentía que la mano que había en su coño estaba empapada, sus flujos chorreaban y mojaban mi pantalón.
Por fin, se calmó y se recostó contra mi pecho. Su respiración era muy agitada.
– Ha sido… Ufff. Increíble.
– Desde luego, mira me has pringado el pantalón.
Ella se incorporó un poco y miró mi regazo.
– Habrá que remediarlo – dijo con sonrisa pícara.
Intentó desde su postura desabrochar mi pantalón, pero no podía, así que tuve que hacerlo yo.
– Hasta abajo – me dijo.
Así lo hice, me bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Ella se sujetó la falda y se dejó caer nuevamente sobre mí, sólo que esta vez el contacto entre mi polla y su trasero era directo.
Comenzó a mover el culo de delante a atrás, jugueteando y aquello me excitaba aún más.
– ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Te gusta? – me decía mientras deslizaba el culo sobre mi polla.
De pronto se paró.
– Quiero verla – dijo.
– Es toda tuya.
Intentó girarse, pero resultaba incómodo, así que se levantó de nuevo y me dijo:
– Deslízate un poco hacia abajo.
Yo comprendí lo que quería. Me eché un poco hacia delante, de forma que ella, al sentarse, lo hacía sobre mi ingle quedando mi picha un poco más abajo. Así lo hicimos, mi polla quedaba justo entre sus muslos, y totalmente pegada a su raja. Podía sentir el calor y la humedad de sus labios vaginales junto a mi miembro. Era enloquecedor.
Marta metió la cabeza bajo la manta, mirando su entrepierna.
– ¡Vaya, parece que ahora tengo polla!
Oírla decir tacos era aún más erótico.
– ¡Hola, pajarito…! – dijo mientras rascaba ligeramente la punta de mi capullo con sus uñas.
– Marta, no juegues más, me estás volviendo loco.
– Bueno, pero ¿qué hago?
– Espera.
Rodeé su cintura con mis manos y busqué mi polla. Con cuidado comencé a colocarla entre sus labios vaginales, no penetrándola, sino en medio, como si fuera un sándwich.
– No, eso no – dijo alarmada – si me follas sé que no me podré contener, me pondré a gritar y se despertarán.
– Tranquila, no quiero meterla, sólo voy a frotarla.
Tomé una de sus manos y la puse sobre su coño, manteniendo así mi polla entre sus labios.
– Ah, ya entiendo – dijo, y ni corta ni perezosa comenzó a subir y bajar lentamente su cuerpo.
Yo empuñé sus pechos con mis manos, ayudando a su movimiento de sube-baja usándolas como asidero. ¡Dios, qué placer! Mi polla disfrutaba como nunca, el calor que sentía en ella era excitante, la humedad que notaba lo era más, sus pechos, duros como rocas también…
Disfrutábamos como locos, Marta cabalgaba cada vez más violentamente, parecía darle igual que se despertase la gente. De hecho si mi hermana no hubiese estado ya despierta, sin duda lo habría hecho. Con frecuencia me he preguntado si Andrea no estaría despierta también.
Por fin llegamos ambos al clímax, el semen surgió con violencia de mi polla, salpicando sus muslos. Gorgoteos sin sentido escapaban de sus labios, mientras yo apretaba los míos para no gritar. Había sido increíble.
Noté cómo Marta empezaba a limpiarnos a los dos con un trapo. Con él, fue quitando los restos de semen, primero de mi polla y después de entre sus piernas. Era mi pañuelo, el de los mocos.
– De verdad que eres guarra – le dije.
– Siempre seré tu guarra – me contestó y mientras me daba un largo y profundo beso, guió una de mis manos hasta su coño, donde apretó con fuerza.
Ya más calmados, nos arreglamos la ropa lo mejor que pudimos. Tiramos el pañuelo por la ventanilla y la dejamos abierta del todo, para que se fuera el olor a sexo que inundaba el habitáculo. Marta volvió a reclinarse sobre mí, esta vez no de espaldas, sino de costado, se acurrucó en mi pecho y al poco rato estaba dormida.
Yo iba pensativo, con el agradable peso de Martita sobre mi regazo. En eso me acordé de Marina. ¡Menuda guarra estaba también hecha! La miré y seguía aparentando estar dormida. Con cuidado levanté la manta para echar un vistazo. Marina se movió bruscamente y una de sus manos cambió de postura.
Al mirar debajo de la manta, vi que la falda de su vestido estaba subida hasta la cintura. Sin duda mi hermanita había tenido bien hundidos los dedos en su coño mientras yo me enrollaba con Marta.
– Marina, ¡eh!, Marina – susurré.
Pero ella seguía haciéndose la dormida. Me quedé pensativo un segundo y me decidí. Deslicé mi mano derecha bajo su falda, ella ni pestañeó. La llevé lentamente hacia su coño, acariciando su muslo hasta llegar a sus bragas. Éstas estaban apartadas, echadas hacia un lado, con lo que el acceso estaba libre. Con delicadeza, hundí dos dedos en su interior, estaba mojadísima y un delicioso gemido escapó de su garganta:
– Aaahhh.
Sonriendo, saqué los dedos de su coño y los llevé a mi boca, chupándolos lentamente.
– Deliciosa – le dije a Marina al oído, pero ella siguió fingiendo estar dormida.
– Otra vez será – dije en voz alta y me puse a mirar por la ventana.
Pocos minutos después, empezó a llover con fuerza. Andrea y Marina despertaron, pero Marta no, pues seguía dormida acostada sobre mi pecho, mientras yo acariciaba con cariño su espalda por debajo de la manta. No conversamos, viajábamos en silencio.
El camino estaba enfangándose, pero, afortunadamente, faltaba poco para llegar a casa, aunque tuvimos que desviarnos un poco para dejar a Ramón en la suya. Como llovía, no pudo entretenerse mucho en la despedida, cosa que agradecí. Poco después regresábamos al hogar.
Las chicas usaron la manta a modo de paraguas y corrieron dentro, mientras, Nicolás y yo sacábamos los paquetes del maletero y nos apresuramos a seguirlas. Al poco de entrar en la casa, la lluvia amainó, había sido un simple chaparrón primaveral.
Había sido otro día increíble. Todos estábamos muy cansados, por lo que tomamos un poco de sopa y nos fuimos a dormir.
– Mañana será otro día – pensé.
 
CONTINUA

Relato erótico: Legión: Ícaro (POR VIERI32)

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13 de marzo de 1096
Cinco años. Años de guerra, sangre y sinsabores en donde derrotamos a los cumanos a orillas del río Temes y finalmente en Orsova. Vi las crueldades de la guerra justificadas en nombre de la religión y el reino de Hungría, y dentro de mí desfilaron incontables dudas cada vez que un enemigo probaba el acero afilado de mi espada. Pero el infierno quedó atrás, llegó el descanso para el guerrero porque por fin, cinco años después de partir, estaba de nuevo en casa.
Contemplé el oscuro río Danubio acaparando todo el horizonte como si fuera una parte más de ese cielo negro que poco a poco cedía al alba. Apurando el paso a escasa distancia del río, me quité el pesado almófar y lo lancé a la tierra. Y caí arrodillado allí donde el agua arrimaba, empapándome con una sonrisa como no esbocé en años.
Poco caso le presté a mi compañero Endré, quien venía detrás, probablemente tan cansado como yo pues la cota de malla que llevábamos los soldados del reino hacía que cada paso que diéramos en la arena fuera una tortura. Acercándose, y con su respiración entrecortada, me sacó de mis cavilaciones:
—¡Jozsúa! ¡Jozsúa, hijo de puta!
—¡Endré, necio! ¡Llegamos!
—¡Ja! ¡En casa de nuevo! … ¡Tengo… tengo que hacerlo ahora! –Rápidamente se quitó las botas y las lanzó cerca de mí. Con una enorme sonrisa surcando su flacucha cara, enterró los pies desnudos en la arena y jugó con ella entre sus dedos.
—Endré… pareces un crío.
—¡Pero qué bien se siente, mierda!
Se quitó el camisón de lino y amagó retirarse la cota de malla mientras se acercaba al agua. Se detuvo nada más le lancé arena a su rostro.
—¿Pero qué mierda te pasa, Endré? ¿Vas a darte un baño ahora? ¿Aquí? Aguanta un poco más. Zemun está a pocas leguas.
—Zemun… Y una mierda, ¡Zemun puede esperar!
—Muestra algo de porte, Endré, San Ladislao nos mira pues aún le estamos rindiendo duelo.
—Oh, vos ruego una disculpa, Jozsúa y San Ladislao –respondió masticando cada sílaba, remedando el actuar de la alta alcurnia—. Creo que tengo algo de tierra en el oído… ¿Tú sí puedes tirar toda tu puta armadura por el suelo, mas yo qué? ¿¡Mas yo qué!?
—¡Recoge tus cosas, amigo! En serio, queda poco…
Llegamos al puerto cuando el sol se asomaba en el horizonte y todo lo pintaba de un naranja nostálgico, mientras poco a poco los faroles de la ribera eran apagados por los pequeños para dar comienzo a las actividades de los mayores. El puerto y el mercado desprendían un olor a pescado que se hacía más fuerte conforme nos adentrábamos; Endré los odiaba: los peces y su tufo, pero en cambio a mí me traían buenos recuerdos de mi juventud.
Tras otra pequeña caminata logramos llegar por fin al pueblo, un incontable grupo de casonas humildes de madera añeja y paja desgastada de color ocre. En la capital no se encontraba tanta demostración de pobreza y humildad, pero prefería mil veces el calor de la gente de Zemun antes que el frío y etiquetado comportamiento al que acostumbraba en Esztergom.
Mientras más nos adentrábamos, entre los niños que admiraban nuestras armas y las damas que observaban de reojo, más se podía escuchar el sonido dulce del laúd proveniente de una de las casonas. Me fijé en una agrietada escalera que serpenteaba hasta la entrada de una casa, pues allí una hermosa morena se encontraba tocando el instrumento con los ojos cerrados, deleitando con su melodía a todo aquel que pasara.
Endré prestaba atención al tempo particular de la música: tenía un desarrollo lento de notas tristes pero remataba con un final apresurado y melodioso que invitaban a bailar hasta al más infeliz de los soldados del reino. Le tomé del hombro y le saqué de lo que fueran sus pensamientos:
—¡Endré! ¿No fue Lillia la que te despidió hace cinco años con su música de laúd?
—Lillia… Claro que la recuerdo, Jozsúa. Y la noche de despedida… ¡Ja! Nunca en mi vida disfruté tanto. ¿Sabes que usó sus dedos para…
—Ahórrate los detalles, necio. Es ella, la que está tocando en aquella escalera, ¿la ves?
—No, ¿¡qué estás diciendo!? ¿Es ella? Si es que… Jozsúa, ¿crees que me habrá estado esperando estos cinco años? ¿Reservando su esbelto cuerpo para mi retorno triunfal? –preguntó dibujando groseramente las curvaturas de una mujer.
—¿Reservado? Si es la más puta de toda Tierra Santa…
—Pero tengo un lugar en su corazón.
Lanzó su yelmo a mis pies. A los pocos segundos le acompañó el almófar y la crespina. Me miró con una sonrisa enorme y los ojos iluminados:
—Cuídamelos, Jozsúa.
—Jala-barbas, ¿tengo cara de ser tu esclavo?
Endré corrió presuroso, avanzando a empujones entre los niños y mercaderes. Idiota como siempre, se presentó bailando las notas de la chica para posteriormente hacerle una reverencia. Ella se sorprendió al verlo, asustada, dubitativa. Pronto lo reconoció y chilló de emoción para fundirse en un abrazo pasional que arrancó los aplausos de algunos curiosos.
Pero el viento frío y húmedo proveniente del mar cambió y me distrajo. De algo me avisaba; en mis años durante la guerra en Moldavia y Orsova aprendí a prestar atención al aire: algo se acercaba, algo me confesaba al oído como un susurro. A veces era una advertencia, a veces un consuelo para aguantar los momentos más oscuros.
Una repentina mano se posó en mi hombro, con tacto casi consolador. Me giré y sentí la garganta haciéndose un nudo, contemplando a la mujer más hermosa de toda la tierra: esos ojos azules como el Danubio, los labios seductores dibujado por dioses, el hermoso y largo cabello ondulado que no tardé en recorrer con mis dedos mientras ella me dedicaba una sonrisa.
—Bienvenido a casa, Jozsúa.
—¡Por San Ladislao! Te pareces mucho a mi Fabiane… Pero ella no saldría a mi encuentro, no sé quién serás tú.
—Antes que soldado, bufón –respondió acariciando mi mejilla. La sedosidad de su piel me erizó; extrañé tanto el contacto suave de su mano yendo por mi piel, de su boca y sus dedos consoladores. Todos esos recuerdos, ese calor de su cuerpo sobre el mío, sus besos, sus dulces susurros en la ribera bajo la luz de la luna, todo volvió a mis memorias.
—Fabiane, ¿recibiste mi cart…—Y me interrumpió con un bofetón.
—¿Con cuántas has estado en Esztergom? Confiesa, soldado.
—Mierda. ¿Quieres saber? Siete… creo que nueve… No, espera, que los dos últimos solo eran muchachos muy femeninos.
—Dime que estás bromeando…
—Fabiane, ¿y Gabriela? ¿Dónde está la niña?
—En casa, hoy amaneció mal. Quería venir para acompañarme, por si hoy fuera el día que llegaras… pero le dije que esperara en cama. Vine para hacerle una visita al curandero, no pensé que me toparía contigo aquí.
Mi plan para festejar mi retorno triunfal consistía en pasar el resto del día en la posada donde tan deliciosa aguamiel preparaban, pero el pichel tendría que esperar. Había algo que apremiaba atención en mi corazón:
—Vamos a casa, Fabiane, quiero ver la cara de sorpresa que pondrá la pequeña cuando me vea…
28 de octubre de 2016
—Fumar mata, Ámbar  –me advirtió el comisario desde el otro lado del móvil, justo en el momento que dejaba el coche dentro del estacionamiento de mi edificio. Eran casi las doce de la madrugada y no había ni un alma viva en las calles. De todos modos, con la infernada que se sucedía una tras otra en toda la ciudad, nadie querra salir: que los robos, que los asesinatos, que los piquetes. El fin del mundo a la vuelta de la esquina. Otra vez.
—Me convenciste, jefe. Acabo de tirar el cigarrillo por la ventana.
—Sigues fumando, ¿no es así?
—Como si no hubiera mañana.
—Suéltalo Ámbar, en serio. Te necesitamos a pleno para salvar la ciudad.
—Disculpa, pero mi idea de “salvar a la ciudad” no incluye buscar a un pobre bastardo que robó el Mercedes de último modelo de su jefe.
—¿Y tu idea consistió en decirle al hombre “Cómprate otro que se te ve forrado”, mientras le tomábamos la declaración?
—No estaba de humor, es todo. Tú sabes qué fecha es hoy, tú me conoces.
—Claro que lo sé, chica, ¿por qué crees que te estoy mandando a descansar? Despéjate, date una ducha de una hora y léete algo, ¿sí? ¡Y sobre todo suelta el puto cigarrillo!
—Gracias, comisario.
Corté la llamada y miré el reloj. Exactamente las cero horas. Una amargura pobló todo mi cuerpo como si de un extraño reloj biológico se tratara. Cinco años. Oficialmente habían pasado cinco años desde la muerte de mi hija Sofía; retiré de mi guantera mi automática y la miré, ladeándola y contemplando sus aristas.
Y enterré el cañón en mi boca. Cinco años. Cinco putos años aguantando el dolor, las heridas que no cierran y la dulce voz de una niña rogando un milagro en la camilla del hospital. Cinco años sufriendo como una mujer condenada y maldita. Fue esa actitud la que me valió la imagen de la más brava de la comisaría: siempre al frente en un tiroteo, siempre allí en un intercambio de rehenes, en una persecución, siempre la que daba un paso adelante cuando había que requisar un antro de drogas pertenecientes a una mafia brasilera. Siempre, muy en el fondo, rogando por una bala que terminara mi sufrimiento.
Uno, dos, tres golpecitos de mi lengua al cañón. Me sequé las lágrimas y devolví el arma a la guantera. A veces, pretender que estoy a centímetros de la muerte hace que el dolor se esfume por unos instantes.
Nada más salir del coche, el frío me heló la piel e hizo que el vaho de mi respiración se confundiera con el humo de mi cigarrillo; ni siquiera mi gabardina era suficiente para protegerme de la intensidad de la helada.
Antes de guardar el móvil, noté que se había apagado. Avanzando hacia la entrada, le di al botón de encendido porque estaba segura de que había cargado la batería antes de salir de la comisaría. Pocos segundos después, las luces del estacionamiento, así como las luces de las farolas de las calles, se fueron.
Un ligero silbido se escuchó proveniente del cielo. Salí a la calle para ver el causante del sonido; similar al motor de un avión, pero era imposible notar algo por más que ojeara entre las estrellas. El ruido poco a poco aumentaba y ubicar su origen me resultaba imposible… Hasta que una bola de luz blanquecina y potente atravesó el cielo. Rápida, incisiva. Se abrió paso entre un grupo de nubes y las arremolinó, transformó la negrura de la noche en día por unos instantes debido a su fuerte iluminación y, muy para mi asombro, parecía que iba a impactar entre los edificios de mi barrio.
Estaba bastante segura de que era un meteorito. Y obviamente se llevaría mi vida y la de todo el barrio en un santiamén. Me importaba una mierda, la verdad. Lancé el cigarrillo al vibrante suelo y lo maté con una pisada. Extendí los brazos en cruz con una sonrisa grande y cerré los ojos esperando la muerte. No iba a morir en un tiroteo, o en un intercambio de rehenes o durante alguna redada; iba a morir de la manera más extraña posible.
—Sofía, voy junto a ti –susurré.
Y pasaron los segundos. Uno, dos, tres. El sonido cesó, el suelo dejó de vibrar, aquella luz se esfumó y nada impactó contra la tierra. ¿Me estaba volviendo loca de remate? ¿Acaso mi mente me estaba empezando a jugar malas pasadas debido a mi forma peculiar de afrontar la vida?
—Madre mía, definitivamente me estoy volviendo loca…
Entré en mi edificio y saludé al portero que había encendido un par de velas de cera debido al apagón. Me preguntó si yo también había oído aquel ruido tan raro proveniente del cielo, pero para no complicarme las cosas me encogí de hombros y le dije que estaba muy metida en una llamada. Rauda subí por las escaleras, con mi mechero en mano iluminando pobremente mi caminar.
Llegué a mi departamento con las piernas ardiéndome pues hacía rato que no subía tantos escalones, e ingresé tras pelearme un ratito con el llavero, no sin antes encender un último cigarrillo para finiquitar mi noche.
El departamento no estaba en penumbras gracias a la luz azulada de la luna que ingresaba por el ventanal del balcón. Mientras me quitaba la gabardina, noté que el frío no había aminorado, como si me hubiera olvidado de cerrar la ventana antes de salir. Y cuando avancé, oí el crujir de varios pedacitos de vidrio bajo mis botas.
Me fijé de nuevo en mi balcón: cuando las cortinas se levantaban por el viento, se revelaba el ventanal roto…
Y lo vi. Una figura oscura y amorfa se encontraba tiritando a un par de metros delante de mí. Se me congeló la sangre, dejé de respirar y el encendedor cayó al suelo. ¿Era un ladrón? Quise desenfundar mi arma pero me acordé que la dejé en el coche: A veces me excedía con la bebida y temía que yo misma pudiera poner fin a mi vida con mi peculiar gusto suicida.
Retrocedí hasta agarrar lo primero que tenía cerca: una puta sombrilla. Aquella figura se puso de pie. Me miraba, estaba segura de ello, el cigarrillo cayó al suelo y retrocedí otro paso más.
—¿Quién eres?
—Szar, ez fáj!
—¡Quieto! ¡Y las manos arriba!
Franciául?… Nem…Olasz?…  Nem, eza spanyolMegértemspanyolDeÉn soha nembeszéltemspanyolul!
—¡Y tu puta madre también, cabrón! Quédate quieto, tengo un arma y no dudaré en usarla –mentí.
—Puta paloma, se atravesó en mi camino…
—Bien, hablas español. ¡No me obligues a disparar, ponte de rodillas y las manos tras la cabeza!
—¡Mujer, tienes que ayudarme!
—¿¡Pero quién mierda eres y qué haces en mi departamento!?
Las luces volvieron. La radio se encendió y la televisión también. Pude ver con toda claridad a esa persona; quedé muda y boquiabierta, un ligero cosquilleo me invadió el vientre mientras ese hombre se quejaba de su brazo izquierdo ensangrentado. Era alto, moreno, tenía una extraña camisilla blanca de tiras, una falda larga con corte diagonal del mismo color y unas botas de cuero marrón con lazos largos a modo de cordones. Pero había algo que me estaba descolocando demasiado, y no era su ropa.
—Tienes que estar jodiéndome, cabrón.
—Mierda, necesito un curandero, ¿sabes dónde puedo encontrar uno?
—Tienes… dos… putas… alas…
—¿Qué? –dijo mirando para atrás. Las extendió para sacudir la suciedad que se adhirió a su plumaje, golpeando una mesita por accidente, echando un par de discos—. Sí, bueno, estas alas… y tengo un brazo bastante malherido también, ¿ves? ¿Podrías ayudarme?
—Tal vez el cigarrillo que fumé tenía algo muy fuerte y estoy alucinando, no se puede asegurar…
—Mírame, mujer. ¿Cómo te llamas? Tienes que ayudarme.
—Tú…. Tú-tú-tú-tú no existes… Te estoy imaginando. Tengo que cambiar de marca de cigarrillo, sí, será eso.
—Mira, muérdete los labios y vuelve a mirarme. Y cuando sepas que soy real, por favor, ayúdame.
Cerré los ojos. Uno, dos y tres mordidas. Y al abrirlos, el extraño ser alado seguía allí.
Retrocedí hasta chocar de espaldas con mi puerta. Estaba asustada. Demasiado. El vaho revelaba mi respiración acelerada. Si era un ladrón, un drogadicto, un criminal, un violador, un asesino… Si fuera algún pedazo de basura humana podría saber cómo actuar, he lidiado con todo, pero él era algo fuera de este mundo, desconocido, inesperado. Se acercaba gesticulando debido al dolor, rogando compasión de mi parte. Casi pisó el cigarrillo, lo notó en el suelo y lo recogió.
—¿Eh? Si esto es lo que creo, te cuento que esto te puede matar…
—Dime que esto es una puta broma…
13 de marzo de 1096
Pasé toda la tarde en el puerto de Zemun, jugando con la niña y contándole mis anécdotas de las batallas contra los cumanos. En plena narración de cómo me deshice de cuatro en un río, mi hija me tomó de la mano, con su rostro delatándole que quería atajarse una carcajada.
—Padre, tú crees que olvidé lo mentiroso que eres…
—¡Pero… si es verdad! –La alcé y simulé una cara de sobre esfuerzo—. Uf, ¡vaya que has crecido, Gabriela, no parece que esté cargando a una niña de ocho años!
—¡Será porque tengo diez! –se burló mientras la cargaba entre mis hombros.
—¿Diez? Seguro que ya tienes un par de caballeros detrás de ti. Vos ruego un poquito de buen gusto a la hora de elegir uno…
—¿¡Pero qué cosas dices!?
En medio de las bromas, contemplamos a lo lejos un grupo de cinco tarides atravesando el manso azul del Danubio, de confección gala, acercándose a nuestro puerto. Las banderas blancas con cruces rojas pintadas que ondeaban me quitaron de cualquier duda: era la Cruzada Popular del Papa Urbano Segundo que estaba llegando para descansar, antes de continuar su marcha hasta Constantinopla.
Mi hija maravillóse de aquella postal, mas preguntó con preocupación si ellos eran malos o buenos. Entre risas le expliqué que ellos eran buenos, nuestro fallecido Rey Ladislao fue amigo cercano del Papa Urbano Segundo, impulsor de la Cruzada Popular, y probablemente nuestro nuevo rey había continuado reforzando las relaciones con el Sumo Pontífice.
Mientras nos retirábamos para volver a nuestro hogar, el viento húmedo y frío cambió de dirección de nuevo. Algo me quería decir. Otra vez. Un susurro, una advertencia. Apenas lo percibí en medio del gentío. Apenas tenía ganas de escucharlo.
Tras cenar y acostar a la niña, Fabiane y yo fuimos hasta nuestra habitación. No pensé que extrañaría tanto esa cama de pajas y piel de vaca, pero pasé los últimos años durmiendo en las condiciones más extremas: cuero fino, pilas de heno y hasta rocas. Una lágrima de emoción me salió nada más sentarme y comprobar la calidad del cuero.
En cambio, Fabiane tenía semblante serio, y tras encender un par de velas, cruzó los brazos y me preguntó:
—¿Es verdad lo de las siete chicas y dos chicos femeninos? Porque no soy buena para pillar tus bufonerías, Jozsúa.
—Claro que no, Fabiane. Ven… acércate. Y verás cuánto te extrañé.
—¿Extendiéndome la mano, caballero? Estar mucho tiempo en la capital te sirvió de algo, parece que te has vuelto un hombre de alta sangre.
—Fueron quince doncellas. No más.
—¡En serio eres un necio! –dijo sentándose en mi regazo y volviendo a acariciar mi rostro con esas manos tan suaves; sus insultos eran pronunciados tan dulcemente que solo me sacaba sonrisas.
—Pude haber estado con todas las mujeres de Moldavia y Esztergom, pero solo tengo ojos para una chica. ¿Sabes quién es?
—Cuéntame –ronroneó, besando mi cuello y acariciando mi vientre, amenazando con bajar y reclamar lo suyo.
—Se llama Aurora, la conocí en un día lluvioso en una posada, ella viajaba a Constantinopla en búsqueda de aventuras y vaya que las encontró conmigo.
Me mordió fuerte y apretujó mis más preciadas pertenencias con saña:
—¡Puerco! Si tu pequeña hija supiera cómo eres realmente, te hubiera puesto un mote más feo que el que te puso.
—¿Eh? ¿Qué mote me puso?
—No te lo diré, ¡por ser tan promiscuo!
Fabiane puso fuerza y me hizo acostar en la cama. Se levantó para retirarse su vestimenta de manera lenta, erótica, esbozando una ligera sonrisa, mirándome pícara. Esos senos insinuantes brillando a las luces de las velas, ese lunarcito en la cadera, la mata de vello púbico… Fue erección a primera vista.
Reptó ella como una tigresa, sonriente y con un brillo de lujuria en sus ojos. Pegó su cuerpo contra el mío, piel contra piel para que ese calor entre nuestros cuerpos resucitara. Cinco años. Cinco años de espera habían acabado. Me miró con picardía mientras sus manos acariciaban mi sexo oculto tras la tela gruesa del pantalón:
—¿Qué me dices, Jozsúa? ¿Se siente mejor que con esas chicas en Moldavia?
—No sé, Fabiane…
Se sentó sobre mi vientre, sus manos en mi pecho empezaron a acariciarme con fuego en sus yemas y empezó a gemir al ritmo del vaivén lento que describía su cintura. No pude aguantar mucho más, y tomándola de las manos, rogué con cara de perro degollado:
—No hay mujer en el mundo como tú.
—No sé, seguro que se los dices a todas, Jozsúa…
—Pero a ti te lo digo desde el alma, lo juro.
Y se acomodó mejor, retiró mis prendas lo suficiente para que mi sexo saliera de su encierro. Su rostro se envició, se mordió los labios y cerró los ojos mientras sentía cómo mi venosa hombría se abría paso en su húmeda gruta. Se sujetó de mis hombros, inclinándose para enterrar su lengua en mi boca para resucitar recuerdos y ese calorcito excitante que nace en el vientre.
A escasa  distancia nuestra pequeña dormía y debíamos poner más empeño en no dejarnos llevar demasiado por el placer, pero el deseo hervía demasiado. Ella no aguantó más, y a modo de callarse los gritos de placer, ladeó su rostro y me mordió el cuello con una fuerza demencial.
Y un frío y húmedo viento se sintió repentinamente, enredándose entre nuestros cuerpos, parecía querer amansar el fuego que habíamos despertado. Quería separarme de ella, advertirme de nuevo, susurrarme un aviso, pero pronto comprendió que era tarea imposible…  y el aire se entibió.
El ritmo aumentaba, sus chupadas al cuello también, su ronroneo, el aire tibio, su sudor, mis gemidos y el fuego en mis manos. Ella aceleró su vaivén, su interior parecía estimularme para que sacara todo lo que tenía guardado. Aguanté hasta que Fabiane se llegó, gimiendo y arañándome el hombro. Mis cinco años de espera, por fin, habían encontrado su cuna.
Y acostados, abrazados bajo la manta y bañados por las luces bailantes de las velas, nos pasamos el resto de la noche acariciándonos y recordando nuestros tiempos de jóvenes enamorados.
Mas la alegría no duró mucho; alguien golpeó la puerta de la entrada de la casa de manera violenta. Me hizo saltar del susto, cosa que le molestó también a Fabiane pues estábamos en intimidad. Me repuse y me vestí con cabreo para ver quién era.
Al abrir la puerta de la entrada quedé demasiado extrañado:
—¿¡Eres tú, Endré!? ¿Pero qué haces aquí?
—¡Jozsúa, los cruzados! ¡Los cruzados están atacando el puerto!
—¿Qué dices? ¿No habrás bebido demasiada aguamiel, jala-barbas?
—¡La verdad es que estoy hasta la médula de aguamiel, mierda! ¿Pero ves mi cara, Jozsúa? ¡Esta no es mi cara de broma!
No tenía sentido. Pero yo conocía ese flacucho rostro de mi amigo y efectivamente no estaba bufoneando.
—Endré… Tu armadura está en el establo.
—En-entendido, Jozsúa…
Volví para hacerme con mis armas. Fabiane ya estaba vistiéndose y, al verme entrar en la habitación, me preguntó con nerviosismo:
—¿Es verdad que nos están atacando?
—Fabiane… busca a la niña. Huyan en el carruaje, diríjanse a Singidúnum para protegerse y advertir a la guardia.
—Pero, ¿me vas a decir qué vas a hacer tú?
—Apúrate –ordené poniéndome la cota de malla. Ella no parecía entenderme, o no quería. Lagrimeó un poco mientras se arrodillaba frente a mí.
—¿Y tú, querido? ¿Qué harás con Endré? ¿Van a acompañarnos, no es así?
Al terminar de atarme las botas, me levanté y la miré. Yo lo sabía, el viento me lo dijo. Como soldado del Reino de Hungría tenía obligaciones que asumir con valor. Mostré porte y determinación, no me dejé ganar por la situación. Los héroes no nos quebramos en lágrimas. Nos quebramos en sangre.
—Fabiane, en Moldavia no estuve con nadie. Me la sacudí durante cinco años, mi amor, ¿ves qué ridículo suena? Pero es la verdad.
—Idiota, nunca dudé de ti. Ahora dime, ¿¡por qué no huyes con nosotras!?
—Llegaron en cinco tarides. Muy pocos, probablemente al amanecer lleguen más, pero esta tardecita eran cinco tarides las que calaron. Esos son al menos doscientos cruzados, ¡y aquí no habrá ni cincuenta soldados! Tengo que quedarme.
—Regresa con nosotras, Jozsúa, cuando todo acabe.
Me reí de tamaña ocurrencia. No iba a regresar, pero supongo que quise darle ese empujoncito que necesitaba para largarse de nuestra casa. Salimos afuera con nuestra hija cargada y durmiendo en mis brazos. Allí, en medio de la arenosa calle, Fabiane se encargó de ceñir mejor mi crespina, así como de ajustar el cinturón que portaba mi espada. Con ríos corriéndole en las mejillas, sacudió el polvo acumulado en la tela de lino, hacia el pecho, en donde estaba dibujado el símbolo del Reino de Hungría.
 —Blanco radiante como aquella vez que te fuiste –dijo con voz rota, mientras le depositaba a mi hija en sus brazos—. ¿Sabes el mote que te puso ella cuando partiste? Al verte engalanado en tu ropaje blanco, dijo que le parecías un ángel.
—Un ángel, eso está bien. Por favor no continúes…
—Me dijo entre llantos que ojalá cayeras del cielo cuanto antes, para volver de nuevo a Zemun, con nosotras. Y te puso ese mote… ¿Cómo era?
Y me quebré, no pude contener las lágrimas. Con los labios temblándome la abracé por última vez, mientras, repentinamente entre los dos, la pequeña mano de mi hija me acarició el mentón. Suave piel como la de su madre, consoladora como la de un ángel. Mostrando una templanza inaudita, pareció comprender la situación que se cernía sobre nosotros. Y mirándome a los ojos, susurró:
—Ve, padre, estaremos esperándote. Vas a volver con nosotras pronto, sé que volverás a caer…como Ícaro.
29 de octubre de 2016
Tenía unas terribles ganas de encender un cigarrillo pero mi mechero estaba definitivamente perdido. Y vaya que, tras los sucesos acaecidos en mi departamento, necesitaba fumarme al menos uno más.
Me encontraba sentada en mi mullido sillón de la sala, viéndole al cabrón durmiendo sobre sus alas en el sofá, tratando de averiguar si lo que veían mis ojos era una ilusión o en realidad se trataba de un ángel caído del cielo.
Llamar a la comisaría o a algún colega no era opción válida. Lo último que necesitaban ellos en pleno ajetreo era sospechar que su compañera estaba como una puta cabra. Independientemente del desarrollo que tuviera esa noche en adelante, concluí que debía ingeniármelas por mi cuenta.
Me levanté despacio y me acerqué a él, o mejor dicho, me acerqué a esas alas gruesas y de color blanco fuerte. Lo palpé con una curiosidad inusitada, deteniéndome concienzudamente en las plumas pequeñas que estaban protegidas por las plumas cobertoras… Forcé una, dos, tres veces y finalmente di un tirón para arrancar una pequeñita.
—¡¿Pero qué te pasa, mujer?!
—¿Te dolió?
—Estaba durmiendo, ¡necia!
—Lo siento. ¿Sabes?, para ser un ángel eres bastante grosero.
—Déjame dormir…
—¡No! Destruiste mi balcón y te hice una maldita curación, me debes una explicación.
—La muy puta me lo arrancó como si… Bien, bien, pregúntame. Y que corra el aire, ¿eh? Aléjate de las alas.
—¿Tienes nombre?
—Ícaro. ¿Y tú?
—Ámbar. Soy Ámbar López, Delegación Policial Federal de Uruguay, y próxima paciente del manicomio más cercano –me senté de nuevo en mi sillón y traté de sonar lo más seria posible, pues poco serio ya me parecía estar charlando con un hombre con alas—. Dime, Ícaro, ¿de dónde vienes?
—¿De dónde más? De arriba. ¿Ahora vas a dejarme dormir?
—¡No! ¿Por qué viniste justamente hoy? ¿Tú conoces a Sofía?
—¿Quién es Sofía? ¡Caí aquí por coincidencia!
Suspiré decepcionada. Tenía una ligera esperanza de que aquel ser tal vez, solo tal vez, podría saber algo sobre mi adorada niña.
—No importa. Ícaro, ¿no te estarán echando de menos allá de donde vienes?
—Lo dudo. Cuando desperté, alguien quiso matarme. Pero al infeliz no le salió el plan como quiso.
—Mierda, ¿por qué alguien te querría matar?
—No lo sé. Recuerdo perfectamente que un viento frío y húmedo me despertó. Similar al que sientes cuando estás cerca del mar… ¿Raro, no? Parecía decirme algo al oído: “Despierta. Esquiva”. Cuando abrí los ojos, vi la punta de una espada queriéndose enterrar en mi pecho…
—No me jodas, ¿y qué pasó?
—Pues esquivé. La espada se enterró en la dura tierra y aproveché para levantarme. Contemplé al enemigo, él tenía alas en la espalda… como un ángel. Mas no me dejé impresionar, le di una patada tan fuerte en la cara que se quedó inconsciente. Si fuera por mí, cogía su espada y lo mataba, pero estaba bien enterrada.
Sin dejar de prestar atención, me levanté del asiento y fui en búsqueda de mi botella de vodka del minibar. Corté una rodaja de limón y volví con ambos en mano.
—Pero… Ámbar, noté que yo también tenía alas. No podía ser, yo era humano y juraría que morí en batalla. ¿Dónde estaban mis compañeros de espada? ¿Qué hacía yo allí? ¡Por San Ladislao, ahora tengo un par de alas!
—Red Bull –respondí cargando una copa.
—¿Qué? Bueno, frente a mí se extendía un desierto grisáceo e infinito. Me giré y contemplé un mar oscuro y enorme. ¡Todo el lugar carecía de color! Como fuera, decidí cruzar el mar… lamentablemente no soy bueno usando estas alas, como habrás comprobado. Caí en esa agua oscura… y segundos después, ya estaba atravesando tus cielos.
—A ver –dije tragando un chupito, matando el gusto con el limón—. Ugh, diossss… Así que eras un hombre que murió en una época en donde se batallaba con espadas pero que despertó convertido en un ángel en… ¿en dónde? ¿Un lugar muerto, oscuro e incoloro? ¿Como el Limbo? ¡JA!
—No me has creído ni una sola palabra, ¿no es así? … Y para colmo me arrancaste una pluma con toda la saña…  ¿Estás contenta? Déjame dormir.
La luz de la sala se fue. Otra puta vez. Ícaro se levantó del sofá rápidamente y yo me asusté al oír de nuevo ese silbido similar a un avión cayéndose.
—Madre mía, me tomé un solo chupito y ya viene otro…
—Quédate allí, Ámbar.
Un ruido estruendoso se oyó proveniente de afuera y posteriormente un fuerte viento reventó lo que quedó de mi ventanal, haciendo que los vidrios se esparcieran por todo el lugar. Me oculté rápidamente tras el sillón tratando de calcular cuánto de mi depósito de garantía se estaba esfumando.
Al tranquilizarse el ambiente, asomé la cabeza y contemplé el balcón. Las cortinas que lo cubrían se habían desgarrado. Mis libros, cachivaches y discos estaban desperdigados. Pero sentí un nudo en la garganta cuando vi a otro ser parecido a Ícaro, parado firme tras el ventanal, con una extraña espada de hoja zigzagueante en mano y la mirada de poco amigos.
—¿Quién es? –susurré.
—¿Te… acuerdas del ángel que quiso matarme?
—Oh, dios, no debí tomar esa tequila…
—Quédate allí, Ámbar.
—¡No! Tú estás herido, yo tengo un arma, apártate un poco, Ícaro.
—¡No, no te metas!
No le hice caso. Me asomé y busqué mi automática en la funda del cinturón. Uno, dos, tres veces y no la encontraba. Hasta que me acordé que la dejé en el puto coche. Volví tras el sillón y me fijé en mi radio policial: no encendía. El móvil: más de lo mismo. Suspiré de impotencia, traté de pensar en algo que me pudiera ayudar… Y vi en el suelo el maldito mechero…
—Huye mientras puedas, Ámbar, lo voy a atajar… ¿Eh?
Una ola de fuego bañó al enemigo y lo hizo retroceder varios pasos. Ícaro quedó con los ojos abiertos como platos, se giró y me preguntó qué clase de magia había utilizado para atacarlo.
—Molotov… Hice una puta bomba Molotov con la botella de tequila, Ícaro…
—¿Molo-qué?
Pero el ser se había protegido del ataque con sus alas, y sacudiéndoselas fuertemente, se deshizo del fuego y los restos de la botella. Entró en la sala con la mirada enviciada y preparando la espada, extendiendo sus alas de manera amenazante. Ícaro respondió de la misma forma. Y yo… Yo volví a agarrar otra botella de tequila mientras me decía que ya me había vuelto loca de remate…
13 de marzo de 1096
Eramos siete soldados, dos arqueros más al fondo, cuatro soldados retirados y una treintena de pescadores quienes los esperábamos mientras todas las mujeres huían con los niños para advertir a la ciudad vecina de Singidúnum. Nos plantamos firmes, con el insoportable frío entrando en la piel, expelíamos vaho, mirándolos venir con sus lanzas, espadas y antorchas. Endré estaba a mi lado, tan nervioso como yo. Se agitó un poco antes de sacar su espada del cinturón, y mirando el ejército que se acercaba desde el puerto, cortó el silencio que se cernía sobre nuestro reducido grupo:
—¿Te acuerdas, Jozsúa, de Moldavia? Esa noche sin luna…
—Cómo olvidar. Once cumanos contra dos húngaros. Pensaron que éramos presa fácil, pero la noche era muy oscura, ¿verdad, Endré?
—¡Ja! Maté a siete, ¿recuerdas cómo quedó el último, con su cabeza en la pica? Así, boquiabierto. Nunca vio un hombre tan veloz como yo.
—¿Pero qué mierda dices? Solo te cargaste a cinco, rematé a dos que te estaban acechando mientras te quejabas del golpe en la rodilla…
—No, no, no, eran siete… Las quejas las hice adrede, sabía que tú estabas detrás de ellos.
—¿Y cuántos son ahora?
—¡Ja, Jozsúa, vienen tantos que ni siquiera puedo contarlos!
—Vamos a aguantarlos, ¿sí? Cada segundo cuenta, Endré. Hazlo por las mujeres.
—No tienes que decírmelo. Además, estos ni se comparan con los cumanos de aquella vez. ¿Qué dices, apostamos? A que los contenemos quince minutos.
—Sube a media hora. El que cae primero que vaya preparando la cena en el paraíso para el resto del grupo.
—¡Eso es! Y no cocinéis pescado, por el amor de San Ladislao, odio el pescado… Cerdo, sí, eso estaría muy bien…
—Fue un placer pelear a tu lado, Endré: “Relámpago”. Estos cinco años no pude haber pedido mejor compañero.
—Lo mismo digo, Jozsúa. ¿Qué apodo te puedo poner? No soy bueno con los motes, maldita sea…
—Serás idiota, Endré.
Empuñé la espada y preparé el escudo. El viento me llamaba. Me decía al oído: “Esquiva”. Les mostré los dientes a todos esos hijos de putas. Aquella sensación de estar volviendo a esos cinco años de guerra infestó mi cuerpo y tensó mis músculos. Aguantar hasta morir, nunca tuve las cosas tan claras en mi vida: en el río Temes maté a los enemigos en nombre de la religión, y tuve dudas. En Orsova maté a los enemigos en nombre del Reino de Hungría, y sentía que algo estaba mal. Pero ahora enterraría mi espada en aquellos hombres para proteger a mi mujer y mi hija, y por Dios, nunca he tenido las cosas tan claras en mi vida. Moriría cerca del río Danubio, aquel testigo de mi vida sería mi última morada.
—¿Un mote para mí? “Ícaro”… Llámame “Ícaro”.
29 de octubre de 2016
 
La luz azulada de la luna bañaba toda mi destrozada cocina. Parecía que había pasado un tornado, todo estaba desperdigado, roto y quemado. Adiós a mi depósito de garantía. Algunas plumas revoloteaban a nuestro alrededor como si quisieran desfilar para nosotros a modo de despedida. Ícaro y yo estábamos arrodillados, él delante de mí como queriendo protegerme de aquella espada de hoja zigzagueante que portaba el enemigo. Muy para nuestra mala fortuna, el arma nos había atravesado a los dos.
¿Era así como terminaba mi historia? No hubo balas, no hubo drogadictos ni mafiosos brasileros. Ni siquiera mi preferida: estamparme contra el coche de algún narcotraficante famoso en pleno centro de la capital y morir sacándole el dedo del medio con una sonrisa ensangrentada. No, nada de eso, mi historia terminaría con una maldita espada en medio de una pelea de ángeles acaecida en mi departamento. No es lo que esperaba, pero parecía una forma bastante original de abandonar el mundo.
El ángel enemigo nos observaba con un odio profundo en los ojos; herido estaba, pero nosotros peor. Mientras él se reponía en el fondo de la sala, abracé por detrás a Ícaro, haciéndome espacio entre sus alas.
—¿Sabes a dónde vamos, Ícaro? Cuando muramos…
—Perdón, Ámbar, pero no tengo idea…
Uno, dos, tres. Y lloré amargamente desnudándole mi verdad:
—¿Sabías, ángel, que mi hija solo tenía tres por ciento de posibilidad de sobrevivir a su operación? Antes de ingresar al quirófano, me sujetó de la mano y me preguntó con ese pequeño rostro repleto de tubos si volveríamos a vernos.
—¿Estaba enferma tu niña?
—Osteosarcoma. Tres por ciento de posibilidades. Ícaro, en qué mundo de mierda hemos venido a parar…
—Lamento oírlo, Ámbar…
Tosí, un hilo de sangre corrió de mi boca hasta mi mentón: —Mierda, ángel, pero no lamentes nada. Nunca la adrenalina se disparó tanto como esta noche. La pasé de puta madre, ¿sabes?
—Tienes…tienes un concepto raro de “pasarlo de puta madre”, Ámbar.
—Cuando nos vayamos, por favor, llévame con ella, Ícaro, llévame con mi Sofía.
—¿Cómo voy a hacerlo? ¡Bah! Trataré…  Oye, tengo que reconocerlo, eres muy brava… Si hubieras estado conmigo en Zemun, tal vez hubiera aguantado un poco más.
—Bueno, tú no lo hiciste nada mal para pelear con un brazo herido.
—Por cierto, Ámbar… ¿Qué es ese olor tan raro? ¿Y ese silbido? Proviene de allí –dijo mirando la bombona de butano de mi cocina.
Aquel extraño enemigo recogió su espada del suelo y se acercó para rematarnos. Lo que ese cabrón no sabía era que lo estaba atrayendo hasta la cocina por una razón. Mientras tiritaba por el frío y porque mi vida se escurría, logré responder con mi sonrisa ensangrentada:
—Gas.
Y cerrando los ojos, encendí el mechero. El enemigo jamás vio venir el fuego que se expandió sin piedad. La cocina se iluminó, la estructura del techo cedió y cayó sobre los tres, los tímpanos reventaron, los ojos se cegaron y pronto la negrura se apoderó de todo el lugar.
“Sofía, voy junto a ti”.
20 de marzo de 1098
El sol se asomaba sobre el azul infinito del río Danubio. Cerca de la ribera, pisando el gramado, una niña corría presurosa. Su madre se encontraba más al fondo, sentada en las escalerillas de la entrada de una humilde casa, observándola jugar. Varios años pasaron desde el inesperado ataque de los cruzados contra el pueblo de Zemun, y las heridas y recuerdos dolorosos parecían cerrarse poco a poco.
La joven levantó la mirada al cielo. Y ella juraría que, entre un grupo de nubes, algo se asomó y las arremolinó. Muy a lo alto. Muy a lo lejos. Rápido, incisivo. Sintió el frío y húmedo viento del Danubio en su rostro, como si quisiera susurrarle algo al oído. Sintió el aire enroscarse entre sus dedos como si alguien quisiera consolarla.
—Volviste, Ícaro –susurró para sí.
Y sonrió.
LEGIÓN: ÍCARO
 

Relato erótico: Casanova (03: La fiesta) (POR TALIBOS)

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LA FIESTA:
El día
siguiente amaneció radiante. El sol brillaba con fuerza en un cielo sin nubes, parecía como si la lluvia del día anterior hubiese sido un sueño, aunque el delicioso olor a tierra húmeda que penetraba por la ventana demostraba que no era así.
La mañana transcurrió sin incidentes. Todo el mundo estaba muy ajetreado con los preparativos de la fiesta, pues además de todo lo que quedaba por hacer, la lluvia había estropeado algunos adornos que habían puesto el día antes. Afortunadamente, no eran demasiados, pero la gente trabajaba sin descanso.
Yo me pasé la mañana ayudando en lo que podía, llevando platos, manteles, colgando guirnaldas… En un par de ocasiones me crucé con Marta, yo le guiñaba un ojo y ella me dedicaba una sonrisilla pícara, pero no pasó nada más.
Estuve ayudando a Antonio con las sillas, y aproveché para regalarle una de las navajas que había comprado:

 

¡Caray, gracias! – dijo admirándola.
No es nada, mira yo tengo otra igual – le dije enseñándole la mía.
¿Y esto a qué se debe?
Bueno, no lo interpretes como un soborno, porque no lo es, pero ayer me ayudaste y esto es sólo una pequeña muestra de agradecimiento.
No tenías por qué, ya te dije que yo también he echado mis vistazos por esa ventana.
Lo sé, pero quería agradecértelo de alguna forma. Y como dijiste que los hombres debemos ayudarnos, pensé que te podría venir bien para tu trabajo. Somos amigos ¿no?
¡Pues claro! – dijo palmeándome la espalda.
Estuve toda la mañana trabajando y parte de la tarde. La verdad es que estaba un poco harto y quería escaparme, así que cuando vi a Nicolás preparando el coche me acerqué y le pregunté que adonde iba:

 Tengo que ir al pueblo a recoger unas cosas y después a la estación a recoger a Mrs. Dickinson, que regresa de casa de su tía.

¡Ah! ¡Pues me voy contigo!
Corrí dentro de la casa a pedir permiso a mi padre y regresé con Nicolás, que me esperaba sentado al volante. Había quitado la capota del coche, pues la tarde era muy agradable.
¡Vamos! – exclamé mientras subía.
Haces lo que sea con tal de escaquearte ¿eh? – dijo riendo.
Vamos, Nico, ¡antes de que me pillen! – reí yo también.

 

El trayecto fue muy agradable. Nicolás no solía ser muy conversador, pero conmigo se llevaba bien. Hablamos de muchas cosas y yo trataba de averiguar si había notado algo la tarde anterior.

 

Bonito viaje el de ayer – dije.
Sí, ¿verdad?
Me lo pasé estupendamente.
¡Ya lo supongo! – exclamó en un tono que hizo que enrojeciera, así que cambié de tema.
Ese Ramón es un imbécil.
Yo no me meto en esas cosas.
Vamos Nico, no me digas que no lo has notado.

 

Me miró durante un segundo.

 

Un imbécil integral – dijo, y yo estallé en carcajadas.
¿Te dio mucho la tabarra en el viaje de vuelta? – le pregunté.
¡Bah!, no mucho. No parecía tener muchas ganas de conversar; me limité a ignorarle y al poco se durmió.
Ya veo.

 

Nico volvió a mirarme y dijo:

 

Así que me limité a conducir en silencio.
¿A qué viene eso? – pensé.
¡Tu prima es muy escandalosa! – dijo mientras reía con ganas.

 

Yo me puse coloradísimo, quería que se abriera la tierra y me tragara.

 

Vamos, vamos, no te enfades. Si no pasa nada.
……..
Desde luego, has salido a tu abuelo.
Sí – dije yo con cierto orgullo.

 

Nicolás me revolvió el pelo y siguió conduciendo. La conversación derivó (para mi alivio) hacia otros temas. Por fin, llegamos al pueblo. Aparcamos junto a la estación (en realidad era un apeadero) y fuimos andando a un par de tiendas. Nos entretuvimos bastante y Nicolás parecía un poco nervioso.

 

¿Qué te pasa?
Que estamos tardando mucho y el tren de Mrs. Dickinson debe estar al llegar.
Oye, si quieres quédate tú aquí y yo voy a buscarla.
No sé – dijo dubitativo – si te pasa algo me matan.
Oye, que ya no soy un crío.

 

Él me miró divertido.

 

No hace falta que lo jures.
………
Bueno, vale. Mira, vuelve al coche y espérala allí, quedé con Mrs. Dickinson en que ella vendría.
Vale.

 

Salí de la tienda y me dirigí al coche. Esperé allí unos minutos, pero me aburría, así que decidí ir a estirar las piernas. Fui al apeadero, no sé muy bien por qué. El guarda estaba fuera de su casilla con un farol en la mano, así que el tren debía estar a punto de llegar.
En un banco situado al fondo, en el rincón más oscuro, había una pareja haciéndose arrumacos. Esto era algo desacostumbrado en la época, que la gente hiciera algunas cosas en público, pero como allí no había nadie más, supongo que se habían relajado un tanto.
Yo les miraba de vez en cuando, sin mucho interés y vi cómo en una ocasión se besaban.

 

¡Bien por ellos! – pensé.

 

Decidí no molestarles, así que me alejé hasta el otro extremo del apeadero para esperar el tren. Por fin, se oyó el familiar sonido de la locomotora y una columna de humo apareció a lo lejos. El guarda movía su lámpara de un lado a otro y poco después el tren paraba junto a él.
La pareja se levantó en ese momento y se acercaron al tren. Se dieron un apasionado beso de despedida y el hombre subió a un vagón. Fue entonces cuando me di cuenta de que la mujer no era otra sino Mrs. Dickinson.
El tren arrancó después de que bajaran un par de personas cargadas con maletas. Yo me quedé allí en medio, boquiabierto. Dicky se despidió con la mano del tren que salía y entonces me vio. Puso una cara de sorpresa indescriptible. Rápidamente vino hacia mí y me zarandeó de un brazo.

 

¿Se puede saber qué haces tú aquí?
Yo… he venido con Nicolás para recogerla – balbuceé.
¿Y qué has visto?

 

Entonces me di cuenta de que la tenía en mis manos. ¡Una dama inglesa morreándose por ahí con un tío!

 

He visto que no venía en el tren – dije con aplomo – y que se estaba besando con ese hombre.

 

El alma se le cayó a los pies. El espanto se reflejó en su cara, seguro que pensó que iban a despedirla.

 

Señorita Dickinson.
…….
No se preocupe, yo no le voy a decir nada a nadie, se lo prometo.

 

Ella me miró fijamente.

 

¿Cómo?
Que no se lo contaré a nadie. Confíe en mí.
¿De veras?
Sí, de verdad. Mire, yo no sé lo que estaba usted haciendo ni por qué, pero creo que sea lo que sea no es asunto mío. Usted siempre ha sido buena conmigo y no quiero que eso cambie.

 

Me miró dulcemente.

 

¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?
Se lo prometo.
Sabes que si cuentas algo podrían despedirme.
Sí lo sé, pero no se preocupe.
Gracias – me dijo besándome en la mejilla.
Volvamos al coche. ¡Espere! Yo llevo su maleta.

 

Regresamos y yo metí su maleta (que pesaba poco pues era sólo para dos días) en el maletero. Ella se sentó delante y yo detrás.
Aunque yo no le pedí explicaciones, comenzó a largarme una historia, de que si se trataba de su prometido, que era un hombre muy bueno pero sin dinero, que antes de casarse quería hacer fortuna, que se habían visto en el pueblo de su tía y él la había acompañado de regreso en un tren por la mañana… Una sarta de mentiras vaya. Yo, con una mente mucho más adulta de lo que Mrs. Dickinson sospechaba, deduje la verdad. Aquel tipo era su amante y en cuanto Dicky supo que iba a tener dos días libres, lo avisó y el tipo vino perdiendo el culo, alquilaron alguna habitación por allí cerca y se dedicaron a follar como conejos.

 

¡Vaya con Dickie! – pensé mientras ella hablaba – Supongo que es normal, todos tenemos nuestras necesidades.

 

Poco después regresó Nicolás cargado de paquetes. Le ayudé a ponerlos en el maletero y nos subimos en el coche. Saludó a Mrs. Dickinson educadamente y arrancó.

El viaje de regreso también fue muy rápido. Como quiera que Nicolás no era muy buen conversador, Dickie charlaba conmigo. Hablamos de la fiesta y de los preparativos.
Tras llegar, Nicolás y yo nos encargamos de los paquetes mientras Mrs. Dickinson saludaba a todo el mundo.
Poco después me avisaban para cenar. Fui a la cocina y allí estaban Marina y Marta sentadas a la mesa.

 

Siéntate aquí – dijo Marta dando palmaditas en la silla que había a su lado.

 

Yo obedecí sin rechistar, me senté y vi que Marina me miraba con disimulo.
Luisa me puso el plato por delante y se marchó, dejándonos solos y yo empecé a comer. Marta charlaba con Marina alegremente, sobre los vestidos y la fiesta. Como la cosa no iba conmigo, seguí comiendo, aunque mientras, mi mente se dedicaba a pensar en cómo aprovecharme del secreto de Dickie.
Estaba completamente abstraído cuando, de repente, noté una mano sobre mi muslo. No pude evitar dar un respingo. Era Marta, sin que me diera cuenta, había deslizado su brazo bajo la mesa, y ahora se dedicaba a acariciar mi pierna cada vez más arriba.
Mientras me metía mano, seguía charlando animadamente con Marina, sin mirarme siquiera. Marina, en cambio, sí que me miraba. Yo me había puesto bastante rojo, y estoy seguro de que ella sabía lo que estaba pasando, pero no dijo nada.
La mano de Marta alcanzó mi paquete y empezó a apretarlo con fuerza. Ni que decir tiene que mi polla se puso enseguida como un leño y mi prima me la agarró con firmeza, pajeándome suavemente por encima del pantalón. De pronto, me apretó con fuerza.

 

¡Ay! – exclamé yo pegando un bote.
¿Te pasa algo primito? – dijo con una voz de zorra que yo nunca le había oído antes y sin parar de sobarme.
No, nada, me ha dado un calambre.
Eso es porque estás muy tenso. Relájate hombre.
Será puta – pensé.

 

Miré a mi hermana y vi que estaba roja como un tomate. Marta también lo había notado, pero no parecía importarle. Decidí provocarlas un poco, así que dejé de comer. Puse mis manos sobre la mesa y retiré mi silla unos centímetros, permitiendo a Marta obtener un mejor acceso.
Marta se quedó momentáneamente sorprendida y dejó de acariciarme. Me miró y yo le sonreí. Ella también me sonrió y reanudó su masaje, sólo que ahora se notaba perfectamente lo que estaba haciendo. Marta me miraba a mí y yo miraba fijamente a Marina, completamente roja y con los ojos clavados en su plato.
Seguimos así unos minutos, pero entonces regresó Luisa.

 

¿Habéis acabado?
Yo sí, Luisa – dijo Marta alegremente y se levantó, dejándome completamente excitado.

 

 
Yo la miraba suplicante, pero ella me sonrió divertida y se marchó, dejándome con una empalmada de narices.
Marina y yo seguimos comiendo. Yo estaba excitadísimo y la miraba descaradamente mientras comía. Pude ver que sus pezones se marcaban duros sobre su jersey, aunque ella hacía lo posible por ocultarlo echándose hacia delante.

 

Ya he acabado, Luisa – dije poniéndome en pié.

 

Lentamente rodeé la mesa, caminando con la espalda muy recta para que Marina pudiera ver bien mi paquete. Llegué junto a ella, que miraba fijamente su plato, evitando mirarme. Me puse a su lado y le di un tierno beso en la mejilla.

 

Hasta luego hermanita – dije y me marché.

 

Busqué como loco a Marta. No me costó mucho encontrarla pues estaba en la calle, junto a la puerta principal.

 

¡Serás zorra!
Te ha gustado, ¿eh? – dijo sonriéndome con picardía.
¿Tú que crees? – dije señalándome el paquete.
Ya veo que sí.
Joder, Marta. Cómo has cambiado en dos días.
Para mejor ¿verdad?
Desde luego.
Eres un sol – dijo y tras echar una mirada alrededor para asegurarse de que no había nadie, me besó.

 

Yo inmediatamente llevé mis manos a sus pechos.

 

¡Quieto!, que nos pueden ver.
Que nos vean – dije yo, pues mi cabeza no razonaba demasiado.
Sí hombre, nos ve mi madre o la tuya y nos matan.

 

El simple hecho de recordar a mi madre enfadada bastó para calmarme.

 

Bueno, pero esta noche iré a tu cuarto – dije.
De eso nada.
Ya lo veremos. Esta noche te follo.

 

Ella rió divertida.

 

Eres un guarro.
Sí, y tú más. Pero esta noche vas a saber lo que es bueno – dije.
Lo siento, pero no va a poder ser.
¿Cómo?
Verás – dijo un poco cohibida – esta noche no puede ser…
¿Por qué?
Cosas de chicas.

 

Entonces recordé lo que me había contado el abuelo sobre las mujeres.

 

Estás con la regla – dije.
¡Niño! ¡Qué sabes tú de eso!
Lo bastante como para saber que no vamos a poder follar ¡mierda! – dije en tono apesadumbrado.
Bueno, ten paciencia, sólo serán un par de días. De todas formas, puedes venir a mi cuarto y hacemos “cositas”.
Ya veremos.

 

La verdad es que no me entusiasmaba mucho la idea, nunca había visto la regla de una mujer, pero el saber que sangraban me cortaba un poco el rollo.

 

¿Qué te parece Marina? – preguntó de sopetón.
Eso iba a decirte ¿cómo se te ocurre hacerlo delante de ella?
Sí, ya, que tú te has cortado mucho.
No es por eso, es que se ha dado cuenta.
No te preocupes. La verdad es que le pasa como a mí, siente deseos, pero no quiere reconocerlo.
¿Vosotras habláis de eso?
Claro.
¿Le has contado lo de ayer?
No, pero no importa. Mientras lo hacíamos ella simulaba estar dormida, pero en realidad estaba espiándonos.
¿En serio? – fingí.
Sí. Y no sólo eso, me di cuenta de que se estaba tocando bajo la manta.
¡No me jodas!
Es verdad, te lo juro.
¡Vaya con Marina!

 

Seguimos charlando un rato, hasta que vino mi tía Laura a decirnos que era hora de acostarse, que el día siguiente iba a ser muy largo. Al entrar, vi a Marina al pié de las escaleras, nos dirigió una mirada y subió sin hablarnos.
Fui a mi cuarto, me desnudé y me puse el pijama. Me metí en la cama y esperé un rato. Mi madre pasó a desearme buenas noches y me dio un beso. Permanecí despierto un buen rato, hasta que poco a poco el silencio fue apoderándose de todo.
No podía dormir, era lógico pues estaba muy excitado. Decidí hacerme una paja para aliviarme un poco, pero pronto me di cuenta de que no era tan bueno como con Marta.

 

¡Qué le vamos a hacer! – pensé – iré a su cuarto.

 

Silenciosamente salí de mi cuarto y caminé por el pasillo de puntillas. En un lado del mismo estaban los cuartos de mis padres, de mi tía Laura, dos cuartos vacíos y un baño. En el otro estaba primero el mío, después uno vacío, el de Andrea, el de Marina y otro vacío más. El último era el de Marta.
Hacia allí me dirigí sigilosamente, pero al pasar frente al de mi hermana escuché un leve gemido. Me quedé parado, con el oído atento y poco después volví a escuchar un suspiro. Lentamente, me asomé por el ojo de su cerradura. Estaba bastante oscuro, por lo que no veía bien, sólo distinguía que Marina se agitaba sobre las sábanas.
Me quedé mirando, pero no se veía con claridad. De vez en cuando distinguía una pierna que surgía de entre las sábanas y se encogía voluptuosamente, mientras se oían gemidos de placer. Mi hermanita se estaba haciendo una paja. Me saqué la polla del pijama, dispuesto a hacer lo mismo, pero no resultaba divertido, no veía bien. Entonces se me ocurrió. Volví a guardármela en el pijama y me puse en pié. Abrí la puerta con cuidado y asomé la cabeza. El movimiento en la cama cesó de golpe.

 

Marina – susurré – ¿estás despierta?

 

No hubo respuesta. Entré al cuarto y cerré la puerta tras de mí. Me acerqué despacio a la cama. No veía bien, así que abrí las cortinas para que entrara un poco de claridad.
Allí estaba Marina. Yacía destapada, con las sábanas hechas un lío a un lado. Vestía un camisón largo, pero estaba arremangado hasta medio muslo. El cuello del camisón era de botones, aunque estaban todos desabrochados, dejando entrever el comienzo de sus senos. Llevaba el pelo suelto, extendiéndose lujurioso sobre la almohada, enmarcando su delicado rostro. En su frente brillaban tenues gotitas de sudor y su respiración era agitada.

 

Marina – volví a susurrar, esta vez junto a su oído.

Sus ojos seguían cerrados. Ella continuaba fingiendo estar dormida. Se iba a enterar.

Con cuidado me senté en el colchón junto a ella. Recorrí su cuerpo con mis ojos, ¡Dios qué hermosa estaba!. Apoyé mi mano en su rodilla, y lentamente la deslicé por todo su cuerpo. La pasé por su muslo y la llevé a su coño, todavía tapado por el camisón, donde apreté levemente. Marina dio un pequeño respingo, pero siguió “dormida”. Llevé mi mano sobre su vientre, su estómago y llegué a sus pechos, que amasé por encima de la ropa.
Ella seguía como si nada, así que decidí continuar. Abrí el escote de su camisón y ante mí aparecieron sus pechos. Eran un poco menores que los de Marta, pero a mí me parecieron divinos. Estaban duros como rocas y sus pezones, tiesos, apuntaban al techo con descaro. Me incliné sobre ellos y los besé. Recorrí con mi lengua sus tetas, sin dejar un centímetro libre. Me detuve en sus areolas, que lamí con delicadeza. Chupé sus pezones, como si fuese un niño pequeño tratando de mamar.

 

Uuuuummm – gimió.

 

Levanté la cabeza, pero sus ojos seguían cerrados. Estaba decidida a no reconocer lo que estaba pasando, así que yo me dediqué a disfrutar.
Volví a hundir la cara en sus senos, que seguí chupando con fruición. Llevé mi mano hasta el borde del camisón y la metí por debajo, acariciando sus muslos, subiendo hasta su coño. Estaba empapada.
Abandoné mi posición y me coloqué de rodillas a los pies de la cama. Volví a recorrerla con la mirada. Estaba increíble. Tenía el camisón subido hasta la cintura de forma que sus piernas se mostraban en todo su esplendor. Sus pechos asomaban por el escote, brillantes por el sudor y por mi propia saliva. Su cabeza reposaba sobre la almohada, con la frente perlada de sudor. Sus ojos se mantenían cerrados, pero su boca estaba entreabierta, jadeando levemente. La polla me latió en el pantalón.
Separé sus piernas y su coño se ofreció a mí, tentador. No me lo pensé dos veces y hundí mi cara en él. Comencé a recorrer su chocho con la lengua mientras introducía un dedo en su interior. Las paredes de su vagina aprisionaron mi dedo, ¡era tan estrecho! ¡cómo sería meter la polla allí!. Seguí metiendo y sacando el dedo mientras con los labios estimulaba su clítoris.
Marina arqueaba la espalda, levantando un poco el culo del colchón, permitiéndome así ir más adentro. Yo no entendía cómo podía seguir fingiendo que dormía, pero lo cierto es que me daba igual, sólo quería comerme aquel glorioso coño.

 

Aaahhhh – exclamó.

 

Se corrió con fuerza. Mi boca se inundó de líquidos, que bebí con placer, aunque la mayor parte escurrían por mi barbilla y empapaban las sábanas. Seguí chupando durante unos segundos, hasta que su cuerpo se relajó.

 

Bueno, ahora me toca a mí – dije en voz alta.

 

Abrí sus piernas y me coloqué en medio. De un tirón me bajé el pijama y mi picha brincó orgullosa. Estaba a punto de intentar clavársela cuando me fijé en que volvía la cara hacia un lado con expresión pesarosa, como si no quisiera verlo. Me di cuenta de que aún no estaba preparada para ese paso, así que desistí.
Pero yo no podía quedarme así, por lo que me levanté volví a sentarme a su lado.

 

Como quieras – susurré – pero no vas a dejarme así.

 

Comencé a masturbarme con una mano, y con la otra me apoderé de sus tetas. Estuve así un rato y entonces se me ocurrió una cosa. Cogí su mano y la coloqué sobre mi miembro, de forma que lo empuñase. Puse mi mano sobre la suya y reanudé la paja sin dejar de sobarle los pechos.
Fue un cascote genial, era como si me lo hiciera ella. Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar. Poco a poco fui incrementando el ritmo. No estoy seguro, pero en un par de ocasiones me pareció notar cómo sus dedos apretaban levemente mi excitado pene.
La corrida fue bestial, chorros de leche surgían de entre sus dedos y manchaban la cama. Me incorporé un poco y apunté hacia su blanco vientre, dejándolo todo pringado. Tras terminar, la cogí por la muñeca y extendí todo el semen por su barriga usando su propia mano.

 

Disimula esto si puedes – pensé.

 

Una vez aliviado, me puse en pié, colocándome bien el pijama. Le eché un último vistazo, la visión era excitante, estaba allí, desnuda, con el camisón hecho un guiñapo, sudorosa, jadeante, con el vientre lleno de mi semen. Casi me empalmo de nuevo.
– Que duermas bien hermanita – le dije y la besé tiernamente en los labios.
Salí con cuidado de la habitación. Pensé en ir a la de Marta, pero ya estaba satisfecho por ese día, así que me fui a mi cuarto.

 

Mañana será un día muy largo – pensé.

 

Poco rato después, me dormí.
Había llegado el día de la fiesta. Cansado por mis correrías nocturnas, esa mañana me levanté tarde. Todo el mundo andaba muy ajetreado, por lo que nadie pareció darse cuenta. Bajé a desayunar y después tomé un baño, esta vez sin incidentes. Volví a subir y me puse el traje de fiesta, camisa, pantalón por encima de la rodilla, corbata y chaqueta.
Me dediqué a pasear por la casa, tratando de encontrarme con Marta o con Marina, pero las chicas estaban todas en la habitación de mis padres, junto con mi madre y tía Laura. Supongo que estarían arreglándose.
A media mañana, comenzaron a llegar los invitados, y mi abuelo, como buen anfitrión, los recibió uno a uno en la entrada, conduciéndolos hasta el prado delantero, donde se celebraba la fiesta. Vi que trataba muy amablemente a todo el mundo, pero su trato era especialmente exquisito con las señoras (y señoritas) de buen ver. Me pregunté que a cuantas de aquellas mujeres habría catado ya el abuelo.
Yo me pegué a él como una lapa e iba saludando a los invitados con educación. A la fiesta acudieron todos nuestros vecinos, los Sánchez, los Salvatierra, los Pérez y por supuesto los Benítez, incluyendo al imbécil de Ramón y a su preciosa hermana Blanca.
En total debía de haber unos 100 invitados y entre ellos, había un buen puñado de chicos y chicas de 14 o 15 años.
La gente se distribuyó por el prado, charlando alegremente y bebiendo lo que los criados contratados les servían.
Poco después, apareció la homenajeada. Mi tía Laura estaba preciosa, con un vestido floreado con los hombros descubiertos. Mi madre, mi hermana y mis primas la escoltaban y todas estaban tan hermosas como ella. Las chicas llevaban los vestidos adquiridos en la ciudad y la verdad es que todas acertaron plenamente en su compra. Estaban absolutamente divinas. Los ojos de todos los hombres que allí había convergieron en un mismo lugar. De todas ellas, la única que se veía un tanto incómoda por tanta atención era Marina. Mi abuelo y yo nos acercamos a las damas y les dijimos lo absolutamente radiantes que estaban todas.
Poco a poco, la fiesta se puso en marcha, alguien encendió el gramófono de mi abuelo y la música comenzó a sonar. La gente bailaba, bebía y reía, todo el mundo parecía pasarlo bien.
Mis padres y mi abuelo actuaban como anfitriones, moviéndose entre los invitados, asegurándose de que estuvieran bien atendidos; mi tía, al ser la homenajeada, estaba sentada frente a una mesa, aguantando estoicamente las felicitaciones de todo el mundo. Mi hermana no se separaba de ella, supongo que para no tener que ir con Marta.
Porque Marta andaba por allí coqueteando con todos los jóvenes; a su alrededor se había formado un corro de hombres de entre 17 y 20 años que se dedicaban a satisfacer todos sus caprichos. Parecía Escarlata O´Hara.
Ese era el papel que en otras ocasiones había realizado Andrea, pero ya no parecía tan interesada en flirtear con todos los chicos. Por desgracia, había hecho las paces con Ramón y andaba por allí prendida de su brazo riendo de nuevo sus estupideces.
En algunas ocasiones mis ojos se encontraban con los de Marina, que apartaba rápidamente la mirada. Sin embargo, no me dijo absolutamente nada acerca de los incidentes de la noche anterior. Parecía haber decidido seguir ignorándolo, como si nada hubiera ocurrido.
Yo allí no pintaba nada, así que me uní a un grupo de niños y niñas de 13 o 14 años de edad que jugaban por ahí. Sin duda, yo era el más maduro de todos, pero todavía tenía 12 años, por lo que una buena partida de pilla-pilla o de pídola me divertía tanto como antes. Así que me libré de la chaqueta y la corbata y me puse a jugar.
De todas formas, procuré obtener un poco de diversión extra. En el grupo había dos chicas bastante atractivas y yo procuraba “jugar” con ellas.
Cuando se agachaban para jugar a pídola, yo pasaba descuidadamente por detrás y palpaba con mi mano sus juveniles traseros. O al jugar a pillarnos procuraba agarrarlas de ciertas protuberancias que se marcaban claramente en sus vestidos.
En todas las ocasiones, me miraban con enojo, con los rostros muy rojos, e incluso me llamaron “guarro” en más de una ocasión, sin embargo, ninguna de ellas se marchó y yo notaba que siempre procuraban andar alrededor mío.
Con estos jueguecitos, el tiempo transcurrió deprisa. Llegó la hora de comer y todos nos sentamos alrededor de las mesas allí dispuestas. Hubo mucha comida y bebida, e incluso algunos, bastante borrachos, se animaron a cantar. Fue todo muy divertido y la mañana se pasó volando.
Por la tarde, se preparó café para los mayores y chocolate para los niños. Se extendieron mantas en el prado y la gente se sentó a descansar, tomándose el café acompañado de pasteles.
Antes de cortar la tarta, llegó la hora de los regalos. Hubo muchos y de todo tipo. Mi tía volvía a estar sentada ante una mesa, recibiendo los regalos de todo el mundo y volviendo a soportar las felicitaciones. Mi abuelo fue el primero en darle su regalo; se trataba de un maravilloso collar de perlas auténticas, que dejó boquiabierto a todo el mundo. Mi abuelo se colocó tras tía Laura y le puso el collar. Al hacerlo, acercó su boca al oído de mi tía, sin que nadie más que yo, que estaba cerca, alcanzara a oírlo:

 

Tu otro regalo te lo daré luego – le dijo y mi tía enrojeció violentamente.

 

Yo procuré darle mi regalo de los primeros, pues quería escaparme un poco de aquel follón. He de decir que el camafeo le encantó a mi tía, que me dio un fuerte abrazo y me estampó un sonoro beso en la mejilla.
Finalmente, mi tía sopló las velas de la gran tarta, que se repartió entre todo el mundo. La gente estaba ya bastante hecha polvo, todo el mundo estaba sentado por donde le parecía y las charlas y las risas habían bajado de volumen.
Yo, un poco harto tanto jolgorio, me interné entre los árboles, para comerme la tarta con tranquilidad. Me alejé bastante, hasta que dejaron de oírse los ruidos de la fiesta. Por fin, llegué a mi destino, un viejo tocón de eucalipto que había sido cortado muchos años atrás, para que no estorbara a los naranjos.
Me senté en él a comerme la tarta y fue cuando me di cuenta de que me habían seguido. Era Noelia, una de las chicas de los jueguecitos de por la mañana. Era bastante bonita, pelirroja y con la nariz salpicada de graciosas pecas.

 

Hola – le dije – ¿me buscabas?
No – mintió – sólo paseaba.
Ya veo ¿quieres tarta?
Bueno.

 

Se sentó junto a mí en el tocón. En su rostro se apreciaba que estaba un tanto cortada. Yo partí un poco de tarta con el tenedor y se la ofrecí. Ella abrió la boca, pero yo retiré el tenedor.

 

Si quieres tarta tendrás que darme algo a cambio.
¿El qué?
Dame un beso – le dije.

 

Se puso muy colorada y me dijo:

 

No quiero.
Vale, pues no hay tarta – y me metí el trozo en la boca.

 

Se quedó pensativa unos instantes, mientras yo fingía concentrarme en la tarta.

 

Bueno, vale – me dijo – pero sólo uno.

 

Dejé la tarta a un lado y acerqué mi rostro al suyo. Tenía los ojos cerrados y los morritos fruncidos, esperando el beso. Yo pegué mis labios a los suyos, se veía que era su primer beso, pues era muy torpe, pero yo quería más. Lentamente, introduje mi lengua en su boca, pero ella se separó de mí, sorprendida.

 

¿Qué haces?
Besarte.
No, digo con la lengua.
Tonta, así es como se besan los mayores, es mucho mejor así.
Mentira.
Vale pues no me creas, a mí me da igual. Total, sólo eres una cría.
¡Pero si tú eres menor que yo!
Sí, pero soy más despierto – dije cogiendo el plato de nuevo.

 

Se quedó callada unos instantes, después dijo:

 

Bueno, ya te he besado, dame tarta – insistió, como si en realidad fuera tarta lo que quería.
No quiero, eso no ha sido un beso ni nada.
Eres un mentiroso.
Y tú una cría, no sabes ni besar.

 

Aquello dio en blanco. Se veía que la nena andaba un poco caliente, pero su estricta educación le impedía reconocerlo. El dilema moral se reflejaba en su rostro, por fin, el deseo prevaleció.

 

Bueno, pues enséñame.
Olé – pensé.

 

Volví a soltar el plato, me sacudí las manos y las coloqué con delicadeza en sus hombros. Ella volvía a tener los ojos cerrados. Un tenue rubor teñía sus mejillas, lo que era muy excitante. Poco a poco, mi pene se endureció en el pantalón.
La besé y ella me respondió. Metí la lengua en su boca y esta vez no se asustó. Enrosqué mi lengua con la suya y ella hizo lo mismo.

 

¡Vaya! – pensé – aprende rápido.

 

Seguimos morreándonos y me decidí a dar el siguiente paso. Bajé mis manos de sus hombros, acariciando sus brazos, su cintura. Volví a subirlos, esta vez por sus costados. Un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo, pero no se apartó. Entonces llegué hasta su pecho y comencé a desabrochar los botones de su vestido.

 

No – gimió – no lo hagas.

 

Puso sus manos sobre mi pecho y me empujó débilmente. Yo seguí abriendo botones mientras volvía a besarla. Ella respondió al beso, desde luego no quería que yo parase.
Introduje una mano por el escote abierto y acaricié sus pechos juveniles, plenos. El broche del sujetador estaba delante, por lo que no me costó nada abrirlo.

 

No, por favor – dijo.

 

Me cogió por la muñeca y trató de sacar mi mano de su pecho. Yo la dejé hacerlo, pero cuando estuvo fuera, me solté y fui yo quien la agarró por la muñeca. Con firmeza, llevé su mano hacia abajo, hacia mi entrepierna. Ella oponía un poco de resistencia, pero seguía besándome.
Por fin, su mano quedó apoyada sobre mi paquete y puedo jurar que en ese momento me apretó la polla por encima del pantalón. Por desgracia, en ese instante pareció despertar, se despegó de mí bruscamente y se levantó de un salto.

 

¡Eres un cerdo! – me gritó.

 

La verdad es que el hecho de verla enfadada, con el rostro rojo y con las tetas por fuera del vestido me resultó de lo más erótico.

 

Pero Noelia…

 

Sin decir más, se dio la vuelta y se marchó corriendo.

 

¡Mierda! – exclamé.

 

Pensé en seguirla, pero ya estaba lejos. Además ¿qué podía hacer yo? Si no quería, qué le íbamos a hacer. Enfadado, lancé el plato de tarta contra un árbol, lo que me tranquilizó bastante.

 

Otra vez será – pensé.

 

Me había quedado bastante excitado y estaba pensado en cómo aliviarme cuando una voz femenina surgió a mi espalda.

 

Vaya, vaya con el señoguito…

 

Me volví rápidamente y me encontré con Brigitte, la doncella francesa de mi tía Laura.

 

¡Me has estado espiando! – exclamé.
¿Yo? No es vegdad. Sólo paseaba y te he visto con tu amiguita.
Sí seguro,
En seguio. No sabía que ya andaguas detrás de las chicas – dijo, echando una mirada apreciativa al bulto de mi pantalón – veo que vas muy adelantado para tu edad.
Pues ya ves – dije y le devolví la mirada.

 

Estaba muy guapa con el uniforme de doncella. Brigitte era la criada particular de mi tía Laura. Cuando ésta regresó de Francia la trajo con ella. Como era tan guapa, estoy seguro de que mi abuelo no puso ninguna pega a la hora de contratarla. Mi madre siempre se quejaba de ella, diciendo que no era buena en su trabajo, pero a quién le importaba con lo buena que estaba.
Era rubia, con los ojos de un extraño color azul verdoso. Su rostro era de líneas suaves, muy atractivo y poseía una exquisita expresión infantil que la hacía parecer mucho más joven de lo que era, aunque ya rondaba los 25, nadie le echaba más de 18. En ese momento llevaba su rubia cabellera recogida en un moño. Vestía el traje negro de doncella, con un delantal blanco encima, pero se había quitado la cofia.
Lentamente fue acercándose a mí y se sentó a mi lado.

 

Tu amiguita ha salido dispaguada ¿eh?
Sí, ya lo has visto.
Es que vas muy guápido – su acento francés era muy sensual.
No he podido evitarlo.
Apuesto a que no – rió.
¿Sabes que estás muy guapa con ese uniforme? – ataqué.

 

Ella me miró sorprendida y se echó a reír.

 

¡Vaya con el niño! ¿Se te ha escapado una y ya vas a pog la siguiente?

 

Decidí ser descarado.

 

Sí. Es que estás muy buena y como Noelia me ha dejado en este estado… – le dije señalándome el bulto.
¡Niño! ¡Peguo qué te has creído!
Vamos, Brigitte, no te enfades, que estás más fea.
A que te doy una togta.
¿Por qué? Sólo te he dicho que eres muy guapa.
Y te me has insinuado.
¿Y qué?
Que sólo egues un crío.
Pues este bulto no dice eso…

 

Ella cambió de táctica.

 

Ya. Tú mucho hablag, pego segugo que se te pone delante una mujeg de verdad y te cagas en los pantalones.
Tú eres una mujer de verdad, la más bonita que hay en toda la casa y no estoy nada asustado.

 

Esa respuesta la dejó momentáneamente parada.

 

¿De vegdad crees que soy bonita?
No digas tonterías. Tú lo sabes perfectamente ¿o no has visto cómo te miraban todos en la fiesta?
Bueno…
Pues eso, que estás muy buena Brigitte. Apuesto a que te lo han dicho mil veces.
Alguna vez…
Estoy seguro de que una chica tan guapa como tú habrá estado con muchos hombres ¿verdad?
Bueno, sí… Espegua un momento – dijo al darse cuenta de que acababa de confesar haberse follado a un montón de hombres – ¡Me estás liando!
Vamos, Brigitte, si yo no te juzgo. Sólo digo que habrás besado a muchos hombres. Dicen que las francesas besáis muy bien.
¡Venga ya!

 

Nos quedamos los dos callados. Podía notar cómo iba cayendo en mis redes.

 

Brigitte – dije fingiendo estar un poco avergonzado.
Dime.
¿Por qué no me enseñas a besar?
¡Estás loco!
Por favor, estoy seguro de que Noelia se ha ido porque no le gustó mi beso. No sé, de pronto me metió la lengua en la boca y yo no sabía qué hacer – mentí.
Ya veo – se rió – Esa niña también va muy despabilada.
Por favor…
Egues un liante.
Brigitte… – la miré con ojos suplicantes.

 

Dudó unos segundos antes de decir:

 

Acégcate bribonzuelo.

 

Yo no tardé ni un segundo en pegarme a ella.

 

Migua, pon tus manos así.

 

Colocó una de mis manos en su espalda, rodeando su cintura y la otra en su nuca.

 

Así, bien. Ahogua inclina la cagua así.

Con delicadeza, inclinó mi cara un poco. Vi que cerraba los ojos y acercaba sus labios a los míos. Fue un beso alucinante, desde luego se notaba que tenía práctica. Su lengua se prendió muy rápido de la mía. Yo trataba de parecer torpe al principio, pero aquello me excitaba tanto que enseguida me dediqué a devolverle el beso con pasión. Nuestras lenguas recorrían la boca del otro, entrelazándose. El beso más experto que hasta ese momento me habían dado.

Yo, disimuladamente, llevé mi mano desde su cintura hasta su trasero. Como era más alta que yo, estaba un poco echada hacia delante, por lo que pude agarrar bien su culo.

 

Oye – protestó – eso no es lo que habíamos dicho…
Vamos Brigitte – dije jadeante – enséñame.

 

Y volví a besarla. A ella pareció dejar de importarle lo que hacía mi mano y continuamos besándonos, cada vez más apasionadamente.
Por fin, nos separamos, y nos quedamos mirándonos, sudorosos, jadeantes.

 

Me paguece a mí que tú sabes más cosas de las que dices.
Si me dejas te hago una demostración.

 

Ella se rió y me dijo:

 

De acuegdo.

 

La verdad es que no me lo esperaba, pero la sorpresa me paralizó sólo un segundo.

 

Túmbate – le dije palmeando el tocón.

 

Ella así lo hizo. Su espalda quedó apoyada sobre el tronco, pero sus piernas asomaban, llegando hasta el suelo.

 

Así está bien.

 

Me coloqué a sus pies, de rodillas. El suelo me hacía daño, pero no me importó. Fui subiendo su falda hasta sus caderas, donde ella la sostuvo recogida.

 

¿Qué vas a haceg?
Ya lo verás.

 

Brigitte llevaba medias negras y liguero, cosa que siempre me ha parecido muy sexy. Sus bragas eran también negras, de encaje, supongo que traídas de Francia. Las cogí por la cintura, y fui deslizándolas por sus muslos. Ella levantó un poco sus caderas para facilitar mi maniobra.

 

No las tigues, que son muy caguas.

 

 
Yo obedecí, y tras quitárselas las dejé a su lado, en el tocón.
Entonces eché un vistazo a su coño. Era el más bello ejemplar de chocho que había visto hasta entonces. Su pelo era rubio y estaba muy bien recortadito, con un delicioso triángulo de pelo sobre su raja, que aparecía limpia de vello, con los labios dilatados y brillantes. Saqué la cara de entre sus piernas y le dije:

 

Joder Brigitte. ¡Esto es una auténtica maravilla! ¿Cómo consigues tenerlo así?

 

Ella se incorporó apoyándose en los codos y me dijo con aire de profesora:

 

Es que me lo afeito, a los hombres les gusta mucho así.
¡Ya lo creo! Es el mejor que he visto nunca. Podrías enseñar a las chicas a hacerlo.
¿A las chicas? Ya veo, por eso egues tan expegto. Eges un guaggo, ¿lo sabías?
Sí, lo sé. Pero mejor para ti ¿no?

 

Eso pareció convencerla, así que volvió a tumbarse. Yo volví a arrodillarme entre sus piernas. Con delicadeza, acaricié la cara interna de sus muslos con mis manos. Llevé una de ellas hasta su vulva y metí un dedo entre sus labios.

 

Aaaahhh – gimió.
¿Cómo dices? – pregunté yo, divertido.
No te pagues, cabrón.
¡Vaya con la francesita! – pensé.

 

Mientras con dos dedos estimulaba su chocho, apliqué mi boca sobre el mismo. Fui pasando la lengua por su raja, en lamidas cortas y rápidas. Su coño cada vez se lubricaba más, así que le metí un dedo dentro. Me di cuenta de que cabían más sin problemas, así que le hundí otro par. Mientras la masturbaba con tres dedos, llevé mi boca un poco más arriba, hasta su clítoris. Fue rozarlo con la lengua y un espasmo azotó el cuerpo de Brigitte. Apretó los muslos, atrapando mi cabeza, mientras con las manos me la apretaba contra su coño. Comenzó a moverse de lado a lado mientras gritaba:

 

Sigue, sigue, cabrón. No pagues. Más fuegte, más fuegte. – y otras cosas en francés que no entendí.

 

Al empezar a moverse, me retorció el cuello.

 

¡Joder con la francesa! – pensé – me va a matar.

 

Intenté separarme de ella, pero me tenía bien agarrado. Azoté su muslo con la palma de mi mano con fuerza, le dejé los dedos marcados, pero eso pareció gustarle más. Un poco asustado, le pellizqué el culo con saña, logrando que separara las piernas y me soltara.

 

¡Ay! ¡Qué coño haces pequeño bastagdo! – gritó incorporándose.
¡Qué coño haces tú! – le repliqué – me ibas a partir el cuello.
Tienes gazón, lo siento. Es que lo hacías tan bien que se me fue la cabeza. Pegdóname.

 

 
Yo la miraba con expresión enfadada, frotándome mi dolorido cuello.

 

Vamos, vamos, cagiño. No te enfades. Sigue con lo que estabas haciendo, que yo luego sabré guecompensagte.

 

Sin decir nada volví a sumergirme entre sus muslos. Ella volvió a tumbarse.

 

Te vas a enterar – pensé.

 

Con violencia, volví a clavar mis tres dedos en su interior, lo que hizo que su cuerpo se convulsionara.

 

¡Aaaahhh! Así cabrón, asíiii. ¡Más fuegte! ¡MÁS FUEGTE!

 

Chupé con fuerza su clítoris, mientras la masturbaba cada vez más rápido. Su cuerpo se retorcía como una serpiente mientras no paraba de gritar en francés.
Noté que estaba a punto de correrse, y decidí darle una pequeña lección. Puse mis dientes sobre su clítoris y lo mordí.

 

¡DIOSSS! ¡DIOOSSS! ¡QUÉ ME HACES! ¡NOOOOOO!

 

Volvió a apretar las piernas, pero esta vez yo me lo esperaba, así que no me hizo daño.
Sus jugos resbalaban por mi cara. Yo seguí incrementando el ritmo de la masturbación mientras se corría. Mi boca lamía dulcemente su clítoris, como disculpándose por haberlo tratado tan mal segundos antes.
Poco a poco fue relajándose. Sus piernas se abrieron, liberando mi cabeza, que seguía incrustada en su coño, disfrutando de los últimos espasmos de placer que recorrían su vagina. Se quedó laxa, tumbada sobre el tocón.
Yo me puse en pié y la miré, allí echada sobre el árbol, con la falda subida hasta la cintura, su coño chorreante latiendo. Sus bragas se habían caído al suelo, supongo que las tiró al retorcerse. Se había desgarrado el delantal, rompiendo los tirantes. También se había arrancado varios botones del vestido, y sus pechos asomaban sudorosos, con los pezones mirando al cielo. Fue entonces cuando noté que no llevaba sostén. Tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Sus brazos reposaban, inertes, a su lado.
Mi pene latía dolorosamente en su encierro, necesitaba atención. Me desabroché los botones del pantalón y lo liberé, irguiéndose con descaro.
Rodeé el tocón hasta quedar junto al rostro de Brigitte. La llamé suavemente por su nombre:

 

¿Uuummm? – respondió melosamente.
Por favor…

 

Abrió los ojos y se encontró con mi pene justo delante.

 

Tranquilo, ya voy.

 

Me agarró la picha con la mano, fue como si electricidad recorriera mi cuerpo. Se sentó en el tocón sin soltármela en ningún momento y me guió hasta sentarme en el tronco, usando mi polla como timón.

 

Ahoga te devolvegué el favor – dijo dándome un cálido beso.

 

Yo estaba sentado justo al borde, mis pies colgaban sin tocar el suelo. Ella comenzó a arrodillarse frente a mí, pero yo la detuve. Brigitte me miró con extrañeza.

 

Tus medias – le dije – se van a romper.

 

Me quité la camisa y la puse en el suelo. Ella me miró con ternura y me acarició la mejilla con una mano.

 

Egues muy dulce…

 

Sus manos se deslizaron por mi cara, mi pecho, mi vientre y bajaron por mis muslos, bajando mis pantalones y mis calzoncillos por completo, mientras se arrodillaba sobre mi camisa. Al llegar a mis tobillos, sus manos volvieron a subir, acariciando la cara interna de mis muslos y alcanzando su destino.
Yo eché el cuerpo hacia atrás y apoyando las manos en el tocón me dediqué a contemplar las maniobras de Brigitte.
Sus manos comenzaron a sobar mi miembro, mientras una de ellas recorría toda su longitud, la otra me acariciaba el escroto. Me apretaba los huevos dulcemente, mientras su otra mano se entretenía con mi prepucio, subiéndolo y bajándolo muy despacio, ocultando y descubriendo mi enrojecido glande. Yo ya no podía más.

 

Brigitte, por favor – gemí.

 

Ella me miró, con una ligera sonrisa en los labios. Sin decir nada, posó su lengua en la base de mi polla y fue recorriéndola hasta la punta, lenta y enloquecedoramente. Abrió la boca, y la punta de mi picha desapareció en su interior. Ella apretó los labios alrededor de mi glande. De pronto, me dio un ligero mordisco en la punta, yo me sobresalté, más por la sorpresa que porque me hubiera dolido:

 

¡Coño! – exclamé.
Mi pequeña venganza, mon amour…

 

Volvió a recorrerla de arriba abajo con la lengua pero esta vez sí se introdujo un buen trozo en la boca. Su cabeza comenzó a subir y bajar. Yo cerré los ojos, echando la cabeza hacia atrás, para sentirla mejor. Era como si al cegar mi vista, mis otros sentidos se agudizaran.
Ella continuó con la mamada, se notaba que era una experta. Sus labios, su lengua, su garganta, todo parecía apretar y acariciar mi miembro. Noté que no sentía sus dientes por ningún lado, como si no tuviera. De pronto, y para confirmar que no era así, se la sacó de la boca y se dedicó a darme delicados mordisquitos por todo el tronco. Desde luego sabía cómo chuparla.
Volvió a metérsela en la boca, incrementando el ritmo del sube y baja, de vez en cuando, se la metía hasta el fondo de su garganta, deteniéndose en esa posición durante unos segundos. Juraría que hasta notaba su campanilla estimulando mi polla.
La verdad es que no sé cómo duré tanto. Noté que me aproximaba al clímax y abrí los ojos. Vi que uno de los bucles de su rubio cabello había escapado de su moño y caía sobre su frente, rebelde, lujurioso, agitándose al ritmo que marcaba su cabeza. Esa visión es una de las cosas más eróticas que he visto en mi vida y ya no aguanté más.

 

Brigitte…

 

El aviso llegó un poco tarde, así que me corrí en su boca. Brigitte pareció por un momento retirarse, pero se lo pensó mejor y mantuvo mi polla dentro, tragándose toda mi leche. Fue una corrida bestial, yo me agarraba a su cabeza para no caerme.
Mi picha vomitó hasta la última gota, que ella tragó vorazmente. Tras acabar, la sacó y acabó de limpiármela con la lengua.

 

Oscag – me dijo dándole los últimos lametones.
¿Uumm?
Te dagué un consejo. No te coggas sin avisag. A muchas chicas no les gusta.
Lo siento – balbuceé.
No, si a mí no me impogta – dijo, apartándose distraídamente el pelo de la cara.

 

Dios, qué sexy estaba. Poco a poco, mi pene volvía a la vida. Ella sonrió encantada.

 

Vaya, paguece que quiegues más guegga ¿eh? – dijo acariciándome el capullo con un dedo.
Uff – exclamé yo, poniéndome en pié con violencia.

 

La tomé por los hombros y la empujé hacia el tronco. Mi picha volvía a ser una dura vara entre mis piernas.

 

Tranquilo – rió ella – no me voy a escapag.

 

Se sentó en el tocón y yo, inmediatamente, me situé entre sus piernas. Ella me acarició la polla con las manos y mientras se iba echando hacia atrás, me atraía hacia ella tirando de mi picha.

 

¡Oscar! ¿Dónde estás?

 

La voz de mi madre resonó peligrosamente cerca.

 

¡Jodeg!, ¡tu madre!. ¡Miegda! Si nos pilla nos mata.

 

Brigitte se incorporó rápidamente y comenzó a arreglar su vestido. Como quiera que aquello no tenía arreglo, se lo compuso como pudo.

 

¡Vamos, Oscag! ¡Tu madre viene hacia aquí! – dijo zarandeándome del brazo.

 

Yo estaba de pié, muy quieto, con el miembro en ristre y totalmente desmoralizado. No podía ser, cada vez que estaba a punto de meterla en caliente, sucedía algo que me lo fastidiaba.

 

¡Vamos, tonto! ¡Otro día seguimos! – insistió.

 

Yo comencé a vestirme cansinamente y le dije:

 

Vete tú, será mejor que no te vea.
¿Segugo?
Claro, ya me inventaré algo.

 

Brigitte me besó en la mejilla y se marchó corriendo en dirección opuesta de donde parecía venir la voz de mi madre, que cada vez sonaba más cercana. Al poco desaparecía de mi vista.
Me subí los pantalones y me senté en el tocón. Sacudí la camisa y me la abroché. Entonces distinguí una figura semioculta entre los árboles. Me puse en pié e intenté acercarme, pero la silueta se dio la vuelta y huyó rápidamente. De todas formas, reconocí el vestido sin lugar a dudas. Era Noelia.

 

¡Joder con las chicas! – pensé – Son todas peores que yo.

 

La voz de mi madre ya sonaba muy cerca, por lo que decidí contestar:

 

¡Oscar!
¡Aquí!

 

Iba a dirigirme hacia donde venía la voz, pero entonces vi las bragas de Brigitte tiradas en el suelo. Las recogí y me las guardé en el bolsillo. Tras hacerlo, corrí hacia mi madre, llamándola.

 

¿Se puede saber dónde estabas? – me dijo enfadada.
Perdona mamá. Me fui a dar un paseo y me senté en el viejo eucalipto. No sé cómo, pero me quedé dormido.
Ay Dios, que me vas a matar a disgustos. Anda tira para allá – me dijo empujándome en un hombro.

 

Yo procuré caminar siempre por delante de ella, para que no notara el bulto que había en mi bragueta. Regresamos a la fiesta. Como empezaba a anochecer, mucha gente se había marchado ya. Sólo quedaban las familias con más confianza con la mía. Los hombres charlaban sentados a una mesa fumando, y las mujeres se sentaban en otra, incluyendo a Marina y mis primas.
La gente contratada en el pueblo se afanaba recogiéndolo todo, y el personal de la casa también, dirigidos por María. Tardé un buen rato en encontrar a Brigitte. Iba perfectamente arreglada, con un delantal nuevo, por lo que supuse que habría ido a su cuarto.

 

Me pregunto si llevará bragas – pensé.

 

Muchos de los niños se habían ido ya, pero aún quedaban siete u ocho jugando por allí. Entre ellos estaba Noelia. Me acerqué a ellos con una sonrisa socarrona en los labios, mirando directamente a Noelia, que apartó la mirada avergonzada.

 

¿Por qué no jugamos al escondite? – propuse.
No nos dejarán, se está haciendo de noche – dijo un chico.
Podríamos jugar en la casa.
¿En serio? – preguntó otro animado.
Esperad, que voy a preguntar.

 

Fui a pedir permiso a mi madre, que no puso demasiadas pegas. Volví con la noticia, pero me encontré con la gran decepción de que los padres de Noelia se iban ya, así que mi plan se fue al traste. Perdí el interés por el juego, pero como la idea había sido mía, no podía echarme atrás. Así que decidí que lo mejor era dedicarme a pasarlo bien.
Sorteamos y se la quedó un chico que yo no conocía mucho, Alberto creo que se llamaba. Se puso a contar en la puerta de entrada y todos nos repartimos por la casa. Yo fui rápidamente hacia la parte de atrás, cerca de la cocina, pues allí había un armario empotrado de ropa blanca. Estaba siempre abierto, pero yo sabía que las puertas se podían encajar, haciendo que pareciera cerrado. Lo abrí y me metí dentro. Me senté en los estantes bajos que había al fondo y encajé las puertas. La oscuridad no me envolvió por completo, pues por entre las puertas penetraba un hilo de luz.
Permanecí allí un rato, en silencio, oliendo el alcanfor que habían colocado entre los manteles. De vez en cuando, pegaba mi ojo a la rendija entre las puertas, viendo el pasillo desierto.
Me recliné un poco y me puse a pensar en mis cosas. Ese día había estado a punto de perder la virginidad, pero me habían vuelto a fastidiar. En esas estaba, cuando las puertas se abrieron de repente, se trataba de Victoria, una de las ayudantes de la cocina.

 

¡Joder, qué susto! – exclamó al verme, dando un respingo.
¡Vaya, Vito, no sabía que tuvieras ese lenguaje!
¿Se puede saber qué haces ahí?
Jugando al escondite.
Anda sal de ahí, que como manches los manteles te vas a enterar.

 

En ese momento oí pasos al final del pasillo. Pensé que sería Alberto buscándome. Cogía a Vito por la muñeca y de un brusco tirón la metí dentro conmigo.

 

¿Qué coño haces? – dijo ella.
Shissst – siseé yo, cerrando de nuevo las puertas.
Niño, déjame que tengo trabajo.
Por favor Vito, calla, que me van a encontrar. Espera hasta que se vaya.
Pero sí solo tiene que abrir el armario.
No va a poder. Mira, he encajado las puertas, parecen cerradas.
Jesús, lo que tiene una que soportar.

 

Entonces se oyeron voces en el pasillo.

 

…quieto, por favor.
Vamos cariño, que llevo todo el día en ayunas.
Venga, que tengo trabajo…
Eres una estrecha.
Que nos van a ver…

 

Reconocí perfectamente las voces de mi abuelo y de María, el ama de llaves. Quería asomarme a mirar por la rendija, pero no pude, pues Vito fue más rápida. Se dio la vuelta y pegó su ojo a la rendija, quedando de espaldas a mí.

 

Es tu abuelo – susurró.
Ya lo he notado.

 

Su trasero estaba frente a mí, tentador. Estaba considerando la posibilidad de agarrarlo cuando Vito dijo:

 

Tu abuelo es único, mira cómo le mete mano a María, con lo estirada que es.
Pero si no veo – protesté yo.
Mejor, que eres muy pequeño para estas cosas.

 

Desde fuera se oían murmullos ininteligibles. Mi abuelo debía estar pasándoselo bien. El morbo del momento había provocado que mi pene recobrara su esplendor. Ya no podía más.

 

Vito, tu culo me la pone dura.

 

Ella se volvió y aunque por la oscuridad no veía bien su cara, sí que noté que sus ojos brillaban.

 

¡Pero qué dices! ¡Menudo guarro estás hecho!
Venga Vito, que tú estás espiando.
Sí, pero yo soy mayor. ¡Qué sabrás tú de cosas duras!
Siéntate aquí y te lo enseño – le dije.

 

Puse mis manos en su cintura y la obligué a sentarse sobre mi regazo. Procuré apretar bien mi erección contra ella.

 

¡Coño, niño! – siseó levantándose – ¡Mira que eres guarro!

 

Yo seguí con mi ataque.

 

Vamos Vito, siéntate aquí, por favor.
¡Que no me da la gana, coño! ¡Que sólo eres un crío!

 

Decidí simular estar enfadado.

 

Pues vale, entonces quita de ahí, que quiero salir.
¿Dónde vas? ¡Estás loco!
Voy fuera – respondí.
Si sales ahora nos pillarán a los dos.
Lo sé.
Eres un cabrón ¿lo sabías?

 

Me limité a palmear en mi regazo. Por fin, Vito se resignó y dejó caer todo su peso sobre mi polla.

 

Ay, Dios. Líbrame de los criajos salidos – suspiró.

 

Ya había logrado dar el primer paso. Me quedé allí, con las manos en su cintura, apretando mi paquete contra su culo mientras ella volvía a espiar por la rendija.
Así seguimos por un rato, yo notaba cómo ella se iba calentando al espiar. Una de sus manos se posó inconscientemente en su cuello, y de ahí bajó a su pecho, apretándolo.

 

Ahora es el momento – pensé.

 

Deslicé mis manos de su cintura, bajando por sus muslos hasta el borde inferior de su falda. Acaricié sus rodillas y traté de meterme bajo el vestido, pero ella apartó mis manos.

 

Quieto – susurró.

 

Pero yo noté en su tono que no le molestaba tanto como decía. Apreté aún más mi polla contra su culo y volví a intentarlo. Volvió a apartarme las manos, pero esta vez no dijo nada y siguió mirando.
Desde fuera seguían llegándome murmullos, pero yo ya no prestaba atención, sólo estaba concentrado en mi objetivo. Subí una de mis manos y la posé sobre su pecho, apretándolo con fuerza. Esta vez no dijo nada.

 

Ya es mía – pensé.

 

Hábilmente, desabroché los botones de su vestido con una sola mano, deslizando mientras la otra bajo su falda. Paseé mi mano por su pierna, sintiendo el tacto sedoso de sus medias, hasta llegar a sus bragas. Comencé a acariciar simultáneamente sus tetas y su coño, arrancándole ligeros gemidos de placer. Ya no se resistía en absoluto, me dejaba hacer, pero tampoco colaboraba. Sus manos seguían apoyadas en el marco de la puerta y su ojo pegado a la rendija.

 

¡Papá! – se escuchó fuera.
¡Coño! ¡Tu tía! – me susurró Vito.

 

Se oyeron pasos apresurados alejándose por el pasillo. Me imagino que se trataba de María.

 

¿Se puede saber qué haces? – la voz de tía Laura sonaba enfadada.
Creo que lo sabes perfectamente.
Pero aún hay invitados. ¿Quieres que te cojan o qué?
Creo que la mayoría de mis invitados conocen mis gustos – replicó mi abuelo – de hecho, varias de las señoras los han disfrutado ya.

 

 
 

Mi tía no contestó.

 

¿Has venido a por tu regalo? – dijo mi abuelo.
¡Estáte quieto!

 

Noté cómo el cuerpo de Vito se tensaba.

 

Tranquila, esta noche te lo daré.

 

Se oyeron los pasos de mi abuelo alejándose. De pronto, las puertas del armario se hundieron un poco y la luz se apagó. Mi tía se había reclinado sobre la puerta.
Vito se echó hacia atrás, apoyándose en mí. Estábamos asustados, pues si a mi tía se le ocurría abrir la puerta, nos pillaría con una de mis manos en las tetas de Vito y la otra en su coño. Afortunadamente, tía Laura pronto se marchó. Ambos exhalamos un profundo suspiro de alivio.

 

Casi nos cogen – dijo Vito.
Sí, pero así es más excitante.
¡Estás loco! – me dijo levantándose – eres un maldito salido.
Venga Vito, si te gusta – dije yo, pensando que quería irse.
¡Pues claro que me gusta! – dijo para mi sorpresa – anda desabróchame el sujetador.

 

Yo me quedé paralizado. Ella se subió la falda hasta la cintura y se quitó las bragas.

 

Venga ¿a qué esperas?

 

Por fin reaccioné, trasteé un poco con el broche por encima de su vestido y logré abrirlo. Cada vez lo hacía mejor.

 

Venga, bájate los pantalones.

 

Esta vez no tardé nada en obedecer. Mis pantalones y mis calzones quedaron en mis tobillos en un plis plas. Ella se dio la vuelta y en la oscuridad palpó hasta agarrar mi polla.

 

Ummm. No está nada mal para tu edad – dijo tironeando de ella.
Aaahhh.
Te gusta ¿eh?
………
Pues verás ahora.

 

Pegó su cuerpo al mío, separó bien las piernas y lentamente fue bajando sus caderas. Con una de sus manos, guiaba mi polla mientras con la otra separaba los labios de su coño. Se empaló por completo en mi picha. Estaba tan mojada que entró de un tirón, sin ninguna resistencia. Yo notaba cómo las paredes de su vagina se amoldaban por completo a mi miembro. Casi sentí el suspiro de alivio que debió de exhalar mi torturado miembro. Seguro que pensó: “Por fin, después de tanto tiempo, estoy en casa”.
En los últimos días había tenido muchas experiencias, muchas sensaciones, pero ninguna igual a sentir un buen coño apretando con fuerza mi polla. Sin duda alguna, el lugar natural de una verga es estar bien enterrada en un jugoso chocho.
Vito comenzó entonces a cabalgarme. Subía y bajaba. Yo llevé mis manos a su culo y apreté con fuerza. Ella se abrazó completamente a mi cuello, apretando sus tetas contra mi pecho. De vez en cuando, se separaba un poco y hundía su lengua en mi boca.
Era fantástico, había merecido la pena esperar. El ritmo se incrementaba cada vez más, nuestros gemidos sonaban cada vez más altos. Si alguien pasaba por el pasillo nos oiría sin duda, pero ¡qué coño importaba! ¡Estaba follando! ¡Ya no era virgen!
Seguimos, febriles, con lo nuestro. Vito apoyaba uno de sus pies en los estantes y el otro en el suelo, para ofrecerse más abierta a mí, para que llegara más hondo. Estábamos tan enloquecidos que en uno de los embites, el pié de Vito resbaló, yo no pude aguantar su peso y si no es porque ella se agarró a las paredes del armario, hubiéramos aterrizado los dos en el pasillo.

 

Esta postura es muy incómoda – dijo ella poniéndose en pié.

Mi polla, al salir de aquel coño, se quejó.

 

¿Y qué hacemos? – pregunté lastimeramente.
Tranquilo – me dijo.

 

A pesar de la oscuridad, noté perfectamente que sonreía.
Vito simplemente se dio la vuelta, quedando de espaldas a mí. Apoyó las manos en la jamba de la puerta y se ofreció a mí. Yo me agarré la polla de la base, manteniéndola vertical. Puse mi otra mano en su cadera, guiándola mientras bajaba su cuerpo.

 

¡Ay! ¡Guarro! Por ahí no – dijo riendo.
Lo siento Vito, noté que entraba y…
Eso otro día.

 

Separó una de sus manos de la puerta y la metió por entre sus piernas agarrándome la verga. Yo puse mis dos manos en sus caderas y esta vez fue ella la que fue apuntando mi miembro mientras se dejaba caer sobre mí.

 

Uuufff – resoplé.

 

Se la había vuelto a meter hasta el fondo.

 

Así estaremos mejor – dijo.

 

Con las manos apoyadas en la puerta y los dos pies en el suelo, la postura gozaba de mayor equilibrio. Además, tenía la ventaja de que mis manos quedaban libres, así que me apropié de sus tetas.
Vito comenzó a cabalgar de nuevo. La sensación era indescriptible. Yo, con los ojos cerrados, me dedicaba a sentirla profundamente. Mis manos, inconscientemente, amasaban sus pechos, tironeaban de sus pezones.

 

Diosss, ¡qué bueno! – gemía Vito.
Uuufff – respondía yo.

 

Desprendí una de mis manos de sus pechos y la llevé hasta su coño. Comencé a frotárselo vigorosamente. Podía sentir con mi mano cómo mi polla surgía y volvía a hundirse en sus entrañas una y otra vez. Esto le gustó mucho a Vito.

 

¡Así, así, rómpeme el coño! – gritaba.

 

En realidad era ella la que hacía todo el trabajo, así que apreté más fuerte sobre su chocho. Ella se echaba hacia atrás y girando la cabeza, me besaba, entrelazando su lengua con la mía
Sé que ella se corrió por lo menos dos veces durante aquel polvo. Lo notaba por cómo apretaba su coño, por el incremento de la humedad, por los gorgoteos que salían de sus labios, todo aquello contribuía a excitarme más, por lo que aumentaba la fuerza de mis caricias sobre su clítoris. Rápidamente fui aproximándome al clímax.

 

Vito, me corro… farfullé.
Espera – casi gritó.

 

Se puso en pié sacándose mi verga a punto de estallar del coño. Yo no aguanté más, mi polla entró en erupción. Como acababa de sacarla, su coño aún estaba junto a la punta de mi cipote, por lo que los lechazos fueron a parar contra él, mezclando mis jugos con los suyos. Me incorporé un poco, dirigiendo los últimos disparos contra su culo y su espalda. Por fin, acabé y volví a dejarme caer sobre los estantes.
Ella, agotada, volvió a sentarse en mi regazo, y yo me incliné, quedando acostado contra su espalda. Los dos resoplábamos cansados.

 

Avisa antes, joder – me dijo respirando entrecortadamente – quieres dejarme preñada o qué.
Perdona, no pensé…
Ya, tranquilo, no pasa nada.
Vito, ha sido maravilloso. ¿Podemos repetirlo?
¿Ahora? – dijo sorprendida – ¿no te cansas nunca?
Si no puede ser ahora, cuando sea.
Claro, hombre – rió – cuando quieras, pero ahora debo volver, seguro que se preguntan dónde estoy.
Bueno – dije algo decepcionado.

 

Ella notó el tono de mi voz.

 

En serio, ahora no puede ser. Tengo que volver al trabajo. Me escaqueé un rato cuando te vi entrar, pero ya va siendo demasiado.
¿Cómo?

 

Ella rió encantada.

 

¡Ay mi Oscar! Yo sabía que estabas aquí dentro.
¿En serio?
Sí. Y quería averiguar si eras tan bueno como Brigitte me ha dicho.

 

Yo estaba anonadado.

 

No puedo creerlo.
Pues claro tontín. Brigitte me ha estado contando vuestra aventurilla en el bosque y como me ha dicho que te habías quedado a medias me he dicho ¡Qué coño! ¡Vamos a catar al chaval!

 

Yo seguía alucinado.

 

Por cierto, dice Brigitte que le devuelvas las bragas.
Lo haré.
Bueno, ¿y qué te ha parecido?
Ha sido increíble.
Soy buena ¿eh?
La mejor.
¡Vaya! ¿Y has probado a muchas?
…………
Desde luego, has salido a tu abuelo – dijo besándome.
Oye, Vito.
Dime.
¿Qué hacía mi abuelo ahí fuera?
¿Tú que crees? Meterle mano a María.
Lo suponía.
Tu abuelo es increíble, a su edad. Aunque, la verdad, me ha sorprendido que se lo monte con María, con lo estirada que parece.
Cada mujer es un mundo – filosofé.
¡Caray! ¡Qué profundo!

 

Se puso en pié y comenzó a vestirse. Yo empecé a hacer lo mismo.

 

Vito…
¿Sí?
¿Te has acostado con mi abuelo?

 

Me miró en la oscuridad. Nuevamente noté que sus ojos brillaban.

 

Muchas veces – respondió – ¿cómo crees qué aprendí estas cosas?
Comprendo. Oye…
¿Ummm?
¿Qué tal he estado?

 

Me puso las manos en los hombros y me besó tiernamente.

 

Ha sido el mejor polvo de mi vida – dijo.

 

Tras esto, empujó las puertas del armario, desencajándolas. Echó un vistazo a los lados y se marchó. Yo me arreglé lo mejor que pude. Recogí los manteles que se habían caído al suelo y coloqué los demás. El armario desprendía un fuerte olor a sudor, a sexo, así que fui a la cocina, cogí unas cuantas bolas de alcanfor y las metí en el armario, cerrándolo después.
Me dirigí a la calle y allí me encontré a mi familia despidiéndose de los últimos invitados.

 

¿Dónde te has metido? – me preguntó Marta.
Por ahí, jugando al escondite – respondí.

 

Por fin se fueron todos. La gente contratada casi había acabado de recogerlo todo. Mi abuelo les dijo que ya estaba bien por ese día, que se fueran a sus casas, que el resto ya lo iríamos recogiendo nosotros. Les pagó generosamente, por lo que le dieron efusivamente las gracias y se marcharon.
Todos volvimos a entrar en la casa, comentando lo sucedido durante el día. Las mujeres hablaban alborozadas de los regalos, especialmente del collar de perlas. Al entrar, noté que mi abuelo miraba fijamente a mi tía Laura y que ella apartaba la mirada, como avergonzada.
Esto me recordó las palabras de mi abuelo sobre el “regalo”. Tenía una idea bastante clara acerca del asunto, pero no podía estar totalmente seguro. Quizás otro día lo hubiera dejado estar, pero aquel había sido el día de mi desvirgación y yo me sentía más seguro, más adulto.
Así que rondé a mi abuelo durante un rato, esperando a que se quedara solo. Por fin, se dirigió a su despacho, a fumarse un puro. Yo fui tras él. Lo alcancé justo en la puerta de la habitación.

 

Abuelo – le llamé.
¿Sí?
¿Puedo hablar contigo un segundo?
Claro, pasa.

 

Entramos en el despacho. Las luces estaban encendidas, supongo que habría mandado antes a alguien para que lo hiciera. Él se sentó a su mesa, un enorme escritorio de nogal situado al fondo de la sala. Abrió una caja y sacó un puro, que encendió usando una vela. Yo, cerré la puerta y acerqué una silla.

 

Dime, ¿qué quieres? – me dijo.
Abuelo, me dijiste que podía hablar contigo de cualquier cosa ¿verdad? Que no iba a haber secretos entre nosotros.

 

Él se enderezó en su sillón, parecía interesado.

 

Claro, Oscar. ¿Qué te pasa?

 

Yo decidí ir directamente al grano.

 

Hoy te he escuchado hablar con tía Laura de un segundo “regalo”.

 

Su cara se puso muy seria.

 

¿Cómo?
Abuelo, no disimules, te he oído perfectamente en dos ocasiones.
Comprendo. ¿Y qué?

 

Le miré directamente a los ojos.

 

Lo que quiero saber es si vas a acostarte con ella.

Me miró durante unos segundos. Yo no aparté la mirada. Entonces me dijo muy seriamente:

 

Así es.
Ya veo.

 

Nos quedamos callados unos instantes. Por fin, fue él quien rompió el silencio.

 

¿Te escandaliza mucho?
No – respondí.
Tu tía es una mujer muy hermosa.
Lo sé.

 

Volvimos a callar.

 

¿Desde cuando lo hacéis? – le interrogué.
La primera vez fue cuando tenía 15 años.

 

Mi abuelo tragó saliva antes de continuar.

 

Mira Oscar, no tengo por qué mentirte, así que te pido que me creas en esto. Yo no hice nada para intentar seducirla, fue ella la que me sedujo a mí.
Comprendo.
Es cierto. Cuando ella tenía esa edad me espiaba a escondidas, sin que yo lo supiera. A los 15 se tienen muchos deseos, muchos impulsos y ella decidió abandonarse a ellos, y tengo que decir que yo no me resistí.
……
Así pues, Laura estaba siempre en una cruel disyuntiva, por un lado estaba la estricta educación que tu abuela le había dado, una chica no podía ni soñar con el sexo, todo era represión de los instintos, de la naturaleza. Por otro lado estaba el deseo y yo fui su válvula de escape.
Quieres decir que se sentía culpable.
Exacto. En esa época lo pasaba mal, sólo parecía relajada cuando estaba conmigo. Yo pensé que podría liberarla, pero no lo logré del todo. Se sentía mal. Por eso se casó con Jean-Paul, para mantener una apariencia de honorabilidad.
¿Quieres decir que no le quería?
Sí le quería. Jean-Paul era una gran persona, pero no puedo asegurar que estuviera enamorada de él, pero ella sabía que casándose con él podría alejarse de mí, de las tentaciones.
Entiendo – asentí.
Por desgracia, su marido murió en Francia, dejándola con dos hijas.
Pero tenía dinero ¿no?
Sí, pero Francia no era su hogar, sin Jean-Paul nada la ataba allí, así que regresó.
¿Y reanudasteis vuestra relación?
Varios años después. De hecho, fue el año pasado. Y nuevamente, te juro que fue ella la que dio el primer paso.
Y todavía seguís.
No exactamente, verás sólo nos acostamos cuando ella quiere. Cuando lleva tiempo sin sexo, comienza a echarlo de menos, su cuerpo lo necesita, como el de cualquier mujer. En esos momentos, cuando el deseo supera a sus prejuicios, acude a mí, pero yo nunca voy detrás de ella.
Pero hoy sí lo has hecho.
Sí. Verás, desde hace algún tiempo he decidido acabar con esta situación. Laura no puede seguir así, reprimida, sintiéndose culpable por algo que es lo más natural del mundo.
Abuelo, que una mujer se acueste con su padre no es muy normal.
No me refiero al incesto, me refiero a atender las necesidades sexuales de su cuerpo. Por eso he decidido adoptar una posición activa, para obligarla a que reconozca que siente esos deseos, para que vea que no son malos, para desinhibirla. De hecho, si después no quiere volver a acostarse conmigo, pues perfecto, que se busque un hombre por ahí que la satisfaga. En serio, yo sólo quiero verla feliz y ahora mismo no lo es.
Es decir, una especie de tratamiento de “shock”. Obligarla a que reconozca lo que siente para librarla de sus miedos.
Exacto.
Pues la verdad, creo que es un buen plan. Seguro que funciona.
Espero que sí.
Si la madre se parece un poco a la hija, sin duda funcionará.

 

Mi abuelo me miró sorprendido. Entonces se echó a reír.

 

¡Ya comprendo! ¡Ya decía yo que últimamente Martita había cambiado mucho! ¡Menudo cabroncete estás hecho!
Je, je…
¿Te has acostado ya con ella?
No, pero falta un pelo. En cuanto tengamos una ocasión.
¡Pues esta noche hijo! Todo el mundo está cansado de la fiesta, dormirán profundamente.

 

Yo le miré muy serio.

 

Esta noche no, abuelo. Todavía está con la regla.
¡Ufff! ¡Vaya putada!
Además, esta noche quiero hacer otra cosa – dije mirándole a los ojos.
¿Cómo? – inquirió él.
Yo también quiero hacerle un regalo a tía Laura.

 

El rostro de mi abuelo se ensombreció levemente.

 

Abuelo. Si se acuesta con dos hombres en vez de con uno, sus inhibiciones desaparecerán más rápido ¿no crees?
No sé, Oscar.
Venga, abuelo, por favor.
Pero ella nunca aceptará hacerlo con los dos.
Tú mismo me dijiste que una mujer excitada hace cualquier cosa. Además, tenemos nuestro don. Con él sabremos si lo desea o no.

 

Esa respuesta dio de lleno en la diana.

 

Recuerda que te dije que yo no te ayudaría a conseguir mujeres…
Lo sé abuelo. Pero yo ya no soy virgen, he catado a varias hembras – exageré un poco – ya no existe el riesgo que me comentaste.

 

Aún dudó unos segundos, pero finalmente cedió.

 

Está bien, espérame luego en tu cuarto. Cuando todos duerman, yo iré a buscarte.
¿Y cómo lo haremos para convencer a tía Laura?
Ya se me ocurrirá algo. Ahora vete.

 

Yo salí disparado hacia mi cuarto. Me lavé bien y me puse el pijama. Antes de acostarme, me acordé de las bragas de Brigitte, así que las saqué del bolsillo del pantalón. Las llevé a mi nariz e inspiré, sintiendo el olor a hembra fuertemente impregnado en la prenda íntima. Aquello contribuyó a aumentar mi excitación, que ya era muy elevada por las perspectivas que esa noche se me presentaban. Escondí las bragas en lo más profundo de mi baúl, porque sabía que allí no tocaría nadie, pues era sólo para mis cosas y yo poseía la única llave.
De pronto, afuera resonó un trueno y la lluvia comenzó a golpear mi ventana. Me metí en la cama, a esperar que mi madre viniera a darme las buenas noches, cosa que hizo pronto, pues estaba cansada y quería acostarse ya. Al principio, agradecí el hecho de que viniera temprano, pero a la larga fue peor, pues el tiempo de espera de mi abuelo se alargó mucho. Allí estaba yo, arropado hasta el cuello, mirando hacia el techo mientras esperaba, escuchando la lluvia y con una erección tremenda, casi dolorosa.
Por fin, como a las dos de la mañana, mi puerta se abrió sigilosamente.

 

Oscar – susurró mi abuelo – ¿estás despierto?

 

Me incorporé de un salto en la cama, me calcé las zapatillas y salí tras mi abuelo.

 

Ve a mi cuarto y espérame allí – susurró.

 

Entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta del dormitorio de mi tía Laura. La abrió lentamente y entró, cerrando tras de sí.
Yo, en lugar de obedecer, arrimé con presteza mi ojo a la cerradura de la puerta. Por desgracia, mi tía debía tener las cortinas completamente cerradas, por lo que no se veía nada, así que pegué el oído a la puerta, para intentar captar lo que pasaba en el interior.

 

Buenas noches – oí que decía mi abuelo.
¿Qué haces aquí? – respondió mi tía.
Ya lo sabes.
¡Márchate, por favor!
Como quieras – dijo mi abuelo para mi sorpresa.

 

 
Noté que su mano agarraba el picaporte.

 

Si cambias de idea, te espero en mi cuarto y te haré gozar como nunca antes.

 

Mi tía no respondió.

 

Lleva las perlas, por favor – concluyó mi abuelo.

 

Como no tenía ganas de dar explicaciones, me levanté rápidamente y me fui hacia las escaleras, antes de que me viera mi abuelo. Su cuarto estaba en la planta baja, alejado de todos los demás (por razones obvias).
Corrí procurando no hacer ruido y entré en su dormitorio, sentándome en la cama a esperarle. Poco después, mi abuelo entraba en la habitación.

 

Ya está hecho – me dijo.
¿Crees que vendrá? – le pregunté.
Estoy seguro.

 

Entonces, comenzó a desabrocharse la chaquetilla del pijama.

 

¿Te importa ver a un hombre desnudo?
Me da igual – respondí – sólo me atraen las mujeres.
Me alegro – rió.

 

Él tras desnudarse, se metió en la cama y se sentó con la espalda pegada al respaldo, arropándose hasta la cintura.

 

He salido a ti – le dije de pronto.
Lo sé – respondió mirándome con afecto – Chico, si supieras el susto que me diste hoy.
¿Cuándo?
En la charla de antes, en mi despacho. Cuando te pusiste tan serio y empezaste a hablar de secretos y mujeres pensé que me ibas a decir algo como que te lo habías pensado bien y que preferías a los hombres.
¡ABUELO!

 

Él se rió con ganas.

 

Tranquilo, no te enfades, es que estoy tan orgulloso de ti, que siempre temo que algo lo estropee.
Sí, abuelo, ¿pero maricón yo?
No emplees esa palabra, que es muy fea – me dijo muy seriamente.
Bueno, yo no tengo nada en contra de los afeminados, pero… – en esos tiempos, no existían términos como gay u homosexual.
Bien que haces. Son personas como cualquier otra, sólo que sus gustos son diferentes. ¡Detesto la estupidez actual, con esa doble moral y tantas mentiras!

 

Como vemos, en materias de sexo mi abuelo iba 100 años adelantado a su época.

 

Sí, abuelo, yo opino lo mismo. Además cuantos más haya, ¡más mujeres para nosotros! – dije riendo.
¡La verdad es que no lo había pensado nunca! – rió él.

 

Pasó un rato y tía Laura no aparecía.

 

Abuelo, ¿seguro que va a venir?
Seguro. Con las mujeres nunca me equivoco.

 

Convencido por estas palabras, comencé a quitarme el pijama también.

 

No, Oscar, no te desnudes – me dijo.
¿Cómo?
He estado pensando. Si al entrar te ve aquí, se marchará seguro.
Entonces ¿qué hago?
Te esconderás en el armario. Ya te avisaré yo.

 

Abrí el armario que estaba tras de mí, frente a la cama. Era un gran armario de roble y en su interior había una cajonera. El abuelo había apilado un par de mantas sobre ella para que pudiera sentarme.

 

Desde ahí dentro podrás verlo todo y cuando tu tía esté a punto, yo te avisaré.

Mi tía seguía sin venir y yo me estaba poniendo nervioso.

 

¿No tarda mucho? – pregunté.
Tranquilo, ya vendrá…

 

Como para corroborar sus palabras, en ese momento sonaron dos leves golpes en la puerta. Mi abuelo me hizo gestos para que me escondiera. Yo me metí rápidamente en el armario y cerré la puerta, dejando una abertura para poder ver.

 

Adelante – dijo mi abuelo una vez se aseguró de que yo estaba listo.

 

Me asomé con cuidado por el hueco y vi cómo se abría lentamente la puerta de la habitación. Mi tía Laura entró en la habitación. Vestía una bata de seda de color claro, anudada en la cintura por una tira del mismo material. Al entrar, su muslo desnudo se mostró por entre los pliegues de la bata, revelando que no llevaba camisón. Llevaba el pelo recogido.

 

Bienvenida – dijo mi abuelo.

 

Pasaron unos segundos en los que mi tía permaneció delante de la puerta, sin hablar. Por fin dijo:

 

Apaga la luz, por favor.
No, esta noche quiero verte bien – replicó mi abuelo para mi alivio.

 

Ella dudó un instante, pero finalmente penetró totalmente en el cuarto, cerrando la puerta tras de sí. Se acercó hasta el borde de la cama y se quedó allí, de pié. Mi abuelo la miró de arriba abajo, y, bruscamente, dio un tirón de las sábanas que cayeron revueltas al suelo. Mi abuelo estaba completamente desnudo sobre la cama, con su miembro totalmente erecto.

 

Desnúdate – dijo.

 

Mi tía soltó el cinturón de su bata, y la dejó resbalar por sus hombros, cayendo al suelo. Ella se tapó los senos y el coño con las manos. Yo desde mi posición, la veía de espaldas. La recorrí con la mirada, deleitándome con sus larguísimas y espectaculares piernas, que terminaban en un excitante trasero, muy parecido al de su hija Andrea. Su espalda era también muy atractiva, con la piel muy blanca. Pude ver una extraña mancha sobre su hombro, pero no alcanzaba a ver lo que era.

 

Suéltate el pelo – continuó mi abuelo.

 

Ella separó sus manos de su cuerpo lentamente y las llevó a su nuca, deshaciéndose el moño. Su cabellera se deslizó por su espalda, era negrísima como la noche. El pelo no era excesivamente largo, sólo le llegaba a los omóplatos más o menos. Mi abuelo la contempló apreciativamente por unos segundos.

 

Bellísima – dijo – Date la vuelta.

 

Mi tía se volvió, quedando de frente a mí, con lo que pude admirar el resto de su cuerpo. Era una visión sublime. Sus piernas eran muy largas, con unos muslos torneados, perfectos. Para mi sorpresa, pude comprobar que mi tía también se afeitaba el pubis, aunque no tanto como Brigitte, supongo que fue una costumbre que adquirió en Francia. Sus senos eran grandes, redondeados, turgentes, con los pezones bien marcados apuntando al frente. Pude comprobar, excitado, que en su cuello estaba el collar de perlas que mi abuelo le había regalado. Si me quedaba alguna duda de si mi tía deseaba en verdad estar allí, el collar la disipó. Su rostro estaba tan bello como siempre, un leve rubor teñía sus mejillas y sus ojos despedían un extraño fulgor. Sin ninguna duda, estaba muy excitada. Lentamente, volvió a darse la vuelta.

 

Ven aquí – le dijo mi abuelo palmeando sobre la cama.

 

Ella se tumbó en la cama, junto a mi abuelo, mirándole a la cara. Él volvió a recorrerla con los ojos de los pies a la cabeza, deslizando una mano sobre su cuerpo. Un estremecimiento recorrió a mi tía Laura, que apartó la mirada avergonzada. Mi abuelo la tomó por la barbilla y giró su cabeza con delicadeza, acercando los labios a los suyos:

 

No tienes de qué avergonzarte – le dijo y la besó con pasión.

 

Yo estaba en el armario sin perderme detalle. Estaba muy excitado así que me la saqué del pijama y empecé a pajearme suavemente. Entonces recordé que no estaba allí para espiar, sino para participar, así que me aguanté las ganas y volvía a guardármela.
Mientras tanto, mi abuelo seguía besando a mi tía. Ella comenzó a responder, rodeando con sus brazos el cuello del viejo. Él se apartó de sus labios y comenzó a besarla por todas partes. Besó su frente, sus ojos, su nariz, las mejillas, fue bajando por el cuello, el pecho, los senos.
Mi tía no paraba de abrazarle y poco a poco empezaron a llegar hasta mí tenues gemidos que salían de su garganta, confundiéndose con el ruido de la lluvia que golpeaba en la ventana.
Mi abuelo siguió descendiendo, hasta situarse entre sus muslos. Ella trató de cerrarlos de repente, pero mi abuelo los sujetó con las manos y lo impidió. Volvió a separar bien sus piernas y hundió la cara en aquel precioso coño, que a esas alturas debía estar completamente encharcado.
Desde el armario, no podía ver las maniobras de mi abuelo, aunque me lo imaginaba bastante bien. El cuerpo del viejo me tapaba parte del espectáculo, por lo que sólo veía a mi tía de cintura para arriba. Se notaba que estaba disfrutando de aquello, se acariciaba los senos con una de sus manos, estrujándolos con fuerza; la otra mano estaba enganchada en el collar y lo estiraba hacia arriba, hasta su boca, metiéndolo entre sus labios, lamiendo las perlas. Tenía los ojos cerrados, la cara muy roja por la excitación. Su cuerpo se movía acompasadamente con los movimientos que mi abuelo hacía. Noté que ella abría sus piernas cada vez más, para que mi abuelo llegara más adentro.
Yo estaba que me subía por las paredes, los gemidos y suspiros de mi tía ya no eran bajos, sino que resonaban por todo el cuarto. También escuchaba el sonido de la lengua de mi abuelo al dar lametones. Hubiera dado cualquier cosa por intercambiar los papeles.
Mi tía estaba muy próxima al orgasmo, cuando, de repente, mi abuelo paró de comerle el coño y se incorporó. Mi tía lo miró con ojos suplicantes.

 

¿Qué pasa? – jadeó.
Vamos a probar un juego nuevo – dijo mi abuelo.
¿Cómo?
Date la vuelta.

 

Ella obedeció dubitativa, colocándose boca abajo. Mi abuelo se levantó de la cama y se dirigió a su mesilla, mientras mi tía lo seguía con la mirada. Pude ver el miembro de mi abuelo, durísimo, se veía que estaba tan excitado como yo. Mi abuelo abrió el cajón de la mesilla y sacó un pañuelo negro. Yo enseguida comprendí sus intenciones.
Se sentó en la cama y comenzó a vendarle los ojos a mi tía. Mi momento estaba a punto de llegar.

 

¿Qué haces? – preguntó ella agarrando el pañuelo.
Shissst. Déjame hacer – respondió él apartando sus manos.

 

Colocó el pañuelo sobre sus ojos y lo anudó en su nuca. Tras hacerlo, deslizó una mano por toda la espalda de mi tía, se entretuvo en su trasero y se hundió entre sus piernas.

 

Aahhh – gimió tía Laura.
Ponte a cuatro patas – dijo mi abuelo.

 

Ella obedeció y se colocó en esa postura; mientras, mi abuelo, no dejaba de estimularla con la mano. Entonces, me hizo un gesto con su mano libre. Yo, lentamente, salí del armario mientras mi abuelo se inclinaba sobre el oído de mi tía y le susurraba algo, supongo que para tapar el ruido que yo pudiese hacer.
Mi abuelo siguió diciéndole cosas al oído sin parar de masturbarla mientras yo me despojaba del pijama, cosa que no tardé en hacer ni un segundo. Mi miembro latía con desesperación, supongo que notaba que cerca había un coño chorreante. Mi tía, allí a cuatro patas, ofrecía un espectáculo maravilloso. Su pelo caía hacia delante, impidiéndome ver su rostro. Sus pechos colgaban, plenos, como fruta madura, con los pezones enhiestos, apetitosos.
Mi abuelo la besó en la espalda, cerca de la mancha que yo había visto antes. Era una mancha de nacimiento, parecida a una manzana. No sé por qué, pero aquel pequeño defecto la hacía más deseable, como si fuera más humana, menos celestial. Tras besarla, se puso de pié y me indicó con un gesto que ocupara su lugar.
Yo obedecí como un rayo. Me coloqué tras tía Laura y agarré sus nalgas con las manos, separándolas para poder ver así su coño. Supongo que ella notó algo diferente en el tacto de mis manos, porque echó su cabeza hacia atrás, como queriendo ver, pero la venda se lo impedía. Entonces hundí mi lengua en su raja, arrancándole un gritito de placer, con lo que fuera lo que fuese que hubiera notado dejó de importarle.
Hundió su rostro contra la almohada, para ahogar sus propios gemidos, levantando así un poco más el culo, ofreciéndose mejor a mí. Yo chupaba, lamía, tragaba todo lo que allí había, manteniendo sus piernas bien abiertas con mis manos.
Ella movía el trasero adelante y atrás, como follándose con mi lengua. Lamí todo lo que encontré a mi paso, subí por su raja hacia atrás, chupando su trasero, pasando mi lengua por su ano. Yo nunca había hecho eso antes, pero nadie tuvo que explicármelo, sabía que le iba a gustar.
Ella aceleró el ritmo de sus caderas, el clímax se aproximaba.
Entonces mi abuelo se aproximó a la cabecera de la cama y le quitó la venda. Mi tía aún tardó unos segundos en comprender que allí había dos personas con ella y no sólo una. Cuando la verdad penetró en su cerebro, miró hacia atrás rápidamente y descubrió horrorizada, que era su sobrinito el que con tanto arte le comía el coño.

 

¡Dios mío! – exclamó.
Shisss. Tranquila – le dijo mi abuelo, sentándose en la cabecera de la cama.
Pero cómo habéis podido… ¡Aaahhh!

 

Yo acababa de hundir un dedo profundamente en su coño. Ella siguió protestando, pero en ningún momento trató de apartarse. Mi abuelo se acercó a su cara, enarbolando su polla.

 

Chupa – dijo simplemente.

 

Mi tía nos miró con desesperación, primero a él, luego a mí. Yo había dejado de comerle el chocho, dejándola al borde del orgasmo y mi cabeza asomaba por encima de su culo mirando su rostro, sudoroso y jadeante.

 

Tita, por favor – gemí.
Esto no, no puede ser – dijo dubitativa.

 

Yo pasé lentamente mi mano por su raja, sintiendo el calor, la humedad. Ella se estremeció de placer.

 

Por favor – insistí – no te resistas.

 

Ella suspiró profundamente. Cerró los ojos durante un segundo. Cuando volvió a abrirlos pude notar que brillaban.

 

Fóllame, Oscar – dijo sonriendo con felicidad.
Claro, tita. Te quiero – le dije.
Y yo a ti.

 

Entonces miró a mi abuelo y le dijo:

 

Gracias papá.
De nada, mi niña – dijo él besándola dulcemente.
Tía Laura bajó la cabeza hasta la entrepierna del abuelo. Sin pensárselo dos veces, asió la polla del viejo y se la metió en la boca. Mi abuelo apoyó las manos en su cabeza, acompañando el ritmo de la mamada.
Yo no aguanté más. Traté de penetrarle el coño desde atrás, pero me faltaba experiencia, por lo que mi polla resbalaba por su vulva. Entonces noté que la mano de tía Laura aparecía entre sus piernas y me agarraba el pene, guiándome. Acercó mi polla hasta la entrada de su gruta y entonces, lentamente, la penetré.

 

Ughfgfhf.

 

Sonidos ininteligibles salían de su garganta, completamente llena con la polla de mi abuelo. Fue tan sólo penetrarla y mi tía se corrió. Noté el incremento de la humedad en su coño, fue alucinante. Al correrse, su cuerpo se tensó y desde luego mi abuelo lo notó.

 

¡Oh Dios! ¡Oh Dios! ¡Oh Dios! – repetía el viejo mientras apretaba la cabeza de su hija contra su regazo.

 

Creí que mi abuelo también se había corrido, pero no era así. De todas formas, no era asunto mío. Poco a poco, comencé a bombear en aquel glorioso coño. El placer fue sencillamente indescriptible, aquella mujer estaba creada para amar.
Su vagina apretaba con fuerza sobre mi miembro, que la horadaba sin compasión. Mi vientre palmeaba contra su trasero, produciendo un aplauso de lo más erótico, que se mezclaba con los chupetones, gemidos y suspiros que llenaban el cuarto. Mi tía movía también las caderas, aumentando el rozamiento, el placer, mientras sus labios subían y bajaban sobre la verga de mi abuelo.
De pronto, su cuerpo se tensó otra vez, estaba teniendo un segundo orgasmo muy cercano al primero. Aquello me excitó todavía más, por lo que aceleré el ritmo, cosa que mi tía agradeció a juzgar por la subida del volumen de sus gemidos.
Estuvimos así cerca de dos minutos, cuando tía Laura, increíblemente, se corrió por tercera vez, sólo que esta vez mi abuelo la acompañó. Eyaculó dentro de su boca. Mi tía, sorprendida, la extrajo de su garganta, empuñándola con la mano. Espesos pegotes de semen salían de su boca, cayendo sobre la cama, mientras la polla de mi abuelo expulsaba los últimos disparos, que iban a impactar contra ella, alcanzándola en la cara, en el cuello, en el pelo.
Yo aún aguanté unos instantes más y cuando noté que iba a entrar en erupción, se la saqué de dentro y me corrí sobre su culo, sus muslos y su espalda. Tía Laura se derrumbó de bruces sobre la cama y yo junto a ella. Estábamos los tres exhaustos, agotados, pero yo no quería que aquello acabara. Y no fue así.
Minutos después, mi tía se incorporó en la cama, poniéndose de rodillas.

 

Sois maravillosos – nos dijo.
Tú mucho más – respondí yo mientras mi abuelo asentía.

 

El hecho de verla allí, sobre la cama, desnuda, empapada de sudor y de semen hizo que mi miembro comenzara a reaccionar. Mi tía se dio cuenta y se inclinó sobre mí, comenzando a darme lametones en el pene. Éste poco a poco fue recuperando fuerzas y enseguida mi tía estaba haciéndome una decidida mamada. Yo miré a mi abuelo y vi que su polla era diestramente masajeada por la mano derecha de tía Laura, con lo que poco a poco iba recuperando también su vigor.
Cuando las dos estuvieron listas, mi tía cesó en sus actividades, volviendo a incorporarse en la cama. Mi polla protestó por aquello, pero mi tía no pensaba dejarnos así.

 

Papá, túmbate – dijo echándose hacia mi lado.

 

Mi abuelo se tumbó boca arriba en el centro del colchón. Mi tía pasó una pierna sobre él, quedando a horcajadas sobre su regazo. Se inclinó hacia delante y lo besó con pasión.

 

Métemela – dijo después.

 

Mi abuelo, con destreza, colocó la punta de su cipote en la entrada de la lujuriosa cueva, y su dueña se dejó caer de golpe, empalándose por completo.

 

¡AAAHHHH! – la exclamación de ambos fue simultánea.

 

Mi tía comenzó a mover las caderas lentamente, delante y atrás, hacia los lados. Mi abuelo la dejaba hacer, acariciando sus pechos. Yo, caliente, llevé una mano hasta mi miembro y empecé a pajearlo despacio, pues pensaba que me tocaba esperar.

 

Shisssst. Quieto – susurró mi tía apartando mi mano con las suyas – Deja que te la ensalive bien.

 

Tirando de mi miembro, hizo que me arrodillara junto a ella, de forma que mi polla quedó junto a su rostro. Entonces, se lo introdujo en la boca, reanudando la mamada. Yo apoyé las manos en su cabeza, dedicándome a disfrutar.
El ritmo de sus caderas era muy lento, era como si no estuviera realmente follando, sino sólo estimulando. Lo mismo podía decirse de la mamada que me hacía, usaba sólo sus labios y enseguida noté mucha humedad sobre mi polla. Entonces, la sacó de su boca y me susurró:

 

Ve detrás.

 

Yo, instintivamente, supe lo que ella deseaba. Volví a colocarme en su culo y separé sus nalgas. Podía ver la polla de mi abuelo penetrándola lentamente, pero mi objetivo era otro. Busqué su ano y comencé a rozarlo con la lengua, humedeciéndolo bien. Poco a poco, introduje un dedo en su interior, metiéndolo y sacándolo. Poco después penetré su ano con un segundo dedo y al momento, con un tercero. Seguí estimulándola lentamente, tratando de separar mis dedos un poco, para dilatarla. Ella gemía seductoramente:

 

Sí, asíiiii – siseaba.

 

Decidí que ya estaba lista. Como quiera que su saliva se había secado un poco sobre mi polla, llevé mi mano libre a su coño, empapándola bien y después me la pasé sobre el tronco, lubricándolo.
Por fin, me arrodillé tras ella. Al sacar los dedos, su ano quedó algo dilatado, así que apunté bien mi glande y empujé. Ella gritó, no sé si de placer o de dolor. Sólo la punta de mi cipote había penetrado, pero yo me paré, pues no sabía si le había hecho daño.

 

¿Te duele? – pregunté.
¡SÍ! ¡Pero no te pares! – me increpó ella.

 

De acuerdo, si eso era lo que quería… Agarré bien sus caderas con mis manos, y fui empujando lentamente. Mi polla iba desapareciendo poco a poco en su culo, estaba apretadísimo, era muy diferente a un coño. Se notaba que esa vía no era tan habitual, por lo estrecha que era.
Vi que ella se abrazaba con fuerza a mi abuelo, con los ojos muy cerrados, los dientes apretados en un rictus de dolor. Sus manos estaban entrelazadas con las de mi abuelo, agarrándolas tan fuertemente que sus nudillos se veían blancos. Pensé en detenerme, pero como ella no decía nada, decidí que lo mejor era terminar cuanto antes, así que de un empellón se la enterré hasta el fondo.

 

¡UAHHHH! ¡DIOSSSSS! ¡ME ROMPES! ¡NOOOO!

 

 
Yo, asustado, empecé a sacarla, pero ella no me dejó.

 

¡No, no la saques, por favor! – exclamó llevando sus brazos hacia atrás y sujetando mi culo.
¿Seguro?, pero si te duele.
¡Sí! Pero es taaaan bueeeno – dijo derrumbándose sobre el pecho de mi abuelo.

 

Así que volví a enterrársela de golpe.

 

¡UAAAHHH! ¡SÍIIIII! ¡SÍIIIIIIIII!

 

Noté claramente que experimentaba un nuevo orgasmo. Sus flujos brotaban de su coño, empapando los muslos de mi abuelo y las sábanas.
Tras correrse, se quedó muy quieta, echada sobre mi abuelo. Yo no me atrevía ni a moverme, para no hacerle daño. La verdad es que yo estaba en la gloria, su culo apretaba fuertemente sobre mi miembro, podía incluso sentir la verga de mi abuelo presionando contra la mía, como si sólo las separase una fina pared.
Por fin, mi tía pareció reaccionar y comenzó un suave vaivén con las caderas. Yo, animado, comencé a penetrarla despacito, con delicadeza. Entonces, me di cuenta de que había sangrado un poco por el ano. Asustado, se lo dije:

 

No te preocupes mi amor – dijo suspirando – es normal cuando te desvirgan.

 

¡Era la primera vez que la sodomizaban! ¡Yo era el primero! Aquello me llenó de inexplicable orgullo, así que empecé a embestir con más fuerza. Mi tía se lo pasaba cada vez mejor, parecía que el dolor había quedado ya muy atrás.

 

¡Así! ¡Así! Muy bien mi niño. ¡Vamos papá!

 

El ritmo se incrementaba cada vez más. Creí que me iba a volver loco de placer. Yo gemía, mi abuelo gruñía y mi tía prácticamente berreaba.

 

¡DIOS! ¡DIOS! – repetía.

 

De pronto mi abuelo gritó:

 

¡Quita! ¡Quita! ¡No puedo más! – tratando de apartarnos.
¡No te pares papá! ¡No pares! – gritó ella.
¡LAURAAA! – chillaba mi abuelo mientras se corría en el interior de su hija.

 

El orgasmo del abuelo pareció precipitar el de mi tía, que chillaba enloquecida.

 

¡Me corro! ¡Me corro! ¡ME CORRO!

 

Al hacerlo, su cuerpo se estremeció, su ano se contrajo, apretando de tal forma mi verga que no pude aguantar más. Eyaculé con violencia en su interior, sentía mi propio semen resbalando sobre mi polla.
Aquellos orgasmos en cadena no dejaron agotados. Nos quedamos así, quietos, unos sobre otros, con los miembros bien enterrados en los orificios de tía Laura mientras iban perdiendo volumen.
Finalmente, me dejé caer a un lado, sacando mi cansado pene de su interior. De su ano brotó mi esperma, ahora que ya nada se lo impedía. Sobre las sábanas quedó una mancha de semen, sangre y una sustancia oscura en la que prefiero no pensar.
Mi tía también descabalgó a su padre, quedando tumbada entre los dos. Se incorporó lentamente y nos besó en los labios, primero a uno y después al otro.

 

Os quiero – dijo, mientras sus pechos subían y bajaban por su respiración entrecortada. Estaba simplemente hermosa.
Y yo a ti – dijimos nosotros al unísono, llevando cada uno una mano a aquellos lujuriosos senos, acariciándolos con ternura.

 

Por fin, se tumbó entre nosotros, pasando sus brazos bajo nuestros cuellos, abrazándonos a ambos. Yo me puse de lado, pasando una pierna por encima de la suya, de forma que mi miembro reposara contra su muslo. Mi cabeza descansó sobre su pecho.

 

Buenas noches tía Laura.
A partir de ahora llámame sólo Laura – dijo ella besándome en el pelo.
De acuerdo. ¡Laura! – dije con dulzura.

 

Mi abuelo no dijo nada…
No sé cómo lo hicieron, pero lo cierto es que a la mañana siguiente amanecí en mi propia cama, completamente desnudo bajo las sábanas.
Continuará.
TALIBOS
 
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ernestalibos@hotmail.com

 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: Casanova (04: La Tormenta) (POR TALIBOS)

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CASANOVA: (4ª parte)
LA TORMENTA:
Los siguientes días fueron tranquilos. Poco a poco, la vida iba retomando su p
ulso en la casa tras el ajetreo de la fiesta. El servicio estuvo un par de días bastante atareado, recogiendo los restos de la celebración y limpiándolo todo.
En esos días, ir a la parte trasera de la casa era sumergirse en un mar de tendederos llenos de manteles, servilletas, sábanas… Apenas se podía caminar. Además, los días amanecían nublados, aunque no llovía, por lo que la ropa tardaba en secar. Nadie paraba ni un segundo, en especial las criadas, por lo que no tuve oportunidad de reanudar mis aventuras con ellas.
De todas formas, yo también andaba liado. Dickie se empeñó en que había que recuperar el tiempo perdido con las clases, así que todos los días me daba una hora extra, con lo que las mañanas las tenía ocupadas por completo. Por las tardes, hacía lo mismo con las chicas, así que durante un par de días apenas me crucé con Marta, sólo en las comidas, y no tuvimos oportunidad de quedarnos a solas.
La que sí que cambió profundamente fue mi tía Laura. Yo la veía trajinando por la casa, ayudando en la limpieza, canturreando. Parecía otra. Noté que frecuentemente se encerraba con mi abuelo en el despacho, pero me consta que no hicieron nada raro, pues siempre que me acerqué a ver, estaban simplemente charlando. De hecho, años después mi abuelo me comentó que la noche del cumpleaños de Laura fue la última vez que se acostaron juntos, y yo le creo. Habíamos logrado transformar a tía Laura en otra persona, más feliz, más vital, disfrutando de la vida. Siempre he estado orgulloso de mi granito de arena en ese tema. Pero, volvamos a mi historia.
Llevaba yo pues, dos días sin ningún tipo de escarceo. El primer día no me importó, ya que la jornada interior había sido increíble y me encontraba bastante satisfecho, pero a partir del segundo, mi instinto volvió a despertar, pero no había forma de aliviarlo.
La noche del segundo día yo andaba ya bastante mal. Ya había probado los manjares de la vida y quería más. Mi mente se había dedicado a rememorar los intensos sucesos de los últimos tiempos, lo que me había provocado un grado de excitación bastante notable. Estaba en mi cama, con el pene durísimo, acariciándomelo cansinamente. De hecho, lo que hacía era sopesar la posibilidad de ir al cuarto de Marta o al de Marina, o incluso al de tía Laura, pero el azar me lo impidió.
Resultó que esa noche se puso enferma mi prima Andrea, nada grave, un cólico o no sé qué, pero se pasó la noche vomitando. Por esto tanto mi tía como mi madre se turnaron vigilándola, impidiendo así que yo saliera de mi cuarto, pues siempre una de las dos estaba despierta.
Bastante enfadado, tuve que conformarme con hacerme una paja, aunque para mí, el placer solitario siempre ha sido un pobre sustituto del sexo, pero qué podía yo hacer si no.
Pasé una noche bastante mala, a mi insatisfacción sexual, se unían los continuos ruidos en el pasillo, y como tengo el sueño muy ligero, apenas si pegué ojo. Por esto, a la mañana siguiente no me desperté temprano como solía.
Era por la mañana. Yo estaba bastante cansado y abrí lentamente los ojos. Me sorprendí bastante al encontrar junto a mi cama a mi hermana Marina. Al despertarme, me encontré con ella inclinada sobre mí, pero se incorporó bruscamente con el rostro bastante rojo.

 Ya era hora de que te despertaras – me dijo.

Buenos días – dije yo bostezando – ¿Qué haces aquí?
Me ha mandado mamá a levantarte. Ha dicho que bajes rápido a desayunar, que Mrs. Dickinson te espera.

Yo me desperecé lentamente. La verdad era que no tenía muchas ganas de levantarme, quería remolonear un poco, así que cogí las mantas y me arropé hasta el cuello.

 Un ratito máaas… – dije.

Vamos, niño, levanta – dijo Marina agarrando las mantas.

 Yo, al notar que me desarropaban, di un brusco tirón de las sábanas, lo que pilló a Marina por sorpresa, por lo que cayó hacia delante. No se cayó realmente, sólo perdió un poco el equilibrio, y apoyó una mano en mi pecho para no caerse. Fue todo muy inocente, no había pasado nada malo, pero noté cómo su rostro volvía a enrojecer.

Se incorporó con presteza, arreglándose el vestido, aunque éste no se le había arrugado en absoluto. Sin mirarme a los ojos me dijo:

 Pareces tonto. Casi me tiras.

Lo siento, es sólo que no tengo ganas de levantarme.
Al mirarla y verla allí, ligeramente ruborizada sin saber por qué, nerviosa, esquiva, me di cuenta de lo realmente hermosa que era. Me quedé mirándola fijamente al rostro durante unos segundos, hasta que se sintió incómoda.
Se puede saber qué miras – me dijo.
A ti – contesté yo. 
Yo esperaba que esa respuesta la hiciera enrojecer aún más, pero logró controlarse, parecía tener ganas de jugar.

¿Ah, sí? ¿Y por qué me miras?

Porque estás muy buena.
Eres un cerdo – me espetó.
¿Por qué?, sólo digo que eres muy guapa.

Si quería jugar, por mí que no fuera. Decidí continuar con mis tácticas de provocación, pero esta vez no podría fingir estar dormida. Las sábanas me cubrían hasta el pecho, así que las subí un poco más, hasta el cuello. Deslicé mis manos bajo ellas y liberé mi pene del pijama, que como todas las mañanas se encontraba bien enhiesto. Comencé a pajearme bajo las mantas, procurando que se notara perfectamente lo que hacía. Marina me miró anonadada, por un segundo pareció ir a salir disparada de la habitación, pero la excitación pudo más, así que decidió seguir fingiendo que nada pasaba, era su forma de enfrentarse a los deseos que sentía.

 ¿Te vas a levantar o no? – dijo con voz entrecortada.

De acuerdo.

Bruscamente, me incorporé sobre el colchón, con lo que las mantas cayeron en mi regazo. Mi mano apareció entonces empuñando firmemente mi polla ante los asombrados ojos de mi hermana, que se quedó mirando unos segundos. Aquello fue demasiado para ella, se dio la vuelta y salió como una exhalación del cuarto, dando un portazo.
Yo me quedé allí, con la polla en la mano y con cara de tonto. Por un momento me preocupó la posibilidad de que Marina fuera con el cuento a mi madre, pero sin saber por qué, supe que no lo iba a hacer.
Decidí levantarme, antes de que vinieran de nuevo en mi busca, me aseé y me vestí, bajando después a desayunar. Las clases matutinas fueron especialmente tediosas, no podía concentrarme en los estudios y la mañana se me fue echándole disimuladas miradas a Dickie, que estaba tan buena como siempre.
Por fin, llegó la hora de comer y toda la familia se reunió a la mesa, en el salón grande. La comida transcurrió sin incidentes, pero noté que los adultos estaban conversando sobre una cena.

 

Perdona, mamá – dije – ¿de qué habláis?
No es nada, cariño. Esta noche vamos a ir a cenar a casa de los Benítez. Esta mañana ha llegado un mensaje invitándonos – me contestó ella.
Ah, vale.

 

¡Qué rollo! Ir a cenar a casa del capullo de Ramón no me apetecía en absoluto. Entonces se me ocurrió, si conseguía que Marta y yo nos quedáramos… Tras almorzar, me decidí a abordar a mi madre:

 

Mamá.
¿Sí?
¿Te importa si no voy esta noche a la cena?
¿Por qué no?
No me apetece nada, además, tengo que estudiar.
Ya – dijo ella riendo – eso no me lo creo.

 

Me di cuenta de que pisaba terreno pantanoso, lo de los estudios no iba a colar. Puse cara seria y dije:

 

Mira, la verdad es que no soporto al imbécil de Ramón.
¡Niño! – dijo mi madre horrorizada.
Lo siento mamá, pero es la verdad. Es muy pedante y me cae fatal. No tengo ganas de pasar la noche aguantándolo.

 

Mi madre me miró divertida.

 

Vaya, me sorprendes. No sabía que a tu edad ya tuvieras enemigos.
Venga, no te burles. Además, reconoce que Ramón tampoco te cae demasiado bien.

 

Mi madre se puso seria.

 

No digas esas cosas.
De acuerdo, perdona. Pero, ¿puedo quedarme, por favor? – dije con mi mejor sonrisa de niño bueno.
Bueeeno – dijo riendo – Le diré a Mrs. Dickinson que te eche un ojo.
¡Gracias! – exclamé abrazándola impulsivamente.
Eres un bribonzuelo – me dijo ella alejándose.

 

La primera parte del plan estaba echa, sólo faltaba la segunda: Marta. Para mi sorpresa, ella me dijo que quería ir a la cena.

 

¿Cómo? – dije decepcionado cuando por fin la encontré y le comuniqué mi plan.
Que voy a ir a la cena – me repitió.
Pero, ¿por qué?
Porque quiero aclarar las cosas con Ramón. Tengo que hablar con él.

 

Parecía muy seria, así que decidí no insistir. Apesadumbrado, la dejé sola, pues sus clases estaban a punto de empezar. Salí a la calle, a dar un paseo, dándole vueltas a lo que podía hacer por la noche. Pensé en Vito, pero por la noche no iba a estar, pues mi abuelo les había dado la noche libre a las cocineras y a las criadas. Entonces me di cuenta, ¡esa noche se iba todo el mundo!

 

¡Vaya rollo! – pensé – me voy a quedar solo.

 

¿Solo? De eso nada. Aún me quedaba Mrs. Dickinson. Desde que la sorprendí en el pueblo había estado muy amable conmigo, quizás lograra algo por ese lado. Dediqué el resto de la tarde a vagar por ahí, dándole vueltas a la cabeza. A eso de las siete, mi familia estaba lista para irse:

 

Pórtate bien – me dijo mi madre – si no lo haces Mrs. Dickinson me lo dirá y te vas a enterar.
Tranquila – contesté dándole un beso.

 

Las cinco mujeres (mi madre, mi tía y las chicas) se apretujaron como pudieron en el coche conducido por Nicolás. Tanto mi padre como mi abuelo iban a caballo.
Por fin se marcharon. Mrs. Dickinson se fue a su cuarto, no sin advertirme que me portara bien. Yo no tenía nada que hacer hasta la hora de la cena, por lo que pensé en ir a charlar con Antonio, pero cuando me disponía a hacerlo empezó a llover con fuerza. No me quedaba más remedio que meterme en la casa.
Tras pensarlo un rato, decidí ir a la biblioteca del abuelo a por un libro. Era algo que hacía muy a menudo, pues leer siempre me ha gustado mucho. Entonces, mis favoritos eran los libros de aventuras, en especial los de Emilio Salgari. Fui a mi cuarto a recoger el ejemplar de “La Isla del Tesoro” de Stevenson, que acababa de terminar para cambiarlo por otro.
Devolví el libro a su lugar y me puse a mirar por los estantes. Estuve bastante rato repasando volúmenes, escuchando el agua golpetear contra las ventanas. Dickie pasó a ver lo que estaba haciendo, pero como me estaba portando bien, se marchó enseguida. Estaba enfrascado en mis cosas cuando oí voces en la escalera. Me acerqué a la puerta y escuché a Dickie conversando con Nicolás, que al parecer ya había vuelto.

 

Me ha costado bastante volver por el camino – decía Nicolás.
Entonces, ¿qué van a hacer?
Probablemente se queden allí a pasar la noche.

 

Yo salí del despacho – biblioteca de mi abuelo y les interrumpí.

 

¿Hola Nicolás – dije – ¿Qué es lo que pasa?
Hola Oscar. No pasa nada, es que tu abuelo me ha dicho que si sigue lloviendo así, no van a poder volver. Desde luego el coche no va a poder pasar por esos caminos, sobre todo por el tramo de los Benítez que está muy mal.
Entonces…
Si no escampa, no podré ir a por ellos, así que me dijeron que en ese caso se quedarían a dormir en casa de los Benítez.
Comprendo.
Me dijo tu madre que te vayas a la cama temprano, que no aproveches que ella no está para hacer de las tuyas.
Y adónde voy a ir con la que está cayendo – dije un poco enfadado.
A mí no me mires – dijo él encogiéndose de hombros – Yo sólo soy el mensajero. Y ahora si me disculpan, tomaré un bocado y me iré a mi cuarto. Si para de llover intentaré coger el coche.
 
Nicolás bajó la escalera y fue hacia la cocina.

 

Bueno, pues estamos los dos solos – me dijo Dickie.
Sí – contesté yo un poco azorado.
¿Tienes hambre?
Todavía no. Además, aún no he encontrado un libro que me guste.
Vale. Pues voy a mi cuarto, que estoy acabando un libro muy interesante. Cuando tengas hambre, avísame.
De acuerdo.

 

En ese momento un formidable trueno restalló en el exterior. Ambos dimos un respingo de sorpresa.

 

Uf, vaya susto – dijo ella.
Sí.

 

Mrs. Dickinson se marchó. Su dormitorio estaba en el segundo piso como los de la familia, aunque un poco apartado, mientras que los del resto del servicio estaban abajo, en el lado de la cocina. El de mi abuelo en cambio, estaba en el otro ala, totalmente alejado de los demás.
Volví a la biblioteca a mirar libros. Pero no encontraba nada interesante. Pero claro, yo era aún muy bajo para revisar los estantes superiores, así que decidí echarles un vistazo. Cogí la pequeña escalera que tenía mi abuelo para esas cosas y me subí (si mi madre me hubiera visto sin duda se habría enfadado). Comencé a repasar los libros de arriba, pero nada me gustaba. Eran libros demasiado adultos para mí, política, filosofía… Escogí uno al azar y lo abrí.
El título del libro era “Estructura socioeconómica” o algo así, eché un rápido vistazo al texto y leí más o menos esto: “…acariciando sus pechos con fuerza, amasándolos salvajemente. Dora lloraba desconsolada mientras el malvado rufián se apoderaba de su…” Casi me caigo de la escalera.
Rápidamente, bajé de la escalera y me senté en el sillón del abuelo para mirar el libro. Resultó ser una novela erótica, hoy diríamos que pornográfica, metida en unas cubiertas falsas. Dejé el libro y volví a subirme en la escalera. Pude comprobar así que todos los demás libros del estante eran del mismo estilo.

 

¡Joder con el abuelo! – pensé.

 

Volví a bajar y continué con la lectura. Era un relato bastante excitante sobre un tipo que violaba mujeres en la ciudad. Decidí llevármelo a mi cuarto para leerlo después.
Tras esconder bien el libro, fui a avisar a Dickie, pues ya tenía hambre. Me dirigí a su habitación, comprobando que ella ya se había encargado de encender las lámparas del pasillo. Golpeé suavemente en su puerta.

 

Pasa – me dijo a través de la puerta.

 

Yo abrí con cuidado y entré. Estaba sentada en un butacón con un libro sobre las rodillas.

 

¿Ya tienes hambre? – preguntó.
Sí.
Espera un minuto, me falta sólo una página.

 

Yo me quedé allí de pié, esperando. Ella terminó enseguida.

 

¡Magnífico! – dijo cerrando el libro con un suspiro de satisfacción.
¿Le ha gustado?
Sí, mucho.
¿Cómo se titula?
Rimas y Leyendas, de Bécquer.
¡Ah, sí! Es verdad que es muy bueno. Pero me gustan más las leyendas, la poesía no la entiendo bien.
¿Lo has leído? – me dijo sorprendida.
Claro.
Eso está muy bien.

 

Dickie se levantó y dejó el libro sobre una mesa.

 

Luego iré a por otro. Vamos – me dijo.

 

Fuimos juntos a la cocina. Yo me senté a la mesa, mirándola, mientras ella trasteaba con los platos que había dejado preparados Luisa antes de marcharse. Siempre me ha gustado observar a una mujer trabajando en la cocina.
Nos pusimos a cenar, charlando alegremente sobre muchas cosas, los estudios, su país, libros… Así me enteré de que su nombre de pila era Helen, cosa que yo no sabía aunque ella me daba clases desde hacía tiempo. Además, me insistió en que la tuteara.

 

…Pues sí, me ha gustado bastante vuestro Bécquer – me decía – Ahora después buscaré algo más de él.
Sí, seguro que el abuelo tiene más obras suyas.
Luego iré a cambiar el libro por otro. ¿Y tú qué has cogido?
¿Yo? Eh… – me quedé un instante en blanco – …pues… una novela de Julio Verne.
¡Ah!, los chicos siempre pensando en aventuras.
Y en otras cosas – dije yo enigmáticamente.

 

Dickie se quedó mirándome perpleja durante un segundo, pero no le dio mayor importancia. Agitando la cabeza me dijo:

 

Vamos a lavar los platos.
Vale.
 
Recogimos la mesa mientras yo le daba vueltas en la cabeza a una interesante idea. Así que Dickie iba a coger un libro… Ya veríamos.
Mientras fregábamos, le pregunté por su prometido.

 

¡Oh! – dijo un tanto sorprendida – Hace tiempo que no le veo.
Desde el día de la estación, supongo.
¿Y tú cómo lo sabes? – dijo interrogadora.
Porque desde entonces no has vuelto a ir a ningún sitio.
Ah, claro.

 

Dickie me miró un tanto seria y me preguntó.

 

Oscar, no le habrás contado a nadie lo de la estación ¿verdad?
A nadie – contesté – Ya te dije que no lo haría.

 

Mi respuesta, firme y segura (además de cierta) la convenció, con lo que se disiparon sus temores, así que seguimos hablando. Charlamos un poco sobre él, pero yo notaba que me estaba mintiendo. Sus respuestas sonaban, no sé, improvisadas. Incluso en un par de ocasiones se contradijo. Yo fingía no darme cuenta de nada y que me estaba creyendo todo lo que ella me decía, pero aquello no hacía sino confirmar mi idea de que aquel tipo no era su prometido, sino sólo su amante. Eso significaba que Dickie llevaba una buena temporada sin su dosis de rabo. Esa noche iba a ser la mía, los dos allí solitos…
En ese momento la noche se iluminó, y un tremendo trueno restalló fuera.

 

Uf – dijo Dickie estremeciéndose – Odio estas tormentas. ¿A ti no te dan miedo?

 

En ese momento, mi mente elaboró un plan. Ya sabía lo que debía hacer.

 

No, no, a mí no me da miedo. Soy un hombre – le respondí, pero fingiendo estar un poco nervioso. Ella tragó el anzuelo.
Sí, sí, ya veo que nada te asusta – dijo riendo.

 

Terminamos de recogerlo todo y nos dispusimos a subir a nuestros cuartos. Dickie fue al suyo y yo salí disparado para el mío. Saqué “Estructura socioeconómica” de su escondite y regresé con él a la biblioteca. Con la escalera, volví a dejarlo en su sitio, pero asomando del estante, de forma que llamara la atención. Rápidamente, cogí una novela de Verne (las de aventuras estaban todas a mi alcance) y salí del cuarto.
Me escondí por allí cerca, vigilando la puerta de la biblioteca. Al poco apareció Dickie, con “Rimas y Leyendas” bajo el brazo y entró. Yo aguardé allí un rato y noté que ella se demoraba bastante, demasiado para dejar el libro y coger otro de Bécquer, puesto que estos estaban todos juntos. Así que mi plan debía estar dando resultado.
Por fin, Dickie reapareció. Parecía nerviosa y apretaba un par de libros contra su pecho. Se marchó con pasos rápidos en dirección a su cuarto, lo que yo aproveché para echar un vistazo rápido a la biblioteca. Efectivamente, “Estructura socioeconómica” ya no estaba en su sitio. Mi plan estaba saliendo perfecto.
Me largué de allí con presteza y fui a mi cuarto. Me puse el pijama y me metí en la cama. Justo a tiempo. Acababa de arroparme y coger la novela cuando golpearon en la puerta.

 

¿Puedo pasar? – dijo la voz de Dickie.
Sí, claro – contesté.

 

La puerta se abrió y entró Dickie. Iba en bata y bajo ésta se adivinaba su camisón. Llevaba un candelabro en una mano.

 

Pasaba para desearte buenas noches – dijo.
Buenas noches – contesté yo.

 

Un nuevo trueno retumbó con fuerza. Yo di un respingo y me arropé más arriba, fingiendo temor. Dickie se reía.

 

Ya veo que no te da miedo la tormenta.
No es eso, es que tengo frío – dije bajando un poco las sábanas mientras ponía cara de niño enfurruñado.
Vale, vale – dijo sonriendo – Buenas noches, entonces. No leas hasta muy tarde.
De acuerdo. Buenas noches.

 

Salió cerrando la puerta tras de si. Yo sabía que a continuación iría a su cuarto a estudiar socioeconomía, pero primero tenía que revisar la casa, cerrando ventanas y apagando luces, por lo que decidí darle una hora antes de poner en marcha la segunda parte de mi plan. Para entretenerme, inicié la lectura de la novela de Verne, “Viaje al centro de la Tierra”. Por fortuna, la tormenta arreciaba cada vez más, lo que favorecía enormemente mis intenciones. Tras leer unos cuantos capítulos, decidí que Dickie debía de estar ya a punto, así que me levanté y cogí la vela. Tras pensarlo unos segundos decidí llevarme también mi almohada, pues me daba un aire, no sé, desamparado.
Así pues, alumbrándome con la vela y arrastrando una almohada me dirigí al cuarto de mi tutora. Al llegar a su puerta, respiré hondo y golpeé con los nudillos.

 

¿Quién es? – me respondió su voz con tono sorprendido.
Soy yo, Mrs. Dickinson – respondí en tono temeroso.
Pasa.

 

Yo abrí la puerta lentamente, tratando de ofrecer una imagen bien patética. Dickie estaba en su cama, con la espalda apoyada en la almohada y con un libro en su regazo. Las sábanas la tapaban hasta la cintura, con lo que sus enormes pechos se ofrecían a mi vista embutidos tan sólo en su camisón, al que amenazaban con reventar. Y ¡premio!, incluso desde la puerta podía distinguir cómo sus pezones se marcaban duros contra la tela, lo que me reveló sin lugar a dudas la naturaleza del libro que estaba leyendo.

 

¿Qué quieres? – me dijo un tanto seca.
Yo… disculpe. Es que yo… Bueno… Estaba allí solo y… la tormenta y eso… – balbuceé.

 

Dickie se rió suavemente.

 

Ya comprendo, no tienes miedo de la tormenta pero… digamos que has venido a ver si yo me encontraba bien – bromeó.

 

Yo decidí seguirle el juego.

 

Sí, eso – dije ilusionado.

 

Ella me miró divertida durante un segundo.

 

Vamos, vamos, Oscar. Déjalo ya, es normal que te dé susto una tormenta tan fuerte, y además, allí solo, con todas las habitaciones vacías.
Bueno, yo… – dije simulando azoramiento.
¿Quieres dormir conmigo?

 

¡SÍ! ¡Lo había logrado! Tenía ganas de gritar.

 

Bueno, si no le importa – dije abrazando la almohada.
Anda, vente – dijo Dickie palmeando la cama.

 

Yo salí como un cohete, dejando mi almohada en el suelo. Abrí las sábanas y me metí debajo, arropándome hasta el cuello. La cama era grande y cómoda, pero yo procuré acostarme cerca de ella.

 

Tú duérmete – me dijo – que yo voy a leer un rato.
Vale.

 

Abrió el cajón de su mesita de noche y cambió el libro que sostenía por otro. Sin duda, no le pareció adecuado leer una novela erótica conmigo al lado, así que lo cambió por el otro que había cogido. Se incorporó un poco, quedando reclinada sobra la almohada y sosteniendo el libro en su regazo. Enseguida se enfrascó en la lectura. Yo, tumbado a su lado, sólo tenía que esperar mi oportunidad, y ésta no tardó en presentarse. Un enorme trueno resonó, y yo dando un respingo, me abracé fuertemente a Dickie.

 

¡Ey! – exclamó sorprendida.
Lo siento señorita – dije sin soltarla – ¿le importa si la abrazo?

 

Ella dudó unos segundos, pero decidió que no había nada malo.

 

Bueno, pero duérmete ya.

 

Quedé pegado a su cuerpo como una lapa, con mi brazo izquierdo abrazado a su cintura. Ella, por comodidad, rodeó mi cuello con su brazo, de forma que mi cara quedó recostada contra su pecho. Coloqué mi pelvis apoyada contra su muslo. Estaba en la gloria, sus tetas eran mejor que cualquier almohada.
Ahora debía controlarme un poco, no podía atacar directamente, pues en ese caso ella me rechazaría. Debía dejar que se relajara un tanto y que siguiera con su lectura, para ir poco a poco y que sus defensas bajaran. Esto es muy fácil de decir, pero hacerlo fue un infierno. El calor de su cuerpo rodeaba el mío, calentándome, excitándome. Su simple respiración me enervaba, pues su pecho subía y bajaba acompasadamente y con él, mi cabeza que reposaba apoyada. Sus piernas se movían de tanto en cuanto, frotando su muslo contra mi entrepierna, que yo luchaba por mantener relajada. Pero lo peor era cuando abría los ojos, pues se encontraban directamente frente a su teta derecha. Así pude apreciar su enorme tamaño. Me di cuenta de que eran mayores incluso que las de Luisa; sin duda Dickie era la reina en cuanto a volumen mamario de toda la casa. Su camisón no tenía botones en el cuello, sino un trenzado de cordones, estilo corpiño. Por esto, y al estar tan tenso el camisón debido a la cantidad de carne que albergaba, se ofrecía a mi mirada un generoso escote, que me permitía contemplar una buena porción de pecho desnudo, lo que resultaba de lo más erótico.
Naturalmente, mi lucha era en vano. Aunque resistí heroicamente durante un rato, finalmente las hormonas pudieron más, y mi polla fue endureciéndose poco a poco, apretándose fuertemente contra el muslo de Dickie. Por supuesto, ella lo notó, pero no dijo, nada y siguió leyendo su libro.
Esto me envalentonó, por lo que disimuladamente, fui apretando cada vez más mi erección contra su pierna. Mis ojos buscaron su rostro y pude comprobar como un tenue rubor teñía sus mejillas. De vez en cuando desviaba su mirada hacia mí, pero claro no sabía cómo llamarme la atención por lo que estaba sucediendo, pues para ella yo no era sino un simple niño asustadizo, y ¿cómo decirme que apartara la polla de su pierna?
Decidí seguir así por un rato, esperando a ver qué hacía ella. La situación era de lo más erótica, yo, allí con el pito como una roca arrimado a su muslamen y ella como si nada. ¿Como si nada? No. La situación estaba comenzando sin duda a excitarla. Mi cabeza reposaba contra su pecho, y podía notar perfectamente cómo se había incrementado el ritmo de su corazón. Además, sus pezones seguían rígidos, duros, marcados contra su camisón.
Dickie seguía leyendo, aunque me di cuenta de que llevaba más de cinco minutos sin pasar de página, ¡qué lectora más lenta!
Ya era hora de dar el siguiente paso, me separé levemente de su cuerpo serrano y me incorporé apoyándome en un codo. Ella ni siquiera me miró, siguió “enfrascada” en su libro.

 

Helen – la llamé suavemente.
¿Ummm? – respondió sin apartar los ojos de su lectura.
¿Vamos a seguir mucho rato así?
¿Cómo dices? – me dijo mirándome con sorpresa.
Que si vamos a seguir haciendo mucho rato el tonto – insistí con el tono más adulto que fui capaz de articular.
No… no te comprendo – balbuceó.

 

Yo me incorporé por completo, arrodillándome sobre el colchón, de forma que mi paquete quedara bien a su vista.

 

Venga, no disimules, me refiero a esto – dije señalándome el miembro con un dedo.

 

Ella se enfadó y me dio una bofetada. El libro cayó de su regazo al suelo con un ruido sordo.

 

¡Serás sinvergüenza! ¡Esto se lo voy a contar a tu madre en cuanto venga!

 

Yo no me acobardé.

 

¿Y también le dirás que estabas leyendo libros de socioeconomía?

 

Se quedó petrificada, con los ojos muy abiertos.

 

Sí, sé perfectamente lo que estabas haciendo, aunque sea joven, no soy estúpido.
No sé de qué me hablas – insistió.
Te hablo del libro que hay en tu mesita. ¿Es por eso que te has enfadado, porque te he interrumpido cuando estabas a punto de hacerte una paja?

 

Sus ojos despidieron chispas mientras trataba de abofetearme de nuevo, pero esta vez yo fui más rápido y detuve su golpe asiéndola con fuerza de la muñeca. Sujeté su mano con fuerza contra mi pecho y le hablé dulcemente.

 

Vamos Helen, no te enfades, no pretendía ofenderte.
Pues no lo estás haciendo muy bien – dijo secamente, pero sin intentar liberar su mano.
Compréndeme Helen, eres una mujer muy hermosa, me gustas desde siempre y esta noche, al estar aquí, contigo, los dos solos, no he podido resistirme. Entiéndelo, a mi edad se tienen muchos impulsos, y una mujer tan bella como tú siempre es objeto de deseo.

 

Mis palabras parecían ir ablandándola poco a poco. Noté que le gustaba que la halagaran.

 

Además, yo nunca me habría atrevido a decirte nada si no hubiera pensado que tú también lo deseabas.

 

Volvió a cabrearse muchísimo.

 

¡¿Cóoooomo?! ¡Se puede saber de qué demonios está hablando!

 

Yo la miré fijamente unos segundos, esperando a que se calmase.

 

Me refiero a esto – dije mientras rozaba suavemente su pezón con mi mano libre. Estaba como una roca.
Umm.

 

Un leve gemido escapó de los labios de Dickie, pero enseguida recobró la compostura. De un brusco tirón, liberó su mano y se levantó de la cama, quedando en pié junto a ésta.

 

Márchate a tu cuarto Oscar. Mañana hablaré con tus padres de tu comportamiento – dijo con tono serio.
He debido dar muy cerca del blanco para que te enfades así ¿verdad? – contesté yo sin moverme ni un milímetro.
Por favor, vete – dijo señalando a la puerta.
No, no me voy.
¡¿Se puede saber qué quieres de mí?! – gritó desesperada.

 

La miré muy seriamente y le dije con aplomo:

 

Hacerte el amor como nunca antes te lo han hecho.

 

Se quedó absolutamente alucinada, de pié junto al colchón, con un brazo estirado apuntando a la salida, sin saber qué decir.

 

Helen, te deseo – susurré mientras me deslizaba hasta el borde del colchón. Arrodillado junto al filo, la abracé por la cintura, recostando mi cabeza en su pecho. Ella no atinó ni a apartarse.
¡Dios mío! – susurró.
Te aseguro que soy mucho mejor amante que ese tipejo del pueblo del que tanto hablas.

 

Dickie despertó y se separó de mí, quedando apoyada de espaldas contra el armario que había junto a la cama.

 

Pero ¿qué dices?
Te lo repito una vez más, no soy estúpido. Sé perfectamente que ese hombre de la estación no es tu prometido, sino sólo tu amante.
No sabes lo que dices.
Sí que lo sé. Tu historia no tiene ni pies ni cabeza, no me has engañado ni por un segundo.
Te equivocas – contestó.
Sí, mucho me equivoco. Helen, el cuento que me soltaste no se sostiene por ningún lado, me contaste lo primero que se te ocurrió, pensando que bastaría para engañar a un crío, pero no ha sido así. Al menos, sé sincera y no continúes mintiendo.

 

Pude notar cómo se resignaba, sabía que la había pillado.

 

Helen, ya te dije que yo no te juzgo. Es perfectamente normal que una mujer atienda a sus deseos y necesidades, y el sexo es uno de ellos.
………………..
Lo que no comprendo es por qué te resistes a esos impulsos. Te vas al pueblo y te acuestas con un gañán imbécil y sin embargo, aquí estamos nosotros, deseándonos el uno al otro, completamente solos y aún así, no cedes.

 

Dickie me miró durante unos instantes, seria, resignada. Por fin dijo:

 

¿Qué es lo que pretendes? ¿Chantajearme? ¿Obligarme a acostarme contigo para que no cuentes nada?
En absoluto – contesté – Te deseo, ya te lo he dicho, pero quiero que hagas lo que hagas sea por propia voluntad. Ya te di mi palabra de que tu amante sería un secreto entre nosotros, y por mi parte, así será para siempre.

 

Noté que mi respuesta la impresionaba vivamente. Se quedó pensativa durante unos segundos, empezaba a dudar.

 

Helen, pruébalo, te juro que no te arrepentirás.
Estás loco – dijo, pero en su voz ya no había rastro de enfado.

 

Entonces, se me ocurrió una cosa y decidí intentar un disparo al azar.

 

Además, comprobarás que soy tan buen amante como mi abuelo. Pregunta a quien quieras.
¿Cómo? – dijo asombrada.
Que puedes preguntar a las mujeres de la casa sobre mí.
Estás mintiendo – dijo con una sonrisa divertida.
A Vito, Brigitte, Luisa, Mar, Tomasa – exageré un tanto, claro.
¡No me lo creo!

 

Me levanté de la cama y caminé hacia ella. Mi rostro quedaba justo a la altura de sus senos, así que alcé la cara para poder mirarla a los ojos.

 

No miento, te lo prometo. Por favor, no te resistas más – susurré.

 

Mientras decía esto, deslicé mi mano hasta su entrepierna, donde apreté por encima del camisón. Ella cerró los ojos y exhaló un tenue gemido, dejándose hacer.

 

Te deseo – susurré.
Estáte quieto – respondió ella, pero sin ninguna convicción.

 

Lentamente, me fui arrodillando frente a ella, sin dejar de acariciarle el coño por encima del camisón. Ella se reclinaba contra la puerta del armario, con los ojos cerrados, disfrutando, vencida ya por completo su resistencia. Metí mis manos bajo el borde de su camisón, y fui deslizándolas por sus piernas, levantando el faldón del mismo hasta que su coño apareció ante mis ojos, tentador.
Tenía bastante vello, se ve que no se depilaba como mi tía, de color rubio, un poco más oscuro que el de su cabello. Los labios vaginales se veían hinchados, se notaba la humedad, estaba muy excitada. Introduje dos dedos entre ellos, separándolos, para poder ver mejor.

 

Uhgghh – gorgoteó Dickie.

 

Lentamente, pegué mi boca a su raja y comencé a lamerla de arriba abajo, muy despacio, saboreándola. Con una mano mantenía su coño bien abierto, mientras que llevaba la otra hacia atrás, para estimular también su ano con los dedos. Al soltar el borde del camisón, éste cayó, tapando mi cabeza, aunque no me importó en absoluto. Yo ya no necesitaba ver para recorrer hasta el último rincón del coño de una mujer.
Dickie, inconscientemente, separó las piernas, ofreciéndose a mí por completo, sus manos se apoyaron en mi cabeza, por encima del camisón, apretándola con fuerza sobre su chocho, desde luego se notaba que le encantaba lo que le estaba haciendo, ya se había olvidado de tontas excusas y de prejuicios. Era una hembra disfrutando plenamente.
Poco a poco, fui incrementando el ritmo de la comida, chupaba su raja con fruición, penetrándola con la lengua, después subía hasta su clítoris, que estaba enhiesto, y lo succionaba suavemente con los labios, arrancándole a Dickie gemidos de placer. Ella separaba cada vez más las piernas, hasta que llegó un punto en que éstas ya no la sostuvieron. Su espalda se deslizó sobre la puerta del armario, cayendo lentamente hasta quedar sentada en el suelo. Afortunadamente, yo me di cuenta a tiempo y salí rápidamente de debajo de su camisón, porque sino me hubiera caído encima.
Me puse en pié y la miré. Estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el armario, las piernas muy abiertas y las manos reposando, laxas, a sus costados. Tenía los ojos cerrados y respiraba entrecortadamente. Abrió los ojos y me miró fijamente. Cogió el borde de su camisón con las manos y se lo subió hasta la cintura, mostrándome su coño chorreante.

 

Sigue – me dijo mientras sostenía el borde del camisón.

 

Yo, en vez de meterme otra vez entre sus piernas, me bajé el pantalón del pijama, liberando mi pene completamente erecto.

 

Ahora te toca a ti – contesté.

 

Ella aún no se había corrido y estaba deseando hacerlo, así que insistió.

 

Por favor – gimió lastimeramente.
Chúpamela – respondí yo inflexible.

 

Nuestras miradas se encontraron, ella me miró incluso con odio, supongo que no soportaba el hecho de ser manipulada así por un crío, pero los latidos que debía sentir en el coño no la dejaban razonar.

 

Eres un cabrón – me dijo mientras se arrodillaba frente a mí.
Y tú una puta – respondí impasible.

 

Ella estaría todo lo enfadada que fuera, pero lo cierto es que no tardó ni un segundo en agarrarme la polla. La pajeó levemente con su mano y a continuación apoyó su lengua justo en la base, y la deslizó por todo el tronco hasta llegar a la punta, que introdujo en su boca sin dudar. Llevó una de sus manos hasta su coño, con la clara intención de masturbarse mientras me la mamaba, pero yo no estaba dispuesto a dejarla correrse tan pronto.

 

Quita esa mano de ahí – le dije – te correrás cuando yo quiera.
 
Ella me miró con los ojos llameantes, durante un segundo pensé que me iba a mandar a la mierda y me iba a quedar a medias por gilipollas, pero, lo cierto es que yo nunca me equivoco con las mujeres, así que ella, tras dudar un instante, apartó la mano de su coño y se concentró nuevamente en mí.
Inició entonces una mamada bastante experta y muy diferente de lo que me habían hecho hasta entonces, era todo movimiento. Puso sus labios, su lengua, su garganta, toda su boca ciñendo mi pene, e inició un rápido vaivén con la cabeza de atrás a adelante. Deslizó una mano hasta mi culo y, colocando la palma sobre mis nalgas, me empujaba adelante y atrás, incrementando cada vez más la velocidad; no parecía una mamada, era como si me la estuviera follando por la boca. Ella no paraba para darme lametones, mordisquitos, ni nada, no la sacaba de su boca para pajearla, no la recorría con la lengua, era sólo aquel movimiento enloquecedor, furioso y veloz. Enseguida noté que me corría, notaba los huevos a punto de estallar, y en ese preciso instante, Helen se retiró de mi polla y dándome un fuerte estrujón en los huevos cortó de raíz el incipiente orgasmo.
Esta vez fueron mis rodillas las que no se sostuvieron, y caí hacia atrás sobre la cama. Helen se puso en pié mirándome desafiante.

 

¿Qué te ha parecido niñato de mierda?
¿Qué? – jadeé yo.
¿Qué te creías? ¿Que podías jugar conmigo? Como verás, conozco algunos trucos con los que tú ni siquiera has soñado, señor experto.
Vamos, Helen – yo no razonaba demasiado, sólo me preocupaba el sordo lamento de mis cojones repletos de leche.
Espero que hayas aprendido la lección, conmigo no se juega.

 

Los dos nos quedamos allí, resoplando, excitados hasta más allá de la imaginación, pero ninguno daba su brazo a torcer y le pedía al otro que lo aliviase. De pronto, tomé conciencia de la situación, yo allí tumbado con la polla en ristre y ella de pié junto a la cama, con los brazos en jarras y mirándome con ojos llameantes. No sé por qué, pero entonces empecé a reír de forma incontrolada.

 

¿Se puede saber qué te pasa? – preguntó Dickie perpleja.
Ja, ja, ja.
¿Te has vuelto loco?
No, no – dije entre risas – Pero, ¿tú nos has visto?
¿Cómo? – preguntó Dickie comenzando a reír también.
Somos gilipollas – concluí yo.
Es verdad.

 

Dickie se sentó en la cama a mi lado y los dos seguimos riendo durante unos instantes. Poco a poco fuimos calmándonos.

 

Lo siento – le dije – He perdido un poco la cabeza.
Sí que lo has hecho – asintió.
Parecemos tontos, los dos deseando echar un polvo pero fastidiándonos el uno al otro.
Tienes razón.

 

Yo la miré fijamente y dije:

 

Vaya, por fin lo admites.
Bueno… – dijo ella dubitativa – he de reconocer que lo estaba disfrutando. Eres muy bueno.
Ya te lo dije.
Oscar.
¿Sí?
¿Desde cuándo sabes lo mío con tu abuelo?

 

Dudé unos instantes, pero finalmente opté por decirle la verdad.

 

Lo cierto es que no lo sabía, sólo pensé que un hombre como él y una mujer como tú bajo el mismo techo…
¿Cómo? – dijo sorprendida.
Que no sabía nada, pero pensé que eso serviría para convencerte. Si tienes dos amantes, ¿qué más te da tener uno más?

 

Dickie estaba alucinada.

 

Me parece increíble que sólo tengas doce años – dijo.
Sí, ¿verdad? Ando bastante despabilado.
¡Desde luego! – exclamó ella.
Bueno… – dije yo mirándome el pene – ¿seguimos por donde íbamos?
No sé… – respondió ella con tono juguetón.
Venga, porfaaa… – seguí yo con el juego – Mira, primero tú y luego yo ¿vale?
¿Y por qué no los dos a la vez?
¿Cómo?
Vaya, Oscar, parece que no sabes tanto como te crees.
 
Ella se levantó de la cama y se sacó el camisón por arriba, quedando totalmente desnuda ante mí. Estaba buenísima, su cuerpo era magnífico, piernas torneadas, cintura estrecha, caderas anchas y un par de tetas que simplemente cortaban la respiración, coronadas por unos pezones bien enhiestos. Por ponerle algún pero, diré que estaba levemente, muy levemente rellenita, quizás le sobraban uno o dos kilos, pero a mí me pareció simplemente perfecta.

 

¿Qué miras? – dijo.
¿A ti que te parece? ¡Vaya pregunta! ¡Pues a ti, que estás buenísima!
¿Verdad que sí? – dijo sonriente – Anda, túmbate en el centro del colchón.

 

Yo obedecí con presteza. Entonces ella se subió a la cama de rodillas y se acercó hacia mí. Pasó una de sus piernas por encima de mi cara, dejando su coño frente a mi boca y su culo delante de mis ojos, de esa forma, inclinándose hacia delante, tendría completo acceso a mi entrepierna. Hoy, después de haberla practicado mil veces, sé que a esa postura se le llama 69, pero aquella fue mi primera vez.

 

¿Qué tengo que hacer? – pregunté indeciso.
¿A ti que te parece? ¡Vaya pregunta! – bromeó ella.

 

Tras esto, se inclinó vorazmente sobre mi polla y la engulló de un tirón. Un estremecimiento de placer se extendió por todo mi ser; mis genitales, minutos antes salvajemente torturados, agradecían ahora este dulce tratamiento. Sin pensármelo más, hundí mi rostro entre sus piernas.

 

Ughtht – farfulló ella alrededor de mi pene.
Lo mismo digo – pensé yo.

 

A partir de ahí simplemente nos abandonamos al placer. Dickie esta vez sí me dio una mamada en toda regla, desde luego, no era novata en esas lides. La lamía, la chupaba, la pajeaba, la acariciaba incluso contra su rostro, a esta inglesa le gustaba más una polla que una taza de té. Sus manos acariciaban dulcemente mis huevos, como disculpándose por el incidente anterior. Yo, mientras, me dedicaba a recorrer hasta el último milímetro de su chocho. Enseguida noté que el clítoris era su punto débil, así que le dediqué toda la atención de mi lengua mientras le metía un par de dedos todo lo adentro que pude.
Helen no tardó mucho en correrse. Como antes se había quedado al borde del orgasmo, no me costó mucho llevarla al clímax, pues su cuerpo lo estaba deseando. Noté cómo su coño latía alrededor de mis dedos, completamente empapados de sus humedades.

 

¡Oh my god! ¡You´re pretty good! ¡Fuck me! ¡Fuck me with your tongueee!

 

En el momento del orgasmo, se sacó mi polla de la boca y comenzó a gritar en su idioma natal. Yo no hablaba demasiado inglés, pero, en general, comprendí el sentido de sus palabras.
Ella apretó las piernas, atrapando mi cabeza en medio, pero sólo durante un segundo. Después, volvió a relajar el cuerpo y reanudó su trabajito en mi polla diciendo:

 

Sigue, sigue con lo tuyo.

 

Y enseguida engulló mi polla nuevamente. Desde luego no entraba en mis planes el parar, así que reanudé la comida de coño, esta vez más despacio, saboreando el momento.
Como mi polla había sido maltratada minutos antes, a Helen le costó un buen rato llevarme de nuevo al orgasmo, tiempo que yo aproveché para hacer que se corriera una segunda vez.

 

¡Diosssss! ¡No puedo creeerlooo! ¡No pares! – gritaba, en español esta vez.
 
Cuando alcanzó el orgasmo, yo hundí con fuerza dos dedos en su interior, apretando y explorando, lo que sin duda le encantaba. Al correrse, volvió a interrumpir la mamada, pero esta vez, me pajeó la polla con furia durante el clímax, lo que me aproximó a mí un poco más a mi propio orgasmo.
Así pues, poco después de que ella reanudara la mamada, empecé a notar que mis huevos iban a entrar en erupción. Me excité terriblemente, por lo que incrementé mucho el ritmo de mis lametones y chupetones. Ella lo notó (y disfrutó) y, entonces, justo cuando iba a correrme, Helen hizo algo increíble: Me metió un dedo en el culo en el momento en que me corría.

 

¡Coño! ¿Qué haceeesss? – grité desesperado.

 

Fue el orgasmo más brutal que había tenido hasta entonces. A través de los años, otras mujeres han practicado esa técnica conmigo, y la verdad es que nunca me ha atraído demasiado, pero en esa ocasión, no sé si por ser la primera vez, la verdad es que fue absolutamente alucinante. Mi polla no expulsaba semen, lo disparaba como una manguera desbocada. Helen mantenía un dedo hundido en mi ano y con su otra mano sujetaba mi polla, que disparaba leche a diestro y siniestro. Espesos pegotes impactaban por todos lados, en su rostro, en sus pechos, en la cama, en el suelo. Yo, con los ojos cerrados y dada mi posición, naturalmente no lo veía, pero pude constatarlo poco después.
No sé cuanto duró aquella corrida, nunca lo sabré con certeza, pero a mí me pareció eterna. Por fin, mi polla expulsó las últimas gotas, perdida totalmente la erección. Helen, cansinamente, descabalgó mi cara y se sentó en el borde de la cama, a mi lado, Se agachó y cogió su camisón, con el que se limpió la cara y el cuerpo de los restos de mi orgasmo. Después, se volvió hacia mí y con una mano me apartó el pelo sudoroso de la frente. Desvió sus ojos hacia abajo y con una sonrisa divertida llevó una mano hasta mi pene, que acarició dulcemente.

 

Vaya, parece que el jovencito ha perdido todo su vigor ¿eh? – dijo con sonrisa maliciosa.
Dame unos minutos y verás – dije yo acariciando uno de sus pechos con mi mano – ¡Joder, qué tetas tienes!.

 

Ella, sonriente, se inclinó sobre mí, de forma que sus pechos quedaron al alcance de mis labios. Yo, sin dudar, comencé a lamerlos y acariciarlos con las manos. Eran simplemente magníficos. Así estuvimos un rato, yo estimulándola, excitando sus pechos, lo que le arrancaba gemidos de placer y ella haciendo lo propio con su mano sobre mi miembro, que poco a poco iba recobrando su máxima expresión.
Cuando mi polla estuvo bien dura, Helen se separó de mí. Yo me eché a un lado en la cama, dejándola que se tumbara. Me quedé unos instantes contemplándola, ¡Dios, qué hermosa estaba! Sin duda, leyó la admiración en mis ojos, lo que la turbó levemente. Asió con delicadeza mi muñeca y me atrajo hacia sí.

 

Ven – susurró.

 

Yo me dejé arrastrar. Me coloqué despacio entre sus piernas y poco a poco recosté mi cuerpo sobre el suyo. Entonces la besé. Fue un beso tierno, dulce, suave, con deseo pero sin prisa, profundo pero con amor. En ese momento puedo jurar que amé a Helen y creo que ella a mí también. Segundos después nuestras bocas se separaron, fue como un sueño.
Sin decir nada, me incorporé un poco, agarré mi polla y la apunté bien a la entrada de su gruta. Estaba muy dilatada y mojada, por lo que entró sin ningún problema.

 

Ahhhh- un dulce gemido escapó de sus labios.

 

Lentamente, comencé a empujar, dentro, fuera, dentro, fuera… Ambos gemíamos de placer, estaba siendo un polvo muy suave, como si toda la lujuria de antes hubiese sido olvidada. No estábamos follando, hacíamos el amor. Pero aquello no duró. Poco a poco el placer fue nublando nuestros sentidos, y la lujuria fue ganándole la partida al amor. Fui incrementando el ritmo de las embestidas, nuestros gemidos subían de volumen, hasta transformarse en gritos, las caricias se convirtieron en auténticos estrujones, se convirtió en sexo salvaje.

 

¡Vamos cabrón! ¡Más fuerte! ¡No te pares! – chillaba ella.
¡Te voy a romper el coño! – aullaba yo.
¡Sí, eso! ¡Rómpeme el coño!

 

Me dolían incluso los brazos por el ritmo tan feroz que estaba imprimiendo. Creo que en este rato ella se corrió una o dos veces, pues empezó a gritar más fuerte, aunque no puedo asegurarlo, pues mi cabeza estaba completamente ida, no razonaba.
Me incorporé entonces, quedando de rodillas y, sin sacársela, levanté sus piernas apoyándolas en mis hombros, es decir, ahora se la metía por detrás, aunque ella seguía tumbada boca arriba. En esta postura, mis embestidas eran aún más violentas, pues podía echar el cuerpo hacia delante, doblándose ella como una pinza. Sus muslos estaban apoyados contra sus propios senos, mientras yo la embestía sin piedad.

 

¿Te gusta? ¿Te gusta esto, puta?
¡SÍ! ¡Cabrón! ¡Sigue!

 

Un polvo absolutamente salvaje. Ella se corrió otra vez, farfullando como poseída. Yo decidí cambiar de postura nuevamente, ya que los segundos que invertíamos en ello hacían que me calmara un poco, para poder alargar así mi propio orgasmo, pues desde luego yo no quería que aquello acabara. Así pues, se la saqué del coño, y dándole una fuerte palmada en el culo le grité:

 

¡Boca abajo, puta!

 

Ella no tardó ni un segundo en girarse. Tomándola por la cintura, hice que levantara un poco el culo, poniendo una almohada bajo su ingle. De esta forma, su culo quedaba en pompa y su coño se me ofrecía tentador. Sin demorarme un segundo más, volví a hundírsela en el chocho hasta las bolas, reanudando mi furioso vaivén.

 

¡Toma, zorra, toda para ti!
¡Sí, así, asíiiiii! – aullaba ella.

 

Noté que mi orgasmo se aproximaba. Rápidamente, se la saqué del coño, y colocándola entre sus nalgas (como una salchicha entre dos rebanadas de pan) comencé a frotarla vigorosamente, con lo que por fin mis huevos entraron en erupción. Fue una corrida muy buena, pero no tan salvaje como la anterior. Mi polla disparaba pegotes de semen que iban a aterrizar sobre su culo, su espalda e incluso sobre su pelo.
Tras la corrida, me recosté sobre su espalda, recuperando el resuello. Los dos respirábamos agitadamente, sudorosos. Me dejé caer lentamente a su lado, quedando sentado junto a su trasero. Ella siguió a cuatro patas, sobre la almohada, con el rostro hundido contra el colchón, tratando de recuperar el aliento. Yo comencé a acariciarle el culo, mientras un insidioso pensamiento penetraba en mi calenturiento cerebro.

 

Helen – dije.
¿Ummm?
¿Te la han metido en el culo alguna vez? – pregunté mientras le separaba las nalgas, echando un vistazo a su ojete.

 

Ella giró la cabeza con los ojos chispeantes.

 

Pero, ¿aún quieres más? – dijo sorprendida.
Ahora no – respondí – pero dentro de cinco minutos…
Eres un guarro – me dijo con sonrisa pícara.
Me lo dicen mucho.

 

Me arrodillé tras ella y separándole las nalgas comencé a humedecer su ano con la lengua. Le metí primero un dedo y poco después otro, sin parar de estimularla. Mi pene (ah, gloriosa juventud) que tras el polvo anterior no había perdido por completo la erección, no tardó en reponerse. Cuando juzgué que Helen estaba lista, unté mi polla con sus flujos, y apoyé la punta en su ano.

 

Ten cuidado – susurró.
Tranquila.

 

Poco a poco fui penetrándola por el culo. Era una vía muy estrecha, pero se notaba que no era la primera vez que se usaba. Mi polla fue penetrándola lentamente, hasta que mis huevos quedaron apoyados contra sus nalgas. Era bastante diferente a cuando se lo hice a mi tía Laura, pues se notaba que a Helen no le dolía demasiado, sino que solamente lo disfrutaba.

 

¿Te duele? – le pregunté algo sorprendido.
En absoluto – respondió ella – pero no seas tan bestia como antes.
Descuida.

 

Con delicadeza, inicié el movimiento de mete-saca. Se veía que a Helen le encantaba que la encularan, a juzgar por los gemidos y grititos que escapaban de su garganta. Ella apretó fuertemente su rostro contra el colchón, mientras que sus manos estrujaban las sábanas hasta tal punto que noté que sus nudillos se ponían blancos de la fuerza que hacía.
Su ano era muy estrecho, ceñía mi polla con fuerza. Aunque le había prometido no hacerlo, la excitación fue nublando mi mente, por lo que empecé a bombearla cada vez más rápido.

 

Uf, uf – resoplaba yo.
Sí, así – gemía Helen.

 

El ritmo poco a poco fue haciéndose vertiginoso. Sin querer, fuimos abandonándonos de nuevo al placer, sin pensar, se trataba solamente de follar.

 

¡Sí, así, cabrón, dame más fuerte! – gritaba Helen.
¿Te gusta zorra? ¡Pues toma!

 

Al tiempo que empujaba, comencé a azotarle el culo con la palma de la mano. Puedo jurar que contra más fuerte daba, más altos eran sus aullidos de placer, lo que inexplicablemente, me volvía loco de excitación.

 

¡Toma, puta, toma! – gritaba mientras le daba tan fuerte con la mano que le dejaba marcas rojas en la nalga.
¡¡Más cabrón!! ¡Dame más! ¡Pareces maricón!

 

Contra más me gritaba, más fuerte bombeaba yo y más duros eran mis azotes. Aquella mujer era una máquina de follar. A juzgar por sus gritos, se corrió dos o tres veces más, instantes que aprovechaba para insultarme y gritarme en todos los idiomas que conocía, incluso me llamó cosas en español que yo jamás había oído.
Aquello era demasiado para mí, mi corrida no se hizo esperar. Se la saqué del culo, y agarrándomela por la base, procuré que toda la leche aterrizara sobre ella. Tras correrme, caí casi inconsciente a su lado. En mi vida había estado tan cansado. Ella levantó un poco el cuerpo, y acercándose a mí, me dio un tibio beso en los labios.

 

Tenías razón, eres increíble – me dijo.
Tú también – respondí.

 

Sacamos la almohada de debajo suya y nos abrazamos, quedando pronto profundamente dormidos. Horas después, Helen me despertó, indicándome que era mejor que mis padres no me pillaran allí por la mañana. Me levanté tambaleante y recogí mi pijama y mi almohada.

 

Te acompañaría a tu cuarto – me dijo – pero dudo que mis piernas me sostuvieran ahora.

 

Yo, sonriendo, la besé en los labios. Salí del cuarto y cerré la puerta tras de mí. Me dirigí con paso cansino hacia mi cuarto mientras pensaba:
– Bendita tormenta.
Continuará.
TALIBOS
 
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Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (parte 5) (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 5):

CAPÍTULO 10: ALICIA TOMA LOS MANDOS:
–          Eres imbécil – me espetó Alicia mirándome
fijamente.
Me quedé atónito, sin saber qué responderle. Acababa de contarle lo sucedido la tarde anterior con Tatiana, cuando mi novia había descubierto finalmente lo nuestro y lo último que me esperaba era aquella respuesta de Ali.
–          ¿Po… por qué lo dices? – balbuceé convertido de nuevo en un quinceañero imberbe – creí que ayer habíamos acordado que…
–          ¿El qué? ¿Qué fue lo que acordamos ayer? Mira, Víctor, sabes que me gustas y además compartimos algo muy intenso… Pero no sé de donde has sacado que yo iba a dejar a Javier y a empezar a salir contigo… De acuerdo que admití que me atraes y que antes o después dejaremos de jugar y me acostaré contigo… Pero, ¿salir juntos? ¿Ser pareja?

Me alegré de no poder verme en ese momento a través de los ojos de Alicia, pues la expresión de insondable agilipollamiento que debía haber en mi cara tenía que ser como para hacérselo mirar. No entendía nada de lo que estaba pasando.

–          Pe… pero, ¿no quedamos en que tu novio posiblemente era gay? ¿Que no te tocaba desde hace no sé cuanto tiempo? – insistí.
–          ¿Y qué? Lo único que te dije era que quería tener las cosas claras. Si finalmente resulta que le gustan los tíos, por mí bien. Hace ya bastante tiempo que mis sentimientos por él se enfriaron, pero no los que siento hacia su cartera…
La miré con la boca abierta, completamente estupidizado. Nuevamente la Alicia real destrozaba por completo la imagen que yo me había forjado en mi mente. No encontraba palabras con las que responderle.
–          ¿Qué te pasa? – preguntó – ¿Piensas que soy una buscafortunas? ¿Una puta de las caras? Francamente, Víctor, tu opinión en ese tema no me importa demasiado. Lo que busco al estar contigo no es precisamente tu aprobación…
Los insultos que ella puso en mi boca me hicieron reaccionar. A pesar de todo, me incomodaba que ella pensara que esa era mi opinión.
–          No, no, Ali, por supuesto que no pienso eso de ti. Es sólo que me había hecho ciertas ilusiones respecto a nosotros y ayer empecé por fin a pensar que tú compartías esa idea… y ahora, al descubrir que no es así…
–          Pues te pido disculpas, Víctor – dijo ella mirándome con simpatía – Siento de verdad haberte dado esa impresión. Ya te he dicho que me gustas, lo paso muy bien contigo, pero no voy a romper mi compromiso con Javier. Sólo de pensar en el escándalo que se formaría… madre mía, mi padre me mataba.
¿Escándalo? ¿De qué estaba hablando Alicia? Por mucho que me esforzaba, no la entendía. ¿Y no le parecería escandaloso si la pillaban masturbándose en público?
–          Además, ¿qué esperabas? – continuó – ¿Ya nos veías a los dos casados y cuidando de tres críos? O mejor aún, ¿follando en medio del parque, donde todo el mundo pudiera vernos?
Derrotado y abatido, me eché a reír con desgana.
–          Joder, Ali, parezco el puñetero burro del cuento…
–          ¿Qué cuento es ese? – me preguntó divertida.
–          Ya sabes. El del burro que se murió de hambre por no decidirse por cual de los dos montones de heno comer… Al final se quedó sin ninguno.
Alicia me miró unos instantes, compadeciéndome. Tratando de animarme, estiró la mano hasta aferrar la mía por encima de la mesa, dándome un cariñoso apretón.
–          Vamos, Víctor, anímate. ¿Estás seguro de que lo de Tatiana no tiene remedio? Recuerdo que me contaste que ella estaba siempre deseando complacerte, que estaba loquita por ti. Quizás si se lo explicas todo otra vez…
–          No sé, Ali. La oportunidad la tuve ayer. Estoy seguro de que si cuando llegué a casa y me la encontré con tus bragas en la mano me hubiera inventado alguna historia, me habría creído a pies juntillas, pero ahora, después de haberle contado la verdad…
–          ¿Y se lo contaste todo, todo? – me preguntó Ali.
–          Bueno, todo no. Le dije que había conocido a alguien, que ya no sentía lo mismo por ella… Ya sabes, lo que se dice en estos casos. Te juro que lo último que quería era hacerle daño, pero se lo tomó fatal. Joder, hasta me suplicó que no la dejara, que estaba dispuesta a olvidarse de todo el asunto… No veas que mal lo pasé.
–          Peor lo pasó ella – respondió Ali muy seria.
–          Sí, eso. Tú hurga en la herida – contesté un tanto dolido.
–          Perdona que sea tan brusca, pero es la verdad.
–          Ya lo sé, Ali. Por eso me duele.
Ali se sentó derecha en su silla, cosa que lamenté, pues nuestras manos dejaron de estar en contacto.
–          A ver, Víctor. Cuéntame de nuevo lo que pasó, más despacio y con detalle.
No me apetecía nada volver a narrar mi lamentable ruptura con Tatiana del día anterior y menos después de descubrir que no iba a estar con Alicia ni ahora ni nunca. Pero qué podía hacer sino obedecer, así que volví a contarle lo sucedido, esta vez más despacio.
–          Bueno, como te dije, cuando llegué a casa me la encontré hecha un mar de lágrimas con tus bragas en la mano. Yo había estado dándole vueltas a lo de cortar con ella y cuando la encontré así, decidí que ese era el mejor momento. Total, ya estaba llorando como una magdalena, así que mejor poner punto y final a las cosas.
–          Grave error – intervino Ali.
–          Sí. Ya. Ahora lo sé – respondí mirándola a los ojos, aunque sin lograr mi objetivo de que ella apartara la mirada. No estaba para nada avergonzada.
–          Bueno – continué – Como te dije, lo encajó mucho peor de lo que yo creía. No sé, creo que esperaba que yo le diera alguna explicación, por peregrina que fuera, para poder aferrarse a ella y hacer como que nada había pasado. Y cuando admití que había otra mujer… se derrumbó por completo.
–          Pero, ¿no le dijiste que en realidad no nos habíamos acostado?
–          ¿Y qué? – respondí un tanto enfadado – ¿Es que el que no te la haya metido hace más leve la falta? ¡Joder, Ali, si todavía no he sido infiel es porque tú no has querido! Sabes perfectamente que eres tú la mujer que ocupa mis pensamientos. Y no es justo para ella. ¡Coño, quiero a Tati, pero ya te he dicho que sé que no sería feliz con ella y a la larga íbamos a terminar cortando!
–          Lo que no es justo para ella es que la dejes sin que sepa la verdad – respondió Ali muy seria – Ella cree que andas por ahí follando con otras que te dan lo que necesitas y que por eso la dejas. ¿Nunca te has planteado si Tatiana podría darte lo que estás buscando?

No supe qué responder. Nunca me lo había planteado. Hasta que conocí a Alicia, mis inclinaciones sexuales eran mi secreto, algo que nunca se me habría ocurrido compartir con mi pareja. Lo cierto es que eso era algo que jamás se me había pasado por la mente.

–          Y según me has dicho la pobre chica sigue en tu casa…
–          ¿Y qué podía hacer? Se aferró llorando a mares a mi camisa, suplicándome que no la dejara, que no tenía adonde ir. Joder, lo único que pude hacer para que se tranquilizara fue decirle que podía quedarse en casa todo el tiempo que quisiera, hasta que encontrara un sitio donde quedarse. Coño, qué iba a hacer si no, si la culpa de todo es mía… Madre mía, todavía la veo llorando a moco tendido, diciéndome que no la dejara, que haría cualquier cosa que yo le pidiera…
Me sentía terriblemente deprimido. Y con razón, pues todo aquel montón de mierda era culpa mía y sólo mía.
–          Pues yo creo que todavía tiene arreglo – sentenció Alicia de repente.
–          Sí claro – repliqué con sarcasmo.
–          Estoy hablando completamente en serio – contestó – Claro está, siempre que desees arreglarlo realmente.
La miré fijamente, sin saber qué decir.

–          Víctor, esa chica no siente dependencia hacia ti. Está enamorada.

Eso ya lo sabía yo. El problema era que yo no lo estaba de ella. Pero entonces, ¿por qué me dolía tanto?
–          No sé, Ali. No quiero complicarlo todo más. Lo mejor es dejar las cosas como están y que el tiempo cure las heridas.
–          Sí, así, soltando topicazos vas a arreglar el problema – insistió Alicia sin compasión – A ver, ella está en tu casa ahora mismo ¿verdad?
–          Sí – dije sin comprender – Esta mañana llamó al trabajo y se tomó el día libre.
–          Pues vamos a hablar con ella ahora mismo.
–          ¿Vamos? – exclamé atónito.
–          Por supuesto. Parte de este follón es culpa mía. Vamos a solucionarlo.
Alicia se levantó sin decir nada más, segura de que yo la obedecería sin rechistar (cosa que hice). Pagamos en la barra y salimos. Yo la seguía medio aturdido, sin acabar de tener muy claro lo que estaba pasando. No quería que aquello pasara, no quería (ni creía tener una auténtica oportunidad) arreglar las cosas con Tati. Pero, la posibilidad de lograr que ella dejara de sufrir…
Fuimos en mi coche, pues Alicia había dejado el suyo en casa. Esa mañana, cuando la llamé rogándole quedar para comer ese mismo viernes, en vez de dejarlo para el sábado, me dijo que la recogiera. Apuesto que pensó que íbamos a montarnos algún numerito y que yo no podía esperar ni un día. Bueno, bien pensado el numerito sí que lo había montado.
–          Entonces, ¿esta noche has dormido en el sofá y ella en vuestro cuarto? – me preguntó Alicia mientras conducía.
–          Sí – respondí – Tienes razón. Soy imbécil.
–          No, hijo. Creo que al menos en eso has sido muy considerado.
No sabía si tomarme la frase como un cumplido o como un insulto. Probablemente ambas cosas.
El trayecto se pasó volando, pues mi mente era un torbellino que no acababa de creerse lo que íbamos a hacer. Joder, iba a presentarle a mi destrozada exnovia a la mujer con la que supuestamente le había sido infiel. Aquello no podía acabar bien de ninguna de las maneras.
Alicia parecía muy tranquila, lo que me ponía todavía más nervioso, mientras por mi mente cruzaban apocalípticas imágenes de catástrofes, a las que pronto iba a sumarse la reunioncita con las dos chicas.
Vaya, que estaba acojonado.
Tras meter el coche en el garaje, conduje a Alicia hasta el ascensor, sopesando hacer un último intento de convencerla de acabar con aquella locura. Pero su expresión seria y decidida (además de que empezaba a conocerla lo suficiente como para saber que jamás daría su brazo a torcer) me convenció de que lo mejor era ahorrar saliva.
Haciendo de tripas corazón, metí la llave en la cerradura de mi piso y abrí la puerta, conduciendo a Alicia al recibidor.
Yo, queriendo acabar cuanto antes mejor con aquella tortura, entré con rapidez al salón, rezando para que Tati se hubiera decidido y hubiera abandonado ya la casa.
Y entonces tropecé con ella. Al parecer, mi ex se dirigía, como siempre, a recibirme al llegar; pero claro, no lo hacía con el entusiasmo y la alegría habituales, sino que tenía una cara tan seria que asustaba. Cuando la vi se me cayó el alma a los pies.
Tenía los ojos hinchados, sin duda se había pasado el día llorando. Las tripas se me revolvieron y estuve a punto de vomitar. Me sentía fatal.
–          Hola, Víctor – me saludó con voz bastante ronca – No quiero molestarte, pero si pudiéramos hab…
Se interrumpió bruscamente. Sus ojos se abrieron como platos y en sus dulces labios se dibujó una mueca de asombro. Como si hubiera visto un fantasma, caminó lentamente hacia atrás, alejándose de mí.

Bueno, en realidad se estaba alejando de Alicia. Bastó un vistazo para que mi ex comprendiera que aquella era la mujer que había destrozado su mundo. No tuvo dudas.

–          Hola, Tatiana – la saludó Ali con toda la naturalidad del mundo – Creo que ya sabes quien soy. Me llamo Alicia.
Como si acabáramos de conocernos en una fiesta, Ali entró en el salón y se acercó a Tatiana, saludándola con dos besos en las mejillas. Tati, absolutamente estupefacta, sólo atinó a devolvérselos con rigidez, sin ser capaz de reaccionar.
Ali, como si estuviera en su propia casa, se dirigió al sofá y, dejando su bolso al lado, se sentó sin más ceremonias.
–          Víctor querido – dijo Alicia mostrando a las claras quien llevaba la voz cantante – Si eres tan amable, sírvenos unas copas. Si tienes coñac, creo que a Tatiana le vendría bien un traguito.
Tardé un segundo en reaccionar. Casi no sabía ni donde me encontraba. Y Tatiana estaba todavía peor. Allí, de pié en medio de la sala, mirando a Alicia como si fuera un espectro, sin saber qué decir. Parecía a punto de desmayarse.
–          Tatiana, siéntate aquí, a mi lado – dijo Ali dando unas palmaditas en el asiento – Tenemos mucho de lo que hablar.

Para mi sorpresa, Tatiana obedeció. Como un autómata y sin decir ni mú, caminó temblorosa hacia el sofá y se sentó justo en el borde. Se veía que estaba deseando salir pitando de allí, pero no sabía cómo.

Un sentimiento de pena volvió a embargarme. Joder, cómo había permitido que Alicia me arrastrara a aquello. Lo único que iba a lograr era hacer sufrir a Tatiana. Me sentí sucio y vil.
Decidido a ponerle fin a aquello enseguida, llevé las copas a las mujeres, con intención de que Tati se recobrara un poco. Alicia me dio las gracias cortésmente y Tati se limitó a alzar la mirada hacia mí, preguntándome en silencio que por qué le hacía aquello. Estaba a punto de derrumbarse de nuevo y echarse a llorar.
–          Tatiana, yo… – empecé a decir.
Pero Alicia me interrumpió, consciente quizás de ser la única que mantenía la compostura.
Y cogió el toro por los cuernos.
–          A ver Tatiana, échale un buen trago a esa copa y mírame.
Y, sorprendentemente, mi ex la obedeció nuevamente a pies juntillas. En cuanto se echó el coñac al coleto, sus mejillas recobraron el color y su mirada pareció enfocarse. Sus ojos se clavaron entonces en Alicia y, por primera vez, detecté el brillo de la ira en ellos. Apretando los labios (una expresión que yo conocía bien de nuestras escasas discusiones) pareció armarse de valor para mandar a Alicia a paseo, pero ésta, aún dueña de la situación, no le dio oportunidad.
–          Mira, no sé qué te habrá contado este tontaina, pero creo que lo primero que debes saber es que nunca nos hemos acostado. Este tío se ha montado una película alrededor de nosotros y se ha imaginado cosas que no son reales, pero puedo jurarte que nunca nos hemos ido a la cama…
Tatiana la miraba atónita, sin saber qué decir. Lo último que se esperaba era que Alicia le hablara de esa forma tan directa. Estaba absolutamente descolocada.
–          En serio, puedes creerme – continuó Ali – No voy a mentirte diciéndote que no ha pasado nada entre nosotros, pero te aseguro que Víctor no te ha sido nunca infiel.
Tati me miró entonces, con la interrogación y la (¿esperanza?) bailando en su mirada. Aquello era justo lo que ella deseaba, una explicación, una salida, una ocasión de que todo volviera a ser como antes. Estaba creyendo lo que Ali decía, simplemente… porque estaba deseando creérselo.
–          ¿Es verdad? – balbuceó lastimeramente.
Joder. Qué débil fui. Pude haberle puesto punto y final a todo aquello, haberme mantenido en mi versión. Pero aquello hubiera cabreado a Alicia; pero, sobre todo, deseaba que Tatiana dejara de sufrir.
Asentí en silencio.
La joven se echó a llorar, pero no eran lágrimas de tristeza, sino de alivio. Después de un segundo, se arrojó en mis brazos y enterró el rostro en mi pecho, llorando a moco tendido. Yo no podía hacer otra cosa que consolarla, así que, antes de darme cuenta, estaba acariciándole el cabello con cariño, tratando de calmarla, mientras Alicia me observaba con aprobación.
Entonces Tatiana empezó a pegarme. No a lo bestia, claro, esa no era su forma de ser, sino dándome torpes puñetazos en el pecho, sin dejar de llorar, mientras repetía una y otra vez las mismas palabras:
–          Entonces, ¿por qué?
La dejamos desahogarse un buen rato, hasta que la tensión fue relajándose y pudo ir recuperando el control de sí misma. Alicia, con toda la tranquilidad del mundo, había apurado su copa en silencio y se había levantado a servirse de nuevo. Cuando Tati estuvo más calmada, volvió al ataque.
–          ¿Estás mejor? – le preguntó a la pobre chica.
Tati se separó de mí y, mirando a su rival, asintió sin decir nada.
–          Vale, pues ahora ve a lavarte la cara, refréscate un poco y vuelve. Tenemos mucho de qué hablar.
No sé qué era. Si el tono de su voz, lo directo de sus palabras… no sé. Pero lo cierto es que nuevamente Tatiana la obedeció sin rechistar, olvidando al parecer que aquella mujer era su enemiga.
–          ¿Ves como no era tan difícil? – me dijo Alicia en cuanto salió – Ya te ha perdonado.
Yo estaba más confuso que nunca antes en mi vida. No era eso lo que yo quería… ¿o sí lo era?
–          ¿Y ahora qué? – pregunté tontamente – ¿Hacemos borrón y cuenta nueva? ¿Nos despedimos y tú vuelves con tu prometido millonario?
–          ¿Ya quieres librarte de mí? – me espetó Alicia divertida – ¡Anda que no te queda nada para perderme de vista! Olvidas que te queda mucho que enseñarme.
Corrijo: ahora sí que estaba más confuso que nunca antes en mi vida.
–          ¿Cómo? – pregunté alucinado.
–          Tú déjame a mí. Sé cómo manejar estos asuntos…
Y así lo hice.
Poco después Tatiana regresó, con la cara lavada y un poco más calmada. Ali le sirvió otra copa y ella la aceptó sin decir nada, volviendo a sentarse.
Por fin, logró reunir los arrestos suficientes y se animó a preguntar.
–          No entiendo nada de lo que está pasando. Víctor, necesito que me lo aclares. ¿Me has sido infiel? Si me decís que no, os creeré, pero necesito oírtelo decir. Y si no es así, ¿por qué has roto conmigo? Sabes que te quiero, que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por ti…
Una vez abiertas las compuertas, no había forma de cerrarlas. Tatiana continuó hablando sin parar durante un buen rato, dejando salir toda su angustia, desahogándose y, al mismo tiempo, tratando desesperadamente de retenerme. Yo me sentía cada vez peor, odiándome por haberla hecho sufrir tanto, mientras Ali la dejaba hablar, aparentemente muy tranquila.
–          Vale, vale, Tatiana, ya lo ha entendido. Tienes razón en todo lo que dices, te mereces una explicación de lo que ha pasado y por eso estoy aquí. Para contártelo todo.
Tatiana se quedó callada y el miedo volvió a aparecer en sus ojos. De pronto ya no le apetecía tanto saber qué estaba ocurriendo en realidad. Quizás era mejor fingir que no pasaba nada. Volver a lo de antes.
–          Lo que sucede es que, tanto tu novio como yo – dijo Alicia haciendo hincapié en “novio” – Somos exhibicionistas.
No puedes ni imaginarte la expresión de absoluta estupefacción que se dibujó en la cara de Tatiana. Creo que, si le hubiera dicho que éramos extraterrestres, se habría extrañado menos. Sin saber qué decir, me miró tratando de confirmar si era verdad lo que acababa de oír, pero lo que se encontró fue con que yo estaba tan alucinado como ella. Para nada me esperaba que Alicia fuera a revelarle nuestro secreto.
–          No… no lo entiendo, Víctor – consiguió decir Tati, mirándome compungida – ¿Qué es lo que quiere decir?
–          Quizás lo entiendas mejor viéndolo que explicándotelo.
No me lo esperaba. Y eso que, después de lo que había dicho, no tenía nada de extraño. Pero, aún así, me pilló por sorpresa. No atiné a reaccionar y, cuando quise darme cuenta, Alicia le había alargado a la chica su móvil y yo sabía perfectamente el vídeo que estaba reproduciendo: mi paja en el autobús.
Cuando por fin desperté, me puse en pié de un salto y traté de abalanzarme hacia el sofá, para arrebatarle el móvil a mi ex, pero Alicia, con absoluta calma, se incorporó interponiéndose.
–          Te he dicho que me dejaras a mí – dijo simplemente – Haz lo que te digo y quédate ahí sentadito. Confía en mí.
Me derrumbé en el sillón mientras el mundo hacía lo mismo a mi alrededor. Todo se había jodido. Tatiana podía vengarse de mí como quisiera; como yo la había dejado, podría simplemente contarles a mis compañeros de trabajo la clase de pervertido que soy. O peor, a mi familia. Mi madre se moriría del disgusto.
Sentía que me hundía en un pozo sin fondo, las paredes del salón parecían volcarse sobre mí, todo me daba vueltas…
–          ¿Qué te ha parecido? – oí que preguntaba Alicia como a mil kilómetros de distancia – Pasa al siguiente vídeo, en ése la prota soy yo. Y luego hay otro que grabé en el coche el sábado pasado. Éste ni se enteró.

Ni me sorprendió saber que Ali había grabado nuestra aventurilla con la joven del pueblo. A esas alturas qué más daba. Me levanté como un zombi y fui al mueble bar. Llené mi copa de coñac, derramando un buen chorro en la mesita en el proceso y la apuré de un solo lingotazo. El alcohol se abrió paso por mis venas, transmitiéndome su calor y consiguiendo que el mundo volviera a enfocarse un poco.

Miré a las dos mujeres, una mirando alucinada la pantalla del móvil y la otra hablándole de las particulares circunstancias en que se habían grabado las imágenes, así, con toda la pachorra del mundo, como si fuera un simple vídeo de sus últimas vacaciones en Cancún.
Joder, tantos años de esfuerzo tratando de ocultar mis inclinaciones, sintiéndome especial simplemente porque nadie sospechaba mi secreto… Sí, sí, tienes razón, el discursito que le solté a Alicia el día que nos conocimos no era más que palabrería… por supuesto que soy un pervertido… y, por supuesto, no quería que nadie lo supiera…

Alcé la mirada y me encontré con los ojos de Tatiana clavados en mí, mirándome fijamente. Sentí vergüenza.

–          ¿E… esto es verdad? – preguntó temblorosa.
Madre mía. Ya estábamos. ¿Qué coño se creía, que los vídeos los había rodado Steven Spielberg por ordenador? ¡Joder, que se me veía la cara!
–          Pues claro que son verdad – contestó Alicia en mi lugar – Pero no es sólo esto. Lo justo es que conozcas toda la historia.
Y empezó a hablar. A contárselo todo. Con todo lujo de detalles además. No omitió nada. Nuestro encuentro en el parque, la paja en el bar, el almuerzo en el pueblo, la tetería… lo único que se calló fue mi incestuosa relación con tía Aurora y Carolina. Una última merced con el condenado, supuse.
Ya me daba todo igual. Seguí bebiendo. La idea era emborracharme hasta que se embotaran los sentidos. Mi vida estaba arruinada.
Seguí escuchándolas, de pié, bebiendo como un cosaco y tambaleándome cada vez más. Recuerdo la velada hasta cierto punto, cuando se acabó el coñac y empecé a beberme otra cosa, no sé qué fue, quizás un florero.
Lo único seguro es que, a la mañana siguiente, amanecí en mi cama, con una resaca de tales proporciones que no me hubiera importado nada que el mundo se acabara en ese preciso instante.
CAPÍTULO 11: LA VIDA TE DA SORPRESAS…
No podía ni con mi alma. Me sentía morir. Lo único bueno era que lo sucedido la tarde anterior se me había olvidado de momento. Todo mi mundo era el dolor de cabeza que tenía y lo mal que me sentía.
Pero eso duró poco, lo justo para que, como todos los que han sufrido resaca alguna vez, jurara y perjurara que no volvería a beber en mi puta vida.
Pero entonces se abrió la puerta y Tatiana entró al dormitorio.
Y todo regresó a mi mente otra vez. Mierda.
–          Vaya, ya estás despierto – dijo Tati – Ya era hora, son casi las doce.
–          Ummmmmmu – acerté a responderle.
Entonces, con una vena cruel que yo desconocía hasta ese momento, Tatiana tiró con fuerza de la persiana, haciendo todo el ruido posible, desatando un infierno de dolor en mi cabeza. Los rayos del sol entraron a raudales por la ventana, directos a mis ojos, con lo que mil alfileres se clavaron en mi cerebro, dejándome reducido a una piltrafa humana que trataba de esconderse bajo las sábanas. Me pareció escucharla reír.
–          Vamos, levanta – exclamó la nueva e inmisericorde Tatiana – Tienes que darte una ducha. Anoche echaste hasta la última papilla.
Joder. De coña. Seguro que, para rematar la faena, había vomitado encima de la pobre chica.
Apoyándome en ella y a punto de derrumbarme, me las apañé para entrar en el baño, sentándome encima de la tapa del water. Tati me alargó un frasco de aspirinas y llenó un vaso de agua en el grifo. Me tragué unas cuantas haciendo una mueca, sintiendo cómo bajaban raspando mi esófago hasta aterrizar en mi estómago vacío. Agradecí esa pequeña molestia, pues me hizo sentir más despierto.
–          Ahora date una ducha. Quédate un buen rato bajo el grifo, a ver si te despejas.
–          Tatiana, yo… – empecé a decir – Lo siento.
–          Dúchate y después hablamos. Ahora mismo apestas.
Sus frías palabras se clavaron como puñales. Joder, qué mal me sentía. Había logrado que la más dulce de las mujeres me despreciara. Compungido, enterré el rostro entre las manos, sin saber qué decir.
Entonces, inesperadamente, sentí cómo las manos de Tatiana aferraban las mías y las apartaban de mi rostro. Extrañado, alcé la mirada hasta que nuestros ojos se encontraron y, para mi infinita sorpresa, no vi en su rostro, asco, desprecio o decepción. Era la misma Tatiana de siempre.
–          No te preocupes, cari – me dijo dejándome sin habla – Alicia me lo explicó todo. Ya verás cómo lo arreglamos.
–          ¿Qué? – dije sin comprender.
–          Espera, deja, que te ayude.
Y mi voluntariosa ¿ex? empezó a ayudarme a quitarme los pantalones, única prenda que llevaba encima. Yo la miraba estupefacto, allí, arrodillada entre mis piernas, tratando de librarme de los pantalones (que, ahora que me fijaba, tenían unas extrañas manchas cuya procedencia era mejor ignorar).
–          Venga, levanta el culo, que no puedo quitarte esto.
Con torpeza, le hice caso y ella, como pudo, me bajó los pantalones, dejándome sólo con el slip puesto.
Fue cosa de un segundo, pero Tatiana, sin poder evitarlo, desvió la mirada y echó un disimulado vistazo a mi paquete que, cosa extraña, estaba ligeramente morcillón esa mañana. Al parecer, mi polla no tenía resaca… y sí varios días sin follar.
Pero no dije ni pío, no me atrevía. No entendía nada de lo que estaba pasando, la cabeza me mataba… y empezaba a ser  consciente de lo increíblemente guapa que estaba Tatiana esa mañana.

Agarrándome por el brazo, me ayudó a ponerme en pié y, ni corta ni perezosa, me libró de los calzoncillos mientras yo me apoyaba en su hombro para no caerme.

En cuanto estuve desnudo, su mirada volvió a deslizarse subrepticiamente por mi entrepierna, completamente desnuda esta vez y un calambre de excitación recorrió mi cuerpo. Mi polla, recorrida por el inesperado estímulo, dio un ligero saltito, levantando levemente la cabecita, como si estuviera desperezándose.
Tatiana sonrió, pero no dijo nada, ayudándome a entrar en la bañera.
Joder, yo no quería, pero estaba empezando a excitarme.
Tatiana abrió el grifo, regulando la temperatura hasta que juzgó que era agradable. A una indicación suya, me metí bajo el chorro, dejando resbalar el agua sobre mi piel, tratando de borrar los sucesos de la tarde anterior.
–          Quédate un rato en remojo – me dijo Tatiana – Voy a meter la ropa en la lavadora. Ahora vuelvo.
Y se fue, cosa que agradecí enormemente, pues su presencia me estaba poniendo nerviosísimo.

¿Qué cojones habría pasado la tarde anterior?

Me quedé bajo el agua un buen rato, hasta que las aspirinas empezaron a hacer efecto y el dolor de cabeza se mitigó levemente. Cansado a pesar de haberme pasado la noche durmiendo, decidí darme un buen baño.
Aunque en realidad lo que hice fue intentar retrasar al máximo mi inevitable charla con Tatiana. Pero ella no compartía mis planes.
Cuando la bañera estuvo llena, me sumergí en el agua caliente, con las piernas ligeramente encogidas y apoyé la cabeza en el borde. Como aún me dolían los ojos, mojé una pequeña toalla y me la puse en la cara, intentando aislarme por completo de todo.
Pero, minutos después, a pesar de no oírla, percibí perfectamente la presencia de Tatiana en el cuarto de baño. Intenté hacerme el dormido, sin mover un músculo, temeroso de enfrentarme a ella, por primera vez desde que nos conocimos. Pero Tati necesitaba hablar y no iba a esperar más para hacerlo.
Arrodillándose junto a la bañera, apartó cuidadosamente la toalla húmeda de mis ojos, colocándola de forma que siguiera cubriéndome la frente. Resignado, la miré si saber muy bien qué decir, así que la que habló fue ella.
–          ¿Estás mejor? ¿Te duele menos la cabeza? – preguntó mirándome con ternura, como siempre hacía.
–          Un poco. Las pastillas y la ducha han ayudado.
–          Si quieres te preparo un té o un café.
–          No, gracias. Así estoy bien.
La chica me dedicó una de sus luminosas sonrisas, lo que me hizo sentir un poquito mejor.
Ambos nos quedamos callados unos instantes, sin decidirnos a hablar. Por fin, ella se armó de valor y me lo preguntó.
–          ¿Por qué no me lo dijiste? – dijo simplemente.
–          Lo siento. Nunca quise que te enteraras de esto. Si llego a saber que Alicia iba a contártelo, nunca la habría traído…
–          ¿Y qué ibas a hacer? ¿Dejarme haciéndome creer que me habías puesto los cuernos?
No supe qué responder.
–          La prefieres a ella, ¿verdad? – preguntó Tatiana.
–          No, no es eso… – empecé a decir.
–          No me mientas, por favor.
–          Tati – dije mirándola fijamente – Sabes que te quiero, pero siempre he sentido que… contigo me faltaba algo. Me daba miedo que te enteraras de que soy un pervertido y eso me impedía entregarme por completo a nuestra relación.
Ella me miraba en silencio, dejándome continuar.
–          Cuando conocí a Alicia, vi la posibilidad de poder compartir con alguien mi secreto y, cuando pensé que existía la posibilidad de estar así con ese alguien…
–          Por eso dejaste que encontrara sus braguitas, para poder darme la patada…
–          No – dije sonriendo con tristeza – Eso fue porque soy gilipollas. Ni en mil años querría hacerte daño. Y lo que he conseguido es que sufras todavía más.
Tatiana me miró unos segundos en silencio. Yo temía lo que fuera a decir a continuación. Esperaba que me dijera que soy un cerdo y que iba a contarle a todo el mundo la clase de enfermo que yo era. Pero no fue así.
–          Víctor. Siempre he sabido que yo te quería mucho más que tú a mí.
–          Tati, yo…
–          No, no, no me interrumpas y escúchame. Siempre he sabido eso que acabas de decirme, que había algo que te impedía entregarte por completo. Siempre pensé que era por mí, porque no soy lo bastante lista, porque soy un desastre en la casa…
–          No, Tatiana, nada de eso…
Tatiana apoyó dulcemente uno de sus dedos en los labios, impidiéndome hablar.
–          Shsssst – siseó – Escucha. Lo que quiero decir es que, ahora que sé cual es el obstáculo que nos separa, haré todo lo que esté en mi mano para superarlo. Te quiero y lo que más deseo en esta vida es que tú me quieras también. Y, si para eso tengo que compartir ese secreto tuyo… Lo haré.
–          Pero nena, no me has entendido – dije tremendamente conmovido por sus palabras – No se trata simplemente de que conozcas las cosas que hago por ahí y que no te importe. Lo que yo necesito…
–          Es alguien que haga esas mismas cosas – dijo, terminando la frase por mí – Pues no hay problema. Yo estoy dispuesta. Si es por ti, lo haré.
Me quedé atónito. La magnitud de lo que acababa de decirme Tatiana me dejó sin habla. Me sentía fatal, no me merecía para nada a aquella mujer. Sólo de pensar que siempre la había considerado tonta y la había tenido en menos estima por ello, me hacía sentir enfermo. No podía pedirle un sacrificio semejante.
–          No, Tatiana, por nada del mundo te obligaría…
–          No estás obligándome. Ayer estuve hablando hasta las tres de la mañana con Alicia. Y ahora lo veo todo claro.
Mientras hablaba, Tatiana cogió una esponja y le echó una buena dosis de gel. Apoyando la esponja en mi pecho, empezó a frotarme suavemente, masajeándome los pectorales con delicadeza, sin interrumpir la conversación.
–          Alicia me lo expuso con claridad. Si te quiero, tengo que luchar porque nuestra relación funcione, porque si no, vendrá otra que te llevará de mi lado.
–          ¿Otra? – pregunté extrañado.
–          Sí. Alicia. Me dijo que tú le gustas cada día más y además tenéis vuestros jueguecitos en común, así que, si yo no hacía nada, lo más seguro es que acabara quitándote de mi lado. Fue muy sincera.
Sí. Sincerísima. Empezaba a vislumbrar por donde iban los tiros. Alicia la había manipulado a base de bien.
–          No, nena, eso no es así. En realidad Alicia no se siente atraída por mí…
–          Ya. ¿Y por eso te masturbó el otro día en el coche? ¿Por eso te dejó que le metieras mano entre las piernas?
Joder. ¿También le había contado eso? ¿Pero su versión no era que no había pasado nada entre nosotros?
–          No pongas esa cara, Alicia me lo contó todo. Ya te he dicho que fue muy sincera. Me pidió perdón por lo que había pasado y me explicó, lo mucho que os había costado resistiros y que no pasara nada más. Me dijo que, si yo lo dejaba contigo, esta tarde ella vendría a casa y…
Estaba asombrado del montón de patrañas que Alicia había metido en la cabecita de la pobre Tati. Le había sido fácil; admitiendo su culpa, contándole lo poco que había pasado entre los dos, había logrado que Tatiana pensara que era sincera… y luego la había manipulado a placer. Lo que no entendía era el por qué.
Justo entonces me di cuenta de que la mano de Tatiana, que poco antes estaba frotándome el pecho, se había hundido en el agua tibia, deslizando suavemente la esponja por mi estómago, peligrosamente cerca de…
Miré a Tati, guapísima, con la mirada llena de amor hacia mí, los carnosos labios ligeramente entreabiertos, respirando quedamente. Me di cuenta de que llevaba puesto un vestido bastante ligerito, con botones en el pecho y que los superiores estaban abiertos, dejando entrever el delicado borde del sostén.

Tragué saliva, súbitamente consciente de la perturbadora femineidad de mi exnovia. No podía evitarlo, mis ojos se desviaban continuamente hacia ese incitador escote, esa excitante porción de piel que se ofrecía  a mi vista.

Tatiana seguía hablando, rememorando los momentos álgidos de su velada con Alicia, simulando no darse cuenta de nada, pero el brillo en sus ojos demostraba que era plenamente consciente de mi incipiente excitación.
De pronto, por pura casualidad, su mano topó bajo el agua con mi pene, ligeramente, apenas rozándolo, lo que provocó que un ramalazo de placer recorriera mi cuerpo. Un leve gemido escapó de mis labios, pero Tati siguió como si no hubiera pasado nada, aseando tranquilamente mi cuerpo, con el brazo hundido en el agua ya hasta el codo.
Y claro. Su mano que bajaba… mi polla que subía… Volvieron a encontrarse.
–          ¡Vaya! – exclamó Tatiana simulando sorpresa – Parece que por aquí abajo no tenemos resaca…
–          Tati, no – dije tratando de resistirme – No podemos hacer esto. Las cosas no son como tú crees.

–          Shhh. Tranquilo, cari. Tú déjame a mí.

Y su mano abandonó la esponja, que instantes después emergía, quedando a flote entre la espuma, mientras su habilidosa mano agarraba mi ya enhiesta polla y, con habilidad, la descapullaba por completo bajo el agua, provocando que en mis ojos brillaran estrellitas de placer.
–          No, Tatiana, espera – dije aferrando su mano, tratando de apartarla de mi falo sin verdadera convicción.
–          Relájate, cari, échate para atrás y déjeme a mí. Verás como se te olvida la resaca…
Con suavidad pero con firmeza, Tatiana me obligó a reclinarme de nuevo en la bañera, volviendo a cubrir mis ojos con la toalla húmeda, mientras su otra mano, que no había soltado en ningún momento mi dura verga, me masturbaba lánguidamente y con lentitud, provocando que gemidos de placer escaparan de mis labios.
Y me abandoné.
Ya me daba todo igual, que hicieran lo que les diera la gana. Si Alicia quería que Tati se uniera a nuestros juegos, pues que lo hiciera. Si Tatiana quería que siguiéramos juntos, a pesar de saber que yo no estaba enamorado de ella, pues lo haríamos. Era indiferente a todo. Bueno, a todo menos a aquella habilidosa mano que se deslizaba por mi hombría, aliviando todas las tensiones de los últimos días.
–          Sí, así, cariño, déjame a mí –  susurraba sensualmente Tatiana en mi oído.
Su inquieta manita masturbaba mi falo bajo el agua, lentamente, recreándose en la dureza, en el calor. Mientras deslizaba sus dedos en mi piel, daba pequeños estrujones a la barra de carne, con lo que lograba que se pusiera más y más dura y que yo me olvidara por completo de todo lo que quería decir.
En el fondo, yo sabía que lo que Tatiana estaba haciendo era lo mismo de siempre, usar el sexo para evitar enfrentarse a los problemas. Más de una vez había esquivado discusiones llevándome a la cama, haciéndome olvidar el motivo del enfado. Y, aunque esta vez  no estaba enfadado, el sistema era el mismo.
Pero ya me daba igual.
Entregado al placer, aparté la toalla de mis ojos y atraje a Tatiana hacia mí, besándola con pasión, hundiéndole la lengua hasta la tráquea, interrumpiendo lo que Dios quiera que estuviese diciendo. Qué mas daba, hacía un buen rato que no la escuchaba.
Su lengua y su boca respondieron con entusiasmo, mientras su mano empezaba a acelerar su ritmo sobre mi rabo, pajeándome con más fuerza. Mi mano, que reposaba en su nuca, fue deslizándose por su espalda, hasta llegar al trasero, donde apretó con ganas, provocando que Tati diera un encantador gritito de sorpresa sin dejar de besarme.
Le magreé el culo a placer, levantándole poco a poco el vestido, colando mi mano por debajo e introduciéndola en sus bragas. Amasé sus carnosas nalgas como quise, con fuerza, estrujándolas con deseo, como sabía bien a ella le gustaba, mientras ella gemía y gemía contra mis labios, sin dejar de pajearme.
Sintiéndome juguetón, deslicé la mano entre sus soberbios cachetes hasta localizar su ano y entonces, sin pensármelo dos veces, le hundí el dedo corazón hasta el fondo, haciéndola dar un grito de estupor y placer.
–          ¡Ay! ¡Cochino! ¿Qué haces?
Sorprendida por el súbito ataque por la retaguardia, Tatiana se apartó de mis labios y trató de apartarse, pero, a esas alturas, yo no iba a dejarla escapar.

Haciendo alarde de mi fuerza, la atraje de nuevo hacia mí y, sujetándola por la cintura, la hice pasar por encima del borde de la bañera y la sumergí en el agua, mientras ella gritaba y pataleaba, poniéndolo todo perdido.

–          ¡No! ¡Quieto! ¡Estás loco! ¿Qué haces? ¡Déjame!
Tatiana aullaba mientras mis manos se perdían bajo su empapado vestido. Algunos botones salieron volando, golpeando contra los azulejos de la pared y cayendo al agua. Mi boca la besaba por todas partes, mientras mis manos lograban por fin sacar sus exquisitos senos del encierro de la ropa interior, permitiéndome saborear con deleite sus deliciosos e increíblemente duros pezones.
–          No, cari – gimoteaba ella – Déjameeeeeee.
Sí. Para dejarla estaba yo.
No sé cómo me las ingenié, aunque estoy bastante seguro de que, sin la disimulada colaboración de Tatiana, no habría podido hacerlo. Lo cierto es que, en menos que canta un gallo, logré empitonar a la chica, clavándole la polla hasta las bolas, mientras ella berreaba y chapoteaba entre la espuma.
–          ¡Nooooo, por favor, así noooooo!

No sé por qué se quejaba tanto. Yo seguía sentado en la bañera y era ella la que estaba encima, moviendo las caderas arriba y abajo, clavándose una y otra vez mi polla hasta el fondo.

Le cabeza seguía doliéndome, pero me importaba un huevo, en aquel momento todos mis pensamientos, todos mis sentidos estaban centrados en follármela. Seguro que, de haberlo sabido, Tatiana se habría sentido muy feliz, pues, por una vez, yo no pensaba en otra cosa más que en ella.
Y me corrí. Abruptamente, casi sin esperarlo. Resoplé al alcanzar el orgasmo, estrechando el cuerpecito de Tatiana contra mí, sintiendo perfectamente los acelerados latidos de su corazón. Ella respondió al abrazo con fiereza, aplastando sus senos contra mi pecho, los dedos ensortijados en mis cabellos, sintiendo cómo mi semen se derramaba en su interior y se deslizaba por las cálidas paredes de su vagina.
Fue como una liberación, en cuanto me hube vaciado me sentí en paz, no sólo por el alivio sexual, sino también por algo más. No sé cómo pude haber pensado que Tatiana iba a contar mi secreto, ella no era así. Ella era buena. Demasiado buena para mí.
Tatiana  tomó entonces mi rostro entre sus manso y, sonriéndome, me besó con cariño.
–          Eres idiota – me dijo – Me has puesto empapada.
–          Y de eso se trataba, ¿no? De que acabaras bien “mojada”.
Ella me sacó la lengua.
–          Anda, quita – dijo levantándose de mi regazo, mientras mi polla se deslizaba fuera de su acogedora gruta – Ya que estoy, voy a aprovechar para ducharme. Me tengo que ir a trabajar.
–          Ostras, es verdad. Pero, ¿no tenías turno de mañana?
–          Llamé a Sara y le cambié el turno de tarde.
–          Vaya, con lo poco que te gusta trabajar los sábados por la tarde.
–          ¿Y qué quieres? – dijo con dulzura – Alguien tenía que encargarse de ti.
Su cariño me hacía daño. Ella pensaba que ya estaba todo arreglado, pero yo, una vez superado el calentón, me daba cuenta de que estábamos otra vez en las mismas. De acuerdo que la posibilidad de emparejarme con Alicia había desaparecido, pero yo seguía albergando las mismas dudas sobre nuestra relación.
Tati, entre tanto, se había puesto de pié en la bañera y se estaba quitando el empapado vestido. Al hacerlo, su escultural cuerpo se mostró en todo su esplendor, con la piel perlada de brillantes gotitas de agua y espuma, con los senos desnudos, con los pezones aún enhiestos y la vagina totalmente expuesta, pues tenía las braguitas desplazadas.
Con un gesto, se libró del vestido, dejándolo caer al agua. Pronto, el sujetador, que también estaba movido, se reunió con él entre la espuma. Apoyando un pie en el borde de la bañera, deslizó las braguitas, quedando como Dios la trajo al mundo. Al hacerlo, una pequeña cantidad de inconfundible líquido blanquecino brotó de su vagina.
–          Hay que ver qué guarro eres, me has llenado el coñito de leche – dijo juguetona.
Joder. Ya estábamos otra vez. Esa era una de sus armas más terribles, decirme guarradas para ponerme cachondo. Y lográndolo claro.
–          Si quieres, te doy otro repasito antes de que te vayas al curro.
Ella sonrió, pero noté enseguida que me iba a quedar con las ganas.
–          Lo siento cari. Se ha hecho tardísimo. Me ducho y me voy corriendo.
–          Si quieres te llevo – me ofrecí.
–          No, no, tú descansa un rato. Que luego hemos quedado con Alicia.
Me quedé helado al oír aquello.
–          ¿Cómo?
–          Hemos quedado para tomar café. Mi descanso en el trabajo es a las cinco y media y hemos quedado en la cafetería que hay al lado de la tienda.
–          ¿Cómo? – repetí – ¿Para qué?
–          ¿Cómo que para qué? ¡Pues para lo que hemos estado hablando! Anoche me dijo que me lo pensara bien y que hoy le diera mi respuesta.
–          ¿Tu respuesta? – exclamé sin comprender.
–          Claro. Tengo que decirle que no voy a renunciar a ti y que, si quieres una novia exhibicionista… la vas a tener.
Tatiana, dándose la vuelta, destapó la bañera para que se vaciase y abrió el grifo, lavándose el cuerpo con cuidado de no mojarse todavía más el pelo. Yo, anonadado, permanecí sentado en la bañera, con el dolor de cabeza recobrando intensidad, sin saber qué iba a ser de mí a partir de ese momento.
Alicia. ¿Qué cojones quieres de nosotros?
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Mi venganza 4” (POR AMORBOSO)

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El lunes pedí unas horas de fiesta, llamé a “El Fajinas”, que me atendió con alegría

-Coño, Juan, ¡Cuánto tiempo sin oírte ni verte!, Pensaba que no querías saber ya nada conmigo.

-Fajinas, tengo que hablar personalmente contigo de un asunto muy particular en el que deseo que me eches una mano.

-Hoy voy a estar todo el día en mi casa, ven cuando quieras y te atenderé con mucho gusto.

-Por cierto, ¿conoces a un buen abogado? –Le pregunté a sabiendas de que tiene los mejores que se pueden pagar, para que le saquen de cualquier lío.

-Si, el mío. Si vienes ahora podrás hablar con él. Le espero en una media hora.

Me fui para su finca, después de pasar por el banco, diciendo en la oficina que no iba a volver en todo el día, y casi una hora después estaba sentado delante de El Fajinas y al lado de su abogado.

Primero hablé con El Fajinas, al que conté la historia a mi manera, evitando nombrar a Jorge, e informándole de mis intenciones de esclavizarla.

-Mira Juan, yo con gusto te perdonaría el dinero, pero la organización es muy escrupulosa con las cuentas y me acusarían de habérmelo quedado, lo que supondría mi cuello y probablemente el vuestro, pero puedo ayudarte en el resto.

-Ya contaba con ello, y por eso traigo los 112 mil euros que tiene que pagarte en unos días. Mi intención va más encaminada a que ella no se entere que está todo pagado, para poder seguir con las amenazas y colocarla en alguno de tus prostíbulos para recuperar las inversiones.

-Eso está hecho. Pero a la vista de lo que me has contado, yo la llevaría a algún otro prostíbulo especial que tenemos, solo para clientes muy especiales y donde se practican actos también muy especiales. Lo único que debes tener en cuenta es que antes de admitirla debe estar bien entrenada y receptiva. Para ello tenemos un centro de adaptación donde las dejamos bien domadas, Si quieres puede entrar mañana mismo.

-Prefiero esperar unos días y empezar a domarla yo. Quiero tenerla en mis manos para disfrutar castigándola.

Seguidamente, me dirigí al abogado, de un prestigioso despacho, al que le expliqué cómo había sido el reparto de bienes en mi divorcio y el porqué, y que ahora mi ex se avenía a razones, obligada por las circunstancias que habíamos comentado anteriormente, y que estaba dispuesta a devolverme todo. Ahora era yo el que quería dejarla sin nada y con todo bien atado. Tomó nota y quedamos en mi casa por la tarde para que firmásemos los documentos. El llevaría a un notario para que el contrato fuese legal. También me informó de lo que me iba a costar y acordamos que le daría el dinero a El Fajinas delante de ella, para que pareciese que empezaba a pagar.

Estuvimos hablando sobre el negocio especial y el centro de adaptación, y le ofrecí un sistema de vigilancia completo, con acceso vía Internet y aplicaciones móviles, para que pudiese ver desde su teléfono lo que ocurría en cualquier sitio. Le hice buen precio aproximado, a falta de presupuesto definitivo y pareció gustarle. Comentó que lo propondría a las altas esferas del negocio y todos quedamos contentos y listos para coincidir a las cinco de la tarde en mi casa.

De ahí marché a un taller donde encargué un armazón metálico, consistente en algo parecido al esqueleto de una persona o animal. Una barra vertical que llegaría desde el cuello hasta el pubis dejando una teta a cada lado, una especie de costillas flotantes a las que adaptar los brazos y atarlos por las muñecas, dejando a la persona en posición para abrazar a alguien y por último, otras costillas flotantes en la parte inferior, donde sujetar las piernas, pero con la salvedad de que podían girar sobre el eje, para poder fijarlas tanto en pie como a cuatro patas.

Me dieron precio y les dije que las quería para última hora de la tarde en mi casa.

-¡Imposible! Estamos hasta arriba de trabajo. –Me dijeron

-Les triplico el precio.

-¿A qué hora hay que entregarlo?

Contento por cómo iban las cosas, pasé a comprar unos artículos en un sex shop y preparé más dinero. Luego me dirigí a mi casa, Habiba me esperaba desnuda, como siempre, lista para preparar la mesa con la comida. Me costó poco tomar por la cintura su menudo cuerpo, elevarla, sentarla sobre la mesa y hacerlo yo en una silla entre sus piernas, que coloqué sobre mis hombros.

Ella, sonriendo, separó todo lo que pudo sus muslos y se dejó caer hasta terminar acostada sobre la mesa, mientras yo repasaba su depilado sexo con mi lengua. Durante un rato estuve recorriendo los bordes de los labios con la punta de mi lengua hasta que se abrieron como una flor. Entonces cambié a pasarla por la base del clítoris, si tocarlo.

-MMMMMM. –Gemía mientras cerraba sus piernas y yo dejaba de tocarla, lo que hacía que las abriese de nuevo para poder repetir la acción.

Me encanta el sabor de su excitación. Por mi parte, estaba duro como una piedra. El desarrollo de los acontecimientos me tenía excitado a todas horas.

Cuando su coño era un río por la excitación, hice que apoyase los pies en el borde de la mesa, me puse en pie, mientras soltaba mis pantalones y sacaba mi polla, y se la metí entera de un solo empujón.

-AAAAAAAAAAHHHHHHHHH. –Su grito fue la muestra del orgasmo que le había asaltado de golpe.

Una vez bien lubricada después de un lento mete-saca, mientras notaba que no había bajado su excitación y deseaba que siguiese, ensalivé mis dedos y probé la entrada de su ano, que acostumbrado ya desde hace tiempo, fue totalmente receptivo a ellos, tras lo cual, metí directamente mi polla.

-MMMMMM. Si, amo, úsame como quieras.

Aunque en su cara se reflejaba un gesto de decepción, señal de que deseaba que siguiese en su coño.

Para compensarla, acompañé mi follada anal colocando mi pulgar sobre su clítoris y el resto de mi mano sobre su pubis, haciendo algo de presión con ésta y moviendo en círculos el otro.

Fue instantáneo

-AAAAAA

-SIIIIII

-MAAAASSS

Sus gritos y gemidos se repitieron durante más de un cuarto de hora, momento en el que alcanzó un potente orgasmo y que me llevó a mí a correrme dentro de su culo.

-mmmmmm. –Ronroneaba como un gatito.

Esta mujer cada día me sorprende más. No solamente por su capacidad de orgasmar, sino también por su dedicación y sumisión, además de ser una fuente de buenas ideas.

-Prepara la mesa y vamos a comer.

-Amo, ¿no le apetece usarme más?

-Si, pero tenemos que controlarnos un poco. Nos esperan días duros… y placenteros.

Lo siguiente fue ducha, mesa, comida y reposo los dos juntos en el enorme sofá de casa. Ella desnuda y frotando su culo contra mi polla, que estaba dura otra vez y yo dándole palmadas en los cachetes para que se estuviera quieta.

Cuando se acercaba la hora de las visitas la mandé ponerse algo y peinarse un poco, Cosa que le costó largo rato, hasta el punto que llamaron a la puerta antes de que hubiese salido. No obstante, estaba con los últimos retoques y fue ella a abrir la puerta.

-Amo, los señores que esperaba. –Dijo con la cabeza baja y las manos juntas delante.

-¿Tienes una esclava? –Dijo El Fajinas.

-En teoría si. Al menos ella se considera eso. Para mi es mi mujer con todos los derechos.

-No me lo puedo creer.

Tuve que contarles rápidamente la aventura vivida, luego, el abogado sacó los papeles y los repasamos, pareciéndome todo correcto. Luego El Fajinas me dijo que había hablado con las altas esferas y que aceptaban mi propuesta y que, si salía como había dicho, montaríamos tres más en España y otros tres entre Italia y Francia, e incluso podría llegar a montar alguna en Rusia y Rumania.

Vino Habiba y, tras preguntarnos, nos sirvió una copa a cada uno, quedándose a mi lado en pié. Llevaba una camiseta de algodón y una falda a los tobillos, notándose que no llevaba nada debajo.

-Siéntate con nosotros. -Dijo el abogado.

-Eso, si, siéntate. –Corroboró El Fajinas

-No, gracias, amos, prefiero estar de pie.

Tras unos momentos de charla amigable, el notario, que no había abierto la boca, comentó que no tenía muy claro que aquello fuese legal, a lo que El Fajinas le echó una mirada asesina que lo dejó callado para el resto de la tarde.

Volvió a sonar el timbre de la puerta. Al momento, volvió diciendo:

-Amos, la señora que esperaban.

-¿Señora? Espero que por poco tiempo. –Dije yo, haciendo sonreír a todos.

En ningún momento dije que se sentara ni ella hizo mención.

-Bien Carla, -dije yo- como quedamos ayer, nos reunimos para firmar tu renuncia a todos los bienes que te quedaste en nuestro divorcio y la reversión a mi. Al mismo tiempo, te comprometes a ser mi esclava para todo lo que yo quiera. No podrás negarte a nada de lo que te diga. Podré castigarte por cualquier cosa que hagas, no hagas o lo hagas mal. O porque me apetezca.

-A cambio, yo iré pagando tu deuda con El Fajinas poco a poco. Si decides no seguir adelante en algún momento, yo dejaré de pagar y él se encargará de cobrarte. Este señor que nos acompaña es el notario que te leerá con detalle todos los documentos.

En notario sacó los documentos que había preparado el abogado, los leyó completos. No sé lo que entendería ella, pero yo no entendí nada. Al final, firmamos ambos, con El Fajina y el abogado como testigos y rubricado por el notario.

Yo entregué a El Fajina la primera parte del pago, que eran los honorarios de abogado y notario.

-¿Os apetece probarla?

Todos aceptaron.

-Desnúdate y hazles una buena mamada a cada uno. ¡Y hazla bien! Como tengan alguna queja te vas a enterar.

-Ni hablar, pero… ¿Qué te as creído?

Yo miré al Fajina, que entendió mi gesto y sacó el dinero del bolsillo para dármelo.

-¡No!, Está bien.

Llevaba el vestido del día anterior, sin nada debajo.

-Mira la puta esta. Se hace la estrecha y va preparada para que la follen.

-No tenía más ropa interior que la que me rompiste ayer.

-Ja, ja, ja. No me lo puedo creer. Con lo presumida que has sido siempre. Venga, atiende a mis invitados

El Fajina hizo que se la chupara hasta correrse. Su polla era bastante normal, pero extraordinariamente gorda. La corregía con golpes en la cara y la cabeza mientras le decía lo que hacía mal.

-Recoge los dientes. Presiónala más. Ensalívala bien. Etc.

Antes de correrse, sujetó su cabeza y se la metió hasta el fondo. Debió descoyuntarle la mandíbula. Se corrió dentro y no se salió ni una gota de ajustada que estaba.

Cuando la sacó, le dieron arcadas, pero se las cortó de sendas bofetadas.

El notario quiso follarla por el coño. Le dije que me parecía bien, siempre que no dejase que ella se corriese. Se bajó la ropa y quedó con una polla tamaño normal. Se sentó en una silla he hizo que se pusiese a caballo de frente a él y se la ensartase y botase sobre ella.

No duró mucho y se corrió dentro. Cuando flojó, se la hizo limpiar con la boca.

El abogado eligió el culo, porque no había muchas mujeres que se lo diesen.

Cuando sacó su polla, no nos extrañó. Gorda y larga como ninguna.

-Ja, ja, ja. Te va a dejar el culo como un abrevadero de patos.

-No, por favor, no me puedes meter eso. Si quieres te la chupo o me la metes por el coño.

El abogado me miró sin saber que y yo le hice gesto de que continuara.

-Ponte a cuatro patas en el suelo.

Iba a negarse, pero mi mirada la hizo obedecer.

El abogado se colocó detrás, escupió en su culo y en la polla, la puso en la entrada de su ano y de un fuerte empujón metió la punta

-AYYYYYYYYYYYYY

El grito de ella anunció lo que le había dolido. No por ser virgen del culo, sino por el excesivo tamaño de la polla. Previendo aquello, me había situado ante ella y me costó poco ponerle la mano en la boca y sujetarla para que no se moviese adelante. Tampoco era plan de que viniesen los vecinos como consecuencia del escándalo.

Volvió a escupir en la polla y de otro envión se la terminó de meter.

-MMPFFSPFM

De su boca tapada por mi, salían sonidos y gritos amortiguados. A la vez, tuve que aumentar mi fuerza sobre ella porque empezó a hacer movimientos a todos los lados.

El abogado le estuvo dando un buen rato. Como ya no decía nada, la solté. Estaba llorando y decía bajito:

-Por qué. Porqué me haces esto.

No le hice caso.

-Quiero correrme en su cara. -Me dijo el abogado

-Avísame y te la colocaré.

Después de un largo pistoneo, me avisó.

-Me voy a correeeerrr.

La agarré del pelo y le di la vuelta a la vez que él la sacaba y empezaba a soltar gruesos chorros de lefa que impactaron en su pelo, frente y nariz. Otros más finos cayeron sobre sus labios y tetas. Solté su pelo, que inmediatamente cogió él, y se la metió en la boca.

-Venga, ahora trabaja tú y déjala bien limpia.

Tras esto, vistieron, se pusieron de pié y se fueron, no antes de decir el notario que al día siguiente estarían los contratos registrados, pero que eran válidos desde ese momento y darme las gracias por dejarles disfrutar de tan magnífica puta.

Yo mismo los acompañe la puerta. Cuando volví, dijo Carla.

-¿Me puedo ir ya?

-¿A donde?

-A mi casa

-¿Qué casa?

-A cual va ha ser, a la mía, donde llevo viviendo los últimos años.

-¿Todavía no te has enterado de que no tienes casa, que esa casa es mía ahora, y que no puedes hacer nada que no te haya ordenado yo?

-Pero…

ZASS! Una fuerte bofetada le cerró la boca.

-No te he dado permiso para hablar.

Llorando, levantó la mano para golpearme, pero estaba preparado y se la sujeté, volviendo a darle bofetadas al derecho y al revés hasta que me cansé.

-¡Basta, por favor!, no me pegues más.

Decía sin que yo parase.

-Por favor… –Estaba llorando.

Cuando terminé, le sangraba el labio y la nariz. Cayó de rodillas al suelo sollozando y diciendo:

-Por favor, no más. Por favor…

Le quité las llaves del bolso, la cartera con la documentación y el poco dinero que llevaba. En ese momento llamaron nuevamente a la puerta. Imaginando lo que era, fui yo a buscarlo, entregándome mi artilugio envuelto en cartones. Parecía un monigote de tubo puesto en pie.

Volví a la sala, coloqué el armazón como si fuese un muñeco de palotes arrodillado a cuatro patas y tomándola del pelo, la hice ponerse sobre él. Sujeté el aro superior a su cuello. Había calculado bien las medidas. El eje central o equivalente a columna vertebral le llegaba por entre las tetas casi hasta el pubis. Sujeté sus muñecas en los tubos de los brazos y las piernas a los de correspondientes. Quedó a cuatro patas, pero sin poder moverse.

-Ahora quiero que aprendas rápidamente una serie de cosas. Me has hecho quedar mal con tus remilgos y gritos, y eso no te lo consiento. Vas a ser castigada por todo ello.

Me saqué el cinturón, lo doblé por la mitad y empecé a darle correazos en el culo y espalda.

-ZASS. No. ZASS. Protestarás. ZASS. Nunca. ZASS. De. ZASS. Lo. ZASS. Que. ZASS. Te. ZASS. Mande. ZASS. Sólo. ZASS. Quiero. ZASS. Oírte. ZASS. Si. ZASS. Amo. ZASS. No. ZASS. Amo. ZASS. Y. ZASS. Gracias. ZASS. Amo. ZASS. Si. ZASS. Quiero. ZASS. Algo. ZASS. Más. ZASS. Te. ZASS. Lo. ZASS. Diré. ZASS. Cuando. ZASS. Quieras. ZASS. Decir. ZASS. Algo. ZASS. Dirás. ZASS. Puedo. ZASS. Hablar. ZASS. Amo. ZASS. Entendido. ZASS.

-SSii.

-ZASS Parece. ZASS. Que. ZASS. Eres. ZASS. Algo. ZASS. Dura. ZASS.

-Si. ZASS. Qué. ZASS.

-Ssi, amo.

Sin poder moverse y sin poder tocarse, estaba llorando desconsoladamente. Su cara era un amasijo de lágrimas y mocos.

-Espero que lo hayas entendido, sino vas a tener muchas sesiones como esta.

Sin ningún miramiento, la cogí con el armazón que era fuerte pero a la vez muy ligero y la llevé al cuarto de baño, ayudado por Habiba, y dejándola en la bañera. Como no paraba de llorar y quejarse, saqué una bola tapabocas del material del sex shop y se la puse.

Más tarde, Habiba y yo, cenamos, nos desnudamos y nos volvimos a tumbar en el sofá, ella y yo detrás. Nuevamente hizo sus movimientos frotándose contra mi polla mientras palmeaba su culo, no tardando en ponérmela dura, pero esta vez, levante su pierna con mi mano, avancé mi cuerpo para estar más entre sus piernas y le metí la polla directamente en su coño. Mantenía abiertas sus piernas apoyando la que estaba sujetando sobre mi pierna doblada y metida entre las suyas.

-Muévete y mastúrbate.

No tuve que repetirlo. Sus dedos rozaban mi polla en sus movimientos suaves y circulares, además, un ligero movimiento adelante-atrás me estaba llevando al límite.

Pronto empezó a acelerar todos sus movimientos, yo ya no podía aguantar más y se lo dije.

-No puedo más. Voy a correrme. ¡Necesito correrme!

-Yo también estoy preparada… SIIIII

-AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH Toma mi leche

-SIII, dámela toda

Nos corrimos entre gritos, y nos quedamos relajados, sin movernos, hasta que mi polla se desinfló completamente y se salió.

-Ve a lavarte que vas a poner todo perdido. –Le dije, dándole una suave palmada en el culo.

Fuimos los dos a lavarnos, Carla seguía incómoda en la bañera, pero ya no lloraba. Surcos de lágrimas resecas y mocos se veían por su cara.

A la mañana siguiente nos levantamos temprano, y cuando fui al baño, me encontré con que Carla se había meado.

-Además de puta, cerda. Voy a tener que enseñarte…

Y diciendo esto solté la ducha y abrí el grifo de agua fría al máximo. El agua salía con mucha fuerza. La enfoqué a su coño, que se abría bajo la presión y permitía la entrada de agua. Luego la centré en su clítoris otro rato y terminé con un buen empujón por su ano.

Aclaré el fondo de la bañera y me fui a desayunar.

Tras el desayuno y algo de entretenimiento, fui a afeitarme y observé que el agua había hecho su efecto en el culo y había soltado un montón de mierda.

-¡Pero que has hecho, pedazo de guarra! ¿Te has cagado encima, justo cuando acababa de limpiarte? Te vas a enterar.

El tuvo no recogido, volvió a soltar agua con fuerza por todo su cuerpo. Cuando todo estuvo limpio, volví al dormitorio y tomé el cinturón nuevamente. Cuando me vio entrar con él, sus ojos se agrandaron y algo debía querer decir, pero con la bola y después de toda la noche con la boca abierta con ella encajada, solo escapaban sonidos indefinibles.

Procedí a darle veinticinco correazos por todo su cuerpo. Esta vez no se libró ni su coño ni sus tetas, aunque para estas no era la mejor postura. Cuando terminé, estaba empalmado. Nunca he sido dominante o sádico, pero con ella… Es que disfrutaba como un niño con un juguete nuevo.

Me afeité con tranquilidad y le dije:

-Mañana te toca a ti. Te voy a dejar ese asqueroso coño totalmente pelado, … Y puede que hasta la cabeza.

Fui a vestirme y a ordenar que lo hiciese Habiba, luego volví al baño y con gran esfuerzo la pasé de estar arrodillada dentro, a estar sentada en el borde de la bañera. Había vuelto a llorar y emitir sonidos extraños.

-Ahora Habiba te dará algo de comer . No quiero oírte decir nada, si no quieres volver a probar la correa. ¿Quieres probarla de nuevo?

Su movimiento acelerado de cabeza me dijo que no.

Le quité la mordaza y me fui. Había volvió con un puré que le había dicho que preparase con fiambres que teníamos, Algún resto de comida que guardábamos por si no había tiempo de cocinar o teníamos más hambre, fruta, etc.

Se lo fue dando poco a poco y se lo comió. O no estaba muy malo o tenía mucha hambre, porque no dejó nada.

Mientras, yo informé a mi empresa de lo que había vendido para que solicitasen el presupuesto, ya que esto lo llevaba una de nuestras filiales, pero dije que no nos interesaba que se metiese nadie por el medio, ya que era un asunto delicado, por lo que yo sería directamente intermediario. Cuando calcularon el presupuesto por encima y me notificaron las comisiones, supe que, al final, aún ganaría dinero.

Volví a dejar a Carla en la bañera, amordazada, y nos fuimos a ver cómo estaba mi antigua casa.

Habían vendido todos los cuadros, jarrones, adornos, muebles, incluso la cama de matrimonio era ahora un colchón en el suelo, probablemente recuperado de la basura. Por lo demás, la casa era una auténtica pocilga.

Llamé a una empresa de limpieza y les dije que se llevaran todo y limpiaran bien la casa. Esperamos a que viniesen a por las llaves y luego nos fuimos a unos grandes almacenes, donde compramos un dormitorio completo con cama grandísima (la habitación lo permitía), los muebles y televisión para el salón y un ajuar completo para la cocina.

Comimos en un buen restaurante y por la tarde fui a un carpintero para que me hiciese unas divisiones en el amplio garaje y volvimos a casa.

Carla nuevamente se había hecho de todo y tuve que emplearme a fondo para limpiarla. Al terminar, le quité la mordaza, e inmediatamente dijo con voz débil:

-¡Agua!

Caí en la cuenta de que no le había dado de beber en más de un día. Me saqué la polla, la puse a su lado y le dije.

-Bebe de aquí.

Estuvo dudando, pero le pudo la sed.

Giró la cabeza, abrió la boca y yo metí mi polla en ella y empecé a soltar líquido lo más despacio que pude controlar. A pesar de ello, gran parte cayó en la bañera como consecuencia de sus arcadas.

-No lo desperdicies, que no habrá más en un buen rato.

Esa noche la volví a lavar con la goma de la ducha, y al ver cómo llevaba la espalda de verdugones, mandé a Habiba que le diese alguna crema cicatrizante. Más que nada para no estropearla demasiado con vistas a mis pretensiones futuras.

Cuando terminó, saqué un collar y cadena comprados en el sex shop se lo puse al cuello y la solté del artilugio.

Intentó levantarse, pero no pudo. Llevaba más de 24 horas inmóvil y estaba totalmente entumecida.

La saqué de la bañera cogiéndola por el collar y luego la arrastré hasta el dormitorio, donde la dejé tirada en el suelo.

Pasado un tiempo, volví para ver cómo estaba y ya se encontraba de pie aunque con mala estabilidad. La llevé a la cocina, donde cenamos, ella por supuesto en el suelo como los perros,

Cuando terminó, le limpié la cara y le dije:

-Acércate y cómele el coño a mi mujer.

Le costó un poco, pero al final se puso a ello. Yo me desplacé y estuve mirando cómo lo hacía. Después de su primer orgasmo, con mi polla a reventar, me acerqué a ella, que intentó girarse.

-Sigue comiéndole el coño. No te pares.

Me puse detrás de ella y se la metí por el coño. Estaba seca, por lo que tuve que escupir para que entrase más suave. Mis movimientos de entrada y salida empujaban a Carla a moverse a lo largo de la raja de Habiba. Llegamos a tal sincronización que nos corrimos a la par. Cuando ella empezó a gemir más fuerte y a anunciar su corrida, yo no pude contenerme y llené el coño de leche.

Después de limpiármela, le pregunté si tomaba anticonceptivos. No tomaba porque no tenía dinero para comprarlos. Menos mal que tenía alguna píldora de las conocidas como “del día después” y se la di.

En días sucesivos no la volví a tocar, pero buscando en Internet, localicé plantas que aumentan la libido en las mujeres, y le dije a Habiba que le diese todos los días varias veces, bien en ensaladas o en infusiones.

Tres semanas después nos informaron de que estaba todo preparado en la nueva casa. La empresa de mudanzas trasladó todo lo que nos interesaba y un martes estaba todo listo para ir a vivir.

Al poco de llegar a España, hice que Habiba escribiese a sus padres para que supiesen que se encontraba bien y donde estaba. En esos días recibimos una carta de un tío suyo anunciando la muerte de sus padres y que su hermana, que también había sido secuestrada por los militares, fue vendida a un viejo soldado borrachín que la tenía encadenada en casa para que le cocinase y limpiase todo, pero que ahora estaba necesitado de dinero y que la vendía por 50 euros. Pedía que se los enviase para poderla rescatar. Porque ellos eran pobres y no tenían suficiente, sobre todo después de los gastos del entierro de sus padres.

Yo inmediatamente estuve dispuesto a enviar el dinero, incluso más, pero Habiba me dijo que no. Su tío era un hombre muy libidinoso, Que, si era verdad lo que decía, es fácil que la comprase para prostituirla y desde luego sería por mucho menos de 50 euros, que para ellos era una fortuna.

Estuve varios días dándole vueltas. Escribí al oficial, con el que mantenía una muy buena relación y me contestó que podía conseguirla e incluso tenía preparadas siete u ocho mujeres más, Pero que no podía enviármelas, que tendría que ir a por ellas.

La embajada tampoco podía hacer nada, a pesar de que, como había creado una empresa con el único fin contratar a Habiba y pagar la seguridad social y una pensión para el futuro, les dije que les enviaba un contrato de trabajo. Pero no hubo manera.

Al final, recurrí a El Fajina le conté lo agobiado que estaba porque que vendían a la hermana de Habiba, que el oficial tenía más mujeres para vender, en fin, toda la historia con pelos y señales. El me aconsejó que dejase todo en sus manos y que no me preocupase. Que informase al oficial de que le visitarían de mi parte y que cuando supiese algo, hablaríamos.

Una vez solucionado esto, decidí trasladarlos de casa. Con el fin de humillar más a Carla y que no se notase mucho en el vecindario, pensé que nos iríamos el domingo siguiente que suele haber menos gente por la calle. Y eso hicimos. Temprano por la mañana, esposé las manos de Carla a la espalda, le puse la correa y bajamos a la calle, donde estaba aparcado mi coche.

El día anterior, sábado, me había llamado El Fajina para hablar y le invité a venir a mi nueva casa para que la conociese, a la vez de que podíamos hablar más tranquilamente mientras cenábamos.

Tal y como pensé, esa mañana no había nadie por la calle. Ese barrio no suele madrugar. La hice permanecer fuera mientras acomodaba mi artilugio y algunas bolsas en el asiento trasero, moviéndose nerviosa y mirando a todas partes, luego abrí el maletero y le di orden de entrar.

Dudó, pero lo hizo sin decir nada. Cerré, nos subimos nosotros también y partimos. Al llegar, entramos directamente a nuestro garaje, con capacidad para dos coches y un espacio multiusos, con desagüe para lavacoches, lavadora, secadora y una poza para lavar vajilla u otras cosas cuando al principio organizábamos cenas y barbacoas en el jardín.

Ahora este espacio había quedado separado por unos paneles de madera, convirtiéndose en una habitación aislada, donde metí a Carla tras sacarla del maletero, En el techo había mandado colocar varias poleas en distintos lugares, con sus correspondientes cuerdas colgantes.

Até una de las cuerdas a las esposas y tiré de ella hasta que quedó doblada hacia delante, con los brazos estirados hacia arriba. Até el otro extremo, salimos de allí y entramos en la casa. A media tarde oímos ruidos en la puerta y enseguida el timbre de llamada.

Fui a ver quién era, y mientras abría pude oír:

-¡Joder, ya era hora! Llevo dos días viniendo y no hay nadie. ¿Dónde coño te has met…? ¿Qué haces tú aquí?

Era Jorge.

-Hola Jorge. Esta es mi casa ahora. Le he comprado todos los derechos a Carla y me he venido a vivir aquí. ¿No vives con ella ya?

-No. Bueno, Si, lo que pasa es que he estado fuera una temporada por trabajo. Le habrás pagado una pasta ¿No?

-Si, doscientos mil euros. Me dijo que tenía necesidad de dinero y nos pusimos de acuerdo.

-¿Y sabes donde está ahora?

-Pues creo que por aquí, pero no me preguntes donde.

-Oye. Estooo… ¿Y no podrías prestarme algo de dinero para pasar el mes? Con el viaje he tenido muchos gastos y hasta que no cobre a fin de mes en el trabajo estoy tieso. Te lo devolveré cuando cobre.

-La verdad es que ahora he pagado todo lo del traslado y solamente tengo unos euros sueltos.

No quería decirle directamente que no, pero tampoco pensaba darle el dinero. Me imaginaba que si le daba algo, no podría quitármelo de encima. Viéndolo metido en la droga, ya no me importaba vengarme de él, pero no podía relacionarme con él. Tenía que desaparecer de mi vida, así que se me ocurrió una idea. El había seguido hablando y le corté cuando me decía:

-Ayúdame, Por lo menos en recuerdo de la amistad de nuestros años de colegio. –Que nunca fuimos amigos, sino rivales.

-Mira, como ahora no tengo, mañana pasaré por el banco y te podré dar algo. ¿Cuándo necesitas?

– …Unos… ¿Tres mil? Aún debo algo del viaje. Pero me conformaré con lo que puedas.

-Está bien, tres mil. Mira te pasas mañana sobre las ocho de la tarde que habré vuelto de trabajar y cenamos juntos y te lo doy.

-Vale. Gracias tío. Mañana vengo.

Inmediatamente llamé a El Fajinas y le conté que un amante de mi ex, drogadicto, había venido en busca de ella y que pretendía que le diese dinero y había quedado con él el lunes por la tarde. Le pedí que viniese con un par de amigos para asustarlo un poco.

Luego me fui a ver a Carla. La descolgué cayendo al suelo al tener los músculos agarrotados de tanto tiempo colgada. La tomé del pelo para ponerla de rodillas y me saqué la polla. Como no se movía, le di una bofetada que la volvió a tirar al suelo y volví a levantarla del pelo diciendo:

-¿A qué esperas? ¿Necesitas que te ablande la cara?

Como pudo se metió mi polla en la boca y empezó a chupar.

-Hace un rato ha venido Jorge.

Se paró y me miró, pero al ver mi cara, continuó con lo suyo.

-Me ha dicho que ha estado trabajando fuera bastante tiempo. Me ha preguntado por ti. Mis huevos también necesitan atención.

Pasó a lamerlos y chuparlos. Subiendo de nuevo la lengua por mi polla hasta la punta, para volver a metérsela entera en la boca y repetir.

-Le he dicho que te había comprado tus derechos por 200 mil euros. Eso le ha desatado un mayor interés por saber donde estabas.

Tenerla así y humillarla más, me estaba poniendo cardiaco.

-Fóllate la boca tu misma. Quiero correrme dentro.

-También me ha pedido dinero. Le he dicho que venga mañana que le daré 3000 euros. MMMMM. Sigue.

-AAAHHHH No pares

-Métetela hasta el fondo que me voy a correr.

Llegó a tocar con la nariz en mi pubis cuando le solté todo lo que llevaba dentro.

-AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH. Disfrútalo ahora, ya que antes no quisiste.

Cuando acabó mi corrida, me la dejó totalmente limpia, sin tener que decirle nada. Cuando terminó, le dije.

-Por cierto, mañana te quiero con todos tus agujeros bien limpios, van a venir tres amigos a usarte.

-Puedo hablar, amo. –Dijo, mientras permanecía arrodillada ante mí.

-Habla.

-¿Por qué me tratas como a una puta? ¿No te basta con maltratarme tú?

-Porque lo eres. Mientras estuvimos casados, no tenías ningún problema en follar fuera de casa mientras a tu marido lo tenías sojuzgado, abandonado y ridiculizado. Cuando te pillé en adulterio, te las arreglaste para dejarme sin nada de valor y todas las deudas. Y no, no basta conmigo. Una puta como tú necesita alimentarse de cuantas más pollas mejor.

La envié a la ducha mientras yo volvía con Habiba. Esa noche hicimos el amor. Fue un acto con cariño, tranquilo y largo, que terminó con un potente clímax que nos dejó agotados. Había dejado a Carla en el suelo, atada a la cama para hacer uso de ella si nos apetecía, pero no fue necesario.

Al día siguiente, poco después de volver del trabajo, llegaron El Fajina y dos guardaespaldas como armarios. Mientras les preparaba algo para tomar, Habiba fue a buscar a Carla. Cuando entró, tengo que reconocer que estaba magnífica. Desnuda, con su cuerpo redondeado por una correcta alimentación, bien peinada y pintada, estaba irresistible.

-Mientras esperamos, porqué no os entretenéis con ella.

Los guardaespaldas miraron a su jefe con cara de lujuria, que asintió diciendo:

-Haced con ella lo que queráis que luego me hará una mamada a mí. Me pone ver su cara mientras me la chupa.

Se desnudaron ambos mientras les decía:

-El único requisito que pido es que no la dejéis correrse.

Aceptaron, hablaron brevemente entre ellos y por fin, uno se tumbó sobre la alfombra y le ordenó que se la metiera ella misma por el coño. Ambos estaban empalmados hacía rato.

Carla se arrodilló dejando la polla entre sus piernas y fue bajando hasta metérsela entera. La verdad es que ambos la tenían muy normal.

-¡Joder! Lo tiene más encharcado que una piscina olímpica. Vamos puta, muévete.

Ella empezó a moverse al tiempo que se escapaban gemidos de su boca. El otro no me dio tiempo a decir nada. Tomó la correa de sus pantalones y empezó a darle correazos en la espalda hasta que le bajó la calentura.

En su intento de apartarse, se dejó caer sobre el pecho del de abajo, momento en que el otro aprovechó para sujetarla por la cabeza, escupirse en la polla y clavársela por el culo.

El grito de ella fue el punto de partida de la doble follada. El de atrás la sacó hasta dejar solo la punta dentro. Le soltó la cabeza y le dijo:

-Muévete y haznos disfrutar.

Ella fue levantando y bajando el culo, penetrándose alternativamente con una u otra polla. El de abajo hizo una seña que el otro entendió y volvió a sujetar su cabeza.

-Creo que está apunto otra vez.

Entonces, el de detrás empezó a darle de nuevo correazos en toda la espalda. Ella se movía en todas las direcciones, y parece que les gustó, pues ya no pararon hasta correrse prácticamente a la vez.

Tras limpiarles las pollas, la envié a lavarse y seguir con El Fajina. Cuando volvió, el se había bajado la ropa y mostraba su gorda polla ya dura. Carla se arrodilló entre sus piernas y comenzó una buena mamada.

Recorrió la polla con la lengua en toda su extensión. Lamió y chupó sus huevos. Rodeó el borde del glande con la lengua, dando pequeños toques con la punta todo alrededor para terminar metiéndoselo en la boca y succionando a la vez que lo sacaba, lo que originaba un sonido “pop” muy erótico. Para luego meterla hasta donde le cabía. Al final entró toda entera, ya que El Fajina la agarró por el cogote y la empujó para que entrase. Al principio toses y arcadas, pero pronto lo hizo sola. Parece que lo estaba disfrutando…

En eso estábamos, cuando llamaron a la puerta y, efectivamente, era Jorge.

-Pasa a la sala, Jorge, que tengo unos amigos disfrutando de la puta y puedes unirte al grupo.

-Bueno, yo… Prefiero quedarme aquí.

-…

-Mira Jorge. Imagino que disculparás mi desconfianza en dejarte aquí solo. Máxime después de ver cómo habíais dejado la casa. No estoy dispuesto a que me falten cosas cuando te hayas ido. Así que, ven a la sala y folla si quieres mientras te preparo el dinero.

Nada más entrar en la sala, vio a Carla chupando la polla a un tío, otros dos en pelotas y notó el fuerte olor a sexo en el ambiente.

-Pero… ¿Qué haces, puta? ¿Quiénes son esto tíos? ¿Porqué le…? Hola Fajina…

-¡Vaya, vaya, pero si es el hombre más buscado desde hace tiempo! ¿Dónde estabas tanto tiempo?

-He, he estado de viaje.

-Ya, ya. Ya me enteré de tu atraco y tu fuga con el dinero de todos. ¿Recuerdas que me debes un montón de pasta? ¿Has venido a pagarme?

-Estooo.., Fajina, no, Estoooo.., He tenido muchos gastos… -Su rostro se animó- ¡Pero Carla me lo prestará para pagarte! Ha cobrado doscientos mil euros y me los puede dejar.

Miré a Carla, que seguía chupando siguiendo las indicaciones de la mano de El Fajina. Gruesos lagrimones caían por su cara.

-Va ha ser difícil. Ella debía ese dinero y no le queda nada. ¿Qué más puedes hacer para pagarme?

-Dame unos días y conseguiré dinero para pagarte todo. Verás…

-Se te ha acabado el crédito, y sabes las cláusulas del contrato: dinero o vida. Me has causado un montón de problemas ante mis jefes y tengo que solucionarlo de una manera u otra.

-Un día. Sólo un día y te pagaré.

Hizo una seña a los guardaespaldas que se había estado vistiendo mientras la conversación y éstos lo tomaron por los hombros y se lo llevaron al coche. Ya había anochecido y no había problema de que alguien viese algo.

Me dio pena, pero solo un momento.

Cuando El Fajina se corrió y ella le limpió la polla, se arrastró hacia mí llorando desconsoladamente.

-¿Porqué lloras?

-Me dijo que le habían dado una paliza y estaba en el hospital. Snif.

-Te ha engañado siempre. Pero también ha sido culpa tuya. Ve a lavarte bien.

Nos pusimos a cenar El Fajina y yo, servidos por Habiba, mientras me contaba sus gestiones y las de sus amigos. En unos veinte días tendría aquí a la hermana de Habiba, y me saldría solamente por el módico precio de cinco mil quinientos euros.

Una semana después vino en la prensa un artículo en el capítulo de sucesos, que se había encontrado a un montañero despeñado en un barranco que llevaba cuatro días muerto.

Al día siguiente, el montañero había sido identificado. Era un conocido delincuente y drogadicto que estaba huido, y al otro día ya habían descubierto que le habían dado una paliza antes de tirarlo por el barranco y que aún vivió algunas horas.

Pensé que lo disfrutaría, pero solamente me invadió una gran pesadumbre, que duró hasta que recordé lo que me habían hecho pasar

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